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La
Guerra silenciosa de Manuel Scorza
Francisca Rivas
(…)
-¿Y?
-No me vieron.
-¡Pero yo lo veo!
-Es que usted es de nuestra sangre, pero los blancos no me ven. Siete
días me pasé sentado en la puerta del despacho. Las autoridades iban y
venían pero no me miraban. (p. 29)
Serafín de los Ríos, sobrino de don Herón de los Ríos, que volvía de
servir en la Marina, sorprendió al carpintero Oré ordenando la
construcción de un mueble insólito. Sus formas provocaron las risotadas
de los Margarito hasta el día en que, uniformado de cabo de Infantería
de Marina, Serafín rompió una botella de chicha contra la quilla del
«Titán de Yanahuanca», la primera embarcación que se botaba en toda
la provincia. (…) Los Cisneros, los Lovatón, los Ruíz, los Solidoro, los
Canchucaja, los Arutingo ordenaron la construcción de otras tantas
lanchas. Chipipata, Tapuc y la misma Yanacocha organizaron colectas
que se tradujeron en «El Valiente de Tapuc», «El Cóndor de Chipipata» y
el «Tiburón de Yanacocha». En el fondo los halagaba sentirse costeños.
Muy claro se vio durante la última feria. Disputando por el precio de un
toro, don Edmundo Ruíz, furioso por la terquedad del tusino Remigio
Villena, le gritó: «¡Llévate a tu cornudo, serrano de mierda!» Villena
sacó el cuchillo pero no contradijo el calificativo. ¿Qué podía decir?. (p.
23-24)
-¿Quién es usted?
El hacendado cambia.
-Si conoce tanto el Perú sabrá que aquí acaba la civilización. Más
adelante no hay nada.
(…)
(…)
(…)
-Ahora que conoce Q’eros sabrá que esos salvajes no creen en nuestro
Dios. El progreso exige liquidar la superstición. El Perú necesita caminos,
agricultura mecánica, industrias. ¿Se imagina un país moderno con
semejantes salvajes? ¿Se queda a almorzar?. (p. 142)
Blanco, indio, mestizo, cholo:
fronteras difusas
15Cantar de Agapito Robles se inicia con el regreso del
personero Agapito a Yanacocha después de año y medio pasado
en la cárcel de Huánuco y el frío recibimiento que tiene por
parte de la comunidad, presa aún del miedo de la última
masacre. Nos encontramos aquí con una mayor variedad de
personajes. La apertura de la comunidad ya es un hecho y
Agapito no tarda en percatarse de los cambios que en su
ausencia se han producido. La toma de conciencia de la
inutilidad de la lucha legal después de las masacres de Rancas,
Chinche y Yanacocha, es general. La incertidumbre del nivel de
compromiso que están llamados a jugar los ahora diversos
elementos que componen el mundo de la sierra constituye
igualmente una individualización de la búsqueda identitaria en el
avance hacia la modernidad a través del proceso de
transculturación y de integración cultural.
16Aquí nos encontraremos con la personal elaboración literaria
de Scorza de personajes como Maca Albornoz, una belleza con
atributos de diosa y de prostituta, que fascina a las autoridades
de la provincia. De nada valen las misas de acción de gracias del
Comité de Esposas Ofendidas pues la Divina Providencia no las
atiende. Su seducción es un arma para combatirlos pues los
humilla y desmistifica ante la comunidad.
17Si bien el sincretismo religioso atraviesa todo el ciclo, aquí el
cristianismo aparece representado en la figura de Cecilio
Encarnación, «primer y último serafín de los quechuas»,
jugando un nuevo papel, acorde con el momento. Como afirma
Jean-Marie Lémogodeuc (1985: 329), en el campesino andino el
sincretismo religioso opera de manera diferente según esté
relacionado con el cristianismo o con las creencias quechuas. El
indio respeta y teme la culpa, el castigo y la expiación de la
religión cristiana pero aplica sus rituales indígenas para resolver
la vida. Aquí el cristianismo se convierte también en arma de
liberación.
(…)
-Se llama Cecilio Encarnación. Era como todos nosotros hasta hace unos
días.
-El dice.
-¿Qué dice?
(…)
-¡Por eso mismo los quemé! Porque no quiero el porvenir del pasado
sino el porvenir del porvenir. El que yo escoja con mi dolor y mi error.
(p. 186)