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IZQUIERDAS Y MOVIMIENTOS SOCIALES (*)

Foro Social Mundial,


Zócalo de México,
4 de mayo 2010.

1.- Hemos escuchado hoy al mediodía, en este espacio lleno de


personas, ciudadanos y luchadores sociales que han querido participar,
puntos de vista opuestos, discusiones, ataques, conflictividades,
invectivas, cuestionamientos personales, defensas y propuestas
parlamentarias, feministas, gremiales, educativas, electorales, sindicales, y
también, más ampliamente, sociales. El campo cubierto ha sido
principalmente el urbano. Algunos de los participantes han sido
aplaudidos, otros criticados, abucheados o desdeñados, pero ninguno los
ha dejado indiferentes. El auditorio se ha pronunciado masivamente con el
grito “¡Afuera Calderón!” y la lista de quienes intervinieron personalmente
ha sido extensa y para nada reiterativa. Ustedes han dibujado un espectro
extenso de intenciones y propuestas y también de deseos, un campo
amplio y a la vez abigarrado, en el sentido de heterogéneo y multicolor. Por
supuesto no me corresponde pronunciarme sobre las situaciones
mexicanas que ustedes viven ni tampoco aconsejarles o sugerirles acción o
actitud alguna. Los actores sociales y políticos populares o crecen desde sí
mismos o no crecen (o lo hacen falsamente).

Sin embargo, escuchándolos y viéndolos, resulta posible realizar


algunas observaciones básicas basadas en otras experiencias, también
latinoamericanas, observaciones que se podrían considerar conceptuales.
No se pueden valorar como referencias para actuar de inmediato. Pero sí
sirven para pensar en el triple sentido de sentir, reflexionar y levantar
referentes utópicos.

2.- Una primera consideración tiene que ver con la relación entre
movimiento social popular y partidos políticos. El movimiento social
popular se constituye mediante una articulación social que, desde sus
formas de organización autónomas, configura un frente de lucha socio-
político. Puede estar conformado por diversos sectores (mujeres,
campesinos, pueblos originarios, trabajadores del arte, sindicatos, jóvenes
y estudiantes, precaristas urbanos, etc., bajo las formas de las
movilizaciones y movimientos sociales). Su lucha puede ser parlamentaria,
o sea orientada a incidir en las instancias políticas dentro del marco de la
ley, o no parlamentaria, es decir orientarse a cuestionar el carácter del
poder o poderes sociales para transformarlos radical o liberadoramente.
Que no sea parlamentaria no implica que sea armada, pero puede serlo.
Aquí nos interesan básicamente la parlamentaria y la no parlamentaria no
armada.

En América Latina los vínculos entre movimiento social popular (y


movimientos sociales populares) y partidos políticos populares han sido
polémicos. Existen razones: desde el ángulo de los partidos, los
movimientos sociales parecen demasiado fluidos, excesivamente plurales y
cambiantes como para tener confianza en su independencia o autonomía o
incluso en su compromiso popular. Por ello la tendencia partidaria es a
penetrar en ellos y dirigirlos. Dicho de otro modo, los partidos, en
particular los que se quieren de clase, se sienten más cómodos con un
movimiento de masas que con una movilización o movimiento social
popular. Al movimiento de masas lo pueden utilizar para sus propios fines.
Esto resulta más difícil con los movimientos sociales.

Desde el ángulo de los movimientos sociales se suele ver a los partidos


como expresión de una corrupción política generalizada en la que ellos no
desean tomar parte: ‘Solo el pueblo (social) salva al pueblo’ podría ser la
consigna. Y este pueblo debe organizarse desde abajo. El rechazo a los
partidos, y en especial a sus liderazgos, puede tomar la forma de un
rechazo a participar en la política ‘tradicional’, limitándose a objetivos del
sector (femenino o agrario, por ejemplo), o a participar en política ‘como si
se fuera un partido’ pero no corrupto. Cuando los partidos intentan ganar
para sus propios intereses y ritmos (usualmente electorales) a los
movimientos sociales, éstos confirman la corrupción de los primeros y
acentúan su desconfianza hacia lo que consideran una manipulación. Por
su parte, los partidos determinan como ‘infantiles’ a los movimientos
sociales, ‘puristas’ y sin tradición ni experiencia política. Mas
agresivamente, pueden tildarlos de ‘diversionistas’, lo que quiere decir que
alejan a la lucha política de su ‘verdadero’ alcance.
Lo que estoy describiendo es distintas formas del sectarismo
latinoamericano, en este caso el que puede darse entre la llamada
‘izquierda social’ y la ‘izquierda política’. El sectarismo no solo afecta a la
izquierda. América Latina ha heredado una sensibilidad señorial y de
pensamiento único propios de la conquista y colonia ibéricas. El
pensamiento ‘único’ entre nosotros no es un invento del neoliberalismo
actual, sino que fue, en un momento constitutivo, el del clericalismo
católico. Durante la Colonia todo era católico, la propiedad, el conteo de la
semana y del año, hasta las vacas y paisajes eran católicos… y señoriales.
Una sensibilidad o ‘cultura’ católico-señorial es por definición sectaria (de
unos pocos contra otros) y clientelar. El catolicismo es un aparato clerical
clientelar: si te portas como yo digo y sin chistar, ganarás el Cielo. El
‘señor’, en cambio, dice, si no me obedeces, haré de tu existencia un
Infierno. Pero son dos expresividades sectarias de la misma moneda.
Complementarias.

3.- Además de esta herencia ‘sectaria’ sociohistórica, la sensibilidad de


izquierda en América Latina, tiene su fuente propia de sectarismo. Le
proviene en lo principal de la Revolución Rusa (1917). El proceso ruso sin
duda fue un suceso extraordinario, heroico y admirable, pero tuvo un
corolario que para los latinoamericanos resultó poco grato. En realidad,
fueron varios corolarios articulados. El éxito revolucionario bolchevique,
por razones que no se mencionarán aquí, exportó tanto un modelo
revolucionario como de la organización que tendría que dirigir la
revolución y, de paso, sacralizó al marxismo (cualesquiera cosas que esto
quiera decir) como una doctrina omnipotente y ‘verdadera’. Ahora, la
Revolución Rusa fue una experiencia revolucionaria, no ‘la’ verdad de la
Revolución social. Pero se exportó como “el modelo” revolucionario
verdadero de modo que para hacer la revolución había que imitarlo, no en
la actitud sino en las formas, acciones y adhesiones. Cuando se tiene
siempre toda la verdad, semejante al clericalismo católico, se comporta
uno inevitablemente en forma sectaria. Solo puede existir una verdad, que
es de clase, y quien discrepe de ella o la discuta, está no solo equivocado
sino que objetivamente le hace el juego al enemigo. El marxismo nos llegó
no como sentimiento, discernimiento y voluntad para la acción
revolucionaria, sino como doctrina con su Papa, su aparato clerical y sus
mandatos irrefutables. Y por supuesto, con herejes a quienes se debía
perseguir, descalificar y aplastar: trotskistas, maoístas, guevaristas,
marcusianos, feministas, indígenas, zapatistas… por citar a algunos.
Entonces no resulta para nada extraño que entre partidos de izquierda
y movimientos sociales populares, entre izquierda ‘política’ e izquierda
‘social’, en América Latina haya existido y exista una desconfianza mutua
que se alimenta en parte del sectarismo y en parte de la sensibilidad
señorial y sus desagregaciones y también de que sectores populares
significativos no quieran ser obreros ni socialistas, o al menos no desean
ser ‘socialistas’ o ‘comunistas’ como lo fue la Unión Soviética y lo ‘es’ hoy
China.

Por supuesto hay que superar este sectarismo y esto solo se puede
hacer mediante actitudes y testimonios. No es cuestión de declaraciones,
sino de actitudes que en un frente nos llevan a comprender nuestro
sectarismo (estudiar, discutir, aceptar a los otros que están en lucha o
podrían estarlo, producir nuestra identidad no para enconcharnos y
blindarnos en ella sino para ofrecerla a otros y crecer como sectores
populares y mexicanos) y, en otro, a superarlo en la práctica: evitar la
descalificación ad portas, comprender que los diversos sectores populares
tienen motivaciones y tiempos diversos, asumir que la realidad social es
compleja y no se determina por nuestra voluntad, entender que para los
sectores populares la articulación de muchos y diversos es el eje de la
fuerza necesaria para luchar con efectividad y, tal vez, vencer.

Vencer es un proceso, no un dato o suceso-meta. Alimentando el


sectarismo (obreros sindicalizados contra pueblos indígenas, por ejemplo,
o contra ecologistas) quizás se puedan conseguir victorias específicas, pero
no se harán revoluciones. Esto porque habrá que hacerlas contra la gente.
Y si las revoluciones se hacen contra la gente, contra las mayorías
populares, pues entonces no lo son. Es en mucho la historia de los
‘socialismos’ del siglo XX. Sin duda han sido procesos con logros y
dificultades (y desviaciones), pero en el largo plazo no resultaron
revolucionarios, no tuvieron la fuerza para crear un mundo alternativo,
otro tipo social de experiencia para producir humanidad. No se trata de
descalificar a bulto, porque tuvieron enemigos y muy poderosos, sino de
reconocer y estudiar. De asumir y deliberar. De sentir y estudiar la
compleja realidad mexicana para que el discernimiento y la utopía (desde
el marxismo, si lo quiere) reemplacen a la consigna estéril (aunque a veces
brillante), al estereotipo y a los meros activismos agotadores y frustrantes.
Que la pasión y el verbo y la organización sirvan para conmover, convocar
y articular (ligar) y no para enjuiciar, despreciar y condenar. Que el
discurso se haga testimonio, forma de existencia y de producción de vida
personal ofrecida a todos. Las izquierdas latinoamericanas de todo tipo
tienen una enorme deuda con sus pueblos en este sentido. Hemos sido
doctrinarios, dogmáticos, estériles. No aprendemos de los errores y no
hemos sabido capitalizar los aciertos. En las izquierdas, pese a las
derrotas y a tantos mártires, no hemos aprendido humildad, la humildad
que lleva a crecer y que, con la tenacidad, hace sabios a quienes luchan.

Además, suele reventarnos el hígado que los liderazgos recaigan en


otros y no en nosotros.

Una sola referencia: ¿cuánto demoraríamos en llevar a México al


desarrollo, si es que esto es posible y deseable? ¿Cuánto para que todos y
cada uno de los mexicanos tengan satisfechas sus necesidades básicas,
incluidas seguridad social y ciudadana? ¿Cuánto para que todos y cada
uno pueden optar por una existencia de calidad? No existe una buena
respuesta, una única cifra. Pero se trata de muchas décadas y será tanto
más complejo y lento cuanto mayor hostilidad despierte este proceso de
autodignificación mexicana. ¿Ustedes creen que a la lógica de acumulación
global, a sus dirigentes económicos y políticos, les parecería bien un
México donde cupieran con dignidad mexicana todos los mexicanos?
¿Ustedes creen que las corporaciones transnacionales dirían “qué
simpáticos estos mexicanos. Quieren autoconstruirse como seres humanos
dignos?”. Pues no. Moverían todas sus fuerzas, que son muy poderosas,
contra ustedes. Y aquí en México tienen su oligarquía y tecnócratas. Y los
medios masivos, etc. Y cuando los poderosos experimentan terror, son
temibles.

Entonces no se trata de ganar una elección, o varias, o de confiar en un


único eterno líder, sino de tener el apoyo de la gente y para un proceso
largo y difícil. Un proceso que contemple un cambio de cultura política de
modo que aunque las izquierdas o los sectores populares pierdan, sin
trampa, una elección, el nuevo camino, éste para el que ustedes se
organizan y hoy polemizan aquí, le parezca a la población y a la
ciudadanía (a la mayoría) el mejor camino. No el único camino, pero sí el
mejor camino. Y si uno anda de sectario, y si uno rechaza airado al otro
porque usa corbata o come pollo asado algunas veces, o porque no le entra
a las tesis de las luchas de mujeres, mientras el pueblo sufre hambre o la
inestabilidad laboral o la explotación salarial (que golpea más a las
obreras), entonces se torna complicado, por no decir no factible, contribuir
a producir una nueva cultura política. No se trata de andar con sonrisitas
con todo el mundo. Pero sí se trata de no andar tampoco de piraña
arrogante, menospreciando, insultando, descalificando… eso ni al
enemigo, porque a ése hay que reconocerle sus fuerzas y atacarlo y aislarlo
para debilitarlo y eso no se hace solo con bocinazos y pancartas, sino con
tesón, constancia y habilidad, con discernimiento y astucia. Con voluntad
intransable y astucia. Con organización local y nacional. Esto quiere decir
muchas y plurales formas de organización popular. Y en cada una de ellas
la gente (campesinos, dueñas de casa, empleados, precaristas,
estudiantes, choferes, indígenas, etc.) tiene que sentir que esa
organización le sirve, le resulta útil, le dice algo, y la hace crecer social y
humanamente. Entonces, no se trata ni de sonrisitas ni de arrogancias,
sino de servicio popular. No de limosnas, sino de acompañamientos y
servicios para que la gente quiera crecer desde sí misma. Para que valore
su dignidad. Y eso no puede hacerse si no se escucha a la gente, si no se
parte para servir desde sus necesidades sentidas y comunicadas.

Es el tema de la humildad y del coraje, en el seno de las izquierdas, de


quien aprende a escuchar. En la izquierda latinoamericana escuchamos
poco o nada. Se trata de un rasgo de gestación señorial. Tenemos que
aprender a escuchar y a acompañar.

4.- Dos apreciaciones más, para terminar. Desde hace rato vengo
hablando de sectores populares. ‘Popular’ socialmente es el individuo o
sector social (como los trabajadores/as asalariados o los pequeños
propietarios rurales, por ejemplo) que no es dueño de su existencia. Su
existencia, lo más básico de ella, la determinan otros y mediante relaciones
e instituciones de dominación/sujeción. Los patrones mediante el vínculo
salarial. Los bancos y la gran empresa agroindustrial que asfixian al
pequeño propietario. Los sujetos e instituciones de la dominación
patriarcal (machismo) en el caso de las mujeres. Ahora, políticamente un
individuo o sector es popular si se organiza y lucha para liquidar aquella
relación social (o conjunto de relaciones sociales) que no le deja apropiarse
de su existencia, que le impide comunicarla desde sí mismo, o sea con
autonomía, que lo violenta y le imposibilita alcanzar una efectiva estatura
humana.

Entonces existe un pueblo social y un pueblo político. Pero ambos son


complejos. Dentro de él hay jóvenes y viejos y muchas otras edades,
urbanos, rurales y semirurales, hombres y mujeres, letrados y analfabetos,
con empleo más o menos permanente y desempleados crónicos, con
pequeña propiedad de medios productivos y sin propiedad alguna de esos
medios. Activos o indiferentes. Y también existen luchadores y luchas
específicas: agrarias, sindicales, feministas, de estudiantes y jóvenes,
ecologistas, de afroamericanos y pueblos originales, ciudadanas, de
usuarios de servicios públicos, de trashumantes, etc. No todos estos
sectores sociales populares van a todas las luchas ni están en ellas todo el
tiempo. No todos ellos tienen la misma confianza, o parecida, en los
procesos electorales. No todos tienen una semejante historia de lucha. No
todos se dan las mismas formas de organización. Pero, si son pueblo
político, entonces dan luchas. La articulación de estas luchas (conocerse,
reconocerse, hablarse, acompañarse, pelear juntos o combinarse para
hacerlo) es lo que suele llamarse Movimiento Social Popular. Pero está
compuesto por diversos. Y es bueno que así sea. Porque ‘diversos’ quiere
decir que luchan por cuestiones que los comprometen singular y
específicamente. En sus luchas les va su identidad. La que quieren
autoproducir y de la que quieren apropiarse. La que quieren ofrecer a otros
como autoestima. Aquello por lo que desean que se les reconozca y
acompañe como campesinos o indígenas y también como mexicanos y
seres humanos. Si esto es así, y hay que trabajar para que así sea,
entonces esa gente luchará desde sí misma hasta el fin. Por eso es bueno
articular sus luchas. Pero no es bueno, en cambio, tratar de dirigirlas
desde fuera.

Éste, el del pueblo social y el pueblo político, y su diversidad y


complejidad, es un desafío grande, más todavía en México con 110
millones de habitantes y para nada virgen en la acción de partidos como el
PRI, el PAN o la influencia de la jerarquía católica y los medios masivos
comerciales y el hecho de tener una frontera con Estados Unidos. El
asunto del desafío no se puede discutir aquí en detalle. Pero es bueno
entrarle al desafío. Luchas ustedes tienen. Pero articuladas (coordinadas)
ya es otro cantar. A veces van relativamente juntas estas fuerzas
populares, como para las elecciones nacionales, con Cárdenas y López
Obrador, y ‘casi’ ganan. Pero una movilización electoral no contiene
necesariamente una articulación de luchas sociales. Se trata usualmente
de una fuerza ‘ciudadana’ esperanzada en que un triunfo en las urnas
cambie las cosas porque habrá gobernantes honestos o mejores o ambos.
La movilización electoral no es necesariamente una movilización desde lo
más íntimo de uno mismo en el que uno se siente obligado a cambiar. No
se trata de despreciar la movilización electoral en nombre de una ‘sagrada’
movilización social. Se trata de distinguir sus diversos caracteres. Y por
supuesto una articulación social puede expresarse y poderosamente como
movilización electoral. Y una determinada manera de entender la
movilización electoral puede llevar o ser factor de una articulación social.
Pero esta última es la que cambia el carácter de las cosas. Si ustedes
quieren, es en esta última que se centra la fuerza de un poder
revolucionario.

Permítanme aburrirlos por último enfatizando una segunda cuestión en


este campo. La articulación de diversos no busca su “unidad” para
después proceder a dirigir a ese bloque unitario hacia alguna meta o
metas. Lo que se busca es articular fuerzas en lucha, coordinarlas,
respetando sus ritmos, intereses, necesidades e historia, educándose en
ellas, y sobre todo abriendo y promoviendo el diálogo con y entre los
diversos actores o sujetos implicados en un movimiento social popular, ya
sea que se exprese ante cuestiones sociales (la liquidación de todas las
discriminaciones, por ejemplo), ciudadanas o más específicamente
electorales. Se trata de otra manera de hacer política popular, por tanto.

En español, “articular” remite a ligar dos o más piezas de modo que


cada una de ellas mantenga cierta libertad de movimiento (se lee
autonomía). Esto no le parece a los dogmáticos y sectarios (usualmente
vinculados a organizaciones políticas y frentes sindicales o gremiales). No
les agrada lo de la autonomía de los sectores. Ven en ello la posibilidad de
que se vayan con el PAN o el PRI (o el PRD) o de que “traicionen” la lucha.
Pero una novia o novio solo ‘traiciona’ si se tiene una buena y fuerte
relación con ella o él. Si el vínculo es flojo o corrupto, entonces
estrictamente no traiciona nada si se va con otra u otro. Se va porque le
conviene, aunque el ‘abandonado’ estime otra cosa. Luego, es la calidad de
la articulación lo que importa.

Ahora, en el mismo idioma, “articular” quiere decir organizar a diversos


para alcanzar un conjunto coherente. Esto suele no gustarles a quienes
militan en un específico sector social. Qué tienen que hacer los
homosexuales en la lucha agraria por tierra y dignidad y viceversa, o sea
qué interés podrían tener los campesinos y jornaleros pobres en que se
legitime jurídica y culturalmente la diversidad de opciones sexuales. O qué
es eso de que los sindicatos tengan que ocuparse, además de las
condiciones y estabilidad laborales, de la conservación del medio natural, o
sea que asuman desafíos ecológicos. Muchas veces las defensas y
argumentos de los ecologistas chocan frontalmente con la necesidad de
empleo. El PRI y el PAN saben eso. Y chantajean preguntando, ¿qué
prefieren, tener chamba o que se conserven los árboles? La idea básica de
quienes dominan en contra de los intereses de ustedes, o sea de los
sectores populares, es mantenerlos desagregados. Los sectores populares
son la mayoría social, pero están desagregados y muchas veces
enfrentados entre sí (por los liderazgos, por los sectarismos, por cuestiones
regionales, etc.). Desagregados, los sectores populares le hacen el juego al
enemigo, cualesquiera sean las tareas.

Y está el punto de cómo conseguir un ‘conjunto coherente’, que


funcione como una fuerza sin dejar de ser diversos sus componentes. Por
supuesto este planteamiento contiene ya una trampa. Se puede ser una
fuerza pero los componentes pueden variar, según las circunstancias. Es
decir que algunos estarán en unas luchas y en otras no. Lo que se debe
evitar es descalificar de una vez y para siempre a quienes no están hoy o
no estuvieron ayer o no estarán mañana. Los diversos sectores tienen su
propio ritmo, su estilo y proceso de maduración. En otras circunstancias
querrán venir. Si el movimiento social popular es fuerte, sin duda querrán
venir. Si en cambio se asemeja una olla de gatos, serpientes, alacranes,
pues es probable que no. Pero ésta es la parte pintoresca. En este debate
han participado representantes de muy variadas organizaciones sociales,
seguramente adheridos también a diversas opciones partidarias. Esto es
bueno. Lo malo sería que en ellas, y entre ellas, no existiera una tendencia
sana (lo que no impide las confrontaciones) orientada a configurar un
‘conjunto coherente’. Y que una parte de esta inexistencia se debiera a que
cada grupo o partido se autoatribuye la capacidad y responsabilidad de
mandar a todos.

Lo central aquí, por oposición a lo pintoresco, es que el conjunto


coherente demanda una concepción estratégica de las luchas y de la
lucha. Digamos, las mujeres populares deben luchar por reivindicaciones
específicas pero también darse una percepción estratégica en tanto
mujeres en lucha. Leyes contra la discriminación o por la igualdad de
genero, está bien. Pero está mejor si da esa lucha en el marco de una
lucha contra el patriarcado y su ideología, el machismo, que es un
componente sistémico del capitalismo dependiente mexicano y de la
acumulación global. Huelga heroica por el derecho al trabajo (empleo, en
realidad) como la de los trabajadores de la energía eléctrica en este
momento, está bien, y ojalá resulte exitosa, pero está mejor si se da en el
marco de la comprensión del carácter explotador y alienante del salario
que se liga con la acumulación de capital. Son solo dos ejemplos. ¿De qué?
De que uno de los factores que articula en un conjunto coherente son los
discernimientos estratégicos, antisistémicos. Esto vale para las luchas de
mujeres y también para las luchas de los trabajadores. Y para el
Movimiento Social Popular y cada uno de sus sectores. Ahora, también
estos discernimientos estratégicos son diversos. No todos los sectores
populares reciben y sienten y piensan la discriminación con que los
garrotea el sistema de la misma forma. No es idéntico ser obrera (relación
salarial) que mujer (relación patriarcal). Por supuesto se puede buscar un
vínculo entre la dominación vía el salario y la dominación vía el
patriarcalismo. Pero esa no esta tarea de este espacio ni de este mediodía.

Retornando al idioma, “articular” no solo quiere decir en español,


coordinar diversos que mantienen su autonomía relativa y organizar un
conjunto coherente, sino que remite también a utilizar los lenguajes (o más
restrictivamente el habla) de manera que efectivamente comuniquen.
Articular quiere decir, informar, informarse, comunicar: ¿comunicar qué
cosa? Nuestra identidad social popular y conmover con ella para que otros,
desde sus identidades, se articulen con nosotros y, con ello, se articulen,
en un proceso común, nuestras luchas. ¿Y habrá líderes? Por supuesto:
surgirán de los emprendimientos colectivos. ¿Y habrá diferencias,
conflictos y peleas? Por supuesto, porque ellas no se resuelven con la
pomada de ningún oso. ¿Y se podrán resolver en el seno del movimiento?
Es lo deseable. Y en ello ayudarán o serán decisivas las concepciones
estratégicas. O sea, los sentimientos y conceptos y utopías antisistema.

‘Antisistema’ quiere decir una orientación anticapitalista que supone


comprender cómo se ligan, por ejemplo, dominio patriarcal, daño
ambiental irreversible, explotación salarial, ruina o endeudamiento de los
pequeños propietarios rurales y urbanos, pobreza y miseria urbanas… con
la acumulación global y mexicana de capital. Cómo esa acumulación de
capital produce al mismo tiempo que opulencia para unos cuantos,
pobreza, inseguridad, dolor de diversos tipos para muchos. Y cómo, no
solo produce esas miserias y terrores, sino cómo se arregla política,
cultural e ideológicamente para desagregar a los que sufren y enfrentarlos
entre sí de modo que las crisis de acumulación o especulativas no se
transformen (o sean transformadas por la población) en crisis políticas, en
crisis de hegemonía. Todas estas ‘palabras grandes’ ustedes las han
utilizado en este debate al argumentar sus posiciones, al atacar otras o al
defenderse. Tal vez no las han utilizado de esta manera, pero están
presentes.

Y termino: para luchar contra el sistema, The Matrix, el sectarismo no


sirve, el voluntarismo no sirve, la desagregación popular es arma del
enemigo, el empirismo y voluntarismo no sirven. Lo que sirve es la
organización para la lucha social y política desde lo que se siente y se
comunica lealmente. Y la articulación constructiva con quienes están en
acciones semejantes. Y, en especial, la comprensión, cada cual desde su
posicionamiento, del carácter y valor antisistémico de cada una de estas
luchas. Las jerarquías de estas luchas son función del proceso en su
conjunto y del carácter de cada movimiento popular sectorial, no pueden
decretarse o imponerse. La ‘verdad’ está en todas las luchas populares
porque lo verdadero, cuando se busca la liberación, la dan la resistencia y
la producción de nuevas sensibilidades puestas de manifiesto en la
existencia cotidiana, en las acciones en que se empeña la construcción de
identidad efectiva y en la elaboración de pensamiento y de utopías
antisistema. Que no les repugne la discrepancia. Que no los paralice ni los
torne agresivos la diversidad. La articulación de las luchas urbanas y
rurales, sociales y ciudadanas, es quizás no invencible, pero incluso sus
derrotas dejan su marca cultural popular. Aquí estuvo un pueblo que
luchó y fue diezmado. Aquí fue Tlatelolco. Zapata vive. Nadie ni nada
muere para siempre cuando un pueblo lucha. Los hijos de luchadoras y
luchadores populares y los hijos de sus hijos darán nuevas organizadas
luchas y construirán entre todos la nueva vida. Esa es la esperanza.
Gracias por permitirme escucharlos. Gracias por permitirme hablarles.

___________________

(*) Panel en el Foro Social, México. Participan Margarita Villanueva


(D/F, México, Frente Nacional contra la Represión, Movimiento de
Liberación Popular, Verónica Cruz (Guanajuato México, Las Libres),
Alejandro Encinas (Movimiento en Defensa de la Economía Popular),
Antonio González Abundio (D/F, México, Movimiento Nacional para la
Unidad Democrática y de Izquierda), Laura Becerra (D/F, México, Espacio
Civil del Movimiento por la soberanía alimentaria, energética, los derechos
de los trabajadores-as y las libertades democráticas), Ernesto Jiménez
(Veracruz, México, Movimiento Urbano Popular, Alejandra Paula Barrales,
Asamblea del Gobierno D.F., México). Modera: Helio Gallardo. La
intervención que aquí se presenta es una reacción posterior al debate.

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