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Dichas formas serán inevitablemente interpretadas. Es decir que la obra de arte no puede
eludir ni su condición formal, ni su condición de significante. Para que haya arte tendrá que
haber una materialidad, una realidad objetual, que va meterse dentro de nuestra iconósfera,
produciendo un estímulo sobre nuestro aparato perceptual, que nuestro pensamiento alojará en
el inconsciente como un nuevo sentimiento.
Es entonces muy útil pensar al arte como “sistema de modos de significar, es decir, un sistema
de modos de hacer presente un significado confundido con el significante, aun cuando éste no
lo evoque en forma unívoca y convencional, como ocurre en el lenguaje discursivo.”1
Toda reflexión propuesta desde la cátedra, tendrá que ver con la posibilidad de repensar los
vínculos entre el significado y el significante, entendiendo que el artista, cada vez mas, se ve
impulsado a convertirse en teórico de su arte, a ser filósofo de su propia obra, no mediante
reflexiones exteriores que no lo afectasen, sino en un meditar constitutivo del carácter artístico
de la obra misma.
Del mismo modo podemos pensar que la obra de arte se nos propone como un fenómeno
complejo en donde intervienen el artista, la obra, la exhibición de la obra, el público y, a su vez,
los contextos que determinan a cada uno de los actores de ésta tríada.
Esto último nos hace pensar en que, tal vez, no haya un público receptor que se encuentre a la
altura de una obra de la naturaleza descripta con anterioridad. Podemos plantear aquí que
“todo hombre es capaz de vivir la experiencia estética”2 por su carácter de “animal simbólico”,
por su imposibilidad de dejar de connotar y de crear símbolos. Pero ¿será capaz de
comprender nuevas formas narrativas?
Nos enfrentamos al hecho de que una obra no puede ser ininteligible, por lo tanto debe estar
construida con formas e ideas que se encuentren inscriptas dentro de un universo simbólico
cultural del receptor3. Pero dicho “universo simbólico intrepretante”, no es estático ni unívoco,
sino que se encuentra en permanente movimiento.
De aquí que, como artistas, no debemos subestimar las capacidades de interpretación del
público. Pero, sin duda alguna, estamos llamados a llenar de nuevas imágenes esos universos.
Tenemos que ser capaces de evocar con originalidad el sentido del hombre moderno.
El arte que apunte a ser espejo del hombre, a mostrar el sentido del ser actual, tiene que ser un
arte reflexivo y profundo que proponga un real salto cualitativo en el espíritu humano.
5
Arnheim R., Arte y Percepción Visual, Paidos, Barcelona, 1986.