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Celebrar el Día de la Juventud tal vez es, más bien, buena oportunidad de reflexión para la
generación de los mayores. Para que veamos en la fuerza y en la fecundidad de la juventud la
puerta del futuro. Para que veamos en la fuerza y la generosidad de la juventud la salud de la
patria. Para que veamos y comprendamos nuestra responsabilidad frente a la juventud y
respondamos positivamente al reto que la juventud importa.

Ser joven es una gracia, una fortuna, ha dicho Paulo VI, y Juan Pablo II en su encuentro con un
millón y medio de jóvenes peruanos, ha dicho que característica fundamental de la juventud es
su generosidad, su apertura a lo arduo y lo sublime, su compromiso concreto y decidido en
cosas grandes humana y naturalmente, su permanente actitud de búsqueda, su marcha hacia la
cumbre de los ideales nobles, su anhelo por una sociedad más justa y solidaria.

Vivir y actuar sin estas convicciones es insensato, es necio y demasiado caro.

Pero si estamos convencidos que la fuerza y la generosidad de la juventud es para la hombría,


para la audacia, para la vida, para el amor que es obras, para la empresa, para la batalla de la
vida, no para la tiranía del vicio, la liviandad y el pecado personal y social que degradan y
esclavizan. Si estamos convencidos que la fuerza y la generosidad de la juventud es para superar
las tentaciones, para caminar en la luz, no en las tinieblas, para reconocer el error cometido,
pedir perdón y corregirlo. Si estamos convencidos, que de tal manera la tarea realista de la
juventud peruana es construir un Perú cada vez más justo, más humano, más reconciliado y más
fraterno. Un Perú donde la persona humana sea cada vez más el principio y el fin de todo, donde
la familia sea cada vez más la piedra angular de la sociedad y la raíz de su grandeza, donde el
trabajo sea realización de la persona humana, donde la justicia, la libertad y la igualdad en
dignidad sean valores primarios de la vida individual y social, pues he aquí un gran reto para los
mayores: Ser y poner modelos de vida y de acción.

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Hace muchísimos años atrás, en el siglo XV, los españoles estaban buscando un camino
para poder llegar a Las Indias. ¿Por qué tenían tantas ganas de ir hasta allí? Porque en
esas tierras, existían muchas cosas que a ellos les interesaban: especias, perfumes, joyas
y tejidos. A Cristóbal Colón, se le ocurrió un atajo para llegar mejor: ir por el Oeste.
Fue así como el 3 de agosto de 1492, comenzó a navegar por los mares. Pero Colón no
iba solo. Lo acompañaban 87 hombres que viajaban en las Tres Carabelas: La Niña, La
Pinta y Santa María. Las carabelas eran barcos, pero muy grandes, que servían para
transportar mucha cantidad de gente, comida y animales.

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