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TEXTO: MIGUEL FERNÁNDEZ-CID

EXPOSICIÓN: ES LÓGICO

ARTISTA: BALANZA

GALERÍA ARTE21, CÓRDOBA, ESPAÑA, SEPTIEMBRE 2010

Dicción y susurro

José Carlos Balanza tiene el perfil de artista que inquieta y descoloca: por su

manera controlada de llevar las obras y por el giro con el que suele

cerrarlas. Balanza es autor de una obra de apariencia densa, dura, drástica,

pero con un atractivo fondo de diálogo, de debate. Ni quiero ocultar mi

sintonía hacia buena parte de las acciones que motivan sus proyectos, ni

puedo negar que la atracción que siento hacia sus obras crece cuando lo

que analizo son sus fragmentos, sus detalles, sus matices.

Trataré de explicarme, aunque para ello recuerde algunas obviedades. La

primera se refiere a la relación tradicional entre pintura y escultura: la

insinuación frente a la evidencia; la ficción frente al volumen; la

representación frente a la presencia… La pintura y el esfuerzo mental, la

escultura y la necesidad de esfuerzo físico. O la relación de ambas con la

arquitectura: si la pintura es ficción y la arquitectura espacio, la escultura es

lo tridimensional. Lo recuerdo simplemente porque Balanza es un artista

que observa la realidad, analiza el lenguaje, y posteriormente pretende

revisar la primera desde un implacable tensar al segundo. Juega siempre

con valores táctiles. Otro artista se hubiese dejado llevar por las metáforas

y realizaría obras cálidas, acercándose a los valores pictóricos o literarios;

Balanza no sólo convierte en imágenes sus preguntas sino que lo hace


reiterándolas, permaneciendo fiel al pulso de la escultura, de la filosofía, del

sentido de los conceptos. “Todo ha sido dicho, pero como nadie escucha,

hay que seguir repitiéndolo”, decía André Gide. Como si buscase el

significado exacto de las cosas, la férrea voluntad de Balanza por

cuestionarlo todo, por pensarlo, por plantearlo de nuevo, le lleva a

prolongar acción y resultado, introduciendo el factor tiempo como un

elemento clave en su trabajo, una especie de cuarta dimensión. Se hacía

explícita razón en las obras mostradas en 269.429 minutos, su exposición

en el Museo Würth La Rioja: el despliegue en Para llevar a la realidad del

objeto esta obra…; el misterio en los pequeños cuadrados con grafito y oro

sobre lino, con el pulso manual para reflejar el tiempo transcurrido y el tono

neutro señalando la unidad de medida. Incluso en obras anteriores, como

las de la serie Dentro, si bien en éstas debatía también (y preferentemente)

problemas específicos de la escultura: los límites del volumen, el lugar de

las cosas, lo interior y el vacío… Si en éstas muestra su interés por conocer

el medio y situarse frente a sus principios tradicionales, en aquéllas

desarrolla una salida personal y atractiva.

En las obras que expone ahora en la Sala Amós Salvador, el paso dado es

significativo: la voz se hace más firme y dura. Los textos que acompañan a

las piezas pierden tono evocador y se tornan incisivos, rocosos; las obras se

vuelcan en sus posibilidades más drásticas, especialmente cuando

adquieren dimensión, cuando concretan un espacio, caso de la obra Límite

(2009): un muro en ángulo, de azulejos negros sobre los que serigrafía las

letras de la palabra límite, es la imagen de una reflexión sobre la existencia

y la aceptación del propio cuerpo a través de su epidermis, de sentir la

certeza de la existencia propia en la presencia del otro. “Lo exterior

envuelve lo interior, la superficie cubre lo profundo; pero el modo de


relacionarse de los espacios, delimitados por sus formas, es por sus límites.

–Con el contacto concluye la respuesta–“, leemos en el arranque del texto

que acompaña la pieza, y el tono del escrito, su modo de nombrar pausado,

estricto, nos recuerda que quien habla lo hace desde la vivencia de la

escultura. “Mi repuesta la sigo dibujando mientras me acerco, hasta que

toque mi límite con el del horizonte”, concluye, en una reflexión sobre el

lado inmaterial de la escultura. En realidad, tiempo y dibujo (entendido

como línea de continuidad) se convierten en esenciales en su discurso: las

obras materializan momentos, vivencias, pensamientos. “Los objetos de

arte –con la palabra objetos quiero precisar la materialidad de la obra de

arte como resultado tangible de pensamiento–“, señala en Memoria exacta.

Memoria necesaria, el texto que abre el catálogo editado con motivo de su

exposición en el Museo Würth La Rioja. Para Balanza, las obras son

preguntas, y el arte un medio para conocerse.

Ese modo de llevar la obra, esa dicción, se convierte en una de sus

principales características. Junto a ella, sin embargo, surgen matices, a

modo de susurros, que terminan por desvelarnos que Balanza entra de lleno

en uno de los debates más intensos de la escultura del siglo XX: la

necesidad de reordenar un lenguaje en crisis, tras el demoledor análisis de

Baudelaire en el siglo XIX y la búsqueda de un nuevo mirar en la primera

mitad del XX. Con Richard Serra, Bruce Nauman, Rebecca Horn, Lawrence

Weiner, Giuseppe Penone, Hamish Fulton, Anthony Gormley, Juan Muñoz o

Thomas Schütte triunfan los planteamientos que subvierten la idea

establecida de lo que es escultura, debatiéndose su relación con el cine

(Nauman), la televisión, el teatro (Juan Muñoz) y la ópera (Rebecca Horn).

En la escultura se provoca una síntesis en la que entran las palabras (la

literatura), los sonidos (la música), las voces (la radio), el murmullo (la
reflexión), los ecos (la calle)… hasta adquirir carácter de una nueva

dimensión.

La salida es posible por haber sido la escultura la última disciplina en

resolver su crisis, por su necesidad de reaccionar frente a la pujanza de

otros medios, por haber hecho un análisis previo de sus elementos, por

haber atravesado una etapa (breve pero intensa) de colage, por coincidir en

la búsqueda de nuevas actitudes y espacios desde la arquitectura, el teatro,

el cine… ¿Qué lugar ocupa Balanza en este entorno? Participa de la

reflexión de fondo y aporta una manera singular de relacionar un discurso

cuidado en lo conceptual y consciente de plantearse desde el entorno de

una escultura claramente contemporánea, pero decidido a volcar sus

preguntas sobre lo más propio y cercano.

En el texto que acompaña Escribir sobre el caos es lógico (2009) leemos:

“En un primer momento con sentimiento de pérdida, entre resignado y

revelado, comencé a dibujar sobre el recuerdo de lo perdido” (…) “Inspirado

por lo encontrado –la posibilidad que me ofrecía todo un sistema lógico–

volví a dibujar; por decirlo con exactitud, seguí dibujando –es imposible

hacer otra cosa–. Desde entonces, mis pasos-dibujos trazan el conjunto de

mi posibilidad, la que encierra la caja que me separa de la imposibilidad, y

sé que todo lo que hago es lógico”. Al dibujo solemos atribuirle la capacidad

de concentrar un pensamiento, una idea, una emoción primera. Balanza le

añade una condición nueva: ser hilo de continuidad, pero también una

acción definida por la lógica. Cuando dibuja, sobre el polvo y los residuos

del taller, las letras del texto que titula la obra, reafirma el carácter especial

de ese lugar, de lo que allí acontece. Balanza se refiere con frecuencia al

dibujo, al tiempo, a la memoria, al paralelismo entre el proceso de trabajo y

el razonamiento a partir de un pensamiento. En su proyecto se impone un


método, como si necesitara llevar el control de lo que ocurre. Y admite que

en torno a todo gira un orden lógico. Quizá por eso, una obra como Escribir

sobre el caos es lógico toma forma como un conjunto estable, mural, de 27

fotografías, una por cada letra del texto, y no como un vídeo que registre la

acción, su proceso.

No parece Balanza un artista al que le guste proponer narraciones lineales.

Con frecuencia, introduce voluntariamente la pregunta –a modo de grieta–

en el eje, en el momento más sólido de la obra, como el objeto final que

acompaña a los retratos fotográficos de los tres artesanos que han realizado

una parte del objeto. “Entre ellos no se conocen”, aclara Balanza, pero el

detalle es previsible viendo las fotografías y las dimensiones de las partes

de un objeto extraño, por más que el artista lo identifique como silla.

Señalaba al principio que Balanza suele conducir la obra de un modo

armónico para introducir al final un giro semántico, una aparente

contradicción de lenguaje. La extrañeza del objeto o las medidas de una

fotografía son fórmulas, como los juegos de palabras: la aguja con la que

acaba de bordar lógico sobre una camiseta negra simula una i que negaría

el significado de lo escrito (Lógico, 2009). La imposición de las normas y El

entendimiento, ambas de 2009, insisten en esa línea, la primera desde un

sutil juego de miradas, afectos y aprendizajes; la segunda, en un matiz de

citas y guiños sobre la manera como el escultor percibe el espacio. Balanza

propone dos vías principales: medir el vacío entre uno y los objetos, y

registrar topográficamente cada fragmento, mostrando el conjunto como un

dibujo sin fin. La obra es seductora, pero vuelve a contener dos vías. O tres,

si reparamos en el texto que amplía su sentido: “Dibujo sobre mi piel lo

entendido, no trazo las líneas incomprendidas; sólo lo obvio, lo que la

distancia a lo mirado permite a la imaginación recrear el origen. De este


modo, lo obvio se confirma universal, y el dibujo aparece como un lugar

donde puedo mirar”. Perfecta la definición de lo obvio (“lo que la distancia a

lo mirado permite a la imaginación recrear el origen”) y delator el último

giro de tuerca sobre la necesidad de mirar hacia un lugar concreto.

Realmente, Balanza necesita saber de qué está hablando: se constata ante

sus obras y, especialmente, leyendo sus textos.

En las obras en las que interviene el vídeo, se preocupa por concentrar la

acción, eliminar lo accesorio, crear un entorno neutral, en el que cada cosa

tenga su sentido. En Borrar devuelve las cosas al saber (2009) la acción

sucesiva en dos pantallas actúa como complemento y detonante, en un

juego certero: con la imagen en fundido a negro, en la primera escuchamos

un sonido cuyo origen sólo entendemos cuando el vídeo termina y entra en

funcionamiento el otro, en el que vemos una pizarra con un texto escrito

(del momento de su escritura proviene el sonido anterior), que es borrado

en directo. El presente arroja luz sobre el pasado, aunque la acción vista sea

una aparente negación: borrar lo escrito. Como ocurre ante otras obras, no

es difícil encontrar nuevos giros, otros sentidos. Visualmente, Borrar

devuelve las cosas al saber es de una precisión admirable. Como Respuesta

lógica (2009), si bien en este caso le añade un punto de distancia: de nuevo

dos secuencias en dos pantallas; en la primera, el artista reta serio al

espectador, que por unos auriculares puede escuchar un fondo de risas; en

la segunda, el artista tapa con cinta blanca sus sentidos, antes de tomar un

mando a distancia y apagar la pantalla. De nuevo las acciones medidas,

precisas, contenidas. No hay excesos, nada sobra: una pulcritud heredera

del arte minimal, una puesta en escena que denota haber entendido bien a

los conceptuales históricos, un constante volver sobre los problemas

teóricos de la escultura. Balanza nombra el tiempo (¡lo cuenta!), pero


también sus efectos: el polvo del estudio, la escritura borrada. Dice dibujar

para mantener el ánimo, pero se impone rigor al plantear sus esculturas.

Escribe sus meditaciones, sus certezas entremezcladas con dudas. Sus

esculturas tienen algo de punto final, de fin de trayecto; por eso parecen

duras, finales. Se intuye un punto de silencio, de ceremonia, de soledad, de

reflexión interior. Sólo al término surge la tentación de oír otras voces, tal

vez susurros, el reflejo del ánimo desde el que nacieron. Y todo para

plantear unas preguntas, para dar sentido a un modo de entender la vida.

“Mañana saldré de viaje –tercia Balanza–, el destino estará en la realidad”.

Miguel Fernández-Cid

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