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La historia de la Ingeniería en México.

En 1972 se fundó el Real Seminario de Minería en México, el cual es la escuela de ingenieros


más antigua del continente americano y la primera con carácter científico en América, sin
embargo el escaso avance que ha tenido la ingeniería en nuestro país se debe a las
características de nuestro contexto histórico.

Poco le ha valido al país fundar una escuela de ingeniería antes que los estadounidenses y
contar con una universidad, la Real y Pontificia Universidad de México. Mientras los
colonizadores ingleses al llegar hicieron sus propias reglas y leyes, tomando solo lo que les
fuera útil de viejo mundo, los colonizadores españoles se mantuvieron unidos a España hasta
con el término de Maximiliano en 1867, quien ordenó el cierre de la Universidad de México
en 1862. La institución fue reabierta hasta 1919.

Esta historia empieza en México con la llegada de los españoles. Antes de ese evento, el
imperio Azteca era vasto y poderoso. Bernal Díaz del Castillo, en su obra afirma que los
españoles vieron al llegar ala Gran Tenochtitlán fue una gran ciudad y todas las que había
dentro del agua. Los conquistadores describieron, de manera sucinta, los caminos y calzadas
como admirables. Dos acueductos unían a la ciudad con la tierra firme: el de Chapultepec y el
de Coyoacán.

Los aztecas tenían grandes ingenieros que habían resuelto los apremiantes problemas de toda
gran ciudad, que son los caminos, el agua potable y el tratamiento de los desechos humanos
todo dentro de un lago. Incluso construyeron un gran dique al oriente de la ciudad para evitar
las inundaciones, ese dique fue demolido por los españoles y nunca más fue reconstruido y su
destrucción y su destrucción ha sido la causa de grandes inundaciones de la capital.

Su sociedad estaba claramente diferenciada en clases y aunque era una sociedad guerrera y
esclavista había logrado un gran florecimiento en ciencia y artes.

Un gran problema desde aquél tiempo, y que subsiste hasta nuestros días, fueron los caciques.
El cacique es un terrateniente que se apoya en un gobierno central, le interesa el control
político y militar de su territorio, veía a los pobladores de sus tierras casi como esclavos.
Cacique significa señor de los vasallos o persona que tiene influencia excesiva en un lugar. El
término patrón sustituyó al de amo. Ala llegada de los españoles se conformó un sistema
educativo que no cambió en nada el antiguo sistema del cacicazgo. Los europeos se dieron
cuenta de que el sistema establecido era apropiado para una conquista casi pacífica. Teniendo
contento al cacique, dominaban al pueblo. El emperador les daba todo su apoyo para extender
su dominio hasta lugares muy distantes. El cacique seguía obedeciendo legalmente al gobierno
central; pero era libre de disponer de las vidas de los dominados.

Los colegios fundados por los españoles tuvieron como principal objetivo comunicarse en
cualquiera de las tres lenguas: castellano, latín o náhuatl, y después catequizar al pueblo. Con
la finalidad de dominarlo, los jóvenes que tenían fácilmente acceso a la educación eran los
hijos de los caciques, en estos estudios que tomaban había una clara tendencia de la enseñanza
del arte de gobernar, y eso no lo podían enseñar en masa.

Todo aquél que asistía a la escuela se convertía en un líder, debido que al tener más
conocimientos que al resto del pueblo, fácilmente podía ayudar a la comunidad. La educación
que se daba era sistematizada, fundada científicamente con inclinación a estimular el
desarrollo del estudiante. Eran templo-escuelas, pues estaban controladas por el clero.

En 1536, fray de Zumárraga solicitó al rey de España la creación de una universidad. El 21 de


septiembre de 1551 se dio la autorización. En 1557 el rey Felipe II ordenó la inspección oficial
de la recién fundada Real y Pontificia Universidad. Las universidades españolas que se
fundaron en el nuevo mundo recogieron lo más representativo de las mejores instituciones
educativas europeas.

En la Real y Pontificia Universidad principalmente se impartían cursos de medicina y


farmacia. Otras disciplinas era arte, música y filosofía. En las demás instituciones educativas
de la época se enseñaba hasta el quadrivium y una serie de oficios artesanales que se
consideraban suficientes para las necesidades del pueblo. Las grandes construcciones eran
obras de ingenieros provenientes de Europa y los Estados Unidos. En México no había
personal capacitado para formar ingenieros.

Los artesanos estaban bien organizados con el apoyo del gobierno. Para ejercer como artesano
se debían presentar dos exámenes: oral y práctico. Todo maestro artesano que quisiera trabajar
en la ciudad de México debería tener licencia de cabildo. El maestro artesano con licencia era
artesano y educador.

En México colonial se operaba el sistema de castas. Y basándose en esto los gremios de


artesanos excluían a los indios, porque los nativos tenían sus propias instituciones y no
necesitaban licencia para ejercer. Las cofradías de una clase generalmente no aceptaban a los
de la otra. Para poder ser maestro había que demostrar que eran cristianos viejos y tenían
limpieza de sangre. Para finales del siglo XVI estaban registrados 156 Gremios, y para finales
del siglo XVIII había casi 200 Gremios del más variado tipo de artesano. Los que se
dedicaban a la construcción había más de 30 especialidades de ahí que muchos edificios
coloniales fueran unas obras de arte.
Por depender tanto de la Corona Española, en México no se creó una carrera de ingeniería ni
siquiera la ingeniería civil que era indispensable para las construcciones, se importaban
ingenieros de Europa para esa tarea.

En 1780 se empezó a gestar en México la primera escuela con estudios universitarios de


ingeniería. Debido a que en España hubo una serie de cambios a la reforma de enseñanza en
las universidades, dicha reforma pretendía buscar la verdad científica utilizando el método
experimental en las ciencias eliminado el argumento de autoridad. En el Colegio de San
Miguel el Grande, guiado por Juan Benito Díaz de Gamarra se promovieron los conocimientos
de física, lógica, matemáticas y filosofía.

En aquel tiempo y por falta de espacio físico y de reflexión y discusión, las publicaciones
periódicas constituían la única forma de difundir la ciencia. El presbítero José Antonio Álzate,
el médico y matemático José Ignacio Bartolache, Velásquez de León y León y Gama,
formaron un grupo, ellos realizaron la mayoría de las investigaciones y publicaciones fuera de
la estructura educativa formal.

Otra razón por la cual se estableciera una universidad de ingeniería era el hecho de conseguir
materias primas baratas en las colonias; pues el papel moneda no existía y el pago universal
era los metales preciosos y el hierro por el desarrollo industrial que algunas naciones
experimentaban rápidamente. México contaba con una enorme riqueza minera, de ahí que
fuese urgente explotar el potencial minero de nuestro país y para ello requerían ingenieros de
minas calificados, y su importación era costosa.

Estas razones promovieron la creación de cinco instituciones educativas. En ellas se difundió


el pensamiento laico. Las escuelas que se formaron fueron: el Colegio de las Vizcaínas de
Artes y Oficios para mujeres en 1767; la Real Escuela de Cirugía en 1768; la Academia de
San Carlos en 1790, y el Real Seminario de Minería en 1792, que fue la primera institución,
en Latinoamérica, en impartir estudios universitarios sobre el área de minas, que es de la
ingeniería.
Desde 1783, que se aprobó la creación del primer colegio, el director fue nombrado por el rey,
Don Fausto de Elhúyar llegó en 1788 acompañado de 11 mineros alemanes. El 1° de enero de
1792 se inauguró el Colegio. Uno de los Objetivos de su creación fue proponer soluciones a
los problemas administrativos, a los deficientes métodos de trabajo, y a los antiguos métodos
de refinación de metales que ya estaban presentes en la minas. En ese tiempo y basándose en
los problemas observados, también se solicitó al rey de España la fundación de un colegio o
seminario metálico formado por cinco maestros.
Elhúyar adoptó un plan de estudios similar al del seminario metálico. Con el tiempo a los
alumnos se les empezó a preparar como futuros dirigentes políticos. En un principio los
estatutos sólo declaraban la admisión de españoles o descendientes de españoles mineros y de
los hijos de caciques indígenas. La educación forjó educadores que a su vez fundaron otras
escuelas. También formó empleados públicos de alto nivel y sólo unos poco se enfrentaron al
problema de las minas.

En México los egresados del Real Seminario de Ingeniería fueron insuficientes para atender la
demanda, hubo gran deserción en los estudios, y los pocos que concluían poseían
conocimientos eruditos, pero estaban alejados de la práctica minera; como consecuencia, los
empresarios mostraron poco interés en contratar tales egresados: Este hecho desmotivó la
creación de nuevas escuelas.

Aquí se pueden observar los tempranos errores de la educación superior del país. México aún
estaba controlado por españoles y la educación por decreto fue elitista. Esto provocó el primer
fracaso de la educación mexicana. Los egresados querían tener conocimientos para seguir
gobernando con más control, pero nunca en la industria, manufactura, o en la explotación de
las minas.

El barón Humboldt declaró que la enseñanza de las matemáticas era mejor en el Real
Seminario que en la Universidad. Los últimos adelantos mundiales en el conocimiento del
cálculo diferencial e integral ya se impartían en el Real Seminario, los más recientes
conocimientos científicos de la época eran importados por los españoles. El problema fue que
los mexicanos no lo supieron aprovechar para desarrollar al país, sino en beneficio propio.

La física y la química, materias cuyo conocimiento es indispensable en la práctica de la


minería alcanzaron un bueno nivel en México. El primer laboratorio de química con fines
educativos se instaló en la ciudad de México. A los cursos de química del Real Seminario
acudían médicos y boticarios de la Universidad, quienes veían la enorme importancia de esos
conocimientos en sus profesiones. En 1805 solicitaron al virrey la creación de una cátedra de
esas materias en la Universidad. La respuesta de la autoridad fue que, no había recursos
económicos y la petición era innecesaria para los boticarios.

Al virrey, al rey y a los poseedores de conocimiento no le convenía preparar científicamente al


pueblo. Mantuvieron las antiguas tradiciones llenas de prejuicios raciales y de relaciones
dominador-dominado. A los mineros españoles y alemanes sólo los traían para corregir los
trabajos que los indios hacían tan mal. Con el tiempo todo mexicano egresado de un colegio
de educación superior llegó a sentir el mismo desprecio por la ignorancia de los indios. De las
castas raciales se pasó alas intelectuales.
Este sentimiento de casta superior debido a la preparación intelectual ha llegado hasta nuestros
días. Cómo al jefe inmediato superior siempre se le dice ingeniero o licenciado. Cuando un
subordinado menciona una frase en público, se da por hecho que los oyentes saben que se está
refiriendo al jefe de todos, como si no existiera otro ingeniero entre los trabajadores. En la
frase está claramente implícito el culto a la personalidad del jefe, es una herencia de aquellos
primeros egresados de educación superior de a finales del siglo XVIII, quienes por su calidad
de conquistadores sometieron a los indígenas hasta en los detalles más sutiles.

Después de la guerra de independencia la mayoría de las escuelas cerró o siguió trabajando;


pero a un nivel mínimo. Desde 1808 hasta 1850, existió una laguna de información en cuanto
a las actividades educativas en México. La guerra de Independencia absorbió toda la atención.
Con la guerra independentista, España por medio de sus representantes, vació las arcas del
gobierno, quien después de absorber él costea de la guerra, quedó en la banca rota total.

Toda la industria mexicana, hasta mediados del siglo XVII fue totalmente artesanal. Los
gremios perdieron sus privilegios; además hubo escaladas de precios, aumento de jornadas de
trabajo y ya no se respetaban las reglas en las relaciones laborales entre maestros, oficiales y
aprendices. El siguiente error del nuevo gobierno monárquico fue suponer que al desaparecer
los privilegios gremiales se desarrollaría la industria y se alcanzaría una competencia
internacional. Los partidos políticos acordaron abrir las aduanas, lo anterior provocó la entrada
al país de mercancías inglesas y norteamericanas. Esta decisión casi acabó con los artesanos
mexicanos. Ya que los productos con los cuales competían procedían de un país muy
avanzado hablando de procesos y adelantos industriales, que como consecuencia hacían que
los productos costaran menos y sean de mejor calidad.

La siguiente noticia educativa ocurrió el 18 de abril de 1856, cuando por decreto de Ignacio
Comonfort, se creó la Escuela de Artes y Oficios, tanto en la capital como en algunos estados
del país. Esta decisión acabó con los gremios.

Lucas Alamán fue el primer gobernante que propuso soluciones a nivel general y no sólo para
beneficio de las castas dominantes. Creo el Banco de Avío para apoyar con préstamos a las
primeras fábricas modernas. Aun así el mundo seguía viendo a México a mediados del siglo
XIX como un botín para las grandes naciones. Entre estos se encontraban los norteamericanos,
los franceses, los ingleses y los españoles, mediante la compra de terrenos para instalar
fábricas y con préstamos al gobierno se apropiaban o se aprovechaban del país.

El país todavía padecía su última monarquía con Maximiliano de Habsburgo, quien gobernó
hasta 1867. El 22 de diciembre de 1865 el emperador expidió la Ley de Instrucción Pública.
Fue el primero que dispuso que la educación elemental fuera obligatoria y gratuita, con
vigilancia directa del Ministerio de Instrucción Pública. Maximiliano suprimió la universidad.
Además ordeno la reorganización de la educación superior. Adelantándose a Juárez, desplazó
al clero de la educación.

Los liberales suponían erróneamente, que al cancelar toda barrera aduanal, el libre juego de las
fuerzas del mercado sería el mejor motor para impulsar el desarrollo industrial del país. Su
suposición se basaba en el resultado obtenido por Estados Unidos, pero el enorme desarrollo
industrial que había alcanzado se debía a la infraestructura política y educativa, y a la filosofía
gubernamental. Para salir de ese terrible atraso en que nuestro país está sumido se necesita,
ante todo, cambiar el esquema educativo del país.

En México antes de la Reforma, las principales fuentes de acumulación de capital eran el


comercio, el contrabando, el peculado, la especulación y la usura. Las ganancias sé reinvertían
en las mismas actividades. El desarrollo industrial y la ingeniería son nulos, por lo que la
producción era artesanal. Desde entonces los mexicanos aprendieron a trabajar poco en las
actividades productivas y mucho en actividades de dudosa reputación, o aún en el comercio.
La influencia de la falta de apoyo para actividades industriales ha sido decisiva para
mantenernos en el atraso educativo y tecnológico.
El país sólo evolucionó industrialmente. Para 1883, la nación contaba con unas 3000
industrias que utilizaban maquinaria. Una gran parte de esas industrias eran propiedad de
extranjeros. Todos los conocimientos tecnológicos de producción, junto con la maquinaria,
eran importados. Con la instalación de las primeras fábricas, se inició de inmediato la
dependencia tecnológica.

A los extranjeros no les convenía que México desarrollara su propia tecnología, además esto
era sumamente difícil. Los norteamericanos y los ingleses tenían una enorme ventaja sobre el
resto del mundo, ya que ellos eran los protagonistas de la Revolución Industrial. Mientras que
en México no había estructura para la educación en las ramas de la ingeniería.

En 1790 se estudiaban seis años para obtener el título de perito facultativo en el Real
Seminario de Minería. Para 1826, el mismo título se obtenía estudiando siete años en el
Colegio de Minería. En 1843 aparece el primer título de ingeniero en México, estudiando
nueve años en el Colegio de Minería. Este mismo título se otorgó hasta 1867 en la escuela
Nacional de Ingenieros, la cual fue creada por decreto de Benito Juárez. En este mismo año en
la Escuela Nacional de Ingenieros, se crearon las carreras de Ing. Topógrafo, Ing. Civil, Ing.
Hidrógrafo y agrimensor, cursando ocho años. En esa escuela se crearon las dos primeras
carreras relacionadas con la actividad industrial: la de ingeniero mecánico, y la de ingeniero
electricista.
Para 1883 se fundó la primera carrera de ingeniería industrial en la Escuela Nacional de
Ingenieros, con un plan de estudios de cuatro años. Al terminar el siglo XX, México contaba
con tan sólo tres especialidades de la ingeniería relacionadas con la industria.

La Reforma influyó muy poco en la enseñanza, México tuvo que sufrir dos invasiones, en ese
periodo. La Reforma provocó inestabilidad política y económica. No fue sino hasta 1880 con
Porfirio Díaz en el poder, que México empezó a diversificar en el campo industrial. Desde este
año hasta el fin de siglo se fundaron las grandes fábricas en el país, aunque de baja tecnología,
el Porfiriato fue la única época en que México ha tenido una balanza comercial positiva. Sin
embargo el Porfiriato fue una tragedia para el país.

En ésta época aparecen nuevamente los caciques. El éxito económico de Porfirio Díaz se basó
en la concentración de riqueza en manos de los hacendados y en el empobrecimiento
progresivo del resto de la población. La mayoría de las universidades permanecían cerradas
desde antes de la Reforma. Los pocos centros de educación superior estatales apenas se
sostenían por falta de recursos. Las familias dominantes preferían enviar a sus hijos a estudiar
a Europa y a Estados Unidos, para que a su regreso aplicaran sus conocimientos en sus propias
fábricas. Para Porfirio Díaz esos dos aspectos no eran relevantes, y sólo permitió el desarrollo
de lo que convenía a sus intereses. Durante el Porfiriato, México verdaderamente se repartió
entre cierto número de familias, con lo que el cacicazgo llegó a su esplendor.

Al final del Porfiriato el panorama de la educación cambió. Los pocos científicos


sobrevivientes de las escuelas oficiales, aunados a inquietos hijos de caciques que habían
pasado a ser terrateniente, provenientes de Europa y de Estados Unidos con los conocimientos
más recientes de la ciencia, fundaron sociedades científicas para atenuar el vacío que dejaban
las escuelas superiores.

Don Justo Sierra, reabrió la Universidad en 1910 y siempre consideró que sin hombres bien
preparados se hace imposible el progreso de las naciones. Porfirio Díaz protegió las Bellas
Artes, fundó bibliotecas, creo becas y fomento que la educación pudiera llegar al pueblo y no
sólo a la elite gobernante. También propició una mejor calidad de la enseñanza en todos los
niveles. A finales del siglo XIX los periódicos criticaban el hecho de que el gobierno prefería
la educación superior a las carreras técnicas, cuando aquella se impartí en escuelas
independientes entre sí. En 1892, el gobierno resolvió impartir educación profesional gratuita
para evitar que cayera en manos del clero, que sí cobraba cuotas. Para fines de este siglo la
matrícula nacional de nivel universitario estaba entre los 5000 y 6000 alumnos.

HISTORIA DE LA CARRERA DE INGENIERIA INDUSTRIAL


La carrera de Ingeniería Industrial es una de las previstas en el plan de estudios aprobado por
el consejo universitario el 10 de febrero de 1939, pero aún no se habían establecido sus
estudios.

Reunido el Consejo Directivo de esta Escuela de Ingeniería Civil para considerar la petición
de los alumnos ha acordado por unanimidad de profesores y alumnos informar al consejo
universitario que realmente se debía procurar iniciar ya los estudios de dicha profesión , pues
se trata de una carrera necesaria para el país, pero haciendo constar al mismo tiempo que, si
bien no habría de necesitarse aumento alguno en el presupuesto para el funcionamiento del
primer curso, en cursos sucesivos será necesario proveer la creación de nuevas cátedras y
sobre todo de nuevos laboratorios y salas de máquinas aparte de lo previsto para Ingeniería
Civil.

DE LA INGENIERÍA INDUSTRIAL:

FREDERICK WINSLOW TAYLOR

(1856 -1915)

Ingeniero y economista Norteamericano, promotor de la organización científica del trabajo. En


1878 efectúo sus primeras observaciones sobre la industria del trabajo en la industria del
acero. A ellas le siguieron, una serie de estudios analíticos sobre tiempos de ejecución y
remuneración del trabajo. Sus principales puntos, fueron determinar científicamente trabajo
estándar, crear una revolución mental y un trabajador funcional a través de diversos conceptos
que se intuyen a partir de un trabajo suyo publicado en 1903 llamado "Shop Management".

La ingeniería industrial se refiere al diseño de los sistemas de producción. El Ingeniero


Industrial analiza y especifica componentes integrados de la gente, de máquinas, y de recursos
para crear sistemas eficientes y eficaces que producen las mercancías y los servicios
beneficiosos a la humanidad.

Los primeros pasos para la formación de la carrera de Ingeniería Industrial en la Universidad


de Costa Rica comenzaron a finales de la década de los 60, bajo la guía del Ing. Rodrigo
Orozco, Director del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Mecánica.

En 1970 se abrió la carrera de Ingeniería Industrial en una nueva sección de ese departamento,
que posteriormente se conformó como la Escuela de Ingeniería Industrial. Los primeros
programas fueron diseñados con base en las necesidades y requerimientos del país y a la
experiencia adquirida por los ingenieros Róger Collins y Salomón Lechtman, en universidades
de Estados Unidos; dichos profesores fueron los primeros con quienes la Escuela contó.

La llegada de profesores extranjeros como el Ing. Pedro Rey y de los costarricenses Reinaldo
Castillo, Carlos Quesada, Enrique Kellerman, Delbert Clark, Jenaro Chinchilla y Jorge
Maroto, fortaleció el currículum y lograron el prestigio que disfruta hoy en día el Ingeniero
Industrial. Este prestigio se evidencia por la cantidad de colegas en altos puestos ejecutivos,
que aún en las situaciones cambiantes de nuestro medio con su aporte han logrado una mejor
Costa Rica.

En los 26 años que tiene de funcionar, la Escuela ha sufrido constantes modificaciones,


buscando siempre el equilibrio entre las necesidades actuales y futuras del Ingeniero
Industrial, participando también en el desarrollo en sí de la profesión.

Bajo esta perspectiva de motivación y cambio, la Escuela ha venido realizando un análisis


integral de la carrera para definir su perfil profesional, su currículum y determinar sus
necesidades, preparándose para cumplir en los años venideros, con la responsabilidad social
de dotar al país de excelentes Ingenieros Industriales.

Además de lo ya mencionado anteriormente, la Escuela de Ingeniería Industrial concreta en


1993, la iniciativa de organizar un reconocimiento nacional a personas, empresas o
instituciones que en el desempeño de sus actividades ordinarias aporten de manera evidente al
mejoramiento de la calidad de vida de los costarricenses. Esta iniciativa se gesta con la
colaboración de la Defensoría de los Habitantes i otras instituciones. A partir de 1995, la sede
del concurso pasa a manos de la Defensoría de los Habitantes dada la cobertura nacional y
centroamericana que tomó el premio.

LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (1750-1848)

La primera Revolución Industrial, también conocida como Revolución Científico Tecnológica


(RTC), se gestó durante cerca de 300 años, pero su expresión tecnológica se dio en la
revolución industrial y sus efectos se prolongan hasta 1780.

Cuatro fueron las circunstancias económico-sociales asociadas a esta primera RCT: La


descomposición de la sociedad feudal, el desarrollo del capital comercial, el desarrollo de las
relaciones comerciales marítimas y el impulso de la industria pesada (minera y metalúrgica).
Esta primera RCT se caracterizó por un cambio en los instrumentos de trabajo de tipo
artesanal por la máquina de vapor, movida por la energía del carbón. La máquina exige
individuos más calificados, produce una reducción en el número de personas empleadas,
arrojando de manera incesante masas de obreros de un ramo de la producción a otra,
especialmente del campo a la ciudad.

La Revolución Industrial generó también un ensanchamiento de los mercados extranjeros y


una nueva división internacional del trabajo (DIT). Los nuevos mercados se conquistaron
mediante el abaratamiento de los productos hechos con la máquina, por los nuevos sistemas de
transporte y la apertura de vías de comunicación, así como también, mediante una política
expansionista. Entre 1830 y 1880, las principales guerras fueron de tipo colonialista, en la
India, China, Turquía, Sudán, Persia, Afganistán, Rusia Oriental y México.

Uno de los principios fundamentales de la industria moderna es que nunca considera a los
procesos de producción como definitivos o acabados. Su base técnico-científica es
revolucionaria, generando así, el problema de la obsolescencia tecnológica en períodos cada
vez más breves. Desde esta perspectiva puede afirmarse que todas las formas de producción
anteriores a la industria moderna (artesanía y manufactura) fueron esencialmente
conservadoras. Sin embargo, esta característica de obsolescencia e innovación no se
circunscribe a la ciencia y la tecnología, sino debe ampliarse a toda la estructura económica de
las sociedades modernas. En este contexto la innovación es, por definición, negación,
destrucción, cambio, la transformación es la esencia permanente de la modernidad.

EVENTOS MÁS RELEVANTES DE LA PRIMERA REVOLUCION


INDUSTRIAL

AUMENTO DE LA POBLACION

Fue favorable porque:


-Aumenta la producción al mismo ritmo que la población.

-Surgen nuevas técnicas.

-Hay capital para invertir.

>Cuando no se dan estos factores, el crecimiento de la población es un freno a la economía.

Acrecimiento continúo desde finales del XVIII.

-En Inglaterra se pasó de 6 a 10 millones entre 1800 y 1825.

Causas del crecimiento

a) Descenso de la mortalidad.

b) Sigue la alta natalidad.

c) Mayor consumo de pan y carne.

d) Mejoras en agricultura y ganadería.

e) Mejoras en higiene y medicina.

> Vacuna contra la viruela (1796).

> Ciudades menos sucias.

> La gente empieza a lavarse.

Reacción en cadena:

+ Población > + mano de obra > + producción > + comercio.

Salarios fijos:

Seguridad de las personas > matrimonios más jóvenes > más hijos.

Obstáculos al crecimiento
1. Mortalidad muy grande hasta finales del XIX e incluso principios del XX.

2. Hambrunas:

1846: malas cosechas en Europa.

Irlanda: enferman las plantas y no hay patatas.

3. Epidemias:

1832: cólera.

4. Guerras.

5. Mala calidad de vida. Desigualdades.

6. Descenso de la natalidad en algunos lugares:

-En Inglaterra necesitaban llevar población a las colonias porque no cabían.

-En Francia la natalidad está más restringida, debido a que los campesinos no querían dividir
sus tierras en muchos hijos para no perder su nivel de vida.

REVOLUCIÓN AGRÍCOLA
Sin la revolución agrícola, no se habría podido llevar a cabo la revolución industrial. • En
Inglaterra, a mediados del XVIII, hay cambios en la agricultura.

PAPEL DE LA CIENCIA Y LA TÉCNICA


• Se sustituye la artesanía por las máquinas. -Avanza la técnica más que la ciencia. -Hacia el
1770 ya hay máquinas produciendo.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN LA EUROPA CONTINENTAL


• En 1850 apenas existe la fábrica moderna en Europa. -Sólo en Bélgica hay un proceso de
revolución seguido al de Inglaterra.

SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (1880-1945)


La segunda RCT se inicia a fines del siglo XIX (1880) y es la continuación del avance
tecnológico, iniciado con la revolución industrial. También, es la expresión del desarrollo del
capitalismo, con sus períodos de auge y crisis, en todo el mundo.

Al finalizar la séptima década del siglo XIX, la primera fase del capitalismo, la fase del libre
comercio, comienza a mostrar signos de debilidad. En 1873, se inicia la segunda gran crisis
del capitalismo, a la que se le denominó "la Gran Depresión" y aunque hubo recuperaciones en
1880 y 1888, estas fueron pasajeras prosiguiendo la crisis hasta mediados de la década de
1890.

Por otra parte, al finalizar el siglo XIX, la población de la región industrializada de Europa
experimentó un extraordinario crecimiento y para su alimentación fue necesario recurrir a la
importación de cantidades cada vez mayores de alimentos y de materias primas de Europa
Oriental, particularmente Rusia, y de los Estados Unidos. Esta extraordinaria demanda de
alimentos produjo: a) una rápida transformación de los métodos agrícolas. b) el desarrollo de
técnicas para la conservación y transporte de alimentos.

Las principales innovaciones tecnológicas de la segunda revolución industrial fueron: La


producción de acero a bajo costo, la incorporación de la electricidad y el petróleo para permitir
la utilización del motor eléctrico y de combustión interna en el sistema económico. La
medicina consiguió conocer las causas de las enfermedades infecciosas y, de esta manera, se
puso de manifiesto el modo de combatirlas y más aún de prevenirlas. Finalmente, el desarrollo
de la química permitió conocer la función del suelo en la nutrición de la planta y sentó las
bases para el desarrollo de los abonos artificiales.

El motor de combustión interna hizo posible las plantas de luz, el aeroplano y en combinación
con el motor eléctrico permitió el desarrollo del automóvil y de la industria automotriz. El
motor eléctrico resultó ser un medio más flexible para satisfacer la necesidad de disponer de
unidades más pequeñas para las industrias menores. Pero la posibilidad de utilizar estas
unidades dependía, a su vez, de que se contara con una amplia red de abastecimiento de
energía eléctrica. Esto fue posible una vez que comienzan a demandarse servicios domésticos.
Primero se desarrollaron las redes de agua y gas, después se construyeron las redes
telegráficas y telefónicas y finalmente Thomas A. Disón desarrolló un procedimiento que
permitió producir y distribuir la electricidad para generar luz y sentó las bases para el
desarrollo de la industria eléctrica pesada, con un carácter monopolista y científico.

El desarrollo de la congelación y de la técnica de las conservas permitió la transportación de


productos agrícolas a grandes distancias.

El conocimiento de los mecanismos de transmisión de enfermedades infecciosas permitió en


primer lugar la explotación de las regiones tropicales y, en segundo lugar, un mejoramiento de
las medidas sanitarias en las poblaciones ya que la ciencia médica puso de relieve que las
causas primigenias de la enfermedad no se encuentran en los gérmenes, sino en las
condiciones que les permiten subsistir y propagarse.

Por último, el acero y los motores eléctricos y de combustión interna comenzaron a utilizarse
para el desarrollo de maquinaria agrícola, la cual junto con los abonos artificiales y la
selección de semillas y animales sentaron las bases para el surgimiento de la agricultura
científica, iniciándose la industrialización del sector agrícola.

Por su parte Henry Ford introdujo en su propia empresa (Ford Motor Compañía), en 1914 la
racionalización del trabajo a través de la Producción en Masa, el principio de la participación
de todo el personal en los beneficios de la empresa, y el principio de los altos salarios a fin de
crear capacidad de compra.

Después de la crisis económica de 1929-1933, una crisis de sobreproducción, Ford recorre


Norteamérica y convence a los empresarios de que apliquen los principios implantados con
anterioridad en su empresa, asimismo, institucionaliza la lucha económica de clases en la
negociación colectiva. De esta manera la producción en masa se articula con el mercado de
masas.

El taylorismo, el fordismo y las políticas Keynesianas son las grandes innovaciones de


carácter económico que junto con los aportes tecnológicos de la segunda RCT sientan las
bases del capitalismo durante el siglo XX. Pero también, los acuerdos de carácter político
(ONU, OEA), económico (GATT, Acuerdos de Bretton Woods, FMI, BM, BID) y militar
(OTAN) sentaron las bases que regularon las relaciones internacionales, en todos los niveles.

Entre 1945 y 1970 puede considerarse como la "Edad de Oro" de la posguerra de la Economía
Norteamericana, ya que durante los veinticinco años que duró esta trama histórica, el salario y
la productividad aumentaron a ritmos similares.

Empero, a fines de la década de los sesenta y principios de los setenta la "Edad de Oro" del
capitalismo comienza a tambalearse, pero esta vez, no se trata de una crisis de
sobreproducción, como anteriormente había ocurrido; ahora lo que existe es una "crisis de
rentabilidad originada por un descenso del ritmo histórico del aumento de la productividad."

TERCERA REVOLUCION INDUSTRIAL (1945-ACTUALIDAD)

La tercera RCT se origina a mediados de los cuarenta y una segunda oleada de


descubrimientos científicos y tecnológicos se presenta en las décadas de 1970 y 1980.

La tercera RCT emerge como respuesta a la crisis económica que experimenta el capitalismo a
nivel mundial, hace más de veinte años.

Se trata de una verdadera "Revolución de la Inteligencia". En la actualidad, el 85% de todos


los científicos que han vivido a lo largo de toda la historia están vivos y cuentan con
herramientas más avanzadas y mayor creatividad. Ello ha conducido a que la tasa de cambio
científico y tecnológico sea más rápida que en el pasado, actualmente el conocimiento
científico se duplica cada 13 a 15 años.

Las áreas donde están ocurriendo las innovaciones tecnológicas son: Energía nuclear,
informática, robótica, biotecnología, telecomunicaciones y ciencias del espacio.
200 años en la historia de la Ingeniería en México

El desarrollo de un país se puede apreciar por su


infraestructura

El desarrollo de un país se puede apreciar por su infraestructura. Asimismo, su evolución


histórica puede ponderarse por las obras que le brindan ciertos niveles de bienestar. Ardua y
valiosa ha sido la labor de los ingenieros que en un país como México se han esforzado por
implementar los avances de la ciencia en diferentes contextos. Este ensayo hace un recorrido
histórico a doscientos años del surgimiento del México moderno.

Los seres que nacen en este planeta tienen solamente dos opciones para asegurar su
supervivencia. La primera consiste en aceptar las rudas condiciones impuestas por los caprichos
de la naturaleza: adaptarse o morir. Esta estrategia es la que ha tenido que seguir la vida en su
evolución primitiva y es la que nos ha sido recordada con la celebración, durante todo el año
2009, del bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y de los 150 años de la publicación del
Origen de las especies. Sin embargo, los seres con mayor inteligencia cuentan ahora con una
segunda posibilidad: modificar el medio circundante y ponerlo a su servicio. Tal es la actitud que
han adoptado las civilizaciones modernas, encargando esta tarea principalmente a algunos de sus
miembros mejor preparados: los ingenieros. A ellos les corresponde transformar el mundo para
beneficio de la sociedad. En los últimos decenios esta segunda estrategia ha sido objeto de
severas críticas por parte de los defensores del medio ambiente. Los autores de todo proyecto de
obra nueva de ingeniería importante se encuentran sujetos a averiguaciones inquisitoriales por
parte de algunos apóstoles de la defensa de la naturaleza que consideran que mover una piedra
altera el orden natural. Es entendible y hasta muy loable la actitud idealista de estos censores,
pero ninguno de ellos consideraría seriamente volver a la vida silvestre y renunciar a las cómodas
protecciones modernas contra la intemperie y los depredadores que les ha ofrecido la ingeniería.
La verdad es que el progreso debe consistir en la búsqueda de un equilibrio que concilie la
armonía con la naturaleza y el control eficiente de sus excesos. Para definir la mejor forma en la
que puede lograrse tal objetivo, la sociedad no tiene otra opción que recurrir a… los ingenieros.

Son ingenieros los que dedican su inteligencia y talento a la solución de los problemas inmediatos
o futuros que encuentra el hombre en su relación con la naturaleza. Dentro de esta categoría se
encuentran muchos individuos que no necesariamente tienen una preparación formal de ingeniero
en el sentido estrecho que muchos le dan actualmente. Todos, sin embargo, tienen en común una
característica esencial: la de saber pensar antes de actuar y de saber actuar después de pensar. Ni
la acción impulsiva ni la especulación estéril tienen su lugar en la ingeniería. Es buen ingeniero el
que es capaz de predecir con aproximación suficiente el comportamiento del medio que lo rodea
y las consecuencias de cualquier alteración del mismo. Además, debe saber actuar con decisión a
partir de este conocimiento para lograr los objetivos desea-dos dentro de las restricciones
existentes de tiempo y costo. Tales aptitudes implican tener capacidad para elaborar y utilizar con
rigor unos modelos conceptuales que pueden ir desde los más elementales: reglas del arte basadas
en el empirismo, hasta los más sofisticados: teorías fundamentadas en conceptos avanzados de la
física y las matemáticas. Estos modelos predictivos le han otorgado al hombre un enorme poder
sobre la naturaleza, dándole al mismo tiempo conciencia de su propia mortalidad, un hallazgo
desagradable al que algunos atribuyen el nacimiento de las religiones.1 La capacidad de actuar
correcta y eficientemente después de pensar depende de otras características del individuo como
la responsabilidad, la voluntad, la ambición y la valentía, acompañadas de un sólido sentido
práctico y de un fuerte compromiso con la sociedad.

Debe subrayarse que, llevadas al extremo, algunas de las virtudes del ingeniero pueden
transformarse en sus más graves debilidades. Al ingeniero de alta formación científica le puede
ocurrir, al igual que al poeta, que “sus alas de gigante le impidan caminar”.2 De ahí que, salvo
notables excepciones, las incursiones de los ingenieros en la política, donde el rigor y la verdad
verificable no tienen el mismo lugar preponderante que en la ingeniería, no hayan sido siempre
exitosas. El ingeniero esencialmente práctico que solamente confía en su instinto y su “juicio
ingenieril” (término que no ha encontrado a la fecha una definición realmente satisfactoria)
tenderá por su lado a actuar en forma ineficiente y hasta peligrosa. Pensar es una de las
actividades humanas más dolorosa y algunos prefieren evitarla a toda costa, aceptando correr
riesgos poco razonables. Buen ingeniero será el que encuentre el equilibrio adecuado entre
análisis teórico y sentido práctico.

No es común encontrar en un solo hombre una combinación armoniosa de tantas virtudes, de ahí
que no abunden los ingenieros de alto nivel. La historia de la ingeniería es la de estos hombres
excepcionales y sus obras pero también la de los que, más modestamente, simplemente trataron
de seguir su ejemplo y aportaron su contribución, grande o pequeña, al bienestar de la
humanidad.

La celebración del bicentenario del Grito de Dolores y de los cien años del inicio de la
Revolución mexicana constituye una excelente oportunidad para que los ingenieros mexicanos,
como el resto de sus conciudadanos, hagan una pausa y volteen hacia su pasado para sacar
lecciones del mismo y preparar mejor el futuro. En México el contacto entre el hombre y la
naturaleza, y por tanto la actividad del ingeniero, siempre se ha dado en condiciones
contrastantes. Los retos del medio geográfico y físico son enormes. Los rasgos de la República
Mexicana pueden calificarse de extremosos si se comparan con los de muchos países,
especialmente europeos: grandes alturas, bruscos cambios de altitud, hidrografía irregularmente
distribuida, vulcanismo, sismicidad y gran variedad de climas. Los paisajes van desde los alpinos
con cumbres nevadas y bosques de coníferos hasta los inhóspitos desiertos arenosos
Sin embargo, al mismo tiempo debe reconocerse que la naturaleza ha sido generosa con el país,
dotándolo de amplios espacios con clima benigno y recursos naturales abundantes. Puede
pensarse incluso que estas últimas condiciones favorecieron más la adaptación a la naturaleza que
el enfrentamiento con ella y que en ello debe buscarse una de las explicaciones a lo que se ha
descrito como el “secular y escaso desarrollo tecnológico”4 que prevaleció en México por lo
menos hasta el fin de la época colonial. Sería sin embargo un grave error pensar que la ingeniería
de calidad haya estado ausente de esta parte del mundo durante este periodo. Por lo contrario,
abundan los ejemplos de notables obras realizadas por auténticos ingenieros. Por ello, la presente
monografía, enfocada principalmente a la historia del periodo que abarca la Independencia y la
Revolución, es decir, desde el fin del siglo XVIII hasta el principio del siglo XX que vio nacer la
ingeniería moderna, no puede ignorar el legado de los siglos anteriores.

La herencia de la época
prehispánica

Los primeros pueblos mesoamericanos levantaron monumentales construcciones sobre terrazas y


plataformas que modificaron radicalmente el relieve natural. En sitios como Teotihuacan, Monte
Albán y en la Gran Tenochtitlan dejaron constancias de sus avanzados conocimientos en
geometría, astronomía, comportamiento de suelos y técnicas para la elevación y desplazamientos
de grandes monolitos.5 Con ello quedó demostrada la capacidad de estos precursores para
concebir formas y estructuras abstractas de una gran pureza y plasmarlas en la realidad con
talento y habilidad en el manejo de los materiales. Pensaban antes de actuar y supieron actuar
después de pensar.

En esta misma época se edificaron grandes obras hidráulicas en regiones lacustres y pantanosas,
donde se construyeron diques y canales.6 Una de las más notables obras de este tipo fue el
albarradón de Nezahualcóyotl, dique realizado en 1449, durante el reinado de Moctezuma
Ilhuicamina. Desde el cerro de la Estrella (Iztapalapa) hasta el pie de la sierra de Guadalupe
(Atzacoalco), esta estructura se extendía cerca de dieciséis kilómetros a través del lago de
Texcoco, aislando la parte poniente de este cuerpo de agua que fue posteriormente conocida
como laguna de México. La albarrada estaba construida de piedra y barro, defendida por los
flancos con una estacada para evitar la erosión y coronada con un fuerte muro de mampostería.
Esta grandiosa obra de ingeniería tenía compuertas que permitían el paso de las canoas y la
regulación de la salinidad, vertiendo aguas dulces en época de secas hacia el lago de Texcoco. No
se ha podido reconstruir con precisión el trazo del albarradón de Nezahualcóyotl; sin embargo, un
plano en el que se representó este albarradón, elaborado por el ingeniero Tito Rosas en el siglo
XIX, sugiere que su parte central coincidía aproximadamente con la actual avenida Churubusco,
por lo menos en el corto tramo comprendido entre el viaducto de la Piedad y la avenida Fray
Servando Teresa de Mier.7 A través de esta obra el rey poeta Nezahualcóyotl, protector de las
ciencias y las artes, demostró tener todos los talentos que caracterizan a los grandes ingenieros:
entendimiento de los problemas, capacidad para encontrar una solución conceptual satisfactoria y
motivación y energía para lograr que se lleve a cabo.

Muchas de las técnicas desarrolladas en aquella época se perdieron o fueron sustituidas por otras
mejores durante los últimos cinco siglos; pero por su calidad y adaptación a nuestro medio otras
tantas han seguido aplicándose.8 Ejemplos de lo anterior son la creación de terreno cultivable
sobre la superficie de un lago mediante la técnica de chinampas, todavía empleada en la
actualidad, y la cimentación de estructuras sobre suelos blandos mediante rellenos pétreos ligeros
y estacones de madera, que es el precedente de las modernas cimentaciones sobre las llamadas
“inclusiones” empleadas en la ciudad de México y muchas otras partes del mundo.

La actividad minera prehispánica merece también una atención especial. En los pueblos indígenas
la metalurgia no ocupó un lugar importante pero los trabajos lapidarios fueron de primera
importancia y se explotaron algunas minas, como afirma el propio Sahagún cuando dice: “las
turquesas se hallan en minas; hay minas donde las cavan, y sacan unas mejores que otras”. En sus
Cartas de relación al rey de España Hernán Cortés indica además que los indígenas trabajaron
minas de cobre y estaño.10 Las minas prehispánicas, algunas de considerable antigüedad, se
encontraban sobre todo en la sierra de Querétaro y en diversos lugares del bajo río Balsas.

El legado de la época
novohispana

Desde los inicios de la Nueva España las autoridades virreinales debieron enfrentar el reto de
estructurar este nuevo e inmenso territorio. Fue necesario definir una política de realización de
obras públicas que se materializó en caminos, puentes, puertos, obras hidráulicas y proyectos de
urbanización. Numerosos técnicos y científicos participaron en la realización de estas obras. El
concepto de ingeniero (inicialmente civil) se utilizó por primera vez de forma oficial en la
ordenanza de Felipe III del 2 de febrero de 1612.

Aun cuando se ha dicho que, en la Nueva España, el siglo XVI fue un periodo poco productivo,
dedicado principalmente a la conquista de nuevos territorios, y que el XVII fue un siglo de
depresión, ignorancia y estancamiento, en el campo de la ingeniería es fácil encontrar brillantes
excepciones que mitigan este sombrío panorama, empezando con la edificación de la capital del
país, la Ciudad de los Palacios.

Una de las más asombrosas obras de ingeniería y arquitectura de esta época fue, sin lugar a
dudas, el acueducto del padre fray Francisco de Tembleque. Levantada de 1543 a 1560, esta obra
de ingeniería hidráulica fue la más importante construida durante el siglo XVI en el continente
americano. Su arcada más conocida atraviesa la barranca de Tepeyehua, en los límites de los
estados de México e Hidalgo. Comúnmente se le conoce como “Arcos de sitio” o “Acueducto de
Zempoala”. Motivado por la escasez de agua en la región, Tembleque, oriundo de Toledo,
España, realizó esta obra con un grupo de cuatrocientos indígenas al mando del maestro en
cantería Juan Correa. La obra tiene una longitud total de 48 kilómetros. Se origina en los
manantiales de las faldas del volcán de Tecajete y cruza lomas, cerros, tres barrancas, poblados y
haciendas, hasta llegar a su destino final: la ciudad de Otumba, cabecera del municipio
homónimo. Si bien se conoce por su arcada, más de noventa por ciento del acueducto corre bajo
tierra, y sólo tres por ciento pasa por la arquería que está conformada por tres puentes; el
porcentaje restante pasa a nivel del suelo. Los dos primeros tramos que atraviesan las barrancas y
son sostenidos por las arquerías alcanzan una altura de quince metros, conformado uno por 35
arcos y el otro por catorce; pero el más renombrado de todos es el tercer tramo, que cuenta con un
total de 66 arcos y una longitud de 1 020 metros. En su parte más elevada alcanza los 38.75
metros de altura. Esta obra muestra que la ingeniería eficiente no se contrapone con la estética;
por el contrario, la existencia de la segunda casi siempre es una evidencia de la calidad de la
primera. Esta obra constituye también una evidencia de que, aun cuando la Colonia rescató poco
del conocimiento mesoamericano, sí pudo aprovechar la calidad de la mano de obra local y la
pericia que tenían los indígenas para el uso de materiales autóctonos.

La construcción de vías de comunicación durante el periodo de la Nueva España encontró


grandes dificultades debido a las difíciles condiciones topográficas, climáticas y geológicas del
país. Esta tarea fue comenzada por Cortés en 1522 con el camino de Veracruz a México. Estos
trabajos fueron continuados por Antonio de Mendoza y otros virreyes, interrumpiendo cada uno
la obra del anterior, lo que conllevó, más que un progreso, un deterioro cada vez mayor de los
caminos.13 La infraestructura del país no era todavía una prioridad y la construcción de vías de
comunicación solamente se justificaba en la medida en que facilitaban la explotación de las
riquezas del país.

La minería por su parte jugó un papel fundamental en el desarrollo de la economía colonial,


iniciándose el auge minero con el descubrimiento de las opulentas minas de Zacatecas en 1546.14
Unos años más tarde, en 1557, en la hacienda de la Purísima Concepción de Pachuca, el minero
Bartolomé de Medina desarrolló el método de patio para el beneficio en frío de la plata. Este
sistema, más eficiente que la fundición, consistía en amalgamar los minerales con azogue
(mercurio), sal y pirita cuprífera en lugares abiertos. Este procedimiento revolucionó la
tecnología minera y permitió la enorme producción de las minas hispanoamericanas15 durante
tres siglos y medio, siendo finalmente sustituido en 1907 por la cianuración, introducida en
México por la empresa norteamericana United States Smelting Refining and Mining Company.

Como preludio a la creación de instituciones para la formación de individuos preparados capaces


de abordar los problemas de ingeniería, fue fundamental la organización progresiva de un sistema
de educación estructurado en la Nueva España. El lego franciscano Pedro de Gante había llegado
a México en 1523 y fundó la primera escuela del nuevo mundo en Texcoco. En 1528 fray Martín
de Valencia, superior de los franciscanos, se hizo cargo de la Escuela de San Francisco en San
José de los Naturales, que se mantuvo hasta 1572. Esta escuela llegó a tener hasta mil alumnos
impartiendo educación elemental y técnica que incluía: español, latín, náhuatl, canto y música. A
este tipo de educación tenían derecho los internos plebeyos e hijos de príncipe. El Colegio de la
Santa Cruz de Tlatelolco fue abierto en 1536 para la educación de setenta alumnos. La educación
hispana de nivel superior adquirió un carácter formal con la fundación de la Real y Pontificia
Universidad de México, que abrió sus puertas el 25 de enero de 1553 siguiendo los estatutos de la
Universidad de Salamanca de tradición medieval y escolástica. Cuando nace la Universidad, ésta
se convierte en la palestra de la sociedad criolla pero la educación media quedará vacante hasta
que los jesuitas establezcan su red educativa partiendo del Colegio Máximo de San Pedro y San
Pablo en la ciudad de México, abierto en 1573.

La necesidad y la urgencia son con frecuencia generadoras de creatividad y desarrollo técnico.


Así sucedió con el grave problema de inundación que se planteó a los habitantes de la ciudad de
México:

La capital de la Nueva España había heredado del problema hidráulico que ya había afectado a la
gran Tenochtitlán, en particular con las inundaciones de 1449. De cuando en cuando, el lago de
Texcoco que era el vaso colector de toda la región lacustre del valle, recobraba su primitiva
extensión en las tierras que Tenochtitlán y México habían conquistado sobre él y la ciudad, a
pesar de sus diques-calzadas y sus canales se veía a punto de desaparecer en un siniestro.

Desde 1541 el Ayuntamiento había pedido al virrey que se hicieran obras para evitar que las
aguas invadieran la ciudad, pero solamente se repararon algunos puentes y calzadas. El 17 de
septiembre de 1555 los aguaceros diluviales inundaron la ciudad y derrumbaron casas,
provocando la migración de muchos habitantes. El virrey Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón
ordenó la construcción de un albarradón que se iniciaría en el arranque de la calzada de
Guadalupe y terminaría en el arranque de la calzada de San Antonio o Iztapalapa, formando un
semicírculo que abrazaba a la población por el rumbo de San Lázaro, pasando frente a las
atarazanas. Se le llamó albarradón de San Lázaro y quedó terminado en 1556. El 26 de noviembre
de este mismo año Ruy González y Francisco Gudiel presentaron al Cabildo de la ciudad de
México un proyecto para el desagüe general del Valle de México. Gudiel18 consideraba que “la
solución era desviar el caudaloso río Cuauhtitlán y hacerlo desaguar a ciertas quebradas de
Huehuetoca e ir a parar al río de Tepexi, que va al mar”.19 Sugirió además aprovechar las aguas
para los regadíos y la navegación, expresión de una visión muy moderna del problema en la que
se buscaba conciliar soluciones técnicas eficientes con un desarrollo armonioso del entorno. Más
tarde esta propuesta sería retomada por Alejandro de Humboldt. Este proyecto no se llevó a cabo
por la sencilla razón de que durante un largo periodo de años las lluvias fueron menos abundantes
y se perdió el sentimiento de urgencia frente a este problema que seguía latente. Atender los
problemas ingenieriles solamente en el momento en que se vuelven críticos sigue siendo
desgraciadamente una tendencia muy actual.

En 1579 las copiosas lluvias causaron el desbordamiento de las lagunas y a principios de 1580 las
aguas invadieron una vez más la capital. Se pensó otra vez en el desagüe general y el ilustre
arquitecto Claudio de Arciniegas, autor de la primera traza de la Catedral Metropolitana, propuso
nuevamente abrir el desagüe por el pueblo de Huehuetoca y Nochistongo hasta el río Tula. El
virrey don Martín Enríquez de Almansa, tomando en cuenta el dictamen negativo del cosmógrafo
Francisco Domínguez y temeroso de la magnitud y el costo de la obra, se limitó a reponer de
nueva cuenta los diques y calzadas.

En 1592 se creó el Tribunal del Consulado para atender todo lo relativo a los pleitos mercantiles,
así como lo referente a los embarques y desembarques. Este tribunal solía encargarse también de
obras de desagüe, caminos y edificios.

El siglo XVII se inició con varias obras civiles de importancia, como la presa de Acolman,
construida a partir de 1604 para controlar el río San Juan Teotihuacan. El diseño no resultó
acertado puesto que el embalse inundó el pueblo de Acolman y sus alrededores hasta el decenio
de 1820, incluyendo la bella iglesia de San Agustín Acolman, terminada de edificar en 1560, que
quedó en parte sumergida, desapareciendo la parte inferior del templo bajo una capa de
sedimentos de más de dos metros de espesor.
En ese mismo año de 1604 volvió a inundarse la ciudad de México y el nuevo gobernante, el
virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, pidió se le presentasen proyectos para
hacer el desagüe perpetuo y general. Antonio Pérez de Toledo y Alonso Pérez Rebelto
propusieron hacer una zanja desde “el Molino de Ontiveros a Huehuetoca, para recoger el lago de
Zumpango y el río de Cuauhtitlán”. El proyecto espantó al fiscal Antonio Espinosa de la Plaza y
no se llevó a cabo. El virrey ordenó solamente la reparación del albarradón de San Lázaro y la
reconstrucción de la calzada de Tepeyacac o Guadalupe y la de San Cristóbal que separaba el
lago de Xaltocan del de Texcoco. Esta última obra fue elogiada en 1867 por Manuel Orozco y
Berra:

El dique fue sin disputa una de las obras mas grandiosas del desagüe, formado de piedra con
encortinados de mampostería por ambos lados, corría en dirección N-S por unos 4,200m hasta
San Cristóbal, formando de allí en adelante una línea quebrada por espacio de otros 1,260m; su
anchura es de 11m y su altura variable por la pendiente del terreno, en máximum llega a 3m.
Obra de tal naturaleza debiera haber durado por siglos, si no fuera porque los muros son
verticales presentando apenas talud en algunos ángulos. Las olas levantadas por los vientos en
líquido, viniendo a estrellarse furiosas contra el dique han dislocado la mampostería e
infiltrándose las aguas en el interior lo han debilitado en gran manera.

No fue sino hasta el año de 1607 cuando, por el empeño del virrey Luis de Velasco y Castilla,
que ocupaba esta posición por segunda ocasión, se comenzó la magna obra del desagüe del Valle
de México. En ese año la inundación fue peor que las anteriores, la ciudad se vio cubierta por las
aguas de tal forma que solamente se podía circular en canoa y se padecieron grandes
calamidades. Frente a esta situación, se aprobó el proyecto de desagüe del ingeniero Enrico
Martínez, impresor, astrólogo, cosmógrafo y escritor de nacionalidad alemana para algunos y
francesa para otros,21 que había llegado a la Nueva España en 1590. El virrey aprobó el proyecto
el día 23 de octubre de 1607 e inauguró los trabajos con el visitador don Diego de Landeros y
Velasco el 29 de noviembre de ese año. Se retomaba el concepto propuesto por Francisco Gudiel
en 1555. El proyecto era sencillo y económico: las aguas del lago de México se vaciarían por
medio de una zanja que uniría el lago de Xaltocan con el de Zumpango, y las de éste se sacarían
del valle, junto con el caudal del río Cuauhtitlán, el más caudaloso del valle, mediante la
construcción de un túnel y de una abertura entre los cerros, conocida como tajo de Nochistongo,
en el municipio de Huehuetoca, hacia el río Tula, que las llevaría hacia el Golfo de México.
Enrico Martínez aclara que:

Cuando esta obra se comenzó se encaminó a dos fines: el primero y principal para quitar de la
laguna de México el agua que fuese necesaria para asegurar la ciudad de la inundación que se
teme y el segundo que si por falta de tiempo de fuerzas o por algún otro impedimento que debajo
de la tierra se ofreciese, no se pudiese luego conseguir el referido primer intento, se acomodase la
obra de suerte que por lo menos pudiese desaguar por ella la laguna de Zumpango

Hacia 1771 aparecieron los primeros indicios de que en la Nueva España, gobernada entonces por
el virrey Antonio María de Bucareli, hacía falta una actividad apoyada en la ciencia que
coadyuvase a resolver los grandes problemas que en muy diversos órdenes se habían suscitado en
la minería novohispana, principal fuente de riqueza del reino y actividad en torno a la cual
giraban todos los negocios del virreinato. Se procuró entonces formar un cuerpo de Ordenanzas
de Minería, conjunto de leyes que permitieran un desarrollo armónico de la industria, apoyado en
la formación de profesionales con sólida base científica que serían los encargados de dirigir
después tan importante actividad.

Las primeras representaciones o solicitudes para la formación de un organismo superior que


regulase todas las funciones de la minería fueron llevadas a España por el visitador don Joseph de
Gálvez. Se tomaron en cuenta las ideas y experiencias de destacados mexicanos, entre ellos don
Juan Lucas de Lassaga, regidor de la ciudad de México y juez contador de mineros y
albaceazgos, y don Joaquín Velázquez Cárdenas y León, abogado de esta Real Audiencia y
catedrático de matemáticas de la Real y Pontificia Universidad Mexicana. Las solicitudes
presentadas a Carlos III por Gálvez señalaban, entre otras razones, la necesidad de unir y formar
la minería en un cuerpo y de crear un tribunal que pudiera gobernarlo. El primero de julio de
1776 el rey de España, Carlos III, expidió en Madrid una real cédula en virtud de la cual se
resolvía que el importante gremio de la minería de la Nueva España se erigiera en forma de
cuerpo, para lo que se daba el consentimiento y los permisos necesarios. En 1783 el mismo
Carlos III expidió las ordenanzas para la dirección, régimen y gobierno del Cuerpo de la Minería
de la Nueva España y su Real Tribunal General. En éstas se establecían las bases para la
formación del Real Seminario de Minería, el cual estaría integrado por un Banco de Avío, un
Tribunal y un Colegio de Metálica. Se creó el “Real Seminario” para que “nunca falten sujetos
conocidos y educados desde su niñez en buenas costumbres, instruidos en toda la doctrina
necesaria para el más acertado laboratorio de las minas…”.27 Se inició así una fecunda etapa de
la ingeniería mexicana. Por sus valiosos servicios, don Joaquín Velázquez Cárdenas de León y
don Juan Lucas de Lassaga fueron nombrados director general y administrador, respectivamente,
del Real Tribunal de Minería. Desafortunadamente, poco habrían de durar en sus cargos, ya que
murieron casi simultáneamente a principios de 1786. El nombre de Lassaga se halla inscrito en
letras de oro en uno de los arcos del patio del Palacio de Minería.

Se fundaron así dos importantes instituciones científicas y culturales: el Real Seminario de


Minería, dependencia del Real Tribunal General de Minería, y la Academia Real de las Tres
Nobles Artes de San Carlos.

Para instalar el Real Seminario de Minería, en noviembre de 1788, se adquirió en arrendamiento


con opción a compra una casa de vecindad grande, con altos y bajos, de mampostería y con
dotación de agua, de la cual era propietaria la provincia de San Nicolás Tolentino, de la Orden de
los Agustinos Descalzos de las islas Filipinas. La casa estaba marcada con el número 19 de la
calle del Hospicio de San Nicolás, que actualmente corresponde al número 90 de la calle de la
República de Guatemala, y en 1791 se arrendó la propiedad contigua, número 94, para ampliar el
recinto.28 Se tuvieron que hacer costosas reparaciones antes de poder usarla; sin embargo, a fines
de 1791 estaba ya en condiciones de ocuparse y servir de asiento al Real Seminario.

En lo tocante al personal docente, se pensó desde un principio en traerlo de España, haciendo


poca justicia a competentes criollos. Ya había llegado de España el capitán Andrés José
Rodríguez, profesor designado de matemáticas, por lo que esta importante área de estudios
quedaba cubierta. La enseñanza de la lengua francesa recayó en el comerciante Mariano Chanin,
quien la tenía como propia. La Academia de San Carlos, en México, proveyó los profesores de
dibujo en las personas de don Esteban González para la delineación de planos lineales y
geográficos y de don Bernardo Gil para la enseñanza del dibujo de figura. Para la rama de la
física se contaba con don Francisco Antonio Bataller, que era minero en México y antes había
servido como maestro interino en el Colegio de San Isidro de la capital española. Fausto Elhuyar
y de Zubice, importante científico español, fue el primer director del Real Seminario de Minería;
tomó posesión de ese cargo el 13 de septiembre de 1788 y permaneció en él hasta el 22 de
octubre de 1821. El Real Seminario de Minería quedó “erigido, establecido, y fundado”
oficialmente el primero de enero de 1792. El programa de estudios del Seminario, dividido en
cuatro años, incluía matemáticas superiores, física, química, topografía, dinámica, hidráulica,
laboreo de minas, lenguas y dibujos, así como una práctica activa en algún real de minas, amén
de la presentación de un gran acto público al término de la carrera, antecedente directo del actual
examen profesional. De 1797 a 1813 el escultor y arquitecto valenciano Manuel Tolsá concibió y
construyó el espléndido Palacio de Minería, obra maestra del neoclasicismo en América, para
albergar el Real Seminario de Minería. Las dimensiones monumentales de esta construcción
constituyen por sí solas una clara evidencia de la importancia que se quiso dar en aquella época a
la naciente ingeniería mexicana. Los alumnos empezaron a recibir las clases en el Palacio de
Minería a partir de 1811, cuando todavía faltaban por terminar algunas partes del edificio.

Las nuevas instituciones académicas así fundadas lograron consolidarse gracias a entusiastas
personajes como Miguel de Constansó, ingeniero militar, importante profesor de la Academia de
San Carlos, director de empedrados y obras públicas y autor de uno de los mejores planos de la
ciudad de México; fue el primero en introducir el aprendizaje de la geometría; también fue autor
del primer proyecto para el edificio del Palacio de Minería.

Una huella imborrable dejó también el profesor del Seminario de Minería, Andrés Manuel del
Río, escritor y mineralogista que realizó sus estudios químicos y metalúrgicos en importantes
centros relacionados con esas actividades, como París, Almadén o Freiberg. Fue discípulo del
padre de la química moderna, Antoine Lavoisier. Llegó a la Nueva España en 1794 y abrió el
primer curso de mineralogía que se dio en México el 17 de abril de 1795. En 1802 descubrió un
nuevo elemento en los depósitos de plomo pardo de Zimapán, al que dio el nombre de
erytronium. Este elemento fue descubierto nuevamente en 1830 en Suecia por Nils von Sefstrom,
quien le dio el nombre de vanadium, en homenaje a la diosa nórdica del amor y la belleza
Vanadis. En estos últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX la minería novohispana
enfrentaba graves obstáculos, como la insuficiente provisión de azogue y la carestía del hierro
empleado en la elaboración de herramientas utilizadas en las minas, metal que era traído de
Vizcaya. En 1805, a causa de la guerra entre Inglaterra y España, se suspendieron los envíos de
hierro y azogue y, ante esta grave amenaza que podría ocasionar la paralización completa de los
trabajos mineros, el Real Tribunal de Minería comisionó a Andrés Manuel del Río para establecer
una ferrería en Coalcomán, en la provincia de Michoacán. Con su diligencia característica, el
ilustre profesor madrileño se trasladó, a fines de 1805, a la mencionada población, que en ese
tiempo era un reducido asentamiento, poblado en su mayoría por indígenas nahuas. Desde su
llegada a Coalcomán, Andrés Manuel del Río tuvo que lidiar con la carencia de elementos de
toda clase y hasta con la incomprensión de las autoridades inferiores que ahuyentaban a los
trabajadores con sus absurdos sistemas de tributación y ponían trabas con los sistemas
alcabalatorios. Por otro lado, el profesor Del Río tuvo que vencer diversos problemas de carácter
tecnológico en el momento de levantar las instalaciones de la ferrería y los hornos de fundición,
pero después de vencer esas dificultades, a fines de abril de 1807 produjo con éxito el primer
fierro que se elaboró en la América hispánica.

Entre los docentes más famosos de este periodo también debe mencionarse a Antonio León y
Gama, criollo distinguido como astrónomo y físico que dio la cátedra de mecánica en el Colegio
de Minería, y a Diego Guadalajara y Tello, nombrado en 1789 director de matemáticas por la
Academia de Nobles Artes de San Carlos.

En el Seminario de Minería se editaron los más avanzados libros técnicos y científicos de la


época; entre otros, el Tratado de química de Lavoisier, presentado por su alumno don Andrés
Manuel del Río; la traducción al castellano de las Tablas mineralógicas de Karsten; la Nueva
teoría y práctica del beneficio de los metales de oro y plata de Eguía; el Tratado de amalgamación
de Sonneschmidt, y los Elementos de orictognosia del propio Andrés Manuel del Río, que
mereciera ser considerado por Humboldt como el libro más valioso de su época. El Seminario de
Minería fue el asiento del primer Instituto de Investigación Científica del continente y sus
egresados con el título de facultativos de minas obtuvieron el privilegio, a partir de 1797, de ser
aceptados en el resto de América, en Filipinas y en toda Europa. México se convirtió entonces en
el principal exportador de conocimientos técnicos y científicos del continente. En aquella época
la Nueva España poseía la vicepresidencia de la Asociación Mundial de Minería.

Durante todo el siglo XVIII el tema del desagüe de la capital de la Nueva España continuó siendo
uno de los temas ingenieriles más importantes. José Antonio Alzate escribió:

Una de las cuestiones más antiguas, más interesantes y más graves que han ocupado la atención
de nuestros gobiernos, de nuestro ingenieros, de nuestros higienistas y en general de todos
nuestros hombres pensadores, es la relativa al desagüe de la ciudad de México y su valle:
cuestión que fue planteada por la naturaleza y que a la ciencia toca resolver de una manera
satisfactoria.

En 1767, año de la expulsión de los jesuitas de la Nueva España, el propio José Antonio Alzate
presentó un proyecto para el desagüe del Valle de México que contenía los siguientes puntos:
primero, hacer un socavón al sur o sureste de la ciudad; segundo: abrir el tajo al noreste o
noroeste de las lagunas; tercero: desagüe por medio de una máquina; cuarto: reconocimiento de
los sumideros que aseguraba que existían. Estas decepcionantes propuestas parecen reflejar la ya
mencionada dificultad que encuentran algunos científicos de alto nivel, por ilustres que sean, para
dar soluciones a problemas prácticos de ingeniería. La primera solución es claramente
antieconómica, debido a la dificultad de perforar un largo túnel en las rocas basálticas de la sierra
de Chichinautzin (aunque es una alternativa que se vuelve a proponer periódicamente); la
segunda retoma de forma vaga lo propuesto por muchos antecesores; la tercera, aplicada
actualmente en el gran canal en varias estaciones de bombeo, era poco realista en aquella época, y
la cuarta le da crédito a rumores que no tenían apoyo en ningún tipo de evidencia sólida.

Joaquín Velázquez de León fue consultado a su vez por el Tribunal del Consulado acerca de la
posibilidad del desagüe general y se le encargó redactar La historia de la laguna de México y de
las suntuosas obras que se han practicado para libertar y precaver a esta famosa capital de las
inundaciones a que está expuesta. La actitud de Velázquez de León fue más ingenieril; manifestó:

(…) que menos que haciendo por mi mismo las nivelaciones y demás operaciones necesarias,
repitiéndolas y corrigiéndolas hasta su más exacta comprobación; no estaría en estado de
responder asertivamente, ni sobre la posibilidad del desagüe de la última laguna, ni sobre el grado
de seguridad que podía ya haber conseguido México, mediante la obra emprendida y en la mayor
parte verificada por el Real Tribunal del Consulado.

En septiembre y octubre de 1819 el río Guadalupe se desbordó y la ciudad se inundó desde


Tlalnepantla hasta Texcoco.

El Real Cuerpo de Ingenieros Militares pasó a ser regulado por la ordenanza del 4 de julio de
1768 que permitió el pase a América con el ascenso automático a la siguiente categoría; además,
se establecía que los interesados debían permanecer cinco años en América antes de volver a
España. Se destinaron a Nueva España 47 ingenieros entre 1761 y 1780. Se reconstruyó la
fortaleza de San Diego, destruida por un terremoto en 1776, y se levantaron otras construcciones,
como los fuertes de San Carlos en Perote, Veracruz, y los de San Felipe en Bacalar y Sisal,
ambos en la Península de Yucatán. Debe reconocerse que la importancia de las obras que
desarrollaron los ingenieros militares en la Nueva España estriba no sólo en su solidez, que les ha
permitido perdurar hasta tiempos modernos, sino también en su calidad y diversidad.31 En 1803
se dio una nueva ordenanza para el Real Cuerpo de Ingenieros Militares y en 1805, un
reglamento adicional para los ingenieros destinados a América cuyos principales puntos eran los
siguientes: 1) se crea la división de Indias; 2) se establecen cinco direcciones y ocho
comandancias, siendo la de Nueva España la más importante; 3) se limita el tiempo de residencia
a diez años; 4) se mantiene el ascenso a la siguiente categoría. Esta ordenanza tuvo poco impacto
en América debido a los movimientos de emancipación y a la invasión napoleónica a España.

De gran trascendencia para la Nueva España y para el resto del mundo resultó la visita a México
del barón Alejandro de Humboldt. Este distinguido viajero y científico llegó a Acapulco con
Aimé Bonpland el 22 de marzo de 1803 y el 11 de abril a la ciudad de México. Realizó varios
recorridos visitando minas y escalando volcanes, como el Jorullo y el Nevado de Toluca. Del 9 al
12 de enero de 1804 acompañó al virrey José de Iturrigaray Aréstegui en su visita a las obras del
canal de desagüe, llegando hasta Huehuetoca. Entre los trabajos que publicó a su regreso a
Europa, la obra de mayor trascendencia fue, sin duda, el Ensayo político sobre el reino de la
Nueva España, publicado por la editorial Bouret, París, en 1822. Humboldt obtuvo muchos datos
en la secretaría del virreinato, aprovechando principalmente los censos mandados a efectuar por
el virrey conde de Revillagigedo y los estudios del Real Tribunal de Minería, estos últimos en la
parte que a la explotación minera se refiere. Sin poner en tela de juicio el inmenso valor del
trabajo de Humboldt, parece por tanto que uno de sus méritos principales fue el haber organizado,
sintetizado y difundido información que pudo haber sido publicada por los propios técnicos
mexicanos. Esta situación se ha repetido desgraciadamente desde entonces con cierta frecuencia y
no son raras las ocasiones en las que se ha dejado que datos valiosos reunidos con gran esfuerzo
local y estudios de gran valor sean aprovechados y publicados por visitantes, por la falta de
publicación oportuna por sus verdaderos autores.

Entre las últimas obras civiles de importancia construidas en el periodo de la Nueva España
conviene destacar el llamado Puente del Rey, actualmente Puente Nacional, construido por los
hermanos José y Manuel Rincón como parte del plan de mejoramiento del camino real entre las
ciudades de México y Veracruz que realizó Diego García. Se dice, pero no está confirmado, que
el diseño del puente fue obra del célebre arquitecto español Manuel Tolsá. Su construcción inició
en 1799, concluyendo después de siete años, en 1806. El puente cruza el río Huitzilapan, mejor
conocido como río La Antigua, que desemboca en el Golfo de México. Cuenta con una longitud
de 170 metros y un ancho de más de nueve metros. Se ubica en el municipio de Puente Nacional,
en el estado de Veracruz.

A pocos años de su inauguración se mandó construir una fortificación militar, nombrada atalaya
de la Concepción, cuya función era defender el paso del Puente del Rey. Esta posición
estratégica, ubicada en lo alto de una elevación topográfica contigua al río de La Antigua, fue
construida por órdenes de la Corona española por el brigadier venezolano Miyares y Mancebo,
para garantizar el tránsito por el camino real. Durante la Guerra de Independencia Guadalupe
Victoria tomó posesión del puente y libró varias batallas en este sitio. Este puesto militar
insurgente fue el inicio del poblado que actualmente se ubica a un costado del puente, nombrado
Puente Nacional. Con el fin de la guerra independentista y el forjamiento de la nueva nación el
puente fue renombrado como Puente de la República y, años más tarde, como Puente Nacional.
Durante muchos años constituyó un punto de referencia importante en el camino de Veracruz
hacia la capital y fue descrito con detalle por muchos viajeros y escritores renombrados, como la
marquesa Calderón de la Barca y William Bullock, así como por los cronistas de las distintas
invasiones que sufrió el país durante el siglo XIX. A pesar de que tiene solamente seis arcos, este
puente llamaba la atención por su trazo curvo en planta. Esta obra fue pintada en la primera mitad
del siglo XIX por artistas de la talla de Johan Moritz Rugendas o el barón de Courcy.

Los ingenieros en la
Independencia

Las nuevas instituciones educativas ayudaron a la Nueva España a modernizarse, no sólo en las
cuestiones técnicas y culturales, sino también en las ideológicas. Estas nuevas ideas, que en poco
tiempo se convirtieron en emancipadoras y revolucionarias, se desarrollaron especialmente en la
clase criolla, principal promotora del movimiento independentista. Es así, por ejemplo, que
algunos integrantes del Real Seminario de Minería participaron activamente en la revolución
armada de 1810
.

Varios discípulos de Andrés Manuel del Río se vieron involucrados en la Guerra de


Independencia y algunos pagaron con su propia vida el haber favorecido la causa de la libertad
mediante la fabricación de armas y municiones, especialmente en Guanajuato. Entre ellos
destacan: Vicente Valencia, Casimiro Chovell, Ramón Fabié, José Mariano Jiménez y Rafael
Dávalos.

Son pocos los datos que existen sobre Vicente Valencia. Aparentemente era descendiente de una
familia de mineros de Tlalpujahua, nacido en 1776 del matrimonio formado por Bonifacio
Valencia y María Encarnación Villamar. Ingresó al Colegio de Minería en 1793 y formó parte de
los primeros alumnos del curso de mineralogía que abrió Andrés Manuel del Río el 27 de abril de
1795. Concluyó sus estudios en 1798 y fue enviado a Zacatecas a realizar sus prácticas de campo.
Estando allí elaboró, por orden del Tribunal de Minería, una memoria sobre el mineral de San
José del Yermo, y poco tiempo después recibió del mismo Tribunal el encargo de hacer la
descripción geognóstica del mineral de Zacatecas y levantar los planos de él, tarea en la que fue
ayudado por los alumnos Felipe Rodríguez y Manuel Tejada. Regresó de Zacatecas a fines de
1800 y a los pocos días, el 25 de enero de 1801, presentó su examen profesional, en el que fue
aprobado por unanimidad. Regresó a Zacatecas, donde se le proporcionó un buen empleo en las
minas, cuando fue sorprendido por el estallido de la revolución de independencia. Cuando en
febrero de 1811 llegaron a la ciudad Allende, Hidalgo, Aldama y demás jefes derrotados en
Calderón, Valencia, que ya había sido solicitado por su compañero Jiménez para que siguiese las
banderas de la insurrección, siguió a los caudillos con el carácter de director de ingenieros.
Vicente Valencia fue detenido en Acatita de Baján y trasladado a Chihuahua, donde fue fusilado
el 27 de junio de 1811. Años más tarde el profesor don Andrés del Río dedicó a Valencia una
nueva especie de mineral, formada por el manganato doble de cobre y zinc, y la designó con el
nombre de valencita.

Otro de los colegiales que secundaron el movimiento libertario encabezado por Hidalgo fue
Casimiro Chovell, que nació en 1775 y murió en 1810. Descendiente de mineros del Real de
Taxco, fue hijo de don Pedro Chovell y Paliares y doña María Ana Josefa Jurado. Comenzó el
estudio de las matemáticas en la Academia de San Carlos y posteriormente ingresó al Colegio de
Minería, el 4 de mayo de 1792. En mayo de 1798 fue enviado a Guanajuato a realizar trabajos
prácticos, donde por sus excepcionales conocimientos fue nombrado administrador de la mina La
Valenciana. Se sabe que además de las prácticas desarrolladas en las minas de Durango y
Guanajuato, por encargo del Tribunal de Minería Chovell escribió una disertación sobre la
negociación de minas de azogue de la sierra de Durango, así como una descripción geognóstica y
un plano geográfico del Real de Minas de Guanajuato. El cura Hidalgo le dio el nombramiento de
coronel del ejército insurgente y le encomendó la fabricación de armas y cañones destinados a la
insurrección con el fierro que había llegado a Guanajuato procedente de la ferrería de Coalcomán.
En la tarde del 28 de noviembre de 1810 Chovell fue aprehendido por el brigadier Félix María
Cal Por su parte, José Mariano Jiménez nació en 1781 en San Luis Potosí, estudió en el Colegio
de Minería de México y se graduó de ingeniero de minas en 1804. Establecido en Guanajuato se
dedicó al ejercicio de su profesión, en donde lo sorprendieron los acontecimientos de la
Independencia y se presentó con Hidalgo después de la toma de la Alhóndiga de Granaditas,
obteniendo el grado de coronel. En la promoción de Acámbaro fue ascendido a teniente general.
Mandó la vanguardia del ejército insurgente, obligando a Trujillo a abandonar Atenco y
posesionarse del Monte de las Cruces. Fue hasta Chapultepec como parlamentario a pedir la
entrega de la capital, que rehusó el virrey Francisco Javier Venegas y Saavedra; participó en las
acciones de armas del Monte de las Cruces, Aculco y en la defensa de Guanajuato, y ascendió a
capitán general. Fue comisionado para extender la revolución a las provincias internas del
oriente, que dominó totalmente después de haber derrotado a Cordero en Aguanueva y a Ochoa
en el puerto del Carnero, y volvió a reunirse con los primeros caudillos en Saltillo. Aprehendido
en Baján, fue conducido a Chihuahua y fusilado junto con Allende, Aldama y Santa María.

De Rafael Dávalos se sabe que provenía de una familia de mineros y que nació hacia 1783.
Ingresó al Colegio de Minería en 1800, terminando sus estudios teóricos en 1805 y enviándosele
poco después a Real del Monte a realizar su práctica; en 1806 marchó a Guanajuato, donde dio
cátedra de matemáticas. Dávalos se encontraba trabajando en la mina La Valenciana cuando
ocurrió la insurrección de 1810, a la que se unió. Se le designó capitán de artillería, dedicándose a
fundir cañones que resultaron ineficaces. Posteriormente a la toma de Guanajuato permaneció en
esa ciudad y ayudó a la instalación de la Casa de Moneda. Al regresar Allende se dedicó a hacer
obras de defensa, las cuales no pudieron impedir la entrada de Calleja a esa ciudad. Se le
aprehendió el 25 de noviembre de 1810 y fue fusilado por la espalda en el patio de la Alhóndiga
de Granaditas al día siguiente.
A todos ellos se les ha reconocido su patriotismo y heroísmo grabando su nombre en letras de oro
en el lintel del peristilo del patio del Palacio de Minería.

Los ingenieros en el México


independiente

Tras la ardua lucha independentista, y con la firma de paz entre los ejércitos insurgente y realista,
la nueva nación pronto se vio afectada por la falta de recursos, consecuencia en gran medida de la
desgastante lucha revolucionaria. Aunado a esto, se desarrolló una nueva lucha, protagonizada
por las facciones centralista y federalista, conservadora y liberal. Además, muchos personajes
sobresalientes de la Nueva España fueron expulsados o simplemente regresaron a España. Todo
esto ocasionó una reducción significativa en la actividad industrial del país, que provocó un
marcado decaimiento en el desarrollo de la ingeniería en el país.

De esta época data sin embargo la creación del cuerpo de ingenieros del ejército, en 1822, cuando
la Regencia nombró director de la “Cuarta Arma” al general Diego García Conde. El 5 de
noviembre de 1827 este acuerdo fue confirmado por el presidente Guadalupe Victoria y así quedó
oficialmente constituida el Arma de Ingenieros dentro del ejército mexicano. Este cuerpo pasó
por varias etapas a lo largo de su existencia y desde su creación el Arma de Ingenieros —llamada
también brigada de zapadores, regimiento de ingenieros y batallón de zapadores— ha
permanecido. Una de sus etapas más difíciles fue la de 1858-1860, cuando el ejército luchaba en
la Guerra de Reforma. Este ejército, constituido a partir de las disímiles unidades que formaron el
célebre Ejército Trigarante, quedó disuelto al concluir la mencionada guerra por disposición del
general Jesús González Ortega. Al mismo tiempo nacía un nuevo ejército, el llamado federal, que
existió hasta 1914. Desde 1822 hasta fines del siglo XIX la instrucción y educación de los
jóvenes aspirantes a oficiales, en todas las armas, fue impartida, dirigida y controlada por el
cuerpo de ingenieros del ejército. Por ley, el Colegio Militar, en su funcionamiento, dependió
directamente de la Dirección General de Ingenieros y más tarde del Departamento de Ingenieros.
Durante la lucha armada el batallón de zapadores se encargaba de arreglar las comunicaciones de
las otras armas, muy especialmente las de infantería, así como de los trabajos de fortificación del
campo de batalla y de las instalaciones en los campamentos y vivaques. Contaba con
herramientas de terracería como palas, picos, hachas, machetes, etc. y con un parque general que
comprendía la instalación de algunos talleres de herrería, carpintería, etc., así como un incipiente
servicio de señales. En tiempo de paz el cuerpo de ingenieros se dedicaba a la construcción y
reparación de edificios militares.
Las instituciones científicas se vieron olvidadas en los primeros años de la joven nación; no fue
sino hasta 1833 cuando Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora realizaron una serie de
reformas modernizadoras, tanto en la enseñanza como en los programas de estudios de ingeniería.
Un decreto del 3 de octubre de 1843 fijó la organización del Seminario de Minería como Colegio
de Minería y se instituyó la categoría de ingeniero de minas en el plan de estudios. Éste
comprendió las especialidades de minería y topografía, mientras que en la Academia de San
Carlos, desde 1857, se impartía la carrera de ingeniero civil.

De 1843 a 1853 el Colegio de Minería fue dirigido por José María Tornel y Mendívil, personaje
clave del largo periodo correspondiente a las once presidencias de Antonio López de Santa Anna,
de quien fue secretario. De Tornel se ha dicho que fue “más santanista que Santa-Anna”.
Conocido por sus múltiples intrigas y posturas políticas, Tornel, también famoso por su oratoria
(Carlos María de Bustamante lo nombraba el hombre del “bello decir”), tuvo verdaderas
preocupaciones pedagógicas, siendo uno de los fundadores en México de las Escuelas
Lancasterianas que conocieron cierto auge en el México decimonónico. leja junto con otros ex
alumnos del Colegio de Minería que trabajaban en Guanajuato y fue ahorcado en el patíbulo
levantado a la puerta de la Alhóndiga de Granaditas. Más adelante su profesor Andrés Manuel del
Río dedicó a Chovell un nuevo mineral descubierto en la mina La Valenciana: un silicato de
alúmina y cal al que llamó chovelia, “especie nueva dedicada al benemérito de la patria y de la
mineralogía, Casimiro Chovell”.

Ramón Fabié era nativo de Manila, Filipinas. Vino a la Nueva España en 1801, entró al Colegio
de Minería en enero de 1802 y al año siguiente se fue a practicar a Guanajuato. A la llegada de
Hidalgo a esa plaza se alistó en sus tropas. Fue nombrado coronel del regimiento levantado por su
compañero Casimiro Chovell. Aprehendido por orden especial de Calleja al tomar éste
Guanajuato, fue ahorcado con Chovell frente a la puerta de la Alhóndiga.

En 1857 se construyó en la ex hacienda de Santo Tomas la Escuela Nacional de Artes y Oficios,


antecesora del actual Instituto Politécnico Nacional, pero fue consumida al año siguiente por un
incendio. Se buscaba contar con una escuela tecnológica de alto nivel a la imagen de la Escuela
Central de Artes y Manufacturas de París, fundada en 1829.

La urgencia de atender los riesgos de inundación de la ciudad de México siguió estando muy
presente en el inicio del siglo XIX. José María Luis Mora, Lucas Alamán y Lorenzo de Zavala se
preocuparon por el desagüe. En particular, el primero realizó en 1823 una vista de inspección a
las obras de desagüe y elaboró un informe que destaca por su acuciosidad.34 En 1848 el teniente
del ejército norteamericano M.L. Smith expuso a las autoridades nuevos planes para el desagüe
del valle por Tequixquiac. Más tarde, en 1856, frente a los problemas de salud que ocasionaban
las inundaciones, la secretaría de Fomento convocó a un concurso para realizar un proyecto que
resolviera el problema. Francisco de Garay, antiguo alumno de las Escuelas Nacionales de
Puentes y Calzadas y de Minas de París, resultó ganador del gran premio de doce mil pesos. Su
propuesta consistía en la apertura de un canal que empezaría en la ciudad de México, en San
Lázaro, y se conectaría a un túnel con gasto de 33 metros cúbicos por segundo, desembocando en
el arroyo de Ametlac, confluente del Tequixquiac, al norte de Zumpango. Las obras no fueron
iniciadas sino hasta 1858 y se vieron constantemente interrumpidas por la falta de recursos
económicos y por los conflictos políticos que se presentaban en el país.

El Instituto Nacional de Geografía y Estadística fue creado el 18 de abril de 1833, siendo su


primer presidente el conde José Gómez de la Cortina. Contaba entre sus miembros a
personalidades de la talla de Lucas Alamán, François Arago, Juan Nepomuceno Almonte, Joseph
Marius Aubin, Andrés Quintana Roo, Andrés Manuel del Río, Alejandro de Humboldt y Johan
Moritz Rugendas. Posteriormente, el 13 de octubre de 1839, se transformó en Comisión de
Estadística Militar presidida por Juan N. Almonte. Y por último, esta comisión cambió a
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística el 5 de marzo de 1850, presidida por el mismo
Almonte. En el boletín de esta sociedad, iniciado en 1850, los ingenieros tuvieron una
participación intensa entre los años cincuenta y sesenta. Con gran convicción, los ingenieros
participaron en grupos interdisciplinarios en aras de realizar estudios integrales en los que se
consideraban la historia, geografía, geología, zoología, botánica y cartas geográficas, geodésicas
y topográficas.

Uno de los grupos que reunió a los hombres más talentosos fue el que tenía como encomienda el
análisis del Valle de México, integrado por José Fernando Ramírez, Leopoldo Río de la Loza,
Julio Laverriere, los ingenieros Manuel Orozco y Berra, Francisco Díaz Covarrubias, Manuel
Antonio de la Peña y Mariano Santamaría. El trabajo realizado por ellos se conoció poco a poco,
pues las interrupciones por los conflictos derivados del periodo de la Reforma obligaron a que
cada quien por su parte diera a conocer sus resultados. Este grupo contribuyó a definir los marcos
geográfico y físico en los que pudieron desarrollarse los proyectos de ingeniería urbana
posteriores.

El ingeniero y humanista Antonio García Cubas publicó en 1856 su Atlas histórico de la


República Mexicana. García Cubas, escritor y geógrafo nacido el 24 de julio de 1832 en la ciudad
de México, había iniciado sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos y los
terminó en el Colegio de Minería. Fue director de la Escuela Nacional de Comercio y catedrático
en establecimientos de instrucción del gobierno. Realizó estudios geográficos, geodésicos y de
triangulación que le otorgaron justo renombre. Puede considerarse el fundador de la geografía
mexicana como ciencia.

Otro trabajo sorprendente para la época fue Apuntes para la historia de la geografía en México de
Manuel Orozco y Berra.35 Este famoso ingeniero, nacido en la ciudad de México, empezó sus
estudios en el Colegio de Minería en 1820 y pasó a Puebla, donde por algunos años estudió en el
Seminario Palafoxiano. Fue secretario de gobierno en esa entidad de 1847 a 1848 y dos veces
oficial mayor encargado del Ministerio de Fomento, en el gabinete del presidente Ignacio
Comonfort.

Entre los trabajos de este periodo que resultan de mayor relevancia para los ingenieros del
presente se encuentran los de Francisco Díaz Covarrubias. Nacido el 23 de enero de 1833, en
Jalapa, Veracruz, entró en 1849 al Colegio de Minería, donde destacó como estudiante, por lo que
se le nombró sustituto de profesores del Colegio en 1853. En 1855 obtuvo el título de ingeniero
topógrafo y al año siguiente el de ingeniero geógrafo. Fue profesor de topografía, geodesia y
astronomía en la misma institución. En 1855 se le encargó levantar la Carta geográfica del Valle
de México, donde pudo precisar la posición de la capital del país, y en 1862 fue nombrado
director del Observatorio Astronómico Nacional de Chapultepec. La relevancia actual de los
trabajos de Díaz Covarrubias resulta obvia si se considera, por ejemplo, que fue autor principal de
un plano hidrográfico y topográfico del Valle de México36 que constituye actualmente una
referencia inicial extraordinariamente valiosa para el cálculo de la magnitud de la subsidencia que
ha sufrido la zona lacustre del valle desde fines del siglo XIX hasta el presente por efecto del
bombeo de agua potable en los acuíferos del subsuelo de la capital.

Otro maestro notable de este periodo fue Javier Cavallari, nacido en Palermo, Italia. Cuando
ocupaba el cargo de director de la Academia de Milán, Cavallari fue invitado a hacerse cargo de
la enseñanza de la arquitectura en México, a donde llegó en 1856, y fue director de la Academia
de Bellas Artes de San Carlos. Cavallari tenía amplios conocimientos y al mismo tiempo que
daba la cátedra de órdenes clásicos, en otra enseñaba la técnica de caminos de hierro. Propuso la
fusión del estudio de la arquitectura y la ingeniería civil como una práctica integral. Escribió una
Historia de las artes y una Historia de la arquitectura que se reimprimió en México, traducida por
Joaquín Velázquez de León, en 1860 con el título de Apuntamientos sobre la historia de la
arquitectura. Se considera que fue el autor de las primeras nivelaciones topográficas de precisión
de la ciudad de México. Lleva su nombre el sistema de cimentación Cavallari que se usó
ampliamente a fines del siglo XIX, consistente en muros de concreto ciclópeo o piedra braza y
mortero que trabajan como muros de fricción y apoyo en la base. Fueron discípulos suyos:
Lorenzo de la Hidalga, Manuel F. Álvarez, Antonio Torres Torija, Antonio M. Anza y otros,
todos distinguidos. Cavallari se retiró en 1864, dejando profunda y benéfica influencia y el
recuerdo de un maestro muy querido.

Durante las intervenciones extranjeras del siglo XIX el papel de los ingenieros, principalmente
militares, en la defensa del país fue muy relevante. Particularmente ejemplar fue el desempeño de
Joaquín Colombres, un ingeniero militar que supo, gracias a su inteligencia y voluntad, incidir en
los resultados de varios eventos militares de gran importancia. Nacido en la ciudad de Puebla,
ingresó al Colegio Militar en 1838 y al cuerpo de ingenieros en 1843 con grado de teniente.
Durante la invasión de 1847 se le envió a Monterrey, a las órdenes del coronel Zuloaga, para
defender esta ciudad contra los norteamericanos. Organizó la defensa del fuerte de La Tenería
entre el 19 y el 24 de septiembre. Caído el fortín quedó prisionero, pero pronto fue canjeado.
También combatió a los invasores en las plazas de Saltillo y San Luis Potosí. En febrero de 1847
luchó en la batalla de La Angostura. Volvió a México para participar en las fortificaciones de
Azcapotzalco. Intervino en la batalla del Molino del Rey, donde quedó nuevamente prisionero. Al
liberarse marchó a su hacienda de la Manzanilla, en Puebla. Volvió al servicio en 1848. Su credo
liberal le llevó a luchar en favor del Plan de Ayutla y durante la Guerra de los Tres Años estuvo
con los defensores de la Constitución de 1857. Participó en la batalla de Calpulalpan, al lado de
González Ortega. Durante la Intervención francesa asistió a la acción de Cumbres de Acultzingo
y después dirigió la fortificación de la ciudad de Puebla. Planeó la defensa de los fuertes de
Loreto y Guadalupe como comandante de ingenieros. Algunos lo consideran el verdadero héroe
de la batalla del 5 de mayo de 1862. Participó nuevamente en la defensa de esa ciudad, en 1863,
causando la sorpresa y admiración de los invasores con sus sistemas ingeniosos y eficientes de
fortificación y defensa. Restaurada la república, siguió al lado de los liberales. Obtuvo el grado de
general en 1890.

Con el advenimiento del segundo imperio, en 1864, los ingenieros y científicos mexicanos
deseosos de continuar con sus trabajos y seguir siendo útiles para su país se encontraron en una
situación políticamente delicada. Se planteó una vez más el problema recurrente de las difíciles
relaciones entre técnicos y políticos.

Algunos optaron por apoyar sin reserva el régimen promovido por los conservadores. Éste fue el
caso de Joaquín Velázquez de León, uno de los primeros y más notables alumnos del Colegio de
Minería, ministro de Fomento en 1853, director del Colegio de Minería y presidente honorario de
la Sociedad Universal para el Desarrollo de las Ciencias creada en Londres en 1851. Este
partidario incondicional de la intervención y del imperio fue miembro de la junta de notables y de
la comisión que fue a Miramar para invitar a Maximiliano de Habsburgo, y como tal escribió los
primeros decretos del imperio. Más tarde, sin embargo, se enfrentó a Maximiliano, cuando éste
pretendió cambiar el nombre del Colegio de Minería por el de Escuela Politécnica, y renunció el
25 de noviembre de 1864. Le sucedieron en el puesto durante el resto del imperio Patricio
Murphy y el general Luis Tola.

Entre los partidarios del imperio se encontró también el ingeniero topógrafo y geógrafo José
Salazar Ilarregui. Estudiante del Colegio de Minería, presentó en 1844 su examen en mineralogía
y en 1846 obtuvo el título de ingeniero agrimensor. Impartió las cátedras de geodesia, topografía
y astronomía. En 1848 se le comisionó para establecer los límites entre México y Estados Unidos
de acuerdo con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo y de su modificación con el Tratado de la
Mesilla. En 1850 su levantamiento topográfico de la frontera fue publicado bajo el título Datos de
los trabajos astronómicos y topográficos dispuestos en forma de diario, practicado durante el año
de 1849 y principios de 1850 por la Comisión de Límites en la línea que divide esta República de
los Estados Unidos. En 1856 obtuvo el título de ingeniero geógrafo y en 1860 dirigió la
construcción del plano topográfico y perfil de los acueductos que surten de aguas a la ciudad de
México. En 1863 representó al estado de Chihuahua en la asamblea de notables que debía escoger
el futuro gobierno de México. Durante este mismo año ocupó los puestos de director interino del
Colegio de Minería y de subsecretario de Fomento. En 1864 se le nombró presidente honorario de
la Comisión Científica Literaria y Artística de México. El 31 de julio de 1864 recibió el
nombramiento de comisario imperial para la Península de Yucatán y el 3 de marzo de 1866, el de
ministro de Gobernación. Permaneció en México hasta octubre de 1866 pero fue enviado de
vuelta a Yucatán, donde tomó su puesto el 10 de noviembre de 1866. Conservó esta
responsabilidad hasta la capitulación del ejército conservador ante los republicanos el 17 de junio
de 1867. Salió en exilio a Nueva York pero recibió amnistía del gobierno mexicano en 1869 y
ocupó un puesto de profesor hasta su muerte en 1892.

El Porfiriato

Bajo la presidencia de Porfirio Díaz tuvo gran influencia una ideología basada en el positivismo
del filósofo Auguste Comte que le daba un lugar importante a la ciencia y buscaba el “orden y
progreso”, pero con acepciones de estas palabras que desafortunadamente favorecían
principalmente a la élite del país. Este ambiente, en el que algunos de los principales hombres
políticos recibieron el apodo de “científicos”, era obviamente favorable a la ciencia y a la
ingeniería, y en este periodo creció la demanda de ingenieros para el nuevo desarrollo industrial
emprendido por el presidente Porfirio Díaz durante su largo mandato.

En esta época de auge y desarrollo el gobierno porfirista impulsó el otorgamiento de becas a


estudiantes de ingeniería para estudios en el extranjero, principalmente en Francia y Estados
Unidos. Para 1883 la Escuela Especial de Ingenieros tomó el carácter de Escuela Nacional de
Ingenieros, apoyándose en la creación de escuelas especializadas en distintos estados del país. En
1889, a propuesta de Mariano Villamil, se creó la carrera de ingeniero electricista, sustituyendo a
la de telegrafista. En 1893 la compañía hidroeléctrica e irrigadora de Chapala instaló la primera
planta de generación en el salto de Juanacatlán. En 1898 se creó, a instancia de Roberto Gayol, la
cátedra de ingeniería sanitaria. El 15 de septiembre de 1897 se dictó la Ley de Enseñanza
Profesional para la Escuela Nacional de Ingenieros, que establecía las siguientes profesiones:
ingeniero civil, ingeniero en minas, ingeniero industrial, metalurgista, electricista, geógrafo,
topógrafo e hidrógrafo y ensayador y apartador de metales. En 1898 se creó, a instancia de
Antonio Anza, profesor de dibujo arquitectónico y de máquinas en la Escuela Nacional de
Ingenieros, la cátedra de procedimientos de construcción.

En 1878 la secretaría de Fomento nombró como director interino de las obras de desagüe al
ingeniero Luis Espinosa, quien al siguiente año presentó el proyecto completo y definitivo del
desagüe del valle, que fue aprobado por el presidente de la República. El proyecto se componía
de tres partes: un canal, un túnel y un tajo de salida. El canal comenzaba al oriente de la ciudad,
en la garita de San Lázaro, pasaba por los lagos de Texcoco, San Cristóbal, Xaltocan y
Zumpango y concluía en la entrada del túnel en las cercanías del pueblo de Zumpango; su
longitud total era de 47. 527 kilómetros. El túnel contaba con una longitud de 10.21 kilómetros y
24 lumbreras de dos metros de ancho; su sección transversal era de forma oval y fue calculado
para recibir un gasto de dieciséis metros cúbicos por segundo, sensiblemente menos de lo que
había recomendado Francisco de Garay, lo que fue motivo de mucha controversia. A la salida del
túnel se encontraba el tajo de desemboque de 2 500 metros de longitud que se une con el río
Tequixquiac. Las obras comenzaron en 1885. La construcción del gran canal, diseñado para un
gasto de 5m3/s en los primeros veinte kilómetros y 17.5m3/s en los restantes, se encargó primero
a la compañía Bucyrus y posteriormente al contratista inglés S. Pearson & Son.39 Espinosa fue
nombrado titular de la Junta Directiva del Desagüe.

Hacia inicios del siglo XIX don Manuel Marroquín y Rivera se encargó de construir las obras de
aprovisionamiento de agua potable para la ciudad de México; el ingeniero Roberto Gayol
proyectó el sistema de alcantarillado de la capital. Mientras tanto, prosiguieron las explotaciones
mineras, nació la industria petrolera y se inició la electrificación del país, se organizaron los
primeros distritos de riego y lentamente se incrementó la industrialización del país.

En 1904 se creó la Asociación de la Escuela Nacional de Ingenieros, por iniciativa de Andrés


Castelló, primera sociedad de alumnos de ingeniería, y hacia 1908 se fundó la Sociedad de
Alumnos de la Escuela Nacional de Ingeniería.
Muchos son los ingenieros del Porfiriato que deberían ser mencionados en la presente
monografía. Entre ellos fue particularmente ejemplar el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo por
sus notables realizaciones y por su actividad “ecologista”, mucho tiempo antes de que esta
palabra existiera. Nació en Guadalajara, Jalisco, en 1862. Realizó estudios de ingeniería,
recibiendo el diploma de bachiller en ciencias por la Universidad de Burdeos, Francia, y el de
ingeniero civil, con especialización en ingeniería hidráulica, en 1887, por la Escuela Politécnica
de París. Como ingeniero construyó varios edificios en el centro de la ciudad de México,
incluyendo el Banco de Londres y México, y fue pionero en la utilización del agua para producir
energía eléctrica, llamada hidroeléctrica. Además, fue un investigador que dedicó gran parte de su
vida al estudio y cuidado de la flora. Obtuvo su primer éxito en este campo al utilizar una gran
cantidad de plantas casuarinas para detener la formación de médanos en las playas de Veracruz.
Fundó la Escuela y la Sociedad Forestal Mexicana, los Viveros de Coyoacán en la ciudad de
México y promovió la creación de bosques pequeños junto a las estaciones de ferrocarril a lo
largo del país. Es a veces llamado “El Apóstol del Árbol”.

También resulta ejemplar la carrera del ingeniero Alberto J. Pani, nacido en la ciudad de
Aguascalientes. Ingresó en la capital de la República a la Escuela Nacional de Medicina, pero
cambió los estudios médicos por los de ingeniero civil, sustentando su examen profesional en
1902. Miembro de la comisión encargada de construir el Palacio Legislativo Federal, pasó a la
Comisión Técnica de las Obras de Provisión de Aguas Potables para la ciudad de México,
proyectó el edificio para la planta de bombas de Nativitas y construyó la de la Condesa, entonces
en la villa de Tacubaya. Fue profesor en la Escuela Nacional de Ingenieros de la clase de vías
fluviales y obras hidráulicas.

Los ingenieros geotecnistas del país tienen por su parte un particular respeto por un notable
ingeniero y arquitecto de esta época: Adrián Téllez Pizarro. Fue autor de lo que puede
considerarse como el primer libro de mecánica de suelos escrito por un mexicano.41 Esta obra
trata aspectos importantes del diseño de cimentaciones en los difíciles suelos de la ciudad de
México. Tienen todavía amplia validez algunos de los principios que Téllez Pizarro enuncia: el
asentamiento diferencial, más que el total, es la causa de los mayores daños en las
construcciones; la carga debe ser lo más uniforme posible en todos los puntos del cimiento, etc.
Téllez Pizarro subrayó que en la zona lacustre la resistencia del suelo decrece con la profundidad,
una observación acertada si solamente se consideran los primeros metros del perfil estratigráfico
y se reconoce la existencia de una costra superficial constituida por suelo desecado y rellenos
superficiales más resistentes y menos compresibles que las arcillas subyacentes. Como corolario,
considera que los pilotes cortos empleados en la ciudad no pueden tener un comportamiento
satisfactorio puesto que transmiten cargas a estratos menos resistentes. Recomienda por tanto la
redistribución de carga con emparrillados de madera o de fierro como los que fueron empleados
en la cimentación de los edificios del Palacio de Hierro o de la Casa Boker. Atribuye por otra
parte grandes méritos al uso de cimientos de piedra dura, pedacería de ladrillo y mezcla terciada
(cal, arena y barro), materiales que se colocan en cepas y se apisonan fuertemente. Este tipo de
cimentación era probablemente suficiente para construcciones ligeras, pero sorprende que se haya
podido aplicar también con relativo éxito a construcciones grandes como el Frontón Fiesta Alegre
(Jai Alai).

Otro ingeniero de este periodo cuyos méritos han sido ampliamente reconocidos por sus
realizaciones en el campo de la geotecnia, la irrigación y la ingeniería sanitaria es Roberto Gayol
y Soto. Nacido en Tulancingo, Hgo., estudió en el Colegio de Minería, donde obtuvo su título de
ingeniero civil en 1881. Ocupó altos cargos en el ferrocarril mexicano, siendo director de las
obras del ferrocarril Jalapa-Veracruz (1882-1885). Formó parte de la Dirección de Obras Públicas
de la ciudad de México. Fue un destacado profesor de la Escuela de Ingeniería y diputado por el
estado de Hidalgo en 1894. En 1888 llovió torrencialmente, se incrementó el nivel del agua en el
vaso de Texcoco y se inundó la ciudad de México. Al ingeniero Gayol le fue encargado el
proyecto de drenaje definitivo para la ciudad de México. Gayol sostuvo que esas obras serían
infructuosas mientras no se resolviera el problema del desagüe general del Valle de México; así
se dieron los primeros pasos al respecto. Gayol sugirió la instalación de una planta de bombeo en
San Lázaro, que se inauguró en 1889. Durante la construcción de esta obra detectó uno de los
problemas más graves que afectarían a la ciudad de México en el siglo XX: la subsidencia
progresiva de la zona lacustre.

Durante el Porfiriato se inició una serie de obras ambiciosas en la ciudad de México, con el
propósito de hacer de esta metrópoli una capital moderna y preparar al mismo tiempo las
ceremonias del centenario de la independencia del país. Varias de estas construcciones se vieron
afectadas por serios problemas técnicos en su realización, asociados al difícil suelo de la ciudad
de México, y en su proyecto y conclusión por la evolución de la situación política. Ejemplo de lo
último fue el caso del proyecto del Palacio Legislativo Federal. Fue en 1897 cuando el general
Porfirio Díaz decretó que, por medio de la Secretaría de Obras Públicas, se emitiera una
convocatoria para el concurso de construcción de un nuevo recinto que albergara este palacio. El
fallecimiento del ganador, el arquitecto italiano Pietro Paolo Quaglia, en 1898 obligó a organizar
un segundo concurso en 1903, que se tuvo que declarar desierto, y finalmente a comisionar en
1904 al arquitecto francés Emile Bénard para que elaborara un proyecto, el cual fue presentado
ese mismo año. Se realizó un estudio de mecánica de suelos muy avanzado en sus conceptos para
la época.42 La primera piedra del palacio fue colocada el 23 de septiembre de 1910 y la
estructura metálica se empezó a elevar. Sin embargo, la renuncia forzada del presidente Díaz, el
24 de mayo de 1911, condujo a un largo letargo de las obras y, a pesar de los esfuerzos del
presidente Madero por dar un nuevo giro e impulso a la construcción, la obra tuvo que ser
abandonada en forma definitiva en 1912. Se sabe que fue el arquitecto Carlos Obregón Santacilia
quien en 1933 salvó de la demolición una parte de la estructura para convertirla en el Monumento
a la Revolución que conocemos actualmente. Una situación semejante se dio con el proyecto del
nuevo Teatro Nacional. Al demolerse en 1901 el antiguo Teatro Nacional para prolongar la calle
5 de Mayo se optó por construir un nuevo edificio en el sitio comprendido entre las calles del
Mirador de Santa Isabel o de la Alameda (Ángela Peralta) al poniente, la calle de Santa Isabel
(Eje Central) al oriente, la calle de la Mariscala (avenida Hidalgo) al norte y la calle del Puente de
San Francisco (avenida Juárez) al sur. El proyecto fue encargado al arquitecto italiano Adamo
Boari. Los cimientos de esta obra se iniciaron en 1904 pero la construcción fue suspendida en
febrero de 1913 y solamente se pudo reanudar en julio de 1932. En este lapso el edificio presentó
asentamientos no uniformes de una magnitud tal que se volvió famoso en el campo de la
mecánica de suelos a nivel mundial, pero sin sufrir daños estructurales críticos. Se inauguró el 29
de septiembre de 1934, bajo el nombre de Palacio de Bellas Artes. Interesante resulta también el
caso de la columna de la Independencia. En 1900 se acepta el proyecto formulado por el
arquitecto Antonio Rivas Mercado para erigir un monumento conmemorando la Independencia
de México. Consiste en una columna coronada por la victoria alada en cuya base figuran las
efigies de los héroes más destacados en la lucha de emancipación, así como grupos escultóricos
alusivos. Se ignoraba entonces que, sin detrimento de su valor simbólico y estético, este
monumento se iba a volver el testigo más evidente, conocido mundialmente, del grave problema
de subsidencia que padece la ciudad de México. Como es notorio, posteriormente a la
construcción se empezó a observar una fuerte emersión aparente del monumento respecto al
terreno circundante, consecuencia de la compresibilidad del suelo y de la subsidencia de la
ciudad, que alcanzó 1.5 metros en 1958 y rebasa actualmente los dos metros. Las vicisitudes que
sufrieron esas obras que, a pesar de todo, le siguen dando su carácter a la ciudad por su gran valor
arquitectónico fueron ricas en enseñanzas técnicas y no están ajenas al nacimiento en México de
una escuela de primer plano de ingeniería geotécnica.

Ingenieros durante
la Revolución
El gran crecimiento industrial durante el Porfiriato tuvo un alto costo social que derivó en el
inicio de la Revolución en 1910. El país se vio envuelto en una larga lucha armada que se
prolongó hasta el año de 1925. Durante este periodo el trabajo de los ingenieros se redujo,
llegando incluso a detenerse en ciertos periodos, en que la situación nacional era crítica. Como
sucedió en la Guerra de Independencia, muchos ingenieros se involucraron en el movimiento
social de la Revolución, tomando partido en la transformación nacional.

Entre los precursores de la Revolución debe mencionarse al ingeniero Camilo Arriaga. Nacido en
San Luis Potosí, inició su carrera política, tras graduarse de ingeniero, como diputado a la
legislatura de su estado en 1887 y a la federal de 1890 a 1898. Su celo por las Leyes de Reforma
y la Constitución de 1857 le enfrentó al régimen porfirista. Lanzó varios manifiestos y organizó
grupos liberales. Tras una agresión de la que fueron víctimas por parte de los porfiristas, Arriaga
y sus partidarios fueron aprehendidos y remitidos a México, acusados de sedición. Huyendo de
las persecuciones, se refugió en Estados Unidos. Regresó a México y se le aprisionó en 1908. Se
unió a la lucha maderista en 1910.

En el corto periodo gubernamental de Francisco I. Madero, a pesar de las circunstancias, se


registró gran actividad en el ramo de obras públicas. Se puso empeño en la ampliación,
reconstrucción y conservación de varias de las calzadas y vías importantes de la ciudad de
México, así como en el drenaje del valle; se continuó regularmente con el servicio de
pavimentación y atarjeas en las principales ciudades de la República y también se siguió adelante
con las obras portuarias. En esta época se proyectó la desaparición de los pantanos del lago de
Texcoco y se inició la desecación y la conservación de terrenos aptos para la agricultura. La red
ferroviaria creció, aunque no al ritmo de la etapa anterior; en 1912 el aumento de las vías férreas
fue de más de doscientos kilómetros. Las carreteras empezaban a ser importantes para el futuro
desarrollo del país, por lo que se creó la oficina de Inspección de Caminos, Carreteras y Puentes,
cuya función era la verificación del estado de éstos y la realización de algunos nuevos, de
acuerdo con las necesidades inmediatas.

Personalidad sobresaliente de esta época fue el ingeniero geógrafo Valentín Gama y Cruz. Nació
en San Luis Potosí en 1868, estudió en el Instituto Científico y Literario y más tarde pasó a la
ciudad de México para estudiar la carrera de ingeniero geógrafo. Fue símbolo y producto de la
Escuela Nacional de Ingenieros; su profesión lo llevó a recibir los más altos honores, como el
título de doctor ex oficio que le otorgó el presidente Porfirio Díaz. Impartió cátedra en la Escuela
Nacional de Ingenieros. Posteriormente desempeñó el cargo de director de la misma; realizó
cambios y reformó planes de estudio. En 1912 formó parte de la Subcomisión de Publicidad del
Partido Liberal que estaba encargada de la propaganda del Partido y de la publicación de su
órgano oficial. En el periodo presidencial de don Venustiano Carranza, el ingeniero Gama fungió
como rector de la Universidad Nacional de México en dos ocasiones, de septiembre a diciembre
de 1914 y de abril a junio de 1915. Fue director de la Escuela Nacional de Ingenieros de 1923 a
1925 y de 1933 a 1934

Entre los ingenieros que se involucraron directamente en la Revolución destaca Vito Alessio
Robles. Nacido en Saltillo, Coahuila, obtuvo el título de ingeniero por el Colegio Militar. Fue
inspector general de policía, subdirector de Obras Públicas y agregado militar en Italia durante la
administración de Francisco Madero. Al regresar de Italia estuvo preso en Santiago Tlatelolco, en
la penitenciaría y en San Juan de Ulúa por órdenes del general Huerta. Se alistó en las filas del
constitucionalismo; operó en San Luis Potosí a las órdenes del general Carrera Torres y después
en el norte en las filas del general Francisco Villa. Combatió a Plutarco Elías Calles y Álvaro
Obregón cuando el último quiso reelegirse como presidente del Partido Antirreeleccionista.

El ingeniero Félix F. Palavicini apoyó el cambio político maderista. Ingeniero topógrafo del
Instituto Juárez de Villa Hermosa, Tabasco, fue a la vez periodista, ingeniero y escritor. Nacido
en Teapa, Tabasco, después de terminar sus estudios preparatorios en la capital de su estado natal
pasó a la ciudad de México, donde se graduó de ingeniero. Fue diputado del grupo renovador.
Estuvo preso al disolverse las cámaras en 1913. Participó en el Congreso Constituyente de 1917,
en Querétaro, como diputado. Venustiano Carranza le encomendó la cartera de Educación
Pública. Fundó el periódico El Universal en octubre de 1916.

Un papel político importante desempeñó en el periodo de la Revolución el ingeniero Alberto J.


Pani, antirreeleccionista que participó en la campaña electoral y al triunfo de Madero y fue
nombrado subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, el 21 de noviembre de 1911.
Director general de Obras Públicas del Distrito Federal en 1912, renunció en febrero de 1913. D.
Venustiano Carranza le envió a Washington para cooperar en las labores de la Agencia
Confidencial de la Revolución.

Uno de los más destacados ideólogos del agrarismo fue el ingeniero Pastor Rouaix. Nacido en
Tehuacán, Puebla, estudió en México y obtuvo el grado de ingeniero topógrafo en 1896. En 1898
se trasladó a Durango en el ejercicio de su profesión. Al triunfo de la Revolución de 1910 se le
nombró jefe político del partido de la capital del estado y fue diputado local en 1912. Expidió la
primera ley agraria del país, el 3 de octubre de 1913, y fundó el primer pueblo libre el 20 de
noviembre del propio año, llamándolo Villa Madero. Decretó la expropiación de bienes de la
Iglesia. Estuvo en los combates de Gómez Palacio, Lerdo y en la toma de Torreón en 1914.
Secretario de Fomento, Colonización e Industria en agosto de 1914, no aceptó la cartera de
Fomento que le ofreció la Convención, marchando a Veracruz con don Venustiano Carranza.
Promulgó la ley agraria del 6 de enero de 1916 y fundó la Comisión Nacional Agraria, que creó
los primeros ejidos. Diputado al Congreso Constituyente de 1916 por el distrito de Tehuacán, fue
uno de los iniciadores de los artículos 123 y 27 constitucionales. Acompañó a Venustiano
Carranza en 1920. Fue diputado al Congreso de la Unión en 1924, cargo que ocupó nuevamente
en 1926. Destacó también su importante labor como historiador y geógrafo del estado de
Durango.

Hacia la ingeniería
mexicana moderna

Con el fin del movimiento revolucionario y la elección como presidente del general Plutarco
Elías Calles el país entró en una nueva etapa en la cual se inició un nuevo proceso de modernidad
y desarrollo nacional, partiendo de los ideales revolucionarios, con una concepción totalmente
distinta a la prevaleciente durante el Porfiriato. Puede decirse que después de los largos conflictos
bélicos del periodo revolucionario se devolvió el país a la sociedad civil y a sus ingenieros.

El presidente Calles estableció en 1925 la Comisión Nacional de Caminos. Además, a partir de


las postrimerías de la Revolución, el desarrollo de la infraestructura hidráulica nacional recibió un
fuerte impulso del gobierno de México; para entonces ya habían sido construidas varias obras
hidráulicas de importancia, como la presa Necaxa en el estado de Puebla, terminada en 1909, para
suministro de electricidad a la ciudad de México, y la presa La Boquilla sobre el río Conchos en
Chihuahua, que empezó a operar en 1916 para generación de electricidad y riego. En el año de
1926 se consideró necesario crear un organismo encargado de desarrollar el aprovechamiento de
los recursos hidráulicos disponibles. Este organismo recibió el nombre de Comisión Nacional de
Irrigación (CNI), que más tarde se convertiría en una secretaría de Estado: la Secretaría de
Recursos Hidráulicos (SRH). En ese mismo año se inició la construcción de la presa de arco
Presidente Calles en Aguascalientes, terminada cinco años más tarde, y de la Venustiano
Carranza (Don Martín) en Coahuila. Dos años más tarde, en 1928, se inició la presa Abelardo L.
Rodríguez, inmediata a Tijuana, Baja California, cuya construcción fue realizada superando
dificultades geológicas importantes, que la hicieron famosa fuera del país.
Personalidad sobresaliente de esta época fue el ingeniero geógrafo Valentín Gama y Cruz. Nació
en San Luis Potosí en 1868, estudió en el Instituto Científico y Literario y más tarde pasó a la
ciudad de México para estudiar la carrera de ingeniero geógrafo. Fue símbolo y producto de la
Escuela Nacional de Ingenieros; su profesión lo llevó a recibir los más altos honores, como el
título de doctor ex oficio que le otorgó el presidente Porfirio Díaz. Impartió cátedra en la Escuela
Nacional de Ingenieros. Posteriormente desempeñó el cargo de director de la misma; realizó
cambios y reformó planes de estudio. En 1912 formó parte de la Subcomisión de Publicidad del
Partido Liberal que estaba encargada de la propaganda del Partido y de la publicación de su
órgano oficial. En el periodo presidencial de don Venustiano Carranza, el ingeniero Gama fungió
como rector de la Universidad Nacional de México en dos ocasiones, de septiembre a diciembre
de 1914 y de abril a junio de 1915. Fue director de la Escuela Nacional de Ingenieros de 1923 a
1925 y de 1933 a 1934.

Entre los ingenieros que se involucraron directamente en la Revolución destaca Vito Alessio
Robles. Nacido en Saltillo, Coahuila, obtuvo el título de ingeniero por el Colegio Militar. Fue
inspector general de policía, subdirector de Obras Públicas y agregado militar en Italia durante la
administración de Francisco Madero. Al regresar de Italia estuvo preso en Santiago Tlatelolco, en
la penitenciaría y en San Juan de Ulúa por órdenes del general Huerta. Se alistó en las filas del
constitucionalismo; operó en San Luis Potosí a las órdenes del general Carrera Torres y después
en el norte en las filas del general Francisco Villa. Combatió a Plutarco Elías Calles y Álvaro
Obregón cuando el último quiso reelegirse como presidente del Partido Antirreeleccionista.

El ingeniero Félix F. Palavicini apoyó el cambio político maderista. Ingeniero topógrafo del
Instituto Juárez de Villa Hermosa, Tabasco, fue a la vez periodista, ingeniero y escritor. Nacido
en Teapa, Tabasco, después de terminar sus estudios preparatorios en la capital de su estado natal
pasó a la ciudad de México, donde se graduó de ingeniero. Fue diputado del grupo renovador.
Estuvo preso al disolverse las cámaras en 1913. Participó en el Congreso Constituyente de 1917,
en Querétaro, como diputado. Venustiano Carranza le encomendó la cartera de Educación
Pública. Fundó el periódico El Universal en octubre de 1916.

Un papel político importante desempeñó en el periodo de la Revolución el ingeniero Alberto J.


Pani, antirreeleccionista que participó en la campaña electoral y al triunfo de Madero y fue
nombrado subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, el 21 de noviembre de 1911.
Director general de Obras Públicas del Distrito Federal en 1912, renunció en febrero de 1913. D.
Venustiano Carranza le envió a Washington para cooperar en las labores de la Agencia
Confidencial de la Revolución.

Uno de los más destacados ideólogos del agrarismo fue el ingeniero Pastor Rouaix. Nacido en
Tehuacán, Puebla, estudió en México y obtuvo el grado de ingeniero topógrafo en 1896. En 1898
se trasladó a Durango en el ejercicio de su profesión. Al triunfo de la Revolución de 1910 se le
nombró jefe político del partido de la capital del estado y fue diputado local en 1912. Expidió la
primera ley agraria del país, el 3 de octubre de 1913, y fundó el primer pueblo libre el 20 de
noviembre del propio año, llamándolo Villa Madero. Decretó la expropiación de bienes de la
Iglesia. Estuvo en los combates de Gómez Palacio, Lerdo y en la toma de Torreón en 1914.
Secretario de Fomento, Colonización e Industria en agosto de 1914, no aceptó la cartera de
Fomento que le ofreció la Convención, marchando a Veracruz con don Venustiano Carranza.
Promulgó la ley agraria del 6 de enero de 1916 y fundó la Comisión Nacional Agraria, que creó
los primeros ejidos. Diputado al Congreso Constituyente de 1916 por el distrito de Tehuacán, fue
uno de los iniciadores de los artículos 123 y 27 constitucionales. Acompañó a Venustiano
Carranza en 1920. Fue diputado al Congreso de la Unión en 1924, cargo que ocupó nuevamente
en 1926. Destacó también su importante labor como historiador y geógrafo del estado de
Durango.

Hacia la ingeniería
mexicana moderna

Con el fin del movimiento revolucionario y la elección como presidente del general Plutarco
Elías Calles el país entró en una nueva etapa en la cual se inició un nuevo proceso de modernidad
y desarrollo nacional, partiendo de los ideales revolucionarios, con una concepción totalmente
distinta a la prevaleciente durante el Porfiriato. Puede decirse que después de los largos conflictos
bélicos del periodo revolucionario se devolvió el país a la sociedad civil y a sus ingenieros.

El presidente Calles estableció en 1925 la Comisión Nacional de Caminos. Además, a partir de


las postrimerías de la Revolución, el desarrollo de la infraestructura hidráulica nacional recibió un
fuerte impulso del gobierno de México; para entonces ya habían sido construidas varias obras
hidráulicas de importancia, como la presa Necaxa en el estado de Puebla, terminada en 1909, para
suministro de electricidad a la ciudad de México, y la presa La Boquilla sobre el río Conchos en
Chihuahua, que empezó a operar en 1916 para generación de electricidad y riego. En el año de
1926 se consideró necesario crear un organismo encargado de desarrollar el aprovechamiento de
los recursos hidráulicos disponibles. Este organismo recibió el nombre de Comisión Nacional de
Irrigación (CNI), que más tarde se convertiría en una secretaría de Estado: la Secretaría de
Recursos Hidráulicos (SRH). En ese mismo año se inició la construcción de la presa de arco
Presidente Calles en Aguascalientes, terminada cinco años más tarde, y de la Venustiano
Carranza (Don Martín) en Coahuila. Dos años más tarde, en 1928, se inició la presa Abelardo L.
Rodríguez, inmediata a Tijuana, Baja California, cuya construcción fue realizada superando
dificultades geológicas importantes, que la hicieron famosa fuera del país.

Al empezar la tercera década de siglo XX llegó a la presidencia de la República el primero y


único ingeniero que haya ocupado esta posición (de 1930 a 1932): Pascual Ortiz Rubio. Nacido
en Morelia, Michoacán, estudió en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo y en México en la
Escuela Nacional de Ingenieros, donde se tituló de ingeniero topógrafo en 1902. Ejerció su
profesión en Michoacán e intervino en la política local. Fue diputado a la XXVI Legislatura
maderista y fue uno de los diputados presos en octubre de 1913, al disolver Victoriano Huerta el
Congreso. Afiliado después al constitucionalismo. Gobernador del estado de Michoacán de 1917
a 1920, se adhirió ese año al Plan de Agua Prieta. Secretario de Estado en el gabinete de Adolfo
de la Huerta y en el de Álvaro Obregón, también fue ministro de México en Alemania y Brasil.
Dejó ese puesto para presentarse como candidato a la presidencia de la República. Electo
presidente, tomó posesión el 5 de febrero de 1930, pero tuvo que renunciar al cargo el 2 de
septiembre de 1932.

Con la fundación de la Universidad Nacional en 1910, la Escuela Nacional de Ingenieros pasó a


depender de ella. Esta escuela se incorporó sin modificaciones sustanciales en sus planes y
programas de estudio, salvo que en 1913, y en forma transitoria, se agregó la instrucción militar.
Desde 1917 se apreció la necesidad de abrir una carrera que contemplara la obtención y el
aprovechamiento de petróleo; pero sólo en 1929 se fundó la de ingeniero petrolero, por iniciativa
del entonces director José A. Cuevas. Derivada del movimiento universitario de 1929, la
Universidad Nacional obtuvo su total autonomía en 1933 y las autoridades universitarias se
abocaron a la reorganización de la máxima casa de estudios y crearon cuatro facultades además
de la Escuela Nacional Preparatoria. Una de ellas fue la de Ciencias Físico-Matemáticas,
integrada por la Escuela Nacional de Ingenieros, la Escuela Nacional de Ciencias Químicas y el
Departamento de Ciencias Físicas y Matemáticas. Como era de esperarse, la sede de la Facultad
fue el Palacio de Minería. El primer director fue el distinguido ingeniero geógrafo Valentín Ga-
ma, director también de la Escuela Nacional de Ingenieros, que inmediatamente después cambió
de nombre por el de Escuela Nacional de Ingeniería. El Departamento de Ciencias Físico-
Matemáticas se estableció en algunos salones compartidos con la Escuela y a partir de ese año el
Palacio de Minería cobijó la investigación científica organizada, a cargo de ameritados maestros
que habían sido discípulos de don Sotero Prieto. Brillantes jóvenes como Alfonso Nápoles
Gándara, Manuel Sandoval Vallarta y Mariano Hernández iniciaron la investigación matemática
y Carlos Graef, Alberto Barajas y Nabor Carrillo destacaron en la física. Al momento del traslado
a Ciudad Universitaria se podían estudiar las carreras de ingeniero topógrafo, geodesta, civil, de
minas y metalurgista, mecánico electricista, petrolero y geólogo, y a partir de 1957 se impartieron
maestrías y cursos especializados, para lo cual se creó la División de Estudios Superiores que en
1959 dio a la Escuela el carácter de Facultad de Ingeniería.

A partir de 1930 el acelerado crecimiento de la población de la capital, que llegaba a un millón de


habitantes, la extracción acelerada de agua de los mantos freáticos y el consecuente asentamiento
del terreno ocasionaron que la ciudad de México volviera a padecer constantes inundaciones que
se hacían cada vez más frecuentes y más desastrosas. Todo el sistema de drenaje tuvo que ser
reestructurado y se buscaron diversas soluciones. Una de ellas consistió en aliviar el gasto que
soportaba el túnel de Tequixquiac mediante la construcción de un segundo túnel, que comenzó en
1937. Este nuevo túnel de Tequixquiac desemboca en la barranca de Acatlán, tal como lo había
sugerido Francisco de Garay en 1856; tiene una longitud de 11.2 kilómetros, es de sección
circular y permite un gasto máximo de sesenta metros cúbicos por segundo; se dotó con diez
lumbreras y con pozos de ventilación a cada doscientos metros. Su construcción encontró
innumerables contratiempos, desde la falta de presupuesto, la selección de materiales
inadecuados, el cambio de instituciones encargadas de su construcción hasta las prisas por
entregar las obras; por lo que no fue sino hasta 1954 cuando se concluyó y lo inauguró el
presidente Adolfo Ruiz Cortines. Desde 1930 se emprendió la prolongación sur del gran canal,
conocido como canal de Miramontes. También se llevaron a cabo trabajos para desazolvarlo,
ampliarlo y obras de refuerzo y elevación de sus bordos. Se repararon y diseñaron nuevas redes
de atarjeas del servicio de alcantarillado y se construyeron colectores para desaguar diversas
colonias, así como cárcamos y plantas de bombeo para descargar todos los colectores hacia el
canal, con una capacidad de sesenta metros cúbicos por segundo. Con todo esto se logró que el
gran canal tuviera capacidad para un gasto de 175 metros cúbicos por segundo, lo que representa
un enorme caudal. Sin embargo, la tarea del desagüe de la ciudad de México estaba muy lejos de
haber llegado a su fin. Ya en 1925 el ingeniero Roberto Gayol, siendo director de las obras de
drenaje, había informado oficialmente a la comunidad técnica del país que la ciudad de México se
hundía respecto al lago de Texcoco. Era previsible entonces que tal hundimiento afectara a las
pendientes del gran canal y de los distintos interceptores, comprometiendo el funcionamiento del
drenaje. Se presentaba así un nuevo reto para los ingenieros, al que han tenido que enfrentarse
hasta nuestros días.

Símbolo de los avances que se iban logrando en la ingeniería mexicana, la construcción de la


cimentación del edificio de la Lotería Nacional representó un hito en el desarrollo de la mecánica
de suelos en México. En efecto, para este edificio el ingeniero José Antonio Cuevas, pionero de
la mecánica de suelos científica, diseñó una cimentación constituida por un cajón de concreto que
permite aprovechar el efecto de compensación de cargas, en donde el peso de la estructura
compensa el del material excavado.44 El ingeniero José A. Cuevas, nacido en la ciudad de
México, había realizado sus estudios profesionales en la Escuela Nacional de Ingeniería,
graduándose en 1912. Fue profesor de matemáticas en escuelas secundarias, de geometría
descriptiva en la Escuela Nacional Preparatoria (1912-1931), de estática y estabilidad en las
facultades de Arquitectura e Ingeniería (l916-1927) y de mecánica de suelos en el Colegio Militar
(1930-1933). Fungió como director de la Escuela Nacional de Ingeniería (1924-1929); fue uno de
los fundadores de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (1932); jefe de proyectos de la
ciudad de México (1924-1926), y jefe de proyectos de la Comisión Nacional de Caminos (1925-
1928).

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