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El hábito de postergar es un síntoma de estos días: desde fumadores que

viven dejando de fumar hasta estudiantes que preparan un examen


eternamente. Cómo pasar de la inacción a la dinámica.

Algunos se preguntarán por


qué dejar para mañana lo que se puede hacer hoy, mientras otros encontrarán mil respuestas
posibles y seguirán adelante con paso seguro. Se trata de procastinadores (o
procrastinadores), personas que pueden demorar la acción hasta el cansancio. “Es la actitud
de postergar, diferir, aplazar. El agobio en que suele vivir el individuo contemporáneo lo
lleva necesariamente a procastinar”, explica Roxana Kreimer, filósofa y coordinadora del
taller “La procastinación: el hábito de posponer” en el Centro de Investigación y Práctica
Filosófica. Y, aunque no siempre es un mal hábito –desde el momento que ayuda a
priorizar actividades y quizá planificar mejor–, lo cierto es puede convertirse en una duda
eterna. 
Joseph Ferrari, profesor de psicología en la Universidad de DePaul, en Chicago, asegura
que el 20% de los adultos se identifica como indecisos crónicos. Desde más acá, Kreimer
confiesa que cerca de 200 personas entre hombres y mujeres se reúnen semanalmente en los
talleres para superar estos círculos viciosos. Ella asegura que “los argentinos tenemos una
relación compleja con el sentido del deber”. 

La psicóloga española residente en Argentina, Ana Blesa, tiene una mirada menos
considerada con quienes dilatan las situaciones: “Se dividen en dos grupos: los compulsivos
como yo, y la mayoría: los que quieren cosas pero las postergan y se quedan en la queja”.
Mientras se acomoda en un sillón al ras del piso, dispara: “La queja es muy adolescente
porque lo que caracteriza al adulto es el compromiso y la persona que posterga y posterga,
no se compromete con nada”. 

Para Willian Knaus, profesor y responsable del Departamento de Ciencias de Evaluación de


la Salud de la Escuela de Medicina de la Universidad de Virginia (y ex asesor de Bill
Clinton en temas de salud), propuso un modelo para entender y explicar cómo funcionan
estas conductas. En sus libros, este especialista asegura que laautoduda y la baja tolerancia
a la tensión, son los pilares de la eterna postergación. Cabe aclarar: autoduda es la escasa
confianza en arribar a buen puerto. Desde la Universidad de Berkeley, Jane Burka y Lenora
Yuan también se ocuparon de desentrañar el misterio de la inacción y no ven las cosas tan
negras. Burka plantea que “estas personas no son vagas, sino que temen al fracaso , al
éxito o a ser controlados. Y preparan infinitas excusas para luego explicar por qué el
proyecto no les salió tan bien como les pudo haber salido”. 

De vuelta en Buenos Aires, Kreimer describe: al principio, la persona (procastinador/a) no


se preocupa demasiado porque cree que sí hará aquello que viene postergando. Pasado el
tiempo, se enciende una luz de alerta y allí comienza la ansiedad. El paso siguiente es
mentirse con un “todavía tengo tiempo” y luego se desespera. Ahí se aplican las frases
típicas a saber: “El 1 de enero dejo de fumar”, “El lunes empiezo la dieta”, “En marzo rindo
el final”, “Con la próxima me divorcio”, etcétera. “Tengo pacientes que dicen ‘Mi esposo
me engaña’ o ‘Mi amante me trata mal’ y vienen acá a quejarse. Yo les digo: ‘quejarse está
bueno, pero la solución es separarse’. Entiendo que no es fácil ser esposa, ser estudiante,
pero hay que avanzar”, cuenta Blesa. 

Más allá de la queja de cabecera, los especialistas identifican dos tipos de procastinación: la
que afecta a cuestiones cotidianas y la que afecta a los objetivos y proyectos fundamentales
de la propia vida. “Para combatir este problema resulta útil familiarizarse con la propia
forma de procastinar. ¿En qué ocasiones de procastina? ¿Cuáles son las propias formas más
usuales de distracción? ¿Qué excusas se utilizan con mayor frecuencia?”, plantea Kreimer. 

Los procastinadores tienen una fuerte dificultad para concentrarse y suelen sentir miedo o
ansiedad al verse sobrepasados por la tarea. “Suele ser útil preguntarse: ‘si se dejara de
procastinar, ¿qué situaciones enfrentaría?’”, recomienda la filósofa. Mientras eligen resolver todo
más adelante, lo ideal es romper con el círculo de autoduda. Blesa agrega: “Dar el primer paso
suele disminuir notablemente la ansiedad. A veces, se procastina porque se cree que algunas
cosas llevarán más tiempo del que llevan en
Enviado por Manuel Gross el 09/01/2009 a las 13:21

Hace un mes que decidí hacer un post sobre la procrastinación


(también usada como procastinación), una elegante palabra para las más comunes de
"postergación", "demora", "flojera", "lata" o "fiaca". He estado pensando en esto todo el tiempo,
pero ahora que falta media hora para salir al Jardín Infantil para retirar a mi hijo Matías, creo que si
me apuro lo suficiente alcazaré a publicarlo, recurriendo a dos textos siguientes que encontré
navegando por Internet.

El primero es un ameno artículo que escribe la españolísima Maje (no encontré sus datos en la
red) citando extensamente al filósofo José Antonio Marina (también español, casualmente). El
segundo es un artículo periodístico que divulga algunas investigaciones de ciertos economistas,
psicólogos y médicos.

Procrastinación, desidia y otros vicios


En su “Memorias de un investigador privado”, José Antonio Marina hace un pequeño
esbozo de uno de mis más queridos defectos:

"La procastinación no es un simple aplazamiento, ni es negarse a hacer una cosa. Es, sin duda,
desidia, pero una desidia acompañada de complejas tácticas dilatorias. El procastinador toma la
firme decisión de hacer una cosa mañana, decisión que volverá a ser aplazada con la misma
resolución al día siguiente.

Tiene, pues, una gran fuerza de voluntad para actuar en el futuro, pero una débil voluntad para el
presente. Es como si se diera a sí mismo un talón con fecha renovable. Una complaciente voz
interior le dice que emergerá de esa noche de prórroga transformado, dotado de energías
maravillosas, que harán todo más fácil. ¿Quién puede negar que es mejor acometer una tarea
sintiéndose pletórico de fuerzas?

El procastinador suele ser un postergador raciocinante, que se da argumentos muy convincentes-


para él- que le aconsejan aplazar la acción. Voy a someterle a un test de urgencia para que
compruebe si es usted un procastinador:

1. ¿Paga frecuentemente recargos por cheques devueltos, pagos atrasados, recibos o


contribuciones pagadas fuera de plazo?

2. ¿Se queda demasiadas veces en la carretera sin gasolina por esperar a repostar en la
gasolinera siguiente, que tiene, por ejemplo, mejor iluminación?

3. ¿Sabe que tiene que ordenar su mesa de despacho, pero se dice que es una operación tan
importante que conviene esperar al lunes o a las vacaciones para acometerla con la dedicación
que merece?

4. Cuando, al fin, se decide a ordenar, ¿se limita a organizar los montones de otra manera?

5. ¿Se le acumula la correspondencia, y toma, por vergüenza, decisiones que dificultan todavía
más su puesta al día? Por ejemplo, lo que podía haberse resuelto con una breve nota necesita
ahora una carta larga, que se aplaza para el día del cumpleaños del receptor, para así
acompañarla de un regalo. Como esta carta tampoco se escribe, decide sustituirla por una visita en
la que entregará el regalo personalmente. Pero entonces, le parece lógico esperar a la vuelta de un
viaje, para tener el pretexto de haberlo comprado en el extranjero. Etcétera, etcétera, etcétera.

6. ¿Le sucede con frecuencia que aguanta molestias diarias por no arreglar una avería, cambiar de
televisor o comprar un destornillador más grande?

7. ¿Suele aplazar una acción porque le falta algún pequeño requisito que en ese momento se le
antoja imprescindible? Por ejemplo, sólo tiene un bolígrafo de punta fina cuando a usted le gustan
los de punta gruesa. Y está convencido de que con el de punta fina no se le ocurrirá nada. Así que
decide aplazar la redacción de la carta hasta que consiga el boli apropiado.

8. ¿Prepara el escenario de la acción con tanta minuciosidad que ya no le queda tiempo para
ejecutarla?

9. ¿Piensa que las cosas no hay que hacerlas hasta que se puedan hacer perfectas?
Rita Emmett, en su divertido libro “The Procrastinator’s Handbook”, enuncia una irrefutable Ley
de Emmett: “El temor a realizar una tarea consume más tiempo y energía que hacer la tarea en
sí”.

Hay que advertir que el verdadero procastinador no dilata su actividad porque sea dolorosa o muy
molesta. Suele ser tan sólo un poco más molesta que la que está haciendo en ese momento. Lo
curioso es que cuando alguien se libera de ese tipo de adicción al día siguiente, se encuentra
realmente bien. Si una persona decide utilizar la primera media hora del trabajo a responder a
todas las cartas, conseguirá una envidiable tranquilidad para el resto del día.

Hay otro asunto que facilita el dejar las cosas para otro momento. Tiene que ver con la percepción
del tiempo. Los postergadores suelen pensar que hacer algo ocupa más tiempo de lo que en
realidad ocupa, que no vale la pena iniciar una cosa si no la va a terminar de un tirón, y que poco
tiempo es ningún tiempo. Manejan el tiempo al por mayor y no al menudeo, que es como de hecho
lo vivimos (…) hay pequeños retales, huecos de tiempo entre una ocupación y otra (…) que el

procastinador despilfarra. "


 

Yo podría contar mil anécdotas de ficciones inventadas (de manera muy racional) con las cuales
encontré grandes excusas para evitar hacer cosas de suma importancia. Verdaderos novelones.
Un primer paso es actualizar más este blog y a ver si también mis tareas diarias. Me da miedo que
ahora salga alguno de esos psicólogos diciendo que esto es una enfermedad que hay que tratar.
Con este mundo tan psicoanalizado nunca se sabe. Siempre recuerdo una frase del “Doce monos”:
La psicología es la última de las religiones (creo que era así).

Y aquí acaba una entrada que pensaba dejar para mañana…

This entry was written by Maje and posted on 9 Enero 2008 at 2:34

Fuente: Ilustración Digital 

Postergadores: las razones de dejar todo para


el último minuto
 
Si con sólo pensar en lo que tiene que hacer usted se estresa y, pese a ello, se pone a jugar
solitario en el computador, con seguridad pertenece a esta categoría.

por Sebastián Urbina


09/01/2009 - 09:26
Revisar los mail, tomarse un café o fumarse un cigarrillo son algunos de los rituales indispensables
para trabajar con inspiración y creatividad. Al menos así lo sienten quienes, producto de estos
hábitos, dejan para última hora lo que tienen que hacer. Son los llamados postergadores
habituales, especialistas en dejar para más tarde desde tareas relevantes hasta incluso algo tan
simple como devolver una llamada telefónica. Si con sólo pensar en lo que tiene que hacer usted
se estresa y, pese a ello, se pone a jugar solitario en el computador, con seguridad pertenece a
esta categoría.

¿Por qué algunas personas caen con tanta frecuencia en estas actitudes, mientras otras rara vez
pierden un segundo de su tiempo? Durante los últimos años, el hábito de postergar está atrayendo
a los investigadores de la Ciencia del Comportamiento, tratando de encontrar una respuesta.
Porque, de la mano de la globalización, el tema ha ido cobrando relevancia, incluso para los
mercados, que atribuyen a esta conducta pérdidas económicas importantes.

El economista Piers Steel, de la Universidad de Calgary (Canadá), realizó una revisión de varios
estudios sobre el tema y llegó a una cifra que se repetía de forma preocupante en varios países:
entre el 15% y el 20% de los adultos en Estados Unidos, Canadá y Europa son postergadores
habituales. Lo que, por lo menos en Estados Unidos, representa un aumento importante, porque
hace tres décadas sólo el 5% de los americanos caía en esta clasificación.

Y lo peor es que Steel comprueba que a menor edad este comportamiento puede ser una plaga.
Durante los primeros años de la universidad, relata su estudio, sobre el 80% de los alumnos tiende
a postergar sus obligaciones.

DE DA VINCI A CAPOTE
Hasta el momento, las explicaciones sicológicas para este tipo de comportamiento son variadas:
personas impulsivas, que se distraen con cualquier estímulo o bien, ansiosas, que prefieren
retrasar el inicio de un trabajo que puede resultarles desagradable. Incluso, podría tratarse de
problemas de autoestima.

El sicólogo Timothy Pychyl, director del Grupo de Investigación en Postergación de la


Universidad de Carleton (Ottawa, Canadá), describe a un grupo muy particular de postergadores.
Aquellos que hacen su tarea en el último momento buscando una excusa para explicar un posible
resultado pobre. "Así pueden decirse a sí mismos: 'lo hubiera hecho mejor si hubiese empezado
antes'. Se trata de un mecanismo de defensa inconsciente para quien puede tener una autoestima
débil y se enfrenta a un desafío que le causa inseguridad", dice el especialista.

Pero el hábito de postergar no implica ni falta de capacidad ni una menor inteligencia. En eso están
de acuerdo todas las investigaciones.

El médico Eunju Lee, de Halla University en Corea del Sur, plantea una tesis bastante más
rebuscada. Después de varios análisis y una encuesta que incluyó a 262 estudiantes, llegó a la
conclusión que detrás de cada postergador crónico subsiste una profunda dificultad para
involucrarse de lleno en una tarea hasta terminarla. Porque se trata de personas caóticas, que
fácilmente se distraen por su propensión a divagar y fantasear. Varias otras investigaciones
aseguran, por ejemplo, que Leonardo Da Vinci fue uno de estos postergadores crónicos. Su
fortaleza radicaba precisamente en su enorme capacidad de generar una idea tras otra en su
mente, pero eso también le impedía trabajar en el proyecto que tenía en mano hasta finalizarlo. De
hecho, el número de obras inconclusas que dejó supera por mucho a las que logró concretar.

Hay otros ejemplos de esta condición también en la literatura, dicen los investigadores, como los
escritores Truman Capote y Ralph Ellison. El primero impactó al mundo con su novela A sangre
fría, en 1965, pero fue incapaz de escribir algo más; mientras que Ellison estuvo 40 años
trabajando en una segunda novela después de El hombre invisible y la dejó incompleta al morir, en
1994. Mucho se habló del bloqueo que sufrieron estos escritores, pero según los científicos, su
conducta calza perfectamente con los postergadores crónicos.

RAICES BIOLOGICAS
Existe una condición básica para que el postergador entre en acción: los plazos prolongados.
Mientras más tiempo tengan, estas personas prácticamente se olvidan de la tarea que deben
realizar porque para muchos de ellos sólo el estrés que implica la cercanía del límite los lleva a
actuar y a sentir el trabajo terminado como una verdadera recompensa.

Esta situación fue lo que llevó a muchos científicos a sospechar que el hábito de postergar
involucra un mecanismo neuroquímico.

En 2004, el neurocientista Barry Richmond y sus colegas del Instituto Nacional de Salud Mental de
EEUU realizaron un experimento con monos adiestrados. Usando una nueva técnica genética,
lograron que estos animales que solían trabajar a desgano se transformaran en verdaderos
trabajólicos durante varias semanas.

Para esto, les inyectaron una molécula que bloqueó el gen que produce los receptores D2 de la
dopamina. Este químico es responsable de que el cerebro identifique una recompensa y actúe en
función de obtenerla. En la medida que la dopamina tiene menos efectos en las neuronas (al estar
bloqueados los receptores), la sensación de recompensa se diluye y el sujeto no necesita sentir
este estímulo para trabajar. "Los monos se transformaron en trabajólicos, casi sin cometer errores,
independiente de cuán distante estuviera la recompensa", explica Richmond.

LOS COSTOS DE POSTERGAR


La afición por dejar todo para mañana tiene costos altísimos: financiero, profesional, de salud e,
incluso, de daño en las relaciones personales. "La postergación va socavando el bienestar de las
personas en forma amplia", dice Pychyl.

En 2002, un 40% de los norteamericanos que declararon impuestos cometieron errores al


completar los documentos por dejar el trámite para último momento, lo que se tradujo en un
sobrepago de US$473 millones.

En 2006, la sicóloga de la U. de Windsor en Canadá, Fuschia Sirois, realizó un estudio con 254
adultos y concluyó que los postergadores tienen mayores niveles de estrés y problemas de salud.

EXISTEN 4 TIPOS DE POSTERGADORES


Evitadores: intentan retrasar lo más posible el tener que hacer alguna tarea que les desagrada.

Indecisos: se les pasa el tiempo pensando distintas alternativas para hacer un trabajo.

Adrenalínicos: su estilo de trabajo es bajo presión, con la adrenalina de sentir encima el plazo
fatal.

Baja autoestima: dejan todo para el final para tener una excusa si el resultado es pobre. Así
protegen su frágil autoestima.

ALGUNOS FAMOSOS
Leonardo da Vinci: sus proyectos superan sus obras terminadas.
Truman Capote: después de A sangre fría no saca otra novela.
Ralph Ellison: tras El hombre invisible, intenta 40 años sacar otra novela

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