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CÁTEDRA ETNOHISTORIA
CARRERA DE LICENCIATURA EN HISTORIA
DEPARTAMENTO DE CIENCIAS HISTÓRICAS

LAS ENTIDADES ETNOLINGÜÍSTICAS DE CHILE


HACIA LA CONQUISTA

Profesor Eduardo Téllez Lúgaro

En lo que ahora es Chile, podían distinguirse en 1540, aplicando un corte longitudinal,


tres áreas o secciones etno-linguísticas principales. En el centro, desde los aledaños
del Choapa (aunque con mayor énfasis a partir del valle del Aconcagua) hasta el
archipiélago de Chiloé, era notoria una acentuada unidad de habla que los cronistas
coloniales percibieron claramente. No obstante las diferencias de etnicidad y de pautas
culturales que podían notarse dentro de esa enorme órbita idiomática, el mapudungún,
la lengua mapuche, reforzaba la intercomunicación y el sentido de pertenencia a una
misma comunidad de lengua materna, lo que no impedía la vigencia de distancias
políticas y socio-culturales acentuadas, y aún los conflictos intestinos entre las
agrupaciones étnicas que componían esa inmensa unidad glótica.

Esa cohesión dialectal se perdía al sur del paralelo 44 y al oriente del meridiano 72. En
lo sustantivo se trata un área gigante que contiene cuatro subdivisiones: 1) la región de
canales situada al mediodía de Chiloé (Patagonia occidental) 2) la inmensidad esteparia
de Tierra del Fuego 3) la cadena andina extendida al este del señalado meridiano 72 y
entre los grados 34 y 43 de latitud y 4), la franja de territorios borderizos por el oriente
(Patagonia oriental) al cordón maestro de los Andes desde por lo menos el grado 43
hasta el borde norte del estrecho de Magallanes en su posición más avanzada (península
de Brunswikc, a los ).
En esas cuatro divisiones geográficas prevalecía la diversidad glótica. En el país de
canales, se dejaban oír las lenguas de chonos y kaweskar (alacalufes). En Tierra del
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Fuego, se advertía las selk’ nam y haus, muy relacionadas al parecer con la tehuelche,
en la cordillera centro-sur los idiomas o dialectos de chiquillanes, pehuenches y
poblaciones pámpidas “andinizadas” (conocidas como puelches en el argot colonial) y
en la franja trasandina patagónica las lenguas y dialectos regionales del gran complejo
tehuelche. En lo esencial, esta heterogeneidad de hablas era congruente con la amplia
distribución geográfica de pueblos móviles, entre los que predominaban el nomadismo
o trashumancia marítima, recolectora o cinegética (o una mixtura de ellas),
demografías bajas y una gran aislacionismo y autarquía socioeconómica de las
agrupaciones primarias (bandas).

El área tercera de nuestro corte vertical, se abría al norte del Choapa. En 1540 no era
extensa puesto que llegaba sólo hasta la inmediación del valle de Copiapó, interfluvio
en que predominaban la lengua (o lenguas/y o dialectos) del complejo diaguita (a lo
menos cuatro según Vivar (1558)). Pero, ajustándonos a las variaciones geopolíticas
históricas posteriores, y al mapa etnográfico vigente (i.e. de las sociedades indígenas
englobadas dentro de Chile contemporáneo), hay que amplificarla hasta los confines
septentrionales del valle de Lluta (Arica), por más que en su mayor parte esa sección no
halla estado incluida dentro de la administración territorial chilena. De esta guisa,
aparte de las variedades lingüísticas diaguitas, debe considerarse el cunza, hablado por
la etnia atacama, la o las lenguas “pescadora (s)” de las sociedades nómades de la costa
desértica, el aimara, ampliamente extendido por los valles interiores de Tarapacá y el
alto Loa y, tal vez, algún otro idioma de identidad poco clara, hablado en Perú
meridional y valles ariqueños por etnias locales (¿puquina?). Desde luego, sobre todo en
el siglo XV, bajo la dominación del Tahuantinsuyo el quechua se constituido en lengua
general del país comprendido entre Arica y el Maipú.
Si extremáramos el criterio flexible de considerar dentro de la entidad Chile (entendida
como una realidad histórica dinámica y expansiva) sería justo dar un lugar a la lengua
rapanui, del grupo étnico de su nombre, del archipiélago pascuense, incorporado a la
geografía política del estado nación mucho más tardíamente, no obstante que ese
territorio insular no es un área considerable en sí misma, articulable con las tres que
hemos definido para el continente, sino más bien una prolongación occidental de la
gran región lingüística de las lenguas polinésicas. Dada su situación peculiar, es incluso
marginal y sumamente acotada aún dentro de las fronteras de esa misma región
dialectológica.
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No se pueden perder de vista al adentrarse en la lectura de este escrito que las áreas
mencionadas antes son una concesión arbitraria a la dinámica histórica. Ni Tarapacá, ni
el interior de Atacama ni el archipiélago de Pascua formaban parte del mapa colonial
chileno.

Empero, como toda historia es siempre una mirada hacia atrás desde nuestra
contemporaneidad, no podemos omitir incluir las regiones extendidas al norte de
Copiapó. Ni siquiera, a la polinesia chilena. Si queremos hacer inteligible la diversidad
amerindia que nos habita y constituye como nación política, hecha a la multietnicidad y
a la multiculturalidad, no queda otro sendero. No hacerlo sería un caso de
anacronismo. El esquema ganaría en pureza histórica a costa de sacrificar la
comprensión global de la complejidad identitaria que representan los pueblos
originarios insertos a lo largo de lo que es el Chile real. O, si se quiere, del Chile que
terminó por ser.

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