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Alberto Haj-Saleh
LO DEMÁS ES MEMORIA
II
III
Existe una única Liverpool en las primeras tres de las primeras cinco pe-
lículas de Davies (considerando The Terence Davies Trilogy como lo que es,
tres mediometrajes diferentes pero estrechamente ligados); es una Liverpool
que apenas sale de la década de los cincuenta, una Liverpool encapsulada en
tres o cuatro escenarios que se repiten de forma constante: la casa familiar
de dos plantas con puerta hacia el callejón, las escuelas -el protector colegio
de primaria, el siniestro y violento de secundaria-, el pub, los cines donde se
proyectan películas de Hollywood, siempre llenas de canciones.
IV
Cuando hablas de cosas que decías o veías cuando eras niño, tu memo-
ria adquiere los contornos de tus ojos en la infancia. Así, por ejemplo, sigues
llamando Don Rafael al profesor de historia, sigues pronunciando los nombres
de los juegos de ordenador en el inglés que no sabías entonces y el patio del
colegio sigue siendo un lugar inmenso y de espacio casi infinito. Cuando Da-
vies rueda su propia infancia no trata de recrear lo que hubo en la realidad,
sino de dibujar lo que hay dentro de su cabeza, que después de todo no es
menos real. Así, el patio sigue siendo inmenso y el matón de clase sigue
siendo un tipo enorme de músculos bestiales. La cámara no objetiviza el pa-
sado, ni lo pretende. Antes al contrario, busca la exageración del mundo visto
desde abajo, desde la altura del niño, no desde el presente del adulto.
Dice la poeta Louise Glück: “Vemos el mundo tan sólo una vez, en la
niñez/Lo demás es memoria”. (2)
V
El largo día acaba
Dice Davies sobre este arranque: “La idea era que la película habla sobre la
memoria, y la memoria se mueve sin cesar dentro y fuera del tiempo. Tenía que
hallar la forma de decirle al público: ‘no vais a ver lo que sucede después‘” (5)
VI
Horas después llamó a Papadopoulos y le dijo que tal vez podría rodar un
documental sobre su Liverpool, el Liverpool que él conoció cuando vivía allí,
y poner esa ciudad enfrente del Liverpool contemporáneo en el que no se re-
conoce. El productor dijo que sí. La película estuvo terminada en 2008 y se
llamó Of time and the city.
Dice el crítico y estudioso del cine Jaime Pena con mucho ojo que Of time
and the city para Terence Davies es como si John Ford hubiese rodado Inis-
free (José Luis Guerín, 1990) (8). Más allá del encargo hecho por Digital De-
partures con motivo de la designación de Liverpool como capital europea de
la cultura del año 2008, Of time and the city es, sobre todo, el intento de Da-
vies por ofrecer una prueba documental de todo lo que había contado hasta
ahora. Aquello que él mostraba en su primera Trilogía, lo que vive su familia
en Voces distantes y sus años confortables de El largo día se acaba tienen
una base real y nos lo enseña con fotografías e imágenes de archivo, con mú-
sica y con archivos sonoros. “Yo estuve allí y lo que he filmado es cierto”, pa-
rece decir, no en vano el documental muestra principalmente una Liverpool
que va desde 1945 hasta 1973, año en el que Davies se marcha, dejándola
congelada en el tiempo. La película no tiene apenas su contraplano contem-
poráneo, alguna imagen moderna, algún plano general. Liverpool, en este
caso, es una construcción mental, un almacén de recuerdos, “la confesión por
boca del propio autor de que los personajes, los ambientes, las canciones,
todo en definitiva, estaba allí, en Liverpool” (9).
traje, una cuestión que tiene que ver con el concepto del realismo. ¿Es Of
time and the city una película realista, en cuanto autobiógrafica? Apunta Eu-
làlia Iglesias: “Esta no es una película biográfica, sino memorística” (10) y en
la memoria los bordes de la realidad aparecen desdibujados, agrandados o
empequeñecidos, transformados por el polvo y por un cerebro en constante
evolución que no fija las imágenes y los sonidos, sino que los moldea para
crear un flujo lógico en la intrahistoria del individuo.
Del mismo modo, Davies al afrontar este encargo sobre su ciudad natal no
enfoca el documental desde un punto de vista de la realidad sino desde la re-
“Come closer now...”, acércate más, nos pide Davies apenas unos mi-
nutos después de iniciar la película. Liverpool desde lo más cerca posible que
puede verse una ciudad.
A pesar del velo nostálgico, a pesar del aire de paraíso perdido, el tono
de diario íntimo que recoge Of time and the city hace correr en paralelo a las
líneas más ensoñadoras con los ajustes de cuentas, dando como resultado un
relato lleno de alegría pero también de enfado y de ira. Así, la religión se con-
vierte en el centro de sus dardos más envenenados, partiendo de lo particu-
lar y lo personal hasta llegar a la crítica general y destructiva, de dedo
acusador blandido contra las altas instancias vaticanas.
cíaco y al western en sus aliados constantes. Hasta que -cuenta- a los quince
años vio a Dirk Bogarde en Victim (1961) y se asombra y se estremece al
sentir una profunda pulsión sexual hacia aquel hombre en pantalla. Temor al
pecado mortal que está sintiendo, temor a la ley que aún condena a los ho-
mosexuales por atentado contra natura. La confirmación se ve poco después:
en pantalla aparecen en blanco y negro las imágenes de un combate de lucha
libre, con hombres de enorme envergadura y de musculatura inmensa que se
practican llaves donde sus cuerpos empapados de sudor chocan y se entrela-
zan. Mientras el público jalea a los luchadores en busca de sangre, Davies
confiesa: “Yo pensaba en esos muslos rodeando la cintura del otro, o sentía
el golpeo de los testículos en el cráneo del rival”.
In my end is my beginning