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La flor del cactus rojo

Cuenta la leyenda que en la comarca de Lujonia había un


pantano mágico escondido en un bosque donde se
hallaban los secretos de la naturaleza y el remedio de
todos los males. Ese lugar solo lo conocían algunos seres
privilegiados y evitaban a toda costa la revelación del
secreto. Uno de esos afortunados hombres era un
jardinero que trabajaba un enorme palacio situado en la
cima de una de las montañas más altas de la región. Ese
palacio tenía una infranqueable muralla que rodeaba el
perímetro así como un enorme puente levadizo que
presidía aquella gran fortificación. En el interior había un
hermoso camino de piedra tallada cuyo recorrido estaba
perfilado por una serie de setos podados deliciosamente y
cuidados con suma delicadeza. Antes de llegar a la
entrada del castillo se podía divisar un inmenso jardín
multicolor con árboles frutales, flores de todo tipo y
varias fuentes distribuidas por ese extenso terreno de
vistas privilegiadas. Además una fina y verde capa de
césped revestía el suelo y otorgaba a ese maravilloso
lugar un aroma de felicidad y buenaventura.
El rey de Lujonia era el dueño de toda esa fortuna y tenía
un hijo de doce años que se llamaba Elio, futuro heredero,
cuya familia le había educado bajo una estricta disciplina.
A su edad ya dominaba la astrología, el cálculo, la física y
varios idiomas, pero la asignatura que más le gustaba era
la geografía. Conocía el nombre y las principales
características de todos los ríos, montes y senderos que
pudieran divisarse desde el punto más alto de cualquier

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monte del país. Tenía también en posesión mapas
topográficos y astrológicos actualizados con los
descubrimientos más recientes cuya información
memorizaba con precisión y detalle. A ese chico le
encantaba presumir de su inteligencia e interrumpía a
menudo las labores de los trabajadores del palacio para
alardear de sus conocimientos, mientras ellos alababan al
niño por ser hijo del poderoso rey. Elio necesitaba
demostrar su sabiduría a todo el mundo y disfrutaba
escuchando las alabanzas dirigidas hacia él de toda esa
gente.
Una hermosa mañana, paseando por el jardín del palacio,
coincidió con un chaval de su misma edad. Parecía el hijo
de un humilde campesino, iba descalzo, llevaba un
sombrero medio roto y estaba subido a un naranjo.
- ¿Qué haces ahí arriba? ¡Baja ahora mismo! Obedece.
Soy Elio el hijo del rey de Lujonia- ordenó.
El otro chico pegó un gran salto desde el árbol hasta el
suelo y cayó enfrente del heredero.
-¿Ah, sí? pues yo soy Teo, el hijo de mi padre-replicó.
-¿Quien es tu padre?-se extrañó Elio ante tal osada
contestación.
-El jardinero de éste extraño lugar.-respondió orgulloso
Teo.
-¿Y quien te ha dado permiso para estar aquí?-atacó Elio
-Déjame en paz
Elio empezó a incordiarle con sus conocimientos sobre
ciencia y otros asuntos que a Teo no le importaban en
absoluto. Siguió explicándole la cantidad de tierras y
bienes que iba a heredar en un futuro, cosa que tampoco
parecía importarle demasiado al misterioso chaval, que no
quería, por nada del mundo, que nadie le fastidiase ese

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fantástico día soleado. Así que Teo optó por marcharse
hacia otro lugar evitando así la presencia de Elio, pero
éste le perseguía con sus cansinas explicaciones allí
donde fuera.

Le empezó a hacer preguntas acerca de ciertas estrellas y


constelaciones así como de unos ríos y senderos que se
situaban muy lejos de la comarca. Al ver que Teo le
ignoraba, insistió haciéndole otra serie de impertinentes
preguntas de ciencia ante los trabajadores con la intención
de humillarle en público. Obviamente Teo no conocía
ninguno de esos datos y los trabajadores junto con Elio se
burlaron de él por ignorar tales cosas.

-¿A quién le importa el nombre de un río tan lejano? Lo


siento, yo me preocupo por otro tipo de cosas.
-¿Por ejemplo?-Se preguntó Elio.
-Pues de la gran variedad de plantas que existen, sus
funciones curativas, los secretos de la pesca y la caza en
cada lugar, el momento de abundancia de especies en
cada estación. Todo este tipo de cosas.
-Pues yo tengo a mi disposición cazadores, pescadores,
leñadores, zapateros y todo lo que me haga falta. ¿Para
qué necesito yo esos conocimientos? Tengo poder.
-Si tienes poder, ¿porqué tú no puedes hacer nada solo?
-¡Tú si que no puedes hacer nada!¡Mírate, vas descalzo y
lleno de barro!-exclamó el futuro heredero.
-Yo puedo llegar a mover las estrellas porque conozco los
secretos del bosque y además conozco el lugar donde se
encuentra el pantano mágico-confesó Teo
-Bobadas, ese pantano no existe, se ha demostrado y
además nunca apareció en ningún mapa.

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-Yo te puedo demostrar que sí, no está muy lejos.
-Pues si así es, llévame allí, mentiroso.

A la mañana siguiente partieron, no tardaron más de dos


horas en atravesar el denso bosque de las ranas voladoras
con ciertos problemas ya que una de esas ranas amarillas
podía atacarte desde el aire como un halcón, convenía ser
sigiloso en ese tramo. Luego cruzaron el campo de los
girasoles gigantes al atardecer, cuando sus enormes flores
se orientaban hacia el oeste, era especialmente peligroso
porque su posición favorecía la caída de sus gigantescas
pipas, los chicos debieran vigilar también entonces.
Durante todo el trayecto Elio iba anotando apuntes en una
libreta y haciendo una especie de mapa del itinerario y
Teo se dio cuenta.

-No te servirán de nada los mapas para llegar al pantano.


Solo tu instinto te puede guiar. Hay que escuchar la voz
del pantano.
-No me cuentes cuentos, los mapas son esenciales. Lo
dices para que no revele a nadie tu secreto. La ciencia hay
que compartirla con el mundo.
-Tú que sabes tanta ciencia ¿conoces los peces
luciérnaga?
Elio empezó a reír porque sabía que esa especie no
existía.
-Conozco el pez enormitaurus, el pez espadachín y el pez
burbuja, pero el pez luciérnaga es un animal mitológico.
Venga, no intentes impresionarme a mi, soy el hijo del
rey de Lujonia.

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Al cabo de cien suspiros, después de superar un tramo de
lianas y densos matorrales, llegaron a su mágico destino.

-Aquí es-dijo Teo satisfecho-


-Esto no es un pantano, es una miserable charca, no mide
ni treinta metros de largo ¿y qué tiene de mágico esta
charca?
-Puedes pedirle un deseo si coges un puñado de arena del
fondo.
-¿Me estás tomando el pelo?-dijo Elio mientras metía el
brazo en el pantano para intentar conseguir un puñado de
tierra.
-Ni lo intentes, está bastante profundo.
-Consígueme tú un puñado de arena-exigió.
-No sirve. Solo se cumple el deseo si es uno mismo el que
consigue el puñado de arena y además solo puedes pedir
uno en toda tu vida.
-Entonces pide tú mi deseo. Quiero ser el rey mas
poderoso del país, o mejor aún, el rey mas poderoso del
mundo entero!
-El deseo tiene que ser sincero e íntimo. No puedo pedir
tus deseos.
-¿Qué profundidad hay?-preguntó Elio
-Unos veinte o treinta metros.
-Es imposible-negó Elio.
-Yo lo hice.
-No me lo trago. Volvamos.

Estaba anocheciendo velozmente. El cielo azul se tiñó de


negro en pocos minutos, estaban los dos niños cruzando
el campo de los girasoles gigantes, con la única luz de
luna iluminando el camino de vuelta, cuando de repente

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Elio fue mordido por una serpiente venenosa. El niño
gritó porque el dolor de la mordedura fue muy intenso y
rápidamente notó los efectos del veneno. Su rostro
empezó a palidecer y empezó a notar escalofríos por todo
el cuerpo. Teo cogió la serpiente por la cabeza y la
observó bien, después de identificarla la lanzó lo mas
lejos que pudo.

-Elio, es una serpiente muy venenosa, aguanta aquí un


rato, me voy a buscar el antídoto de su veneno. No te
muevas amigo, te salvaré.
-No. No me dejes solo que me muero, de verdad, estoy
notando los efectos de la mordedura. Me encuentro fatal.
-Tranquilo, ahora vuelvo.-dijo Teo mirándole fijamente a
los ojos.

En ese mismo instante Teo arrancó a correr


ardorosamente y desapareció entre la penumbra. Elio no
podía andar, estuvo agonizando durante casi dos horas
hasta que regresó su salvador con unas flores muy
extrañas. Eran las flores de unos cactus rojos que había
conseguido en lo más alto de un acantilado relativamente
cercano. Milagrosamente Elio se recuperó después de
ingerir esas flores de desagradable sabor.

-¿Como lo has conseguido? ¿Has ido al pantano mágico?


-No, cogí las flores del cactus rojo en el acantilado.
-No existe la magia ¿verdad Teo?
-La magia existe, cuando el temor se va.
Juntos volvieron casa sanos y salvos.
Unas cuantas lunas después cuando ya todo había vuelto a
la normalidad, sucedió el desafortunado suceso. El rey

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junto a su hijo estaban paseando por uno de sus jardines
mientras el padre le contaba al hijo las mil y una batallas
que había habido en los últimos años, cuando de repente,
de imprevisto la historia se repitió, una serpiente pico al
rey en la pierna derecha. Según Elio esa serpiente era de
la misma especie que le mordió a él días atrás. El rey
empezó a notar los síntomas de inmediato, la suerte no
estaba de su lado y la lluvia empezó a precipitarse. Elio
fue corriendo en busca de Teo para que le acompañara a
recoger el antídoto del cactus rojo.
Corrieron apresurados con la dirección fijada en el
inmenso acantilado. Una vez en los pies del precipicio
vieron en lo alto las flores curativas, Teo le advirtió que
tardaría una hora en subir y volver a bajar por el sendero
con el preciado antídoto. Elio le dijo que no había tiempo
obligándole a escalar desde ese mismo lugar y a pesar de
que a Teo le pareció una hazaña peligrosa, se dispuso a
llevarla acabo dada la urgencia de la misión. Empezó a
escalar, el niño tenía muchísima habilidad, pero la lluvia
dificultaba el ascenso. No obstante consiguió llegar a lo
más alto y obtuvo las flores del remedio, pero en el
descenso un fragmento de la roca que pisaba con el pie
izquierdo se desprendió y a la vez, cayó también el cuerpo
de Teo hasta impactar en el suelo, delante de su amigo
Elio.

-¡Teo! ¿Estás bien?


-Ve al palacio ahora. Aguantaré.
-Es culpa mía, lo siento Teo de verdad, no tendría que
haberte obligado a ….
-Corre, llévale esto a tu padre- dijo Teo herido de
gravedad, ofreciéndole la flor del cactus rojo.

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-Pero… ¿y tú?
-¡Corre! –gritó Teo.
-¡Gracias! Volveré pronto, AMIGO.
Elio corrió entre la lluvia como nunca antes lo había
hecho. No se reconocía a sí mismo pero era urgente su
cometido y su cuerpo respondía a tal efecto.
Llegó a palacio con el apreciado antídoto salvando así a
su padre de una muerte segura. El rey notó la mejora
instantáneamente y al cabo de un rato estaba
completamente recuperado. Agradeció a su hijo la hazaña,
pero no entendía porque el niño estaba aún tan
preocupado.
Elio regresó al bosque en busca de su amigo herido, pero
cuando llegó ya era demasiado tarde. Teo había muerto a
los pies del acantilado con una mano extendida llena de
restos de pétalos rojos. Lágrimas brotaron del corazón de
Elio pero una de sus lagrimas saladas cayó en la mano
inerte de Teo cuando Elio decidió remediar la tragedia.
Por suerte llevaba encima la libreta con las anotaciones
del camino del pantano mágico y se dispuso a seguirlo
inmediatamente al pie de la letra. Después de cruzar el
bosque de las ranas voladores y el campo de girasoles
gigantes se preparó para superar el tramo de lianas y de
los matorrales pero ahí no había ningún pantano. Ahí no
había nada, la lluvia no cesaba y las fuerzas empezaron a
desvanecerse. No entendía porqué ese pantano había
desaparecido ya que él se encontraba en el punto justo
donde se situaba la última vez.
Elio empezó a temer pero de repente le vino a la cabeza la
frase que Teo mencionó cuando fueron por primera vez al
pantano. “No te servirán de nada los mapas para llegar al

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pantano. Solo tu instinto te puede guiar. Hay que escuchar
la voz del pantano.”
Eso hizo, de inmediato cerró los ojos y se empezó a
concentrar. Intentó apartar de su conciencia todos sus
conocimientos científicos y desarrolló un sexto sentido
para escuchar esa voz que le guiaría hasta su destino. Era
una voz aguda y agradable, susurrante y melodiosa que
penetraba en el subconsciente llenando de calma el
espíritu y alejando el temor. Empezó a dar pasos
instintivamente a ciegas mientras escuchaba el susurro
lejano. De repente apareció enfrente del pantano y dejó de
llover. Había recorrido en un tiempo mínimo el trayecto
hasta ese lugar, pero ahora le quedaba la parte mas
complicada de la misión. Precisamente fue cuando le
entró el miedo y pensó otra vez en los dichosos datos.
Sabía perfectamente que una persona normal era incapaz
de sumergirse a treinta metros sin mas, y menos
tratándose de un niño sin experiencia en inmersiones
acuáticas. Recordó entonces otra de las últimas frases que
Teo mencionó “La magia existe cuando el temor se va”.
Inspiró fuertemente, hizo un gesto de valentía, cerró los
ojos y se dejó caer en el pantano con los brazos
extendidos. El agua estaba totalmente cristalina y tenía
una temperatura muy agradable. Cuando apenas había
bajado seis o siete metros sus pulmones y su corazón no
podían resistir más esas condiciones después de tanto
esfuerzo y fue en ese instante cuando se relajó. Fue
sorprendente la sensación de bienestar que sintió cuando
se dio cuenta que en las profundidades de ese pantano
mágico se podía respirar debajo el agua tranquilamente y
vio además que el fondo se iluminó con un montón de
lucecitas azules. Siguió bajando unos cuantos metros

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cuando se dio cuenta que miles de diminutos peces
brillantes estaban nadando a su alrededor mientras le
seguían hasta el fondo del pantano. Eran los peces
luciérnaga azules que habían iluminado el fondo para que
Elio pudiese agarrar un buen puñado de arena para hacer
efectiva la concesión del deseo.
Subió a la superficie con el puño bien cerrado y le pidió al
pantano que resucitara a su apreciado amigo porque le
echaba muchísimo de menos y se sentía culpable de su
muerte. Al terminar esas oraciones lanzó la arena de
nuevo al pantano y Teo apareció.
-Gracias, Elio-dijo Teo aún desubicado.
-¿De verdad bajaste alguna vez al pantano?-preguntó Elio
-Si, no hace mucho tiempo, me lo enseñó mi padre.
-¿También lo conocía?¿Que deseo pidió él?
-Pidió la flor del remedio de todos los males.
-¿El cactus rojo?-acertó Elio
-Si-confirmó
-¿Y tú que pediste?
-Un amigo de verdad.
Elio se deshizo de sus zapatos lanzándolos muy lejos y
seguidamente, de un solo gesto le quitó el sombrero a Teo
y empezó a correr. Teo lo perseguía mientras ambos se
reían a carcajadas por el camino de vuelta a casa.

FIN
(del principio)

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