ENTRE

MUROS:
ELCASO DE LOS MIGRANTES
EN TRÁNSITO POR MÉXICO
Marco Antonio Asomoza Magaña
y Alejandro Juárez Zepeda
Rubén estaba desconsolado: el sueño americano se había convertido
en pesadilla. Viajaba con su hija Irene, proveniente de Honduras, y jun-
tos esperaban entrar ilegalmente a Estados Unidos. Ya ahí, buscarían
trabajo para mandar dinero a su familia, compuesta por la madre y
tres hijas más.
Sin embargo, a su paso por Chiapas, dos hombres lo abordaron: “son
doscientos dólares por cabeza, o nos llevamos a la chamaca”, le
dijo un “cholo” a Rubén, apenas bajaba de la caja de trailer que los
trasladó de Guatemala a Tapachula. Rubén llevaba un poco de dinero
para “emergencias”, que tuvo que darles. Entonces, el tipo ofreció
trasladarlos a la frontera con Estados Unidos, “fácil y rápido”, y sólo
por quinientos dólares más. Accedieron.
Subieron entonces a la caja de otro trailer, dentro de la cual viajaron
un día entero, con poca comida y una botella de agua para ambos.
Junto con ellos, iban 35 migrantes indocumentados más, todos pro-
venientes de Centroamérica.
Al llegar al norte del país, les esperaba una sorpresa: el “pollero” no
perdía el tiempo y había localizado a la familia de Rubén. Cuando éste
descendió del vehículo, le espetó: “tenemos secuestrada a tu familia;
si no quieres que le pase nada, nos vas a tener que dejar a tu niña”.
Rubén se encontraba entre la espada y la pared: o le entregaba su hija
a estas personas, o quién sabe qué pasaría con su familia en Hondu-
ras. ¿Qué hacer? ¿Salvar a su hija de una vida de abusos o salvar a su
esposa y tres hijas de la muerte? Finalmente, decidió dejar a Irene, de
15 años. Su hija estaba ahora en manos de un traficante de personas,
y ya no había nada que Rubén pudiera hacer.
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Para los traficantes de personas, éstas no son más que una mercan-
cía, la oportunidad de generar ganancias. Los migrantes centroameri-
canos, al igual que los mexicanos, buscan mejorar su calidad de vida
a través de la migración al norte. México comparte con Estados Unidos
una frontera –a veces tangible, pero siempre real– de 3,326 km. y es
el principal paso de personas centro y sudamericanas que, debido a
las recurrentes crisis económicas de la región, la inestabilidad política
y las brechas del desarrollo que causan la pobreza en Latinoamérica,
emigran en busca de recursos económicos y mejores oportunidades.
Se estima que en los últimos veinticinco años, 3 millones de personas
han emigrado desde Centroamérica hacia México, Estados Unidos o
Canadá.
De acuerdo con cálculos de las Naciones Unidas, anualmente se in-
ternan en territorio mexicano alrededor de 400,000 personas indocu-
mentadas. Durante el trayecto, muchas de éstas quedan varadas y
expuestas a innumerables abusos por parte de grupos de la delin-
cuencia organizada, pero también de agentes del Estado, como son
la policía, el ejército o los oficiales del Instituto Nacional de Migración
(INAMI).
Las violaciones de derechos humanos sufridas por personas migran-
tes en tránsito por nuestro país, alcanzan en la actualidad la dimen-
sión de una verdadera crisis humanitaria. Para muestra, el hallazgo
de decenas de cuerpos de migrantes masacrados en Tamaulipas,
en agosto pasado. Un migrante herido de bala se acercó en aquella
ocasión hasta un puesto de control carretero en busca de asistencia
médica. Ello detonó la alarma por parte de personal naval a cargo,
que se dirigió por aire hasta las inmediaciones de un rancho vecino,
en donde halló que un total de 72 personas migrantes, la mayoría
ecuatorianos y brasileños, habían sido ejecutados por Zetas al rehusar
emplearse como sicarios en las filas del grupo delictivo.
Si bien ésta ha sido una de las demostraciones más grotescas y ate-
rradoras de la violencia que sufren las personas migrantes a su paso
por nuestro territorio, la extorsión, el robo, la agresión física, la in-
timidación, el abuso sexual, la detención arbitraria, la falta de atención
médica, la explotación y no reconocimiento de derechos laborales,
entre muchos otros abusos, constituyen la nota diaria para los migran-
tes centro y sudamericanos en tránsito por México. Aquí queremos
recalcar que en estos agravios tienen participación tanto las policías,
los agentes de migración y miembros del ejército, como los distintos
grupos de la delincuencia organizada.
El tráfico de personas migrantes es un negocio que anualmente arroja
ganancias por más de 3 mil millones de dólares. Un informe especial
de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) señala que
casi 10,000 personas migrantes fueron secuestradas en un período
de seis meses. Amnistía Internacional apunta que el 60% de las mu-
jeres migrantes indocumentadas es objeto de algún abuso sexual.
Otro informe indica que, entre 1998 y 2008, desaparecieron 60,000
personas migrantes en México. Organizaciones de la Sociedad Civil
estiman en 400 el número anual de decesos de migrantes indocu-
mentados que tienen lugar en territorio mexicano. Sin embargo, la
historia de los abusos contra migrantes centro y sudamericanos se
encuentra todavía en las sombras. No es importante. La postura oficial
no la reconoce y el gobierno no atiende el problema. La “prioridad” del
momento es proteger los intereses de los migrantes mexicanos en los
Estados Unidos. Nuestro gobierno pide protección para los migrantes
mexicanos, pero no garantiza en forma alguna los derechos funda-
mentales de las personas que transitan por nuestro territorio.
En 2006, eran ya numerosas las denuncias en el sur y sureste del
país contra bandas de secuestradores de migrantes que buscaban
despojar a las familias del último centavo. Ello motivó, en 2007, una
recomendación a las autoridades por parte de la CNDH.
Paralelamente, el nivel de complicidad y corrupción de los respon-
sables de aplicar la política migratoria, así como la impunidad genera-
lizada en que vive el país, dificulta –cuando no prácticamente anula– el
acceso a la justicia frente a las distintas violaciones de derechos hu-
manos que se cometen contra de las personas migrantes. Un informe
especial de la CNDH sobre el tema, documenta, entre otras acciones
criminales, la forma en que policías locales y estatales retienen a las
personas migrantes para darlas a los grupos del crimen organizado.
Así mismo, revela que los pobladores de las comunidades saben per-
fectamente en dónde se les oculta. También establece que, cuando se
descubre alguna de estas casas de seguridad, los responsables de su
operación son liberados por las autoridades en completa impunidad.
En medio de este panorama desolador, es digna de destacar la labor
de defensores y defensoras de derechos de los migrantes, como el
sacerdote Alejandro Solalinde, quien dirige un refugio para migrantes
en Ixtepec, Oaxaca, y ha recibido numerosas amenazas a causa de su
misión humanitaria; o “las patronas”, mujeres chiapanecas que se las
arreglan diariamente para lanzarles comida y agua a los migrantes
que pasan prendidos del “tren de la muerte”. Como decía Marcela
Zamora, cineasta salvadoreña, en la presentación de su documental
María en tierra de nadie –la historia de tres mujeres migrantes que
hacen este recorrido de más de 5,000 km. en busca del american
dream–: “resulta triste constatar que lo poco que se hace en términos
de ayuda a las personas migrantes lo haga la gente más pobre”.
A pesar de la lamentable política del Estado mexicano en materia de
migración, el gobierno aún tiene la posibilidad de demostrar que ex-
iste voluntad en buscar una mejoría para la situación de los migrantes
en tránsito por México. La política migratoria actual se rige por lo dis-
puesto en la Ley General de Población. Desde la sociedad civil, hace
tiempo se ha llamado la atención sobre la necesidad de elaborar un
ordenamiento específico y mucho más integral, que dé atribuciones
suficientes y atienda todos los procesos relacionados con este tema.
Sin embargo, aún cuando desde las organizaciones no gubernamen-
tales se han presentado diversas propuestas, hasta el momento no
ha habido respuesta de parte de los tomadores de decisiones para
consolidar una reforma legal e institucional en la materia.
Urgen reformas importantes, como la implementación de un Sistema
Nacional de Migración, que sirva para dar seguimiento a los migran-
tes que ingresan a nuestro país y atender las denuncias de abusos,
secuestros y desapariciones. La creación de una Ley Nacional de
Migración, que dote a nuestro país de un marco legal que proteja a
los migrantes que ingresan a nuestro territorio. La reforma del INAMI,
debe contemplar la aplicación de exámenes de confianza a sus fun-
cionarios y el cese de aquellos que no cumplan con los requisitos
para atender con respeto y dignidad a la población migrante. Pero
sobre todo, debe buscar la capacitación de dichos servidores públicos
para dotarlos de un enfoque de derechos humanos. Todo ello debe
contribuir a que las personas migrantes puedan transitar por México,
seguros y sin sufrir abusos.
El ámbito de las migraciones constituye hoy más que nunca un espa-
cio de conflicto debido a la manera como las autoridades abordan el
fenómeno de la migración: criminalizan al migrante; es decir, lo tratan
como a un delincuente, en vez de entender las razones que lo llevan a
emigrar. Más allá, olvidan que las migraciones en sí son un fenómeno
multicausal, al mismo tiempo histórico y propio de las sociedades
modernas, que se atiende mediante políticas de desarrollo y con un
enfoque de derechos humanos. Es importante comprender que los mi-
grantes centro y sudamericanos no son “delincuentes”, sino personas
que buscan mejorar su calidad de vida y tienen derecho a buscar las
oportunidades que, como en el caso de muchos de nuestros propios
compatriotas, no encuentran en su país de origen. Si pretendemos
que los migrantes mexicanos sean tratados con dignidad en los Es-
tados Unidos, debemos empezar poniendo el ejemplo. El buen juez...