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Luis

Rosales
La luz interrumpida y
otros poemas

BIBLIOTECA
DIGITAL DE
AQUILES
JULIÁN

Muestrario de
Biblioteca Digital Poesía 65
Coeditores:
MÉXICO
Fernando Ruiz Granados
2
José Solórzano
José Eugenio Sánchez
ARGENTINA
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Francisco A. Chiroleu
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La luz interrumpida y
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Fernando Sorrentino
Claudia Martin Trazar
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Luis Rosales, España
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distribuida por Internet
Losu Moracho
Rocío Parada
HONDURAS
Muestrario de Poesía 65
Dardo Justino Rodríguez
VENEZUELA
Milagros Hernández Chiliberti Editor:
Tony Rivera Chávez
URUGUAY Aquiles Julián, República Dominicana.
Marta de Arévalo
APLA Uruguay
COLOMBIA Primera edición: Octubre 2010
Ernesto Franco Gómez
Julio Cuervo Escobar Santo Domingo, República Dominicana
PERU
Luis Daniel Gutiérrez
Nicolás Hidrogo Navarro
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3

Contenido

La palabra encendida de Luis Rosales / Aquiles Julián 5


Ascensión hacia el reposo 15
Autobiografía 16
Ayer vendrá 16
Canción de la nieve que unifica el mundo 17
Canción donde se explica, bien explicado, que al pronunciar… 18
¿Cómo hace un recuerdo? 18
Con un temblor de nieve en la dulzura 19
Contigo 20
De cómo vino al mundo la oración 22
El amor es una soldadura más o menos autógena 22
El desvivir del corazón 23
El espejo 24
El trigo limpio a la sazón cortado 26
¿En dónde empieza nuestra sombra? 26
En la noche final de la ausencia del poeta piensa en la amada… 27
Esta lenta escisión de la carne y el cuerpo 29
La absolución 29
La feria de los pájaros 31
La cicatriz 31
Durante el embarazo, el corazón del niño es ya un galope 32
La luz interrumpida 33
La transfiguración 34
La última luz 35
Larga es la ausencia 36
Me están mirando en tus ojos 36
Memoria de tránsito 37
Verte 38
Y escribir tu silencio sobre el agua 39
La ola inmóvil 40
4

Primavera morena 41
El andamio 42
Guardo luto por alguien a quien no he conocido 44
A mí me gusta tu tos 47
Las alas ciegas 49
Lo que tú llamas “Quiéreme” 52
Lo que no quieras oír no lo preguntes 53
Palabras para algo más que un dolor 56
Recordando un temblor en el bosque de los muertos 58
Nadie es profeta en su espejo 58
La espera forma parte de la alegría 59
La escarcha mutua 63
Bajo el limpio esplendor de la mañana 66
El pecado 67
Ola en calma es tu cuerpo 71
Un momento en el cielo 72
Algo queda en el aire 75
Representación en tres planos de una mujer 77
Para toda la vida no! 81
Verte, qué visión tan clara 81
Vivir para ver 82
Bastaba verle para que le hicieran ministro 83
Caja de música 83
Por mor 84
Porque todo es igual y tú lo sabes 85
Y acaba siendo unánime 86
El bosque se iba haciendo alarde 89
Pues el que toca lo cierto, muere 90
Un amor o un andamio 92
Ahora que están juntos 94
La carta entera 95
Nadie sabe hasta dónde puede llevarte la obediencia 96
Siempre mañana y nunca mañanamos 97
Es el miedo al dolor 98
Misericordia 98
Una nueva estrella 99
Sobre el oficio de escribir 99
Canción del resucitado 103
Amanecer en las alturas de Balsain 103
Canción de la sencillez 103
Hay una eternidad que es instantánea 104
5

Testamento 104
De cómo el tiempo hizo nacer la sonrisa sobre la carne 105
La vuelta del amor 106
La raíz 106
Larga es la ausencia 107
El naufragio interior 107
Tú si las llamarás 108
Miré los muros de la patria mía 109
Fin 110

Discurso al aceptar el premio Cervantes 112


Luis Rosales / biografía 118

Un año después la guerra los opondría y separaría cruelmente


Comida homenaje a Vicente Aleixandre en el Restaurante Biarritz de Madrid, el 4 de mayo de 1935 por la aparición de "La
destrucción o el amor". En la foto vemos de izquierda a derecha y de pie a Miguel Hernández, Leopoldo Panero, Luis Rosales,
Antonio Espona, Luis Felipe Vivancos, J.F. Montesinos, Arturo Serrano Plaja, Pablo Neruda y Juan Panero. Sentados Pedro Salinas,
María Zambrano, Enrique Díez-Canedo, Concha Albornoz, Vicente Aleixandre, Delia del Carril y a José Bergamín. Sentados en el
suelo: Gerardo Diego
6

La palabra encendida de Luis Rosales.

Por Aquiles Julián

“He dejado manuscritos dormitados durante


muchos años. No he terminado nunca nada de lo que he
empezado. Proyecto con demasiada ambición, quiero
redactarlo con justeza y no me llega ni el tiempo ni la
ilusión. Moriré cualquier día siendo un escritor en
ciernes”.
Luis Rosales

Luis Rosales, el gran Luis Rosales, sigue siendo


negado y preterido por el aparato “cultural”
impuesto por los áulicos del totalitarismo. Una
conspiración de silencio pretende esquilmarle a la
tradición poética hispanoamericana a un autor
esencial. Ese aparato, al cual Guillermo Cabrera
Infante, nombró como la Extraordinaria y Eficaz Maquinaria de Fabricar Calumnias,
y que yo en particular llamo La Matraca Canalla, verdadero surtidor de
desinformación, calumnias, ataques, manipulación y control de la opinión pública, se
ensañó contra Rosales inventando una infamia que le persiguió hasta su muerte, pese a
que una y otra vez los hechos, hasta donde pudieron ser esclarecidos, le exculpaban.
Más aún, le honraban, porque arriesgaron, tanto él como sus familiares, sus vidas en un
momento particularmente letal, siniestramente confuso, en que ambos bandos, los
llamados Republicanos y los llamados Nacionalistas, procedían a matanzas horrendas y
paranoicas.

Aquel conflicto en que la pasión irracional arropó a España, en que odios de siglos
emergieron y la ceguera sustituyó todo razonamiento, todo discernimiento, hoy sabemos
que fue instrumentalizado por Stalin para negociar con Hitler (a la vez que se lucraba y
saca provecho de las reservas de oro del país). Un libro fundamental: “El fin de la
inocencia: Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales” del
catedrático de la universidad de Columbia, Stephen Koch, desvela cómo la guerra civil
española fue aprovechada por Stalin para forzar a Hitler a pactar, acción que logró en
1939, el Pacto Hitler-Stalin, suscrito en Moscú por los cancilleres de Alemania y la
Unión Soviética, que despedazó a Polonia y animó a Hitler a iniciar su carrera de
expansión territorial.
7

Aquellas actitudes extremistas, las declaraciones amenazadoras, los egos inflados, las
acciones agresivas y aquel ultraizquierdismo galopante que caracterizó los primerso
años de la República, la matonería y las conductas levantistas, anticlericales, marxanas,
produjeron una reacción no menos atroz y despiadada. El asesinato de Calvo Sotelo a
mano de matones republicanos fue la gota que derramó el vaso. La sublevación o el
alzamiento, como se le llama, fue casi impuesto. De inmediato, España se escindió
trágicamente. Dos bandos que se odiaban a muerte esgrimieron sus armas y su furia. Y
muchos que no eran partidarios ni de unos ni de otros, quedaron pulverizados en el
medio, con ambos bandos acusándoles de estar con el contrario.

Los estalinistas, que aplicaban la falaz política del Frente Popular para arropar a
socialdemócratas y liberales a dejarse narigonear por ellos, acudieron a los partidarios
de la democracia, la libertad y el pluralismo, que hicieron causa común con la República
pese a una realidad cruenta e inmisericorde: los estalinistas eran iguales de asesinos. Y
no tenían empacho en criminalizar a sus propios aliados. Los asesinatos no se limitaron
a los que políticamente les eran adversos y actuaban en el bando contrario, también a
los del propio lado que políticamente no se ajustaban a Moscú y a Stalin, como aconteció
con los anarquistas, con los del POUM y los tildados de trotskistas.

Aquella criminalidad inenarrable carcomió las posibilidades de triunfo del bando


republicano. Y ello era parte del plan de Stalin: España no era más, sin que lo supieran
los españoles que pelearon bravamente de ambos lados, que una moneda de negociación
con Hitler, un peón a sacrificar. Tanto fue así que luego, para borrar sus huellas, Stalin
se dedicó fríamente a matar a sus principales agentes en las purgas que implementó
pasada la segunda guerra mundial, como bien deja claro Arthur London en sus
memorias estremecedoras de “La Confesión”.

Una voz mayor de la generación del 36, en España.


Luis Rosales pertenece al grupo de escritores que inicia publicando en los turbulentos
años de la década del ´30 en España. Fueron años tumultuosos, caracterizados por el
enfrentamiento en Europa de dos corrientes totalitarias, ciegamente criminales, que
predicaban el exterminio puro y simple de los contrarios.

Fascistas y estalinistas, admiradores de Mussolini y Hitler o de Lenin y Stalin, se


ladraban y, en muchas ocasiones, pasaban de los insultos a los balazos. Las vapuleadas
democracias liberales eran denostadas y despreciadas por los partidarios de una u otra
corriente. En España la radicalización casi no dejó espacio para sostener una posición
conciliadora, democrática y sensata. El lenguaje del odio predominaba.
8

Y en ese ambiente enfebrecido y mortífero, en que el exterminio se predicaba de un lado


y el otro, los poetas quedaban forzados a elegir bando y, cuando no, se les asignaba uno,
según parentela o simplemente por no estar de un lado se le consignaba en el otro, como
le sucedió a García Lorca.

Poetas de la Generación del 36 son Leopoldo Panero, Luis Rosales, Miguel Hernández,
Luis Felipe Vivanco, Gabriel Celaya, Juan Panero, German Bleiberg, Dionisio Ridruejo,
entre otros.

Es una generación que aporta prosistas y narradores como Camilo José Cela, Miguel
Delibes y Gonzalo Torrentes Ballester, María Zambrano, José Antonio Maravall, José
Luis Aranguren, José Ferrater Mora, Julián Marías y dramaturgos del nivel de Antonio
Buero Vallejo y Alfonso Sastre.

Una generación marcada y condenada por la maquinaria cultural estalinista, que la


lapidó sin misericordia acusándola de falangista y subordinada al franquismo, sin
discriminar ni cernir, en bloque, simplemente porque no se plegó al estalinismo, no
cantó a La Pasionaria, no se dejó encuadrar en los valores y creencias de Carrillo y su
banda. Esa maquinaria, que se enseñoreó y adueñó de diversos aparatos culturales y
medios de formación y control de opinión, enalteció a los sumisos al estalinismo y
descalificó, injurió y ninguneó a los que no se subordinaron a sus dictámenes.

El aparato cultural marxano se vengó en ellos una derrota que Stalin y los extravíos
chequistas produjeron sobre todo. Se les negó. Se les rebajaron méritos. Se les
desconoció. Eran la generación suprimida, como el mismo Rosales llegó a expresar en
una entrevista tras la concesión del premio Cervantes en 1982: “no hay una puerta
histórica que gire sino creando un vacío y nosotros hemos sido la generación
suprimida, el vacío que necesitaba la historia para seguir siendo historia”.

En España, muchos escritores que buscaban labrarse un espacio propio, fueron atraídos
por el aparato cultural estalinista. El PCE enmascaró su acción proselitista en
organismos y mecanismos aparentemente culturales, liberales, democráticos. Y una
buena parte de los escritores y artistas, que reaccionaban contra los envaramientos del
franquismo y sus engolamientos, se inclinaron hacia posiciones contestatarias y
cuestionadoras. Eran la progresía, vinculada emocionalmente al PSOE y entrampada en
la visión maniquea del PCE (y no olvidemos el embadurnamiento de sangre del PSOE en
la España republicana, su compromiso con los crímenes, las Checas y las “sacas”).

De ahí que el aparato cultural liberal, penetrado por el estalinismo, se contrapuso al


aparato cultural oficial, y sólo promovieron a los poetas que hicieron causa común con la
9

República y en particular con el comunismo: Miguel Hernández, Rafael Alberti, por


ejemplo. Parcialmente a los exiliados e internamente a los que derivaron hacia el PCE o
el PSOE. E igualmente se atacaron, etiquetaron y condenaron a los poetas, escritores e
intelectuales que no se dejaron engatusar o mancuernar por la ideología estalinista, a
los que se tildó de falangistas, franquistas o fascistas, o cualquier otro epíteto según el
gusto.

El control del aparato cultural que ha desarrollado el estalinismo, su capacidad de


promoción y de forjar nombradías no centradas en obras sino en la simpatía o
adscripción políticas, su poder de desinformar, calumniar, excluir y lapidar, han
generado más de una autocensura, más de una sumisión interesada y oportunista, más
de una aberrante prosternación. De tal manera se han conformado claques, mafias,
bandas. Y se han catapultado autores tanto como se han descalificado e ignorados otros.
Y en muchos sentidos, Luis Rosales ha sido víctima de este aparato indecente e inicuo.

Un poeta en medio de los odios recrecidos.


¿Tendría que contarse nueva vez la infortunada lucha de los Rosales, en particular de
Luis, por salvar a García Lorca, su amigo entrañable, aquel fatídico 16 de agosto de
1936? Lo cierto es que habrá que hacerlo una y otra vez, para impedir que la maldad de
quienes hacen causa común con La Matraca Canalla del estalinismo, especie de
patología mental que es inmune a todo: datos, hechos, verdades, resultados, que pervive
y contamina almas y obnubila juicios, en su afán de controlar los “aparatos ideológicos
del Estado”, sea la que se imponga.

La reconstrucción de los hechos, motorizada por los más renombrados biógrafos del
inmortal poeta andaluz, indican que Lorca murió fruto no tanto de pasiones políticas
como de rencores, envidias y mezquindades familiares, que aprovecharon un momento
confuso y particularmente homicida, el alzamiento falangista, en que ambos bandos,
republicanos y nacionalistas, se dedican a matanzas incontroladas, a exterminar a todo
el que en apariencia les adversa en las zonas territoriales que controlan.

Así, sabemos que existían resquemores con Lorca por parte de las familias Roldán y
Alba por aquella tragedia: “La casa de Bernarda Alba”; que se le envidiaba a Lorca su
cosmopolitismo, su renombre; que se le criticaba su homosexualidad y su indefinición
política: Lorca prefería llevarse bien con todos y manifestaba posiciones contrapuestas
en una España que se cerraba a cal y canto en dos posiciones irreconciliables y
antagónicas.
10

Cuando se llevan a Lorca de la residencia de los Rosales el 16 de agosto de 1936, donde


acudió a refugiarse, la madre de Luis, doña Esperanza de Rosales, logra que se espere a
uno de sus hijos para impedir que se lleven a Federico sin el resguardo de un familiar.
Miguel, el hermano de Luis, le acompaña junto a la tropilla falangista que encabezan
Ramón Ruiz Alonso y Juan Trescastro Medina, este último casado con una prima lejana
de Lorca.

Cuando le trasladan al edificio del gobierno civil, un guardia de asalto golpea a Federico
con la culata de su mosquetón. Miguel Rosales pide que no lleven al poeta a los
“interrogatorios”, la sala de tortura. Ruiz Alonso acusa a García Lorca de “espía de
Moscú”.

Cuando Luis y José Rosales se enteran del caso y van en ayuda, estos se encaran en
forma dura con Ruiz Alonso. José Rosales habla con José Valdés Guzmán, gobernador
civil, quien le transmite la gravedad de las acusaciones a Lorca: “socialista y agente de
Moscú”, ambas mentiras. Al día siguiente, José obtiene una orden de libertad para Lorca
de parte del Gobernador militar, Gonzales Espinosa. Cuando entra a la sede del
gobierno civil, Valdés Guzmán le dice que ha llegado tarde: “Ya lo habrán fusilado. ¡Y
ahora vamos a ver qué hacemos con tu hermano!”, amenazando a Luis por haber
acogido a Lorca en su casa. Valdés mentía, esperaba orden de Queipo del Llano para
actuar. Valdés telefonea a del Llano y le pregunta: “¿Qué hago con él? Lo he tenido aquí
por dos días” Y Queipo le responde: “Dale café, mucho café”. La orden está dada. En un
viejo Buick se llevan a Lorca y otros tres. Trescastro Medina alardea: “Yo le he pegado
dos tiros en el culo por maricón”.

La situación de Luis, que a diferencia de sus hermanos no pertenece a La Falange es


comprometida. Finalmente, terminaron por condenarle a una multa de 25,000 pesetas
por refugiar a Lorca. Su valor, sin embargo, se vio opacado por la calumnia que los
comunistas le levantaron. Como el poeta Félix Grande expresó, Luis “era consciente de
que cuando la calumnia se echa a rodar no hay quien la pare”. El mismo Rosales llegó
a expresar: “El hecho de la muerte de Federico fue la toma de conciencia más dolorosa
que he tenido en mi vida”. Y su hijo Luis Rosales Fouz nos habla de la repercusión de
aquel infausto hecho en la vida de Luis Rosales: “Hizo que mi padre viviera con la
tristeza de no haber podido hacer nada por salvar a su maestro y amigo, pero con la
cabeza muy alta por haberlo intentado y haberse jugado la vida.”

Dura experiencia para un alma joven, ver la inmisericordia consumar un crimen y no


poder él evitarlo. Llegó a preguntarse, una y otra vez, cómo un don nadie “se hizo
responsable de la muerte de una de las personas más importante que había en España
entonces. Y ese es el terrible horror de la guerra” (Luis Rosales Fouz). Afirmaba que
aquel crimen le había hecho desconfiar de la política y de los políticos por el resto de su
11

vida. Y sobre indecorosa instrumentalización de aquel crimen inmundo por el PCE el


mismo Rosales llegó a expresar en 1979: “El Partido Comunista de España, desde hace
cuarenta años, está sacando "tajada" de Federico García Lorca.”

Luis Rosales fue víctima de ambos bandos. Los falangistas le mataron a su maestro y
amigo, García Lorca, arrancado de su hogar por la fuerza y asesinado. Y los republicanos
le asesinaron a otro gran amigo, Joaquín Amigo, tirado por el Tajo de Ronda.
¿Tendrían, los que se refocilaron en la calumnia y arrojaron cieno sobre la reputación de
Luis Rosales la mitad de la hombría que él tuvo para arriesgar su vida por su amigo?
¿Qué acto de valor, de riesgo de la vida, asumieron? ¿Por quién se la jugaron? ¿Cómo
hubiesen actuado de haberse visto en iguales circunstancias?

La crueldad inútil de la guerra, ese “terrible horror” fue una conciencia que nunca le
abandonó y le hizo escribir versos como

“…la vida entera


cabe dentro de un odio.”
(El naufragio interior)

La redención por el amor


Frente a tanta desolación, frente a los frutos amargos del odio entre hermanos, frente a
la catástrofe que se cernió primero sobre España y después sobre toda Europa,
encenegada en una hecatombe delirante, que arrasó siglos de cultura y lenta
acumulación de logros, barridos por la metralla, los bombardeos y la sevicia humana,
Luis Rosales se vuelve hacia el amor, el humano y el divino.

Huye de los discursos estentóreos, las artimañas de la muerte, y se refugia en lo que el


amor humano puede proveer y en la paz inmarcesible del amor de Dios. A la mujer
dedica versos de delicada hechura, construidos muchos de ellos con apego a las formas
más clásicas y, a la vez, con imágenes que recrean la tradición poética española y la
mezclan con la tradición de la vanguardia.

A Jesús y a Dios dedica sublimes poemas en que el estremecimiento místico y la


bendición de la plenitud y el gozo que proporciona la fe se hacen pálpito, vínculo y
nutritiva agua de vida que refresca el alma.
12

Aquellas traumáticas experiencias tempranas le marcaron. De ahí ese tono de oscuro


desengaño que late en sus poemas. Esa angustia existencial que puebla muchos de sus
versos. Ese recogerse en Dios como vía de trascender tiempos amargos y terribles.

Y por igual su amor por la bendición de la vida, las cosas triviales, la mansedumbre del
hogar, los aromas de la tierra y de la mesa, el paisaje que es milagro cotidiano, la
amistad y el cariño, el amor que provee consuelo y tibieza en los días en que se gasta el
tiempo humano.

Para Luis Rosales “Vivir es ver volver. El tiempo pasa: las cosas que quisimos son
caedizas, fugitivas se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo”.

Así vivió:
“…con humildad,
Buscando la palabra precisa”.
(Ascensión hacia el reposo)

Una poesía tibia, amigable, entrañablemente humana.


Rosales es parte de una generación, la de 1936, que reacciona contra los excesos de las
vanguardias retornando a las límpidas fuentes de la poesía clásica española. Se les llegó
a tildar de garcilasistas, por su revaloración de Garcilaso de la Vega.

Retomar las formas clásicas, devolver a la poesía sus maneras tradicionales, fueron los
principales aportes de esta generación. El soneto, el poema sometido al metro y la rima,
los temas tradicionales. Félix Grande destaca: “Aún no se ha visto por entero la
dimensión que tiene. Es un maestro del soneto, de la copla, del romance”, y no queda
ahí, también del verso libre y el poema en prosa.

Poesía que esplende en las pequeñas minucias de la vida, en las vivencias cotidianas,
que canta la vida particular, las diminutas alegrías y esperanzas, el milagro sempiterno
del amor, la bendición de un cuerpo que comparte su tibieza, de un alimento que
destella en el paladar, de la conversación afable, los paisajes fraternos, la misericordia
de Dios que nos libra de nuestros desvaríos y perdona nuestra maldad.

Poesía íntima, recogida, que se aleja de la plaza, de las pasiones y controversias que
dividen, separan y enfrentan a los hombres, para encontrar la palabra que hermana, que
reúne, que convida.
13

Poesía labrada con paciencia, sin desvivirse por el aplauso y el encomio, macerándose en
el recogimiento de años de cuidadoso escardo, de orfebrería detallada. Nada de buscar la
claque, el ruido de elogios basados no en el disfrute de la obra, sino en la adscripción
política, al margen del valor propio del poema.

El poeta José Carlos Rosales, sobrino del granadino, destaca que su tío solía aconsejar
que los libros no debían publicarse antes de diez o doce años, que había que tenerlos
esperando. “Creía que uno de los peligros que debía de sortear siempre el escritor era
el de publicar demasiado pronto. Su idea era que cualquier publicación es prematura,
porque uno siempre se arrepiente de cómo lo ha hecho y luego trata de rectificarlo”.

La poesía es una búsqueda de transitividad en experiencias tan personales, tan


intransitivas, que es casi milagro que pueda verificarse la comunicación. El mismo
Rosales nos dice:

“A cada hombre le tendríamos que hablar en una lengua distinta,


a cada amigo le tendríamos que hablar con una voz distinta
para que nos pudiese comprender,
pero la lengua personal es tan fiel a sí misma,
tan incomunicable
que las palabras son como ataúdes
y sólo llevan de hombre a hombre
su andamio agonizante,
su remanente de silencio
y su estertor…”
(La cicatriz)

El oficio desvalido de poeta


“La poesía es la más desvalida y menesterosa, anda siempre con los pies descalzos”,
expresó en una ocasión Luis Rosales. Aquí, allá, doquier, la poesía es tenida por oficio
inútil. Vivimos tiempos prosaicos, signados por lo utilitario, por lo funcional, por lo que
puede mercadearse. La poesía es una pasión tan personal, tan íntima, tan recogida y
ajena a las modas y afanes dominantes, que muchos miran con desdén. Y sin embargo,
para Rosales era un título que temprano adquirió y al que nunca renunció.

Cuando alguien le preguntó qué era lo que más valoraba de su vida, larga y cargada de
experiencias, respondió: “Bueno, este pequeño título al que nadie le da valor que es ser
poeta. Yo nunca he dejado que me lo arrebaten”.
14

Se reconocía orteguiano. Rosales llegó a afirmar de su maestro: “…fue quien me


amuebló la cabeza, quien me enseñó a pensar, quien me ordenó las ideas hasta
hacerlas constituir un todo”.

A Luis Rosales, Pedro García Domínguez, filólogo español, lo retrata en adjetivos


cargados de encomio: “era señor en todo y en todo un caballero: noble y generoso;
sabio y prudente. Era gran conversador, infatigable y ameno”.

Otro gran mentor en su vida lo fue José Bergamín, quien fue su primer editor y le guió
en sus primeros momentos y de quien cuenta la siguiente anécdota: “Le dije un día:
tengo mucha dificultad para expresar con palabras lo que pienso. Y Bergamín me
respondió: Luis, no se escribe con ideas, se escribe con palabras”.

Su relación con la poesía es de cultivo paciente, a solas. Llega a decir, en una de tantas
entrevistas, que no escribe para los lectores, pese a agradecer que existan. “Escribo por
obligación ética, para cumplir un destino al cual estoy llamado; yo soy,
irremediablemente, un escritor. Me han preguntado en alguna ocasión: “tú por qué
tardas tanto en publicar tus libros?”. Yo a veces he tardado diez años o quince años en
publicar un libro, porque a mí lo que me interesa es escribirlos, no publicarlos. ¡Los
libros están ahí! Si yo no los publico, otros lo harán por mí; si alguien tiene que leerlos,
alguien los leerá; pero quiero separar por completo estas cosas. Primero, que para mí
el lector es muy distinto del público; me interesan los lectores, a los cuales debo
muchas de las alegrías que he tenido en la vida.

Y hay que hacer otra distinción. Yo escribo únicamente como un compromiso ético que
tengo conmigo mismo, con mi tiempo y, naturalmente, con Dios. En esa última
relación hay un Dios – para mí, Jesucristo – que es el Tú absoluto; ese Tú, para mí de
alguna manera, es siempre el horizonte, hasta en los poetas más blasfemos. De ahí
nace ese imperativo que yo siento al decir que escribo por una conformación interior
mía que, en definitiva, es un compromiso ético”.

Este es Luis Rosales, poeta, ensayista, hombre de bien, de cuyo nacimiento este 2010 se
cumplen 100 años y cuya poesía y prosa son grandes monumentos de la literatura
española en el siglo XX.

“El recuerdo se teje


Con doble hilo,
Y de cuando en cuando se recuerdan cosas
Que no han sucedido”.
Luis Rosales
15

Ascención hacia el reposo


Como es misericordia la locura y el espacio nos brinda la bienaventuranza,
como es la noche viva, la lluvia silenciosa que va del corazón del hombre hasta los
ojos
en un encendimiento de sombra y hermosura.
Como sé que al morir terminará la muerte.
Como en el corazón se derrama la sangre con un rumor de lluvia que ilumina la
niebla.
Como tengo fe de soñar que te amo,
mi carne será un día como un agua corriente
y mi cuerpo será de silencio amoroso, de cristal dolorido cuando tú lo iluminas.

Como en la inclinación morena de tus ojos el silencio vencido se convierte en


aroma.
Como tengo una voz que se cubre de yerba donde vuelan las alondras y palabras y
lágrimas.
Y como en tu cabello despierta la agonía,
y la paciencia intacta naufragará en la sangre
porque existe la muerte,
porque la sombra clara se convierte en misterio y la quietud del mundo colma la
transparencia,
porqué el último olvido morirá con el hombre,
y tu boca de llanto y amapolas violentas,
y tus brazos de cal y niebla reclinada,
y tus manos delgadas como álamos de espuma,
y mi voz,
y mis ojos,
todo será divino al perder la memoria.

Como insiste el dolor, pero no se termina y es la lenta ascensión de la sangre al


reposo.
Como es la primavera al donaire porque llevas el alma derramada en el paso.
Como es la caridad para mirar tu cuerpo y es la noche tranquila tu encendida
alabanza.
Como tú eres el único sufrimiento posible y la angustia de cal que me quema los
ojos,
con humildad,
16

buscando la palabra precisa,


yo te ofrezco la sombra, la paciencia del mundo donde olvido la espera,
donde olvido esta inmóvil angustia de ser junco y sentir en las plantas los impulsos
del río,
donde puedo creer,
donde puedo creer, porque marchamos juntos igual que dos hermanos perdidos
en la nieve.

Autobiografía
Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

Ayer vendrá
La tarde va a morir; en los caminos
se ciega triste o se detiene un aire
bajo y sin luz; entre las ramas altas,
mortal, casi vibrante,
queda el último sol; la tierra huele,
empieza a oler; las aves
van rompiendo un espejo con su vuelo;
la sombra es el silencio de la tarde.
Te he sentido llorar: no sé a quién lloras.
Hay un humo distante,
17

un tren, que acaso vuelve, mientras dices:


Soy tu propio dolor, déjame amarte.

Canción de la nieve que unifica al mundo


Somos hombres, Señor, y lo viviente
ya no puede servirnos de semilla;
entre un mar y otro mar no existe orilla;
la misma voz con que te canto miente.

La culpa es culpa y oscurece el bien;


sólo queda la nieve blanca y fría,
y andar, andar, andar hasta que un día
lleguemos, sin saberlo, hasta Belén.

La nieve borra los caminos; ella


nos llevará hacia Ti que nunca duermes;
su luz alumbrará los pies inermes,
su resplandor nos servirá de estrella.

Llegaremos de noche, y el helor


de nuestra propia sangre Te daremos.
Éste es nuestro regalo: no tenemos
mas que dolor, dolor, dolor, dolor.
18

Canción donde se explica, bien explicado,


que al pronunciar una sola palabra puedes
hacer tu biografía

A Dámaso Alonso

La palabra que decimos


viene de lejos,
y no tiene definición,
tiene argumento.

Cuando dices: nunca,


cuando dices: bueno,
estás contando tu historia
sin saberlo.

¿Cómo nace un recuerdo?


(Retrato de Dionisio Ridruejo)

¿Cómo nace un recuerdo? ¿No era un junio?


El cielo abría su puerta
sobre el valle del Arga. Entre los montes
iba la luz con obediencia trémula.
Recuerdo que el silencio atardecía
toda la vida a su extensión sujeta:
los caminos sin gente, las murallas,
y el fresco olor que a los pinares lleva.
Oyendo unas campanas vi tus ojos,
pequeños y naciendo de la tierra
jugaban con un dejo campesino
19

en la mirada concentrada y lenta,


no suspicaz pero alertada y pronta,
no impositiva pero fija y cerca
de ser dura, tal vez, cuando nos mira
y nos puede ayudar con su dureza.
Los ojos sin pestañas, se diría
sin párpados también, sin brillo apenas,
con libertad no exenta de mesura,
con derramada y fácil negligencia.
¿Cómo nace un recuerdo? La luz última
arropaba tu cara entre la niebla,
descarnada, pequeña, fina y dulce,
cansado el gesto y sin cansar la fuerza.
El cabello castaño, cuando ríes
la risa te reclina la cabeza;
la piel áspera y pálida, la boca
desdibujada, exánime, risueña.
En testimonio de vivir tenías
hoyuelada la cara,
y había en ella
una gran paz convaleciente:
hoy
sigues dando esa paz que tú no encuentras.
Recuerdo que me hablabas descansando
todo el cuerpo en la voz, y tu voz era
la que llevaba al mundo de la mano,
amplia, segura, convencida, cierta.
Recuerdo... ya no sé. ¿Cuándo empezaste
a estar detrás de la memoria entera,
detrás y como un tren que caminara
sobre dos vidas en la misma rueda?

Con un temblor de nieve en la dulzura


Con un temblor de nieve en la dulzura
de la sombra morena y sonrosada,
20

en tu pálida carne lastimada


ceñida está la luz por la blancura.

Luz sola desde el llanto a la tersura,


azucenas de nieve desvelada,
y el aroma del mar en tu mirada
de claveles y arcángeles clausura.

Te hace el amor severa la tristeza,


la mano el agua y el laurel el ruego
que en su dorada perfección te inmola.

La intensidad mantiene la pobreza,


y en la mansa ribera del sosiego
todo está en ti, que permaneces sola.

Contigo
No hay noche, no hay luna, no
hay sol cuando estoy contigo,
tiemblo de quererte tanto,
tiemblo de sentirme vivo,
tiemblo de saber que un día
la espuma se lleva al río,
y en el corazón del hombre
se lleva al tiempo el olvido.
No hay luz, no hay jardín, no hay
noche de otoño contigo,
¡quisiera que se acortara
el tiempo cuando te miro!
contigo para perderme,
para salvarme contigo,
contigo, Abril, para siempre
por los siglos de los siglos.

***
21

Tiemblo de verme en tus ojos


sin comprender el bautismo,
contigo, Abril, primavera,
el nombre nace contigo,
y el ser también en el seno
de tu vientre estremecido,
nieve niña y madre virgen
de mi tiempo y mi destino;
por ti se agrupa el rebaño
por ti se doblan los trigos,
por ti los álamos tiemblan
y el mar se levanta en vilo
como los pueblos que llevas
en la mirada perdidos
para siempre, como el tiempo
que vuelve a nacer contigo,
contigo para salvarme,
para perderme contigo
como el beso que no sabe
sobre qué boca ha nacido.
¡No puedo verte, no puedo
verte cuando estoy contigo!
¡no sé mirarte, no sé
mirarte, pero te sigo!
tuyo seré madreselva,
madre viento y madre río,
isla de ti solamente
mi nacimiento continuo,
que estoy con dolor queriendo
lo que muero y lo que vivo,
lo que vivo y lo que muero
de tenerlo sin vivirlo.

***

Ya el tiempo es sólo el espejo


donde te sueño lo mismo
que los chopos en invierno
22

sueñan su verdor florido.

(...)

De cómo vino al mundo la oración


De lirio en oración, de espuma herida
por el paso del alba silenciosa;
de carne sin pecado en la gozosa
contemplación del niño sorprendida;

de nieve que detiene su caída


sobre la paja que al Señor desposa;
de sangre en asunción junto a la rosa
del virginal regazo desprendida;

de mirar levantado hacia la altura


como una fuente con el agua helada
donde el gozo encontró recogimiento;

de manos que juntaron su hermosura


para calmar, en la extensión nevada,
su angustia al hombre y su abandono al viento.

El amor es una soldadura más o menos


autógena
Si vives enamorado,
no tardarás en saber
que un amor puede doler
cierto, mentido y soñado.

Y quizás
ninguno estará de más
23

El desvivir del corazón


Mi soledad termina en tu latido.
Tú eres mi compañero;
mi reloj de morir que late solo;
mi corazón de Dios dentro del pecho.
¿Recuerdas? Yo contaba tus latidos
como un llanto de ciego,
como un corte en el césped, como un rastro
de lluvia en el espejo,
siempre hacia atrás viviendo la alegría,
para encontrar mi propio sentimiento
desnudo y anterior y en aquel punto
en que el labio de Dios lo está diciendo
ya para siempre. Sí, pero ¿hacia dónde
me llevaba tu mano, compañero
de la esperanza nuestra, que desvives
llorándola volviendo
hacia la sed del mar, que ya la cubre
de sal y de silencio?

(La fronda estremecida, bajo el agua


se quiebra; un viento quieto
va gastando en las hojas la hermosura
que aún era alegre ayer; los troncos viejos,
innumerablemente sucesivos,
se doblan bajo el lento
movimiento mortal del agua viva
-del pie que al caminar borra el sendero-,
y se borran mis huellas en el alma
llevándolas volviendo
siempre hacia atrás, hasta dejar soñado,
y en la mano de Dios cuanto fue nuestro.)

¡Contigo siempre! Sí, pero ¿hacia dónde


me llevará tu mano, compañero?
Sobre el mar sólo queda la esperanza;
debajo de ella el tiempo,
el retrasado corazón que busca
24

en su propia ceniza el fundamento


de mi vivir; las olas
van y vienen y van; dime, ¿no es cierto
que no vives mi vida, que no vives
la vida que me das?; ¿ dime latiendo
si me has de acompañar cuando mi muerte
tenga la edad de Dios sobre el sendero?;
dime, ¿qué voluntad mueve la tuya?;
dime, ¿volverá el tiempo
a dividir las aguas que ahora cubren
madera, cima y cielo
del bosque agonizando donde nunca
se pierde un niño, ni se olvida un sueño?;
dime, ¿ cuándo sabré que hemos vivido
la misma vida, corazón, si ciego
siempre, pierdes el tino
cuando la luz deslumbra tu silencio,
y quiebras en mis ojos la mirada
con un desprendimiento,
con un temblor de tierra interno y loco
que me arrastra contigo sangre adentro,
contigo y hacia ti, que desvarías
confundiendo hoja y mar, camino y cielo?

El espejo

El tiempo es un espejo con distintas imágenes


que brillan en su fondo como una procesión de fuegos fatuos
hasta que el humo las dispersa,
y entonces
siempre ocurre lo mismo:
aparece tu rostro,
y sé que para verte tengo que hacer un gran viaje desde mis
25

ojos a los tuyos,


y desvivir distancias, advertencias y defunciones,
pues sólo puedo verte traspasando un espejo
y se astilla el cristal cuando paso por él,
y cada esquirla es una herida,
y vivir es tan sólo un espejo sangrando,
un espejo que se vuelve a quebrar todos los días cuando
paso por él para mirarte,
porque no hay solución,
no hay claveles adrede,
y al romperse el espejo se multiplican las imágenes
y apareces en todas ellas como eres:
radiante y casual,
pero no puedo verte,
no te veo,
pues en el fondo de mis ojos queda un poco de humo.

Esto es lo que me pasa,


porque el humo me llama por mi nombre,
habla mi propia lengua,
para hacerme saber que todo lo profundo es doloroso,
y hay que ser consecuentes con el humo,
llevarle de la mano mientras quede en el aire una vedija,
pero esto no es tan fácil, pues al hacerlo muchas veces,
puedes quedar desencarnado,
como si te estuvieras viendo en un espejo que se deshiela;
y por esta razón vivimos juntos
mientras nacen las cosas si las tocas,
y van haciéndose reales,
contributivas,
tuyas, porque te quiero tanto,
de tal modo
que me sangran los ojos al mirarte como si todo lo que nos
une fuese una despedida.
26

El trigo limpio a la sazón cortado


El trigo limpio a la sazón cortado.
Dame tu mano, amor, corza en olvido.
Vida y dulzura en el silencio erguido
por ausencias de mar enajenado.

¿En qué playa de cielo abandonado,


toda cántico y mar restablecido,
con ternura de azándar has sentido,
violado el cielo y con razón violado?

Aroma de temblor mi terca frente


tu limpio abril en el espacio abierto.
Sólo un esfuerzo y su misterio cierto

me ordenará en el ruego, dulcemente,


remeros de la sombra en la corriente
ciñen su lago en el candor del puerto.

¿En dónde empieza nuestra sombra?


Sabes que llega un día en que el suelo que pisas se
convierte en pared,
ésta es la gran lección
y la medianería que separa los muertos de los vivos;
los extremos se tocan,
no podemos salir de su contigüidad,
más tarde o más temprano
en cada orilla queda un muerto nuestro.
27

En la noche final de la ausencia el poeta


piensa en la amada y la lluvia que los une
Nada tengo de ti, sólo una lenta
comunidad de sombra en la mirada,
y esta necesidad desesperada
que crece sin vivir muerta y violenta.

Dura la sombra hasta que viene el día


y el sol entre los hombres se reparte,
¡qué color tendrá el ojo al contemplarte
si así lo enciende ya tu cercanía!

Mis ojos que en el viento están impresos


miran la noche ya crecer empieza
este quieto empujón de la tristeza
que gasta el andamiaje de mis huesos.

El alba es la inocencia de la aurora,


cuando venga la luz vendrá contigo,
la lentitud del cielo es un castigo
y una habilitación que siento ahora.

Si el sol andando a pie viene en mi ayuda,


aún le falta su luz a la mañana,
no puedo verte y la memoria es vana,
no puedo hablarte y la palabra es muda.

La ausencia tiritante y aleada


se acorta convirtiéndose en espera,
si ceniza de ayer es la ceguera,
ceniza de esperar es la mirada.

La noche que es inútil como un ruego


va maniatando al mundo en su atadura,
y deja en el mirar la quemadura
de ti que me hace verte o me hace ciego.
28

Para volverte a ver sólo es preciso


que el lucero del alba empiece el vuelo
sobre La Golondrina, y en el cielo
haya un lento deshielo circunciso.

Tengo la sangre convertida en plomo


y la esperanza convertida en fe,
vivir para mirar sin saber qué,
mirar para temblar sin saber cómo.

Si el cielo dice que la luz vendrá


el sol está esperando todavía...
¡qué fuerza le da al hombre la alegría!,
ando tu sombra que en el suelo está.

Los ojos viven lo que están buscando


y hablo en voz alta para estar contigo;
puedo decir: Vendrás, y si lo digo
mañana es sólo una palabra andando.

¿En la lluvia mis manos reconoces?


tal vez nos está uniendo en sus extremos,
yen este mismo instante ya tenemos
un solo corazón que habla a dos voces.

No puedo más, no puedo más, la cita


que hace girar al cielo ya no ceja,
y vienes con la luz como se deja
una palabra en el papel escrita.

El tiempo lañador y transitivo


va dejando en el aire tu traslado;
ya nos empieza a unir y ya ha empezado
la extraña gloria de sentirme vivo.

La ausencia es una luz interrumpida,


el cielo palidece y azulea,
y el sol que nos alumbra, nos recrea;
la espera terminó; llega la vida.
29

Esta lenta escisión de la carne y el cuerpo


No es la vida, es la carne lo que siento,
la carne silenciosa y sucedida
que me empieza a dictar su propia vida
y me ha legado el cuerpo en testamento.

La absolución
«Si tú me lo pidieras»,
si tú me lo pidieras cuando llegue esa hora
en que la vida empieza a hacer preguntas sin respuesta,
como se hace un raspado de matriz
o se pone en las venas una inyección de aire,
y después,
pero inmediatamente,
oyeses algo más terminante aún:
una respuesta sin pregunta;
y el viento caminara con muletas,
y el mar dejase a nuestras plantas
sus indefensas olas de puntos suspensivos,
y todo ese mañana que hemos vivido juntos
se hiciera sibilante y disimulador
como las ruedas de un tren chirrían cuando se pone en
movimiento,
y la rosa de un solo pétalo se convirtiera en una serpiente
coral,
que levantara su cabeza,
lela y bamboleante,
de tu cuerpo a mi cuerpo
como se cierra una interrogación.

Esto puede ocurrir,


esto puede ocurrir a cualquier hora,
no me digas, que no, quizás va a acontecer
30

mañana o esta noche


mientras las ramas y las hojas caen,
las hojas y las horas,
y se quedan suspensas en el aire romo se borra en la
memoria una advertencia inútil,
pues
de algún modo,
amiga mía,
ese asombro que siento junto a ti
ya no es vivir sino velar tu cuerpo.

Y sin embargo,
si tú me lo pidieras,
si tú me lo pidieras aunque ya fuese al despedirte,
si
yo
pudiese oírlo,
aunque fuera una sola vez,
tal vez sería posible que la carne agrietada se volviera a
juntar como se juntan en el labio unas palabras de
perdón,
y la vida ya no sería un gurruño,
y el cuerpo que aún me queda sonaría,
comenzaría a recuperarse como un río se evapora,
y se convierte en un temblor dialogado y concéntrico
sobre la piel tirante de tu vientre
cuando llega esa hora en que la absolución es algo más que
una palabra,
cuando llega esa hora
en que despierta al fin el jardín de los pájaros,
y siento que sus alas me golpean en el rostro
buscando la salida y hallando la alegría,
y el cuerpo se hace música,
música tiritante,
una vez
y otra vez,
con su empujón de lluvia y de violetas húmedas,
hasta sentirme tuyo,
hasta nacerme,
31

ya
que
si tú me lo pidieras,

no sé cómo,

pero si tú me lo pidieras,
en ese instante mismo nacería.

La feria de los pájaros


Sentí que se desgajaba
tu corazón lentamente
como la rama que al peso
de la nevada se vence,

y vi un instante en tus ojos


aquella locura alegre
de los pájaros que viven
su feria sobre la nieve.

La cicatriz

A cada hombre le tendríamos que hablar en una lengua distinta,


a cada amigo le tendríamos que hablar con una voz distinta
para que nos pudiese comprender,
pero la lengua personal es tan fiel a sí misma,
tan incomunicable
que las palabras son como ataúdes
y sólo llevan de hombre a hombre
32

su andamio agonizante,
su remanente de silencio
y su estertor,
como aquella mañana
en que al sentarme en el autobús
vi a mi lado a una antigua moneda romana,
una medalla
o una lápida
que hablaba masticando las palabras:
era una campesina ya embebida
por la intemperie de la noche a tientas
y de la vida a ciegas,
que me miraba con un poco de luto en las pupilas
como queriéndome abrigar,
y yo no supe contestarle,
y yo callaba junto a ella
porque mi lengua personal es inventada
literaria y enfática,
y como no me sirve para hablar con un obrero o con un niño,
y como no me puede dar la absolución,
a veces tengo que ocultarla como se oculta el dinero en la cartera,
a veces tengo que callar,
como hice entonces,
sintiendo de repente
la incomunicación
igual que el aletazo de un murciélago
con su golpe de trapo,
y su asco parcelado sobre el rostro
donde el labio que calla va convirtiéndose en cicatriz.

Durante el embarazo, el corazón del niño es


ya un galope
Primero fue como un deshojamiento
interno de tu carne, una frontera
de lo oscuro a lo claro, una escalera
de sangre, una palabra en movimiento
33

cada vez más pudiente, luego el lento


escalón de la vida; su primera
imprimación total sobre cera
virgen y su continuo crecimiento
que ya empieza a dolerte y ya te mide
con sus pies poco a poco y anda entre
la luz de nueve meses que es tu día
y te habla de ti misma y ya te pide
que no le desampares en tu vientre
no sabiendo que vive todavía”.

La luz interrumpida

Homenaje a Juan Ramón

Nunca pero contigo, aunque la vida sea


la luz de esa mañana que nunca viviremos,
un tren que no esperabas y ha llegado, una hora
que empieza siendo alondra y acaba siendo espejo.

Cuántas veces he visto un columpio en tus ojos


mirando y sin mirar un ayer venidero,
viviendo y sin vivir algo que nunca llega
y a fuerza de esperarlo se va haciendo más nuestro.

Miradas con recuerdos por hacer que aún se doran


¿en qué sol amarillo o en qué tarde de invierno?
soles que ya estuvieron ardiendo en otra boca
y luego al enfriarse se convierten en besos.

Manos que poco a poco se han ido haciendo sombras


y alucinadamente te acarician durmiendo,
cenizas ¿de qué luto?, despertar ¿en qué vida?,
y esta mínima y lenta procesión de los huesos,

y este temblor de azúcar bajo la lengua cuando


34

te toco y no sé cómo despiertas y te veo


y tu cuerpo es un río que pasa ante mis ojos
y el amor vuelve a darnos su desmemoriamiento,

y esto quizás no vuelva a suceder, quizás


no vuelva a despertarme con los ojos abiertos,
ni sepa en qué momento de luz interrumpida
la nieve vendrá a verme cuando estemos naciendo

juntos y para siempre, ¿en qué mañana? ¿cuándo


seré sólo una lluvia de ceniza en tu cuerpo
y aún querré estar contigo y vivir una vida,
de después o de nunca, para seguir cayendo?

La transfiguración
Siento tu cuerpo entero junto al mío;
tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un solo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su trasfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega,
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
35

¡al fin!
esa frescura súbita

como una llamarada


de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede interminable-
mente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido
un pasmo, un rebrillar y luego nada.

La última luz
Eres de cielo hacia la tarde, tienes
ya dorada la luz en las pupilas,
como un poco de nieve atardeciendo
que sabe que atardece.
Y yo querría
cegar del corazón, cegar de verte
cayendo hacia ti misma
como la tarde cae, como la noche
ciega la luz del bosque en que camina
de copa en copa cada vez más alta,
hasta la rama isleña, sonreída
por el último sol,
¡y sé que avanzas
porque avanza la noche! y que iluminas
tres hojas solas en el bosque,
y pienso
36

que la sombra te hará clara y distinta,


que todo el sol del mundo en ti descansa,
en ti, la retrasada, la encendida
rama del corazón en la que aún tiembla
la luz sin sol donde se cumple el día.

Larga es la ausencia

La sombra siempre y luz sin la luz mía


Herrera

Tu soledad, Abril, todo lo llena.


Colma de luz la espuma y la corriente.
Aurora niña con su sol reciente.
Toro en golpe de mar como mi pena.

La soledad del corazón resuena


desierto ya como un reloj viviente,
como un reloj que late porque siente
la marcha de tu pie sobre la arena.

Y así vas caminando sangre adentro,


sangre hacia arriba, hacia el primer encuentro,
sangre hacia ayer en la memoria mía;

¡ay, corazón, donde me pisas tanto!,


¡qué soledad sin ti, cierva de llanto!
qué soledad de luz buscando el día.

Me están mirando en tus ojos


Me están mirando en tus ojos
los ángeles del instante,
37

los ángeles que han perdido


la memoria al contemplarse.

Me estoy reuniendo en tus brazos;


te siento casi quemándome;
arden el tronco y las ramas
pero las hojas no arden.

Estamos juntos, sin vernos,


repetidos y distantes,
juntos pero no vividos,
tristemente naturales.

Memoria de tránsito
Abril, porque siento, creo,
pon calma en los ojos míos,
¿los montes, mares y ríos,
qué son sino devaneo?;
mirando la nieve veo
memoria de tu hermosura,
y cuando vi en su blancura
tu inmediata eternidad,
¿fuiste si no claridad,
temblor, paciencia y dulzura?

Tu leve paso indolente


deja en mis ojos su aroma,
los ojos en donde toma
revelación permanente;
bienaventuradamente
nacieron para el olvido,
tu piel de asombro encendido,
tus ojos de limpio viento,
y esta ternura que siento
«herido de amor huido».
38

Los sitios donde has estado


en la memoria los llevo
sólo para ver de nuevo
el rastro que allí has dejado;
la tierra que tú has pisado
vuelvo a pisar; nada soy
más que este sueño en que voy
desde tu ausencia a la nada.
me hizo vivir tu mirada:
fiel al tránsito aquí estoy.

Verte

La lámpara del cuerpo es el ojo,


así que si tu ojo fuere sincero,
todo tu cuerpo será luminoso.
San Mateo, VI, 22

Verte, qué visión tan clara.


Vivir es seguirte viendo.
Permanecer en la viva
sensación de tu recuerdo.

Verte. La distancia nace.


El cielo suprime al cielo.
La vida se multiplica
por el número de puertos.

Todo colmado por ti.


No ser más que el ojo abierto,
y eternizar el más leve
escorzo de tu silencio.

Verte para amarlo todo.


39

Claustro en tranquilo destierro.


Dulzor de caña lunada.
Luz en órbita de sueño.

Mortal límite de ti.


Cielo adolescente y tierno.
Núbil paciencia de playa.
Vivir es seguirte viendo.

¡Verte, Abril, verte tan sólo!


Tranquilísimo desierto.
Pena misericordiosa.
Sosegado advenimiento.

Verte: qué oración tan pura,


islas, nubes, mares, vientos,
las cinco partes del mundo
en las yemas de los dedos.

Y escribir tu silencio sobre el agua


Sólo florece el agua que está queda
Miguel de Unamuno

No sé si es sombra en el cristal, si es sólo


calor que empaña un brillo; nadie sabe
si es de vuelo este pájaro o de llanto;
nadie le oprime con su mano, nunca
le he sentido latir, y está cayendo
como sombra de lluvia, dentro y dulce,
del bosque de la sangre, hasta dejarla
casi acuñada y vegetal, tranquila.
No sé, siempre es así, tu voz me llega
como el aire de Marzo en un espejo,
como el paso que mueve una cortina
detrás de la mirada; ya me siento
oscuro y casi andado; no sé cómo
40

voy a llegar, buscándote, hasta el centro


de nuestro corazón, y allí decirte,
madre, que yo he de hacer en tanto viva,
que no te quedes huérfana de hijo,
que no te quedes sola allá en tu cielo,
que no te falte yo como me faltas.

La ola inmóvil
Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de la saliva
y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años.
Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies
y la sangre gotea sobre la alfombra
ya que no basta ver lo que se ve, es necesario adivinarlo.
Lo que se ve es un cuerpo en la penumbra,
un cuerpo que en la noche de amor tiene la plenitud de una
ola inmóvil,
que está siempre en su altura de dominio.
¿Nunca has pensado, amiga mía, que el cuerpo al desnudarse
está más junto?
y luego,
en el momento en que lo miras,
cobra su exactitud porque el mirar lo va configurando.
Todo consiste en la transmigración,
y hoy al verte he sabido
que el tacto es el recuerdo más antiguo que tiene el hombre,
y a veces puede aterrorizarnos
con su temblor de miel
lenta y originaria y envolvente.
El tacto es como el mar
y el cuerpo amado es de agua despacísima que no se mueve
sino hacia adentro,
desnaciéndose,
ya que la carne tiembla porque mira y al entregarse está
mirándonos.
Hay zonas de tu cuerpo que en la sombra relumbran
y tienen un calor reverberante
y un temblor desciñéndose que es la memoria de su origen,
41

y ya sabes que a veces


el cuerpo participa de la luz
pues el que toca lo cierto muere,
y noche adentro sientes que la profundidad del mar se hace
inmediata
con el roce más leve
pues lo profundo aterra: es desnacer,
y el agua de tu cuerpo está muy junta y muy temblada
ascendiendo de la sombra a la luz,
y nunca acaba su ascensión,
su encendimiento gradual,
y el pulso empieza en las estrellas,
y la creación del mundo se suspende hasta que ya en el mar
sólo queda una ola,
sólo cabe una ola que al llegar a la playa queda en vilo,
sabiendo
que no puede romper sino acabándose.

Primavera morena
Tu abril siempre y ya logrado,
¡oh maravilla sin huella!
Trigo y agua de doncella
y aurora de sol mojado,
naranjo en su flor celado,
cristal de mimbre sin dueño
pulsador, ¿cuándo mi empeño
de luna al fin modelada,
primavera resbalada
desde el donaire hasta el sueño?

Tan dulcemente morena


tendida en risa liviana,
abril de carne temprana,
esbelta gracia serena,
sólo penumbra y arena
tu lenta piel sin ayuda,
42

siesta deleitosa y muda


estática madrugada,
piadosa yerba segada
ya para siempre desnuda.

Circuncisión de mi celo,
madre en júbilo de río
tu desamparado brío
estremecido de anhelo.
Toda la presencia en vuelo
por el temblor obediente,
misericordiosamente
doy gracias a tu alegría;
¿de qué dolores María,
sierva de luz en mi frente?

El andamio
Te he dicho innumerables veces que nosotros no
somos únicos
ni mucho menos,
por diversas razones, entre otras
porque nunca quisimos disfrazarnos de amantes,
y además no tenemos esos ojos que se asemejan a una
pantalla,
en la cual
todos cuantos se miran sienten su conversión;
quiero decir,
que por el hecho de mirarnos
se convierten sin más ni más en televidentes,
y empiezan a vivir,
paralíticos y necrosándose,
en la televisión de la mirada.
No es eso, por supuesto,
y nadie va a pedirnos cuentas de nuestra alegre podredumbre,
ya que no nos ha sido necesario llevar un tren en el bolsillo,
ni queremos que todas las semanas llegue la primavera,
43

ni hemos juzgado a nadie,


y cuando hablamos con amigos nunca estamos inquietos
como anguilas escurridizas
esperando la menor ocasión para hacer la del humo.

Muchas cosas nos hacen diferentes,


es cierto,
pero no somos únicos
ni nos hemos sentido culpables,
ni siquiera llevamos una escafandra sobre el sexo
para hacer el amor sin ahogos;
y por si todos estos razonamientos fueran inútiles,
que lo son,
puesto que hay que contar con la inutilidad de casi todo lo
que hacemos,
fuerza es reconocer
que no tenemos lepra ministerial,
ni hemos sido tan ordenados
que pudiéramos anunciar nuestra defunción en la tarjeta de
visita,
ni llevamos una hormiga en la lengua que nos haga reír a la
hora justa.

Y tú sabes que en esto estriba nuestra suerte,


nuestra corriente alterna,
ya que somos mortales y vivimos la limosna diaria
y contamos los años por latidos y somos
laminaciones de estupor,
ceniza indivisible y volandera
pero ¡qué importa esto!
qué nos importa lo que pueda venir si la mentira es una
prórroga,
y nosotros no queremos mentir,
no nos queremos prorrogar,
no lo necesitamos para ser contumaces como dos seres que
se aman,
como dos tartamudos que se apoyan para encontrar su
identificación en una sola sílaba,
en una sola huella
o en una sola lágrima
44

que se va desplazando entre nosotros hasta que se convierte


en una lágrima dialogada,
mientras se juntan nuestros labios
con esa lenta espontaneidad con que se van uniendo los
bordes de una herida,
y nuestros corazones suben una vez más,
con esfuerzo testarudo y discípulo,
un amor
o un andamio,
un andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la
mesa se hace pan
y todo queda vinculado,
mientras sigues subiendo como puedes,
un amor compartido
o un andamio,
ese andamio de juntura y perdón en que consiste la alegría.

Guardo luto por alguien a quien no he


conocido
Como la ausencia es un cristal que no se empaña
estoy viendo tus ojos cuando cierro los míos.
Vienen desde el dolor
y continúan mirándome igual que siempre me miraron:
desde lo abierto de la herida,
y tienen un color de tabaco quemándose,
de tabaco con miedo,
y ahora estoy recordando que los ví de repente como se abre
una grieta en la tierra.
Parecían una sala de hospital,
una sala vacía,
y me miraban ya con ese mandamiento que es igual que una
esponja,
una esponja que ha enjugado el dolor muchas veces,
deletreándolo,
para que sus distintos elementos no vuelvan a reunirse
45

y ya nada en la vida nos pueda doler junto.

Y recuerdo también que aquella noche


-creo que era el 29 de septiembre-
tus palabras eran de lluvia,
y
sin embargo
en ellas pude ver hasta la sombra de tus huesos.
Y nada habría podido interrumpir aquel diálogo
en que me hacías vivir la primogenitura de la muerte
como si la quisieras compartir conmigo,
y tus ojos me miraban lavándome
el estupor a tientas que es la vida,
y por eso tal vez se hizo una luz extraña,
se hizo una luz que me hizo recordar
nuestra muerte contigua,
la muerte junta y grande que llenaba dos cuartos separados
por un tabique de rasilla,
y se ha quedado quieta entre nosotros,
de una vez para siempre y para nunca.

Algo evadido nos unía:


era el olor que inundaba los cuartos,
los pasillos,
las paredes blancas y refractarias,
un olor ácido y adhesivo como un esparadrapo
que se pegaba a nuestros labios y hacía de cuando en cuando
titilar nuestros ojos,
atándonos las manos y los años
con su lengua caliente
y su estertor.

Nada en la vida es gratuito;


lo que no se recuerda se acaba,
y para no acabarme
te voy a recordar que estábamos entonces en el Sanatorio
Puerta de Hierro,
en la planta primera a la derecha,
viviendo cada cual una postrimería
en las habitaciones encristaladas que dan junto al jardín.
Yo velaba a un poeta,
46

un amigo indeleble que nunca había podido sostenerse a sí


mismo,
que nunca tuvo manos,
y ya entonces, en marzo, sólo tenía un muñón de palabras
agónicas:

-No sé como es igual lo diferente pero todo es lo mismo.


La poesía tiene cáncer. Hay palomas vividas
y no es eso, no es eso. Los hijos se disipan en la niebla.
Sólo quiero decirte que no me gusta despertar
y ya no voy a hacerlo. ¿Me comprendes?
Estoy siempre cayendo y el despertar hace más brusca la
caída.
Ayúdame a morir un poco. Un poco nada más. Basta con
que me oigas.
Sólo me queda Dios,
es como un perro que me lame y me limpia la vida y las
palabras.
Cuando me calle puedes decir amén.
No interrumpas mi muerte. No necesito nada.

Allí en la habitación donde estábamos solos


oíamos siempre un mismo ruido,
un pequeño jadeo legitimado y horadante
que se ahondaba cada vez más,
y a fuerza de escucharlo
comenzamos a sentir el temor de que se interrumpiera con
el alba.
Era un paso de viento entre hojas secas que llenaba la
garganta arañándola,
y que alguien retenía con todo el cuerpo
como el fuego se ahoga cuando lo quieres apagar.
La frecuencia termina siendo amor,
y aquel sobrante de agonía,
aquella anhelación,
aquella tos que iba vaciando a un hombre,
hacían más ancha nuestra vida
y queríamos saber su procedencia,
su desdibujamiento en el rostro de alguien,
mientras lo estábamos escuchando
con esa suspensión, casi deshabitada, que se suele sentir
47

cuando pasamos por un puente.


Una gota en el ojo borra el mundo
y aquel jadeo, fraternalmente indivisible, fue siendo poco a
poco mi reloj de vivir,
mi huella medianera,
mi memoria nocturna,
y como lo que no se ve crece continuamente hasta
manifestarse,
hoy es la punta de un taladro
que ha terminado por socavar mi corazón y el muro.

Esa muerte contigua que nos acompañaba sin conocernos


ha sido el arcoiris del dolor,
y me ha hecho guardar luto,
tienes que recordarlo,
tienes que recordar que yo he guardado un luto tuyo como
si me vistiera con tu piel,
que yo he guardado luto queriendo acompañarte,
durante mucho tiempo,
durante mucha vida,
por un hombre que amabas y sólo he conocido mirándote a
los ojos,
y viendo esa manera de esperar que me duele como una llaga,
como una llaga jovencísima y compartida
que hemos vivido juntos,
que hemos llevado entre los dos
y que quizás por ello,
amiga mía,
puedas seguirme encristalando el dolor de vivir.

A mí me gusta tu tos
En la corriente alterna del jardín y el recuerdo
siempre que pienso en ti la ausencia me deslumbra,
es como un resplandor que se impone a mis ojos:
si los cierro me engañan, si los abro me angustian.
48

Ayer por la mañana vi la luna en el cielo


como dentro del agua, parecía una pregunta
hecha desde muy lejos; el jardín me recuerda
que vienes, con su asombro de musgo en la penumbra,
su sol pestañeando entre las ramas altas,
y en las ramas centrales su prohibición de fruta
corporal y latiendo bajo las hojas: es
cierto que estoy oyendo la silenciosa música
de tu cuerpo al andar y las magnolias dicen
que sí, que antes de ser redondas fueron tuyas.
Vuelvo a ver tu mirada como un pájaro ciego
que tiembla mientras vuela; tus manos son de juncia,
temo a veces pisarlas y
tu
cuerpo
es
un
río
de
amapolas
andando
si
me
quieres.
Y hay una
sombra de hojas que caen y crujen lentamente
en tu voz al hablar como un terrón de AZÚCAR
CHASCA MIENTRAS SE QUEMA; y ríes como tosiendo,
un poco, nada más que un poco: a mí me gusta
tu tos, es lo más tuyo, y me parece ahora
mismo que he vuelto a oír en la alameda última,
igual que un trapo atado se rasga con el viento
su estrangulada y ronca iniciación de lluvia.
49

Las alas ciegas


Quien no sufre se quema,
y yo recuerdo que la primera vez que hablamos
me mirabas con tal intensidad
que te quedabas añadida a mis ojos.
Así ha pasado el tiempo desde entonces
y las cosas que he vivido contigo se convirtieron en
necesidades
y la vida que no vivimos juntos es una casa sin ventanas.
Las alas llevan a la niñez,
pero tú me mirabas de tal modo,
me mirabas doliendo de tal modo,
que a partir de aquel día no he logrado saber
si hay que vivir o hay que morir lo que se ama
pues cuanto no se muere más de una vez en nuestra vida
no llega a madurar: es gratuito.

Morir es un aprendizaje
¿no recuerdas que los amigos que más queremos
se nos fueron haciendo indispensables,
poco a poco,
y hoy los vemos andar como sonámbulos en el sueño de Dios,
y su rostro al mirarlo se desdibuja,
nos parece movido
como
cayendo a bien morir?
El temblor es un muro que separa la sangre en dos orillas,
y ahora quiero decirte,
amiga mía,
que aquel diálogo primerizo no ha terminado aún,
no puede terminar
ya que «la muerte no interrumpe nada»
y esto no son palabras, son latidos
y distienden la sangre como se alargan las palabras cuando
haces el amor.

Quien no sufre se quema,


y yo quiero decirte,
quiero añadir aún,
50

que hay ocasiones en que la certidumbre de vivir se hace


tan dirimente
que ya no puedes sostenerte ni sostenerla.
No lo olvides,
amiga mía,
hay personas que no saben que sufren y hay personas que
no saben sufrir
como hay lugares en el mundo donde nunca ha volado una
paloma,
y tú sabes muy bien que cuando estoy a tu lado nunca te
dejo de mirar porque temo perderte,
no sé cómo,
no sé,
pero temo perderte cuando juntas el cielo con la tierra,
cuando lo juntas todo: la víspera, el insomnio, los adioses,
la nieve cuando cae,
¿no recuerdas su lástima cayendo?
¿no recuerdas también
que el amor tiembla al derramarse para juntar dos cuerpos,
y es lo mismo que un gas que al concentrarse se licúa?

Morir es como amar,


morir es un aprendizaje progresivo
y asiduo,
y yo recuerdo otros momentos tuyos
más difíciles
en los que me mirabas con los ojos empalizados
y la sonrisa veraneándote en la boca,
pues cuando estás a la defensiva
la indecisión te agrieta un poco,
te va agrietando lentamente
como la carne se cae del cuerpo con la lepra.

Las alas llevan a la niñez,


esto está claro, pero ahora,
para que nunca vuelvas a sufrir,
voy a inventarte una alegría,
voy a extraer,
de donde esté,
algún recuerdo tuyo que pueda sostenerte,
y te recuerdo niña,
51

y te veo despertar cada mañana en un pueblo distinto,


y te estoy viendo sola, callejeando y velocísima
con las trenzas siguiéndote y corriendo
cada vez más amparadoras
para no separarse de tu cuello y de ti,
y he sentido crecer tus ojos, tus zapatos,
tu cabello que busca el mar para embarcarse,
y he visto que tu cuerpo te llevaba en volandas,
y no podías gritar
porque ya entonces ibas con tu secreto al hombro,
mientras que toda la población del cielo te miraba
escandalizada
repitiendo con los labios jaculatorios y contumaces:

-¡Caramba con la niña!-

Y despúes al llegar a tu casa, como un copo de nieve


se deshace,
te quedabas dormida con el cuerpo despierto,
con el cuerpo corriendo todavía,
y la noche era un puente roto
sin más,
sin otra cosa,
hasta que muy de mañanita te lavabas de chapuzón,
y subías ál dormitorio de tus padres para besarlos sin chistar,
y como entonces no tenías en el mundo más amiga que el
ama,
te marchabas al colegio con ella
y en el momento en que llegabais juntas a la calle,
todo se hacía domingo porque os necesitabais mutuamente
y ella reunía su desamparo con el tuyo,
y te miraba para vivir,
y te hablaba despacio y tiritando las palabras
con la voz agachada mientras marchabais apretujándoos
ya que a ti te gustaba pisar seguido, muy seguido y sin
salirte del bordillo;
y no sé cómo podíais llevar el mismo paso
porque tú andabas como saltando y ella andaba como
rezando.

Y yo he visto en la calle muchos años después


52

y la he mirado con los ojos que tú entonces tenías,


y la calle era un árbol con monjas en las ramas,
no me digas que no,
no me interrumpas,
ya sé que en torno del colegio la calle era distinta
como si comenzase a hablar contigo en una lengua vuestra,
pero al llegar hasta el zaguán en donde os despedíais,
te sentías desahuciada,
y comenzabas a tener un temblor muy despacito pero muy
junto,
pues al quedarte sola vivías tu vida entera
como se vive una premonición.

Y esto es lo que recuerdo,


lo que he podido recordar
cuando vuelvo a mirarme en tus ojos de niña para tratar de
devolverte algo,
una migaja de alegría,
siguiendo el vuelo de las alas ciegas.

Lo que tú llamas "Quiéreme"

Busca un sitio en mi piel que no haya sido


escrito por tu mano, y que no tenga
algún temblor, alguna
luz de tu carne en su memoria ciega;
busca un sitio en mis ojos
que no haya sido espejo y que no sienta
cristalizar esa sonrisa tuya
que está aprendiendo a andar sobre la tierra:
lo que tú llamas "niño"
ya en tus manos se quiebra y se azucena,
lo que tú llamas "quiéreme" no es sangre
pero late también, lo mismo que ella,
y ¡todo es tuyo!
y sin embargo, siento
algo que está más cerca
53

de mí que la esperanza, algo que vive


de mi propio vivir, algo que cesa
contigo, amor, y que me hará imposible,
la misma vida que me das entera.

Lo que no quieras oír no lo preguntes


Nadie puede reunir las hojas de un otoño
y sería inútil intentarlo
puesto que no se juntan los labios de un amén,
ni cabe en la mirada
esa noche del mundo que llena exactamente la mitad de la
tierra.
Lo que no quieras oír no lo preguntes,
no lo preguntes nunca,
ya que es innecesario que nos enseñen lo que llevamos en el
tuétano,
lo que sientes caer dentro de ti,
más dentro cada vez,
alucinándote,
hasta que en tu mirada no queda más que un cuadro
maniatado.

Ya se sabe que el hombre por el asunto de la


evolución tiene los pies un poco muertos
y es sabido,
también,
que en la vendimia de violencia que es el mundo actual
se ha ido quedando solo,
más solo cada vez con su venda y su parálisis interna,
por lo cual no es extraño que cerremos los ojos para poder
dormir,
aunque nadie se duerme un año entero
ya que los ojos tienen vacaciones
pero tienen también una función indeclinable
y administrativa,
y pueden ver suicidios, ciudades y mujeres,
como ahora te estoy viendo,
54

como ahora te estoy viendo con tu perfil que es tan exacto


como un número,
tus labios casi de limosna,
y tus huesudas manos testamentarias.
¿No recuerdas,
amiga mía,
que yo a veces te miro sosteniéndome en ti?
Así he visto tu piel de azúcar distraída,
tu tic parpadeante,
tu delgadez aprendiendo a escribir,
tus huesos prontos pero tan sólo en esa parte de tu cuerpo
donde suele terminar el abrazo,
el álabe de tu cadera que llega suavecito hasta tu vientre
igual que llega el tren a la estación,
y esa sonrisa tuya que confunde tus labios y tus ojos
y está siempre acercándose a ellos
entrevolando una alegría.

Y yo estoy a tu lado,
mi vida,
tal vez mi vida pequeñita,
y el corazón me pesa tanto que lo siento crujir como una
rama se desgaja,
y el beso que te doy se va haciendo cada vez más anónimo,
y en mis ojos ya ha empezado el deshielo
y siento la succión de esa memoria ciega,
esa memoria entablillada
que ata lo que ya nunca se ha de unir
como una ligadura que se afloja y deja el hueso en
tenguerengue.
Así pasan las cosas en mis ojos diarios:
es como si la vida me hubiese hecho un empréstito,
nada más que un empréstito,
para asistir a tu desfile,
ya causa de ello vivo continuamente en el andén de una
estación
donde a veces te acercas preguntando por mí:

-¿Cómo estás, amor mío, cómo estás, cómo estás?,

y yo estoy quieto, quieto,


55

y la quietud me ha hecho saber que vivir de repente es lo


mismo que morir de repente,
y todo lo que vivo es transeúnte,
y todo lo que pienso carece de importancia,
carece de importancia, amiga mía, porque no tiene arreglo,
y ya no es hora de pensar sino de vivir,
y es justo y necesario
que cada uno de nosotros siga teniendo su propia historia,
y yo tengo la mía,
yo tengo esta oquedad que me cuenta las horas goteando,
este vacío que me defiende
como la cámara de aire impide a la humedad que penetre
en el muro.

Así pasan las cosas,


ya ves,
y sin embargo
debes tener en cuenta
que mis palabras no son en modo alguno una pregunta
pues lo que no se quiere oír no debe preguntarse,
pero tampoco son una queja pues quejarse es inútil,
tan inútil como esos cuentos que sólo hacen reír a quien los
dice;
éste es mi modo de vivir,
éste es mi modo natural de vivir la alegría que nos está
quemando juntos,
y a pesar de ello
I no la puedo perder porque tú eres
el corazón que me he olvidado de cerrar,
mi sed,
mi sangre aparte,
mi empujón en la noche,
y quizás ya estás siendo mi tren para morir;
y sé muy claramente que no importa,
que nada importa sino pedirte que convivas este
desasimiento,
esta alegría,
esta emoción pávida y terminal de ver tu rostro a todas horas
en el espejo de un vacío.
56

Palabras para algo más que un dolor


Tal vez sólo es posible que podamos amarnos
mientras que dura un beso
o si se quiere una ardentía
que, poco más o menos, es una lástima de incendio,
quizá una lágrima de incendio,
y no puede vivir sino acabándose,
como la duración de una palabra sólo nos dice su verdad
cuando está terminada
y deja su memoria en el oído.
Tal vez tengo un cansancio dirimente
y he llegado hasta ti como el náufrago si le empujan las olas
puede llegar hasta la playa,
y he comenzado a andar con unos pasos tartamudos
hasta quedar extenuado,
y esto es ya como ver la espalda al día,
esto ya no es amar sino caer,
seguir cayendo sobre tu cuerpo como la noche cae en el
mundo,
mientras siento crujir mis huesos y mis besos.

Tal vez es cierto y sin embargo es triste


que nuestro amor sólo puede durar mientras que dure
un beso,
pero al besarte el tiempo se establece,
y tu cuerpo comienza a ser una pregunta,
cada una de tus manos tiene su gesto propio,
y el mirar de tus ojos empieza a conjugarse en voz pasiva.
Así me voy llenando de música y de tiempo,
y la música es sed,
y la sed es tan corta que tiene que nacer continuamente
como nacen mis ojos cuando el vestido empieza a resbalar
sobre tus caderas
y aparecen tus hombros soleados,
tu momentánea piel,
y tu cuello de miel agonizante,
y tu cintura que es de agua,
y recorro, una vez y otra vez, el corto territorio de tu
vientre,
57

con un mirar infinitesimal,


con un encendimiento que cada vez se hace mayor
y que al fin se convierte en bautismo
sobre un pecho pequeño que cabe en un dedal
y unas rodillas fuertes y despiertísimas que alguna vez como
las nubes tienden a separarse,
y las manos te nacen de repente igual que brota un
manantial,
y las caricias vienen del origen del mundo,
ya que cuando se ama
todo el cuerpo termina siendo labio.

Y no puedo olvidar que esto es un premio,


amiga mía,
un premio que me han dado para identificarme con la nieve,
mientras te miro
y se borra poco a poco tu rostro como se empañan los
cristales
pues estoy atendiendo a otro diálogo,
y este diálogo es una lágrima que tengo ya en el ojo,
puesta a punto
y nunca acaba de caer,
y se va convirtiendo en araña,
y siento tu temblor,
su velludo temblor parpadeándome,
y es un poco de miedo
o una embolia
que toca con su hielo esta vida que es mía
y la contabiliza, hora tras hora, como se cierra un inventario.
Y esto no es doloroso,
amiga mía,
esto es así,
como una mano que te agarra por dentro
pensando en que la carne se encienda sin arder,
y la demora se convierta en culpa
y el beso que te doy deje de ser una caricia
y sea más bien una pregunta,
esa pregunta destituyente
que no me atrevo a hacer sino en tu boca,
pues todo lo que soy depende de ella,
depende de saber que nuestro amor pudo resucitarnos
58

-ésta fue su misión y la ha cumplido--


pero
sólo puede durar
mientras que dura un beso.

Recordando un temblor en el bosque de los


muertos
Si el corazón perdiera su cimiento,
y vibraran la tierra y la madera
del bosque de la sangre, y se pusiera
toda tu carne en leve movimiento

total, como un alud que avanza lento


borrando en cada paso una frontera,
y fuese una luz fija la ceguera,
y entre el mirar y el ver quedara el viento,

y formasen los muertos que más amas


un bosque ardiente bajo el mar desnudo
-el bosque de la muerte en que deshoja

un sol, ya en otro cielo, su oro mudo-


y volase un enjambre entre las ramas
donde puso el temblor la primer hoja...

Nadie es profeta en su espejo


Dime, ¿sientes aún la antigua herida
cuando el amor te baña en su oleaje
y el beso es luz como el amor es traje
y el labio es sed como la noche es vida?

Dime que sí, que sí, como me dices


59

que no con la tristeza arrinconada


cuando ya el beso se convierte en nada
en los mártires labios aprendices.

Tú, mi instantaneidad, mi únicamente,


la lluvia que vino a vivir conmigo,
trigo es mi voz cuando te nombra, trigo,
puente es mi cuerpo al abrazarte, puente.

Tú, mi diaria eternidad primera,


la noche que se junta con el día
cuando cruje en la carne la alegría
y a la puerta del cuarto el mar espera,

y el espejo es un agua tiritando,


y el agua sube lentamente un monte
donde tu cuerpo llena el horizonte
y veo lo mismo en lo que estoy soñando.

La espera forma parte de la alegría


Cuando vuelvas
mis ojos estarán extenuados
como si en estos meses dejativos y transeúntes
nunca hubieran dejado de andar para mirarte.
La ausencia pesa tanto que es preciso convertirla en espera,
apaciguarla
igual que se hace un torniquete sobre el brazo para evitar la
pérdida de sangre;
y ahora quiero decir
que en cada uno de los sitios en donde nos citamos
la esperanza de verte tiene un nivel distinto,
cada lugar tiene su profecía,
éste es el rito de la espera.
Dicen, amiga mía, «que el humo sabe adónde va»,
y por lo tanto en esta hora sólo tengo que hacer un
60

sustraendo,
una ligera operación mental,
y recordar los ruiseñores absolutos,
las sombras disponibles,
los membrillos,
las llagas,
y así he llegado hasta tu calle,
y ahora me encuentro ante tu puerta
para quedarme quieto, sin llamar, porque la dilación forma
parte de la alegría,
y sé que el corazón hay que reunirlo poco a poco,
hay que reunirlo prematuramente
para poder tenerlo junto en el momento necesario.

La puerta es un espejo que se mueve


y al acercarme
pesa tanto la mano que no la puedo levantar para tocar el
timbre,
no llego hasta esa altura,
hay días en que la muerte está tan cerca que no se puede
alzar la mano;
ya causa de ello
he iniciado el retorno
para seguir callejeando sólo un momento más,
sólo un momento,
detenido,
igual que el agua fría se bebe sorbo a sorbo,
o
también
como a veces se detiene el orgasmo,
cuando la dicha es tan intensa que no queremos que se agote,
y volver a empezar se parece a morir.

Los amigos me dicen que cuando estás en la playa bañándote


las nubes se adelantan a las olas,
y yo estoy solo ante tu casa
tratando de vivir este momento previo,
y salgo a la avenida
en donde todos los portales tienen el mismo número igual
que las arterias tienen la misma sangre,
y las casas sienten de tal manera su vecindad que abandonan
61

la acera
y tienden a acercarse como las letras de una sílaba,
y todas las ventanas comienzan a cerrarse,

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que acabar este


paseo

y demorar los pasos y los ojos hasta entrar en el cine


cumpliendo un rito de purificación,
ya
que
lo cierto es como un parto,
y al entrar en la sala te adentras en la sombra,
y en el silencio escuchas la sangre dialogada,
y sientes un calor primigenio y anónimo que te taladra con
una especie de rubor corporal,
¿no has observado que al sentarte en el cine te inmovilizas
y tardas mucho tiempo en atreverte a mirar hacia tus
compañeros de butaca por temor a encontrarlos
desnudos?
y desnudos están,
configurándose,
en la antesala del vivir,
y si entonces les tocaras los ojos tocarías la esperanza.

Esto pudiera sucederme


ahora,
si no salgo a la calle para desplacentarme,
-tengo que hacerlo pronto-
y al salir estoy viendo que los políticos de izquierdas hablan
siempre del pueblo,
y los políticos de derechas hablan siempre de España,
¡es tan fácil mentir!

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que alargar este


paseo,

y tú estarás ahora con el cuerpo dormido bajo el sol,


mientras las casas convecinas,
las casas que tantas veces vimos juntos,
continúan acercándose y estrechando la calle,
62

estrechando la calle para hacerla más íntima y más tuya


igual que las paredes de la alcoba,
cuando llega la noche,
se empiezan a abrazar para darnos facilidades.

Así llego hasta el bar que está vacío,


pero lleno de huellas,
como queda la tierra coceada donde hubo una estampida,
ayer quizá fue día de fiesta,
y el inmenso salón me recuerda una playa
en cuyo extremo hay un sofá de terciopelo rojo,
y en el extremo del sofá está sentada una pareja
que ha venido al café para esperar,
y ambos se esperan aunque están mirándose,
pues algo de ellos no ha llegado aún,
y ambos tienen una misma desolación
que les está neutralizando
como si se tuvieran que suicidar ahora para hacer el amor
a la salida.
(Hay personas así, que tienen el amor despavorido
y el miedo no les da nunca cesantía.)

Y yo fui acostumbrándote a estar en este bar


en donde veo dos gatos que se están generalizando
-la cafetera lagrimeante, el anaquel, la tortiIla difunta-
y una mujer muy rubia que como no tiene nada que hacer
deposita su rostro en el espejo,
y otra mujer muy cierta que entra ahora, se sienta junto a
mí y está moreneando,
mientras que los amantes venideros,
los amantes que deshabitan el sofá se empiezan a tocar de
una manera exánime,
y siento que el reloj es un goteo de sangre en la muñeca,
y el tiempo se hace un grito,
y me bebo de un sorbo el café solo,
y la sangre se mueve por mis venas con ese miedo líquido
de la felicidad
cuando salgo a la calle

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que alargar este


paseo
63

y siento ya bajo la lengua la miel anticipada


como un interruptor que apaga el mundo

todavía no, mi amor, espera un poco

y comienza a entreabrirse una puerta,

todavía no, mi vida,

y tú estás encuadrada en el dintel,

espera un poco

y yo puedo mirarte para seguir creyendo en lo que veo.

La escarcha mutua
¿No piensas tú que todo ha sido un sueño,
pues no es posible que sea real esta ventura infinitiva
que nosotros tenemos,
y llena nuestras vidas igual que el aire llena una habitación,
sin dejar un vacío,
ni una sombra de nieve en nuestros labios?
¿No piensas tú que las imágenes del sueño son migajas de
ayer,
humo que se deslíe de unas sombras
que hemos vivido en otro tiempo,
y tal vez
con distintos amantes que van superponiéndose en nuestros
ojos
como el tronco de un árbol se hace con diferentes capas de
madera?
¿No piensas tú que los amores que tuvimos,
los amores que hemos ido enterrando al largo del vivir,
se interfieren entrelazándose
y a veces son lianas de apretura y verdor
64

y a veces son de escarcha mutua?

Cuando te veo reír hay ocasiones en que no sé por qué te ríes,


por quién estás riendo,
y algunas veces,
de igual modo,
cuando se sobreponen nuestros cuerpos,
se me empaña la vista
ya que para llegar hasta tu origen
tengo que compartirte
-lo sé muy bien sabido-,
tengo que compartirte con distintas personas,
tus padres, tus amigos, tus amantes,
y sufro
y no me importa
porque tengo que hacerlo,
es necesario,
amiga mía,
lo mismo que al entrar por vez primera en una casa donde
vas a vivir,
los ojos agolpados se quedan huérfanos de nacimiento
pues necesitan ver lo que no han conocido,
lo que no he conocido de tu vida anterior
y tengo que hacer mío pues ya me constituye por amarte.

La vida es una herencia sucesiva


y yo sé que he heredado tu cuerpo,
tus palabras,
tus sombras,
y por eso cuando estoy a tu lado
siento a veces una habilitación desconectada como si me
movieran las raíces,
pero siento también una alegría hecha de imágenes
superpuestas
que se organizan en mi memoria como un collage
y esto suele pasarme entrando en nuestra casa,
pues entonces recuerdo
que hemos vivido anteriormente
-¿con quién lo hemos vivido?-,
muy quietecitos en un diván
ligeramente verde y ahora estoy viendo otro ligeramente
65

gris,
y los colores se confunden en mi retina,
y el tiempo se convierte en un hotel con las habitaciones
incomunicadas,
pues recuerdo,
y nunca dejo de recordar ,
que nosotros hemos estado muy quietecitos y muchas veces
en una casa ajena y con jardines que era una prohibición,
una casa con discos en las sillas y cartas de navegar en las
paredes,
y en ella era imposible naufragar,
y nunca naufragamos,
ni podíamos hacerlo puesto que en el diván ligeramente
verde
siempre estábamos saludándonos como los barcos se saludan
en la lejanía,
y tú me hablabas a todas horas del mismo tema
pues el dolor es igual que el invierno,
y las palabras se iban quedando quietas en tu boca,
quietas y diluyéndose
como las flores en un vaso.

Hay nombres que es difícil recordarlos


y nombres que llevamos con nosotros como se lleva un traje,
pero no debes olvidar
que aquellos días eran de luto,
y así empezó nuestra ventura,
esta ventura un poco amordazada
que tuvo nombre ajeno en su partida de bautismo,
¡no puedes olvidarlo!
no puedes olvidar que la fidelidad a una agonía
hizo que nos amáramos de una manera extraña
igual que la respiración se convierte en silencio junto a una
cama de hospital.
La muerte todo lo hermosea
y el luto iba creciendo entre nosotros,
creciendo y habitándonos,
y nuestros ojos se coagulaban al mirarse
porque durante mucho tiempo, amiga mía, fuimos los brazos
de una cruz.
Así tenía que ser
66

ya que lo verdadero es como un río


y el agua va tomando la forma de su cauce;
así debía de ser
ya que lo verdadero es como un molde
que da su forma a todo lo existente
¡y hay tantas cosas en la vida que se viven así desde un
hueco anterior que las sitúa
y les da su lugar en la tierra!
y hay tantas cosas nuestras que nacieron de un hueco,
y no sé si han pasado, ¡no lo sé!,
pues sólo tú puedes decirme
si hay algo entre nosotros que no ha nacido para morir
y es perdurable,
lo mismo que ese nombre o ese hombre que dio su forma
a nuestro amor
cuando sólo era un hueco bajo tierra,
esto es: una verdad,
que aún dice sus palabras en nosotros,
que aún vive, pero sólo entre nosotros, para siempre jamás.

Bajo el limpio esplendor de la mañana


Bajo el limpio esplendor de la mañana
en tu adorado asombro estremecido
busco los juncos del abril perdido;
nieve herida eras tú, nieve temprana

tu enamorada soledad humana,


y ahora, Señor, que por la nieve herido
con la risa en el labio me has vencido,
bien sé que la tristeza no es cristiana.

¿No era la voz del trigo mi locura?


Ya estoy solo, Señor -nieve en la cumbre-,
nieve aromada en el temblor de verte,
67

hombre de llanto y de tiniebla oscura,


que busca en el dolor la mansedumbre,
y esta locura exacta de la muerte.

El pecado
a pedro lorenzo

Cuando te desentierras en el sueño todo está siendo lo que es,


y al despertar todo se hace impreciso,
pues ya sabes
que el recuerdo es un tacto,
y el tacto tiene a veces una forma adivinatoria
que permite palpar la oscuridad
como las manos se adelantan cuando caminas en la sombra.
Esta mañana al despertarme
la penumbra del cuarto formaba una pantalla,
y
alumbrando lo oscuro igual que brilla una luciérnaga,
vi en ella un solo ojo,
un ojo solo muy castaño y muy tuyo,
que no sabía mirar,
que no podía mirar,
y se movía, por dentro, como se aclara el agua con la luz;
y el ojo estaba sobre el aire,
y yo lo estaba viendo sobre mí
creciendo y arropándome
hasta llenar la habitación y tener la estatura del miedo;
y recuerdo,
también,
que en aquel ojo recién naciendo que alumbraba la habitación
parecía llenarla de agua incólume,
se hizo primero una tensión interna,
y luego una fisura,
y después un vacío que ocupaba el lugar que había tenido
la pupila,
y aquel vacío llenaba el mundo y era el centro del ojo,
68

y en el centro del ojo, como se mueven unas cortinas,


fueron apareciendo unas figuras,
unas sombras que iban en busca de su cuerpo,
y
ponían
en mis ojos
como un sello,
el mundo de tu infancia,
el túnel de tu infancia triste y emborronada.

Lo que piensas, sucede,


y
por eso,
cuando estoy a tu lado prefiero recordarte como se cuelga
un cuadro a tientas,
un cuadro que se clava en las paredes del corazón
para que no cambie de sitio,
ni haya en tu cuerpo o en tus ojos
alguna variante;
y no va a haberla,
amiga mía,
porque en tu rostro sólo ha quedado impreso al contraluz,
algo que no se sabe bien si es una huella,
o una súplica,
o una perseverancia de procesión de pueblo en donde sólo
habitan niños;
y recuerdo que el pueblo se llamaba Pilatos,
y los niños marchaban en hileras,
y cada hilera desfilaba por uno de tus ojos,
y los niños llevaban la inocencia en la mano
y andaban con los pies entristeciéndose en la arena,
y tenían en los ojos ese chisporroteo con que las lamparillas
de aceite se consumen,
y el pueblo aquel,
¿no lo recuerdas?
tenía esa angustia de cal húmeda que hay en las casas donde
han encarcelado a un inocente,
y había junto a la era un pozo seco
y una luz en el cielo de mirada acabándose,
y a las mujeres no les servía el acento circunflejo para nada
o para casi nada,
69

y las calles se barrían únicamente con las olas,


y el pueblo por la noche se lavaba las manos en el mar .

¿No recuerdas que a veces encontramos una persona


cuya infancia podemos reconstruir
por una sola huella que queda en su mejilla
igual que un esqueleto puede reconstruirse por sólo un hueso
suyo?
pues bien,
del mismo modo,
cuando estoy junto a ti recuerdo o adivino
que alguna vez te he visto en el paseo,
hace ya muchos años,
y andabas en la plaza igual que si bajaras una escalera
porque mientras vivimos hay siempre una escalera en nuestra
sangre,
y es preciso bajarla,
y algunas veces los escalones se terminan,
y a pesar de ello hay que seguir bajando.
Y luego te recuerdo cuando eras niña aún
y empiezo a comprender que ya entonces querías perseverar
en algo,
en algo tan humilde como olvidar las letras de tu nombre,
los años de tu vida,
las campanas,
y olvidar,
sobre todo,
la incomunicación de aquellas casas sin paredes,
de aquellas casas hechas con papel de periódico,
de aquellas casas perentorias
que sucesivamente fuiste habitando en tu niñez.

Esto es lo que subsiste


en esa huella de perseveración arrinconada que tienes en los
ojos
y me hace que al mirarte
te siga viendo aún en aquel pueblo,
desnudita y cubierta con un vestido huérfano
que se acortaba más con cada paso tuyo.
Y siempre te veo así
cuando vas a la playa y hay tapias que te siguen,
70

y se van levantando en torno tuyo para impedirte ver el mar,


y cada uno de tus pasos tiene su propia tapia,
su propia cesantía,
y tú estás esparcida lo mismo que una concha recién pisada,
y no te puedes reunir con nadie porque nadie te ve,
pero no puedes encerrarte,
no puedes enterrarte todavía,
y pretendes salir,
y quisieras jugar pero no hay niños,
y quisieras andar pero no hay calles,
no hay árboles mirándote,
no hay más que tapias, tapias que cada vez se hacen más altas
y más impeditivas,
en los ojos que a veces tienes que recoger del suelo,
y en tus piernas de humo,
y en tus manos de juncos apretándose,
que van sobreponiéndose
hasta que ya no pueden reducirse más,
hasta que ya no puedes reducirte más
como si el aire fuera una desilusión que hubieran hecho a tu
medida.

Los hombres necesitan la inocencia para vivir a costa de ella


y yo te sigo viendo
con una nube en cada hombro y una taza de caldo cada día,
y estabas desclavándote,
y las palabras que no podías decir,
que no podías decir a nadie en aquel pueblo te iban atando
a una columna
y allí seguías atada al día siguiente,
una vez
y otra,
y otra
porque la infancia es una puerta que camina,
es una puerta abierta que camina y camina en la noche
hasta que llega ese momento en que hay que defenderse por
sí mismo,
hasta que llega ese momento en que es preciso echar a andar,
¡sea como sea!
tienes que recordarlo,
amiga mía,
71

tienes que recordar que, al fin, dentro de ti se astilló algo


y deseaste ser culpable para no seguir sola.

Esto era lo que el mundo esperaba de ti,


y apenas lo empezaste a desear,
apenas comenzaste a sentir ese cambio como si fuera una
liberación,
tus manos fueron destrabándose,
y tu cuerpo reunió sus migajas,
y tus piernas corrieron ligerísimas comenzando a sentir la
firmeza del suelo.
Entonces conseguiste llegar hasta la playa
y allí,
junto a lo libre,
para que todo acabara de una vez,
para no seguir siendo una niña distinta,
una niña lacrada,
te hincaste de rodillas en la linde de la marea,
y te bañaste poco a poco,
y te bañaste lustralmente,
para lavar entre las olas
ese pecado que es más viejo que el mundo,
ese pecado que nunca echa raíces,
ese pecado virgen que consiste en no ser culpable y nadie
quiere perdonar.

Ola en calma es tu cuerpo

yo siempre culparé los ojos míos.


fernando de herrera

Albos senos en púberes jardines;


se abre una puerta, el aire se apresura,
y brillan de la noche en la ola oscura
tus muslos como saltan los delfines;

tus ojos dan al mundo sus confines,


72

juega el mar a la comba en tu cintura,


y la miel se convierte en atadura,
y en tu mano se encienden los jazmines,

y el sol nace en tu cuerpo, y se oye el canto


del amor como un puente entre dos ríos,
¡tan humano el milagro!, dulces bríos,

dulce sueño de ti que acaba en llanto,


porque Cuba eres tú me dueles tanto;
yo siempre culparé los ojos míos.

Un momento en el cielo
El recuerdo camina en la vigilia y en el sueño,
camina noche y día
para hacerse transparente al andar,
y es un suelo de agua
o un espejo,
y ahora el espejo tiembla
y me encuentro ante ti como si me hubiera cortado los
párpados para verte mejor;
y el mirar es un no que nada puede detener,
pues no sé si te veo,
si puedo ver tu rostro como se lee un periódico,
ya que te quiero mucho,
¿sabes?
te quiero tanto que cuando sigo tu mirada puedo llegar hasta
tu niñez,
pero también hay veces, muchas veces, que al mirarte te
estoy profetizando.
Alguien viene cantando entre los árboles
alguien me viene a ver:
es la alegría,
que llegó de puntillas para no despertarnos
y ahora forma una linde con el cielo y la tierra.
73

Hay días en que las horas son lo mismo que las olas,
y todo lo que vives,
hasta lo más pequeño y lo más raudo,
deja su huella en nuestra sangre
como esa golondrina deja en los ojos que la ven la sombra
de su vuelo.
Así te llega el turno de vivir cuando menos lo esperas,
una imagen se ahínca y empiezas a sentir su clavazón,
y ahora te vuelvo a ver cuando acabas de llegar de un viaje
y estás con un pañuelo, campesino y doméstico, en la cabeza,
haciendo la limpieza de la casa,
tan concienzudamente
como si fuera necesario que tus manos lavaran los pecados
del mundo.

El aire en torno tuyo tiene calor de absolución,


y yo quiero ayudarte,
¡no te rías!
no estoy diciendo un disparate,
hay muchas cosas imposibles que nos ayudan a vivir,
y yo estoy ayudándote a andar porque tienes los pies un poco
distraídos,
y te encuentro distinta, como si hubieras adoptado a una niña
que te estuviera ya sustituyendo;
ya sé que esto es difícil de entender mas los ojos no engañan
y tengo que encontrarles alguna explicación,
¿no recuerdas que al volver de un viaje nos hacemos más
jóvenes?
y
yo
estoy
trascordado,
y no niego a saber si lo que estoy mirando es un recuerdo,
pues el tiempo se ha puesto de tu parte
y sólo sé que estás conmigo
con un balde apoyado en la escalera y una esponja en las
manos,
haciendo la limpieza de la casa
-ya sabes queja casa es el bautismo de cada día-
lavando las cortinas, los cristales y la luz de la tarde
74

para que todo lo que nos rodea participe de la resurrección,


y las paredes, para darte alegría, desentierran el humo
de las celebraciones con amigos que dan calor humano y dan
trabajo,
y escuchamos las sonatas de Bach para violín y clave,
porque la música es de agua,
y recuerdo muy bien
que tú lavabas las estanterías
dándole a cada libro su vigilia,
y en cada balda que limpiábamos
te saltaba el jabón desde el agua a las manos igual que saltan
los delfines,
y la limpieza daba a la casa un acento más íntimo,
era como tu voz,
y tú mirabas de cuando en cuando la labor concluida con los
ojos certificados para mayor seguridad,
y la esponja ya sabes que se apasiona mucho con el agua,
la toalla parecía desvivirse,
la escalera de mano había adquirido cierto fervor itinerante
pues nosotros, aquella tarde, dimos tantos paseos que
llegamos al Paraíso Terrenal,
y no hemos regresado todavía.

Esto pasó como lo estoy contando


y me enseñó a vivir con los ojos abiertos;
ahora sé que la casa es tu investidura,
tu niñez
y tu cordón umbilical,
pues nunca me he sentido tan sirviente y tan tuyo,
y sé que para siempre estás casada,
y no voy a olvidarlo
ya que la puesta en orden de la casa ha ido poniendo en
orden nuestra vida,
y fue un momento sólo,
y fue sólo un momento pero definitivo
igual que si estuviéramos haciendo la limpieza del cielo
juntos.
75

Algo queda en el aire


Cuando estoy junto a ti,
siento la misteriosa sacralidad del cuerpo femenino
que al extenderse llena el mundo.
Es importante, desde luego,
sin embargo no basta;
hay que acercarse un poco, un poco nada más, para verte
mejor,
y así comienzo a ver la implantación de tu cabeza sobre el
hombro,
la frente todavía recibiendo el bautismo,
los ojos empezados y terminantes,
la boca tempranísima,
las orejas que tiemblan si te acercas a ellas,
¡es tan fácil temblar!
la piel premeditada por el sol,
el cabello y sus pájaros.
Y me inclino a pensar que nada es tan inútil como esta
descripción,
pormenorizada,
pues la belleza pertenece al conjunto y el atractivo es
personal,
los rasgos siempre son provisionales,
ya que se influyen entre sí como las notas de un acorde.

Cuando estoy junto a ti sé que no eres un sueño


y puedo recordar algunos gestos tuyos, pues los gestos son
más estables que los rasgos.
Así recuerdo por ejemplo
la descarnada prontitud de tus manos que siempre dicen la
verdad,
la manera de pintarte los ojos puntuándolos,
la sombra de tu cuerpo que se ha ido haciendo tan pequeña
que ya no puede acompañarte,
y el gesto de perdón,
ese sobreseimiento que aparece en tus labios y empieza a
hacerlos sonreír
en ese instante exterminador en que basta callar para acabar
con todo.
76

Pero, escúchalo bien,


lo que prefiero, sobre todas las cosas,
es ese empiece,
esa espontaneidad que es lo mejor que tienes y hace que
vivas lastimándote.

He podido observar que hay un momento en que la


noche se pone de tu parte,
y yo no sé si te das cuenta
de que estando contigo suelo quedarme lelo,
suelo quedarme ensimismado,
y esa única respuesta a tus palabras acaso es la bondad
ha llegado a mi vida un poco tarde,
como al cortarse un tronco surge la desnudez de la madera,
sus capas temporales demuestran en la veta su unidad,
y ves su reciedumbre reducida a un olor,
un olor que se entrega hasta desvanecerse, pues en ello
consiste su programa vital,

por lo que tú más quieras no lo olvides.

Es fácil comprender que un olor es igual que un recuerdo,


algo deja en nosotros,
y ahora estoy preguntando ¿cuánto puede durar un olor en
el aire?
Sus horas, sus minutos, sus segundos no pueden calcularse,
pero su duración es evidente;
y un olor en el aire dura toda su vida.
Y esto me viene a recordar
que ésta es la situación vital en que se encuentran los
amantes,

por lo que tú más quieras no lo olvides.

Pero no te preocupes,
no la cambio por nada,
para volver a darte la vida que me queda
me basta preguntar qué sería yo si no te hubiera conocido.
77

Representación en tres planos de una mujer


I
ANDAR ES TU DEFINICIÓN

Si alguien me hiciera una pregunta


sólo podría decirle que a mí me gusta verte andar,
y en vez de contestarle
trasladaría mis ojos a los suyos para que recordara,
sin haberlo vivido,
la convencida seriedad con que andas lo mismo que la luz
se mueve haciendo testamento,
pues tus pasos transmiten un orden instantáneo
como si tú llevaras al andar el movimiento de la tierra.
Destrabada y solar vienes desde la sangre y tienes el oficio
del verano,
andar es tu definición
y tu gracia es el orden,
y tu fuerza es el ímpetu con que a veces te paras mientras
hablas
igual que se repliegan las defensas de una ciudad para
hacerla más fuerte.

Alguna vez me has dicho:

-Las mujeres parecen gorriones que se mueven saltando-

y en efecto se les ve la premura,


la entrega anticipada,
la premeditación de ser mujeres que andan con los pies
juntos
para quedarse pequeñitas y repetidas en los ojos de alguien;
pero la libertad tiene su propio ritmo y tú eres diferente,
pues tu modo de andar es un modo de hablar
que no pregunta nada,
y hace tiempo he pensado que vives como andas,
que vives con la misma propiedad con que andas porque la
calle es tu licenciatura.
Es cierto, amiga mía, lo espontáneo libera,
y tu espontaneidad se nos acerca tanto
78

que quien te vio una vez te necesita,


sigue tus pasos en la tierra como la oruga procesionaria
marcha en reata sobre el pino,
y yo te he visto andar de manera tan persuasiva
que el aire tintinea
y las calles progresan al mirarte,
y hay nubes que en el cielo van tomando tu forma,
y un solo paso tuyo puede atar mucha gente,
atarla y desatarla,
pues estás en la tierra,
entre nosotros,
y no hay nada en tu cuerpo que no nazca al andar,
y no hay nada en el mundo que no lleve tu paso.

II
LA PALABRA SE CONVIERTE EN ESPANTO

Si alguien me hiciera una pregunta


sólo podría decirle que a mí me gusta hablar contigo,
que a mí me gusta oírte
cuando tu claridad se convierte en dureza lo mismo que el
carbón cristaliza en diamante,
porque lo justo es necesario y tú hablas con justeza,
con pronosticación,
para mostrarme que no hay presentimientos sino jubilaciones,
que el espanto no nace de vivir,
es anterior al hombre
y quien quiere evitarlo agoniza.
La claridad se mira y no se ve,
viene desde muy lejos,
y a mí sólo me importa hablar contigo,
hablar contigo ahora como el agua se coge entre las manos
sabiendo que sólo puedes retenerla unos cuantos segundos:
unos segundos bastan,
cuando el amor se acabe voy a seguirte oyendo:

-¡Por favor, no te duermas mientras hablo!


Si estás cansado, vete. La ternura se acaba en el deseo.
Luego el silencio se convierte en vacío,
y las noches comienzan en el alba.
79

Te he dicho muchas veces que hay que aceptar la realidad:


ni los sueños se viven, ni las alas se juntan,
por eso a veces no tenemos sino una sola mano y no es
la nuestra.
Los muertos crecen recordándolos y ya no vuelven a morir.
Escucha. No te mueras. No te puedes morir. Te necesito.

Ahora me estás hablando y sé que tu dureza no tiene causa alguna,


viene desde tu origen
y tus palabras nacen para doler,
pero llevan la sonrisa en la espalda
y cuando las recuerdo me liberan de esa profanación que
es siempre el miedo.
Tengo una gran velocidad para sufrir
y cuando estoy contigo
siempre llega un momento en el que tus palabras se quedan
sin hablar
y me aprietan lo mismo que una venda,
sosteniendo su abrazo,
y me hacen comprender que lo que nunca dices me sostiene.
Pero también alguna vez te he oído,
neutralizado y descendiente,
con ese escalofrío que nos produce la raspadura de un
cristal,
y tu voz me mantuvo anestesiado sobre la mesa de
operaciones,
durante varias horas,
hasta quitarme las adherencias,
las contaminaciones personales,
los supuestos,
para después, Como una aguja, irme cosiendo el vientre
poco a poco,
mientras el camarero nos decía para legitimarse:

-Esta noche hay frambuesas.

La verdad suele maniatarnos como la mantis religiosa


paraliza a quien ama,
pero tú no nos atas a ninguna verdad,
tu voz es tu atadura,
tu voz es tu andadura,
80

vives en ella despaciándote


como si concibieras durante nueve meses lo que vas a decir
y hablar contigo fuera un parto.

III
MIENTRAS VUELAN LOS PÁJAROS

Si alguien me hiciera una pregunta,


se lo agradecería
ya que podría decirle que me gusta mirarte como si regresara
de vivir
y es porque veo tus ojos temiendo que se acaben.
La alegría de mirarte crece con el temor
y si sigue creciendo de este modo puede llegar a hacerse
insostenible
Como una deuda pública que es preciso pagar durante varias
generaciones.
Empiezo a verte ahora
y en tus ojos hay pájaros que no regresan nunca,
olas que se disgustan a fecha fija,
cicatrices que pueden despertar,
y algo tuyo, muy tuyo, que al declararse se convierte en
misterio
igual que la dulzura se convierte en pregunta.
Tu mirada se extiende cuando llega la noche
y tiene esa bondad un poco intransigente de las personas
a quienes se les nota que saben elegir,
y ese color tostado de azúcar vagabunda,
y esa continua averiguación que en tus ojos es igual que
una grapa.
Debo decir, amiga mía, que cuento tu mirada entre mis
bienes gananciales,
y lo que nunca olvido es ese instante
en que el amor se interna hacia su origen,
y tus ojos se quedan descielados,
y ya no miran, ceden, y caen, pero hacia atrás,
como una piedra entra lentamente en el agua.
y no hay nada en la vida,
nada,
nada,
81

que se parezca a esos segundos


en que tus ojos vueltos miran dentro de ti,
y sólo quieren ya seguir cayendo,
cedientes,
desasidos,
arrastrados,
y yo no sé mirar pero los sigo
en esa internación que nunca encuentra fondo en su caída,
detrás de ellos, amor, detrás de todo,
detrás de todo, amor, pero sabiendo
que empezará el recuerdo cuando la luz acabe.

Para toda la vida no!


He caído tantas veces que el aire es mi maestro;
tengo en la mano el aire que nunca nos olvida,
si nuestro amor fue siempre como una despedida,
cuando todo termine quedará lo más nuestro.

Ya he empezado a morir para aprender a verte


con los ojos cerrados. Así será mejor,
para toda la vida no basta un solo amor,
tal vez el nuestro sea para toda la muerte.

Verte, qué visión tan clara


Verte, qué visión tan clara.
Vivir es seguirte viendo.
Permanecer en la viva
sensación de tu recuerdo.

Verte. La distancia nace.


El cielo suprime al cielo.
La vida se multiplica
por el número de puertos.
82

Todo colmado por ti.


No ser más que el ojo abierto,
y eternizar el más leve
escorzo de tu silencio.

Verte para amarlo todo.


Claustro en tranquilo destierro.
Dulzor de caña lunada.
Luz en órbita de sueño.

Mortal límite de ti.


Cielo adolescente y tierno.
Núbil paciencia de playa.
Vivir es seguirte viendo.

¡Verte, abril, verte tan sólo!


Tranquilísimo desierto.
Pena misericordiosa.
Sosegado advenimiento.

Verte: qué oración tan pura,


islas, nubes, mares, vientos,
las cinco partes del mundo
en las yemas de los dedos.

Vivir para ver


Todo era alegre en el claro
resplandor de la mañana
y al mirarte sentí el llanto
borrándome la mirada.

Llorar y ver son virtudes


que un mismo sentido enlaza
como acompaña en la nieve
el silencio a la pisada.

Todo era alegre y sentía


83

con la visión, la distancia;


le di descanso a mis ojos:
¡de sólo mirar lloraban!

Bastaba verle para que le hicieran ministro


Bastaba verle, tenía
casi aprendida la cara
como si regresara del cielo
todas las semanas.

Caja de música
Brindis a Antonio Cañabate

Dime, Antonio, recuerdas que en el año 14


el sol se distraía descansando los sábados;
recuerdas que las damas bailaban de rodillas,
bailaban de rodillas llorando entre los brazos
del vals que las llevaba, como el agua de un río,
de la ribera lenta de un año hacia otro año;
recuerdas las muchachas cuyas bocas tenían
un beso únicamente sacramental y blanco,
las palabras corteses como calles con árboles,
la lenta hipocresía con su andar de galápago:
recuerdas que los hombres se mesaban la barba
con un gesto incoherente de honor inmaculado,
y un suspiro cifraba toda la biografía
de un general y a veces de un sabio catedrático;
recuerdas que las niñas soñaban por la noche
que el tren, hacia las doce, llegaba hasta su cuarto
y se sentían inermes y pequeñitas viendo
pasar el tren tan cerca que hacía temblar sus labios:
84

recuerdas la familia de silla en el paseo


con una sola lágrima repartida entre cuatro,
con una sola lágrima que lloraban por turno,
primero el padre, luego la madre y los hermanos;
recuerdas las palabras decisivas, las nobles
palabras: ley, derecho, constitución, y un halo
de libertad que hacía que bajo las banderas
las manos comenzaran a aprender a ser manos…
Del arranque del siglo con sus años amigos
queda un copo de nieve como un escapulario,
queda sólo un recuerdo con yedra en las paredes:
tu corazón, Antonio, soñándolo y sonámbulo

Por mor
a miguel hernández

Los ojos se me cierran y no puedo


atarme al sueño de las horas muertas.
Despertar es peor, cuando despiertas
ya estás atornillado con el miedo.

Una luz en la noche dice adiós


y en un instante el beso se hace amargo;
donde hay dos hay dolor y sin embargo
la vida sólo empieza donde hay dos.

Debo tener los ojos tan abiertos


que despierto insepulto, y es la vida
una disposición entelerida:
hay despertares que producen muertos.

Esta España de luz, mierda y aulaga,


que muere de su misma obstinación,
confunde la soberbia y la ambición
y duele siempre con la misma llaga.

Y este amontonamiento, este despiece


que nos va arrinconando en el trastero;
85

la vida nunca es mutua, ya prefiero


que el tiempo acabe y el silencio empiece.

La prensa con su ayer momificado


que todo lo sujeta a su dominio;
las noticias de Bolsa y su exterminio,
el odio divisor y acelerado.

Nos basta hablar para pagar tributo


y el revés de la trama vuelve a verse
cuando el tapiz empieza a destejerse
y el cuerpo vive ya su propio luto,

y sabes que el orgasmo es un autismo


que tienen el amado y el amante,
y sientes su terror participante
que te hace resbalar hacia ti mismo.

Doy todo lo que tengo y lo que soy


y de mi propia entrega desconfío,
quizás no he dado nunca nada mío,
tiempo perdido y testamento doy.

Si el alba nos renueva el nacimiento,


la noche nos confirma la agonía,
y entre un súbito olor de enfermería,
despierto, busco, sufro, callo y siento

la herida hereditaria en que me hundo,


y este sabor de sangre en el amor,
y ese largo deshielo de estupor
que va llenando con su sombra el mundo.

Porque todo es igual y tú lo sabes


has llegado a tu casa y has cerrado la puerta
con aquel mismo gesto con que se tira un día,
86

con que se quita la hoja atrasada al calendario


cuando todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz, para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año,
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Y acaba siendo unánime

Antonio se ha enamorado en estos días y cuando me lo dice me causa un cierto


reconcomio,
no lo puedo entender,
¿no recordáis amigos, que el amor de los otros nos parece distinto al nuestro?,
nos parece distinto, pues la determinante del amor es obviamente la donación,
y por ser gratuitos, todos los elementos de un amor que conocemos solamente de
oídas nos parecen innecesarios,
hasta hacer el amor,
ya que dicho en voz baja sólo es preciso amar para llevar el mundo en el bolsillo.
87

¿No recordáis, amigos, que el amor de los otros no nos parece razonable?,
pues lo consideramos casi siempre como un amor apresurado que no han tenido
tiempo de hacer a la medida,
y lo queremos enmendar para dejarlo a nuestro gusto,
y nunca comprendemos ese raro equilibrio que lo mantiene sin caer,
ese equilibrio de columpio descompuesto en la altura que deja a los amantes
encielados,
cuando todos sabemos que están en el vacío.

¿No recordáis, amigos, que el amor de los otros es bastante


pretérito imperfecto?,
pero ellos no lo saben,
no lo pueden saber,
tienen que conquistar su desmesura de corazón,
y todo lo que hacen nos parece prefabricado,
nos parece un cohete que culebrea en el o enchando chiribitas,
y quienes lo están viendo alegrear entre la muchedumbre,
saben que está quemándose
y sólo va a dejarnos como herencia una varilla chamuscada.
Ahora ya es un negrón que ha iluminado el cielo y ha caído,
y tú lo has visto arder,
y tú has sufrido al verlo,
pues su vivacidad, su fuerza y su belleza te parecen un desperdicio.

¿No recordáis, amigos, que por alguna pervertida inclinación del hombre el amor de
los otros nos parece un desahucio?,
la admiración que los amantes suelen manifestarse la juzgamos desprovista de
fundamento,
y nos reímos de esa lujosa encuadernación en pergamino que les hace pensar que no
hay amor mejor que el suyo,
88

podemos compartir ese lágrima que ellos siguen planchando cuatro veces al día.
Siempre que vemos juntos a dos amantes sonreímos con esa risa que es como un sello
seco en nuestros labios,
con esa risa estampillada
ya que lo más incompatible que encontramos nosotros en el amor ajeno es esa inercio
hacia la indignidad,
que constituye, como todos sabéis, el seguro de vida del amor,
su pago anticipado,
y, sin embargo, la vanidad que ponemos en nuestro amor es una forma de onanismo,
un retrato en el agua y nada más,
ya que todas las formas de la vida amorosa tiene al mismo tiempo su valor y su precio
que son inseparables.
Así pues ya lo sabes.
No los separes nunca. Nunca,
tienes que actualizar mañana y tarde el costo de tu amor,
quien lo deja de hacer lo pierde todo,
quien lo deja de hacer es porque ya ha empezado a andar con pies ajenos,
y entonces,
ay,
entonces,
nada puede salvarle,
nada puede salvarte porque empiezas a ver tu propio amor como si lo estuviera
envileciendo la mirada de otro.

Cuando llega el anochecer y el mundo se hace confidente,


hay en el aire un movimiento previo,
y por así decirlo, un movimiento compaginado que mueve nuestros labios de una
manera prenatal;
aquella noche, al acercarse a mí, tenía los ojos asombrados,
tenía un asombro llamado Antonio,
89

y ya sabéis, amigos, que el asombro nos deja en la mirada un desmoronamiento sin


orillas.
Yo me encontraba ya tan de su parte
que comencé a sentir recorriéndome el cuerpo, un temblor dialogado,
ya que tal vez el punto de partida de toda confidencia
sea ese momento en que la sangre escucha y en la sangre se acuñan las palabras,
esa tensión interna,
o mejor dicho, esa tensión abierta que hace que todo lo que sientes se convierta en
pregunta,
y los labios entonces se mueven sin saberlo,
se mueven sin hablar,
se mueven replegándose,
en torno a una palabra que nadie ha dicho todavía,
y, sin embargo, la escuchamos,
nos la dice una voz que empieza siendo nuestra y acaba siendo unánime.

El bosque se iba haciendo alarde

tristemente naturales
Jorge Guillén

Me están mirando en tus ojos


los ángeles del instante,
los ángeles que han perdido
la memoria al contemplarse.

Me estoy reuniendo en tus brazos;


90

te siento casi quemándome;


arden el tronco y las ramas
pero las hojas no arden.

Estamos juntos, sin vernos,


repetidos y distantes,
juntos pero no vividos,
tristemente naturales.

Pues el que toca lo cierto muere

Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de la saliva


y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años.
Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies
y la sangre gotea sobre la alfombra
ya que no basta ver lo que se ve, es necesario adivinarlo.
Lo que se ve es un cuerpo en la penumbra,
un cuerpo que en la noche de amor tiene la plenitud de una
ola inmóvil,
que está siempre en su altura de dominio.
¿Nunca has pensado, amiga mía, que el cuerpo al desnudarse
está más junto?
y luego,
en el momento en que lo miras,
cobra su exactitud porque el mirar lo va configurando.
Todo consiste en la transmigración,
y hoy al verte he sabido
que el tacto es el recuerdo más antiguo que tiene el hombre,
91

y a veces puede aterrorizarnos


con su temblor de miel
lenta y originaria y envolvente.
El tacto es como el mar
y el cuerpo amado es de agua despacísima que no se mueve
sino hacia adentro,
desnaciéndose,
ya que la carne tiembla porque mira y al entregarse está
mirándonos.
Hay zonas de tu cuerpo que en la sombra relumbran
y tienen un calor reverberante
y un temblor desciñéndose que es la memoria de su origen,
y ya sabes que a veces
el cuerpo participa de la luz
pues el que toca lo cierto muere,
y noche adentro sientes que la profundidad del mar se hace
inmediata
con el roce más leve
pues lo profundo aterra: es desnacer,
y el agua de tu cuerpo está muy junta y muy temblada
ascendiendo de la sombra a la luz,
y nunca acaba su ascensión,
su encendimiento gradual,
y el pulso empieza en las estrellas,
y la creación del mundo se suspende hasta que ya en el mar
sólo queda una ola,
sólo cabe una ola que al llegar a la playa queda en vilo,
sabiendo
que no puede romper sino acabándose.
92

Un amor o un andamio
Te he dicho innumerables veces que nosotros no
somos únicos
ni mucho menos,
por diversas razones, entre otras
porque nunca quisimos disfrazarnos de amantes,
y además no tenemos esos ojos que se asemejan a una
pantalla,
en la cual
todos cuantos se miran sienten su conversión;
quiero decir,
que por el hecho de mirarnos
se convierten sin más ni más en televidentes,
y empiezan a vivir,
paralíticos y necrosándose,
en la televisión de la mirada.
No es eso, por supuesto,
y nadie va a pedirnos cuentas de nuestra alegre podredumbre,
ya que no nos ha sido necesario llevar un tren en el bolsillo,
ni queremos que todas las semanas llegue la primavera,
ni hemos juzgado a nadie,
y cuando hablamos con amigos nunca estamos inquietos
como anguilas escurridizas
esperando la menor ocasión para hacer la del humo.
Muchas cosas nos hacen diferentes,
es cierto,
pero no somos únicos
ni nos hemos sentido culpables,
ni siquiera llevamos una escafandra sobre el sexo
para hacer el amor sin ahogos;
y por si todos estos razonamientos fueran inútiles,
que lo son,
puesto que hay que contar con la inutilidad de casi todo lo
que hacemos,
fuerza es reconocer
que no tenemos lepra ministerial,
ni hemos sido tan ordenados
que pudiéramos anunciar nuestra defunción en la tarjeta de
visita,
93

ni llevamos una hormiga en la lengua que nos haga reír a la


hora justa.
Y tú sabes que en esto estriba nuestra suerte,
nuestra corriente alterna,
ya que somos mortales y vivimos la limosna diaria
y contamos los años por latidos y somos
laminaciones de estupor,
ceniza indivisible y volandera
pero ¡qué importa esto!
qué nos importa lo que pueda venir si la mentira es una
prórroga,
y nosotros no queremos mentir,
no nos queremos prorrogar,
no lo necesitamos para ser contumaces como dos seres que
se aman,
como dos tartamudos que se apoyan para encontrar su
identificación en una sola sílaba,
en una sola huella
o en una sola lágrima
que se va desplazando entre nosotros hasta que se convierte
en una lágrima dialogada,
mientras se juntan nuestros labios
con esa lenta espontaneidad con que se van uniendo los
bordes de una herida,
y nuestros corazones suben una vez más,
con esfuerzo testarudo y discípulo,
un amor
o un andamio,
un andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la
mesa se hace pan
y todo queda vinculado,
mientras sigues subiendo como puedes,
un amor compartido
o un andamio,
ese andamio de juntura y perdón en que consiste la alegría.
94

Ahora que estamos juntos


Ahora que estamos juntos
ahora que ha vuelto la inocencia,
y la disposición visceral de estas paredes,
ahora que todo está en la mano,
quiero deciros algo, quiero deciros algo.
El dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre,
que nos conduce hacia el país donde todos los hombres son iguales,
lo mismo que la palabra de Dios, su acontecer no tiene nacimiento, sino revelación,
lo mismo que la palabra de Dios, nos hace de madera para quemarnos,
lo mismo que la palabra de Dios, corta los pies del rico para igualarnos en su presencia,
y yo quiero deciros que el dolor es un don
porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre.
Todo llega en la vida por sus pasos contados,
la primavera y el verano, la ignorancia y la lluvia,
porque no hay nada gratuito,
no hay alegría, por pequeña que sea,
que no tenga que conseguirse
como la hormiga testaruda lleva su carga tronco arriba;
no hay alegría, por importante que nos parezca,
que no termine convirtiéndose en ceniza o en llaga,
pero el dolor es como un don,
nadie puede evitarlo,
las esperanzas, el amor, el dinero,
todos los bienes terrenales,
todos los bienes que llegan, o no llegan, en la vida ya el humo de las velas
siempre están contenidos por él y son igual que pájaros que vuelan sobre el mar,
y son igual que pájaros,
por más y más que vuelen nunca se apartan de su fin.

Ahora que estamos juntos


y siento la saliva clavándome alfileres en la boca,
ahora que estamos juntos
quiero deciros algo,
quiero deciros que el dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre vayas a donde vayas,
es un largo viaje, con estaciones de regreso,
con estaciones que no volverás nunca a visitar,
95

donde nos encontramos con personas, improvisadas y casuales,


que no han sufrido todavía [...]

pero el dolor es la ley de gravedad del alma,


llega a nosotros iluminándonos,
deletreándonos los huesos,
y nos da la insatisfacción que es la fuerza con que el hombre se origina a sí mismo,
y deja en nuestra carne la certidumbre de vivir
como han quedado las rodadas sobre las calles de Pompeya.
Es el miedo al dolor y no el dolor quien suele hacernos pánicos y crueles,
quien socava las almas
como socavan la ribera las orillas del río,
y yo he sentido su calambre desde hace mucho tiempo,
y yo he sentido, desde hace mucho tiempo, que el curso de sus aguas nos arrastra,
nos mueve las raíces sin dejarnos crecer,
y nos empuja, y nos sigue empujando hasta juntarnos
en esta habitación que es ya un rescoldo mío,
en esta habitación en donde las baldosas se levantan un poco
y ya no vuelven a encajar en su sitio
como la tierra removida ya no cabe en su hoyo:
tal vez a nuestro cuerpo le ocurra igual…

La carta entera
Vivimos arrojados en el mundo y nuestra piel
Se encuentra ardiendo;
Pon en orden tus llagas y disponte a escribir;
Ésta es tu rebeldía,
No tienes otra cosa que llevarte a la boca;
Desde hace muchos años nadie puede vivir y nadie vive,
Pero la vida continúa,
La noria sigue andando con el caballo muerto.
Esto es lo que nos pasa,
Hablar sinceramente es una forma de castración pero
Tienes que hablar,
Tienes que hablar sinceramente hasta la extenuación y
Has de hacerlo con humildad,
En rigor basta ser minucioso para ser objetivo
96

Y yo pretendo hacer un libro minucioso y absurdo sobre


El hombre actual,
Y su creciente desamparo.
He empezado a escribirlo sin darle ningún orden porque
La desesperación lo ordenará,
Pero no te preocupes,
Un minuto es tan grande como un ciego,
Y ya sabes que un ciego llena la calle por completo en el
Momento de cruzarla,
Llorar en cambio es muy pequeño: siempre queda corto.
Por lo tanto no es preciso elegir,
No tengo que elegir la desesperación, ni las palabras, ni los
Temas del libro pues quien elige empieza a cuidarse,
No es preciso elegir:
Basta atender.
Hay que prestarle al mundo una atención distribuida,
Esa atención que une a los hombres en la dialéctica de la
Objetividad,
Y me hace ahora mirar con vuestros ojos y amar con vuestras manos,
Pues lo vivo es lo junto,
Y en cada uno de nosotros hay tantos hombres diferentes
Que siempre que te espejas en el mar ves un rostro distinto
En cada ola.

Nadie sabe hasta dónde puede llevarle la


obediencia
Me gusta recordar que he nacido en Granada:
Libreros, una calle tan pequeña que iba a dar clase
por la noche;
la cerraba, a la izquierda, una pared arzobispal,
una pared muy digna y casi sin ventanas;
generalmente la cubría una pizca de cielo desconchado.
Sí, señor, así fue, no necesita
que le diga mi nombre,
no es preciso,
no lo va a recordar. [...]
97

No cabe vivir más,


sólo quiero decirle que esa vestiduría,
me causó un sufrimiento tan intenso que recorrió mi
cuerpo hasta llegar a hoy,
no sé cómo,
no sé
pero con él vino hasta mí la despreguntación,
y viví en un dolor la vida entera:
al ponerme la enagura tuve la sensación de entrar por
vez primera en la oficina,
al ponerme las medias sentí un dolor de parto,
al ponerme las bragas se me cayó una mano en el
infierno,
y vi la mano arder,
y yo seguía vistiéndome sin manos,
Sí, señor, así fue,
aún me dura la humillación, el uniforme era tan largo en mi cuerpo de niño como si
me vistiera con la guerra civil,
y cuando todo estaba terminado me puse en la
cabeza un sombrero de niña y aquel sombrero era la muerte de mis padres.

Siempre mañana y nunca mañanamos


Al día siguiente,
-hoy-
al llegar a mi casa -Altamirano, 34- era de noche,
y ¿quién te cuida?, dime; no llovía;
el cielo estaba limpio;
-«Buenas noches, don Luis» -dice el sereno,
y al mirar hacia arriba,
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,
las ventanas,
-sí, todas las ventanas-,
Gracias, Señor, la casa está encendida.
98

Es el miedo al dolor
Es el miedo al dolor y no el dolor quien suele hacernos pánicos y crueles,
quien socava las almas
como socavan la ribera las orillas del río,
y yo he sentido su calambre desde hace mucho
tiempo,
y yo he sentido, desde hace mucho tiempo, que el curso de sus aguas nos arrastra,
nos mueve las raíces sin dejarnos crecer,
y nos empuja, y nos sigue empujando hasta
juntarnos
en esta habitación que es ya un rescoldo mío,
en esta habitación en donde las baldosas se levantan un poco
y ya no vuelven a encajar en su sitio
como la tierra removida ya no cabe en su hoyo:
tal vez a nuestro cuerpo le ocurra igual...

Misericordia
(Fragmento)

Tú sabes que yo nunca he negado el presente,


y el presente eras Tú cuando yo te buscaba
por los rincones de mis ojos heridos,
por la corriente viva de las aguas empapadas de cielo,
y en la nieve;
a Ti, Señor, Amor sin determinaciones,
Presencia sin instante,
a Ti, Señor, en la nieve absoluta.
Nunca en el mar,
porque el mar nos lleva lejos de Ti,
nos aísla, nos hace dioses sobre la arena de la playa,
por su oculto brillar de premura en acopio,
por el ruego sin labios de todos los sentidos;
¡nunca en el mar!
99

Una nueva estrella


Como un cendal la estrella fugitiva
se levantó en la luz de la mirada
con la extensión del agua sosegada
y el verde silencioso de la oliva.

En la dulce pupila pensativa


nació la luz y se encontró agraciada,
como crece el silencio en la nevada
y descansa en el mar la nieve viva.

Nació de aquel mirar nuestra alegría


-el humano mirar en cuyo vuelo
el silencio de Dios buscaba al hombre-

y una estrella brilló, la que aún nos guía,


la estrella de Belén que está en el cielo
como se forma en nuestra boca un nombre.

Sobre el oficio de escribir


Estoy en mi despacho
y al mirar la ventana el cristal disciplina mis ojos;
un cristal es igual que un amor,
cuando miras tras él todo se hace misterio.
Detrás de la ventana está la sierra,
es el marco del cuadro,
y en su jurisdicción
las distancias establecen sus límites, pero el límite está en ti mismo,
pues lo interior y lo exterior son solamente aspectos de una misma frontera.
Aunque este pensamiento no es muy original quisiera registrarlo:
el paisaje lo han hecho las distancias.
Al través del cristal contemplo La Peñota
100

–sus pinos pusilánimes y salteados,


su desamparo vegetal–
y aquí,
junto a la linde de la casa,
las hojas de los robles son pestañas en torno a un ojo que no ves,
su vaivén me distrae y hace imposible el pueblo
con sus tejados gateando durante todo el día para quedarse en paz cuando
[llega la noche.
Hay una ordenación en la cual las distancias más que alejar, sitúan,
pero en fin lo que importa es llegar,
llegar a no sé dónde,
pero las hojas son tan frágiles que no se sabe cómo llegaron hasta el árbol;
viven en su alumnado y el viento que las mueve las alegra,
me recuerdan mi infancia,
aquellos ojos claros que tenían alumbrado de gas y me miraban arropándome.
El tiempo es como un foso;
detrás del tiempo están;
me gustaría saber en dónde alumbran.
Sobre el pretil de la ventana hay siempre un muerto bueno;
salta a la comba con el aire,
pero tú no te puedes morir,
amiga mía,
no te puedes morir porque ya estamos siendo un mismo luto,
y estoy en mi despacho aprendiendo a escribir,
es lo de siempre,
para que no se desvanezca todo necesito escribirlo,
y aprender a vivir en la nueva frontera.
Escribir es la cita que todos los veranos tengo conmigo mismo,
pero a esta cita siempre se llega anticipado,
las palabras que escribo se desunen,
no es posible hilvanarlas y cada vez se alejan más,
pero tengo que hacerlo,
tengo que estarlo haciendo hasta que su separación se convierta en distancia.
Tal vez para escribir hay que empezar por el principio,
y el principio es cambiar nuestra actitud vital,
cambiarla totalmente,
ya lo sabes,
hay que enterrarse un poco para llegar a las raíces.
Esto es contravivir,
y a causa de ello para pensar en algo estoy fumando;
necesito un prodigio,
101

y quizás el prodigio no es más que un empujón,


un empujón de sordo en la pared del mundo,
una palabra imprecisable,
y en su realización tienes que distinguir entre lo ambiguo y lo impreciso,
no pueden confundirse,
la ambigüedad, ya lo sabéis, es el pulso corporal del poema,
la imprecisión es el infierno conocido.
Hay una forma de distancia que es preciso encontrar para escribir,
y ahora,
mientras viene o no viene mi propio nacimiento,
me entretengo en mirar este desorden,
este desasimiento que ha poblado la mesa
de cosas serviciales que generalmente son las mismas:
el mucolítico llamado Mucorama y el coñac vasodilatador,
los lápices,
los libros,
las carpetas donde se juntan mis palabras para hacer penitencia,
y allí, en la confluencia de las luces,
la cabeza de Luis Cristóbal,
mirándome hasta luego.
Siempre empiezo a escribir sin saber cómo empieza un poema;
pienso mientras escribo,
devanándome,
para cambiar de vida sobre el papel en blanco
igual que el renacuajo un día de suerte se convierte en rana.
Esta es la evolución,
amiga mía,
pero tú no te puedes morir,
no me gusta pensarlo
porque lo necesario es tan real como la vida misma,
se convierte en poder
para decirte ahora palabra por palabra:
mientras estemos juntos viviremos.
Has venido a mi lado
«y apoyada en mi hombro eres mi ala derecha».
Cuando sienten tu roce las palabras que escribo,
las palabras martirizadas por la separación, buscan un orden nuevo,
una vida interior que las reúna
y el milagro sucede
porque la mesa de nogal se despeja de pronto habilitándose,
y entonces una mano baila sobre la mesa,
102

una mano cortada,


una mano cortada que se acerca hasta mí para decirme algo,
y me empieza a empujar con su mutilación,
me empuja sin tocarme,
me aprieta contra el sueño para hacérmelo ver más claramente,
para hacérmelo ver despedazado;
y poco a poco empiezo a obedecerla,
y me pongo a escribir,
y me pongo a escribir a borbotones,
con ininterrumpida facilidad,
para marcar la linde que separa la vida en dos mitades,
y saber dónde empieza el corazón.
Cada vez que se escribe un poema tienes que hacerte un corazón distinto,
un corazón total,
continuo,
descendiente,
quizás un poco extraño,
tan extraño que solamente sirve para nacer de nuevo.
El dolor que se inventa nos inventa,
y ahora empieza a dolerme lo que escribo,
ahora me está doliendo;
no se puede escribir con la mano cortada,
con la mano de ayer,
no se puede escribir igual que un muerto que volviera a sangrar durante varias
[horas.
Tengo que hacerlo de otro modo,
con la distancia justa,
buscando una expresión cada vez más veraz,
aprendiendo a escribir con el muñón,
despacio, muy despacio,
despacísimo,
sin saber por qué escribes para legar a quien las quiera,
no sé dónde,
estas palabras ateridas,
estas palabras dichas en una calle inútil que tal vez tiene aún alumbrado de
[gas.
Si nadie las escucha,
paciencia y barajar, éste es tu oficio.
103

Canción del resucitado

Dios te conserve las alas


si tienes puestos los ojos
en la memoria del agua,

que también pasa el olvido,


como los álamos pasan
en la corriente del río;

sólo resucitarás
si el agua donde te miras
nunca deja de pasar.

Amanecer en la altura de Balsain


Comienza a clarear, entre la umbría
el agua se despierta y reverbera,
antes que el sol apunte en la ladera
la nieve empieza a ser la luz del día.

Canción de la sencillez
Lo sencillo es misterioso,
y nadie sabe hasta ahora
dónde pasan el invierno
las mariposas.
104

Hay una eternidad que es instantánea


Al sentir esa interna primavera
que deja el corazón parpadeante,
cabe toda la luz en un instante,
y estás viviendo en él la vida entera.

Cuando a tu boca ya le dio su hechura


un beso es una herencia permanente,
y la herencia se cobre de repente,
y el amor es eterno mientras dura.

Testamento
Las noches de Cercedilla
las llevo en mi soledad,
y son ya la última linde
que yo quisiera mirar.

Quisiera morir un día


mirando este cielo, y dar
mi cuerpo a esta tierra que
me ha dado la libertad;

Quisiera morir un día


y ser tierra que pisar,
tierra en la tierra que sueño
105

De cómo el tiempo hizo nacer la sonrisa


sobre la carne
Tristemente naturales.
J. Guillén

El corazón ha reunido
los ángeles de la carne,
los ángeles que perdieron
la memoria al contemplarse.

Vienen lentos, con las alas


dormidas y un bosque grave
me van formando en el pecho
de ángeles tristes, unánimes.

Los ángeles son de rosa


viva, las rosas de carne,
y anda el sueño confundiendo
los árboles con los ángeles.

El corazón, con su vuelo,


se ha convertido en paisaje
de ciego que busca luz,
y luz que el viento deshace.

Ya estamos juntos, sin vernos,


como una fuente y un ave,
juntos, pero no vividos:
tristemente naturales.

Se ven los ojos, no miran;


no están mirando, no saben
que aún queda el tiempo, ¡bendito
tiempo que gastas la carne

que trasciendes su locura


y en sonrisa la deshaces
106

como las nubes acaban


disolviéndose en el aire!

La vuelta del amor


Sentí que se desgajaba
tu corazón lentamente
como la rama que al peso
de la nevada se vence;
sentí en tu mano un desfile
de golondrinas que vuelven,
y vi llenando tus ojos
aquella locura alegre
de los pájaros que cumplen
su fiesta sobre la nieve.

La raíz
No lo puedes decir, pero lo vives
como vive la tierra el cuerpo de los muertos,
y los va transformando en trigo o en madera que devuelvan el calor que tuvieron,
y tu silencio te ilumina,
y te embellece mortalmente
igual que la sequía dora las hojas de los árboles en primavera aún,
y nadie sabe de qué raíz brota tu vida
en tanto que caminas como un río que se viste a diario el mismo cielo,
o se desnuda de las aguas durmientes y oficiales donde vas tramitándote,
mientras callas una palabra sola,
una sola palabra que persiste en tu cuerpo,
arremolinándolo todo interiormente como el viento en un pajar cerrado;
mientras callas una palabra sola
que no puedes decir,
que no puedes abrir como una puerta porque te quedarías deshabitada,
desamparadamente dicha y varonil,
porque te quedarías escrita para siempre igual que un nombre en una lápida.
107

Larga es la ausencia
Tu soledad, Abril, todo lo llena,
colma de luz la espuma y la corriente,
aurora niña con su sol reciente,
toro en golpe de mar como mi pena.

La soledad del corazón resuena


desierto ya como un reloj viviente,
como un reloj que late porque siente
la marcha de tu pie sobre la arena.

Y así vas caminando sangre adentro,


sangre hacia arriba, sangre hacia el primer encuentro,
sangre hacia ayer en la memoria mía;

¡ay, corazón, donde me pisas tanto!,


¡qué soledad sin ti, cierva de llanto!
qué soledad de luz buscando el día.

El naufragio interior
A Juan Pedro Quiñonero

A veces se separan
los pasos que hemos dado y ves que todo
pierde su juventud:
la vida entera
cabe dentro de un odio.
Tratas de unir de nuevo
la sombra con el cuerpo y el reposo
con el cansancio de vivir:
no vives,
lo recuerdas tan sólo.
No hay respuesta posible a una pregunta,
¿tuve un nudo en los ojos
que me impidió mirar?
108

o bien un ciego
temblor, un transitorio
temblor de nácar, dentro
de la mirada roto,
igual que en el naufragio
se empieza a abrir el agua y ves que todo
está hundiéndose en ella,
y sólo quieres
no tocar nunca la verdad del fondo
para seguir cayendo,
como un grito
que abandonado sigue ardiendo solo.

Tú sí los llamarás
A Primitivo de la Quintana

Bienaventurados los que lloran,


porque ellos serán consolados.

Tienen nombre, Señor, son los que sufren,


los nombras semejantes,
las sombras que se quedan en los cuerpos
mientras va su vivir deletreándose
para ganar el pan. ¿Quién los sostiene?
Son los muertos que nacen
del invierno del mundo, son los muertos
que están viviendo y arden
con aceite de Dios; los sucedidos
mendigos, con la sangre
que sube por sus cuerpos como sube
la humedad en los muros de la cárcel.

Tienen nombre, Señor, son los que quieren


soñar de noche y los despierta el hambre,
los que te duelen tanto que no puedes
mirarlos sin quemarles.
Tú si los llamarás. Son los que sufren,
los semovientes náufragos que saben
109

que el agua irá gastando día tras día


su cuerpo y su dolor,
la nieve fácil
de los muertos que viven porque nunca
acaban de caer. ¡Vuelve a nombrarles!
nadie sabe su nombre entre nosotros,
son los muertos que nacen,
son los muertos que enferman de los vivos,
los muertos naturales.

Miré los muros de la patria mía

Miré los puros de la patria mía


Francisco de Quevedo

Miré los muros de la patria mía,


si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo, ví que el sol bebía


los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día

Entré en mi casa, ví que amancillada


de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada


y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
110

Fin
¿Cómo nace un recuerdo? ¿No era un junio?
El cielo abría su puerta
sobre el valle del Arga. Entre los montes
iba la luz con obediencia trémula.
Recuerdo que el silencio atardecía
toda la vida a su extensión sujeta:
los caminos sin gente, las murallas,
y el fresco olor que a los pinares lleva.
Oyendo unas campanas vi tus ojos,
pequeños y naciendo de la tierra
jugaban con un dejo campesino
en la mirada concentrada y lenta,
no suspicaz pero alertada y pronta,
no impositiva pero fija y cerca
de ser dura, tal vez, cuando nos mira
y nos puede ayudar con su dureza.
Los ojos sin pestañas, se diría
sin párpados también, sin brillo apenas,
con libertad no exenta de mesura,
con derramada y fácil negligencia.
¿Cómo nace un recuerdo? La luz última
arropaba tu cara entre la niebla,
descarnada, pequeña, fina y dulce,
cansado el gesto y sin cansar la fuerza.
El cabello castaño, cuando ríes
la risa te reclina la cabeza;
la piel áspera y pálida, la boca
desdibujada, exánime, risueña.
En testimonio de vivir tenías
hoyuelada la cara,
y había en ella
una gran paz convaleciente:
hoy
sigues dando esa paz que tú no encuentras.
Recuerdo que me hablabas descansando
todo el cuerpo en la voz, y tu voz era
la que llevaba al mundo de la mano,
amplia, segura, convencida, cierta.
111

Recuerdo... ya no sé. ¿Cuándo empezaste


a estar detrás de la memoria entera,
detrás y como un tren que caminara
sobre dos vidas en la misma rueda?

Dámaso Alonso, Gloria Fuertes, Luis Rosales y otros amigos.


112

Discurso al aceptar el Premio Cervantes

Pongo en sus manos lo que es suyo. Con estas


principiantes y primeras palabras, quiero expresar
mi agradecimiento. Lo dije muchas veces y lo
repito ahora: nadie merece un premio. En su
sentido más profundo, la creación siempre es
colectiva. Por consiguiente, quien puede
merecerlo es la generación a la que pertenezco.
Una generación en que los muertos pesan más
que los vivos. Debo reconocer que unos y otros,
los vivos y los muertos, me sostuvieron en los años difíciles, influyeron en mí
continuamente, y en cierto modo consiguieron hacerme como soy. Al jurado y a ellos
debo darles las gracias, y esto es un acto de reconocimiento, desde luego, pero también
una restitución: pongo en sus manos lo que es suyo.

Debo también agradecimiento al Estado español, que ha instituido y mantenido el


premio. Su creación fue un acierto, que ha servido a dos causas principales. La primera:
ayudar eficazmente a mantener la unidad de la lengua. Ya es causa suficiente, pues la
unidad de la lengua es la razón de las razones. Pero, además, ha establecido una meta
común entre los escritores hispanohablantes y un nivel nuevo de aspiración y de
esperanza. Considero que la creación de un nivel de esperanza tiene más interés que la
creación de un seguro social. Ya es hora de saberlo. Desatendidos por la sociedad, y
vistos con recelo por los gobiernos, los escritores españoles no pueden ser perseverantes
en la defensa de su vocación. Nadie se lo permite. El escritor es un náufrago en tierra
firme, y "escribir en España sigue siendo llorar".

La tarea de escribir no es la más apreciada entre nosotros. Sin embargo, esta labor
estabiliza la unidad de la lengua, la mantiene en estado naciente e influye en su proceso
de crecimiento. La lengua crece o degenera. Nunca se encuentra en el mismo punto y es
necesario defenderla. A quien tenga poder para hacerlo corresponde esta obligación. Es
necesario defenderla y es necesario hacerlo a tiempo. El lenguaje no es sólo un medio de
comunicación. La lengua es nuestra patria: hemos nacido a ella y hemos vivido en ella.
Mas la lengua es también la frontera de cada hombre. Delimita la vida personal y perfila
nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestros valores, nuestros saberes y nuestros
poderes. En la lengua que habla se ve el rostro de un pueblo. Guarda todos sus rasgos y
es igual que un espejo interno. Un espejo de adentro. Ahora bien, como la lengua no es
sólo un medio de expresión, sino un sistema de instalación vital, si no la hablamos
correctamente es porque no vivimos plenamente. Quien no habla bien su lengua no ha
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aprendido a vivir. Quien la habla mal, vive a traspiés. Hay que tenerla a punto y, sin
embargo, desde hace ya bastante tiempo se habla en España de una manera descuidada
y defectuosa. Es un error muy grave: quiere decir que no vivimos a la altura de nuestro
tiempo.

Al escritor le atañe también otra tarea que considero capital. Desde hace más de un
siglo, en todas las naciones más o menos civilizadas se va perdiendo y degradando el
espíritu de comunidad. Sólo subsiste en aquellos lugares que no tienen contacto, ni
contagio, con la vida moderna. No voy a entrar en la cuestión: es ardua. Aquí y ahora
baste decir que la labor social más importante del escritor es el cuidado y
mantenimiento del espíritu de comunidad. Desde las tres grandes orillas de la lengua
escribimos uniéndonos, a veces sin saberlo. Los escritores verdaderamente importantes
son anteriores a sí mismos, pero también son anteriores a su pueblo. Son ellos los
creadores del espíritu popular. Creo suficiente recordaros que en la poesía de Federico
García Lorca se reconstruyen nuestras raíces.

Mas no estamos nosotros a esa altura, ni todo son merecimientos en la labor del
escritor. Desde hace varios días pienso en este discurso. No es fácil escribir. Cuanto más
te interesa lo que estás escribiendo, se escribe más difícilmente. En rigor, nadie sabe
escribir pues al hacerlo es, justamente, cuando nos damos cuenta de la indigencia de las
palabras. Entonces, y sólo entonces, advertimos que la escritura no es fiel al
pensamiento, pues al quitarle su fluidez expresa únicamente sus muy diversas
instantaneidades. En rigor, cuando escribes, sólo puedes fijar sobre el papel el
pensamiento mutilado. Ésta es la penitencia del escritor. Ésta es la penitencia que no se
acaba nunca. Para ordenar de nuevo el mundo y recrearlo hay que ordenar de nuevo esa
pared de las palabras, esa pared que cada día te estrecha y te limita más. El milagro de la
creación poética estriba, pues, en las limitaciones del lenguaje, tanto para expresar el
pensamiento como para expresar la realidad. Crear es ensanchar y engrandecer el
mundo conocido, mas la creación tiene su cruz: al fin y al cabo, para crear es preciso
escribir, y escribir es encerrarse en una cárcel. Ésta es la servidumbre y la grandeza del
escritor, y ésta es la ley de origen de la creación poética.

Ahora bien, escribir es mi oficio y es necesario hacerlo, es necesario encarcelarse y


enterrarse en palabras. Ahora estoy escribiendo este discurso. Para escribirlo, antes que
nada, hay que elegir un tema. En nuestro caso no hay cuestión: el tema viene propuesto
por el nombre del premio. Una vez hecha la elección ya estamos en camino y quisiera
decir que esta elección me satisface. He dedicado gran parte de mi vida al estudio de la
obra de Cervantes y pienso que hablar de él, en este día, no es solamente una obligación,
sino una forma de agradecimiento. La lectura de Cervantes me ha dado muchas alegrías.
Sin embargo, ¡cuidado! Una cosa es leer y otra es caer, pues la lectura del Quijote se nos
adentra tanto que a veces es igual que una caída. Una caída de difícil y lenta
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recuperación, pues te puedes pasar la vida entera sin levantarte de ella. Para salvar esta
dificultad conviene recordar que don Antonio Machado recomendaba a los poetas:

Da doble luz a tu verso,


para leído de frente
y al sesgo.

Esto precisamente es lo que ocurre con Cervantes. Hemos reído innumerables veces con
las aventuras y desventuras de don Quijote, pero después hemos sentido una comezón
muy parecida al remordimiento. Quien no la sienta, peor; le falta algo importante para
vivir. Así pues, mucho cuidado con la lectura del Quijote. No es tan sencilla como parece
y hay que hacerla con doble luz: la luz del comprender y la luz del compadecer. Cuando
la sociedad es injusta con don Quijote, y lo es continuamente, es indudable que no
podemos comprender al caballero sin compadecerlo, y es indudable, también, que no
podemos compadecerlo sin sentirnos culpables. Todos somos injustos. Todos hemos
alzado la mano, alguna vez, contra don Quijote.

Estoy hablando de Cervantes y sé, muy bien sabido, que es tema peligroso y zarandeado.
Sin embargo, no tengáis miedo. No voy a referirme al manco de Lepanto ni volveré a
decir, por millonésima vez, que nuestra lengua es la lengua de Cervantes. A pesar del
millón de citas, esta opinión es un dislate porque la lengua cambia constantemente, y
además, porque cada cual habla como puede, y a veces aún peor. También existen otros
riesgos que es necesario sortear. Por ejemplo, no creo gustosa la erudición histórica, y
así no haré apostillas al Renacimiento. Hay que dejar en paz ciertas palabras. Como dice
Azorín: "Entre caballeros, no es necesario hablar del Renacimiento". Finalmente,
tampoco voy a referirme al temple heroico de su carácter en tantas ocasiones
demostrado, sí a su heroísmo como escritor. Por experiencia propia lo sabéis: para ser
escritor, en muchas ocasiones, hace falta heroísmo. Cervantes representa, mejor que
nadie, ese raro heroísmo del que depende la cultura: el heroísmo de la libertad.

Tengo que limitarme a hablar de un solo aspecto de su obra. No es el más destacado, es


el más útil, y por eso lo elijo. Cervantes ha sido siempre considerado como el mejor
ejemplo literario. Sin embargo, para nosotros es algo más: para nosotros es un modelo.
Conviene distinguir entre ambos términos: el ejemplo se admira y el modelo se imita.
No es igual una cosa que otra. Creo preciso imitar a Cervantes por diversas razones, y las
voy a enunciar, sencillamente, sin adentrarme en ellas. Desde hace más de doscientos
años, Cervantes siempre ha sido un escritor contemporáneo. Nunca ha perdido esa
virtud. Nunca ha perdido el contacto interior con los lectores. Nos habla desde dentro de
nosotros, y por esta razón ha sido, al mismo tiempo, compañero y contemporáneo. Su
lectura es imprescindible porque aún tiene una actualidad sucesiva, misteriosa y
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profética. Y algo más todavía; sigue teniendo una actualidad liberadora. Nos interesa
destacar este aspecto. Hoy vivimos la crisis más profunda que hemos vivido nunca. Pues
bien, siempre que la vida española se encuentra en crisis, vuelve la vista hacia Cervantes
para encontrar en su novela el código de salvación.

Esto me hace pensar que Cervantes no sólo tiene razón y tiene gloria: tiene poder sobre
nosotros. Es nuestro tribunal de última instancia. Su lectura nos alegra y nos hace vivir a
manos llenas, pero ante todo y, sobre todo, nos hace el aire respirable. ¿No habéis
pensado nunca que cualquier hombre que lee el Quijote recobra la esperanza, y, por así
decirlo, se confirma en sus manos sabiendo que puede realizar cuanto desea? Nada
importa entender el Quijote: lo que importa es leerlo. Lo que importa es vivirlo. El
Quijote es un libro tan insólitamente libre que en él no hay nada irrealizable. Es un libro
que nos hace vivir. Basta leerlo para crecer. Basta leerlo para crecer. En cada una de sus
páginas nos repite lo mismo. Si tienes puesto en hora el corazón, puedes cambiar el
mundo. Puedes hacerlo justo. Puedes hacerlo libre. Es cuestión de intentarlo y hay que
atreverse a ello. La libertad de Cervantes nos ayuda, nos desata las manos. Hay que estar
cerca de él. Mientras lees el Quijote eres hombre de manera distinta. Mientras sigas
viviendo lo leído, serás un hombre libre. Su lectura tiene una acción liberadora, y esta
liberación es la primera de las razones que han hecho de Cervantes nuestro
contemporáneo.

Se diría que, en efecto, mientras lees el Quijote vives de otra manera. Ahora bien, ¿y
después? Pueden estar tranquilos. La pregunta no es válida porque en Cervantes no
hay después. Como escritor está continuamente recién naciendo, y en cada nueva
situación histórica cobra una nueva actualidad. Tengo que confesar que a mí todos los
años me enseña algo. Incluso me hace ver de manera distinta lo que me había enseñado
anteriormente. Así pues, sigamos preguntándonos en qué consiste esta singularísima
cualidad de que Cervantes siga siendo contemporáneo nuestro, y que el Quijote sea
siempre la novela más reciente que se escribe en España. Conseguir este resultado nos
parece un milagro, y un acierto técnico. La novela de Cervantes es tan reciente que al
leerla parece que está viva, parece que se está haciendo todavía en las manos de los
lectores. No nos da la impresión de que está terminada. Quien más, quien menos, todos
queremos interpretarla para hacerla de nuevo a nuestro gusto. Parece una novela en
libertad. La novela viviente. La novela viviendo. La novela en que nada acontece de
manera definitiva.

Por ejemplo, los personajes suelen cambiar de nombre y esto no tiene perdón de Dios.
¡Adónde vamos a llegar! Fijémonos en un personaje principalísimo, la mujer de Sancho.
En la novela de Cervantes se llama Mari-Teresa-Juana-Cascajo-Gutiérrez-Panza. El
lector puede elegir entre estos nombres y elegir a su gusto. En cambio, en el Quijote de
Avellaneda se llama, a todas horas, Mari Gutiérrez. Allí es tan formalista que tiene un
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solo nombre. No me extraña. No me puede extrañar. Los autores pedestres no se toman


libertades con la novela. Cervantes sí, Cervantes sí se toma toda clase de libertades. Se le
alegran las manos escribiendo. Se divierte con todo. Ningún autor se ha divertido tanto
escribiendo un libro. Tiene tal alegría que escribe siempre de tirón, sin levantar la mano
del papel. Luego vuelve sobre sus pasos. Corrige y vuelve a corregir, pero nunca se ajusta
a ley alguna. Los detalles le parecen una friura y sólo atiende al pulso narrativo. Novelar
es contar, pero cambia lo escrito cuando quiere. Hace figuraciones y desfiguraciones
porque no tiene leyes preceptivas. No tiene leyes que lo limiten, y a fuerza de
imaginación, a fuerza de pasarse de la raya, pudo inventar y volver a inventar la novela
moderna. Esto es lo cervantino: la imaginación. Y con arreglo a lo que sabemos, inventar
divirtiéndose con todo. Se divierte bromeando con la técnica de la novela, bromeando
con sus personajes, bromeando con sus lectores y bromeando consigo mismo. Por ello
en su novela no hay nada puntual, nada definitivo, nada que pueda sostenerse
críticamente. En el Quijote todo está en suspensión, todo es complementario, todo se
opone sin contradecirse, todo está hecho y por hacer. Hasta los incidentes que
constituyen la trama de la novela campan por sus respetos y están en libertad. Desde
luego pueden cambiar, pero cambian con arreglo a una ley: son variaciones sobre el
mismo tema como una fuga de Juan Sebastián Bach. Pongamos otro ejemplo en cierto
modo por broma y en cierto modo por venganza, Altisidora y la duquesa meten de noche
varios gatos en la habitación del caballero. Los gatos están furiosos porque llevan
cencerro al cuello y van atados por las colas. Como el diablo todo lo añasca, un gato
ataca a don Quijote y le causa tales heridas que le hacen guardar cama cinco días. ¡Ni
que el tal gato fuera un tigre! Está claro que Cervantes bromea, pero además,
anticipándose a lo que puedan pensar los lectores, vuelve a escribir, después, que guardó
cama seis días. No quieres caldo, tres tazas. En la obra de Cervantes, hasta los números
pierden su acostumbrada seriedad. Los cinco días de marras se convierten en seis por
vía de encantamiento y aquí no ha pasado nada. Las cosas que se afirman en el Quijote
no se confirman nunca. No necesitan confirmación. Por no necesitarla, dijimos que el
Quijote parece una novela en libertad. De manera evidente nos causa esta impresión. Ni
las palabras, ni los juicios, ni los hechos narrados en ella tienen carácter definitivo. Todo
queda en el aire porque Cervantes no constriñe a nadie. Diríase que Cervantes no utiliza
sus poderes de autor, y la novela se queda siempre en un vaivén figurativo y
desfigurativo, en un vaivén genial e inocentísimo, entre lo que se dice y lo que es. Va
haciéndose novela a su manera. Por eso está tan viva que nos parece inacabada.
También en esto se anticipó Cervantes a su tiempo. El argumento del Quijote exige en
todo instante la participación de sus lectores. En rigor, su argumento lo fijamos nosotros
y lo fijamos a nuestro antojo. Por consiguiente, la participación de los lectores en la
creación de la novela es una de sus características más modernas, y otra razón,
inmejorable, para seguir considerando a Miguel de Cervantes contemporáneo nuestro.
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En homenaje a Octavio Paz voy a hacer mías sus hermosas palabras del año pasado: "El
Quijote es una obra animada por la ironía, que subraya con una sonrisa la grieta entre lo
real y lo ideal. Con Cervantes comienza la crítica de los absolutos, y comienza con una
sonrisa, no de placer sino de sabiduría. Cervantes sonríe. Aprender a ser libre es
aprender a sonreír".

Y ahora, para terminar este discurso, debo expresar mi último agradecimiento. De igual
modo que dije al principio que el escritor representa al espíritu de la comunidad, la
Corona es la reencarnación de la comunidad. En esto estriba su sentido. Las
instituciones nacionales la representan, la Corona la encarna. Con ello entiendo que en
la Corona está encarnado todo lo que nos une, todo lo que nos sigue uniendo a los
españoles, un poco más adentro, y más allá, de la diversidad de las ideas políticas. Pues
bien, este momento en que Su Majestad Juan Carlos I me concede la investidura del
Premio Cervantes es el más importante de mi vida. La justicia.

El llamado Grupo de Burgos. De izquierda a derecha, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Rodrigo Uría,
Diniosio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester y Antonio Tovar. Madrid, 1973.
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Luis Rosales / biografía

Luis Rosales nace en Granada el 31 de mayo de 1910. Cursará


estudios en los Escolapios y, posteriormente, se matriculará
en Filosofía y Letras y en Derecho en la Universidad de
Granada.

Aquí empezará a mostrar su vocación poética y entablará


amistad con García Lorca, Joaquín Amigo y Álvarez
Cienfuegos, todos ellos componentes de la revista "El Gallo".

En 1930 llega a Madrid para cursar estudios de Filosofía y Letras, que había
abandonado en Granada.

Dos años después publica sus primeros versos en la revista "Los cuatro vientos" y en
1935 aparece su primer libro de poemas; "Abril", inspirado en la relación amorosa que
mantuvo con una compañera de facultad.

En 1936, al poco de estallar la Guerra Civil, es detenido en su casa, donde se encontraba


escondido, Federico García Lorca. Sus gestiones y las de sus hermanos no consiguen
impedir el fusilamiento de su amigo, además les suponen la expulsión breve del partido
falangista y una fuerte multa.

En 1940 publicará, junto a Felipe Vivanco, el primer volumen de su célebre antología


"Poesía heroica del Imperio", acorde con la ideología de la época. Además, iniciará
su labor investigadora de los manuscritos de la Biblioteca Nacional, de la que surgirán
importantes trabajos, sobretodo, sobre el Siglo de Oro español. Es,
también, secretario de la revista "Escorial", de la que era director Dionisio Ridruejo.

En 1949 recibe el Premio Nacional de Poesía por "La casa encendida". Dos años después
se le otorga el Premio Nacional de Literatura por "Rimas".

En 1964 ingresa en la Real Academia de la Lengua. Desde ella luchará por launidad de la
lengua española y destacará su defensa de los clásicos. Toda esta labor se verá reflejada
en su antología sobre la "Poesía española del Siglo de Oro", que publica el año 1970.
119

En 1982 es galardonado con el Premio Cervantes de Literatura. Ese mismo año se le


concede la distinción Prometeo de plata. Un año después, se le rendirá homenaje en la II
Feria de la Poesía de Madrid.

Muere, en Madrid, el 24 de octubre de 1992.

Obras:

Abril (1935)
- La mejor reina de España (1939) en colaboración con Luis Vivanco.
- Retablo sacro del nacimiento del Señor (1940)
- La casa encendida (1949)
- Rimas (1951)
- Cervantes y la libertad (1960)
- El contenido del corazón (1969)
- Piensa mal y acertarás (1971)
- Segundo Abril (1972)
- Canciones (1973)
- Como el corte hace sangre (1974)
- Diario de un resurrección (1979)
- La carta entera. Compuesta por:
- La almadraba (1980)
- Un rostro en cada ola (1982)
- Oigo el silencio universal (1984)
- Esa angustia llamada Andalucía (1987)
- El desnudo en el arte y otros ensayos (1987)
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Muestrario de Poesía

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 32. Nunca de ti, ciudad y otros poemas / Czeslaw Milosz
2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 33. El barco en llamas y otros poemas / Jaroslav Seifert
3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín 34. Uno escribe en el viento y otros poemas / Gonzalo
Pasos Rojas
4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo 35. El animal que llora y otros poemas / Antonio
Carranza Gamoneda
5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses 36. Los andamios del mundo y otros poemas / Ledo Ivo
Burgos 37. Dominican Style y otros poemas / Alexis Gómez Rosa
6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 38. Poesía francesa actual / Muestra de 40 autores
7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington 39. Número equivocado y otros poemas / Wislawa
Delgado. Szymborska
8. Haikus / Matsuo Basho 40. Desde la república de la conciencia y otros poemas /
9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud Seamus Heaney
Darwish 41. La tierra giró para acercarnos y otros poemas /
10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas Eugenio Montejo
11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 42. Secreto de familia y otros poemas / Blanca Varela
12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos 43. Tal vez no era pensar y otros poemas / Idea Vilariño
Drummond de Andrade 44. Bajo la alta luz inmerso y otros poemas / Mariano
13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Brull
Enzersberger 45. Las ocupaciones nocturnas / Jorge Enrique Adoum
14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 46. La gruta de las palabras y otros poemas / Vladimir
15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes Holan
contemporáneos 47. La vida nada más, la sola vida y otros poemas /
16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego Gastón Baquero
17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom 48. El futuro empezó ayer / Luis Cardoza y Aragón
Raworth 49. Los errores necesarios y otros poemas / Joaquín
18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú Giannuzzi
19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James 50. Jardín de Piedra / Fernando Ruiz Granados
Rawlings 51. Hablar desde la inseguridad / Rafael Cadenas
20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 52. El hombre acorralado y otros poemas / Luis Alfredo
21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza Torres
22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 53. Territorios Extraños /José Acosta
23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos 54. Cuadernos de Voronezh / Osip Mandelstam
Martínez Rivas 55. La traición de los sueños / Francisco de Asís
24. Antología esencial / Joseph Brodsky Fernández
25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla 56. Quemaremos los días por venir / Radhamés Reyes-
26. Réquiem y otros poemas / Ana Ajmátova Vásquez
27. La novia mecánica y otros poemas / Jerome 57. Sobre toda palabra / Rafael Guillén
Rothenberg 58. Días de Carne / César Sánchez Beras
28. La lengua de las cosas y otros poemas / José Emilio 59. Bajo la noche enemiga y otros poemas / Ulises
Pacheco Varsovia
29. La tierra baldía y otros poemas / T.S. Eliot 60. La imperfección es la cima / Yves Bonnefoy
30. El adivinador de hojas y otros poemas / Odysseas 61. Voluntad de la luz / Luis Armenta Malpica
Elytis 62. Ciudad en llamas y otros poemas / Oscar Hahn
31. Las ventajas de aprender y otros poemas / Kenneth 63. Iniciación final / José Alejandro Peña
Rexroth 64. Gente desarraigada y otros poemas / Cesare Pavese
65. La luz interrumpida y otros poemas / Luis Rosales
121

Colección

Muestrario de
Poesía
2010

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