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Poco le ha valido al país fundar una escuela de ingeniería antes que los estadounidenses y
contar con una universidad, la Real y Pontificia Universidad de México. Mientras los
colonizadores ingleses al llegar hicieron sus propias reglas y leyes, tomando solo lo que les
fuera útil de viejo mundo, los colonizadores españoles se mantuvieron unidos a España hasta
con el término de Maximiliano en 1867, quien ordenó el cierre de la Universidad de México
en 1862. La institución fue reabierta hasta 1919.
Esta historia empieza en México con la llegada de los españoles. Antes de ese evento, el
imperio Azteca era vasto y poderoso. Bernal Díaz del Castillo, en su obra afirma que los
españoles vieron al llegar ala Gran Tenochtitlán fue una gran ciudad y todas las que había
dentro del agua. Los conquistadores describieron, de manera sucinta, los caminos y calzadas
como admirables. Dos acueductos unían a la ciudad con la tierra firme: el de Chapultepec y el
de Coyoacán.
Los aztecas tenían grandes ingenieros que habían resuelto los apremiantes problemas de toda
gran ciudad, que son los caminos, el agua potable y el tratamiento de los desechos humanos
todo dentro de un lago. Incluso construyeron un gran dique al oriente de la ciudad para evitar
las inundaciones, ese dique fue demolido por los españoles y nunca más fue reconstruido y su
destrucción y su destrucción ha sido la causa de grandes inundaciones de la capital.
Su sociedad estaba claramente diferenciada en clases y aunque era una sociedad guerrera y
esclavista había logrado un gran florecimiento en ciencia y artes.
Un gran problema desde aquél tiempo, y que subsiste hasta nuestros días, fueron los caciques.
El cacique es un terrateniente que se apoya en un gobierno central, le interesa el control
político y militar de su territorio, veía a los pobladores de sus tierras casi como esclavos.
Cacique significa señor de los vasallos o persona que tiene influencia excesiva en un lugar. El
término patrón sustituyó al de amo. Ala llegada de los españoles se conformó un sistema
educativo que no cambió en nada el antiguo sistema del cacicazgo. Los europeos se dieron
cuenta de que el sistema establecido era apropiado para una conquista casi pacífica. Teniendo
contento al cacique, dominaban al pueblo. El emperador les daba todo su apoyo para extender
su dominio hasta lugares muy distantes. El cacique seguía obedeciendo legalmente al gobierno
central; pero era libre de disponer de las vidas de los dominados.
Los colegios fundados por los españoles tuvieron como principal objetivo comunicarse en
cualquiera de las tres lenguas: castellano, latín o náhuatl, y después catequizar al pueblo. Con
la finalidad de dominarlo, los jóvenes que tenían fácilmente acceso a la educación eran los
hijos de los caciques, en estos estudios que tomaban había una clara tendencia de la enseñanza
del arte de gobernar, y eso no lo podían enseñar en masa.
Todo aquél que asistía a la escuela se convertía en un líder, debido que al tener más
conocimientos que al resto del pueblo, fácilmente podía ayudar a la comunidad. La educación
que se daba era sistematizada, fundada científicamente con inclinación a estimular el
desarrollo del estudiante. Eran templo-escuelas, pues estaban controladas por el clero.
Los artesanos estaban bien organizados con el apoyo del gobierno. Para ejercer como artesano
se debían presentar dos exámenes: oral y práctico. Todo maestro artesano que quisiera trabajar
en la ciudad de México debería tener licencia de cabildo. El maestro artesano con licencia era
artesano y educador.
En aquel tiempo y por falta de espacio físico y de reflexión y discusión, las publicaciones
periódicas constituían la única forma de difundir la ciencia. El presbítero José Antonio Álzate,
el médico y matemático José Ignacio Bartolache, Velásquez de León y León y Gama,
formaron un grupo, ellos realizaron la mayoría de las investigaciones y publicaciones fuera de
la estructura educativa formal.
Otra razón por la cual se estableciera una universidad de ingeniería era el hecho de conseguir
materias primas baratas en las colonias; pues el papel moneda no existía y el pago universal
era los metales preciosos y el hierro por el desarrollo industrial que algunas naciones
experimentaban rápidamente. México contaba con una enorme riqueza minera, de ahí que
fuese urgente explotar el potencial minero de nuestro país y para ello requerían ingenieros de
minas calificados, y su importación era costosa.
En México los egresados del Real Seminario de Ingeniería fueron insuficientes para atender la
demanda, hubo gran deserción en los estudios, y los pocos que concluían poseían
conocimientos eruditos, pero estaban alejados de la práctica minera; como consecuencia, los
empresarios mostraron poco interés en contratar tales egresados: Este hecho desmotivó la
creación de nuevas escuelas.
Aquí se pueden observar los tempranos errores de la educación superior del país. México aún
estaba controlado por españoles y la educación por decreto fue elitista. Esto provocó el primer
fracaso de la educación mexicana. Los egresados querían tener conocimientos para seguir
gobernando con más control, pero nunca en la industria, manufactura, o en la explotación de
las minas.
El barón Humboldt declaró que la enseñanza de las matemáticas era mejor en el Real
Seminario que en la Universidad. Los últimos adelantos mundiales en el conocimiento del
cálculo diferencial e integral ya se impartían en el Real Seminario, los más recientes
conocimientos científicos de la época eran importados por los españoles. El problema fue que
los mexicanos no lo supieron aprovechar para desarrollar al país, sino en beneficio propio.
Toda la industria mexicana, hasta mediados del siglo XVII fue totalmente artesanal. Los
gremios perdieron sus privilegios; además hubo escaladas de precios, aumento de jornadas de
trabajo y ya no se respetaban las reglas en las relaciones laborales entre maestros, oficiales y
aprendices. El siguiente error del nuevo gobierno monárquico fue suponer que al desaparecer
los privilegios gremiales se desarrollaría la industria y se alcanzaría una competencia
internacional. Los partidos políticos acordaron abrir las aduanas, lo anterior provocó la entrada
al país de mercancías inglesas y norteamericanas. Esta decisión casi acabó con los artesanos
mexicanos. Ya que los productos con los cuales competían procedían de un país muy
avanzado hablando de procesos y adelantos industriales, que como consecuencia hacían que
los productos costaran menos y sean de mejor calidad.
La siguiente noticia educativa ocurrió el 18 de abril de 1856, cuando por decreto de Ignacio
Comonfort, se creó la Escuela de Artes y Oficios, tanto en la capital como en algunos estados
del país. Esta decisión acabó con los gremios.
Lucas Alamán fue el primer gobernante que propuso soluciones a nivel general y no sólo para
beneficio de las castas dominantes. Creo el Banco de Avío para apoyar con préstamos a las
primeras fábricas modernas. Aun así el mundo seguía viendo a México a mediados del siglo
XIX como un botín para las grandes naciones. Entre estos se encontraban los norteamericanos,
los franceses, los ingleses y los españoles, mediante la compra de terrenos para instalar
fábricas y con préstamos al gobierno se apropiaban o se aprovechaban del país.
El país todavía padecía su última monarquía con Maximiliano de Habsburgo, quien gobernó
hasta 1867. El 22 de diciembre de 1865 el emperador expidió la Ley de Instrucción Pública.
Fue el primero que dispuso que la educación elemental fuera obligatoria y gratuita, con
vigilancia directa del Ministerio de Instrucción Pública. Maximiliano suprimió la universidad.
Además ordeno la reorganización de la educación superior. Adelantándose a Juárez, desplazó
al clero de la educación.
Los liberales suponían erróneamente, que al cancelar toda barrera aduanal, el libre juego de las
fuerzas del mercado sería el mejor motor para impulsar el desarrollo industrial del país. Su
suposición se basaba en el resultado obtenido por Estados Unidos, pero el enorme desarrollo
industrial que había alcanzado se debía a la infraestructura política y educativa, y a la filosofía
gubernamental. Para salir de ese terrible atraso en que nuestro país está sumido se necesita,
ante todo, cambiar el esquema educativo del país.
A los extranjeros no les convenía que México desarrollara su propia tecnología, además esto
era sumamente difícil. Los norteamericanos y los ingleses tenían una enorme ventaja sobre el
resto del mundo, ya que ellos eran los protagonistas de la Revolución Industrial. Mientras que
en México no había estructura para la educación en las ramas de la ingeniería.
En 1790 se estudiaban seis años para obtener el título de perito facultativo en el Real
Seminario de Minería. Para 1826, el mismo título se obtenía estudiando siete años en el
Colegio de Minería. En 1843 aparece el primer título de ingeniero en México, estudiando
nueve años en el Colegio de Minería. Este mismo título se otorgó hasta 1867 en la escuela
Nacional de Ingenieros, la cual fue creada por decreto de Benito Juárez. En este mismo año en
la Escuela Nacional de Ingenieros, se crearon las carreras de Ing. Topógrafo, Ing. Civil, Ing.
Hidrógrafo y agrimensor, cursando ocho años. En esa escuela se crearon las dos primeras
carreras relacionadas con la actividad industrial: la de ingeniero mecánico, y la de ingeniero
electricista.
Para 1883 se fundó la primera carrera de ingeniería industrial en la Escuela Nacional de
Ingenieros, con un plan de estudios de cuatro años. Al terminar el siglo XX, México contaba
con tan sólo tres especialidades de la ingeniería relacionadas con la industria.
La Reforma influyó muy poco en la enseñanza, México tuvo que sufrir dos invasiones, en ese
periodo. La Reforma provocó inestabilidad política y económica. No fue sino hasta 1880 con
Porfirio Díaz en el poder, que México empezó a diversificar en el campo industrial. Desde este
año hasta el fin de siglo se fundaron las grandes fábricas en el país, aunque de baja tecnología,
el Porfiriato fue la única época en que México ha tenido una balanza comercial positiva. Sin
embargo el Porfiriato fue una tragedia para el país.
En ésta época aparecen nuevamente los caciques. El éxito económico de Porfirio Díaz se basó
en la concentración de riqueza en manos de los hacendados y en el empobrecimiento
progresivo del resto de la población. La mayoría de las universidades permanecían cerradas
desde antes de la Reforma. Los pocos centros de educación superior estatales apenas se
sostenían por falta de recursos. Las familias dominantes preferían enviar a sus hijos a estudiar
a Europa y a Estados Unidos, para que a su regreso aplicaran sus conocimientos en sus propias
fábricas. Para Porfirio Díaz esos dos aspectos no eran relevantes, y sólo permitió el desarrollo
de lo que convenía a sus intereses. Durante el Porfiriato, México verdaderamente se repartió
entre cierto número de familias, con lo que el cacicazgo llegó a su esplendor.
Don Justo Sierra, reabrió la Universidad en 1910 y siempre consideró que sin hombres bien
preparados se hace imposible el progreso de las naciones. Porfirio Díaz protegió las Bellas
Artes, fundó bibliotecas, creo becas y fomento que la educación pudiera llegar al pueblo y no
sólo a la elite gobernante. También propició una mejor calidad de la enseñanza en todos los
niveles. A finales del siglo XIX los periódicos criticaban el hecho de que el gobierno prefería
la educación superior a las carreras técnicas, cuando aquella se impartí en escuelas
independientes entre sí. En 1892, el gobierno resolvió impartir educación profesional gratuita
para evitar que cayera en manos del clero, que sí cobraba cuotas. Para fines de este siglo la
matrícula nacional de nivel universitario estaba entre los 5000 y 6000 alumnos.
Reunido el Consejo Directivo de esta Escuela de Ingeniería Civil para considerar la petición
de los alumnos ha acordado por unanimidad de profesores y alumnos informar al consejo
universitario que realmente se debía procurar iniciar ya los estudios de dicha profesión , pues
se trata de una carrera necesaria para el país, pero haciendo constar al mismo tiempo que, si
bien no habría de necesitarse aumento alguno en el presupuesto para el funcionamiento del
primer curso, en cursos sucesivos será necesario proveer la creación de nuevas cátedras y
sobre todo de nuevos laboratorios y salas de máquinas aparte de lo previsto para Ingeniería
Civil.
DE LA INGENIERÍA INDUSTRIAL:
(1856 -1915)
En 1970 se abrió la carrera de Ingeniería Industrial en una nueva sección de ese departamento,
que posteriormente se conformó como la Escuela de Ingeniería Industrial. Los primeros
programas fueron diseñados con base en las necesidades y requerimientos del país y a la
experiencia adquirida por los ingenieros Róger Collins y Salomón Lechtman, en universidades
de Estados Unidos; dichos profesores fueron los primeros con quienes la Escuela contó.
La llegada de profesores extranjeros como el Ing. Pedro Rey y de los costarricenses Reinaldo
Castillo, Carlos Quesada, Enrique Kellerman, Delbert Clark, Jenaro Chinchilla y Jorge
Maroto, fortaleció el currículum y lograron el prestigio que disfruta hoy en día el Ingeniero
Industrial. Este prestigio se evidencia por la cantidad de colegas en altos puestos ejecutivos,
que aún en las situaciones cambiantes de nuestro medio con su aporte han logrado una mejor
Costa Rica.
Uno de los principios fundamentales de la industria moderna es que nunca considera a los
procesos de producción como definitivos o acabados. Su base técnico-científica es
revolucionaria, generando así, el problema de la obsolescencia tecnológica en períodos cada
vez más breves. Desde esta perspectiva puede afirmarse que todas las formas de producción
anteriores a la industria moderna (artesanía y manufactura) fueron esencialmente
conservadoras. Sin embargo, esta característica de obsolescencia e innovación no se
circunscribe a la ciencia y la tecnología, sino debe ampliarse a toda la estructura económica de
las sociedades modernas. En este contexto la innovación es, por definición, negación,
destrucción, cambio, la transformación es la esencia permanente de la modernidad.
AUMENTO DE LA POBLACION
a) Descenso de la mortalidad.
Reacción en cadena:
Salarios fijos:
Seguridad de las personas > matrimonios más jóvenes > más hijos.
Obstáculos al crecimiento
1. Mortalidad muy grande hasta finales del XIX e incluso principios del XX.
2. Hambrunas:
3. Epidemias:
1832: cólera.
4. Guerras.
-En Francia la natalidad está más restringida, debido a que los campesinos no querían dividir
sus tierras en muchos hijos para no perder su nivel de vida.
REVOLUCIÓN AGRÍCOLA
Sin la revolución agrícola, no se habría podido llevar a cabo la revolución industrial. • En
Inglaterra, a mediados del XVIII, hay cambios en la agricultura.
Al finalizar la séptima década del siglo XIX, la primera fase del capitalismo, la fase del libre
comercio, comienza a mostrar signos de debilidad. En 1873, se inicia la segunda gran crisis
del capitalismo, a la que se le denominó "la Gran Depresión" y aunque hubo recuperaciones en
1880 y 1888, estas fueron pasajeras prosiguiendo la crisis hasta mediados de la década de
1890.
Por otra parte, al finalizar el siglo XIX, la población de la región industrializada de Europa
experimentó un extraordinario crecimiento y para su alimentación fue necesario recurrir a la
importación de cantidades cada vez mayores de alimentos y de materias primas de Europa
Oriental, particularmente Rusia, y de los Estados Unidos. Esta extraordinaria demanda de
alimentos produjo: a) una rápida transformación de los métodos agrícolas. b) el desarrollo de
técnicas para la conservación y transporte de alimentos.
El motor de combustión interna hizo posible las plantas de luz, el aeroplano y en combinación
con el motor eléctrico permitió el desarrollo del automóvil y de la industria automotriz. El
motor eléctrico resultó ser un medio más flexible para satisfacer la necesidad de disponer de
unidades más pequeñas para las industrias menores. Pero la posibilidad de utilizar estas
unidades dependía, a su vez, de que se contara con una amplia red de abastecimiento de
energía eléctrica. Esto fue posible una vez que comienzan a demandarse servicios domésticos.
Primero se desarrollaron las redes de agua y gas, después se construyeron las redes
telegráficas y telefónicas y finalmente Thomas A. Disón desarrolló un procedimiento que
permitió producir y distribuir la electricidad para generar luz y sentó las bases para el
desarrollo de la industria eléctrica pesada, con un carácter monopolista y científico.
Por último, el acero y los motores eléctricos y de combustión interna comenzaron a utilizarse
para el desarrollo de maquinaria agrícola, la cual junto con los abonos artificiales y la
selección de semillas y animales sentaron las bases para el surgimiento de la agricultura
científica, iniciándose la industrialización del sector agrícola.
Por su parte Henry Ford introdujo en su propia empresa (Ford Motor Compañía), en 1914 la
racionalización del trabajo a través de la Producción en Masa, el principio de la participación
de todo el personal en los beneficios de la empresa, y el principio de los altos salarios a fin de
crear capacidad de compra.
Entre 1945 y 1970 puede considerarse como la "Edad de Oro" de la posguerra de la Economía
Norteamericana, ya que durante los veinticinco años que duró esta trama histórica, el salario y
la productividad aumentaron a ritmos similares.
Empero, a fines de la década de los sesenta y principios de los setenta la "Edad de Oro" del
capitalismo comienza a tambalearse, pero esta vez, no se trata de una crisis de
sobreproducción, como anteriormente había ocurrido; ahora lo que existe es una "crisis de
rentabilidad originada por un descenso del ritmo histórico del aumento de la productividad."
La tercera RCT emerge como respuesta a la crisis económica que experimenta el capitalismo a
nivel mundial, hace más de veinte años.
Las áreas donde están ocurriendo las innovaciones tecnológicas son: Energía nuclear,
informática, robótica, biotecnología, telecomunicaciones y ciencias del espacio.
200 años en la historia de la Ingeniería en México
Los seres que nacen en este planeta tienen solamente dos opciones para asegurar su
supervivencia. La primera consiste en aceptar las rudas condiciones impuestas por los caprichos
de la naturaleza: adaptarse o morir. Esta estrategia es la que ha tenido que seguir la vida en su
evolución primitiva y es la que nos ha sido recordada con la celebración, durante todo el año
2009, del bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y de los 150 años de la publicación del
Origen de las especies. Sin embargo, los seres con mayor inteligencia cuentan ahora con una
segunda posibilidad: modificar el medio circundante y ponerlo a su servicio. Tal es la actitud que
han adoptado las civilizaciones modernas, encargando esta tarea principalmente a algunos de sus
miembros mejor preparados: los ingenieros. A ellos les corresponde transformar el mundo para
beneficio de la sociedad. En los últimos decenios esta segunda estrategia ha sido objeto de
severas críticas por parte de los defensores del medio ambiente. Los autores de todo proyecto de
obra nueva de ingeniería importante se encuentran sujetos a averiguaciones inquisitoriales por
parte de algunos apóstoles de la defensa de la naturaleza que consideran que mover una piedra
altera el orden natural. Es entendible y hasta muy loable la actitud idealista de estos censores,
pero ninguno de ellos consideraría seriamente volver a la vida silvestre y renunciar a las cómodas
protecciones modernas contra la intemperie y los depredadores que les ha ofrecido la ingeniería.
La verdad es que el progreso debe consistir en la búsqueda de un equilibrio que concilie la
armonía con la naturaleza y el control eficiente de sus excesos. Para definir la mejor forma en la
que puede lograrse tal objetivo, la sociedad no tiene otra opción que recurrir a… los ingenieros.
Son ingenieros los que dedican su inteligencia y talento a la solución de los problemas inmediatos
o futuros que encuentra el hombre en su relación con la naturaleza. Dentro de esta categoría se
encuentran muchos individuos que no necesariamente tienen una preparación formal de ingeniero
en el sentido estrecho que muchos le dan actualmente. Todos, sin embargo, tienen en común una
característica esencial: la de saber pensar antes de actuar y de saber actuar después de pensar. Ni
la acción impulsiva ni la especulación estéril tienen su lugar en la ingeniería. Es buen ingeniero el
que es capaz de predecir con aproximación suficiente el comportamiento del medio que lo rodea
y las consecuencias de cualquier alteración del mismo. Además, debe saber actuar con decisión a
partir de este conocimiento para lograr los objetivos desea-dos dentro de las restricciones
existentes de tiempo y costo. Tales aptitudes implican tener capacidad para elaborar y utilizar con
rigor unos modelos conceptuales que pueden ir desde los más elementales: reglas del arte basadas
en el empirismo, hasta los más sofisticados: teorías fundamentadas en conceptos avanzados de la
física y las matemáticas. Estos modelos predictivos le han otorgado al hombre un enorme poder
sobre la naturaleza, dándole al mismo tiempo conciencia de su propia mortalidad, un hallazgo
desagradable al que algunos atribuyen el nacimiento de las religiones.1 La capacidad de actuar
correcta y eficientemente después de pensar depende de otras características del individuo como
la responsabilidad, la voluntad, la ambición y la valentía, acompañadas de un sólido sentido
práctico y de un fuerte compromiso con la sociedad.
Debe subrayarse que, llevadas al extremo, algunas de las virtudes del ingeniero pueden
transformarse en sus más graves debilidades. Al ingeniero de alta formación científica le puede
ocurrir, al igual que al poeta, que “sus alas de gigante le impidan caminar”.2 De ahí que, salvo
notables excepciones, las incursiones de los ingenieros en la política, donde el rigor y la verdad
verificable no tienen el mismo lugar preponderante que en la ingeniería, no hayan sido siempre
exitosas. El ingeniero esencialmente práctico que solamente confía en su instinto y su “juicio
ingenieril” (término que no ha encontrado a la fecha una definición realmente satisfactoria)
tenderá por su lado a actuar en forma ineficiente y hasta peligrosa. Pensar es una de las
actividades humanas más dolorosa y algunos prefieren evitarla a toda costa, aceptando correr
riesgos poco razonables. Buen ingeniero será el que encuentre el equilibrio adecuado entre
análisis teórico y sentido práctico.
No es común encontrar en un solo hombre una combinación armoniosa de tantas virtudes, de ahí
que no abunden los ingenieros de alto nivel. La historia de la ingeniería es la de estos hombres
excepcionales y sus obras pero también la de los que, más modestamente, simplemente trataron
de seguir su ejemplo y aportaron su contribución, grande o pequeña, al bienestar de la
humanidad.
La celebración del bicentenario del Grito de Dolores y de los cien años del inicio de la
Revolución mexicana constituye una excelente oportunidad para que los ingenieros mexicanos,
como el resto de sus conciudadanos, hagan una pausa y volteen hacia su pasado para sacar
lecciones del mismo y preparar mejor el futuro. En México el contacto entre el hombre y la
naturaleza, y por tanto la actividad del ingeniero, siempre se ha dado en condiciones
contrastantes. Los retos del medio geográfico y físico son enormes. Los rasgos de la República
Mexicana pueden calificarse de extremosos si se comparan con los de muchos países,
especialmente europeos: grandes alturas, bruscos cambios de altitud, hidrografía irregularmente
distribuida, vulcanismo, sismicidad y gran variedad de climas. Los paisajes van desde los alpinos
con cumbres nevadas y bosques de coníferos hasta los inhóspitos desiertos arenosos
Sin embargo, al mismo tiempo debe reconocerse que la naturaleza ha sido generosa con el país,
dotándolo de amplios espacios con clima benigno y recursos naturales abundantes. Puede
pensarse incluso que estas últimas condiciones favorecieron más la adaptación a la naturaleza que
el enfrentamiento con ella y que en ello debe buscarse una de las explicaciones a lo que se ha
descrito como el “secular y escaso desarrollo tecnológico”4 que prevaleció en México por lo
menos hasta el fin de la época colonial. Sería sin embargo un grave error pensar que la ingeniería
de calidad haya estado ausente de esta parte del mundo durante este periodo. Por lo contrario,
abundan los ejemplos de notables obras realizadas por auténticos ingenieros. Por ello, la presente
monografía, enfocada principalmente a la historia del periodo que abarca la Independencia y la
Revolución, es decir, desde el fin del siglo XVIII hasta el principio del siglo XX que vio nacer la
ingeniería moderna, no puede ignorar el legado de los siglos anteriores.
La herencia de la época
prehispánica
En esta misma época se edificaron grandes obras hidráulicas en regiones lacustres y pantanosas,
donde se construyeron diques y canales.6 Una de las más notables obras de este tipo fue el
albarradón de Nezahualcóyotl, dique realizado en 1449, durante el reinado de Moctezuma
Ilhuicamina. Desde el cerro de la Estrella (Iztapalapa) hasta el pie de la sierra de Guadalupe
(Atzacoalco), esta estructura se extendía cerca de dieciséis kilómetros a través del lago de
Texcoco, aislando la parte poniente de este cuerpo de agua que fue posteriormente conocida
como laguna de México. La albarrada estaba construida de piedra y barro, defendida por los
flancos con una estacada para evitar la erosión y coronada con un fuerte muro de mampostería.
Esta grandiosa obra de ingeniería tenía compuertas que permitían el paso de las canoas y la
regulación de la salinidad, vertiendo aguas dulces en época de secas hacia el lago de Texcoco. No
se ha podido reconstruir con precisión el trazo del albarradón de Nezahualcóyotl; sin embargo, un
plano en el que se representó este albarradón, elaborado por el ingeniero Tito Rosas en el siglo
XIX, sugiere que su parte central coincidía aproximadamente con la actual avenida Churubusco,
por lo menos en el corto tramo comprendido entre el viaducto de la Piedad y la avenida Fray
Servando Teresa de Mier.7 A través de esta obra el rey poeta Nezahualcóyotl, protector de las
ciencias y las artes, demostró tener todos los talentos que caracterizan a los grandes ingenieros:
entendimiento de los problemas, capacidad para encontrar una solución conceptual satisfactoria y
motivación y energía para lograr que se lleve a cabo.
Muchas de las técnicas desarrolladas en aquella época se perdieron o fueron sustituidas por otras
mejores durante los últimos cinco siglos; pero por su calidad y adaptación a nuestro medio otras
tantas han seguido aplicándose.8 Ejemplos de lo anterior son la creación de terreno cultivable
sobre la superficie de un lago mediante la técnica de chinampas, todavía empleada en la
actualidad, y la cimentación de estructuras sobre suelos blandos mediante rellenos pétreos ligeros
y estacones de madera, que es el precedente de las modernas cimentaciones sobre las llamadas
“inclusiones” empleadas en la ciudad de México y muchas otras partes del mundo.
La actividad minera prehispánica merece también una atención especial. En los pueblos indígenas
la metalurgia no ocupó un lugar importante pero los trabajos lapidarios fueron de primera
importancia y se explotaron algunas minas, como afirma el propio Sahagún cuando dice: “las
turquesas se hallan en minas; hay minas donde las cavan, y sacan unas mejores que otras”. En sus
Cartas de relación al rey de España Hernán Cortés indica además que los indígenas trabajaron
minas de cobre y estaño.10 Las minas prehispánicas, algunas de considerable antigüedad, se
encontraban sobre todo en la sierra de Querétaro y en diversos lugares del bajo río Balsas.
El legado de la época
novohispana
Desde los inicios de la Nueva España las autoridades virreinales debieron enfrentar el reto de
estructurar este nuevo e inmenso territorio. Fue necesario definir una política de realización de
obras públicas que se materializó en caminos, puentes, puertos, obras hidráulicas y proyectos de
urbanización. Numerosos técnicos y científicos participaron en la realización de estas obras. El
concepto de ingeniero (inicialmente civil) se utilizó por primera vez de forma oficial en la
ordenanza de Felipe III del 2 de febrero de 1612.
Aun cuando se ha dicho que, en la Nueva España, el siglo XVI fue un periodo poco productivo,
dedicado principalmente a la conquista de nuevos territorios, y que el XVII fue un siglo de
depresión, ignorancia y estancamiento, en el campo de la ingeniería es fácil encontrar brillantes
excepciones que mitigan este sombrío panorama, empezando con la edificación de la capital del
país, la Ciudad de los Palacios.
Una de las más asombrosas obras de ingeniería y arquitectura de esta época fue, sin lugar a
dudas, el acueducto del padre fray Francisco de Tembleque. Levantada de 1543 a 1560, esta obra
de ingeniería hidráulica fue la más importante construida durante el siglo XVI en el continente
americano. Su arcada más conocida atraviesa la barranca de Tepeyehua, en los límites de los
estados de México e Hidalgo. Comúnmente se le conoce como “Arcos de sitio” o “Acueducto de
Zempoala”. Motivado por la escasez de agua en la región, Tembleque, oriundo de Toledo,
España, realizó esta obra con un grupo de cuatrocientos indígenas al mando del maestro en
cantería Juan Correa. La obra tiene una longitud total de 48 kilómetros. Se origina en los
manantiales de las faldas del volcán de Tecajete y cruza lomas, cerros, tres barrancas, poblados y
haciendas, hasta llegar a su destino final: la ciudad de Otumba, cabecera del municipio
homónimo. Si bien se conoce por su arcada, más de noventa por ciento del acueducto corre bajo
tierra, y sólo tres por ciento pasa por la arquería que está conformada por tres puentes; el
porcentaje restante pasa a nivel del suelo. Los dos primeros tramos que atraviesan las barrancas y
son sostenidos por las arquerías alcanzan una altura de quince metros, conformado uno por 35
arcos y el otro por catorce; pero el más renombrado de todos es el tercer tramo, que cuenta con un
total de 66 arcos y una longitud de 1 020 metros. En su parte más elevada alcanza los 38.75
metros de altura. Esta obra muestra que la ingeniería eficiente no se contrapone con la estética;
por el contrario, la existencia de la segunda casi siempre es una evidencia de la calidad de la
primera. Esta obra constituye también una evidencia de que, aun cuando la Colonia rescató poco
del conocimiento mesoamericano, sí pudo aprovechar la calidad de la mano de obra local y la
pericia que tenían los indígenas para el uso de materiales autóctonos.
La capital de la Nueva España había heredado del problema hidráulico que ya había afectado a la
gran Tenochtitlán, en particular con las inundaciones de 1449. De cuando en cuando, el lago de
Texcoco que era el vaso colector de toda la región lacustre del valle, recobraba su primitiva
extensión en las tierras que Tenochtitlán y México habían conquistado sobre él y la ciudad, a
pesar de sus diques-calzadas y sus canales se veía a punto de desaparecer en un siniestro.
Desde 1541 el Ayuntamiento había pedido al virrey que se hicieran obras para evitar que las
aguas invadieran la ciudad, pero solamente se repararon algunos puentes y calzadas. El 17 de
septiembre de 1555 los aguaceros diluviales inundaron la ciudad y derrumbaron casas,
provocando la migración de muchos habitantes. El virrey Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón
ordenó la construcción de un albarradón que se iniciaría en el arranque de la calzada de
Guadalupe y terminaría en el arranque de la calzada de San Antonio o Iztapalapa, formando un
semicírculo que abrazaba a la población por el rumbo de San Lázaro, pasando frente a las
atarazanas. Se le llamó albarradón de San Lázaro y quedó terminado en 1556. El 26 de noviembre
de este mismo año Ruy González y Francisco Gudiel presentaron al Cabildo de la ciudad de
México un proyecto para el desagüe general del Valle de México. Gudiel18 consideraba que “la
solución era desviar el caudaloso río Cuauhtitlán y hacerlo desaguar a ciertas quebradas de
Huehuetoca e ir a parar al río de Tepexi, que va al mar”.19 Sugirió además aprovechar las aguas
para los regadíos y la navegación, expresión de una visión muy moderna del problema en la que
se buscaba conciliar soluciones técnicas eficientes con un desarrollo armonioso del entorno. Más
tarde esta propuesta sería retomada por Alejandro de Humboldt. Este proyecto no se llevó a cabo
por la sencilla razón de que durante un largo periodo de años las lluvias fueron menos abundantes
y se perdió el sentimiento de urgencia frente a este problema que seguía latente. Atender los
problemas ingenieriles solamente en el momento en que se vuelven críticos sigue siendo
desgraciadamente una tendencia muy actual.
En 1579 las copiosas lluvias causaron el desbordamiento de las lagunas y a principios de 1580 las
aguas invadieron una vez más la capital. Se pensó otra vez en el desagüe general y el ilustre
arquitecto Claudio de Arciniegas, autor de la primera traza de la Catedral Metropolitana, propuso
nuevamente abrir el desagüe por el pueblo de Huehuetoca y Nochistongo hasta el río Tula. El
virrey don Martín Enríquez de Almansa, tomando en cuenta el dictamen negativo del cosmógrafo
Francisco Domínguez y temeroso de la magnitud y el costo de la obra, se limitó a reponer de
nueva cuenta los diques y calzadas.
En 1592 se creó el Tribunal del Consulado para atender todo lo relativo a los pleitos mercantiles,
así como lo referente a los embarques y desembarques. Este tribunal solía encargarse también de
obras de desagüe, caminos y edificios.
El siglo XVII se inició con varias obras civiles de importancia, como la presa de Acolman,
construida a partir de 1604 para controlar el río San Juan Teotihuacan. El diseño no resultó
acertado puesto que el embalse inundó el pueblo de Acolman y sus alrededores hasta el decenio
de 1820, incluyendo la bella iglesia de San Agustín Acolman, terminada de edificar en 1560, que
quedó en parte sumergida, desapareciendo la parte inferior del templo bajo una capa de
sedimentos de más de dos metros de espesor.
En ese mismo año de 1604 volvió a inundarse la ciudad de México y el nuevo gobernante, el
virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, pidió se le presentasen proyectos para
hacer el desagüe perpetuo y general. Antonio Pérez de Toledo y Alonso Pérez Rebelto
propusieron hacer una zanja desde “el Molino de Ontiveros a Huehuetoca, para recoger el lago de
Zumpango y el río de Cuauhtitlán”. El proyecto espantó al fiscal Antonio Espinosa de la Plaza y
no se llevó a cabo. El virrey ordenó solamente la reparación del albarradón de San Lázaro y la
reconstrucción de la calzada de Tepeyacac o Guadalupe y la de San Cristóbal que separaba el
lago de Xaltocan del de Texcoco. Esta última obra fue elogiada en 1867 por Manuel Orozco y
Berra:
El dique fue sin disputa una de las obras mas grandiosas del desagüe, formado de piedra con
encortinados de mampostería por ambos lados, corría en dirección N-S por unos 4,200m hasta
San Cristóbal, formando de allí en adelante una línea quebrada por espacio de otros 1,260m; su
anchura es de 11m y su altura variable por la pendiente del terreno, en máximum llega a 3m.
Obra de tal naturaleza debiera haber durado por siglos, si no fuera porque los muros son
verticales presentando apenas talud en algunos ángulos. Las olas levantadas por los vientos en
líquido, viniendo a estrellarse furiosas contra el dique han dislocado la mampostería e
infiltrándose las aguas en el interior lo han debilitado en gran manera.
No fue sino hasta el año de 1607 cuando, por el empeño del virrey Luis de Velasco y Castilla,
que ocupaba esta posición por segunda ocasión, se comenzó la magna obra del desagüe del Valle
de México. En ese año la inundación fue peor que las anteriores, la ciudad se vio cubierta por las
aguas de tal forma que solamente se podía circular en canoa y se padecieron grandes
calamidades. Frente a esta situación, se aprobó el proyecto de desagüe del ingeniero Enrico
Martínez, impresor, astrólogo, cosmógrafo y escritor de nacionalidad alemana para algunos y
francesa para otros,21 que había llegado a la Nueva España en 1590. El virrey aprobó el proyecto
el día 23 de octubre de 1607 e inauguró los trabajos con el visitador don Diego de Landeros y
Velasco el 29 de noviembre de ese año. Se retomaba el concepto propuesto por Francisco Gudiel
en 1555. El proyecto era sencillo y económico: las aguas del lago de México se vaciarían por
medio de una zanja que uniría el lago de Xaltocan con el de Zumpango, y las de éste se sacarían
del valle, junto con el caudal del río Cuauhtitlán, el más caudaloso del valle, mediante la
construcción de un túnel y de una abertura entre los cerros, conocida como tajo de Nochistongo,
en el municipio de Huehuetoca, hacia el río Tula, que las llevaría hacia el Golfo de México.
Enrico Martínez aclara que:
Cuando esta obra se comenzó se encaminó a dos fines: el primero y principal para quitar de la
laguna de México el agua que fuese necesaria para asegurar la ciudad de la inundación que se
teme y el segundo que si por falta de tiempo de fuerzas o por algún otro impedimento que debajo
de la tierra se ofreciese, no se pudiese luego conseguir el referido primer intento, se acomodase la
obra de suerte que por lo menos pudiese desaguar por ella la laguna de Zumpango
Hacia 1771 aparecieron los primeros indicios de que en la Nueva España, gobernada entonces por
el virrey Antonio María de Bucareli, hacía falta una actividad apoyada en la ciencia que
coadyuvase a resolver los grandes problemas que en muy diversos órdenes se habían suscitado en
la minería novohispana, principal fuente de riqueza del reino y actividad en torno a la cual
giraban todos los negocios del virreinato. Se procuró entonces formar un cuerpo de Ordenanzas
de Minería, conjunto de leyes que permitieran un desarrollo armónico de la industria, apoyado en
la formación de profesionales con sólida base científica que serían los encargados de dirigir
después tan importante actividad.
Las nuevas instituciones académicas así fundadas lograron consolidarse gracias a entusiastas
personajes como Miguel de Constansó, ingeniero militar, importante profesor de la Academia de
San Carlos, director de empedrados y obras públicas y autor de uno de los mejores planos de la
ciudad de México; fue el primero en introducir el aprendizaje de la geometría; también fue autor
del primer proyecto para el edificio del Palacio de Minería.
Una huella imborrable dejó también el profesor del Seminario de Minería, Andrés Manuel del
Río, escritor y mineralogista que realizó sus estudios químicos y metalúrgicos en importantes
centros relacionados con esas actividades, como París, Almadén o Freiberg. Fue discípulo del
padre de la química moderna, Antoine Lavoisier. Llegó a la Nueva España en 1794 y abrió el
primer curso de mineralogía que se dio en México el 17 de abril de 1795. En 1802 descubrió un
nuevo elemento en los depósitos de plomo pardo de Zimapán, al que dio el nombre de
erytronium. Este elemento fue descubierto nuevamente en 1830 en Suecia por Nils von Sefstrom,
quien le dio el nombre de vanadium, en homenaje a la diosa nórdica del amor y la belleza
Vanadis. En estos últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX la minería novohispana
enfrentaba graves obstáculos, como la insuficiente provisión de azogue y la carestía del hierro
empleado en la elaboración de herramientas utilizadas en las minas, metal que era traído de
Vizcaya. En 1805, a causa de la guerra entre Inglaterra y España, se suspendieron los envíos de
hierro y azogue y, ante esta grave amenaza que podría ocasionar la paralización completa de los
trabajos mineros, el Real Tribunal de Minería comisionó a Andrés Manuel del Río para establecer
una ferrería en Coalcomán, en la provincia de Michoacán. Con su diligencia característica, el
ilustre profesor madrileño se trasladó, a fines de 1805, a la mencionada población, que en ese
tiempo era un reducido asentamiento, poblado en su mayoría por indígenas nahuas. Desde su
llegada a Coalcomán, Andrés Manuel del Río tuvo que lidiar con la carencia de elementos de
toda clase y hasta con la incomprensión de las autoridades inferiores que ahuyentaban a los
trabajadores con sus absurdos sistemas de tributación y ponían trabas con los sistemas
alcabalatorios. Por otro lado, el profesor Del Río tuvo que vencer diversos problemas de carácter
tecnológico en el momento de levantar las instalaciones de la ferrería y los hornos de fundición,
pero después de vencer esas dificultades, a fines de abril de 1807 produjo con éxito el primer
fierro que se elaboró en la América hispánica.
Entre los docentes más famosos de este periodo también debe mencionarse a Antonio León y
Gama, criollo distinguido como astrónomo y físico que dio la cátedra de mecánica en el Colegio
de Minería, y a Diego Guadalajara y Tello, nombrado en 1789 director de matemáticas por la
Academia de Nobles Artes de San Carlos.
Durante todo el siglo XVIII el tema del desagüe de la capital de la Nueva España continuó siendo
uno de los temas ingenieriles más importantes. José Antonio Alzate escribió:
Una de las cuestiones más antiguas, más interesantes y más graves que han ocupado la atención
de nuestros gobiernos, de nuestro ingenieros, de nuestros higienistas y en general de todos
nuestros hombres pensadores, es la relativa al desagüe de la ciudad de México y su valle:
cuestión que fue planteada por la naturaleza y que a la ciencia toca resolver de una manera
satisfactoria.
En 1767, año de la expulsión de los jesuitas de la Nueva España, el propio José Antonio Alzate
presentó un proyecto para el desagüe del Valle de México que contenía los siguientes puntos:
primero, hacer un socavón al sur o sureste de la ciudad; segundo: abrir el tajo al noreste o
noroeste de las lagunas; tercero: desagüe por medio de una máquina; cuarto: reconocimiento de
los sumideros que aseguraba que existían. Estas decepcionantes propuestas parecen reflejar la ya
mencionada dificultad que encuentran algunos científicos de alto nivel, por ilustres que sean, para
dar soluciones a problemas prácticos de ingeniería. La primera solución es claramente
antieconómica, debido a la dificultad de perforar un largo túnel en las rocas basálticas de la sierra
de Chichinautzin (aunque es una alternativa que se vuelve a proponer periódicamente); la
segunda retoma de forma vaga lo propuesto por muchos antecesores; la tercera, aplicada
actualmente en el gran canal en varias estaciones de bombeo, era poco realista en aquella época, y
la cuarta le da crédito a rumores que no tenían apoyo en ningún tipo de evidencia sólida.
Joaquín Velázquez de León fue consultado a su vez por el Tribunal del Consulado acerca de la
posibilidad del desagüe general y se le encargó redactar La historia de la laguna de México y de
las suntuosas obras que se han practicado para libertar y precaver a esta famosa capital de las
inundaciones a que está expuesta. La actitud de Velázquez de León fue más ingenieril; manifestó:
(…) que menos que haciendo por mi mismo las nivelaciones y demás operaciones necesarias,
repitiéndolas y corrigiéndolas hasta su más exacta comprobación; no estaría en estado de
responder asertivamente, ni sobre la posibilidad del desagüe de la última laguna, ni sobre el grado
de seguridad que podía ya haber conseguido México, mediante la obra emprendida y en la mayor
parte verificada por el Real Tribunal del Consulado.
El Real Cuerpo de Ingenieros Militares pasó a ser regulado por la ordenanza del 4 de julio de
1768 que permitió el pase a América con el ascenso automático a la siguiente categoría; además,
se establecía que los interesados debían permanecer cinco años en América antes de volver a
España. Se destinaron a Nueva España 47 ingenieros entre 1761 y 1780. Se reconstruyó la
fortaleza de San Diego, destruida por un terremoto en 1776, y se levantaron otras construcciones,
como los fuertes de San Carlos en Perote, Veracruz, y los de San Felipe en Bacalar y Sisal,
ambos en la Península de Yucatán. Debe reconocerse que la importancia de las obras que
desarrollaron los ingenieros militares en la Nueva España estriba no sólo en su solidez, que les ha
permitido perdurar hasta tiempos modernos, sino también en su calidad y diversidad.31 En 1803
se dio una nueva ordenanza para el Real Cuerpo de Ingenieros Militares y en 1805, un
reglamento adicional para los ingenieros destinados a América cuyos principales puntos eran los
siguientes: 1) se crea la división de Indias; 2) se establecen cinco direcciones y ocho
comandancias, siendo la de Nueva España la más importante; 3) se limita el tiempo de residencia
a diez años; 4) se mantiene el ascenso a la siguiente categoría. Esta ordenanza tuvo poco impacto
en América debido a los movimientos de emancipación y a la invasión napoleónica a España.
De gran trascendencia para la Nueva España y para el resto del mundo resultó la visita a México
del barón Alejandro de Humboldt. Este distinguido viajero y científico llegó a Acapulco con
Aimé Bonpland el 22 de marzo de 1803 y el 11 de abril a la ciudad de México. Realizó varios
recorridos visitando minas y escalando volcanes, como el Jorullo y el Nevado de Toluca. Del 9 al
12 de enero de 1804 acompañó al virrey José de Iturrigaray Aréstegui en su visita a las obras del
canal de desagüe, llegando hasta Huehuetoca. Entre los trabajos que publicó a su regreso a
Europa, la obra de mayor trascendencia fue, sin duda, el Ensayo político sobre el reino de la
Nueva España, publicado por la editorial Bouret, París, en 1822. Humboldt obtuvo muchos datos
en la secretaría del virreinato, aprovechando principalmente los censos mandados a efectuar por
el virrey conde de Revillagigedo y los estudios del Real Tribunal de Minería, estos últimos en la
parte que a la explotación minera se refiere. Sin poner en tela de juicio el inmenso valor del
trabajo de Humboldt, parece por tanto que uno de sus méritos principales fue el haber organizado,
sintetizado y difundido información que pudo haber sido publicada por los propios técnicos
mexicanos. Esta situación se ha repetido desgraciadamente desde entonces con cierta frecuencia y
no son raras las ocasiones en las que se ha dejado que datos valiosos reunidos con gran esfuerzo
local y estudios de gran valor sean aprovechados y publicados por visitantes, por la falta de
publicación oportuna por sus verdaderos autores.
Entre las últimas obras civiles de importancia construidas en el periodo de la Nueva España
conviene destacar el llamado Puente del Rey, actualmente Puente Nacional, construido por los
hermanos José y Manuel Rincón como parte del plan de mejoramiento del camino real entre las
ciudades de México y Veracruz que realizó Diego García. Se dice, pero no está confirmado, que
el diseño del puente fue obra del célebre arquitecto español Manuel Tolsá. Su construcción inició
en 1799, concluyendo después de siete años, en 1806. El puente cruza el río Huitzilapan, mejor
conocido como río La Antigua, que desemboca en el Golfo de México. Cuenta con una longitud
de 170 metros y un ancho de más de nueve metros. Se ubica en el municipio de Puente Nacional,
en el estado de Veracruz.
A pocos años de su inauguración se mandó construir una fortificación militar, nombrada atalaya
de la Concepción, cuya función era defender el paso del Puente del Rey. Esta posición
estratégica, ubicada en lo alto de una elevación topográfica contigua al río de La Antigua, fue
construida por órdenes de la Corona española por el brigadier venezolano Miyares y Mancebo,
para garantizar el tránsito por el camino real. Durante la Guerra de Independencia Guadalupe
Victoria tomó posesión del puente y libró varias batallas en este sitio. Este puesto militar
insurgente fue el inicio del poblado que actualmente se ubica a un costado del puente, nombrado
Puente Nacional. Con el fin de la guerra independentista y el forjamiento de la nueva nación el
puente fue renombrado como Puente de la República y, años más tarde, como Puente Nacional.
Durante muchos años constituyó un punto de referencia importante en el camino de Veracruz
hacia la capital y fue descrito con detalle por muchos viajeros y escritores renombrados, como la
marquesa Calderón de la Barca y William Bullock, así como por los cronistas de las distintas
invasiones que sufrió el país durante el siglo XIX. A pesar de que tiene solamente seis arcos, este
puente llamaba la atención por su trazo curvo en planta. Esta obra fue pintada en la primera mitad
del siglo XIX por artistas de la talla de Johan Moritz Rugendas o el barón de Courcy.
Los ingenieros en la
Independencia
Las nuevas instituciones educativas ayudaron a la Nueva España a modernizarse, no sólo en las
cuestiones técnicas y culturales, sino también en las ideológicas. Estas nuevas ideas, que en poco
tiempo se convirtieron en emancipadoras y revolucionarias, se desarrollaron especialmente en la
clase criolla, principal promotora del movimiento independentista. Es así, por ejemplo, que
algunos integrantes del Real Seminario de Minería participaron activamente en la revolución
armada de 1810
.
Son pocos los datos que existen sobre Vicente Valencia. Aparentemente era descendiente de una
familia de mineros de Tlalpujahua, nacido en 1776 del matrimonio formado por Bonifacio
Valencia y María Encarnación Villamar. Ingresó al Colegio de Minería en 1793 y formó parte de
los primeros alumnos del curso de mineralogía que abrió Andrés Manuel del Río el 27 de abril de
1795. Concluyó sus estudios en 1798 y fue enviado a Zacatecas a realizar sus prácticas de campo.
Estando allí elaboró, por orden del Tribunal de Minería, una memoria sobre el mineral de San
José del Yermo, y poco tiempo después recibió del mismo Tribunal el encargo de hacer la
descripción geognóstica del mineral de Zacatecas y levantar los planos de él, tarea en la que fue
ayudado por los alumnos Felipe Rodríguez y Manuel Tejada. Regresó de Zacatecas a fines de
1800 y a los pocos días, el 25 de enero de 1801, presentó su examen profesional, en el que fue
aprobado por unanimidad. Regresó a Zacatecas, donde se le proporcionó un buen empleo en las
minas, cuando fue sorprendido por el estallido de la revolución de independencia. Cuando en
febrero de 1811 llegaron a la ciudad Allende, Hidalgo, Aldama y demás jefes derrotados en
Calderón, Valencia, que ya había sido solicitado por su compañero Jiménez para que siguiese las
banderas de la insurrección, siguió a los caudillos con el carácter de director de ingenieros.
Vicente Valencia fue detenido en Acatita de Baján y trasladado a Chihuahua, donde fue fusilado
el 27 de junio de 1811. Años más tarde el profesor don Andrés del Río dedicó a Valencia una
nueva especie de mineral, formada por el manganato doble de cobre y zinc, y la designó con el
nombre de valencita.
Otro de los colegiales que secundaron el movimiento libertario encabezado por Hidalgo fue
Casimiro Chovell, que nació en 1775 y murió en 1810. Descendiente de mineros del Real de
Taxco, fue hijo de don Pedro Chovell y Paliares y doña María Ana Josefa Jurado. Comenzó el
estudio de las matemáticas en la Academia de San Carlos y posteriormente ingresó al Colegio de
Minería, el 4 de mayo de 1792. En mayo de 1798 fue enviado a Guanajuato a realizar trabajos
prácticos, donde por sus excepcionales conocimientos fue nombrado administrador de la mina La
Valenciana. Se sabe que además de las prácticas desarrolladas en las minas de Durango y
Guanajuato, por encargo del Tribunal de Minería Chovell escribió una disertación sobre la
negociación de minas de azogue de la sierra de Durango, así como una descripción geognóstica y
un plano geográfico del Real de Minas de Guanajuato. El cura Hidalgo le dio el nombramiento de
coronel del ejército insurgente y le encomendó la fabricación de armas y cañones destinados a la
insurrección con el fierro que había llegado a Guanajuato procedente de la ferrería de Coalcomán.
En la tarde del 28 de noviembre de 1810 Chovell fue aprehendido por el brigadier Félix María
Cal Por su parte, José Mariano Jiménez nació en 1781 en San Luis Potosí, estudió en el Colegio
de Minería de México y se graduó de ingeniero de minas en 1804. Establecido en Guanajuato se
dedicó al ejercicio de su profesión, en donde lo sorprendieron los acontecimientos de la
Independencia y se presentó con Hidalgo después de la toma de la Alhóndiga de Granaditas,
obteniendo el grado de coronel. En la promoción de Acámbaro fue ascendido a teniente general.
Mandó la vanguardia del ejército insurgente, obligando a Trujillo a abandonar Atenco y
posesionarse del Monte de las Cruces. Fue hasta Chapultepec como parlamentario a pedir la
entrega de la capital, que rehusó el virrey Francisco Javier Venegas y Saavedra; participó en las
acciones de armas del Monte de las Cruces, Aculco y en la defensa de Guanajuato, y ascendió a
capitán general. Fue comisionado para extender la revolución a las provincias internas del
oriente, que dominó totalmente después de haber derrotado a Cordero en Aguanueva y a Ochoa
en el puerto del Carnero, y volvió a reunirse con los primeros caudillos en Saltillo. Aprehendido
en Baján, fue conducido a Chihuahua y fusilado junto con Allende, Aldama y Santa María.
De Rafael Dávalos se sabe que provenía de una familia de mineros y que nació hacia 1783.
Ingresó al Colegio de Minería en 1800, terminando sus estudios teóricos en 1805 y enviándosele
poco después a Real del Monte a realizar su práctica; en 1806 marchó a Guanajuato, donde dio
cátedra de matemáticas. Dávalos se encontraba trabajando en la mina La Valenciana cuando
ocurrió la insurrección de 1810, a la que se unió. Se le designó capitán de artillería, dedicándose a
fundir cañones que resultaron ineficaces. Posteriormente a la toma de Guanajuato permaneció en
esa ciudad y ayudó a la instalación de la Casa de Moneda. Al regresar Allende se dedicó a hacer
obras de defensa, las cuales no pudieron impedir la entrada de Calleja a esa ciudad. Se le
aprehendió el 25 de noviembre de 1810 y fue fusilado por la espalda en el patio de la Alhóndiga
de Granaditas al día siguiente.
A todos ellos se les ha reconocido su patriotismo y heroísmo grabando su nombre en letras de oro
en el lintel del peristilo del patio del Palacio de Minería.
Tras la ardua lucha independentista, y con la firma de paz entre los ejércitos insurgente y realista,
la nueva nación pronto se vio afectada por la falta de recursos, consecuencia en gran medida de la
desgastante lucha revolucionaria. Aunado a esto, se desarrolló una nueva lucha, protagonizada
por las facciones centralista y federalista, conservadora y liberal. Además, muchos personajes
sobresalientes de la Nueva España fueron expulsados o simplemente regresaron a España. Todo
esto ocasionó una reducción significativa en la actividad industrial del país, que provocó un
marcado decaimiento en el desarrollo de la ingeniería en el país.
De esta época data sin embargo la creación del cuerpo de ingenieros del ejército, en 1822, cuando
la Regencia nombró director de la “Cuarta Arma” al general Diego García Conde. El 5 de
noviembre de 1827 este acuerdo fue confirmado por el presidente Guadalupe Victoria y así quedó
oficialmente constituida el Arma de Ingenieros dentro del ejército mexicano. Este cuerpo pasó
por varias etapas a lo largo de su existencia y desde su creación el Arma de Ingenieros —llamada
también brigada de zapadores, regimiento de ingenieros y batallón de zapadores— ha
permanecido. Una de sus etapas más difíciles fue la de 1858-1860, cuando el ejército luchaba en
la Guerra de Reforma. Este ejército, constituido a partir de las disímiles unidades que formaron el
célebre Ejército Trigarante, quedó disuelto al concluir la mencionada guerra por disposición del
general Jesús González Ortega. Al mismo tiempo nacía un nuevo ejército, el llamado federal, que
existió hasta 1914. Desde 1822 hasta fines del siglo XIX la instrucción y educación de los
jóvenes aspirantes a oficiales, en todas las armas, fue impartida, dirigida y controlada por el
cuerpo de ingenieros del ejército. Por ley, el Colegio Militar, en su funcionamiento, dependió
directamente de la Dirección General de Ingenieros y más tarde del Departamento de Ingenieros.
Durante la lucha armada el batallón de zapadores se encargaba de arreglar las comunicaciones de
las otras armas, muy especialmente las de infantería, así como de los trabajos de fortificación del
campo de batalla y de las instalaciones en los campamentos y vivaques. Contaba con
herramientas de terracería como palas, picos, hachas, machetes, etc. y con un parque general que
comprendía la instalación de algunos talleres de herrería, carpintería, etc., así como un incipiente
servicio de señales. En tiempo de paz el cuerpo de ingenieros se dedicaba a la construcción y
reparación de edificios militares.
Las instituciones científicas se vieron olvidadas en los primeros años de la joven nación; no fue
sino hasta 1833 cuando Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora realizaron una serie de
reformas modernizadoras, tanto en la enseñanza como en los programas de estudios de ingeniería.
Un decreto del 3 de octubre de 1843 fijó la organización del Seminario de Minería como Colegio
de Minería y se instituyó la categoría de ingeniero de minas en el plan de estudios. Éste
comprendió las especialidades de minería y topografía, mientras que en la Academia de San
Carlos, desde 1857, se impartía la carrera de ingeniero civil.
De 1843 a 1853 el Colegio de Minería fue dirigido por José María Tornel y Mendívil, personaje
clave del largo periodo correspondiente a las once presidencias de Antonio López de Santa Anna,
de quien fue secretario. De Tornel se ha dicho que fue “más santanista que Santa-Anna”.
Conocido por sus múltiples intrigas y posturas políticas, Tornel, también famoso por su oratoria
(Carlos María de Bustamante lo nombraba el hombre del “bello decir”), tuvo verdaderas
preocupaciones pedagógicas, siendo uno de los fundadores en México de las Escuelas
Lancasterianas que conocieron cierto auge en el México decimonónico. leja junto con otros ex
alumnos del Colegio de Minería que trabajaban en Guanajuato y fue ahorcado en el patíbulo
levantado a la puerta de la Alhóndiga de Granaditas. Más adelante su profesor Andrés Manuel del
Río dedicó a Chovell un nuevo mineral descubierto en la mina La Valenciana: un silicato de
alúmina y cal al que llamó chovelia, “especie nueva dedicada al benemérito de la patria y de la
mineralogía, Casimiro Chovell”.
Ramón Fabié era nativo de Manila, Filipinas. Vino a la Nueva España en 1801, entró al Colegio
de Minería en enero de 1802 y al año siguiente se fue a practicar a Guanajuato. A la llegada de
Hidalgo a esa plaza se alistó en sus tropas. Fue nombrado coronel del regimiento levantado por su
compañero Casimiro Chovell. Aprehendido por orden especial de Calleja al tomar éste
Guanajuato, fue ahorcado con Chovell frente a la puerta de la Alhóndiga.
La urgencia de atender los riesgos de inundación de la ciudad de México siguió estando muy
presente en el inicio del siglo XIX. José María Luis Mora, Lucas Alamán y Lorenzo de Zavala se
preocuparon por el desagüe. En particular, el primero realizó en 1823 una vista de inspección a
las obras de desagüe y elaboró un informe que destaca por su acuciosidad.34 En 1848 el teniente
del ejército norteamericano M.L. Smith expuso a las autoridades nuevos planes para el desagüe
del valle por Tequixquiac. Más tarde, en 1856, frente a los problemas de salud que ocasionaban
las inundaciones, la secretaría de Fomento convocó a un concurso para realizar un proyecto que
resolviera el problema. Francisco de Garay, antiguo alumno de las Escuelas Nacionales de
Puentes y Calzadas y de Minas de París, resultó ganador del gran premio de doce mil pesos. Su
propuesta consistía en la apertura de un canal que empezaría en la ciudad de México, en San
Lázaro, y se conectaría a un túnel con gasto de 33 metros cúbicos por segundo, desembocando en
el arroyo de Ametlac, confluente del Tequixquiac, al norte de Zumpango. Las obras no fueron
iniciadas sino hasta 1858 y se vieron constantemente interrumpidas por la falta de recursos
económicos y por los conflictos políticos que se presentaban en el país.
Uno de los grupos que reunió a los hombres más talentosos fue el que tenía como encomienda el
análisis del Valle de México, integrado por José Fernando Ramírez, Leopoldo Río de la Loza,
Julio Laverriere, los ingenieros Manuel Orozco y Berra, Francisco Díaz Covarrubias, Manuel
Antonio de la Peña y Mariano Santamaría. El trabajo realizado por ellos se conoció poco a poco,
pues las interrupciones por los conflictos derivados del periodo de la Reforma obligaron a que
cada quien por su parte diera a conocer sus resultados. Este grupo contribuyó a definir los marcos
geográfico y físico en los que pudieron desarrollarse los proyectos de ingeniería urbana
posteriores.
Otro trabajo sorprendente para la época fue Apuntes para la historia de la geografía en México de
Manuel Orozco y Berra.35 Este famoso ingeniero, nacido en la ciudad de México, empezó sus
estudios en el Colegio de Minería en 1820 y pasó a Puebla, donde por algunos años estudió en el
Seminario Palafoxiano. Fue secretario de gobierno en esa entidad de 1847 a 1848 y dos veces
oficial mayor encargado del Ministerio de Fomento, en el gabinete del presidente Ignacio
Comonfort.
Entre los trabajos de este periodo que resultan de mayor relevancia para los ingenieros del
presente se encuentran los de Francisco Díaz Covarrubias. Nacido el 23 de enero de 1833, en
Jalapa, Veracruz, entró en 1849 al Colegio de Minería, donde destacó como estudiante, por lo que
se le nombró sustituto de profesores del Colegio en 1853. En 1855 obtuvo el título de ingeniero
topógrafo y al año siguiente el de ingeniero geógrafo. Fue profesor de topografía, geodesia y
astronomía en la misma institución. En 1855 se le encargó levantar la Carta geográfica del Valle
de México, donde pudo precisar la posición de la capital del país, y en 1862 fue nombrado
director del Observatorio Astronómico Nacional de Chapultepec. La relevancia actual de los
trabajos de Díaz Covarrubias resulta obvia si se considera, por ejemplo, que fue autor principal de
un plano hidrográfico y topográfico del Valle de México36 que constituye actualmente una
referencia inicial extraordinariamente valiosa para el cálculo de la magnitud de la subsidencia que
ha sufrido la zona lacustre del valle desde fines del siglo XIX hasta el presente por efecto del
bombeo de agua potable en los acuíferos del subsuelo de la capital.
Otro maestro notable de este periodo fue Javier Cavallari, nacido en Palermo, Italia. Cuando
ocupaba el cargo de director de la Academia de Milán, Cavallari fue invitado a hacerse cargo de
la enseñanza de la arquitectura en México, a donde llegó en 1856, y fue director de la Academia
de Bellas Artes de San Carlos. Cavallari tenía amplios conocimientos y al mismo tiempo que
daba la cátedra de órdenes clásicos, en otra enseñaba la técnica de caminos de hierro. Propuso la
fusión del estudio de la arquitectura y la ingeniería civil como una práctica integral. Escribió una
Historia de las artes y una Historia de la arquitectura que se reimprimió en México, traducida por
Joaquín Velázquez de León, en 1860 con el título de Apuntamientos sobre la historia de la
arquitectura. Se considera que fue el autor de las primeras nivelaciones topográficas de precisión
de la ciudad de México. Lleva su nombre el sistema de cimentación Cavallari que se usó
ampliamente a fines del siglo XIX, consistente en muros de concreto ciclópeo o piedra braza y
mortero que trabajan como muros de fricción y apoyo en la base. Fueron discípulos suyos:
Lorenzo de la Hidalga, Manuel F. Álvarez, Antonio Torres Torija, Antonio M. Anza y otros,
todos distinguidos. Cavallari se retiró en 1864, dejando profunda y benéfica influencia y el
recuerdo de un maestro muy querido.
Durante las intervenciones extranjeras del siglo XIX el papel de los ingenieros, principalmente
militares, en la defensa del país fue muy relevante. Particularmente ejemplar fue el desempeño de
Joaquín Colombres, un ingeniero militar que supo, gracias a su inteligencia y voluntad, incidir en
los resultados de varios eventos militares de gran importancia. Nacido en la ciudad de Puebla,
ingresó al Colegio Militar en 1838 y al cuerpo de ingenieros en 1843 con grado de teniente.
Durante la invasión de 1847 se le envió a Monterrey, a las órdenes del coronel Zuloaga, para
defender esta ciudad contra los norteamericanos. Organizó la defensa del fuerte de La Tenería
entre el 19 y el 24 de septiembre. Caído el fortín quedó prisionero, pero pronto fue canjeado.
También combatió a los invasores en las plazas de Saltillo y San Luis Potosí. En febrero de 1847
luchó en la batalla de La Angostura. Volvió a México para participar en las fortificaciones de
Azcapotzalco. Intervino en la batalla del Molino del Rey, donde quedó nuevamente prisionero. Al
liberarse marchó a su hacienda de la Manzanilla, en Puebla. Volvió al servicio en 1848. Su credo
liberal le llevó a luchar en favor del Plan de Ayutla y durante la Guerra de los Tres Años estuvo
con los defensores de la Constitución de 1857. Participó en la batalla de Calpulalpan, al lado de
González Ortega. Durante la Intervención francesa asistió a la acción de Cumbres de Acultzingo
y después dirigió la fortificación de la ciudad de Puebla. Planeó la defensa de los fuertes de
Loreto y Guadalupe como comandante de ingenieros. Algunos lo consideran el verdadero héroe
de la batalla del 5 de mayo de 1862. Participó nuevamente en la defensa de esa ciudad, en 1863,
causando la sorpresa y admiración de los invasores con sus sistemas ingeniosos y eficientes de
fortificación y defensa. Restaurada la república, siguió al lado de los liberales. Obtuvo el grado de
general en 1890.
Con el advenimiento del segundo imperio, en 1864, los ingenieros y científicos mexicanos
deseosos de continuar con sus trabajos y seguir siendo útiles para su país se encontraron en una
situación políticamente delicada. Se planteó una vez más el problema recurrente de las difíciles
relaciones entre técnicos y políticos.
Algunos optaron por apoyar sin reserva el régimen promovido por los conservadores. Éste fue el
caso de Joaquín Velázquez de León, uno de los primeros y más notables alumnos del Colegio de
Minería, ministro de Fomento en 1853, director del Colegio de Minería y presidente honorario de
la Sociedad Universal para el Desarrollo de las Ciencias creada en Londres en 1851. Este
partidario incondicional de la intervención y del imperio fue miembro de la junta de notables y de
la comisión que fue a Miramar para invitar a Maximiliano de Habsburgo, y como tal escribió los
primeros decretos del imperio. Más tarde, sin embargo, se enfrentó a Maximiliano, cuando éste
pretendió cambiar el nombre del Colegio de Minería por el de Escuela Politécnica, y renunció el
25 de noviembre de 1864. Le sucedieron en el puesto durante el resto del imperio Patricio
Murphy y el general Luis Tola.
Entre los partidarios del imperio se encontró también el ingeniero topógrafo y geógrafo José
Salazar Ilarregui. Estudiante del Colegio de Minería, presentó en 1844 su examen en mineralogía
y en 1846 obtuvo el título de ingeniero agrimensor. Impartió las cátedras de geodesia, topografía
y astronomía. En 1848 se le comisionó para establecer los límites entre México y Estados Unidos
de acuerdo con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo y de su modificación con el Tratado de la
Mesilla. En 1850 su levantamiento topográfico de la frontera fue publicado bajo el título Datos de
los trabajos astronómicos y topográficos dispuestos en forma de diario, practicado durante el año
de 1849 y principios de 1850 por la Comisión de Límites en la línea que divide esta República de
los Estados Unidos. En 1856 obtuvo el título de ingeniero geógrafo y en 1860 dirigió la
construcción del plano topográfico y perfil de los acueductos que surten de aguas a la ciudad de
México. En 1863 representó al estado de Chihuahua en la asamblea de notables que debía escoger
el futuro gobierno de México. Durante este mismo año ocupó los puestos de director interino del
Colegio de Minería y de subsecretario de Fomento. En 1864 se le nombró presidente honorario de
la Comisión Científica Literaria y Artística de México. El 31 de julio de 1864 recibió el
nombramiento de comisario imperial para la Península de Yucatán y el 3 de marzo de 1866, el de
ministro de Gobernación. Permaneció en México hasta octubre de 1866 pero fue enviado de
vuelta a Yucatán, donde tomó su puesto el 10 de noviembre de 1866. Conservó esta
responsabilidad hasta la capitulación del ejército conservador ante los republicanos el 17 de junio
de 1867. Salió en exilio a Nueva York pero recibió amnistía del gobierno mexicano en 1869 y
ocupó un puesto de profesor hasta su muerte en 1892.
El Porfiriato
Bajo la presidencia de Porfirio Díaz tuvo gran influencia una ideología basada en el positivismo
del filósofo Auguste Comte que le daba un lugar importante a la ciencia y buscaba el “orden y
progreso”, pero con acepciones de estas palabras que desafortunadamente favorecían
principalmente a la élite del país. Este ambiente, en el que algunos de los principales hombres
políticos recibieron el apodo de “científicos”, era obviamente favorable a la ciencia y a la
ingeniería, y en este periodo creció la demanda de ingenieros para el nuevo desarrollo industrial
emprendido por el presidente Porfirio Díaz durante su largo mandato.
En 1878 la secretaría de Fomento nombró como director interino de las obras de desagüe al
ingeniero Luis Espinosa, quien al siguiente año presentó el proyecto completo y definitivo del
desagüe del valle, que fue aprobado por el presidente de la República. El proyecto se componía
de tres partes: un canal, un túnel y un tajo de salida. El canal comenzaba al oriente de la ciudad,
en la garita de San Lázaro, pasaba por los lagos de Texcoco, San Cristóbal, Xaltocan y
Zumpango y concluía en la entrada del túnel en las cercanías del pueblo de Zumpango; su
longitud total era de 47. 527 kilómetros. El túnel contaba con una longitud de 10.21 kilómetros y
24 lumbreras de dos metros de ancho; su sección transversal era de forma oval y fue calculado
para recibir un gasto de dieciséis metros cúbicos por segundo, sensiblemente menos de lo que
había recomendado Francisco de Garay, lo que fue motivo de mucha controversia. A la salida del
túnel se encontraba el tajo de desemboque de 2 500 metros de longitud que se une con el río
Tequixquiac. Las obras comenzaron en 1885. La construcción del gran canal, diseñado para un
gasto de 5m3/s en los primeros veinte kilómetros y 17.5m3/s en los restantes, se encargó primero
a la compañía Bucyrus y posteriormente al contratista inglés S. Pearson & Son.39 Espinosa fue
nombrado titular de la Junta Directiva del Desagüe.
Hacia inicios del siglo XIX don Manuel Marroquín y Rivera se encargó de construir las obras de
aprovisionamiento de agua potable para la ciudad de México; el ingeniero Roberto Gayol
proyectó el sistema de alcantarillado de la capital. Mientras tanto, prosiguieron las explotaciones
mineras, nació la industria petrolera y se inició la electrificación del país, se organizaron los
primeros distritos de riego y lentamente se incrementó la industrialización del país.
También resulta ejemplar la carrera del ingeniero Alberto J. Pani, nacido en la ciudad de
Aguascalientes. Ingresó en la capital de la República a la Escuela Nacional de Medicina, pero
cambió los estudios médicos por los de ingeniero civil, sustentando su examen profesional en
1902. Miembro de la comisión encargada de construir el Palacio Legislativo Federal, pasó a la
Comisión Técnica de las Obras de Provisión de Aguas Potables para la ciudad de México,
proyectó el edificio para la planta de bombas de Nativitas y construyó la de la Condesa, entonces
en la villa de Tacubaya. Fue profesor en la Escuela Nacional de Ingenieros de la clase de vías
fluviales y obras hidráulicas.
Los ingenieros geotecnistas del país tienen por su parte un particular respeto por un notable
ingeniero y arquitecto de esta época: Adrián Téllez Pizarro. Fue autor de lo que puede
considerarse como el primer libro de mecánica de suelos escrito por un mexicano.41 Esta obra
trata aspectos importantes del diseño de cimentaciones en los difíciles suelos de la ciudad de
México. Tienen todavía amplia validez algunos de los principios que Téllez Pizarro enuncia: el
asentamiento diferencial, más que el total, es la causa de los mayores daños en las
construcciones; la carga debe ser lo más uniforme posible en todos los puntos del cimiento, etc.
Téllez Pizarro subrayó que en la zona lacustre la resistencia del suelo decrece con la profundidad,
una observación acertada si solamente se consideran los primeros metros del perfil estratigráfico
y se reconoce la existencia de una costra superficial constituida por suelo desecado y rellenos
superficiales más resistentes y menos compresibles que las arcillas subyacentes. Como corolario,
considera que los pilotes cortos empleados en la ciudad no pueden tener un comportamiento
satisfactorio puesto que transmiten cargas a estratos menos resistentes. Recomienda por tanto la
redistribución de carga con emparrillados de madera o de fierro como los que fueron empleados
en la cimentación de los edificios del Palacio de Hierro o de la Casa Boker. Atribuye por otra
parte grandes méritos al uso de cimientos de piedra dura, pedacería de ladrillo y mezcla terciada
(cal, arena y barro), materiales que se colocan en cepas y se apisonan fuertemente. Este tipo de
cimentación era probablemente suficiente para construcciones ligeras, pero sorprende que se haya
podido aplicar también con relativo éxito a construcciones grandes como el Frontón Fiesta Alegre
(Jai Alai).
Otro ingeniero de este periodo cuyos méritos han sido ampliamente reconocidos por sus
realizaciones en el campo de la geotecnia, la irrigación y la ingeniería sanitaria es Roberto Gayol
y Soto. Nacido en Tulancingo, Hgo., estudió en el Colegio de Minería, donde obtuvo su título de
ingeniero civil en 1881. Ocupó altos cargos en el ferrocarril mexicano, siendo director de las
obras del ferrocarril Jalapa-Veracruz (1882-1885). Formó parte de la Dirección de Obras Públicas
de la ciudad de México. Fue un destacado profesor de la Escuela de Ingeniería y diputado por el
estado de Hidalgo en 1894. En 1888 llovió torrencialmente, se incrementó el nivel del agua en el
vaso de Texcoco y se inundó la ciudad de México. Al ingeniero Gayol le fue encargado el
proyecto de drenaje definitivo para la ciudad de México. Gayol sostuvo que esas obras serían
infructuosas mientras no se resolviera el problema del desagüe general del Valle de México; así
se dieron los primeros pasos al respecto. Gayol sugirió la instalación de una planta de bombeo en
San Lázaro, que se inauguró en 1889. Durante la construcción de esta obra detectó uno de los
problemas más graves que afectarían a la ciudad de México en el siglo XX: la subsidencia
progresiva de la zona lacustre.
Durante el Porfiriato se inició una serie de obras ambiciosas en la ciudad de México, con el
propósito de hacer de esta metrópoli una capital moderna y preparar al mismo tiempo las
ceremonias del centenario de la independencia del país. Varias de estas construcciones se vieron
afectadas por serios problemas técnicos en su realización, asociados al difícil suelo de la ciudad
de México, y en su proyecto y conclusión por la evolución de la situación política. Ejemplo de lo
último fue el caso del proyecto del Palacio Legislativo Federal. Fue en 1897 cuando el general
Porfirio Díaz decretó que, por medio de la Secretaría de Obras Públicas, se emitiera una
convocatoria para el concurso de construcción de un nuevo recinto que albergara este palacio. El
fallecimiento del ganador, el arquitecto italiano Pietro Paolo Quaglia, en 1898 obligó a organizar
un segundo concurso en 1903, que se tuvo que declarar desierto, y finalmente a comisionar en
1904 al arquitecto francés Emile Bénard para que elaborara un proyecto, el cual fue presentado
ese mismo año. Se realizó un estudio de mecánica de suelos muy avanzado en sus conceptos para
la época.42 La primera piedra del palacio fue colocada el 23 de septiembre de 1910 y la
estructura metálica se empezó a elevar. Sin embargo, la renuncia forzada del presidente Díaz, el
24 de mayo de 1911, condujo a un largo letargo de las obras y, a pesar de los esfuerzos del
presidente Madero por dar un nuevo giro e impulso a la construcción, la obra tuvo que ser
abandonada en forma definitiva en 1912. Se sabe que fue el arquitecto Carlos Obregón Santacilia
quien en 1933 salvó de la demolición una parte de la estructura para convertirla en el Monumento
a la Revolución que conocemos actualmente. Una situación semejante se dio con el proyecto del
nuevo Teatro Nacional. Al demolerse en 1901 el antiguo Teatro Nacional para prolongar la calle
5 de Mayo se optó por construir un nuevo edificio en el sitio comprendido entre las calles del
Mirador de Santa Isabel o de la Alameda (Ángela Peralta) al poniente, la calle de Santa Isabel
(Eje Central) al oriente, la calle de la Mariscala (avenida Hidalgo) al norte y la calle del Puente de
San Francisco (avenida Juárez) al sur. El proyecto fue encargado al arquitecto italiano Adamo
Boari. Los cimientos de esta obra se iniciaron en 1904 pero la construcción fue suspendida en
febrero de 1913 y solamente se pudo reanudar en julio de 1932. En este lapso el edificio presentó
asentamientos no uniformes de una magnitud tal que se volvió famoso en el campo de la
mecánica de suelos a nivel mundial, pero sin sufrir daños estructurales críticos. Se inauguró el 29
de septiembre de 1934, bajo el nombre de Palacio de Bellas Artes. Interesante resulta también el
caso de la columna de la Independencia. En 1900 se acepta el proyecto formulado por el
arquitecto Antonio Rivas Mercado para erigir un monumento conmemorando la Independencia
de México. Consiste en una columna coronada por la victoria alada en cuya base figuran las
efigies de los héroes más destacados en la lucha de emancipación, así como grupos escultóricos
alusivos. Se ignoraba entonces que, sin detrimento de su valor simbólico y estético, este
monumento se iba a volver el testigo más evidente, conocido mundialmente, del grave problema
de subsidencia que padece la ciudad de México. Como es notorio, posteriormente a la
construcción se empezó a observar una fuerte emersión aparente del monumento respecto al
terreno circundante, consecuencia de la compresibilidad del suelo y de la subsidencia de la
ciudad, que alcanzó 1.5 metros en 1958 y rebasa actualmente los dos metros. Las vicisitudes que
sufrieron esas obras que, a pesar de todo, le siguen dando su carácter a la ciudad por su gran valor
arquitectónico fueron ricas en enseñanzas técnicas y no están ajenas al nacimiento en México de
una escuela de primer plano de ingeniería geotécnica.
Ingenieros durante
la Revolución
El gran crecimiento industrial durante el Porfiriato tuvo un alto costo social que derivó en el
inicio de la Revolución en 1910. El país se vio envuelto en una larga lucha armada que se
prolongó hasta el año de 1925. Durante este periodo el trabajo de los ingenieros se redujo,
llegando incluso a detenerse en ciertos periodos, en que la situación nacional era crítica. Como
sucedió en la Guerra de Independencia, muchos ingenieros se involucraron en el movimiento
social de la Revolución, tomando partido en la transformación nacional.
Entre los precursores de la Revolución debe mencionarse al ingeniero Camilo Arriaga. Nacido en
San Luis Potosí, inició su carrera política, tras graduarse de ingeniero, como diputado a la
legislatura de su estado en 1887 y a la federal de 1890 a 1898. Su celo por las Leyes de Reforma
y la Constitución de 1857 le enfrentó al régimen porfirista. Lanzó varios manifiestos y organizó
grupos liberales. Tras una agresión de la que fueron víctimas por parte de los porfiristas, Arriaga
y sus partidarios fueron aprehendidos y remitidos a México, acusados de sedición. Huyendo de
las persecuciones, se refugió en Estados Unidos. Regresó a México y se le aprisionó en 1908. Se
unió a la lucha maderista en 1910.
Personalidad sobresaliente de esta época fue el ingeniero geógrafo Valentín Gama y Cruz. Nació
en San Luis Potosí en 1868, estudió en el Instituto Científico y Literario y más tarde pasó a la
ciudad de México para estudiar la carrera de ingeniero geógrafo. Fue símbolo y producto de la
Escuela Nacional de Ingenieros; su profesión lo llevó a recibir los más altos honores, como el
título de doctor ex oficio que le otorgó el presidente Porfirio Díaz. Impartió cátedra en la Escuela
Nacional de Ingenieros. Posteriormente desempeñó el cargo de director de la misma; realizó
cambios y reformó planes de estudio. En 1912 formó parte de la Subcomisión de Publicidad del
Partido Liberal que estaba encargada de la propaganda del Partido y de la publicación de su
órgano oficial. En el periodo presidencial de don Venustiano Carranza, el ingeniero Gama fungió
como rector de la Universidad Nacional de México en dos ocasiones, de septiembre a diciembre
de 1914 y de abril a junio de 1915. Fue director de la Escuela Nacional de Ingenieros de 1923 a
1925 y de 1933 a 1934
Entre los ingenieros que se involucraron directamente en la Revolución destaca Vito Alessio
Robles. Nacido en Saltillo, Coahuila, obtuvo el título de ingeniero por el Colegio Militar. Fue
inspector general de policía, subdirector de Obras Públicas y agregado militar en Italia durante la
administración de Francisco Madero. Al regresar de Italia estuvo preso en Santiago Tlatelolco, en
la penitenciaría y en San Juan de Ulúa por órdenes del general Huerta. Se alistó en las filas del
constitucionalismo; operó en San Luis Potosí a las órdenes del general Carrera Torres y después
en el norte en las filas del general Francisco Villa. Combatió a Plutarco Elías Calles y Álvaro
Obregón cuando el último quiso reelegirse como presidente del Partido Antirreeleccionista.
El ingeniero Félix F. Palavicini apoyó el cambio político maderista. Ingeniero topógrafo del
Instituto Juárez de Villa Hermosa, Tabasco, fue a la vez periodista, ingeniero y escritor. Nacido
en Teapa, Tabasco, después de terminar sus estudios preparatorios en la capital de su estado natal
pasó a la ciudad de México, donde se graduó de ingeniero. Fue diputado del grupo renovador.
Estuvo preso al disolverse las cámaras en 1913. Participó en el Congreso Constituyente de 1917,
en Querétaro, como diputado. Venustiano Carranza le encomendó la cartera de Educación
Pública. Fundó el periódico El Universal en octubre de 1916.
Uno de los más destacados ideólogos del agrarismo fue el ingeniero Pastor Rouaix. Nacido en
Tehuacán, Puebla, estudió en México y obtuvo el grado de ingeniero topógrafo en 1896. En 1898
se trasladó a Durango en el ejercicio de su profesión. Al triunfo de la Revolución de 1910 se le
nombró jefe político del partido de la capital del estado y fue diputado local en 1912. Expidió la
primera ley agraria del país, el 3 de octubre de 1913, y fundó el primer pueblo libre el 20 de
noviembre del propio año, llamándolo Villa Madero. Decretó la expropiación de bienes de la
Iglesia. Estuvo en los combates de Gómez Palacio, Lerdo y en la toma de Torreón en 1914.
Secretario de Fomento, Colonización e Industria en agosto de 1914, no aceptó la cartera de
Fomento que le ofreció la Convención, marchando a Veracruz con don Venustiano Carranza.
Promulgó la ley agraria del 6 de enero de 1916 y fundó la Comisión Nacional Agraria, que creó
los primeros ejidos. Diputado al Congreso Constituyente de 1916 por el distrito de Tehuacán, fue
uno de los iniciadores de los artículos 123 y 27 constitucionales. Acompañó a Venustiano
Carranza en 1920. Fue diputado al Congreso de la Unión en 1924, cargo que ocupó nuevamente
en 1926. Destacó también su importante labor como historiador y geógrafo del estado de
Durango.
Hacia la ingeniería
mexicana moderna
Con el fin del movimiento revolucionario y la elección como presidente del general Plutarco
Elías Calles el país entró en una nueva etapa en la cual se inició un nuevo proceso de modernidad
y desarrollo nacional, partiendo de los ideales revolucionarios, con una concepción totalmente
distinta a la prevaleciente durante el Porfiriato. Puede decirse que después de los largos conflictos
bélicos del periodo revolucionario se devolvió el país a la sociedad civil y a sus ingenieros.
Entre los ingenieros que se involucraron directamente en la Revolución destaca Vito Alessio
Robles. Nacido en Saltillo, Coahuila, obtuvo el título de ingeniero por el Colegio Militar. Fue
inspector general de policía, subdirector de Obras Públicas y agregado militar en Italia durante la
administración de Francisco Madero. Al regresar de Italia estuvo preso en Santiago Tlatelolco, en
la penitenciaría y en San Juan de Ulúa por órdenes del general Huerta. Se alistó en las filas del
constitucionalismo; operó en San Luis Potosí a las órdenes del general Carrera Torres y después
en el norte en las filas del general Francisco Villa. Combatió a Plutarco Elías Calles y Álvaro
Obregón cuando el último quiso reelegirse como presidente del Partido Antirreeleccionista.
El ingeniero Félix F. Palavicini apoyó el cambio político maderista. Ingeniero topógrafo del
Instituto Juárez de Villa Hermosa, Tabasco, fue a la vez periodista, ingeniero y escritor. Nacido
en Teapa, Tabasco, después de terminar sus estudios preparatorios en la capital de su estado natal
pasó a la ciudad de México, donde se graduó de ingeniero. Fue diputado del grupo renovador.
Estuvo preso al disolverse las cámaras en 1913. Participó en el Congreso Constituyente de 1917,
en Querétaro, como diputado. Venustiano Carranza le encomendó la cartera de Educación
Pública. Fundó el periódico El Universal en octubre de 1916.
Uno de los más destacados ideólogos del agrarismo fue el ingeniero Pastor Rouaix. Nacido en
Tehuacán, Puebla, estudió en México y obtuvo el grado de ingeniero topógrafo en 1896. En 1898
se trasladó a Durango en el ejercicio de su profesión. Al triunfo de la Revolución de 1910 se le
nombró jefe político del partido de la capital del estado y fue diputado local en 1912. Expidió la
primera ley agraria del país, el 3 de octubre de 1913, y fundó el primer pueblo libre el 20 de
noviembre del propio año, llamándolo Villa Madero. Decretó la expropiación de bienes de la
Iglesia. Estuvo en los combates de Gómez Palacio, Lerdo y en la toma de Torreón en 1914.
Secretario de Fomento, Colonización e Industria en agosto de 1914, no aceptó la cartera de
Fomento que le ofreció la Convención, marchando a Veracruz con don Venustiano Carranza.
Promulgó la ley agraria del 6 de enero de 1916 y fundó la Comisión Nacional Agraria, que creó
los primeros ejidos. Diputado al Congreso Constituyente de 1916 por el distrito de Tehuacán, fue
uno de los iniciadores de los artículos 123 y 27 constitucionales. Acompañó a Venustiano
Carranza en 1920. Fue diputado al Congreso de la Unión en 1924, cargo que ocupó nuevamente
en 1926. Destacó también su importante labor como historiador y geógrafo del estado de
Durango.
Hacia la ingeniería
mexicana moderna
Con el fin del movimiento revolucionario y la elección como presidente del general Plutarco
Elías Calles el país entró en una nueva etapa en la cual se inició un nuevo proceso de modernidad
y desarrollo nacional, partiendo de los ideales revolucionarios, con una concepción totalmente
distinta a la prevaleciente durante el Porfiriato. Puede decirse que después de los largos conflictos
bélicos del periodo revolucionario se devolvió el país a la sociedad civil y a sus ingenieros.