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Ver para crear

Por Delton Santamaría

El tiempo es lo que más deseamos tener,


Pero por desgracia, lo que aprovechamos menos.
William Penn

Después de estos días aciagos, cuando me abandono a la luz de mi


sensibilidad, puedo ver la subjetividad de lo que me observa. Siento que
objetivar es crear lo que el alma admira, y podría distinguir la extensión
objetiva de la verdad subjetiva de mis sueños, su luz franca y su calor
metafísico. En el fondo, veo cómo todo se conserva, realmente nada
cambia bajo el principio de la Conciencia y la energía. La realidad
exterior será sólo el confort de mi entendimiento; para ser feliz, no
tengo que pensar o sentir, me abandono en toda mi apariencia de lo que
soy, la noción de vibrar en ese envoltorio eterno que será el respirar.

Al ir por la calle y cuando veo los árboles, el tono de sus hojas, sus
formas y cómo las mueve el viento; cuando contemplo todo ésto todos
los días, mientras voy en el autobús, me invade una sensación de
privilegio. En esos estados, siento gozar las cumbres de la Naturaleza.
No se diga cuando los fines de semana me voy en bicicleta a pasear por
esos paisajes de bosque hasta llegar hasta los límites con Morelos y el
D. F. Por lo menos, cuando experimento tales momentos, soy, en virtud
de desdoblar la soledad de mi subjetividad, rey del mundo visible. A mi
alrededor todo es una quimera fascinante; la vida es un río que
desciende, un mar que nace de un espacio indescriptible y se yergue
ante la adversidad de la civilización, y cuya cumbre es ese consuelo
verde que contemplan mis ojos. Se respira mejor cuando vemos la
realidad de los árboles; más libre se es, cuando vemos aquello como
parte de nosotros. Diversidad de plantas y árboles como rostros veo en
las calles. Cuando lo externo se hace una extensión de nosotros
mismos, uno se hace vigía de lo invisible porque logra ver el artificio que
nos cubre, y la maravilla que nos rodea y nos seduce.

Feliz, empero, es aquel que con sólo ver el cielo, o ver a un niño jugar
con sus manos, como producir una danza de alegría. Nada está perdido.
Todo es una sabrosa reinvención. Sentir mis pasos o el leve sonido de
mi calzado sobre el suelo, uno reflexiona, que con la vida, uno se puede
fundir de cuerpo y alma entero.

Veo la ciudad, sus gentes, sus calles, sus coches, sus plantas y sus
perros callejeros, y como la gloria propia y ajena, siento el sufrimiento y
la belleza, un silencio de súbito, corta como por un cuchillo, el hilo que
suspende los momentos que nos resucitan de las incertidumbres.

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