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monte del país. Tenía también en posesión mapas
topográficos y astrológicos actualizados con los
descubrimientos más recientes cuya información
memorizaba con precisión y detalle. A ese chico le
encantaba presumir de su inteligencia e interrumpía a
menudo las labores de los trabajadores del palacio para
alardear de sus conocimientos, mientras ellos alababan al
niño por ser hijo del poderoso rey. Elio necesitaba
demostrar su sabiduría a todo el mundo y disfrutaba
escuchando las alabanzas dirigidas hacia él de toda esa
gente.
Una hermosa mañana, paseando por el jardín del palacio,
coincidió con un chaval de su misma edad. Parecía el hijo
de un humilde campesino, iba descalzo, llevaba un
sombrero medio roto y estaba subido a un naranjo.
- ¿Qué haces ahí arriba? ¡Baja ahora mismo! Obedece.
Soy Elio el hijo del rey de Lujonia- ordenó.
El otro chico pegó un gran salto desde el árbol hasta el
suelo y cayó enfrente del heredero.
-¿Ah, sí? pues yo soy Teo, el hijo de mi padre-replicó.
-¿Quien es tu padre?-se extrañó Elio ante tal osada
contestación.
-El jardinero de éste extraño lugar.-respondió orgulloso
Teo.
-¿Y quien te ha dado permiso para estar aquí?-atacó Elio
-Déjame en paz
Elio empezó a incordiarle con sus conocimientos sobre
ciencia y otros asuntos que a Teo no le importaban en
absoluto. Siguió explicándole la cantidad de tierras y
bienes que iba a heredar en un futuro, cosa que tampoco
parecía importarle demasiado al misterioso chaval, que no
quería, por nada del mundo, que nadie le fastidiase ese
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fantástico día soleado. Así que Teo optó por marcharse
hacia otro lugar evitando así la presencia de Elio, pero
éste le perseguía con sus cansinas explicaciones allí
donde fuera.
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-Yo te puedo demostrar que sí, no está muy lejos.
-Pues si así es, llévame allí, mentiroso.
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Al cabo de cien suspiros, después de superar un tramo de
lianas y densos matorrales, llegaron a su mágico destino.
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Elio fue mordido por una serpiente venenosa. El niño
gritó porque el dolor de la mordedura fue muy intenso y
rápidamente notó los efectos del veneno. Su rostro
empezó a palidecer y empezó a notar escalofríos por todo
el cuerpo. Teo cogió la serpiente por la cabeza y la
observó bien, después de identificarla la lanzó lo mas
lejos que pudo.
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junto a su hijo estaban paseando por uno de sus jardines
mientras el padre le contaba al hijo las mil y una batallas
que había habido en los últimos años, cuando de repente,
de imprevisto la historia se repitió, una serpiente pico al
rey en la pierna derecha. Según Elio esa serpiente era de
la misma especie que le mordió a él días atrás. El rey
empezó a notar los síntomas de inmediato, la suerte no
estaba de su lado y la lluvia empezó a precipitarse. Elio
fue corriendo en busca de Teo para que le acompañara a
recoger el antídoto del cactus rojo.
Corrieron apresurados con la dirección fijada en el
inmenso acantilado. Una vez en los pies del precipicio
vieron en lo alto las flores curativas, Teo le advirtió que
tardaría una hora en subir y volver a bajar por el sendero
con el preciado antídoto. Elio le dijo que no había tiempo
obligándole a escalar desde ese mismo lugar y a pesar de
que a Teo le pareció una hazaña peligrosa, se dispuso a
llevarla acabo dada la urgencia de la misión. Empezó a
escalar, el niño tenía muchísima habilidad, pero la lluvia
dificultaba el ascenso. No obstante consiguió llegar a lo
más alto y obtuvo las flores del remedio, pero en el
descenso un fragmento de la roca que pisaba con el pie
izquierdo se desprendió y a la vez, cayó también el cuerpo
de Teo hasta impactar en el suelo, delante de su amigo
Elio.
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-Pero… ¿y tú?
-¡Corre! –gritó Teo.
-¡Gracias! Volveré pronto, AMIGO.
Elio corrió entre la lluvia como nunca antes lo había
hecho. No se reconocía a sí mismo pero era urgente su
cometido y su cuerpo respondía a tal efecto.
Llegó a palacio con el apreciado antídoto salvando así a
su padre de una muerte segura. El rey notó la mejora
instantáneamente y al cabo de un rato estaba
completamente recuperado. Agradeció a su hijo la hazaña,
pero no entendía porque el niño estaba aún tan
preocupado.
Elio regresó al bosque en busca de su amigo herido, pero
cuando llegó ya era demasiado tarde. Teo había muerto a
los pies del acantilado con una mano extendida llena de
restos de pétalos rojos. Lágrimas brotaron del corazón de
Elio pero una de sus lagrimas saladas cayó en la mano
inerte de Teo cuando Elio decidió remediar la tragedia.
Por suerte llevaba encima la libreta con las anotaciones
del camino del pantano mágico y se dispuso a seguirlo
inmediatamente al pie de la letra. Después de cruzar el
bosque de las ranas voladores y el campo de girasoles
gigantes se preparó para superar el tramo de lianas y de
los matorrales pero ahí no había ningún pantano. Ahí no
había nada, la lluvia no cesaba y las fuerzas empezaron a
desvanecerse. No entendía porqué ese pantano había
desaparecido ya que él se encontraba en el punto justo
donde se situaba la última vez.
Elio empezó a temer pero de repente le vino a la cabeza la
frase que Teo mencionó cuando fueron por primera vez al
pantano. “No te servirán de nada los mapas para llegar al
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pantano. Solo tu instinto te puede guiar. Hay que escuchar
la voz del pantano.”
Eso hizo, de inmediato cerró los ojos y se empezó a
concentrar. Intentó apartar de su conciencia todos sus
conocimientos científicos y desarrolló un sexto sentido
para escuchar esa voz que le guiaría hasta su destino. Era
una voz aguda y agradable, susurrante y melodiosa que
penetraba en el subconsciente llenando de calma el
espíritu y alejando el temor. Empezó a dar pasos
instintivamente a ciegas mientras escuchaba el susurro
lejano. De repente apareció enfrente del pantano y dejó de
llover. Había recorrido en un tiempo mínimo el trayecto
hasta ese lugar, pero ahora le quedaba la parte mas
complicada de la misión. Precisamente fue cuando le
entró el miedo y pensó otra vez en los dichosos datos.
Sabía perfectamente que una persona normal era incapaz
de sumergirse a treinta metros sin mas, y menos
tratándose de un niño sin experiencia en inmersiones
acuáticas. Recordó entonces otra de las últimas frases que
Teo mencionó “La magia existe cuando el temor se va”.
Inspiró fuertemente, hizo un gesto de valentía, cerró los
ojos y se dejó caer en el pantano con los brazos
extendidos. El agua estaba totalmente cristalina y tenía
una temperatura muy agradable. Cuando apenas había
bajado seis o siete metros sus pulmones y su corazón no
podían resistir más esas condiciones después de tanto
esfuerzo y fue en ese instante cuando se relajó. Fue
sorprendente la sensación de bienestar que sintió cuando
se dio cuenta que en las profundidades de ese pantano
mágico se podía respirar debajo el agua tranquilamente y
vio además que el fondo se iluminó con un montón de
lucecitas azules. Siguió bajando unos cuantos metros
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cuando se dio cuenta que miles de diminutos peces
brillantes estaban nadando a su alrededor mientras le
seguían hasta el fondo del pantano. Eran los peces
luciérnaga azules que habían iluminado el fondo para que
Elio pudiese agarrar un buen puñado de arena para hacer
efectiva la concesión del deseo.
Subió a la superficie con el puño bien cerrado y le pidió al
pantano que resucitara a su apreciado amigo porque le
echaba muchísimo de menos y se sentía culpable de su
muerte. Al terminar esas oraciones lanzó la arena de
nuevo al pantano y Teo apareció.
-Gracias, Elio-dijo Teo aún desubicado.
-¿De verdad bajaste alguna vez al pantano?-preguntó Elio
-Si, no hace mucho tiempo, me lo enseñó mi padre.
-¿También lo conocía?¿Que deseo pidió él?
-Pidió la flor del remedio de todos los males.
-¿El cactus rojo?-acertó Elio
-Si-confirmó
-¿Y tú que pediste?
-Un amigo de verdad.
Elio se deshizo de sus zapatos lanzándolos muy lejos y
seguidamente, de un solo gesto le quitó el sombrero a Teo
y empezó a correr. Teo lo perseguía mientras ambos se
reían a carcajadas por el camino de vuelta a casa.
FIN
(del principio)
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