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CUENTOS

El guije y el marqués
leoasi
A mediados del siglo XVII vivía en el centro de la isla de Cuba en las afueras del
pueblo
de Remedios el Marqués de Guaimaro, uno de los hombres más ricos de la isla.
Este hombre era muy avaro y a través de los años había acumulado una inmensa fortuna,
temeroso de que los ladrones que asolaban la comarca por aquel entonces le robar
an su
dinero, decidió esconderlo en algún lugar secreto, dispuso de seis de sus esclavos m
as
fuertes y durante tres días y tres noches se adentraron en el monte buscando el m
ejor
sitio para enterrar el dinero.
En la mañana del cuarto día el Marqués divisó un hermoso río conocido como La Bajada,
entonces detrás de una enorme piedra que sobresalía del agua y rodeada por una inmen
sa
palma, ordenó a sus esclavos que cavaran un profundo hueco y enterró todas sus mone
das
de oro, acto seguido asesinó a los esclavos para que nadie nunca revelara el luga
r exacto
donde yacía su dinero.
Pero resulta que mientras esto sucedía un guije (un guije es un ser semi demoníaco d
e color
negro, chiquito y con grandes colmillos que tiene la fuerza de 10 hombres y viv
e en los
ríos o arroyos que se internan en las lomas altas y la vegetación es tan profunda qu
e rara
vez el hombre ha andado por allí) que vivía en esa parte del río vio todo lo que acon
teció,
y con una voz ronca y fuerte escondido entre unos arbustos le dijo así:
--- ¿Quien anda en mis dominios?
El Marqués asustado miro para todas partes y no supo de donde provenía la voz.
El guije volvió a preguntar,
--- ¿Quien ha osado entrar en mi casa?
El marqués con voz temblorosa respondió,
--- Soy yo el Marqués de Guaimaro, a lo que el guije respondió con otra pregunta:
--- ¿Y que haces en mi piedra?
El Marqués con voz aun mas apagada por el miedo le dijo,
--- quienquiera que seas porque no te muestras para saber con quien hablo,
El guije aun escondido le respondió;
--- Esta es mi casa y soy yo quien hace las preguntas, dime que haces aquí o te ma
tare en
el acto, el Marqués reunió el valor que le quedaba y respondió;
--- Estoy escondiendo mi fortuna para que nadie me la robe, entonces sin previo
aviso el
guije asomó su cabeza y sus colmillos brillaban con el sol tanto que el Marqués enc
egueció
por unos instantes, entonces el guije le dijo , --- yo soy el guije dueño y señor d
e esta
parte del río y por haber profanado mi morada sin mi permiso me quedaré con todo tu
oro y
si no te vas ahora morirás, el Marqués con las pocas fuerzas que le quedaban al ver
el
rostro del guije echo a correr y no paro hasta llegar a su hacienda, con el ros
tro pálido
por lo sucedido no durmió en toda la noche pensando como rescataría su dinero, mien
tras
tanto el guije desenterró el oro y lo escondió en un lugar que el solo sabia, y tiró
los
cuerpos de los esclavos al río para que la corriente se los llevara.
Al otro día el Marqués bien armado con unos mosquetes regresó al lugar y se sorprendió a
l
ver que el dinero ya no estaba, decidió esconderse para vigilar al guije y saber
donde
este había escondido su dinero, pasó casi una semana y el marqués observó que todos los
días a las doce del mediodía el guije salía del agua y se sentaba en su piedra para co
ger
sol y degustar alguna que otra jicotea y lagartijas que casaba y se quedaba dor
mido por
espacio de una hora.
El Marqués regresó a sus dominios y llamo a todos los habitantes del lugar y les dij
o así;
---Un guije malvado habita la parte del río que se adentra en las sierras y ha rob
ado todo
mi dinero sin el cual no podré pagarle mi tributo al Rey ni alimentar a mis escla
vos, los
valientes que me ayuden a capturarlo y traerlo a la iglesia para que frente a la
justicia
divina de Dios se arrepienta y me devuelva mi dinero, los que estén dispuestos a
ayudarme
compartiré con ellos la tercera parte de mi riqueza que saben es muy abundante.
Inmediatamente se oyó un murmullo que fue generalizándose y muchos hombres que habían
oído
las historias de los guijes y su fuerza se retiraron temerosos, pero quedaron ve
inte hombres
que eran los mas valientes y pensando en la recompensa decidieron acompañar al Ma
rqués,
reunieron las provisiones necesarias y fueron armados, caminaron toda la noche
y al día
siguiente esperaron escondidos cerca de la piedra.
Como de costumbre a las doce el guije salio del agua y se recostó en su piedra a l
o que
el Marqués gritó; ahora ; y los hombres salieron de la maleza y se abalanzaron hacia el
guije, este al verse sorprendido montó una cólera terrible y se cuenta que nadie podía
agarrar al guije porque era muy rápido y las balas no le daban y cada vez que los
hombres
trataban de agarrarlo el guije con su fuerza descomunal los hacia volar por los
aires.
Después de casi una hora de constante lucha los veinte hombres lograron atar al gu
ije y
así malheridos y cansados regresaron y taparon la cabeza del guije con un saco pa
ra que
nadie se asustara en el pueblo.
Cuando la gente los vio aproximarse por el camino principal que conducía al pueblo
enseguida corrió la voz que habían capturado al guije, pronto se reunió una gran multi
tud
frente a la iglesia , mientras tanto los hombres traían al guije atado a un palo
de guayaba
y recorrían las calles adoquinadas del pueblo que nunca eran rectas siempre a cie
rta
distancia doblaban hacia la izquierda o la derecha según el antojo de sus construc
tores,
esto se hacia para poder escapar fácil de los piratas y corsarios que por aquel en
tonces
asolaban los pequeños pueblos de la costa del mar Caribe, a su paso la gente se pe
rsignaban
y hacían la señal de la cruz y cerraban puertas y ventanas , mientras tanto en la p
lazoleta
que quedaba frente a la iglesia se oía una algarabía cada ves mas grande, donde los
habitantes
les daban vivas a los valientes hombres que habían capturado al guije, unas mujer
es que eran
muy devotas de La Virgen de los Remedios de la cual derivaba el nombre del puebl
o y nunca faltaban
a misa, se apresuraron a despertar al cura que ajeno a lo que sucedía dormía la sie
sta, la iglesia
era famosa por sus hermosos vitrales de santos y mártires católicos, detrás del altar
de la virgen
en un pequeño cuarto dormía el padre Antonio que así se llamaba el sacerdote y así lo c
onocían todos,
este al oír el ruido incesante que hacían las mujeres a su paso dentro de la iglesi
a se despertó
sobresaltado y al oír las noticias sobre el guije se arregló la sotana y se colocó lo
s gruesos lentes
sin el cual no veía nada y casi llevado de las manos por las mujeres cogió como pud
o la Biblia
y la cruz con que oficiaba sus misas y salió al encuentro de la multitud, una ves
allí, llegaban
los hombres y el marqués con el guije, a lo que todos casi al unísono se persignaron
.
El Marqués quitó el saco y descubrió la cabeza del guije y las personas al ver el horr
ible rostro
de aquel, hicieron una mueca de horror y se oían expresiones de asombro, el cura
sacó su cruz,
se la presentó al guije, entonces el guije al ver aquello, empezó a dar unos chillid
os, a patalear
y emitió un sonido gutural tan espeluznante, fuerte y agudo que todos se taparon l
os oídos y hasta
los hermosos vitrales de la iglesia se vinieron abajo, entonces el guije aprovec
hando la confusión
se soltó de sus ataduras y echó a correr de vuelta al monte, donde echó una maldición t
errible sobre
el Marqués y sus hombres, estos en el transcurso de una semana cayeron enfermos c
on unas fiebres
altísimas muriendo uno a uno, los habitantes del pueblo huyeron pensando que otra
s calamidades
vendrían y se establecieron en un lugar muy distante donde fundaron lo que hoy se
conoce como
la Ciudad de Santa Clara, se cuenta que a través de los años muchos han tratado de e
ncontrar el
tesoro escondido de disímiles formas pero siempre en vano, ¿y del guije? bueno, nad
ie lo ha visto
otra vez, con el tiempo la vegetación ha crecido y tapado la piedra del guije y n
adie ahora
sabe donde se encuentra.
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Cuando se robaron al Sol
Javier Cotillo
Por la pasión hecha
locura. O ¿Al revés?

Era un pintor que compartía aficiones con la literatura. Enamorado de los paisajes
andinos, apuraba en su lienzo los detalles de un ocaso singular. El rojo intenso
del
firmamento contrastaba con su diminuta figura que enfundaba a un cuerpo escuálido
metido en su saco y su raído mandil, sobremanchado de mil colores. Su crecida bar
ba
prolongaba a su gusto el exagerado mentón, dando argumento a sus ávidos ojos, que
devoraban con enorme deleite ese instante del firmamento.
Como es de suponer, el poeta-pintor privilegiaba al rojo que se deslizaba, goloso,
sobre la tela. Rojo por aquí y más allá. El rojo tragaba al pincel, bañando a la tela
y mordiendo al taburete. Rojo; más rojo, antes que se esconda este paisaje devora
do por
la noche. Por favor, rumiaba con desesperación sólo para sí , más rojo, ¡es preciso más
rojo! Su pincel se meneaba al ritmo de su éxtasis, imparable, indomable. Pero el
rojo se
acabó antes de tiempo; entonces el artista, endiosado por el paisaje y engatusado
de pasión,
con extraño arrebato, tomó presto su navaja y de un tajo voló su índice derecho y, con
el muñón sangrante, siguió pintando su original visión.
Cuando el crepúsculo tragó al Sol, en un taburete cualquiera quedó grabado, para siemp
re,
el exquisito misterio de un anochecer andino. Al pie, yacía sin vida el escuálido c
uerpo
de un pintor que compartió su locura con la literatura. Entonces, inesperadamente
, el
astro rey, conmovido por tamaña idolatría, volvió a salir para rendir homenaje a su pi
ntor.
Fue la única vez que el día amaneció dos veces; por el Este y por el Oeste. Desde aqu
ella
ocasión, el Sol ya no es el mismo; ha perdido su brillo.
Han pasado los años. En algún rincón olvidado, sobre una tela empolvada por el tiempo,
todavía supervive el misterio de aquel ocaso andino, cuyo Sol se... resiste a desa
parecer.
¿Por qué será que en los trópicos, la gente bendice el recuerdo de este pintor y, en los
árticos, lo maldice?
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Pesadilla en un campo de cabezas
Luis Bermer

Desperté. Era de noche. Estaba tendido sobre la hierba, en la pendiente del valle.
La luna brillaba con fulgor verde en la oscuridad. Las estrellas eran ojos que,
extrañamente, se desplazaban en líneas rectas, parpadeando. Me incorporé, y el olor a
podredumbre arrastrado por el viento me golpeó en el rostro. Bajé la vista hacia la
hondonada: cientos, puede que miles de cabezas empaladas en estacas, que surgían
del suelo como colmillos de madera, se extendían hasta donde la vista alcanzaba. Y
en el centro del valle, solitaria, se erigía una casa de planta estrecha. Su teja
do a dos aguas estaba a gran altura, una altura casi imposible, según me pareció. Y
en la planta de arriba, una de sus ventanas estaba iluminada con luz amarillenta
. Tras los cristales, se distinguía una gruesa sombra que no supe identificar con
nada en concreto, pero me sentí observado desde allí arriba.
Una inmensa nube de moscas, como las olas de un mar negro, se agitaba entre las
cabezas con un zumbido repugnante. Sentí un impulso ciego, inexplicable, que me co
nminaba a llegar hasta la casa, aunque esto supusiese internarme en tan nauseabu
ndo lugar.
Mis pies avanzaron hacia la casa.
Me cubrí nariz y boca con una mano, intentando que las moscas y el hedor no me asf
ixiasen. Sorteaba las cabezas, procurando no fijar mi vista en ellas, pero fue i
mposible evitarlo. Algunas me miraban con sus ojos lechosos, mostrándome sus dient
es, su carne en jirones colgantes; otras exhibían sus negras cuencas, de las que e
ntraban y salían incesantemente las moscas. A mi paso escuchaba lamentos casi inau
dibles, quejidos ahogados, frases sin sentido. El espanto de verme rodeado me do
minó por completo, pero no me detuve. Una de ellas, que parecía de mujer por su pelo
, gorjeó algo que sí comprendí:
-¿Dónde está mi cuerpo? Me estremecí, haciendo mía su pregunta.
-Ya vuelves dijo otra, con una sonrisa de dolor.
Avancé, intentando no rozar siquiera ninguna al pasar. Las moscas zumbaban rabiosa
s; chocaban contra mi cara como una furiosa, repulsiva marea. Y al igual que ell
as, el olor a descomposición iba y venía, intensificándose por momentos en los que con
tuve a duras penas las arcadas; todo por no detenerme ni un segundo en la blasfe
mia que suponía este campo de pesadilla.
Al fin, conseguí alcanzar el umbral de la casa. A sus pies y digo a sus pies porque
sentí estar más ante la presencia de un ser vivo que de un edificio- miré hacia arrib
a. Y desde aquí ya no me parecía una casa, sino una torre infinita que se alzaba hac
ia los ojos del cielo nocturno. La luna verde, gigantesca, había engordado como un
globo enfermo e innatural. La luz de la ventana, pude ver, seguía encendida.
El intenso sentimiento de angustia indeterminada que me acompañaba desde que despe
rté se agudizó, aún más. Era la percepción de que un terror incomprensible, desconocido pa
ra la mente me acechaba sin descanso y que estaba a punto de aparecer. Una alert
a de mi cuerpo a la que no había forma de responder o acallar. El instinto me cond
ujo hacia la entrada de la casa, pero cada uno de mis pasos flotaba como en un s
ueño, en una creciente atmósfera de irrealidad sin sentido ni lógica interna.
La puerta de la casa era una tapa de madera negra.
Y si esto era una visión admonitoria de mi destino, un aviso para no internarme en
tre esas paredes mi temor era aún mayor solo de pensar que habría de quedarme aquí fuera
, a disposición de esa amenaza invisible que -estaba seguro- pronto me daría caza si
no hacía algo por evitarlo. A mis espaldas dejaba el rumor del campo de cabezas,
y me dispuse a tirar del asa cubierta de herrumbre que servía de picaporte, pero m
i mano temblaba, cada vez más, según me acercaba. Al abrirse hacia dentro, observé que
la puerta estaba cubierta de diminutas palabras cinceladas, en un idioma descon
ocido para mí.
Sentí que entraba en la boca de un enorme animal; una corriente de aire templado e
impuro me recibió, como una exhalación en la cara, y me pareció que volvía a respirar p
or primera vez en siglos. Como siglos llevaba acumulándose el moho, la suciedad y
el polvo en este recibidor de paredes verdosas, que pulsaban levemente, como si
algo hubiese quedado atrapado en ellas. Un estrecho pasillo se internaba en la o
scuridad y, a mi izquierda, una escalera de altos escalones de piedra conducía al
piso de arriba. Eso es todo lo que iluminaba la titilante llama del candil incru
stado en la pared a mi derecha.
El miedo y la sensación irreal de estar viviendo una pesadilla colapsaban mi mente
; pero mis sentidos eran los de la vigilia, ajustados y precisos, obedientes a m
i voluntad y firmes en la definición de todo cuanto me rodeaba. La voz de la intui
ción me sugería que tal vez encontrase una salida en el piso de arriba, donde vi la
habitación iluminada. Así que comencé a subir por los escalones, cuando distinguí una fo
rma en la pared, bajo la luz del candil.
-Cielo santo -susurré.
Medio enterrado bajo la inmundicia que cubría la pared estaba el cuerpo de Daniel
y, a su lado, un poco más abajo, la cara de Alberto. Dos amigos de la infancia que
hacía décadas que no veía. Estaban tal y como los recordaba, aunque sus expresiones e
ran extrañas. Alberto clavó sobre mí su mirada, durante unos segundos que fueron como
esos años que habían pasado, antes de bajarla hacia el suelo. Creo que dejó un mensaje
plantado en mi cerebro, que no supe interpretar en ese justo momento.
Seguí subiendo los escalones de piedra podrida.
Y según subía, trabajosamente, y a pesar del deseo irracional de llegar arriba y mis
esfuerzos, sentí que apenas avanzaba. La débil luz del recibidor aún iluminaba el tre
cho que pisaba, aunque pronto la dejé atrás, sumergiéndome en la oscuridad total. Tant
eaba con cuidado el siguiente escalón antes de apoyar el pie, con una mano siempre
en el muro, y de vez en cuando, echaba la vista atrás para tener al menos la refe
rencia de la luz, que era ya como una moneda en el fondo de un pozo. ¿Cómo podía ser t
an alta, tan innaturalmente alta esta casa?
Con prudencia, avanzaba por esta absurda escalera infinita. De repente, vi algo
por delante de mí, en los escalones que pronto habría de alcanzar. Era una luz y, so
bre ella, se recortaba una silueta humana, que comenzó a bajar al igual que yo, apo
yándose en la pared-. Me quedé parado, a medida que la luz que acompañaba a esta figur
a -que se me hizo de mujer- iluminaba los escalones, acercándose a mí. Sus pasos era
n inseguros y extraños, como a saltos, y pronto descubrí por qué. Quedé boquiabierto al
reconocer sus rasgos, al estar ya casi a mi lado: era mi abuela -la única que cono
cí- y en sus ojos había un reproche amargo, desgastado por el tiempo; pero lo que me
horrorizó fue comprobar que no tenía manos, como si hubiesen sido cortadas, al igua
l que sus pies, por lo que bajaba sobre sus muñones planos, diría que aún sangrantes.
Y no se detuvo ni por un segundo, mientras me atravesaba con su mirada. Pegué mi e
spalda contra la pared, sobrecogido.
-¿Por qué ya nunca vienes a verme? Eso es porque no me quieres.
-Ab abuela, es que yo no pu -intenté explicarme.
-No no ya no me quieres -dijo para sí misma, y en su voz había dolor, inmensa tristeza y a
margura.
El corazón se me encogió de pena, mientras la observaba en su descenso, bajando a tr
ompicones, acompañada por su luz. En ese instante supe que no la volvería a ver jamás.
Trastornado, emprendí mi marcha, sintiendo como si la oscuridad de la escalera fu
ese una cascada etérea de aguas negras, que inundó todo mi ser, mi razón, mis sentidos I
gnoro durante cuánto tiempo seguí subiendo, con la mente perdida en un torbellino de
confusión, donde el presente y el pasado se alternaban por segundos, y los recuer
dos de infancia se hilvanaban con los sueños de una noche ancestral, fragmentos de
memoria y pesadillas, imágenes de momentos dolorosos que creía olvidados en un caótico
telar de angustia que me envolvía
El telar se difuminó levemente, dejándome comprobar que había llegado a lo alto de la
escalera. Me encontraba en mitad de una sucia sala en penumbras. El techo, pude
vislumbrar, estaba oculto bajo una repulsiva masa de telarañas grises. Algo se movía
dificultosamente por dentro, de un lado a otro. Un escalofrío eléctrico me recorrió l
a espalda, intentando imaginar qué podría ser. En cada pared de la sala y eran cinco-
había dos puertas. Solo por una de ellas se derramaba una luz amarillenta. La luz
que había visto desde el exterior. Entré, sin saber lo acertado o no de mi elección.
Era una habitación pequeña, que de inmediato me transmitió una inexplicable sensación de
familiaridad, pues nunca había estado allí antes. No encontré ninguna fuente de luz un
a lámpara, como esperaba-; simplemente, emanaba del lugar. Vi el objeto que proyec
taba su sombra, junto a la ventana: era un sillón de respaldo alto, tapizado con l
o que me pareció piel estirada. Sentí que había allí alguien sentado, mirando al exterio
r; pero no podía verlo desde donde estaba. En la otra esquina de la habitación había u
na mesa camilla, con sus faldones carmesí. Me acerqué un poco más, sin poder creer lo
que veía: allí sentada estaba mi madre, mi pobre, encogida madre. Su cara en un ovil
lo concentrado de profundas arrugas, que habían desdibujado cruelmente todas sus f
acciones. La reconocí gracias a que, en sus ojos, brillaba su amor incondicional d
e siempre, su ternura, su preocupación
Me aproximé con veneración, temeroso de que mi abrazo pudiera romper algo en su cuer
po, tan frágil, tan menudo. Y cuando ya casi estaba a su lado, escuché algo tras el
respaldo del sillón, como un susurro de papel. Me dispuse a rodearlo, a ver quién es
taba ahí sentado. Pero mi madre habló:
-No déjalo, que está ocupado dijo su voz triste, cansada
La volví a mirar, conmocionado por su aspecto, por lo que el tiempo había hecho con
ella.
-Ya tienes la comida en la mesa. Y la ropa limpia en el armario me dijo con voz t
rémula.
Comenzó a llorar, cubriéndose los ojos con una mano.
-¿Por qué lloras, madre? la congoja oprimiéndome la garganta. No llores madre.
-Por favor, no llores.
Pero ella siguió llorando, inconsolable. Yo la veía a través del velo de mis propias lág
rimas.
De repente, un rumor llegó desde el exterior, acompañado de un temblor leve y contin
uo, que recorrió toda la casa. Fui a apoyarme en el respaldo del sillón, intentando
mirar lo que ocurría a través de las ventanas. A pesar del cristal, escuchaba perfec
tamente los gritos de las cabezas. Todas gritaban, como en un mar de absoluta de
sesperación. Algo inconmensurable se aproximaba tras las montañas del horizonte, pre
cedido de una luz rojiza, hipnótica. Quien se sentaba en el sillón añadió sus chillidos
a los de las cabezas.
Entonces, con los ojos abiertos como platos, comprendí comprendí

Desperté. Estaba sentado en un sillón, con un libro entre las manos, casi pegado a u
na ventana. Sentí que alguien se había apoyado en el respaldo, pero lo que estaba oc
urriendo fuera me impidió girarme: la visión de aquello que se desarrollaba más allá del
horizonte, su magnitud, su significado
Las piezas absurdas que guardaba en mi mente comenzaron a ensamblarse.
Las incontables cabezas empaladas ahí abajo gritaban en un frenesí de locura. Al pri
ncipio solo oía su clamor inconexo, pero al poco ya entendí lo que todas chillaban:
-¡Ha llegado! ¡Ha llegado! cientos de tonos desgarrados, horrenda cacofonía.
Entonces comprendí
Lo comprendí todo.
Y mis gritos se sumaron para siempre a los suyos
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El jinete fantasma
Gregorio Gabriel Godoy

Luciano López regresaba a su casa, al oscurecer, desde la quinta en la que trabaja


ba. La noche se presentaba con su acostumbrada quietud, solo se encontraría algo i
nquietante en ella si uno creaba sus propios temores y el no se creía una persona
aprensiva.
De modo que mientras caminaba de regreso a casa por el sendero arbolado solo esc
uchaba de vez en cuando el cercano aleteo de un pájaro, el canto de los grillos y
en esta ocasión también el trote de un caballo. Iba tratando de llevar sus pensamien
tos en dirección de la rica comida que le tendría preparada su madre. No entendía que
le impedía centrar sus pensamientos en temas tan agradables y normales, cuando de
pronto se dio cuenta que el sonido del trotar del caballo que escuchaba hacia va
rios minutos, pero no veía, parecía acompañarlo no muy lejos de el."Tonterías", pensó para
si, pese a que podia ver a la luz de la luna a través del los árboles que flanqueab
an el camino que en las cercanías no se hallaba ninguno. Cuando sintió que su corazón
comenzó a latir con mas fuerza trato de mantener la calma sin negar la situación. Y
tomando aire se dijo:"si realmente estoy escuchando el trotar de un caballo cerc
a y que, solo tengo que seguir caminando como si nada el Km. que resta.". Y así co
ntinúo. Ya estaba lo bastante asustado como para no darse cuenta que en realidad e
staba apurando el paso y el latir de su corazón también le impidió a su mente notar po
r un buen rato que el sonido del caballo ya no se escuchaba. Cuando noto que el
trotar había cesado volvió a tomar el paso normal y respiro con alivio. Luego de rec
uperar la compostura trato de no pensar en lo que había pasado, ya lo analizaría tra
nquilamente en casa. Ahora el resto de la caminata seria normal y tranquila, pen
só.
Estaba equivocado.
Después de varios minutos volvió a oír el sonido del fantasmal caballo. Esta vez se es
cuchaba el claro galope varios metros atrás, como si un jinete se acercara."Vamos,
se dijo tratando de tranquilizarse, solo es un paisano de la zona que se acerca
a caballo" y como para confirmar esto para si mismo giro y miro hacia atrás esper
ando ver al jinete. Nadie. Nada.
Aunque era de noche había luna llena y no había nubes que la cubrieran y si alguien
se acercaba debería verlo, esto podría haber reflexionado Luciano si no hubiera esta
do tan ocupado en correr. Corría con todas sus fuerzas esta vez con la plena segur
idad que el caballo fantasma lo estaba persiguiendo y tratando de quitar el pens
amiento que porfiadamente trataba de entrar en su cabeza: que no tenia posibilid
ad de escapar a pie de un caballo, sea fantasma o de carne y hueso. Ahora sentía e
l galope a sus espaldas. Un grito, mezcla de terror y sorpresa, salio de su boca
cuando escucho claramente el leve chasquido de un rebenque sonando sobre el lom
o del animal. Corría y corría y la expresión: el corazón en la boca´ y ´los pelos de punta´
braban todo su sentido en su fatigado cuerpo. ¿Necesitaba un jinete fantasma azuza
r a su caballo fantasma con un rebenque?, ¿si el jinete quería alcanzarlo, quien sab
e con que infernal propósito, no lo habría hecho fácilmente ya?. No, ninguna de estas
reflexiones podría producirse en ese momento en el cerebro del pobre Luciano, que
solo por casualidad se hallaba corriendo en dirección a su casa.
El ladrido de los perros llego a su mente como un vaso de agua al sediento y de
pronto se hallo entrando al patio de su casa, en medio del alboroto de estos cay
o de rodillas jadeante frente a su madre que le preguntaba sorprendida:"¿que pasa
m´hijo lo venia corriendo un caballo?".
Doña Sara, su madre, explico luego que hizo esa pregunta por que cuando vio llegar
su hijo corriendo en ese estado también escucho el galope de un caballo pero no r
ecuerda haberlo visto, además era de noche y a su edad su vista ya era bastante po
bre. Don López, el padre, que no había salido al patio como lo hizo su esposa al oír l
os perros, dice haber escuchado desde dentro de la casa solo los ladridos.
La experiencia de Luciano López seguramente pasara a integrar el folklore de las h
istorias de aparecidos, almas en pena y luces malas, historias que nos sugieren
la inquietante idea de que hay otro mundo además del nuestro y que algo o alguien
llega a veces hasta nosotros venido de Dios sabe donde. Quien sabe.
Hay una pregunta que se suele hacer a modo de cuestión filosófica y dice así: cuando u
na fruta cae de un árbol en el bosque y no se halla nadie cerca para escucharlo ¿hac
e ruido?. Del mismo modo, esa misma noche mientras el infortunado Luciano se rec
uperaba en su casa, en algún punto del camino ¿se produjo el sonido?, el sonido del
trotar de un caballo invisible disminuyendo lentamente hasta desaparecer.
En la quietud de la noche
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FOTOGRAFÍA EN PARÍS
Daniel

Voy a París, he decidido tomar un tour de un día que me llevará en el tren Eurostar, a
través del Túnel que pasa por debajo del mar en el Canal de la Mancha, salimos a la
s 6:00 de la mañana ¡es emocionante conocer finalmente París! Siempre he querido una f
otografía en París. He leído tantas cosas y he visto tantos documentales del lugar que
ya no puedo esperar para llegar ahí, me tomaré fotografías en la torre Eiffel, en el
Arco del Triunfo ¡oooh, soy la mujer más afortunada del mundo!
Hemos llegado, el tour parece un poco desorganizado, somos solo tres personas- y
o y una pareja de recién casados- que por cierto parecen no estar muy a gusto con
tenerme todo el tiempo a su lado. El guía nos ha dicho que estará con nosotros duran
te la mitad del día y después nos iremos a pasear por nuestra propia cuenta, para de
spués vernos en la estación del tren a las 7:00 P.M.
He tomado muchas fotografías, la mayoría de ellas sin mí, nunca pensé estar en París y no
salir en ninguna de mis fotografías, la pareja de casados se ha ido y yo camino po
r los Campos Elíseos sintiéndome la mujer más libre del mundo, la más independiente, a m
is 34 años sigo viajando y disfrutando de mi libertad, cuando la mayoría de mis amig
as están en casa, atendiendo a sus hijos, aguantando a su marido y lidiando con lo
s problemas de una vida convencional, ¡morirán de envidia al ver mis fotografías! en v
erdad no podría ser más feliz. Caminaré por los Campos Elíseos hasta llegar al Museo Lou
vre, ahí pediré a alguien que me tome una fotografía y tomaré un taxi a la estación del tr
en.
Ya estoy en el museo, ya me tomaron la fotografía, ahora a buscar un taxi, no veo
ninguno, seguramente me veo confundida o perdida. ¡Qué suerte! Un hombre bien pareci
do se ha acercado a ayudarme, me ha dicho que no es necesario tomar un taxi, pue
do ir en tren subterráneo, es mucho más barato y rápido. Este hombre es un ángel caído del
cielo, y se lo he dicho, está llevándome a la estación del subterráneo que está muy cerca
de aquí. ¡Pero que encanto de caballero! Me ha ofrecido tomar un café ya que aún falta
una hora para que salga mi tren, y ¿cómo negarme si ha sido tan amable?
Me cuenta de cómo llegó a París, desde Egipto hace ya 9 años, él es cardiólogo y parece sab
r mucho de medicina y de París, ¡Que historias tan interesantes! Lo reitero, ¡soy muy
afortunada!, pero creo que ha sido un día largo, me siento cansada y mi corazón palp
ita con rapidez, quizá sea la emoción, o el cansancio, caminé mucho bajo el sol, y bue
no afortunadamente él es doctor, si me siento mal me ayudará.
Empiezo a sentirme adormilada, sus palabras se escuchan lejanas y su cara se ve
borrosa, tendré que decirle que me lleve al subterráneo cuanto antes. Siento que voy
a perder el conocimiento, he caído al suelo, él me ha cargado y me lleva en sus bra
zos, seguramente al hospital, la gente nos ve con preocupación, él ha dicho que es d
octor y que no se preocupen, ya me siento más tranquila, voy al hospital.
No puedo moverme, mis brazos están pesados, no puedo hablar, no puedo moverme, veo
borroso, tardamos mucho en llegar ¿Qué sucede? Bajamos del taxi y el me lleva en su
s brazos, pero esto no es un hospital, parece una casa, estamos en las afueras d
e la ciudad. Dios mío ¿que he hecho? Ahora lo entiendo, ¡me drogó! ¿Cómo pude ser tan estúp
? ¿Qué va a pasar conmigo? ¡Estoy sola en un lugar donde nadie me conoce!, nadie sabe
donde estoy, ni quien soy, ni hablo el idioma, ni puedo pedir ayuda, ni tengo mi
teléfono celular, ¡ni me puedo mover!
Mi fotografía ha salido en los diarios de París. Mujer no identificada, es encontrad
a sin vida en las afueras de la ciudad.
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FABULAS

Invitó la golondrina a un ruiseñor a construir su nido como lo hacía ella, bajo el tec
ho de las casas de los hombres, y a vivir con ellos como ya lo hacía ella. Pero el
ruiseñor repuso:
-- No quiero revivir el recuerdo de mis antiguos males, y por eso prefiero aloja
rme en lugares apartados.

Los bienes y los males recibidos, siempre quedan atados a las circunstancias que
los rodearon.
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Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el a
sno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:
-- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y mur
ió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel
del asno. Y el caballo, suspirando dijo:
-- ¡ Qué mala suerte tengo ! ¡ Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora t
engo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima !
Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pi
de, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a tí mismo.
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EL Leon y El Raton

Unos ratoncitos, jugando sin cuidado en un prado, despertaron a un león que dormía p
lácidamente al pie de un árbol. La fiera, levantándose de pronto, atrapó entre sus garra
s al más atrevido de la pandilla.
El ratoncillo, preso de terror, prometió al león que si le perdonaba la vida la empl
earía en servirlo; y aunque esta promesa lo hizo reír, el león terminó por soltarlo.
Tiempo después, la fiera cayó en las redes que un cazador le había tendido y como, a p
esar de su fuerza, no podía librarse, atronó la selva con sus furiosos rugidos.
El ratoncillo, al oírlo, acudió presuroso y rompió las redes con sus afilados dientes.
De esta manera el pequeño exprisionero cumplió su promesa, y salvó la vida del rey de
los animales.
El león meditó seriamente en el favor que acababa de recibir y prometió ser en adelant
e más generoso.
En los cambios de fortuna, los poderosos
necesitan la ayuda de los débiles.
Fin
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La Gallina y El Diamante
Una gallina, al hurgar con sus patas entre la basura, encontró una piedra preciosa
. Sorprendida de verla en aquel lugar inmundo, le dijo:
- ¿Cómo tú, la más codiciada de las riquezas, estás así humillada entre estiércol? Otra sue
habría sido la tuya si la mano de un joyero te hubiera encontrado en este sitio,
sin duda indigno de ti. El joyero, con su habilidad y su arte, hubiera dado mayo
r esplendor a tu brillo; en cambio yo, incapaz de hacerlo, no puedo remediar tu
triste suerte. Te dejo donde estás, porque de nada me sirves.
La ciencia y la sabiduría nada valen
para los necios y los ignorantes.

Fin
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La Gallina de los huevos de Oro
Erase una Gallina que ponía un huevo de oro al dueño cada día. Aun con tanta ganancia,
malcontento quiso el rico avariento descubrir de una vez la mina de oro y halla
r en menos tiempo más tesoro.
Matóla; abrióle el vientre de contado; pero después de haberla registrado, ¿qué sucedió? Qu
. Muerta la Gallina, perdió su huevo de oro, y no halló mina.
¡Cuántos hay que, teniendo lo bastante,
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos,
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones
se vieron en la calle sin calzones!

Fin
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CORRIDOS
ADELITA
En lo alto de la abrupta serrania,
acampado se encontraba un regimiento,
y una moza que valiente lo seguia
locamente enamorada del sargento.
Popular entre la tropa era Adelita,
la mujer que el sargento idolatraba,
porque a mas de ser valiente era bonita,
que hasta el mismo coronel la respetaba.
Y se oia que decia
aquel que tanto la queria:
Y si Adelita se fuera con otro,
la seguiria por tierra y por mar;
si por mar en un buque de guerra,
si por tierra en un tren militar.
Una noche en que la escolta regresaba
conduciendo entre sus filas al sargento,
por la voz de una mujer que sollozaba,
la plegaria se escucho en el campamento.
Al oirla, el sargento, temeroso
de perder para siempre a su adorada,
ocultando su emocion bajo el embozo,
a su amada le canto de esta manera.
Y despues que termino la cruel batalla
y la tropa regreso a su campamento,
por las bajas que causara la metralla
muy diezmado regresaba el regimiento.
Recordando aquel sargento sus quereres,
los soldados que volvian de la guerra
ofreciendoles sus amor a las mujeres
entonaban este himno de la guerra:
Y se oia que decia
aquel que tanto la queria:
Y si acaso yo muero en campan~a
y mi cadaver lo van a sepultar,
Adelita, por Dios te lo ruego
con tus ojos me vayas a llorar.
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LA MARTINA8
Quince años tenía Martina cuando su amor me entregó,
a los dieciséis cumplidos una traición me jugó.
Y estaban en la conquista cuando el marido llegó:
-¿qué estás haciendo Martina, que no estás en tu color! -
-Aquí me he estado sentada, no me he podido dormir,
si me tienes desconfianza no te separes de mí.-
-¿De quién es esa pistola?, ¿De quién es ese reloj?,
¿De quién es ese caballo que en el corral relinchó?-
-Ese caballo es muy tuyo, tu papá te lo mandó,
pa' que fueras a la boda de tu hermana la menor.-
-Yo pa' que quero caballo si caballos tengo yo,
lo que quero es que me digas quién en mi cama durmió.-
-En tu cama naiden duerme cuando tú no estás aquí,
si me tienes desconfianza no te separes de mí.-
Y la tomó de la mano y a sus papás la llevó:
-Suegros aquí está Martina que una traición me jugó.-
-Llévatela tú mi yerno, la Iglesia te la entregó,
y si ella te ha traicionado, la culpa no tengo yo.-
Hincadita de rodillas nomás seis tiros le dio,
y el amigo del caballo ni por la silla volvió,
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CALAVERITAS
Fridita qué frío tengo,
estoy muy cerca de ti,
no sé si voy o si vengo
de tristezas que viví.
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Chamaco nadie olvidó
tu lápiz y tu sonrisa.
La muerte te sorprendió
tan joven yendo de prisa.
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Fue tan hondo mi vivir,
que la Parca me acorrala.
Después de tanto sufrir,
mejor me mudo a Comala.
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Dejé la escena del crimen
sabiendo que he de pagar,
cuando de arriba me llamen
para mis deudas saldar.
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Mordí la lona de un golpe.
Fue en el instante final.
Más triste se fue La Volpe
del equipo nacional.
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