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Balance lleno de interrogantes

JOAN MAJÓ El País 06/10/2010

Una vez transcurrido el día 29 de septiembre, ha habido una gran profusión de balances
sobre el resultado de la jornada de huelga. La verdad es que en algunos casos no había
necesidad de esperar al día 30, pues daban toda la sensación de estar escritos el 28,
independientemente de lo que realmente ocurriera. No me atrevo a sumarme a esta lista
porque no me siento con capacidad para analizar todos los aspectos y porque creo que en
muchos casos la subjetividad es tan grande que no aportan novedades. En su lugar, deseo
dejar constancia de algunas preguntas que me formulé durante el día 29 mientras, aunque
de una forma algo alterada, estaba trabajando.

¿Hay muchas personas que no crean que era conveniente, y hasta necesario, que algún
acontecimiento importante sacudiera la normalidad de la vida ciudadana, y que fuera como
un grito que despertara no solo al Gobierno, sino a los políticos y al país en su conjunto,
poniendo de manifiesto el grado de preocupación y de incomodidad con el que la mayoría
de los ciudadanos están viviendo este año 2010 y exigiendo una movilización social
constructiva mucho más activa?

¿Hay conciencia de que la paralización de la actividad productiva durante una jornada


puede suponer la reducción de entre el 0,2 y el 0,3% del PIB del año 2010, en unos
momentos en los que se están discutiendo las previsiones de crecimiento y se están
situando en la zona de unas poquísimas décimas, lo que supone que la huelga puede anular
todo el posible crecimiento esperado?

¿Hay conciencia de que la huelga ha supuesto una reducción del prestigio en cuanto al
rigor de muchos medios de comunicación que no solamente han manifestado de forma
legítima sus posiciones políticas e ideológicas, sino que han transgredido su obligación de
informar, ofreciendo una crónica deformada de la realidad, exagerando partes de la misma
y olvidando otras para que su relato informativo reforzara sus postulados previos?

¿Hay conciencia en las organizaciones sindicales de que la sola existencia y anuncio de


actuación de los piquetes, por muy buena voluntad que sus componentes pongan en
reducir su actuación a la pura información, ya genera un ambiente de miedo que coacciona
el derecho al trabajo porque es una disuasión previa y, por tanto, deslegitima todo balance
numérico del seguimiento de la huelga?

¿Hay conciencia en las organizaciones sindicales existentes en la Administración y en los


servicios públicos que la práctica del derecho de huelga en estos casos debería estar más
limitada que en las empresas privadas, como contraprestación de unos privilegios de que
gozan como funcionarios y en atención al perjuicio que causan a la totalidad de los
ciudadanos al paralizar un servicio imprescindible (que por ello ha sido declarado
"público").

¿No sería el momento de que sindicatos, patronales, bancos, partidos políticos, Gobierno y
el conjunto de la ciudadanía aceptáramos abiertamente que España está en un proceso
imprescindible de ajuste después de la fiesta de los últimos 15 años y que es necesario que
los costes de tal ajuste los debamos soportar entre todos, por lo que no es aceptable que se
estén cargando solamente sobre los que tienen rentas del trabajo y los que viven de
pensiones?

¿No es un error haber avanzado con prisas (después de dos años de indignante
paralización de las negociaciones patronales-sindicatos y la estoica inactividad
gubernamental) en la reforma laboral y la anunciada reforma de las pensiones (ambas
necesarias e ineludibles) y no haber entrado seriamente en la reforma fiscal (para hacerla
más progresiva), en la reducción del fraude fiscal (para aumentar la recaudación) y en la
reforma del sistema financiero (para eliminar privilegios y para mejorar el acceso al
crédito)?

¿No habría sido mucho más razonable en lugar de dirigir la protesta hacia intentar anular
una ley ya aprobada de reforma de las relaciones laborales (ley que seguramente no es la
mejor posible, pero que responde a una necesidad de modernizar nuestro mercado laboral),
dirigirla hacia reclamar que todos los estamentos sociales participen equitativamente en el
proceso de ajuste y exigir, por tanto, la inmediata discusión de una reforma fiscal que
equilibre las cargas de las rentas del capital y las del trabajo y también una reforma
financiera que corrija las imperfecciones del sistema y evite los abusos que se han
producido?

¿No habría sido también mejor exigir al Gobierno español que actúe y presione en la
Unión Europea para la consolidación definitiva de un gobierno económico comunitario
que tenga una mayor capacidad de enfrentarse a este poder que, de forma no identificable,
se denomina "los mercados" (aunque es fácil imaginar quién toma las decisiones que
hacen mover los mercados) y que, debido a su carácter supranacional, es claramente más
poderoso que cualquiera de los Estados europeos por sí solo, y por ello impone sus reglas
a los países, tal como hemos comprobado recientemente?

Son preguntas para las que yo tengo algunas respuestas y algunas dudas, y ante las que
invito a los lectores a reflexionar.

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