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Doña Nory, mi madre-maestra, organizaba fiestas cuasi-comuneras a las que acudían los
campesinos, prestos al ³combite´ aledaño a la ³minga´, para arreglar la escuela. En ellas,
los que éramos sus estudiantes, presentábamos ³números´. Éstos consistían en exponerse
ante el público con representaciones teatrales, cuidadosamente preparadas durante semanas
de trabajo. En ellas, bajo la forma de sainetes, recreábamos en las tablas, entre muchos
otros textos, las fábulas de don Rafael Pombo, poemas diversos que casi siempre la propia
Doña Nory declamaba, canciones de entonces y coplas de siempre«
Uno de esos sainetes dirigido, sugerido e impuesto cada año por Doña Nory, contaba las
peripecias de un testamento:
Al morir don Facundo Fonseca, sus sobrinos, la suegra, el sastre y los mendigos se
presentaron ante el juez para que él dirimiera a quién adjudicar la herencia. El reclamo se
originaba en la falta de claridad del texto redactado por don Facundo: j  

   
 
 




  
 
      


     
  

^asi siempre el hijo de la maestra representaba al juez. Eso me permitió entender las claves
que el sainete daba sobre el profundo sentido que tiene el uso adecuado de la puntuación
que, tal como entonces lo entendí sin que ella lo dijera nunca, no era sólo (ni
fundamentalmente) un regulador de la respiración, ni un mecanismo para descansar o para
hacer inteligible la lectura oral y en voz alta: en el territorio de la escritura, 
 
 
 

   
Los sobrinos proponían: j 
  
 
 




 
   
  
        

          

  

La suegra, gesticulando, pretendía imponer: j! 
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El sastre, inmediatamente, aclaraba según sus intereses, cuál había sido la ³verdadera
intención´ de don Facundo, conocido siempre por honrar sus deudas: ! &

  "$ 
 
'
(


  
 
    
 

     
  
.
Los mendigos argumentando la generosidad y el reconocido compromiso de Don Facundo
con las faenas de la caridad cristiana defendían otro texto: j   &
 
   )
 
 
)



  
 
 '     
*

   +  
  

Entonces, los sobrinos y el sastre salían a un lado del escenario, entre cajas, junto a las
improvisadas bambalinas; se decían algo al oído y regresaban a plena escena diciendo en
voz alta y casi en coro, que la verdadera cualidad de don Facundo, como todos lo sabían,
era su apego y aprecio por sus sobrinos y su insobornable vocación de buena-paga. Daban,
entonces a conocer su versión del texto: j 
  
 
'


(


  
 
     

   
 
  

Entonces, el hijo de la maestra haciendo de juez (supremo) se paraba en medio de la
escena, y caminando lentamente hasta el tablero allí dispuesto escribía en una letra
insufrible: j &
  ' )
 
 
,




  
  
        

            

  

Luego, el juez, agregaba la sentencia definitiva:
²Tal como puede verse en el original del testamento, no se sabe exactamente cuál
es la voluntad de don Facundo. Por eso, la interpretación más exacta es ésta« que
yo dispongo. Así que, en ausencia de herederos legítimos, hereda el Estado. Queda
establecido que yo puedo, en adelante y a nombre este mismo Estado, administrar
los antiguos bienes de don Facundo Fonseca.
Escuchábamos, así, los aplausos y festejábamos todos, con risas, la moralidad del juez allí
representado« y el atortole de los presuntos herederos.

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