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EXPOSICIÓN DEL PROFESOR DOCTOR ASDRÚBAL


AGUIAR ,
GRAN PREMIO CHAPULTEPEC 2009 DE LA SIP,
EN LA CUMBRE DE LÍDERES 2010
PARIS, 22 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Aprecio el honor de acompañarlos en esta Cumbre Mundial


sobre Libertad Expresión, Sociedad de la Información y Medios

de Comunicación promovida por el CERTAL . Se trata de un
espacio privilegiado para el diálogo fecundo y la elaboración de
ideas que despejen las incertidumbres y fortalezcan, en la hora
presente, la defensa de la libertad de expresión y de prensa,
que es elemento esencial y componente fundamental de la
democracia. Agradezco, en lo íntimo, la cálida acogida de Radio
France Internationale, a cuyos directores y periodistas envío mi
palabra de amistad.

Se me pide comentar el estado de la libertad de expresión y de


prensa en América Latina. Ello me impone realizar, previamente,
un breve comentario sobre el ideal democrático dominante en
la región.

En el siglo XX destaca como tema central la “cuestión


democrática”. La noción que se tiene de ella se oscurece a


Centro de Estudios para el Desarrollo de las Telecomunicaciones y el Acceso a la Sociedad
de la Información de América Latina (Montevideo, Uruguay)
∗
Miembro de la Academia Internacional de Derecho Comparado de La Haya y de las
Academias Nacionales de Ciencias Morales y Políticas y de Derecho y Ciencias Sociales de
Buenos Aires. Ex Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y Ex Ministro de
Relaciones Interiores de Venezuela

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propósito del antagonismo que frente a la democracia verdadera
plantean los marxistas y su “democracia popular”. Éstos la
prosternan tachándola de liberal y representativa, y le señalan
sus deficiencias inmediatas para la solución de lo social; en
tanto que, en su defecto, prometen el sueño comunista a precio
del sacrificio de las libertades políticas en el presente.

En América Latina, hasta 1959, la democracia resulta de su


oposición a las dictaduras militares. Sin embargo, ya se dice que
reclama como parte de sus componentes y más allá de los
gobiernos surgidos de elecciones libres, el imperio de la ley, la
separación de los poderes públicos, la rendición de cuentas por
los gobernantes y el control de éstos por la opinión pública a
través de la libertad de expresión y de prensa. Cuarenta años
después Alain Touraine afirma que “la democracia es víctima de
su propia fuerza, y no le falta razón.

Los autores de la Carta Democrática Interamericana, en 2001


tienen ante sí la experiencia del gobierno de Alberto Fujimori,
quien, una vez electo mediante el voto popular desmonta los
valores e instituciones de la democracia peruana y tira por la
borda el principio de la alternabilidad en el ejercicio del poder. A
Baruch Ivcher Bronstein le revoca su nacionalidad para
separarlo como accionista y director del Canal 2 de televisión
por denunciar los hechos criminales de Vladimiro Montesinos,
tal y como consta en la sentencia que dicta al efecto la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.

Sin embargo, no imagina la opinión pública de las Américas que


en paralelo a Fujimori madura otra experiencia más ominosa,
que llega con buena fortuna y en mala hora. La respalda luego

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el discurso del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, que si acaso promueve la democracia de los
ciudadanos y dice constatar que los latinoamericanos prefieren
el bienestar a la misma democracia, ofrece como solución
milagrosa al Estado. Pero éste, en la práctica de la región, de
ordinario ha sido y es cárcel de la ciudadanía y purgatorio de la
libertad.

Esa experiencia distinta se cocina en las hornillas de La Habana


y de Caracas, con el ucase del Foro de San Pablo. En éste
adquiere carta de naturaleza el Socialismo del Siglo XXI, siendo
su ejecutor más destacado el presidente venezolano, Teniente
Coronel Hugo Chávez Frías.

El caso es que los huérfanos del socialismo real, luego de los


años ’80, se mueven hacia la transversalidad de las sociedades
y abandonan tanto sus viejos partidos estalinistas como la
violencia de las armas. Penetran en el mundo de las
organizaciones no gubernamentales, pero no renuncian a sus
propósitos de siempre. En lo sucesivo, como nos consta a los
venezolanos, los socialistas marxistas de nuevo cuño cambian
su método para el acceso al poder pero no ceden en las
estrategias y objetivos de su credo totalitario.

Ahora se proponen acabar con la democracia liberal y burguesa


apelando a las formas de la misma democracia pero vaciándolas
de contenido. En igual orden intentan ponerle fin al capitalismo
y a la globalización con los instrumentos de la sociedad global,
beneficiándose de los recursos que aportan el libre mercado y
las autopistas de la información para luego ponerles alcabalas.

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El Socialismo del siglo XXI – que Fidel Castro desnuda hace
pocas semanas, llamándolo a secas comunismo - es el mismo de
los siglos XIX y XX a ritmo de Black Berry. Se niega, eso sí, a la
ética democrática, para la que cuentan las formas y el fondo,
donde los fines y medios han de ser, juntamente y en su
relación, medios y fines igualmente legítimos.

Los postulados teóricos del Socialismo del Siglo XXI constan en


el Libro Rojo; no en el de Mao sino en el de Chávez. En el se
reúnen la Declaración de Principios y las Bases Programáticas
del partido de éste - el Partido Socialista Unido de Venezuela -
aprobadas el pasado 24 de abril y que dicen bien sobre su
desencuentro con la columna vertebral de la democracia, la
prensa y los periodistas.

Desafiando a la historia, el gobernante venezolano y su partido


se declaran marxistas y antiimperialistas. Afirman tener por
aliados a los gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador,
Nicaragua, Paraguay y Uruguay, y también al de El Salvador,
cuyo presidente, Mauricio Funes marca distancia pública de
Chávez hace pocos días.

“El capitalismo en la fase imperialista – según tal Libro Rojo


- ha tocado sus límites y se ha reafirmado, con sus políticas
de desarrollo neoliberales y su modelo de influencia
mediática, como el principal enemigo de la humanidad.
Asistimos a un creciente dominio de la dictadura de los
propietarios de los medios de difusión ideológicos masivos
que ha contribuido grandemente con el envilecimiento de la
conciencia social y la parálisis egoísta de la sociedad”,
concluye el mismo.

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Los albaceas del nuevo y antiguo credo afirman, así, por vía de
efectos, que:

“Es necesario… dilucidar la dinámica […] de la industria de


la publicidad y su relación con los medios de comunicación
privados y su incidencia en la configuración del imaginario
social”. ”El enemigo principal – arguyen - es el imperialismo
capitalista,…, sus monopolios transnacionales, en particular
los del sector financiero,… y mediático, por una parte, y por
la otra, la alta jerarquía eclesiástica contra-revolucionaria, la
oligarquía, las burguesías apátridas, así como todo sector
social que, al igual que aquellos, le sirva de base social al
imperialismo”.

Los cambios constitucionales ocurridos en Venezuela, Ecuador y


Bolivia, que no logran cristalizar en Honduras, son consistentes
con el desiderátum del Socialismo del Siglo XXI: la perpetuación
en el poder sus gobernantes, la hegemonía del Estado y el
dominio público por éste de la personalidad de los ciudadanos, a
través de la educación y el manejo de los medios de
comunicación social.

En Venezuela, Argentina, Bolivia y Ecuador, surgen,


seguidamente, legislaciones para la radio y la televisión y para
la regimentación de sus contenidos, a fin de procurar

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modificaciones en el señalado imaginario social y en los
patrones democráticos y culturales dominantes. Tal propósito
consta en un documento oficial cuyo autor es Chávez,
denominado La Nueva Etapa: El Nuevo Mapa Estratégico, dado a
la publicidad en noviembre de 2004.

A la Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión que se


dicta Venezuela el mismo año, le sigue la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual de la Argentina de 2009, quedando
pendiente de aprobación, por lo pronto, la Ley ecuatoriana de
las Comunicaciones.

A la ley Argentina la precede un fuerte debate público del


gobierno de los Kirchner con el Grupo Clarín y a la venezolana le
antecede el ataque virulento de Chávez contra las principales
emisoras de televisión, a las que llama Jinetes del Apocalipsis.

Radio Caracas Televisión, la más antigua de todas es confiscada.


Globovisión padece acciones armadas contra sus instalaciones y
sus periodistas son víctimas de agresiones físicas, lo que da
lugar a una condenatoria del gobierno de Venezuela por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos que éste desafía
públicamente. VeneVisión y Televen, a su turno, deciden
neutralizar su línea editorial e informativa.

El ánimo tras las novísimas legislaciones no se corresponde,


pues, con las exigencias de la democracia que nominalmente
aceptan y tampoco atiende al aseguramiento de una
competencia efectiva dentro del respectivo mercado de las
comunicaciones, según lo prueba la experiencia.

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En defecto de la ley argentina, que es suspendida
temporalmente por la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
Chávez ordena, con fundamento en su ley, la revocatoria de 240
concesiones radiales otorgadas al sector privado. Y a las
restantes emisoras les secuestra 3 horas y media de sus
transmisiones diarias para uso gubernamental, que excluyen a
las cadenas presidenciales.

De tal modo, la presencia de Chávez a través de la radio y la


televisión ocupa dos mil horas. Durante los primeros diez años
de su gobierno, desde 1999, habla un promedio de 60 días sin
interrupción. Sus cadenas suman 1.995 horas. Y el 58% de las
mismas se realiza en el horario estelar o de mayor audiencia de
la radio y televisión privadas.

El Estado venezolano, a finales del pasado siglo, es propietario


de una emisora radial y otra de televisión. Bajo su nueva
legislación construye una hegemonía comunicacional de Estado:
posee 238 emisoras de radio, 28 estaciones de televisión, y más
de 125 sites de propaganda en Internet.

A distancia del tiempo transcurrido, del incremento exponencial


de la intervención estatal en las comunicaciones con mengua de
las libertades y el debate democrático, ahora se pasa, en
América Latina, por una parte y en casi toda la región, al
asesinato impune de los periodistas – sobre todo en México,

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Brasil y Colombia - para silenciarlos por siempre e intimidar a
sus colegas de oficio; y por la otra, en los países del eje
socialista, a la criminalización de los actores privados de los
medios, sometidos hoy al escarnio y desprecio públicos.

En Argentina se plantea el control gubernamental sobre el papel


para limitar su disposición por la prensa opositora escrita y se
amenaza con llevar a la cárcel a los directores de los diarios La
Nación y Clarín, acusándoles de nexos antiguos con personas
vinculadas a la dictadura militar.

En Venezuela, a los accionistas de Globovisión – única emisora


de señal abierta que sostiene una línea editorial independiente y
que a diario denuncia la corrupción oficial - se les dictan
medidas privativas de libertad. El gobierno procura la
autocensura de dicho medio a través de su asfixia económica y
el exilio de sus propietarios.

A Guillermo Zuloaga, Presidente del Canal, luego de opinar en


contra de Chávez durante la Asamblea de la Sociedad
Interamericana de Prensa que se realiza en Aruba este año, se
le abre un juicio penal y ordena su ingreso a una cárcel de alta
peligrosidad. Se le imputa mantener en su residencia 20
vehículos de lujo con fines de especulación al no disponerlos en
lo inmediato para su venta al pueblo soberano.

A Nelson Mezerhane, socio de Zuloaga, primero se le encarcela


con apoyo en actas que forja en su contra el Ministerio Público
por exigencias del gobierno y según el denunciante,
imputándosele ser autor intelectual del homicidio del fiscal
Danilo Anderson. Chávez le exige vender las acciones de

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Globovisión si aspira a su libertad, que éste logra, pero ayudado
por los periodistas quienes demuestran y hacen públicos los
documentos de la conspiración de Estado fraguada.

Sucesivamente, las empresas de Mezerhane son confiscadas


hasta que el propio Chávez y su Vicepresidente de nuevo lo
amenazan. Le exigen el cese de los ataques al gobierno por
parte de Globovisión. Y al no alcanzar su objetivo aquél ordena
la intervención del Banco Federal, propiedad de Mezerhane.
Meses antes los periodistas del canal gubernamental promueven
el retiro masivo de los depósitos de dicha entidad financiera.
Hoy, en cadena de radio y televisión, Chávez ríe ante los suyos,
les dice tener en sus manos las acciones de Mezerhane en el
canal de la contrarrevolución, y anuncia el dictado de una ley
que prohíbe a los banqueros ser dueños de televisoras. La
Asamblea Nacional, disciplinada, la aprueba en apenas siete
días.

Permítanme una consideración final, que juzgo indispensable.

En el tránsito corriente desde la Era del materialismo hacia la


Era en cierne, dominada por la sociedad de la información y sus
tecnologías, que derrumba fronteras culturales y políticas,
ocurre la inevitable pérdida del valor de la ciudadanía dentro del
Estado y sus seguridades. Pues se trata de un Estado – de
nuestros Estados, hijos de la modernidad - cuyo poder se afirma
sobre el espacio limitado y el patrimonio tangible; por lo mismo
es demasiado pequeño y débil para asumir los desafíos de la
Humanidad virtual y defenderse también de los peligros de la

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globalización, como el terrorismo y el tráfico de drogas
deslocalizados. Y es además demasiado grande – lo cuenta el
filósofo y jurista Luigi Ferrajoli – para comprender los miedos y la
sensación de orfandad del actor corriente de nuestra
democracia, víctima, en la transición, del fetichismo político.

Lula Da Silva, Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa,


Pepe Mujica, Fernando Lugo, Daniel Ortega y Chávez, quienes se
proclaman apóstoles del Socialismo del Siglo XXI, son, en tal
orden, hechiceros con carisma, quienes tienen por presa y
ofrecen paliar los temores e inseguridades de sus pueblos, que a
la vez alimentan para beneficio propio.

En la espera de que cuaje un Nuevo Orden apropiado a la


realidad distinta que nos acompaña y nos muestre sus
novedosas categorías constitucionales, ese hombre, desnudo de
ciudadanía, sin posibilidades para la crítica dada la velocidad de
los datos que recibe, se sube a las autopistas de la información
e integra a la sociedad de vértigo como un ente pasivo, por
ende negado a la esencia deliberante de la democracia. Entre
tanto, otros, carnes de cañón de Chávez y de sus aliados, se
retraen hacia nichos o patrias pequeñas, hechas de
cosmovisiones caseras, religiosas, étnicas, culturales, de suyo
intolerantes y excluyentes de todo aquel a quien consideran
distinto.

La democracia latinoamericana y los medios de comunicación


social no viven, por consiguiente, su mejor momento. No
obstante, soy un convencido de que al final y como en el pasado
remoto la modernidad se impone y sobrepone al medievalismo
político e ideológico. Es una ley de la historia humana.

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Admitidos, pues, los conceptos clave del presente: el
hundimiento del comunismo, la globalización en sus múltiples
ámbitos, la expansión del poder de la prensa sin rostro, el
predominio de lo económico-financiero, los saltos cuánticos en
la biotecnología, el choque de las culturas y sus relativismos, el
aumento de la criminalidad trasnacional y del terrorismo
deslocalizado, en fin, la fractura del tejido social de las naciones,
la alternativa es imaginar, construir ex novo arriesgando y no
solo reconstruir. No hay vuelta posible al pasado.

En lo inmediato, por fuerza de la disyuntiva en curso apenas


caben las preguntas. Son muchas y no tienen, al rompe,
respuestas adecuadas.

¿En defecto del Estado – acaso claustro de la sociedad civil


sitiada - cuál es la elección como garantía de la paz y de la
libertad? ¿Ante la “dictadura gris” o la expansión tecnológica
virtual sin límites, existen opciones?

Guiados por el sabio criterio de Norberto Bobbio, maestro


italiano del Derecho y de la política, valen en este orden, otras
preguntas de fondo como test democrático, ante el fenómeno
de intransigencia gubernamental y de negación del pluralismo
en las ideas instalado en Venezuela y transplantado al Ecuador,
a Bolivia y a la Argentina, entre otros.

¿Qué valor tiene el consenso donde el disenso está prohibido?


¿Qué hacemos con las personas que disienten y piensan de
manera diferente a nosotros? ¿Las aniquilamos o las dejamos
sobrevivir? Y si las dejamos sobrevivir ¿las detenemos, las

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hacemos circular, las amordazamos, las dejamos hablar; las
rechazamos como desaprobadas o las dejamos entre nosotros
como ciudadanos libres, con el riesgo de que usen la libertad
para acabar con la misma libertad?

En síntesis, el sostenimiento y la renovación de la experiencia


democrática dentro de nuevos odres y en el marco del siglo en
curso impone el desafío de la reflexión y de la crítica sobre el
novedoso papel que le corresponde a los medios de
comunicación social, en lo particular a la radio, a la televisión, y
a la prensa escrita, sin mengua y a la luz de los valores
permanentes que, entre otros documentos, reconoce la
Declaración de Chapultepec adoptada por la Conferencia
Hemisférica sobre Libertad de Prensa en 1994. Diversos datos o
problemas, en efecto, están urgidos de su resolución y ponen a
prueba a la misma prensa en su más amplio sentido, a saber:

a) La prensa, como articuladora sobrevenida de lo político, en


una transición ganada para la anomia social e institucional y
dominada por la opinión pública.

b) La prensa, como memoria de la sociedad, en una sociedad


pulverizada, amnésica y proclive a la explotación del hombre
por el tiempo.

c) La prensa, como ordenadora de la información, en un


contexto global de sobre información y desinformación

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dominantes, y en atención al dominio paulatino de la prensa sin
rostro y sus redes virales.

d) La prensa, como hilo de Ariadna de la sociedad e


intérprete de sus particularismos, en un entramado de pequeñas
patrias desvinculadas de la Humanidad totalizante a la que nos
invita la mundialización y sus manifestaciones.

e) La prensa, como regeneradora de la palabra y de su


especificidad, en un escenario de prostitución de la palabra y de
ambigüedad en el lenguaje político, nutrido de expresiones e
informaciones triviales o rupturistas.

f) La prensa, en fin, como guardiana de los valores éticos que


la hacen posible y, por lo pronto, amenazada por los silencios
utilitarios y el cinismo verbal de los gobernantes.

Un sabio ex presidente, cofundador de la democracia


venezolana, Rafael Caldera, antes de fallecer el pasado mes de
diciembre a la edad de 94 años, dice en su testamento que “en
esta nueva encrucijada decisiva hay que tener bien claro qué es
lo que debemos cambiar y cuáles son las metas que tenemos
que alcanzar”. Afirmo, en lo personal, que la palabra
orientadora, al igual que hace doscientos años, la tienen ahora y
en primer orden los periodistas, quienes hablan y quienes
escribimos, y asimismo quien nos lee, nos escucha y además
nos juzga, la opinión pública.

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