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(Ensayo)
Por: José Luis Coba Uriarte
La historia nos indica que en el reinado de Enrique VIII (siglo XVI) fueron ejecutadas
en Inglaterra, como vagabundos, 27 000 personas. En el mismo país, en el año 1800
todavía se castigaban con la muerte más de doscientos delitos. En España, por virtud de
la Real Pragmática de 23 de febrero de 1734, Felipe V ordenó la pena de muerte para el
mayor de 17 años que hurtara en la Corte o en su rastro, “sin arbitrio para templar o
conmutar esta pena en alguna otra más suave y benigna”.
Por otra parte, hasta fines del s XVIII la pena de muerte no sólo perseguía la privación
de la vida, sino también infligir dolor al condenado. La pena de muerte aparecía, en este
sentido, como la culminación de la escala de las penas corporales. También éstas se
aplicaban con profusión, cuando no se llegaba a la de muerte. No es de extrañar que
siendo usuales no sólo los azotes, sino también el tormento de las mutilaciones, se
rodease a la pena capital de formas de ejecución igualmente dolorosas. Aquellas penas
corporales eran a menudo el preámbulo de la última pena.
1
Antón Oneca. Del Delito y de la pena, 1982
Se iniciaba así un proceso de retroceso de la pena de muerte que ha desembocado en su
abolición-aunque con frecuencia con la salvedad de leyes militares en tiempo de guerra-
en la mayoría de países de nuestro ámbito de cultura. Dicha abolición ha solido ir
precedida de una progresiva disminución de la aplicación de la pena capital. Incluso en
los países en que se mantiene excepcional o poco frecuente, aparte de que ,más de un
10% de dichos países son abolicionistas de hecho. Por otra parte, también han ido
desapareciendo las ejecuciones públicas en plazas o calles. Todo ello es muestra de un
cambio de sensibilidad frente a la pena de muerte.
Los argumentos que se esgrimen a favor de la pena de muerte no son suficientes para su
mantenimiento en nuestro tiempo. Expondremos algunas a continuación.
2
Santiago Mir Puig, “Derecho Penal Parte General”. 2002
Así, no son convincentes los argumentos tradicionales a favor de la pena de muerte.
Existe , por el contrario, una idea básica que se opone a su mantenimiento: la pena de
muerte se siente en nuestro momento cultural como excesivamente cruel, demasiado
inhumana.
Es incoherente suprimir las penas corporales por reputarlas contrarias a la dignidad
humana y demasiado crueles, y mantener en cambio la pena de muerte, que anula por
completo al individuo. Aunque, ya nuestros audaces padres de la patria tienen en
mente, por ejemplo la castración química, aplicable a violadores sexuales.