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Biografia de carlos marx.

Pensador socialista y activista revolucionario de origen alemán (Tréveris, Prusia


occidental, 1818 - Londres, 1883). Karl Marx procedía de una familia judía de
clase media (su padre era un abogado convertido recientemente al
luteranismo). Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena,
doctorándose en Filosofía por esta última en 1841.

Desde esa época, el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre la dialéctica


de Hegel, si bien sustituyó el idealismo de éste por una concepción materialista,
según la cual las fuerzas económicas constituyen la infraestructura que
determina en última instancia los fenómenos «superestructurales» del orden
social, político y cultural.

Karl Marx

En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el
interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa y por los
primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical, Marx
trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas le
obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).

Por entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se
plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y política de ambos. Fue
expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras una breve
estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en la
Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres,
en donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su obra escrita. Su
dedicación a la causa del socialismo le hizo sufrir grandes dificultades
materiales, superadas gracias a la ayuda económica de Engels.

Marx partió de la crítica a los socialistas anteriores, a los que calificó de


«utópicos», si bien tomó de ellos muchos elementos de su pensamiento (de
autores como Saint-Simon, Owen o Fourier); tales pensadores se habían
limitado a imaginar cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a esperar
que su implantación resultara del convencimiento general y del ejemplo de
unas pocas comunidades modélicas.

Por el contrario, Marx y Engels pretendían hacer un «socialismo científico»,


basado en la crítica sistemática del orden establecido y el descubrimiento de las
leyes objetivas que conducirían a su superación; la fuerza de la Revolución (y
no el convencimiento pacífico ni las reformas graduales) serían la forma de
acabar con la civilización burguesa.

En 1848, a petición de una Liga revolucionaria clandestina formada por


emigrantes alemanes, Marx y Engels plasmaron tales ideas en el Manifiesto
Comunista, un panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto de las
revoluciones europeas de 1848.

Posteriormente, durante su estancia en Inglaterra, Marx profundizó en el


estudio de la economía política clásica y, apoyándose fundamentalmente en el
modelo de David Ricardo, construyó su propia doctrina económica, que plasmó
en El Capital; de esa obra monumental sólo llegó a publicar el primer volumen
(1867), mientras que los dos restantes los editaría después de su muerte su
amigo Engels, poniendo en orden los manuscritos preparados por Marx.

Partiendo de la doctrina clásica, según la cual sólo el trabajo humano produce


valor, Marx denunció la explotación patente en la extracción de la plusvalía, es
decir, la parte del trabajo no pagada al obrero y apropiada por el capitalista, de
donde surge la acumulación del capital. Criticó hasta el extremo la esencia
injusta, ilegítima y violenta del sistema económico capitalista, en el que veía la
base de la dominación de clase que ejercía la burguesía.

Sin embargo, su análisis aseguraba que el capitalismo tenía carácter histórico,


como cualquier otro sistema, y no respondía a un orden natural inmutable
como habían pretendido los clásicos: igual que había surgido de un proceso
histórico por el que sustituyó al feudalismo, el capitalismo estaba abocado a
hundirse por sus propias contradicciones internas, dejando paso al socialismo.
La tendencia inevitable al descenso de las tasas de ganancia se iría reflejando
en crisis periódicas de intensidad creciente hasta llegar al virtual
derrumbamiento de la sociedad burguesa; para entonces, la lógica del sistema
habría polarizado a la sociedad en dos clases contrapuestas por intereses
irreconciliables, de tal modo que las masas proletarizadas, conscientes de su
explotación, acabarían protagonizando la Revolución que daría paso al
socialismo.

En otras obras suyas, Marx completó esta base económica de su razonamiento


con otras reflexiones de carácter histórico y político: precisó la lógica de lucha
de clases que, en su opinión, subyace en toda la historia de la humanidad y que
hace que ésta avance a saltos dialécticos, resultado del choque revolucionario
entre explotadores y explotados, como trasunto de la contradicción inevitable
entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el encorsetamiento al que las
someten las relaciones sociales de producción.

También indicó Marx el sentido de la Revolución socialista que esperaba, como


emancipación definitiva y global del hombre (al abolir la propiedad privada de
los medios de producción, que era la causa de la alienación de los
trabajadores), completando la emancipación meramente jurídica y política
realizada por la Revolución burguesa (que identificaba con el modelo francés);
sobre esa base, apuntaba hacia un futuro socialista entendido como realización
plena de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, como fruto de una
auténtica democracia; la «dictadura del proletariado» tendría un carácter
meramente instrumental y transitorio, pues el objetivo no era el reforzamiento
del poder estatal con la nacionalización de los medios de producción, sino el
paso -tan pronto como fuera posible- a la fase comunista en la que,
desaparecidas las contradicciones de clase, ya no sería necesario el poder
coercitivo del Estado

Marx fue, además, un incansable activista de la Revolución obrera. Tras su


militancia en la diminuta Liga de los Comunistas (disuelta en 1852), se movió
en los ambientes de los conspiradores revolucionarios exiliados, hasta que, en
1864, la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) le dio la
oportunidad de impregnar al movimiento obrero mundial de sus ideas
socialistas. Gran parte de sus energías las absorbió la lucha, en el seno de
aquella primera Internacional, contra el moderado sindicalismo de los obreros
británicos y contra las tendencias anarquistas continentales representadas por
Proudhon y Bakunin. Marx triunfó e impuso su doctrina como línea oficial de la
Internacional, si bien ésta acabaría por hundirse como efecto combinado de las
divisiones internas y de la represión desatada por los gobiernos europeos a raíz
de la revolución de la Comuna de París (1870).

Retirado desde entonces de la actividad política, Marx siguió ejerciendo su


influencia a través de sus discípulos alemanes (como Bebel o Liebknecht); éstos
crearon en 1875 el Partido Socialdemócrata Alemán, grupo dominante de la
segunda Internacional que, bajo inspiración decididamente marxista, se fundó
en 1889.

Muerto ya Marx, Engels asumió el liderazgo moral de aquel movimiento y la


influencia ideológica de ambos siguió siendo determinante durante un siglo. Sin
embargo, el empeño vital de Marx fue el de criticar el orden burgués y preparar
su destrucción revolucionaria, evitando caer en las ensoñaciones idealistas de
las que acusaba a los visionarios utópicos; por ello no dijo apenas nada sobre el
modo en que debían organizarse el Estado y la economía socialistas una vez
conquistado el poder, dando lugar a interpretaciones muy diversas entre sus
seguidores.

Dichos seguidores se escindieron entre una rama socialdemócrata cada vez más
orientada a la lucha parlamentaria y a la defensa de mejoras graduales
salvaguardando las libertades políticas individuales (Kautsky, Bernstein, Ebert)
y una rama comunista que dio lugar a la Revolución bolchevique en Rusia y al
establecimiento de Estados socialistas con economía planificada y dictadura de
partido único (Lenin, Stalin, Mao).

Continuación de carlos marx


El paulatino y ya casi evidente fracaso de supuestas aplicaciones prácticas de
sus ideas políticas y económicas, no debe ensombrecer la talla de Karl Marx como
pensador revolucionario, cuya obra significó en las ciencias socioeconómicas un vuelco
similar al producido por Freud en la psicología o Einstein en la física. La cristalización y
dogmatización de su brillante propuesta intelectual ha tenido un precio que la historia
juzgará y él no hubiera avalado. Con Marx, la ética política deja de ser una ciencia
infusa y la doctrina económica una velada defensa de intereses particulares. Después de
él, la comunidad internacional ya no tiene excusas racionales para no avanzar hacia la
justicia y la igualdad desde el análisis científico de los hechos, sus relaciones, causas y
consecuencias.

Karl Marx nació en la Renania prusiana actual Alemania, en la ciudad de Trier (antes
Trèves, en español Tréveris) el 5 de mayo de 1818. Fue uno de los siete hijos del
abogado judío Heinrich Marx y de su esposa holandesa Henrietta Pressburg. El padre
era un hombre inclinado a la Ilustración y a las ideas moderadamente liberales, devoto
de Kant y de Voltaire. Por tanto, Karl tuvo una infancia habitual en la burguesía culta de
su tiempo, y asistió a la escuela y cursó el bachillerato en su ciudad natal.

Karl Marx

En octubre de 1835, con diecisiete años, se inscribió en los cursos de humanidades de


la Universidad de Bonn. Pasó allí sólo un año, en el que estudió griego e historia y llevó
una agitada vida estudiantil, incluyendo un duelo y un día de calabozo por alcoholismo y
desórdenes (fue la única vez que el fundador del comunismo científico estuvo en
prisión). El ambiente universitario de Bonn era rebelde y politizado, por lo que Karl se
hizo miembro de un círculo en el que se discutía de política y poesía, y llegó a presidir el
Club de las Tabernas, que tenía otros fines. Pese a tantas actividades, de pronto
resolvió pasarse a la Universidad de Berlín, en la que ingresó al año siguiente, también
en el mes de octubre.

En Berlín se apuntó para estudiar leyes y filosofía, sin abandonar su inclinación por la
historia. Encontró muchos amigos y una novia, Jenny von Westphalen, joven inteligente
y atractiva de veintidós años (cuatro más que Karl Marx), perteneciente a una familia
de funcionarios de reciente nobleza, que jamás tragarían al «noviecito» judío e
intelectual de Jenny.

Un joven hegeliano

Georg W. F. Hegel acababa de morir y el ambiente universitario berlinés era


fervorosamente hegeliano, aunque cada grupo o cenáculo estudiantil interpretaba las
ideas del creador de la dialéctica a su manera. El joven Marx se vio inmerso en esas
discusiones, que lo llevaron a una profunda depresión y al primer descalabro de su frágil
salud. En prenda a su rigor intelectual, aceptó incorporarse a «una concepción que
odiaba» (según carta a su padre de noviembre de 1837) y se unió al grupo de
seguidores del joven profesor Bruno Bauer, que sostenía las ideas más progresistas y
democráticas de la obra de Hegel y el cuestionamiento del pensamiento matemático y
formal.

Casa natal de Marx

Bauer fue expulsado de la universidad por «radical» en 1839, pero los jóvenes
hegelianos ya eran republicanos de izquierdas que utilizaban la filosofía y la dialéctica
como instrumento crítico de la rígida sociedad prusiana en la que vivían. No obstante,
Marx y sus compañeros eran todavía idealistas y bastante románticos, al confiar en que
la sociedad cambiaría gracias al desarrollo de la cultura y la educación. Esta posición no
era compartida por el periodista Adolph Rutemberg, el más íntimo amigo de Karl en esa
época, que lo impulsaba a conocer la lóbrega realidad de los obreros y los
menesterosos.

A instancias de sus amigos y de Jenny, en abril de 1841 presentó una brillante tesis
doctoral que contrastaba la filosofía de Demócrito y la de Epicuro, incluyendo la después
famosa frase: «La crítica es también teoría», con lo que se doctoró en filosofía cuando
aún no había cumplido veintitrés años. No irían mucho más allá sus logros académicos.
A principios del año siguiente se incorporó a una publicación fundada por las fuerzas
más progresistas de Colonia, entonces capital industrial de Prusia.
Como redactor de la Rheinische Zeitung (Gaceta de Renania), Marx tomó contacto con
las realidades sociales y la naturaleza crudamente clasista de la legislación prusiana.
Nombrado otra vez director de la revista en octubre de 1842, sus crónicas
parlamentarias desde la Dieta renana denunciaban al Estado como guardián y valedor
de los intereses de los empresarios y expresaban su interpretación radical del
pensamiento hegeliano, en tanto que el Estado no cumplía su función esencial como
realización ética de la especificidad humana.

Su labor como periodista político lo llevó a tomar conocimiento de los movimientos


obreros en Francia e Inglaterra, especialmente por las crónicas de Heine desde París y
Lyon, y de las ideas del socialismo utópico mantenidas por Fourier, Owen, Saint Simon
y Weitlig. Desde hacía un tiempo estaba fuertemente Influido por el pensamiento de
Ludwig von Feuerbach, discípulo de Hegel que elaboró lo que suele resumirse como un
«humanismo ateo». Marx comenzó a intentar casar ese materialismo con la dialéctica
hegeliana sin llegar a plantearse todavía nada que pudiera llamarse lucha de clases.
Justificaba en sus artículos las reivindicaciones proletarias europeas como rebelión de
«la clase que hasta ahora no ha poseído nada», un fenómeno natural y circunstancial
motivado por la insensibilidad del estamento dominante, que no cumplía
adecuadamente su papel rector. Incluso criticaba abiertamente las ideas del comunismo
utópico por su parcialidad clasista, que dejaba de lado las «comprensiones objetivas» de
la realidad. En última instancia siguió defendiendo el estado integral humanista de
Hegel, frente al «estado de artesanos» que, en su opinión, propiciaban los
protocomunistas.

La censura prusiana presionó seriamente contra los editores de la Rheinische Zeitung y


Marx se vio obligado a dimitir. No deseaba regresar a la carrera académica a causa del
rígido control ideológico implantado por el gobierno en la universidad. Tras siete años
de noviazgo, se casó con Jenny en junio de 1843 y ambos se sumaron a la emigración
política alemana que se dirigió a París. Allí conocería a la crema de la juventud
revolucionaria europea, como Heine, Borne, Proudhon y, sobre todo, Friedrich Engels.

El Manifiesto comunista

Marx siguió trabajando sobre la base del humanismo abstracto de Feuerbach, que
criticaba la religión y la filosofía especulativa. Por su parte, Engels lo convenció de la
importancia de profundizar los estudios económicos. Junto al hegeliano Arnold Ruge
editó en 1844 el Deutsch Französische Jahrbücher (Anuario AlemánFrancés), que incluía
dos extensos artículos de Marx: «La cuestión judía» y «La filosofía hegeliana del
derecho» en el que escribía el célebre aserto: «La religión es el opio de los pueblos»
(metáfora de gran actualidad, pues Inglaterra acababa de invadir China en la llamada
«guerra del opio»). También trabajó en esa época en unos Manuscritos
económicofilosóficos, que dejó en borrador y no publicó durante su vida. En ellos se
refleja especialmente el momento de transición que atravesaba su pensamiento, y el
proceso de elaboración de lo que él mismo llamaría la «mezcla» entre el análisis crítico
de las ideas y el estudio e interpretación de los datos reales.
Marx y Engels

La presión de Prusia sobre el gobierno de Guizot hizo que Karl Marx abandonara París.
El 5 de febrero de 1845 se instaló en Bruselas, donde transcurrirían dos años de
fecundo trabajo en colaboración con Engels. Fue en ese período cuando efectuaron la
primera formulación del materialismo dialéctico y escribieron La sagrada familia, La
ideología alemana y Miseria de la filosofía, este último cuestionando el libro de Proudhon
Filosofía de la miseria.

En 1847 Marx llegó a Londres y tomó contacto con una sociedad secreta en formación,
la Liga de los Justos, integrada principalmente por artesanos alemanes emigrados, que
le pidieron que escribiera sus estatutos. Engels los relacionó con los obreros
izquierdistas ingleses, y ambos trabajaron desde diciembre hasta enero de 1848 en la
carta fundacional de la Liga, que se publicó como Manifiesto comunista. La declaración
comienza con una frase que se hizo famosa: «La historia de toda sociedad que haya
existido hasta hoy, es la historia de una lucha de clases». Y entre sus consideraciones
afirma que las fuerzas productivas están en tensión constante con «las relaciones de
producción, con las relaciones de propiedad, que son las condiciones de vida de la
burguesía y de su dominio».

Según escribiría más tarde Engels, fue en este período cuando se produjo el punto de
inflexión conceptual que rebasó a Feuerbach, pasando «del culto del hombre abstracto a
la ciencia del hombre real y su evolución histórica». Apareció entonces también la idea
de la «sobreestructura» compuesta por las instituciones y formaciones ideológicas,
frente a la Verhaltnisse (palabra alemana que significa tanto condiciones como
relaciones) de producción y apropiación del producto social.

En ese momento estallaron en Europa una serie de revoluciones populares en cadena


que afectaron a Francia, Italia y Austria, con repercusiones sociales en Alemania e
Inglaterra. Marx fue invitado a París por el gobierno provisional y se opuso con
vehemencia a la expedición «liberadora» sobre Alemania que proponía el poeta Georg
Herwegh. Esto le granjeó una gran impopularidad entre los revolucionarios, pese a que
él y Engels pasaron en abril de 1848 a Alemania para colaborar con las fuerzas
democráticas. La propuesta de Marx era una alianza de los trabajadores con la
burguesía progresista, que lo llevaría a enfrentamientos frontales con los líderes
obreros.

Marx resucitó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung, que tuvo corta vida debido al
contraataque represivo del gobierno prusiano. En su último número, espectacularmente
impreso en tinta roja, la revista convocaba tardíamente a la resistencia armada. En
1849, ante el fracaso de la revolución, Marx volvió a París, de donde fue nuevamente
expulsado. Pasó a Londres, ciudad en la que viviría el resto de sus días. El desencanto
circunstancial respecto al activismo político y su rechazo al radicalismo utópico de
algunos compañeros, lo llevó a disolver en 1850 la Liga de los Comunistas.
El cerebro de la Internacional

La primera época en Londres fue bastante dura para Karl Marx, sumido en la pobreza,
aquejado por su mala salud y acechado por los acreedores. La familia sobrevivió seis
largos años en dos míseros cuartos del Soho, gracias a las ayudas que enviaba Engels
desde la factoría de su padre en Manchester, donde trabajaba como contable. También
colaboraron a su sustento Wilhelm Wolff, amigo de Karl, y esporádicos envíos de los
parientes de Jenny. Dos de los cuatro niños de los Marx murieron en esos años de
privaciones y sufrimientos.

A fines de 1851 el New York Tribune lo designó corresponsal, lo que alivió en parte su
situación económica y mucho su dignidad. En once años de colaboración, Marx escribió
para ese diario más de quinientos artículos y editoriales, un tercio de ellos con Engels.
En esa etapa de su labor intelectual comenzó a preparar datos y materiales para el
primer volumen de El capital (Das Kapital). Trabajos como la Contribución a la crítica de
la economía política, Teorías sobre la plusvalía o un nuevo Esbozo para una crítica de la
economía política suelen ser considerados como escritos preparatorios de su
monumental obra teórica. Mientras tanto, no dejó de mantener nuevos enfrentamientos
con los que llamaba «aventureros» y «alquimistas» de la revolución.

No obstante, cuando en 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de


Trabajadores (conocida popularmente como la Internacional), sus dirigentes llamaron a
Karl Marx a participar y a colaborar en la redacción de sus primeros documentos. Si
Marx es considerado el creador del comunismo moderno, y la Internacional su primera
formación concreta para los trabajadores de todo el mundo, lo cierto es que aquél no
fue fundador ni líder de ésta, sino sólo el guía intelectual de un sector de la misma.

Como miembro del consejo general, trabajó activamente en la redacción de la memoria


inicial y los estatutos de la asociación, al tiempo que completaba la elaboración del
primer volumen de El capital, que se editó en Londres en 1867. Fue el único volumen
publicado en vida de su autor (los volúmenes II y III los dio a conocer Engels,
respectivamente, en 1885 y 1894), y el conjunto de esta obra tuvo una influencia
decisiva a lo largo del siguiente siglo. Sólo bastante más tarde se comenzó a dar
importancia al estudio y conocimiento de los trabajos anteriores y juveniles de Karl
Marx. El núcleo ideológico de El capital parte de la negación de la especulación filosófica
como fundamento de la acción política revolucionaria, que debe basarse en el
conocimiento positivo de la realidad histórica social y económica. En este último
aspecto, introduce el concepto de la «plusvalía» como valor del trabajo humano del que
se apropia el dueño de los medios de producción.

La Internacional nació en un momento propicio, como propuesta de unión y


organización concreta del movimiento obrero, en tanto expresión de la clase trabajadora
más allá de las fronteras nacionales. En 1869 alcanzaba ya la cifra de 800.000
asociados, con un consejo general integrado por representantes de las «secciones» de
los distintos países. En 1870 Engels consiguió trasladarse a Londres. Curiosamente,
fueron los italianos quienes le pidieron que se incorporase al consejo como delegado de
su sección. La entrada de su estrecho colaborador alivió a Marx de la intensa tarea
como «cerebro» de la asociación y le permitió dedicar más tiempo a sus estudios en el
Museo Británico y a sus escritos teóricos.
Marx en 1882

Pese a ser quien era, Karl Marx no era un nombre muy conocido en el resto de Europa:
en parte porque escribía en alemán (pero sus obras no se publicaban todavía en
Alemania) y en parte porque sus elaboraciones conceptuales y su estilo no estaban
precisamente al alcance de las masas. Fue el levantamiento popular de París en 1871,
conocido como la Comuna, el que adoptó El capital como fundamento teórico, proclamó
la primera experiencia histórica de «dictadura del proletariado» y difundió el nombre de
Karl Marx por todo el mundo. La mayor parte de los revolucionarios y líderes obreros
adoptaron sus ideas (aunque no todos las bebieran en su fuente original) y se inició la
veneración de su persona y su obra como quintaesencia del pensamiento revolucionario.

Mientras tanto, el Marx de carne y hueso estaba enredado en una furiosa disputa de
facciones en el seno del consejo general de la Internacional. Su adversario era Mijaíl
Bakunin, y el tema de enfrentamiento era el camino a seguir en la lucha revolucionaria.
El líder anarquista ruso, que había levantado la Comuna de Lyon en 1870, propiciaba la
destrucción de los estados nacionales y disentía del papel que otorgaba su rival al
partido y a los obreros industriales como vanguardia revolucionaria. El enfrentamiento
se alimentaba también de las fuertes y tozudas individualidades de ambos adversarios y
de su inocultable encono personal. Marx, que no estaba libre de prejuicios, llegó a
afirmar: «No me fío de los rusos». Hay quien, no sin ironía, vio en esa frase una cierta
intuición profética.

En el congreso celebrado en 1872 en La Haya, los partidarios de Marx consiguieron la


expulsión de Bakunin y sus seguidores de la Asociación Internacional de Trabajadores.
En el mismo encuentro, Engels anunció que la sede del consejo se trasladaría de
Londres a Nueva York, noticia que fue recibida con justificada preocupación por los
asistentes. En efecto, la que pasaría a la historia como la I Internacional languideció en
su sede americana hasta desaparecer. Luego vendrían la II, III y IV Internacional, de
diverso signo ideológico y sin vinculación con la persona de Marx. Éste decidió retirarse
del activismo político en 1873, para dedicarse al estudio y el trabajo teórico.

Varios autores consideran que la capacidad intelectual de Karl Marx se debilitó


notablemente en la última década de su vida. Lo cierto es que era un hombre enfermo,
casi sexagenario y profundamente desengañado por la incomprensión o la trivialización
de su pensamiento por muchos de los que deberían desarrollarlo y llevarlo a la práctica.
En sus obras de madurez recuperó buena parte del estilo y la terminología del lenguaje
filosófico de Hegel, según el propio Marx, por «coqueteo intelectual» con la obra de su
antiguo maestro y como respuesta a la «vulgarización» que mostraba la cultura de
izquierdas desde hacía varios años. Por otra parte, buscó también expresar su
reconocimiento al fundador de la dialéctica, pese a no haber compartido sus
«mixtificaciones idealistas».

Pese a ese semirretiro y a la declinación de sus energías creativas, Marx recibió en esta
etapa final visitas y correspondencia de líderes obreros y políticos. Nunca descuidó y
siempre mantuvo un magnetismo personal sobre los círculos revolucionarios (incluso los
que no compartían sus puntos de vista), que no podían sustraerse a lo que Engels
denominaba su «peculiar influencia». Hacia 1877 con la salud muy quebrantada, se
refugió definitivamente en la vida hogareña. Y fue precisamente en el círculo familiar
donde se produjeron dos desgracias consecutivas que probablemente precipitaron su
muerte. El 2 de diciembre de 1881 falleció su esposa, y apenas un año después, el 11
de enero de 1883, su hija mayor, Jenny Longuet. Solo, abatido, con la mente debilitada
y los pulmones seriamente afectados, Karl Marx murió o se dejó morir el 14 de marzo
de 1883. Su tumba en un cementerio londinense es hasta hoy meta de peregrinación de
marxistas y no marxistas que veneran la importancia de su obra y la profunda apertura
intelectual de su pensamiento.
Augusto Comte
Pensador francés, padre del positivismo (Montpellier, 1798 - París, 1857).
Rompiendo con la tradición católica y monárquica de su familia, se orientó
durante la época de la Restauración hacia el agnosticismo y las ideas
revolucionarias. Desde 1817 se vinculó al socialista Saint-Simon, para el cual
trabajó de secretario hasta su ruptura en 1824.

Augusto Comte

Descubierto bajo su influencia el problema social, Comte consagraría su


esfuerzo a concebir un modo de resolverlo, cerrando la crisis abierta por la
Revolución francesa y sus consecuencias. Halló la respuesta en la ciencia, hacia
la que estableció un verdadero culto: el conocimiento objetivo que proporciona
la ciencia debía aplicarse a la ordenación de los asuntos políticos, económicos y
sociales, superando las ideologías apoyadas en la imaginación, los intereses o
los sentimientos.

Contra la libertad de pensamiento, origen de la anarquía moral que atribuía a la


Revolución, no oponía el dogma religioso o los principios de la tradición, sino la
«ciencia positiva» que, al atenerse a los hechos tal como son, proporcionaba
-según él- el único punto de apoyo sobre el que se podría edificar un futuro de
«orden y progreso». Contrario al individualismo y a la democracia, confiaba en
un mundo regido por el saber, en el que productores y banqueros ejercerían
una especie de dictadura.

Tales ideas, fundamento del pensamiento positivista, tuvieron un gran éxito en


los países occidentales desde mediados del siglo XIX, proporcionando un credo
laico para el mundo del capitalismo liberal y de la industria triunfante. Sin
embargo, Comte vivió una vida desgraciada: el exceso de trabajo le produjo
problemas psiquiátricos, un intento de suicidio y el abandono de su mujer.

Su rebeldía y su intransigencia le impidieron insertarse en el mundo académico:


expulsado en 1817 de la Escuela Politécnica, no pudo acabar sus estudios, que
completó de forma autodidacta; luego, aunque llegó a enseñar en la misma
escuela desde 1832, no pudo obtener cátedra en ella, y fue expulsado de nuevo
en 1844. Sólo la ayuda económica de algunos admiradores (como Littré o John
Stuart Mill) le salvó de la miseria.

En 1848 creó una Sociedad Positivista, que tuvo seguidores sobre todo en los
países anglosajones. Su pensamiento, reflejado en obras como Curso de
filosofía positiva (1830-42) o Sistema de política positivista (1851-54), ha
ejercido influencia sobre las más diversas ramas del conocimiento (filosofía,
medicina, historia, sociología…) y sobre corrientes políticas diversas (incluyendo
el pensamiento reaccionario de Maurras).

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