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DÍAS DE LLUVIA

Por Delton Santamaría

En estos días que ha llovido más, siento que algo va tomando forma,
una especie de mensaje anticipado que va creciendo y abriendo todo el
paisaje, como si la materia de todo lo percibido se hiciera esencial a los
ojos. Algo se va corrigiendo del telón de lo visto: el frío, la lluvia, la
neblina, los árboles mojados, la serenidad de las calles, la bruma a lo
lejos, el cielo cerrado de nubes, la humedad de la tierra y las hojas de
los árboles en el suelo. Todo me estremece por dentro, como si viviese
un recuerdo o liberase una sensación de mis sueños.

Cuando voy bajando por las calles de donde vivo, de un lado veo las
montañas y los árboles, del otro la ciudad y sus edificios. En ambos, el
frío, la neblina y la lluvia tienen una soledad cálida y hermosa que
muerden mi corazón callado y contemplativo, la ilusión de ser la
vivencia de lo vivido, como si una energía me vistiera por duplicado en
todo mi ser mientras me abrasa el viento.

De repente, me asalta un pensamiento: ¿qué hago aquí? Realmente


quién está experimentado la vivencia pareciera haber sido otro quien
vive en mí. En ese instante, no tuve esa sensación de compasión que
suelo tener cuando veo la serenidad y la inocencia juntas, retratadas en
todo aquello que parecía despertar a las siete de la mañana. Me
estremecí de repente, sentí que algo me sostenía desde alguna
dimensión, no podría definir si adentro y/o afuera. Algo se hizo diferente
en amplitud, como si una energía solicitara mi atención. Supe en ese
momento que una fuerza nos asiste y nos protege, nos brinda su apoyo
y nos muestra todo el imperio de su realidad. Mientras seguía
escuchando mis pasos, sin pensarlo, algo maternal y poderoso me
asistía en esos instantes con ideas tenues, como si susurrase un
mensaje casi imperceptible. ¡Sí, descubrí que mi alma estaba en todo lo
que veía! Me ví en todo lo percibido, tuve la plena certeza de saberme
todo lo admirado. Desde entonces, me gusta objetivar mi percepción
desde mis sueños, vivo la subjetividad del paisaje, observo la
subjetividad de mis pensamientos, disfruto lo que los sentimientos
dictan al pensamiento desde esa subjetividad externa. Todo se va
desdoblando por capas sin necesidad de programarlo. Viene por
añadidura, como si un rayo invisible atravesara todos mis estados
mientras camino y respiro. Sin embargo, todo se me hace tan lejano,
misterioso y cercano, que sólo la magia natural de la paz puede
acercársele a lo vivenciado en esos instantes plenos.

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