You are on page 1of 2

Españoles Taurinos, Antitaurinos… y Aburridos.

No puedo recordar con exactitud en qué momento exacto de nuestra historia


más reciente surge el movimiento antitaurino; tal vez sea por tener la cabeza ocupada
por una jaula de grillos de argumentos y contraargumentos a favor y en contra de ésta
práctica.

Y es que, lo que comenzaron los representantes del movimiento antitaurino como una
argumentación basada en máximas de derecho animal ( rama fundamental del
derecho que los romanos olvidaron redactar), lo continuaron los antitaurinos no con
menos énfasis, abandonando el imple argumento de tradición por otros como el
supuesto no sufrimiento del toro, la vida llena de comodidades que había llevado hasta
el momento de su tortura, o la posibilidad del animal de ser indultado al mostrar una
bravura excepcional. Todo este enfrentamiento argumentativo rizaron el rizo hasta
hacer que el peine de los hombres de a pie no pudiera ni quisiera pasar por ahí por
miedo a salir escaldado o, cosa más probable, más confuso que cuando entró.

Hace algún tiempo, escuche a alguien sentenciar algo que cortaría de raíz el rizo: una
corrida de toros es un espectáculo consistente en la tortura y sacrificio público de un
animal. Me pareció que éste era un enunciado irrebatible, y exento de cualquier
subjetividad favorable o contraria, por tanto; esto es así, quien quiera ir a los toros,
hágalo sabiendo qué es lo que va a ver; el hecho de que sea una tradición no cambia
en qué consiste esa tradición, y si es un arte, no es otro que el de matar a un animal
con elegancia. Por otro lado, quien quiera manifestar su aversión a ésta práctica,
debería tener el derecho de hacerlo, y en el caso de que una población (o su mayoría)
quisieran prohibir esta práctica en sus tierras, deberían poder hacerlo libremente, y las
gentes de otros lugares, no tienen por qué cambiarlo.

Aunque no es en la plaza donde se termina la polémica. De hecho, muchos taurinos de


latitudes más próximas a nosotros pocas veces o ninguna han acudido a una corrida de
toros como las prohibidas en la comunidad vecina. Sin embargo, se lanzan de cabeza a
la defensa de sus “bous al carrrer”, festejos en los cuales el toro es paseado y toreado
por las gentes del pueblo en cuestión. En éstas prácticas, el toro no es torturado ni
sacrificado públicamente, sin embargo, el debate ecologista va más allá, y se opone
también a estas celebraciones, debido al todavía presente sufrimiento del animal. El
toro sufre si lo torean, y más si lo embolan. Cuanto, no sabría decirlo ni un taurino ni
un antitaurino, pero lo que sí está claro es que hay gente que no quiere asistir a los
festejos, e incluso se opondría a organizarlos en su municipio.

En ese caso, si es que no pueden prohibir los festejos, por contar éstos con el amplio
sustento de un amplio grupo de vecinos, al menos no debería tener que patrocinarlos
con sus impuestos. Y es que muchos de estos actos están sustentados por
ayuntamientos y demás administraciones, las cuales, como representantes de TODOS
los ciudadanos, no deberían dar sustento económico a una actividad considerada una
aberración por algunos de ellos, y debería relegar ésta responsabilidad a las múltiples
organizaciones taurinas con las que, seguro, cuenta el municipio.

No obstante, el problema es mucho más complejo que una simple ley nacional que
resuelva el asunto de una vez por todas: en muchas regiones de nuestro país, imponer
una ley antitaurina sería imponer una serie de ideas, que si bien son progresistas y
acordes con una supuesta moral universal, chocan gravemente con una población de
convicciones tradicionales, así, aunque sería lo correcto, ya que podríamos dejar de
agachar la cabeza por ser nuestra fiesta nacional un espectáculo basado en la muerte
de un animal, no sería prudente imponerlo por la fuerza a nuestros compatriotas.

Así, me atrevería a decir que lo correcto sería, en aquellos territorios de nuestro país
donde haya una predisposición popular a la prohibición de estos festejos, dar el paso
definitivo, y en aquellos territorios de tradición más arraigada, esperar a que sea la
propia sociedad la que decida cuando ha llegado el momento de abandonar ésta
tradición, como hemos desechado tantas otras por desfasadas y anacrónicas en el
mundo y el orden de valores actual.

Aunque para ello tengamos que soportar varias décadas más el enfrentamiento entre
los que quieren acabar con el toro de lidia, pero no matarlo, y los que quieren salvarlo,
mitificarlo, y adorarlo, pasándolo después por la puntilla.

David Gil, 2º Bachillerato

You might also like