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El vocablo resiliencia tiene su origen en el idioma latín, en el término resilio que significa volver
atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar.
Según Rutter, fue adaptado a las ciencias sociales para caracterizar aquellas personas que, a
pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanos y
exitosos. Se ha dicho que todo comenzó con la observación de algunos niños criados en familias
con padres alcohólicos, quienes pese a esto, se recuperaban y lograban una calidad de vida
aceptable.
La resiliencia puede ser innata o adquirida. Aunque algunas personas parecieran traer desde su
nacimiento cierta capacidad de tolerancia a las frustraciones, dificultades o enfermedades, también
es posible aprenderlas, a partir de la incorporación en el repertorio personal de nuevas manera de
pensar y hacer.
La resiliencia puede verse como una capacidad que ampliada, podría incluir cualidades como
esperanza, tolerancia, resistencia, tolerancia, adaptabilidad, recuperación o superación de
contingencias, autoestima, solución de problemas, toma de decisiones, y ecuanimidad ante
presiones considerables.
Esta nueva categoría, se ha visto asociada a una novel corriente de la psicología, la Psicología
Positiva, liderada por figuras como: Martín Seligman y Mihaly Csikszentmihalyi. Ya antes, los
humanistas Maslow, y Rogers, así como los teóricos de la PNL, Bander y Grinder, entre otros,
habían planteado enfocarse en el lado positivo de la personalidad, y no en el lado oscuro,
enfermizo o turbio de las personas. Victor Frankl, creador de la Logoterapia, señalaba la necesidad
de encontrar formas de pensar y actuar centrados en un propósito de vida positivo y significativo.
Lo esencial aquí, es comprender, que más allá del análisis del concepto de resiliencia o de su
origen, disponemos de una potente capacidad de superación de adversidades y que es potestad
de cada persona descubrirla o adquirirla, y usarla en los momentos álgidos y desequilibrantes.
Podemos evitar ciertas circunstancias, pero no podemos evitarlas todas.
Es importante advertir que más que lo que nos sucede, lo importante es la manera como lo
tomamos, pues la experiencia y la vivencia no son lo mismo.
Jugando con las palabras, diremos que la experiencia es el evento y la vivencia la interpretación..
Podría decirse lo esencial es la manera como opera intraspíquicamente el balance entre confianza
y reto, entre vulnerabilidad y protección, entre debilidad y resistencia. De forma tal que la persona
que despliega los "factores con los que cuenta, para hacer frente
al estrés, viviría mucho más y mejor que quienes no los posean o activen.
Según Werner, los factores protectores del estrés, operan de tres maneras:
Por lo general, los mecanismos de resiliencia se manifiestan frente al estrés de tres maneras:
Inmunidad, compensación y desafío.
Inmunidad:
Todos los organismos tienen distinto nivel de asimilación. Así, un relámpago puede resultar
excitante o aterrador, dependiendo de quien lo vea, y su presencia no producirá el mismo efecto en
todos. Unos lo tolerarán de mejor manera que otros.
Compensación:
Desafío:
La situación tensa es abordada, afrontada o atacada como un reto, siempre que no sea
desproporcionado a os recursos de la persona, y se asume más como una situación competitiva
que como destructiva.
Visto lo anterior, la pregunta obligada es: ¿Cómo desarrollar la capacidad de resiliencia? Vemos
las sugerencias que presento aquí como material de trabajo personal.
2- Seguir la vocación. Orientar la energía hacia el talento y el bienestar. Es decir, invertir energía y
tiempo suficientes en aquello que nos gratifica y sobre lo que tenemos habilidad o dominio.
3- Ser asertivos. Ejercitar una comunicación clara, honesta y oportuna, que nos permita prevenir y
resolver malos entendidos, y evitar "coleccionar" y "tragarnos" lo que nos incomoda y convertirlos
luego en resentimientos.
4- Ser optimistas. Ver el lado positivo del mundo, de la vida y de nosotros mismos. Esto es, buscar
y esperar que suceda lo mejor.
5- Reencuadrar los resultados. Aprender a ver los eventos indeseados como aprendizajes
necesarios y no como fracasos autoatribuídos.
7- Ser precavidos. Actuar preventiva o proactivamente, pensando antes de que las crisis
aparezcan.
8- Ser creativos. Trabajar en el ejercicio de la creatividad, a fin de adquirir la capacidad de buscar
soluciones y salidas de manera diversa y flexible.
9- Definir metas significativas. Planificar metas y objetivos razonables que o rebasen la capacidad
de realización del sujeto.
11- Reducir expectativas. Aprender a esperar menos de los demás y tener sobre uno mismo
expectativas razonables basadas en hechos, nos evita frustraciones.
12- Centrarse en el proceso. Aprender a vivir cada momento de cada día de la mejor manera
posible, y no centrarse únicamente en el resultado final.
13- Hacer ejercicio. La práctica de ejercicio diario, libera las llamadas "hormonas del estrés" como:
el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina, y potencia la producción de hormonas positivas para el
organismo.
15- Orar. La oración abre una brecha espiritual que colinda con la fe. Ha sido elemento clave en la
aceptación de tragedias y la superación de enfermedades como lo han señalado y probado
Norman Cousins, Bernie Siegel, Deepak Chopra y Hebert Benson, entre otros.
He aquí una reflexión con indicaciones concretas que le ayudará a mejorar la calidad de su vida, a
través del desarrollo de la capacidad de la resiliencia. Gracias por leerme.
Más información:
· http://www.psicologia-positiva.com/resiliencia.html
· http://www.monografias.com/trabajos5/laresi/laresi.shtml#factores
· http://www.webmedicaargentina.com.ar/TEMAS/resiliencia.htm
- La resiliencia habla de una combinación de factores que permiten a un niño, a un ser humano,
afrontar y superar los problemas y adversidades de la vida (Suárez, 1995).
- Concepto genérico que se refiere a una amplia gama de factores de riesgo y los resultados de
competencia. Puede ser producto de una conjunción entre los factores ambientales, como el
temperamento y un tipo de habilidad cognitiva que tienen los niños cuando son muy pequeños
(Osborn, 1993).
- Milgran y Palti (1993) definen a los niños resilientes como aquellos que se enfrentan bien [cope
well] a pesar de los estresores ambientales a los que se ven sometidos en los años más formativos
de su vida.
Durante la década del 70 ganó popularidad el concepto de niño “invulnerable”, con el que se aludía
a algunos niños que parecían constitucionalmente tan fuertes, que no cedían frente a las presiones
del estrés y la adversidad. No obstante, este concepto resultaba confuso y, según lo afirma Rutter
(1985), equivocado por al menos tres razones: la resistencia al estrés es relativa, no absoluta, en
tanto no es estable en el tiempo y varía de acuerdo a la etapa del desarrollo de los niños y de la
calidad del estímulo. Las raíces de la resistencia provienen tanto del ambiente como de lo
constitucional, el grado de resistencia no es estable, sino que varía a lo largo del tiempo y de
acuerdo a las circunstancias. Por estos motivos, en la actualidad se utiliza preferentemente el
concepto de resiliencia.
Si bien, en las primeras publicaciones alusivas a la resiliencia, se tendió a utilizar éste concepto
como equivalente al de invulnerabilidad, más tardíamente se han establecido claras distinciones
entre ambos, quedando el concepto invulnerabilidad más bien en el campo de la psicopatología.
Imprescindible resulta también, en este plano, conocer el significado del vocablo vulnerabilidad, en
tanto ésta es una característica básica para la gestación de los comportamientos resilientes; este
concepto será discutido más adelante.
El concepto de competencia
De acuerdo a Luthar (1993), es frecuente que los estudios sobre resiliencia se focalicen en la
capacidad de competencia social, bajo el supuesto de que ésta refleja buenas habilidades de
enfrentamiento subyacentes. Sin embargo, estudios recientes muestran personas que, si bien se
comportan en forma competente en situaciones de alto riesgo, pueden a la vez ser vulnerables
frente a problemas físicos o mentales (Werner y Smith, 1982, 1992, en Luthar, 1993). Ejemplo de
ello, son los estudios de Radke-Yarrow y Sherman (1990 ) que dan cuenta de un grupo de niños y
niñas que junto con presentar alta vulnerabilidad al estrés, mostraban un enfrentamiento positivo.
De acuerdo a Sameroff y Seifer (1990), los modelos conceptuales que están a la base de la
competencia intentan, a diferencia de aquellos basados en la enfermedad, explicar la naturaleza y
las causas de los desarrollos exitosos [successful developmental outcomes]. Estos autores señalan
que, los modelos conceptuales utilizados tienden a ser de naturaleza conductual [behavioral], a la
vez que, enfatizan escasamente en los procesos biológicos subyacentes. El enfoque que señalan
estos autores, está cobrando cada vez mayor interés, particularmente en las investigaciones que
estudian los procesos que están a la base del desarrollo; por ejemplo, en las áreas en las que se
trabaja en torno a la capacidad de resolución de problemas (Masten et al., 1978 en Sameroff y
Seifer, 1990).
El aspecto recién mencionado resulta de especial interés, en tanto muestra que los estudios que se
basan en el modelo de la competencia están bien articulados, dado que analizan cuáles son las
características que identifican las influencias recíprocas que ocurren entre los sistemas sociales e
individuales, que son las que promueven un desarrollo adecuado en los niños y niñas.
Una forma diferente de aproximación para buscar una explicación a la competencia, consiste en
intentar encontrar factores específicos que darían cuenta del desarrollo exitoso de personas en las
cuales se predecían resultados deficientes, como consecuencia de estar sometidos a situaciones
de alto riesgo. Autores como Garmezy (1990), han utilizado el enfoque recién descrito, y
basándose en él han estudiado los temas de resistencia al estrés, invulnerabilidad y resiliencia.
El concepto de robustez, que según Levav (1995) podría ser considerado afín al de resiliencia, ha
sido definido como una característica de la personalidad que en algunas personas actúa como
reforzadora de la resistencia al estrés. La robustez ha sido definida como una combinación de
rasgos personales que tienen carácter adaptativo, y que incluyen el sentido del compromiso, del
desafío y la oportunidad, y que se manifestarían en ocasiones difíciles. Incluye además la
sensación que tienen algunas personas de ser capaz de ejercer control sobre las propias
circunstancias. Kobasa (1979; en Roth, 1989), describe evidencias respecto de personas que han
mostrado escasos síntomas de enfermedad, pese a haber estado sometidas a situaciones
provocadoras de estrés. Señala que éstas muestran mayor cantidad de comportamientos
comprometidos, mayor capacidad de control interno y de desafío, al ser comparados con sus pares
que se estresan con frecuencia y que se enferman, como consecuencia de ello, más
repetidamente.
Otros autores, en este mismo ámbito, señalan que las mediciones que se han llevado a cabo para
evaluar la capacidad de robustez de las personas, se han centrado en estudiar la ausencia de
síntomas de desadaptación psicológica, más que en analizar características de personalidad
positivas (Houston, 1987). Este último autor señala que, la robustez puede no tener un impacto
directo sobre la salud, sino que éste puede ser más bien indirecto afectando primeramente las
prácticas de vida, siendo éstas últimas las que afectarían a su vez la salud en sentido positivo.
En esta misma dirección, Kobasa et al.(1982, en Roth et al., 1989) señalan que, la capacidad de
robustez de las personas tiene una influencia importante en la interpretación subjetiva que éstas
dan a los acontecimientos de su vida.
Finalmente, Contrada (1989) sostiene que las diferencias individuales que se observan en la
capacidad de reacción a estímulos o situaciones estresantes son significativas, y que éstas son
una demostración de las influencias que ejercen los factores constitucionales tanto como los
ambientales y la interacción entre estos factores.
Pilares de la resiliencia: a partir de esta constatación se trató de buscar los factores que
resultan protectores para los seres humanos, más allá de los efectos negativos de la adversidad,
tratando de estimularlos una vez que fueran detectados. Así se describieron los siguientes:
Autoestima consistente. Es la base de los demás pilares y es el fruto del cuidado afectivo
consecuente del niño o adolescente por un adulto significativo, “suficientemente” bueno y capaz de
dar una respuesta sensible.
Introspección. Es el arte de preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta.
Depende de la solidez de la autoestima que se desarrolla a partir del reconocimiento del otro. De allí
la posibilidad de cooptación de los jóvenes por grupos de adictos o delincuentes, con el fin de
obtener ese reconocimiento.
Independencia. Se definió como el saber fijar límites entre uno mismo y el medio con
problemas; la capacidad de mantener distancia emocional y física sin caer en el aislamiento.
Depende del principio de realidad que permite juzgar una situación con prescindencia de los deseos
del sujeto. Los casos de abusos ponen en juego esta capacidad.
Capacidad de relacionarse. Es decir, la habilidad para establecer lazos e intimidad con
otras personas, para balancear la propia necesidad de afecto con la actitud de brindarse a otros.
Una autoestima baja o exageradamente alta producen aislamiento: si es baja por autoexclusión
vergonzante y si es demasiado alta puede generar rechazo por la soberbia que se supone.
Iniciativa. El gusto de exigirse y ponerse a prueba en tareas progresivamente más
exigentes.
Humor. Encontrar lo cómico en la propia tragedia. Permite ahorrarse sentimientos negativos
aunque sea transitoriamente y soportar situaciones adversas.
Creatividad. La capacidad de crear orden, belleza y finalidad a partir del caos y el desorden.
Fruto de la capacidad de reflexión, se desarrolla a partir del juego en la infancia.
Moralidad. Entendida ésta como la consecuencia para extender el deseo personal de
bienestar a todos los semejantes y la capacidad de comprometerse con valores. Es la base del buen
trato hacia los otros.
Capacidad de pensamiento crítico. Es un pilar de segundo grado, fruto de las
combinación de todos los otros y que permite analizar críticamente las causas y responsabilidades
de la adversidad que se sufre, cuando es la sociedad en su conjunto la adversidad que se enfrenta.
Y se propone modos de enfrentarlas y cambiarlas. A esto se llega a partir de criticar el concepto de
adaptación positiva o falta de desajustes que en la literatura anglosajona se piensa como un rasgo
de resiliencia del sujeto (Melillo, 2002).
Las fuentes interactivas de la resiliencia: de acuerdo con Edith Grotberg (1997), para
hacer frente a las adversidades, superarlas y salir de ellas fortalecido o incluso transformado, los
niños toman factores de resiliencia de cuatro fuentes que se visualizan en las expresiones verbales
de los sujetos (niños, adolescentes o adultos) con características resilientes:
“Yo tengo” en mi entorno social.
“Yo soy” y “yo estoy”, hablan de las fortalezas intrapsíquicas y condiciones personales.
“Yo puedo”, concierne a las habilidades en las relaciones con los otros
Resiliencia y salud mental: es muy ilustrativo comparar los conceptos básicos de salud mental
(tal como se expresan en la Ley de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires) y los de
resiliencia, que presentan en común sugestivas definiciones:
Estas coincidencias nos llevan a pensar que lo que se entiende como promoción de la resiliencia
en el marco de una comunidad, al producir capacidad de resistir las adversidades y agresiones de
un medio social sobre el equilibrio psicofísico de los componentes de una comunidad, niños,
adolescentes y adultos, produce salud mental (Melillo, Soriano, Méndez y Pinto, 2004).
Resiliencias relacionales: familiar y grupal: Froma Walsh (1998) “[...] propone una concepción
sistémica de la resiliencia, enmarcada en un contexto ecológico y evolutivo, y presenta el concepto
de resiliencia familiar atendiendo a los procesos interactivos que fortalecen con el transcurso del
tiempo tanto al individuo como a la familia [...] La resiliencia relacional puede seguir muchos
caminos, variando a fin de amoldarse a las diversas formas, recursos y limitaciones de las familias
[y los grupos] y a los desafíos psicosociales que se les plantean”. En este sentido se pueden
señalar: reconocer los problemas y limitaciones que hay que enfrentar; comunicar abierta y
claramente acerca de ellos; registrar los recursos personales y colectivos existentes y organizar y
reorganizar las estrategias y metodologías tantas veces como sea necesario, revisando y
evaluando los logros y las pérdidas.
Para esto es necesario que, en las relaciones entre los componentes del grupo familiar, se
produzcan las siguientes prácticas: actitudes demostrativas de apoyos emocionales (relaciones de
confirmación y confianza en la competencia de los protagonistas); conversaciones en las que se
compartan lógicas (por ejemplo, acuerdos sobre premios y castigos) y conversaciones donde se
construyan significados compartidos acerca de la vida, o de acontecimientos perjudiciales, con
coherencia narrativa y con un sentido dignificador para sus protagonistas.
En síntesis, los elementos básicos de la resiliencia familiar serían: cohesión, que no descarte la
flexibilidad; comunicación franca entre los miembros de la familia; reafirmación de un sistema de
creencias comunes, y resolución de problemas a partir de las anteriores premisas.
1. Brindar afecto y apoyo proporcionando respaldo y aliento incondicionales, como base y sostén
del éxito académico. Siempre debe haber un “adulto significativo” en la escuela dispuesto a
“dar la mano” que necesitan los alumnos para su desarrollo educativo y su contención
afectiva.
2. Establecer y transmitir expectativas elevadas y realistas para que actúen como motivadores
eficaces, adoptando la filosofía de que “todos los alumnos pueden tener éxito”.
4. Enriquecer los vínculos pro-sociales con un sentido de comunidad educativa. Buscar una
conexión familia-escuela positiva.
Bibliografía
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Werner, en WALSH, F.: “El concepto de resiliencia familiar: crisis y desafío”, en Sistemas
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— : “Psicoanálisis, vulnerabilidad somática y resiliencia”, en Internet, página en Resiliencia, 2002.
Antecedentes y definición
Antes de abordar de lleno el tema de la resiliencia, tenemos que conocer algunos antecedentes de
esta. Por ejemplo, en la Biblia Job se sobrepone a la pérdida de todos sus bienes materiales, por
ejemplo; la joven Ana Frank logra continuar su desarrollo como adolescente durante la guerra nazi
hasta que la asesinan (Ángeles y Morales 1995).
A mediados del siglo pasado, las ciencias humanas comenzaron a utilizar el término para referirse
a las pautas que permiten a las personas sobreponerse a las situaciones adversas y sacar
provecho de ellas (Sánchez, 2003).
Los hallazgos de Rutter en 1990 han descubierto el desarrollo y funcionamiento del cerebro a partir
de las bases biológicas del fenómeno de la resiliencia, así como su contribución con los procesos
de desarrollo psicofisiológico. Debe tenerse por entendido que la resiliencia no es algo que se
adquiera o no se adquiera, sino que conlleva conductas que cualquier persona puede desarrollar y
aprender.
La introducción al concepto de resiliencia en las ciencias sociales nos ha abierto nuevos caminos
para poder afrontar los problemas más comunes como los que nos proporcionan el aprendizaje y el
desarrollo infantil.
Existen diversas definiciones del termino resiliencia, que dependen de cada autor y su enfoque
teórico. La resiliencia sería una capacidad global de la persona para mantener un funcionamiento
efectivo frente a las adversidades del entorno o para recuperarlo en otras condiciones (Aracena,
Castillo y Román).
Por otra parte la resiliencia describiría una buena adaptación en las tareas del desarrollo social de
una persona como resultado de la interacción del sujeto con su medio ambiente. Para Domínguez,
(2005), la resiliencia es el proceso de adaptarse bien ante situaciones adversas o aun ante fuentes
significativas como el estrés .
Significa rebotar de las experiencias difíciles. Hay que tomar en cuenta que la resiliencia no es algo
que se adopte o no sino que cada individuo va desarrollándola de acuerdo a sus necesidades. El
concepto de la resiliencia o facultad de recuperación implica dos factores: a) la resiliencia frente a
la destrucción, es decir, la capacidad de proteger la vida propia y la integridad ante las presiones
deformantes, y b) la capacidad para construir conductas vitales positivas pese a las circunstancias
difíciles (González, 2005).
Desarrollo de la resiliencia
En lugar de preguntarse por las causas de la patología física o espiritual que esas catástrofes
generan, el nuevo punto de vista supone indagar de qué condiciones está dotada esa minoría; por
qué y de qué manera logra escapar a los males propios de los llamados “grupos de riesgo”.
Los individuos “resilientes” destacan por poseer un alto nivel de competencia en distintas áreas, ya
sea intelectual, emocional, buenos estilos de enfrentamiento, motivación al logro autosugestionado,
autoestima elevada, sentimientos de esperanza, autonomía e independencia, entre otras. Y esto ha
podido ser así incluso cuando el área afectada es tan básica para la vida, como la nutrición. Para
esclarecer el fenómeno de la resiliencia, los estudiosos han apuntado a las características del
ambiente en que se han desarrollado los sujetos resilientes: han tenido corta edad al ocurrir algún
evento traumático; han provenido de familias conducidas por padres competentes, integrados en
redes sociales de apoyo, que les han brindado relaciones cálidas.
Respecto al funcionamiento psicológico que protege del estrés a las personas resilientes,
señalaremos:
Lo que hace que un individuo desarrolle la capacidad de ser resiliente es la formación de personas
socialmente competentes que tengan la capacidad de tener una identidad propia y útil, que sepan
tomar decisiones, establecer metas y esto involucra lugares sociales que implican a la familia a los
amigos y las instituciones de gobierno de cada país ( Ramírez, 1995).
Entre los mecanismos protectores por excelencia se encuentra la relación de un adulo significativo,
que reafirme la confianza en sí mismo del individuo, que lo motive , y sobre todo le demuestre su
cariño y aceptación incondicional (Sánchez, 2003).
Condiciones de desarrollo
Muchos estudios demuestran que un factor primario en la resiliencia es tener relaciones que
ofrezcan cuidados y apoyo dentro y fuera de la familia. Las relaciones que crean apoyo y
confianza, proveen modelaje y ofrecen estímulo y reafirmación, además contribuyen a afirmar la
resiliencia en una persona (Domínguez, 2005).
Si nos detenemos a observar la realidad en que viven nuestros jóvenes actualmente podemos ver
cómo ciertas condiciones influyen negativamente en su desarrollo: carencia de redes de apoyo
social para enfrentar las dificultades, incorporación prematura al empleo, desempeño de trabajos
marginales o contractualmente precarios, falta de protección de su salud y derechos laborales,
desocupación prolongada, fracaso y abandono escolar, adicción a las drogas y al alcohol etc. Todo
esto se traduce en una baja autoestima, ausencia de un proyecto de futuro y dificultad para darle
sentido al presente (López , 1996).
Fonagy y colaboradores, señalaron que las personas resilientes presentaron en su infancia los
siguientes atributos:
La presencia de relaciones afectuosas es vital para fortalecer la resiliencia a través del ejemplo
común, como lo dicen las voces “hechos y no palabras”. Las oportunidades de participación son
significativas para poder sentirse importante y querido.
La resiliencia es una característica que se puede aprender como producto de una interacción
positiva entre el componente personal y ambiental de un individuo (Sánchez, 2003). El vinculo
afectivo que se establece en los primeros años de vida es vital para el desarrollo de un individuo
capaz y seguro en una entidad.
Maltrato físico y factores de resiliencia
La definición de maltrato que se usa se refiere a conductas que tengan un potencial de daño para
un individuo (Aracena, Castillo y Román). El término maltrato infantil abarca una amplia gama de
acciones que causan daño físico, emocional o mental en niños de cualquier edad. Sin embargo, el
tipo de maltrato infligido varía con la edad del niño.
Tal vez el tipo más común de malos tratos es el abandono, es decir, el daño físico o emocional a
causa de deficiencias en la alimentación, el vestido, el alojamiento, la asistencia médica o la
educación por parte de los padres o tutores. Una forma común de abandono entre los niños es la
subalimentación, que conlleva un desarrollo deficiente e incluso a veces la muerte.
Los eventos traumáticos o adversos sean psicológicos o físicos (nutrición pobre, permanentes
niveles elevados de estrés y violencia) elevan los niveles de cortisol y a su vez este afecta al
metabolismo del sistema inmune y al cerebro.
Es de especial importancia que lo descrito no ocurre en los niños que reciben un cuidado especial,
afectuoso y enriquecedor en el primer año de vida. Si un niño es abandonado o descuidado a muy
temprana edad las funciones cerebrales se ven dañadas severamente, como la capacidad de
aprendizaje y la resolución de problemas.
Hay algunos factores asociados para que se desarrolle la resiliencia por medio de los cuales nos
podemos apoyar y ser menos susceptibles a los daños ocasionados por el medio en que vivimos.
La combinación de estos factores nos lleva a tener éxito (Domínguez, 2005).
Debemos de tener la capacidad para hacer planes realistas y llevarlos a cabo, tener una visión
positiva de uno mismo y confiar en nuestras fortalezas y habilidades, destreza y comunicación para
la solución de problemas, la capacidad de manejar sentimientos e impulsos intensos.
Estrategias de la resiliencia
Las personas no reaccionan de la misma forma a los mismos eventos de vida traumáticos y
estresantes. Un enfoque para construir resiliencia que le funciona a una persona puede no
funcionarle a otra. Las personas utilizan una gran variedad de estrategias. Algunas variaciones
pueden reflejar diferencias culturales. La cultura de una persona puede tener un impacto en la
forma en la cual comunica sus sentimientos y trabaja con la adversidad .
Por ejemplo, el impacto del Huracán Katrina y Rita fue tan enorme que afectó a personas de
diferentes culturas. Las buenas noticias sobre la resiliencia son que puede construirse a través de
diversos enfoques que tienen sentido en diversas culturas.
Hacer conexiones. Es importante hacer conexiones y construir buenas relaciones con la familia y
amistades cercanas y otras personas relevantes. Algunas personas encuentran que, a pesar de
que han sufrido pérdidas, ayudar a otras personas les hace sentir bien consigo mismas.
Evitar ver las crisis como problemas insuperables. Puede cambiar la forma en que cada
individuo interpreta el “huracán”. Tratar de ver más allá de la crisis actual y cómo las circunstancias
futuras pueden ser un poco mejores. Moverse hacia las metas hace que las estrategias desarrollen
la capacidad de ser exitoso y ser un individuo resiliente que se integra en una comunidad.
Reconocer la propia fortaleza y recursos para tratar con situaciones difíciles puede ayudar a
desarrollar la confianza en sí mismo. Prestar atención a las propias necesidades y sentimientos.
Una adecuada estimulación en los primeros años de vida tendrá un gran beneficio para el futuro
puesto que el apoyo familiar y la integración hacen que una persona desarrolle confianza en si
misma y esto en un futuro se verá reflejado en los proyectos y el éxito o fracaso que se obtenga de
éstos (Sánchez, 2003).
Intervenir en la resiliencia en niños
La resiliencia es más que resistir a los embates, al temor a los riesgos, es tomar cada circunstancia
adversa como un desafío que pone a prueba todas las potencialidades de un individuo.
1. La capacidad de juego. No tomarse las cosas tan a pecho que el temor impida hallar las
salidas. Y en este caso el sentido del humor, el mirar las cosas como desde el revés de un
largavista permite tomar distancia de los conflictos. La creatividad, la multiplicación de los intereses
personales, los juegos de la imaginación relegan esas causas de alarma a su justo lugar,
revitalizarla para no deprimirse.
3. El auto sostén. Se puede resumir como un mensaje que la persona elabora para sí misma. “ Yo
se que esto me va a pasar”, se dice ante un mal trance. O sea: “ Me quiero, confío en mí, me
puedo sostener en la vida”.
Los intentos por descubrir el sustento biológico de los comportamientos resilientes no sólo se
interesan por sus alcances teóricos; se interesan también por sus implicancias prácticas.
Ciertamente, la determinación de los elementos, condiciones y relaciones que participan en la
configuración del desarrollo infantil abre nuevos espacios a la intervención.
La evidencia presentada ha mostrado un panorama más bien optimista al respecto, al dar cuenta
de que ningún elemento adverso es, por sí mismo, fuente de deterioro o daño inevitable para el
individuo y que, en general, la adversidad puede ser, si es que no contrarrestada, atenuada por
medio del establecimiento de relaciones cuidadosas y cálidas entre los padres o cuidadores
primarios y el sujeto. Las perspectivas que tal modo de acción ofrece son no sólo más altas, sino
también de mayor alcance.
Puede parecer evidente, pero las condiciones nutricionales deficitarias o los ambientes familiares
desfavorables dificultan que el niño pueda aprender cabalmente las enseñanzas escolares, ya que
sus capacidades intelectuales no escapan a los detrimentales efectos de la adversidad. En este
sentido, no puede dudarse que las posibilidades de logro educativo de un niño se amplían
exponencialmente si es que éste cuenta con todas sus potencialidades intactas y puede abordar la
tarea escolar sin tener que sortear obstáculos adicionales (Kotliarenco, Y Pardo ).
Hoy día es necesario considerar como primaria la necesidad de fortalecer a los niños interiormente
para que puedan resistir a un mundo tan difícil como son las globalizaciones , informarlos,
formarlos favorecer cada etapa de crecimiento si apurarlos a vivir conociéndose a si mismos
(Ramírez , 1995).
El apego va desde la cuna hasta la tumba, pero los tres primeros años son muy formadores de la
personalidad y los más estructurantes en términos de resiliencia. Pero hay relaciones de apego
posteriores que también son resilientes. Las investigaciones señalan que a mayor inteligencia,
mayor capacidad de resiliencia, pero estamos apostando por que se pueden desarrollar
comportamientos resilientes en todas las personas (Sánchez , 2003).