El hombre real mira más allá de sus fronteras, contempla el
cielo, no como una distancia inalcanzable, si no como su destino integral. No separa los azules del mar y el cielo, más bien los une. Pues reconoce que la vida es un mar integral, donde todo lo que existe es parte integrante, necesaria y fundamental. Aprende así en cada instante la importancia de la armonía. Ve todo lo que existe como la unidad armónica con el Absoluto, aquí la diferencia es como, los pigmentos oleosos en una paleta de colores que se unen todos en una pintura, y esta significa el equilibrio perfecto y maravilloso, aún en sus extremos.
La conciliación es la primera formula de la paz, donde se respeta aún lo que no se conoce pues todo edifica el buen sentido del genuino amor. Tú y yo, esto y aquello, son solo palabras que permiten referenciar, lo que es esencia, es un río que fluye al mar de la vida integral.
El Amor en si no es tan solo un ideal, es el diario vivir, es el respirar, caminar, avanzar, Es nuestro Destino, cuesta ascender por lo más inclinado pero con la firme voluntad que da la alegría de ser lleno de ternura con la realidad, la misma que se convierte entonces en el Destino y camino de vida.
La meta es SER feliz, pues la felicidad es el estado perfecto y real del SER en armonía con la creación y con el Creador. Alcanzamos las metas en el camino pues todas representan esos logros posibles para todos y así reconocemos el aliento de vida presente en cada entidad de vida.
No hay otra meta más grandes que la de reconocer nuestra Real y Divina procedencia donde criatura y Creador se aman infinitamente, siendo en conjunto El Uno, El Todo, El Absoluto.