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Sangrientas huelgas patagónicas

Peones anarquistas reclaman mejores condiciones de trabajo en Santa Cruz, en 1921.


Estancieros y dueños de frigoríficos piden mano dura 

Felipe Pigna. Historiador

En 1921 estalló en la provincia de Santa Cruz una prolongada huelga de trabajadores


rurales enrolados en la Federación Obrera de Río Gallegos afiliada a la FORA, la central anarquista.
Los precios de la lana y de la carne de cordero habían crecido notablemente durante el
desarrollo de la Primera Guerra Mundial generando una notable prosperidad en los escasos
propietarios de los millones de hectáreas y ovejas patagónicas. Esa prosperidad no se
transmitió a los trabajadores que siguieron cobrando salarios miserables y viviendo en
condiciones infrahumanas. Pero con el fin de la Guerra, bajó la demanda y con ella el precio de las
exportaciones primarias patagónicas. Entonces sí, los estancieros y dueños de frigoríficos quisieron
asociarse con sus trabajadores, claro que para compartir su déficit rebajando
unilateralmente sus salarios. 

La Federación presentó un petitorio a los estancieros con reclamos básicos que no incluían
aumentos salariales. Pedían que cesaran las reducciones salariales y se humanizaran las
condiciones de vida y trabajo en las estancias. El documento fue rechazado de plano por los
patrones y una asamblea decretó la huelga general. Los trabajadores comenzaron a ser despedidos
compulsivamente y se fueron formando campamentos de desplazados que decidieron tomar
algunas estancias y expropiar caballos y alimentos a cambio de vales emitidos por la Federación. 

El gobierno de Yrigoyen, presionado por las patronales y la embajada británica, envió al teniente
coronel Héctor Benigno Varela. El militar elaboró un informe en el que concluía que los
responsables de la situación eran los estancieros por los niveles de explotación a los que
tenían sometidos a sus peones y redactó un proyecto de acuerdo para solucionar el conflicto. El
acta contemplaba las demandas obreras y los obligaba a deponer las armas, devolver los
bienes tomados en las estancias y entregar a los rehenes. Fue firmada con sabor a victoria por
parte de la Federación y a regañadientes por la patronal.

Cumplida su misión Varela y su regimiento, el 10 de caballería, se disponen a partir. Antes de


embarcarse, a un estanciero le asaltó la duda sobre el mantenimiento de la paz social y le dijo a
Varela: "Usted se va y esto comienza de nuevo" y Varela le contestó: "Si se levantan de nuevo
volveré y fusilaré por decenas" (1). 

Tenía razón el estanciero, sólo que los que no cumplieron con lo acordado no fueron los
obreros sino los estancieros. La Federación decidió volver a la lucha. Para fines de
octubre, todo el territorio de la provincia estaba en huelga. 
El gobierno decidió enviar nuevamente al teniente coronel Varela, quien al llegar a Río Gallegos se
negó a recibir a los delegados de la Federación y lanzó un bando decretando la pena de
muerte y una feroz represión contra los huelguistas.

Varela comenzó a dar cumplimiento a su bando y una a una fueron recuperadas las estancias. El
grueso de los huelguistas, que se había reunido en la estancia La Anita, fue rodeado por las tropas
de Varela, quien los intimó a la rendición incondicional. Antonio Soto, secretario de la Federación, y
otros dirigentes les advirtieron a sus compañeros que no se rindieran porque serían
masacrados. La asamblea decidió por amplia mayoría entregarse. Soto por primera vez
desobedeció la decisión de la mayoría y decidió partir a Chile con un grupo de compañeros. Los
trabajadores de La Anita que se entregaron, unos 400, fueron despojados de sus pocos bienes
materiales por los "defensores de la propiedad privada". Luego debieron pasar por estrechos
corrales donde fueron golpeados, rapados con las máquinas de esquila por la soldadesca y
encerrados en los galpones de las estancia. Allí, sentados espalda contra espalda, cada uno debía
sostener una vela encendida para su mejor vigilancia. A la mañana siguiente fueron obligados a
formar en dos largas columnas. Varela en persona acompañado de los estancieros y miembros de
la Liga Patriótica (2) identificaban a los delegados de estancia. A los delegados identificados, a los
sospechosos, a los no simpáticos o no del todo complacientes, a los que les debían más de tres
meses de sueldo,todos ellos cayeron bajo las balas del Regimiento 10 de Caballería
comandado por Varela, quien previamente les hizo cavar a cada uno su propia tumba.
En total fueron salvajemente fusilados en todo el territorio de Santa Cruz unos 1.500 trabajadores. 

Terminada la faena, Varela regresó a Buenos Aires y algunos esperaban una sanción, un pedido de
informes. Nada de eso ocurrió. El represor fue designado director de la Escuela de Caballería de
Campo de Mayo, cargo que ejerció hasta el 27 de enero de 1923, cuando fue asesinado en la
puerta de su casa en la calle Fitz Roy 2461 de Palermo, por el anarquista alemán Kurt Gustav
Wilckens. Le arrojó una bomba y disparó los mismos cuatro tiros que ordenaba Varela con
sus dedos para ahorrar palabras.

Wilckens no ofreció resistencia y pudo ser detenido y trasladado a la cárcel de Caseros. En la noche
del 15 de junio de 1923, ingresó al presidio un miembro de la Liga Patriótica disfrazado de guardia
cárcel empuñando un mauser. Se encaminó directamente a la celda de Wilckens y le disparó un
certero tiro en el pecho. El joven se llamaba Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley y había
participado activamente en la masacre patagónica.

A Millán Temperley se le aplicó la justicia VIP. Su familia logró que lo declararan insano y lo
trasladaran al Hospicio de las Mercedes a una habitación con un "loco manso" a su servicio, el
yugoslavo Esteban Lucich. 

La venganza iba a venir del Sur. En el penal de Ushuaia, la cárcel más terrible del sistema
penitenciario argentino, estaba detenido el mítico Simón Radowitzky -autor del atentado que le
costó la vida al jefe de policía Ramón Falcón- y varios anarquistas, entre ellos el ruso Boris
Vladomirovich, que comenzó a mostrar síntomas de locura y logró que los médicos de Ushuaia lo
derivaran al Hospicio de las Mercedes. Allí trabó amistad con Lucich a quien sedujo con sus
conocimientos sobre Yugoslavia y pudo contarle lo ocurrido en la Patagonia, el odio de la Liga
Patriótica a todos los extranjeros y le hizo conocer el "currículum" del asesino de Wilckens. 

El 9 de noviembre de 1925, Pérez Millán leía una carta de su jefe en la Liga Patriótica y amigo
personal, Manuel Carlés, mientras esperaba que Lucich le trajera el desayuno. Al rato entró el
yugoslavo con el servicio. Cuando Millán tomó la bandeja, su sirviente extrajo un revolver de
entre sus ropas y le dijo "esto te lo manda Wilckens" y le disparó certeramente en el pecho.
Pérez Millán murió al día siguiente. La policía pudo seguir el hilo de la trama y llegó a
Vladomirovich, quien fue torturado salvajemente. Sus torturadores querían saber quiénes más
participaron del operativo. El anarquista ruso murió poco después, víctima de las lesiones
recibidas en las interminables sesiones de tortura. Sería el último muerto de las huelgas
patagónicas. 

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