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Princesas en peligro de extinción.

Escrito por Jousín Palafox

Me gustan las mujeres que aun quieren ser princesas y se niegan a convertirse en sapos, porque
mientras existan mujeres que todavía guarden modales de doncella, existiremos hombres que aun
veremos importante el comportarnos como caballeros.

Amo a la mujer que no compite con los hombres, porque sabe que el hombre jamás será su rival sino
un complemento de ella misma. Respeto a las mujeres que luchan por ser cada día más mujeres y en
ningún sentido buscan parecerse a los hombres, pues muchas mujeres en su búsqueda de la llamada
“liberación femenina”, han cometido el error de imitar al varón, pero en los aspectos más deprimentes
de éste. Es quizá por esta equivocada conquista que se fajaron pantalones, se dieron el gusto o permiso
de vivir aventuras sexuales de una noche, comenzaron a llevarse el cigarrillo a los labios, empezaron a
maldecir en público, se desinhibieron en bares y ahora las vemos dando penoso espectáculo,
devolviendo el estómago en los baños o embrutecidas y semidesnudas sobre las mesas.

Cometieron el error de querer ser como nosotros los hombres y ahora se dicen “weyes” de manera
amistosa y permiten que sus amigos varones las llamen “wey” sin darse cuenta que en lugar de
mostrarles confianza o camaradería con esa palabra, lo que verdaderamente hacen es rebajarles a nivel
de bestias; pero muchas ríen, pues ni siquiera se dan cuenta. Las generaciones de madres abnegadas,
reprimidas y violentadas, enseñaron a sus hijas que la mejor manera de acabar con el yugo masculino
era convertirse en el enemigo y así crecieron confundiendo su identidad de mujeres, con la intención de
seguir nuestros pasos, muchos de los cuales nos han convertido en seres torcidos y han llevado a
nuestro mundo a la debacle moral de la que hoy somos víctimas.
Las niñas de la nueva generación decidieron que el sueño de ser princesas era muy aburrido y
esclavizante, así que cambiaron la corona por un pasamontañas y son ahora también delincuentes de
alto impacto, servidores públicos podridos, conductoras irresponsables, reinas de belleza involucradas
con el narco y hasta líderes sindicales vendidas con algún partido, por cierto, saludos a la señora
Gordillo. Me encantan las mujeres que no quieren convertirse en hombres y llegan a la universidad con
la firme intención de terminar con honores su carrera. Las que en lugar de demostrarnos que son
capaces de beber media botella de tequila, nos demuestran que pueden dirigir un laboratorio o centro
de investigación. Las que no buscan un buen partido para casarse sino que buscan ser un buen partido
para que un buen hombre las merezca. Las que saben decir no, cuando “NO” es la única respuesta
digna de una dama, aunque todo el mundo las tache de anticuadas. Las que se ríen de los chistes
machistas y entienden que en lugar de ofenderse, deben sentir pena por el hombre que se atreve a
contarlos y mucho más si piensa que esas bromas son un verdadero compendio de sabiduría popular.

Pero sobre todo me gustan las mujeres que perdonan y ven con ternura que nuestra egolatría e
ignorancia nos hizo creer que el Todopoderoso es padre, que el creador del universo es varón, ya que
considero insolente decir que el hombre es imagen y semejanza del Señor. Pues si Dios es supremo,
perfecto e infinito amor, entonces el Dios en el que creo, ¡mujer tiene que ser! Porque ama como una
madre; su ternura con nada es comparable; su belleza no tiene igual; su buen gusto es sin duda
magistral; sus encantos naturales son el extremo ideal. Y para mí, todas estas cualidades sólo con la
mujer se identifican. Por eso afirmo que: ¡El único Dios en el que puedo creer, con certeza mujer tiene
que ser!

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