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RUBÉN BONIFAZ NUÑO

Selección y nota introductoria de


Carlos Montemayor

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL
DIRECCIÓN DE LITERATURA
MÉXICO 2008
Contenido
Desde la tristeza que se desploma,....................................................................7
PARA LOS QUE LLEGAN A LAS FIESTAS................................................8
Algo se me ha quebrado esta mañana................................................................9
Yo miro esto que pesa inmensamente,............................................................10
¿Cuál es la mujer que recordamos...................................................................11
Qué fácil sería para esta mosca.......................................................................12
Una llamarada de moscas verdes.....................................................................12
¿Y hemos de llorar porque algún día...............................................................13
Cansados de esperar erguimos,.......................................................................14
Semilla del placer, la muerte...........................................................................14
El comienzo del alma, su crecida....................................................................15
Porque yo estuve solo......................................................................................16
Tú, la que me mira y la que miro.....................................................................17
Cuando duermo —lejos—, cuando la carne....................................................17
EURÍDICE (II)................................................................................................18
EL ALBA........................................................................................................19
Crece la torre nueva en el naufragio................................................................19
DESDE SU NUDO..........................................................................................21
Piensa para sí misma, ilustre...........................................................................21
En el núcleo de la rosa múltiple......................................................................22
Hay un asombro de silencio............................................................................24
He detenido la respiración...............................................................................25
Hervor de calles...............................................................................................28
No es una desgracia abrir los ojos...................................................................29
AUNQUE BIEN SÉ QUE NO ME EXTRAÑAS...........................................30
A tu puerta llamé. No estabas..........................................................................31
Ábrese el fuego, y salta la burbuja..................................................................32
Albur de amor..................................................................................................33
Alguna vez te alcanzará el sonido...................................................................35
Amapola trastorno...........................................................................................35
Amiga a la que amo: no envejezcas.................................................................37
Área sonante....................................................................................................38
Cabello al aire..................................................................................................39
Centímetro a centímetro..................................................................................40
Como rumor de muchedumbre........................................................................41
Era también de fuego.......................................................................................42
Esta noche de trenes........................................................................................43
Están cantando adentro....................................................................................44
Ha llegado el olor............................................................................................46
Haz que yo pueda ser, amor, la escala.............................................................47
Hoja al aire, indefensa, detenida......................................................................47

2
Hoy, porque no quiero entristecerte................................................................48
Igual que el licor entre las alas........................................................................50
Mariana............................................................................................................50
Ningún otro cuerpo como el tuyo....................................................................50
No es en mi año. Alguien te tiene....................................................................51
Pulida la piel bajo tus rosas.............................................................................52
Qué llenará mis ojos, al abrirlos......................................................................54
Recostado en su placer, el día..........................................................................55
Si nace de tus manos y es oscura.....................................................................55
Sólo temblor ardiente, encandilando...............................................................56
Son olor de lluvia tus cabellos.........................................................................57
Suelta su vago humor de vidrio.......................................................................57
Te abraza la lluvia en su descenso...................................................................58
Tú das la vista a mis pupilas ciegas.................................................................59
Yo seguiré cantando. Tú habrás muerto..........................................................60
Y nuevamente abril a flor de cielo...................................................................60

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NOTA INTRODUCTORIA
Como la noche de Egipto en que se comió el pan ázimo, el pan sin levadura;
como si un pueblo oscuro y rumoroso en cada cuerpo nuestro, en cada vida
nuestra, pisara otra vez el umbral del éxodo y lo comiera; así, como ese pan,
como esa cena, es la poesía de Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz,
1923). Pan ázimo para el hombre que envejece lentamente habitando en los
recuerdos, en la casa del destierro; agazapado en el constante goteo de la
conciencia, del rencor, de la soledad. Palabra sin levadura, sabia y
ásperamente unida como los granos de trigo del pueblo del éxodo.

Autor, hasta ahora, de siete libros de poesía; traductor de la poesía completa


de Virgilio, Catulo y Propercio (empresa que, sin contar las traducciones de
Ovidio y Horacio, es acaso la más importante obra de traducción hecha por un
poeta de nuestra lengua en este siglo); autor, en prosa, de dos estudios sobre
Virgilio y Catulo y, especialmente, de uno de los ejemplos clásicos,
perdurables, de nuestras letras: el prólogo a la poesía de Propercio, publicado
por la UNAM en 1974, la levadura.
Tres caminos de acceso hay, creo, para penetrar en su poesía. El primero es el
reconocimiento del combate, de la insistencia por apropiarnos de nuestra vida,
a pesar del cansancio y la obsesión, bajo el vértigo en que los años parecen
días consumiéndose como una fruta mordida, quieta y absorta en una mesa sin
comensales. El segundo camino es el lenguaje. De esa ternura en que combate
la soledad, surge durante las páginas de un libro, o durante los sucesivos
libros, una pulimentada orfebrería verbal, punzante y fuerte como una sortija
cuya piedra preciosa no fulgura en la superficie, sino en el interior, apresada
por el metal laborioso, igual que la noche apresa a los astros o el mundo
contiene la solitaria maduración de los metales, de las venas minerales. Por
ello, no es un lenguaje del que solamente pueda decirse engolosinado, sino un
lenguaje combativo como todo solitario lo es con sus tesoros: el hombre a
solas con el recuerdo amoroso o rencoroso, y el mundo, veteado en sus
costados internos por las piedras minerales y seculares. Es el tratamiento no
de una modalidad del lenguaje, sino de un ser de lenguaje.
El tercer camino se apoya en los anteriores y en la purificación paulatina de
conceptos y de temas, y es otro as-pecto importantísimo de su obra: el
conocimiento de las viejas nociones alquímicas y hebraicas. Así pues, al len-
guaje de la soledad, al paso de los años, a la pujanza del guerrero en pie y
ciego en el campo de batalla, pero alumbrado por las hogueras bélicas de los
crepúsculos y las albas, también hay que agregar en su poesía el amor por la
vieja cabala hebrea, la alquimia, la conciencia que acecha como una hierba
sagrada desde las plantas de nuestros pasos, de nuestra sangre de recuerdos,

4
de poemas, de cosas. En esto, su poesía es pionera para nuestras letras, como
lo son también la de Borges, la de Jorge Cuesta o la de Lezama Lima.
La presente selección de poemas no es una secuencia cronológica; es la de un
lector que recuerda y gusta de la poesía de Rubén Bonifaz Nuño en un orden
acaso caprichoso, acaso temático. Comienza con la soledad que nos tiende la
mano; sigue con la soledad que labora, que se transforma en el conocimiento
de la muerte y el envejecimiento; continúa con el amor solitario a la mujer y a
las palabras, y concluye con los poemas más limpios y nítidos, donde la luz y
la sensación de los símbolos alcanzan su piedra angular, su cimiento: los
poemas de La flama en el espejo, la llama de nuestra vida que se contempla a
sí misma, que fulgura a solas con la verdad del fuego, ardiendo en nosotros
pero también después de nosotros, como si siempre estuviera sola, mientras se
le van desprendiendo nuestras cenizas.
CARLOS MONTEMAYOR
1982

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DESDE LA TRISTEZA QUE SE DESPLOMA,
Desde la tristeza que se desploma,
desde mi dolor que me cansa,
desde mi oficina, desde mi cuarto revuelto,
desde mis cobijas de hombre solo,
desde este papel, tiendo la mano.

Ya no puedo ser solamente


el que dice adiós, el que vive
de separaciones tan desnudas
que ya ni siquiera la esperanza
dejan de un regreso; el que en un libro
desviste y aprende y enseña
la misma pobreza, hoja por hoja.

Estoy escribiendo para que todos


puedan conocer mi domicilio,
por si alguno quiere contestarme.
Escribo mi carta para decirles
que esto es lo que pasa: estamos enfermos
del tiempo, del aire mismo,
de la pesadumbre que respiramos,
de la soledad que se nos impone.

Yo sólo pretendo hablar con alguien,


decir y escuchar. No es gran cosa.

Con gentes distintas en apariencia


camino, trabajo todos los días;
y no me saludo con nadie: temo.

Entiendo que no debe ser, que acaso


hay quien, sin saberlo, me necesita.

Yo lo necesito también. Ahora


lo digo en voz alta, simplemente.
Escribí al principio: tiendo la mano.
Espero que alguno lo comprenda.
Los demonios y los días, 1956

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PARA LOS QUE LLEGAN A LAS FIESTAS

Para los que llegan a las fiestas


ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
—pues uno no sabe bailar, y es triste—;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;

para los que saben con amargura


que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;

para los que fueron invitados


una vez; aquéllos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta
ya mucho después de entrados todos
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;

para los que miran desde afuera,


de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;

para los que quieren mover el mundo


con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia,
porque no serán consolados
los que no tendrán, los que no pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.
7
ALGO SE ME HA QUEBRADO ESTA MAÑANA...
                                                                        Para Abril
Boliver

Algo se me ha quebrado esta mañana


de andar, de cara en cara, preguntando
por el que vive dentro.

Y habla y se queja y se me tuerce


hasta la lengua del zapato,
por tener que aguantar como los hombres
tanta pobreza, tanto oscuro
camino a la vejez; tantos remiendos,
nunca invisibles, en la piel del alma.

Yo no entiendo; yo quiero solamente,


y trabajo en mi oficio.
Yo pienso: hay que vivir; dificultosa
y todo, nuestra vida es nuestra.
Pero cuánta furia melancólica
hay en algunos días. Qué cansancio.

Cómo, entonces,
pensar en platos venturosos,
en cucharas calmadas, en ratones
de lujosísimos departamentos,
si entonces recordamos que los platos
aúllan de nostalgia, boquiabiertos,
y despiertan secas las cucharas,
y desfallecen de hambre los ratones
en humildes cocinas.

Y conste que no hablo


en símbolos; hablo llanamente
de meras cosas del espíritu.

Qué insufribles, a veces, las virtudes


de la buena memoria; yo me acuerdo
hasta dormido, y aunque jure y grite
que no quiero acordarme.

De andar buscando llego.

8
Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.
Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo
y pienso en esta vida que no es bella
ni mucho menos, como dicen
los que viven dichosos. Yo no entiendo.

Escribo amargo y fácil,


y en el día resollante y monótono
de no tener cabeza sobre el traje,
ni traje que no apriete,
ni mujer en que caerse muerto.

YO MIRO ESTO QUE PESA INMENSAMENTE,

Yo miro esto que pesa inmensamente,


que sube a fuerza contra el peso
de la noche geográfica.

Esta mole sonámbula y regida;


materia convocada y dócil
de banquetas y lámparas y muros.

Densa expresión conmovedora


de miedos primordiales; artificio
que por decreto de los hombres
establece las cosas, y las deja
servibles ya, sumisas, protectoras.

Sitio de piedras y madera, jerarquía


de materiales ordenados
que asila, como un barco entre la lluvia,
su cargamento de dormidos.

Esto que vive, esto que pesa, miro.


Yo miro la ciudad a media noche
como un taller en huelga.

Siento pasar, soporto,


mientras del sueño emergen los enfermos
a rebuscar entre la fiebre
los signos remotísimos del día.

Mientras la misma fiebre los aparta


del grito de los gallos, del repique

9
a la vez desolador y alegre
con que madrugan las iglesias,
del testimonio de la dicha terrestre
que da un rumor de pasos
transitando al pie de la ventana.

Es el instante inerte
en el que aquellos que no sufren
de enfermedad, se ponen por instinto
la noche en el costado, y vuelven cómodos
el pliegue de la pierna y el sudor de la espalda.

La hora en que los hombres


de vegetal manera giran:
sólo varados leños aguardando
la marea del alba.

Y hay un temblor de viento;


hay un latir de perros repetido
encendiéndose lejos, y llenándome
de un algo sin socorro.
Yo miro en esta hora,
y sé que alguien vigila este silencio.
Alguien que no conozco.
Fuego de pobres, 1961

¿CUÁL ES LA MUJER QUE RECORDAMOS

¿Cuál es la mujer que recordamos


al mirar los pechos de la vecina
de camión; a quién espera el hueco
lugar que está al lado nuestro, en el cine?

¿A quién pertenece el oído


que oirá la palabra más escondida
que somos, de quién es la cabeza
que a nuestro costado nace entre sueños?
Hay veces que ya no puedo con tanta
tristeza, y entonces te recuerdo.

Pero no eres tú. Nacieron cansados


nuestro largo amor y nuestros breves
amores; los cuatro besos y las cuatro
citas que tuvimos. Estamos tristes.
10
Juntos inventamos un concierto
para desventura y orquesta, y fuimos
a escucharlo serios, solemnes,
y nada entendimos. Estamos solos.

Tú nunca sabrás, estoy cierto,


que escribí estos versos para ti sola;
pero en ti pensé al hacerlos. Son tuyos.

Ustedes perdonen. Por un momento


olvidé con quién estaba hablando.
Y no sentí el golpe de mi ventana
al cerrarse. Estaba en otra parte.
Los demonios y los días, 1956

QUÉ FÁCIL SERÍA PARA ESTA MOSCA

Qué fácil sería para esta mosca,


con cinco centímetros de vuelo
razonable, hallar la salida.

Pude percibirla hace tiempo,


cuando me distrajo el zumbido
de su vuelo torpe.

Desde aquel momento la miro,


y no hace otra cosa que achatarse
los ojos, con todo su peso,
contra el vidrio duro que no comprende.

En vano le abrí la ventana


y traté de guiarla con la mano:
no lo sabe, sigue combatiendo
contra el aire inmóvil, intraspasable.

Casi con placer, he sentido


que me voy muriendo; que mis asuntos
no marchan muy bien, pero marchan;
y que al fin y al cabo han de olvidarse.

Pero luego quise salir de todo,


salirme de todo, ver, conocerme,
y nada he podido; y he puesto
la frente en el vidrio de mi ventana.
11
Fuego de pobres, 1961

UNA LLAMARADA DE MOSCAS VERDES

Una llamarada de moscas verdes


ha nacido encima de la tierra,
encima del agua que bebemos,
ha poblado el aire que respiramos.

Se quiere que el hombre ya no viva


de pan, se le cerca siempre
de ruidos iguales, de cosas hechas,
se quitan los nombres propios,
se dan emociones preconstruidas
a quienes pretenden emocionarse,
cuando el dolor se defiende,
cuando la fatiga estalla, se pone
aceite de máquina en las junturas
de los pensamientos y las entrañas.

¿En dónde ha quedado la tristeza?


¿En dónde, el amor? ¿Cómo es posible
que se niegue tanto, que se soporte
que se niegue tanto? ¿Dónde han quedado
la violencia, el alma, la sangre?

Si está la verdad en lo que digo


las cosas que digo serán buenas.
Que los que se sienten desesperados
conozcan que estoy pensando con ellos.

Hay moscas por todas partes, hay hombres


en los que morimos sin sentirlo;
entre las costillas de todos
hay un corazón que nos pertenece,
que sangra en nosotros. Está doliendo.
Los demonios y los días, 1956

¿Y HEMOS DE LLORAR PORQUE ALGÚN DÍA

¿Y hemos de llorar porque algún día


sufriremos? Sobre los amantes
da vueltas el sol, y con sus brazos.
Amigos míos de un instante
12
que ya pasó, regocijémonos
entre risas y guirnaldas muertas.

Aquí las águilas, los tigres,


el corazón prestado; en préstamo
dados el gozo y la amargura;
la muerte, acaso para siempre,
por hacerte vivir; por alegrarte
tengo, entre huesos, triste el alma.

¿Y habremos de sufrir, entonces,


sólo porque un día lloraremos?
Giran los amantes libertados
con la noche en torno. Entre guirnaldas
de un instante, amigos, mientras dura
lo que tuvimos, alegrémonos.
El ala del tigre, 1969

CANSADOS DE ESPERAR ERGUIMOS,

Cansados de esperar erguimos,


en mástiles de viaje, un vuelo
de exploración. Remordimientos
dejamos, y flores carcomidas.
Y encendidos en las fibras claras
de la respiración, partimos.

¿Por amor de qué amor preguntas?


¿Por qué te dueles, alma mía?
Mira: vuelven ahora y giran
los verdes huesos de la noche,
y aova la tristeza, y colma
la muerte sus moscas en delirio.

En muelles de vencidas flores,


para largos viajes respiramos.
Como los árboles, partimos
en años de raíces. Lejos,
las islas del alba sepultadas.
Y cansados de esperar, nacemos.
El ala del tigre, 1969

SEMILLA DEL PLACER, LA MUERTE

13
Semilla del placer, la muerte
mira, agazapada, en el instante
donde apaga su lengua roja
algún dolor que fuimos. Risa
de saber que en algo nos morimos,
que algo para siempre nos perdona.

De escombros nuestros, se encordera


el camino de la noche en andas
que para morirnos escogemos.
Y se vuelve alegre la ceniza
de envejecer, y las arrugas
el ramaje son de un tronco alegre.

Se va cayendo la sufriente
armazón del temor; inmunes,
cada vez más muertos, aprendemos;
vencida de la edad, el alma
aviva el seso y se complace
del cuerpo difunto en que recuerda.
El ala del tigre, 1969

EL COMIENZO DEL ALMA, SU CRECIDA

El comienzo del alma, su crecida


como la cólera enramada.

La cólera creciendo en sucesivos


collares, desde el centro
que, en lo callado, enjoya la caída
de un ojo púrpura despierto.

O, con los párpados cosidos


por agujas de humo, la rabiosa
cabeza degollada: el odre
velludo de culebras hacia dentro,
de bífidos rumores revestido
por dentro, de insidiosos
nudos de escamas erizado.

Y el alba nueva, mancillada


por enjuagar los dientes de las huellas
de nocturnos encuentros.

Aquí se pacta en vano;


14
es el lugar de las alianzas
nulas, de las contiendas, de la efímera
unión y la condena anticipada.

Y sin embargo existen, fuera,


la ciudad y los vasos comunicantes de la dicha,
el árbol hembra inerme, resguardado
por puertas no seguras; la secreta
cofradía de casas familiares;
ternura líquida y solemne
de las palabras puras labio a labio.

Serpientes salen de la boca,


frutas amargas. Fue mentido,
también, el despertar; era dormirse
en plena calle, hablando, a media vida
y en peligro de muerte.

Y sin embargo, el canto; fuegos


de zarza vibra su materia
ya de carne en común, de huesos
en común entregados. Pan de pobres.
Fuego de pobres para ser comido.
Fuego de pobres, 1961

PORQUE YO ESTUVE SOLO

Porque yo estuve solo


quiero pensar que tú estuviste sola.
Que no te fuiste, que dormías.
Que me dejaste sin dejarme,
y me necesitabas
para poder estar contenta.

De cualquier modo, he recobrado


mi lugar en el mundo: regresaste,
te volviste accesible.

Me devuelves el tiempo,
el dolor, los caminos, la alegría,
la voz, el cuerpo, el alma,
y la vida y la muerte, y lo que vive
más allá de la muerte.

Me lo devuelves todo
15
encarcelado en la apariencia
de una mujer, tú misma, a la que amo.

Volviste poco a poco, despertaste,


y no te sorprendiste
de encontrarme contigo.

Y casi pude ver el último


peldaño del secreto que subías
al dormir, pues abriste
—muy despacio, muy plácidos— tus ojos
adentro de mis ojos que velaban.
El manto y la corona, 1958

TÚ, LA QUE ME MIRA Y LA QUE MIRO.

Tú, la que me mira y la que miro.


Mis dos hermanas: la sedienta
dentro de ti, como un aliento
líquido de fuentes; la colmada
como claros cauces para el curso
de amargos sueños transitivos.

Tú, la dos veces tuya, amante


de tu amor. Criatura concebida
por la sed y el vino que desposan
los labios de la copa de oro.
Bebida de tu sed tú misma;
tú misma, la sed con que te bebes.

Cauce de fuentes y bebida


de tu sed colmada; única y doble.
La contemplada que me observa.
Y te busco y te encuentro, junta
como gavillas. Tú y tú misma.
Y al saberlo ya no sé cuál eras.
El ala del tigre, 1969

CUANDO DUERMO —LEJOS—, CUANDO LA CARNE

Cuando duermo —lejos—, cuando la carne


no es más que una costra débil de niebla
sobre los endebles huesos,
y atrás de los dientes enmudece
16
contra el paladar la lengua, temblando;

cuando todo es blando y sin forma, espeso


—tal como si el sueño viniera
por los secretísimos caminos
que ha de recorrer la muerte algún día—,
siento que me llamas, y en tu boca
llega la canción que cantaste a oscuras
una vez, delante de mí.

Cantabas.

Y yo que te escucho paso en silencio.


Lloro encadenado al sueño triste
como al pie del mástil solo de un barco.
Imágenes, 1953

EURÍDICE (II)

Y como gavillas, el cabello


brillaba de nuevo limpio, entre manchas
de materia triste y en desamparo.

Y ligeras flores de carne muerta


resbalaban lentamente, caían
con su derrotada podredumbre.

Y se restiraba la piel, brillando


sobre tiernos músculos y grasas
y bellos recintos de sangre nueva.

Y sobre la tierra humedecida


flotó como niebla mansa o silencio
un calmado olor de mujer desnuda.

Y de innumerables aguas, de sombras


infinitamente desoladas,
volvieron a ella sus dulces años:

la savia delgada y verde, la lumbre


de sus primaveras y sus otoños.

Y se levantó soñando, y temblaba,


y fue por segunda vez a la muerte.
17
Imágenes, 1953

EL ALBA

El alba cruel del moribundo esperas,


mi corazón; y los sentidos —alma—
por cinco llagas multiplican
tu llamado carnívoro. Emboscándose,
en moradas rejas amarillo,
tiende en la extrema noche el tigre
sus tensos enjambres al acecho.

***

Como un sediento que ha bebido,


como un dios despertando y que te mira,
alza la cabeza coronada
la serpiente del bien. Ahora,
de mi boca a tu pecho, el santo y seña
de una palabra triste; ahora un pueblo
de reyes vencidos te enternece.

***

Abre sus hojas de oro la paloma


desde el leño oscuro; deja al aire
el querubín sus plumas rojas; brilla
la frente de un león entre dos puertas
gemelas, alas del incendio
del águila crujiente, y amanece
la noche mía donde naces.
Siete de espadas, 1966

CRECE LA TORRE NUEVA EN EL NAUFRAGIO

Crece la torre nueva en el naufragio


del muro combatido;
del alveolo de la sal, el rumbo
celeste de la espiga, el transparente
olor de la manzana, y surgen
el olivo y su perla amarillenta
y los suntuosos pórticos del vino.

Canto que no aprendí, silencio


en que instituye el canto las raíces.
18
Y establecida sobre el alma, sube
la lengua: cera y pabilo
bajo voraz corona encandecida.

Ámbito de la casa es, y casa del traje,


y traje para el cuerpo,
y cuerpo de la voz.

Esfuerzo mío,
tribu de sílabas concordes,
ábreme campo afuera. Tú, que puedes,
introdúceme al coro; así, al oficio
de fundar la ciudad sobre cenizas
de vencidas ciudades. Buen oficio.

Derrame el canto sus caminos


como una primavera de cimientos.

Cirio sonoro, fundación, arroyo


de abejas parcas, arribando
al seno acelerado de la llama.

No solamente mínimo
brasero, engarce de la ofrenda
en aroma desnudo que desgarra
sus ropajes de humo;

Sí manantial de macizas paredes,


de azules templos para bordadoras
calladas, de albañiles coronados,
de dulces padres carpinteros,
de manos como príncipes que rijan
el sabor unitivo de la espada.

Oh, si me fuera dado el alegrarme


con mi fuerza de hombre, si mi orgullo
(¿a quién volver los ojos?),
como el amor, clarísimo al mirarte,
para siempre naciera,
y en torno, y habitada y ofrecida,
la ciudad y la gente suscitada
por el orden del canto.

En esta hora
y mientras en la plaza, el más valiente
cumple el parto viril de la futura
19
gloria de su bandera. Golpe
de sol, racimo grave de linajes.

Y estar herido y pobre, y estar vivo


y vencedor, y redimido,
y para siempre ya desenterrado.
Fuego de pobres, 1961

DESDE SU NUDO

Desde su nudo a ciegas, desde


su ramazón violeta, suena
encogida en su hervor la sola
fuente del conjuro que te llama.

Tú, palabra antigua, bajo el lirio


del vientre de la noche sabes
lo que no soy; desde lejanos
nombres como ciudades, vienes;
como pueblos de alas retenidas
vienes; como bocas no saciadas.

Mañana espacial entre despojos


nupciales; lecho reviviente
del amor de ramas libertadas
sobre la herrumbre de otras hojas;
juicio universal de cada instante.

Del tiempo matinal emerges


con terrestre peso de estaciones
al sol; en mi cuerpo te alimentas;
orden de vida restableces
en mi corazón desengranado.
La flama en el espejo, 1971

PIENSA PARA SÍ MISMA, ILUSTRE

Piensa para sí misma, ilustre


llevadora del cetro, y hiere
la roca oscura, y de la roca
surge ella misma: el agua viva;
la fuente del fuego de agua viva.

20
Fuente de la unión, la sal celeste
de la tierra, el santo matrimonio
de la luna y el sol, consuma
en el interior brotante y claro.

Y de su concordia nutre y cría


el amor. Don de Dios. Silencio
y libre música del júbilo
y el amor, desde sus ojos, pone
la flor de la gracia en cuanto mira.

Buscándola, gira en torno suyo


lo inconcluso y opaco; en ella
busca el agua su sed; su lumbre,
la oscuridad; su pan, la espiga.

Y en su corazón halla raíces


la gran primavera que se inicia
—pacificadora—, y en su nombre
rejuvenece la palmera
y da fruto, y danza renovada.
Quintaesencia del oro, ardiente
semilla del poder del vuelo.

Para juntar, divide; ablanda


para libertar, y purifica.
Ciencia recóndita del fuego,
concierta la fuerza azul del águila
y del tigre lo sediento y rojo,
y enciende y concilia las columnas
que rigen la puerta, y abre el libro,
y el velo levanta, y quita el sello.

Y con la humildad, a cuanto mira


—glorioso el que la vio primero—
en el agua del fuego alumbra
y por el bautismo resucita.
La flama en el espejo, 1971

EN EL NÚCLEO DE LA ROSA MÚLTIPLE

En el núcleo de la rosa múltiple


nació el sol, y se leyó su nombre.

21
Incendio que progresa en círculos
de salvación, vuelve profunda
la mirada nueva que la mira
para poderla amar; amándola,
a la sola plenitud abrirse
del santo reino de la gracia.

¿Soy alguien yo?, te preguntabas


dentro de lo oscuro, en el silencio
anterior a la palabra oculta;
te interrogabas, alma mía.

Y alzó los brazos blancos, y arde


entre sus manos la gloriosa
lámpara, la estrella de seis vértices
de equilátera flama. Y baja
por el camino de sus brazos
la concordia de la luz lloviendo.

Concha que recoge los misterios


del agua bautismal, sapiente
don de la paz y la abundancia;
templo viviente en que se unen
el venero oculto y la infalible
salida al mar feliz y cierto.

Y su pensamiento se concierta
con la causa sin causa.

Y ríe,
y su risa lava la mañana
de su corazón. Mira hacia arriba
desde la mañana, o van sus ojos
descendiendo por nocturna falda,
y con luz no prestada guían
lo que va subiendo de la noche.

No estabas muerta, mas dormías;


escondida estabas; como en sueños
te estirabas, alma, preguntando.

Y en todas sus partes la belleza desviste la luz manifestada,


y fuerza a los ojos da, y sostienen
su sonrisa los ojos; pueden
ver el pleno fulgor; sustancia
de la vida esperada; signo
22
de lo que —no visible— salva.

Y eras parte del orden suyo,


de la majestad benigna donde,
mi alma, por fin te reconoces.
La flama en el espejo, 1971

HAY UN ASOMBRO DE SILENCIO

Hay un asombro de silencio


cuando su espíritu derrama
sobre las cosas, y hace leve
la gravísima piedra, y toca
y anima lo oscuro, y transubstancia
como en la mesa de la cena.

Y tú le preguntas, alma mía,


y ansiosa buscas, y en sus ojos
amor es la única respuesta.

Ciudad del sol, lumbre sin humo


de la verdad sobre su pecho;
núcleo vibrante que concierta
la luz y la música en el gozo.

Y camina inmóvil, y su cuello


es la columna en cuyo torno
—collares tan sólo de su cuello—
se ordenan las celestes lumbres
y rítmicamente resplandecen.

Adorno a su cabeza, el oro


radiante del alba sin orillas.

Misterio y clave del misterio,


se difunde en ráfagas tan claras
que deslumbra y ciega y te despierta.
Y tú, mi alma, le preguntas.

Perla blanca, oriente que derrama,


de su centro mismo, el nacimiento
del iris de la alianza eterna;
principio del fuego, rosa abierta
en las tinieblas del santuario.
23
Y es amor la respuesta sola,
y no hay amor —alma, lo sabes—
como el amor que se le debe.

Protegida por el escudo


transparente del bien, preserva
y anima la paz de los caminos;
lumbre sin humo que en su centro
—sin consumirse— se alimenta.

Y buscas, mí alma, y una flama


de su caridad en ti se apoya,
y te guarda indemne y te contagia.
La flama en el espejo, 1971

HE DETENIDO LA RESPIRACIÓN...
He detenido la respiración
para sentir si tú respiras.

A la vez has quedado tan presente y lejana.


Eterna casi.
Fuera del tiempo, sola, sin moverte.
Y me llenó el terror incontenible
de que te hubieras ido;
de que te hubieras muerto en sueños,
y me hubieras dejado entre los brazos
sólo una imagen clara,
un simulacro tibio, una perfecta
máscara tuya con los ojos cerrados.

Pero aquí está de nuevo


como una flor brotando, como el alma
de una rama florida,
dulce, otra vez tu aliento dulce.

Y en medio de un placer que de tan tierno


me acongoja,
de un sobresalto que me empequeñece,
de una paz en tumulto que me ahoga,
vuelvo a ser, y te miro.
Vives. Estás dormida.

Un temor sin objeto,


24
una sorpresa temerosa
te toma de repente, te sacude
desde los pies hasta la nuca.

¿Oyes, acaso, en sueños,


que te busca una voz desamparada;
sientes, durmiendo, que no es justo
que tú descanses, mientras alguien
trabaja, mientras alguien se consume
de enfermedad, mientras alguno,
que tú pudiste amar, está muriendo?

Afuera todo sigue pareciendo


desesperadamente sin sentido;
lo comprende, convulso,
tu corazón amenazado.

Y quisieras correr compadecida,


temblorosa, quemándote
de caridad y de esperanza
y de fe, y recibir el sufrimiento
de todos en tus brazos débiles,
y con tu manto lleno de agujeros
cobijarnos a todos.

Y tu mano se mueve,
y un sonido agitado, una palabra
a medias, el principio de un gemido
cruza tus dientes. ¿Has llamado?

Nuevamente el silencio
—nube exacta cubriéndote,
no traspasable atmósfera invisible—
te ciñe y te separa.

¿Caminas qué caminos,


qué atardecida fuente bebes,
qué interiores, pacíficos espejos
abre tu propia luz, en que te miras;
en qué oro relumbras engarzada?

Sobre tu sueño flotas


como en lago de aceite; nada existe
fuera de la quietud que te conduce.

25
Y como un puente milagroso,
tan tenue como el júbilo más tenue,
tan pensativo como un niño,
un movimiento acompasado
pliega las comisuras de tu boca.

Todo está bien ahora. Firme


como de piedra sobre piedra, el mundo.

Responsable en tu paz, te sientes


ligada y libre, solidaria.
Comprendes la desdicha,
amas la dicha humilde de las gentes.

Estás de juegos inocentes,


de amable amor, de alegres voces
humanas, de ternura simple
invadida y cercada.

Y no sabes si el aire es una playa,


si eres feliz porque cumpliste
los quehaceres del alma diarios:
porque recién lavada brilla
—cada parte en su sitio—
tu facultad de regalar el gozo:
o porque eres hermosa; o si la primavera...

Algo, que alumbra todo, se refleja,


grave de consecuencias dulces,
en tu semisonrisa.

Todo está en orden; cada cosa


arreglada a su fin. Tan necesario
es tu mínimo gesto, como el acto
de entreabrir una puerta.

Porque yo estuve solo


quiero pensar que tú estuviste sola.
Que no te fuiste, que dormías.
Que me dejaste sin dejarme,
y me necesitabas
para poder estar contenta.

De cualquier modo, he recobrado


mi lugar en el mundo: regresaste,
te volviste accesible.
26
Me devuelves el tiempo,
el dolor, los caminos, la alegría,
la voz, el cuerpo, el alma,
y la vida y la muerte, y lo que vive
más allá de la muerte.

Me lo devuelves todo
encarcelado en la apariencia
de una mujer, tú misma, a la que amo.

Volviste poco a poco, despertaste,


y no te sorprendiste
de encontrarme contigo.

Y casi pude ver el último


peldaño del secreto que subías
al dormir, pues abriste
—muy despacio, muy plácidos—
tus ojos adentro de mis ojos que velaban.

(18) De: El manto y la corona

HERVOR DE CALLES...
Hervor de calles; desembocadura
de pábulos ardiendo, en la caldera
sediciosa del mísero.

Como hierba de gritos, como en humo


lumbrarada de pelos espantados;
como chubasco tupidísimo
y turbio, en ascensión. Así llegaba.

Y alégrate si nadie, en esta plaza,


si nadie, de tan juntos y de tantos,
puede caer; si nadie puede
ser abatido; si no puede ninguno
dejar su sitio sin morirse.
Cada uno en el centro,
en medio cada uno, circundados.

Nace la gloria para ti, mi hermano;


mi muy reverenciado, mi sin dicha,
mi desgraciado pobre, mi vecino;
27
mi, como yo, despierto.

Mira: el sin tregua, el desterrado


con injusticia, y el que canta,
mi hermano de tu hermano, y el hambriento
y la sed que aumentó de puerta en puerta;
y vienen con nosotros el inválido,
y el muerto a solas, y el sin nada.

La gente de este lado, que ha salido


de quemados olivos todo el año;
de carnívoras cruces que alimenta
el gran poder de la traición; de niños
abortados surgiendo;
de mujeres para siempre olvidadas.

Desde el cogollo del dolor, humea


a la libertad ensangrentada.
Mira
que fauces de león se descoyuntan;
que ya la fiesta del alumbramiento
aúlla y rinde frutos,
y el profeta en su tierra,
de innumerables bocas coronado,
resuena, y las banderas gimen,
y las hondas volando y empedradas.

Y el milagro del horno y de la harina


se acerca, y los ejércitos inmóviles
con la resurrección, y las trompetas
de los finales pájaros terrestres.

6) De: Fuego de pobres

NO ES UNA DESGRACIA ABRIR LOS OJOS...


No es una desgracia abrir los ojos
ni tener despiertos los deseos
y estar triste y solo y pensando.

Y no ser de aquellos que consiguieron


su placer a ciegas para cegarse;
su televisión después del cine,
sus bailes, su ruido, sus limonadas;

28
pero que a la medianoche se sientan,
pesados de sueño, densos, bestiales,
y gritan y luchan sobresaltados
para desterrar su pesadilla.

Bienaventurados los que padecen


la nostalgia, el miedo de estar a solas,
la necesidad del amor; los hombres,
las mujeres tiernas de ojos amargos;
los que en su comida han recibido
lo gordo del caldo del sufrimiento.

Porque de ellos es la desesperanza,


el insomnio, el llanto seco, las rejas
de todas las cárceles, el hambre,
y la fuerza lírica y el impulso
para desquiciar la desventura.

(41) De: Los demonios y los días

AUNQUE BIEN SÉ QUE NO ME EXTRAÑAS

Aunque bien sé que no me extrañas,


aunque tengo la razón, me acuerdo:
el cáncer terminó; te ausentas
por todo lo mal que supe amarte.

Ya fui desventurado cuando


estuviste aquí, y en el momento
donde te vas, me desventuro.
La sola ventaja de estar ciego
es acaso no poder mirarte.

Ya morir sin arrepentimiento


es mi esperanza, y te lo digo
porque al fin te conozco;
que si he pedido muchas cosas,
pude pagar con sobreprecio
las pocas que me fueron dadas.

Mientras más mal te portas, mucho


más te voy queriendo, y porque espero
menos, me injurio y te acrecientas.

29
Así tuvo que ser: de tanto
que te procuré, me aborreciste;
tan sólo pesares te he dejado.

Raspaduras de celos, dudas


que no opacaron la certeza
de cuanto en ti me desolaba.

Tú, como si nada, te diviertes;


pero entristécete:
si todos sabrán que estoy quemado,
ninguno sabrá que por tus llamas.

Vete como de veras; pierde


el número atroz de este teléfono,
la dirección que no aprendiste,
aquel corazón tan despistado.

Igual sigue siendo todo; nadie


hay como tú, por mi fortuna;
pero a nadie como tú he llegado.

En el agua escrito y en el viento


quedó el amor perpetuo. Sombras.
Y me quemo, y de mejor violencia
—ay, mamá— te alumbro al apagarme.

Ya te conozco, ya obligado
soy a bien quererte y despreciarme.
Pero no, porque me da vergüenza;
pero sí, porque me estoy muriendo
sin voluntad ni penitencia.

Y por todo: porque no quisiste


permanecer, porque me olvidas,
porque me voy tristeando, gracias
te doy. Y por andar de noche.
A TU PUERTA LLAMÉ. NO ESTABAS...

A tu puerta llamé. No estabas.


Aspas de viaje te arrancaron.
¿Quién volverá cuando regreses?
Viento sin recuerdos, en la noche
se envuelve de inútiles presagios.
30
Dicen que la vida prosigue.
Entre nieves remotas, luces
que desconozco, abro los brazos
-lazarillos a ciegas-; busco.
Desde aquí, junto a la oreja sorda
amo en secreto, y enmudezco.
Dicen que la vida no perdona.
A tu puerta llego, y sin mirarte,
maravillado te contemplo.
¿Regresaste, vives, te escondiste?
Frente a tu casa silenciosa
-pienso que estás-, no llamo. Espero.
Y pasa la vida, y se detiene.

ÁBRESE EL FUEGO, Y SALTA LA BURBUJA...


Ábrese el fuego, y salta la burbuja 
metálica de un pez; barre los ojos 
una flor instantánea; doble salto 
mortal, ensaya el corazón. Amigos, 
algo mejor gocemos que un lamento. 
Ya, para no caerme, estoy colgado 
de tu clavo, alegría; de tu absorto 
badajo, de tu azúcar infalible 
de mujer conseguida. 
Has caminado 
de gusto, te has sentado de gusto, 
has llorado de gusto hasta reírte. 
Eras tuya, y bailabas, y las piernas 
no te dolían tanto. Y es domingo. 
Escaleras del aire, pan del día, 
turquesa el vuelo entre nosotros. 
Y de pronto es domingo, 
y hay gente, y es de fiesta 
y fraterna la gente, y es ahora, 
y hay el viaje y la carta recibida 
y el intercambio de la contraseña, 
y la risa espiral regocijada. 
Risa del pobre, cúpula sin suelo 
por sí misma orquestándose; 
música sin orquesta que la amarre, 

31
deslimitándome, soldándome, 
compacta, el dentro y el afuera. 
Desde la almendra glandular me encumbras, 
desde las cuatro alcobas 
cordiales, me trabajas, alegría; 
plural jarabe, rosa visitante, 
llave de toda cerradura. 
Amigos, ha pasado la nocturna 
concepción de los cantos, y la víspera 
de cristal doloroso, y la semilla, 
y está el deleite con nosotros 
como vino de suyo madurado. 
Y está en las manos el solemne 
fulgor; el número premiado 
en esta lotería de campanas.
 
ALBUR DE AMOR

En el vértigo del pozo angélico


gira y echa flor en los desiertos
de la sal, y les procura puertas
y pájaros cálidos y frutos.
Nueva, la carne se acrisola
bajo la estéril costra; humea
la ciudad corrompida: antorchas
y granizo de azufre. Y sigue
la derrota de mis fantasmas
en su remolino de cegueras.

Y en lo que no puede comprenderse


ejerzo ahora las palabras.

Yo, el desterrado; yo, la víctima


del pacto, vuelvo, el despedido,
a los brazos donde te contengo.

De rodilla a rodilla, tuyas,


la palma del tenaz espacio
se endominga y tensa su llamado:
su noble cielo de campanas,
su consumación en la sapiencia,
su bandera común de espigas.

32
Y el tacto mira, y en sus ojos
se inscriben hechos memorables
a salvo de ayer y de mañana.

Envejece inútil el castigo


a lo lejos, mientras tú, de estrenos,
suavizas tus misterios vírgenes,
la migración de tus arroyos
placenteros, tus racimos trémulos.
Yo errante y vivo, te conozco.

Tú, la estatua blanca, establecida


en el centro que no se muda;
la sal asombrosa del incendio,
el horno sagrado de estar viva.

La ciudad pequeña, tú, mi puerto


de tierra adentro; sembradora
de claros jardines, habitada.

Depuesta por las llamas últimas


sobre las playas de ceniza,
tú, milagro de la estrella fósil,
o pasmo de moldes interiores
en el caracol de tibia púrpura,
o perfecto mascarón de proa
en el tajamar erosionado.

Y con qué exigencias me reclamas;


me enriqueces con qué trabajos;
a qué llamados me condenas.

Cuando un girar de golondrinas


arteriales, se transparenta
por entre estériles desiertos; rige
lo incomprensible en las palabras;
cobra el fruto ansiado de las puertas
con los cerrojos descorridos.

ALGUNA VEZ TE ALCANZARÁ EL SONIDO...


Alguna vez te alcanzará el sonido
de mi apagado nombre, y nuevamente
algo en tu ser me sentirá presente:
más no tu corazón; sólo tu oído.
33
Una pausa en la música sin ruido
de tu luz ignorada, inútilmente
ha de querer salvar mi afán doliente
de la amorosa cárcel de tu olvido.
Ningún recuerdo quedará en tu vida
de lo que fuera breve semejanza
de tu sueño y mi nombre y la belleza.
Porque en tu amor no alentará la herida
sino la cicatriz, y tu esperanza
no querrá saber más de mi tristeza.
 
AMAPOLA TRASTORNO...

Amapola trastorno,
exaltación morada, disparate.
Salga lo que saliere.
Y qué estruendo de alas, y qué dulce
lastre sentimental sobre la lengua,
y amistad en las manos, ofrecida
sin ponderar, qué arrebatada.

Comulgar en la música aspereza,


junto al estribo ya, de amanecida,
con mujer desolada, y el rasgueo,
y la última vez, y el aguardiente,
y sollozar a frutas.

Salto, furor de gozo, de pataleo


de quien pide encontrarse,
con la prisa amantísima del ánima
que al fin tocó el fraterno
-ay, engañoso; ay, ay, inconvincente-
universal llamado.

Yo ya me voy. Deslúmbrame
el metal decadente de la barca
que habrá de conducirme. Y el camino.
Porque me voy mañana. Yo me parto.
Vengo a decirte adiós para olvidarte.

Lucen de adentro las canciones


que me vienen de afuera. Si me dieran,
al menos, no morir tan lejos.

34
-Mexicano el acento desgarrado
de plumas claras y de flores
y me enriquece de arrobadas turquesas-.

Yo sé, yo ya me voy; yo reconozco,


como si me doliera, la indudable
armazón altanera
del halo corporal que me circunda.

Propenso al celo ardiente, y al hipérbaton


sanguíneo y los mercados,
y al encabalgamiento de los ojos
viriles en los pares argumentos
de la media naranja; multiplícanse
ternura por fervor, y el resultado
quema entre sangre y piel y piel desnuda.

Tartamudo, efusivo intraducible


entusiasmo del habla. La recámara
suntuaria y sin pesar de la memoria.
Abierta y enjoyada.
También. Contento. Compañera.

Aunque comience y me sujete


por los tobillos este centro
fijo de rueda de molino.

Me columpio, vuelvo a subir, volteo;


aspa de graves órbitas iguales
recorridas de frente, con ronquidos
de ventarrón en las orejas.

Hélice a al mitad, desmorecida,


nauseosa, mecánica,
bajando al fondo del quedar durmiendo.

AMIGA A LA QUE AMO: NO ENVEJEZCAS...


Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.

35
Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.
No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, prejuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.

Guárdame siempre en la delicia


de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces.
Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.

Y cuando me haga viejo,


y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames: recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.

36
ÁREA SONANTE
Área sonante, ovario 
de la noche carnal; abrevadero 
insistente y monótono en la arena 
del oído terrestre. 
Y tocar, hacia dentro, el oleaje 
como aquel remotísimo, asilado 
en lo vacío de las conchas. Urna, 
seda contigua que despliega 
en hileras cayendo, una por una, 
golpes de espuma deslazada. 
 
Concha de labios húmedos, saliva 
en los labios inmensos.

                                    Y yo mismo, 
¿qué escalofrío soy, qué gobernado, 
-como presa de un águila- deleite? 
Y tú desnuda, la que viene, 
la desnuda en los bordes de su boca. 
Por lo demás, hay cosas 
que se comprenden fácilmente: 
los relámpagos duros del galope, 
los lechos consagrados, la ablandada 
mano de las entrañas a rebato, 
y un sabor permanente de estar vivos. 
Ahora y en lo próximo, corales 
tras la puerta sombría; lengua súbita 
abre y señala claustros al incesto 
de la boca y la oreja, complicadas 
en el secreto. Paso de cantiles, 
garganta de campana en que te escucho, 
latiendo, hacerte y deshacerte. 
Y es el vino violeta de tu sangre, 
y es tu extensión de leche, y tu sin término 
río desenredándose que vuelve 
en mí sobre sí mismo, desatando, 
regresado de sonoras honduras, 
de inconsumibles fondos admitido. 
Hora ritual de los cuerpos atentos; 
ceremonial donde salvado, 
como el hueso en la fruta, me reúno; 
37
como el que no ha nacido, 
como en agua materna, respirando 
sonido respirado, en el deleite 
de oírte sumergido. Está sonando 
tu corazón. Ahora está sonando. 
Ahora y en lo oscuro. Y llovedizas 
plumas innumerables se desgarran, 
y sal y tinta, construidas 
de muy adentro, en olas enrojecen. 
Y la unión era lícita, sellada 
con las arras solemnes del naufragio.
 
 
CABELLO AL AIRE

Cabello al aire, del que surge un ala


de flor; sierpe rampante,
cabeza de culebra ante el espejo;
maternales ramas de la vida
que despierta, entre ruinas, el momento
de la restauración: coro de espinas
y crisol para el oro de la danza.
Entre espinas aéreas,
flor capilar; embrión de las raíces
volátiles del árbol incendiado.

Conjuro de la medianoche:

Arde, hueso de pájaro, médula


de aceite consagrado; dinastía:
ven a coser la piel sobre profundo
viento en las sombras; amanece,
mortal bautismo de la carne.
De aquí, la danza; torso, brazos, piernas,
vientre pariendo, lanzadera
en el telar en flor de la batalla;
de este cabello en vueltas, el pecado
redentor aparezca, el paraíso
recobrado del fuego.
Flor capilar, ala de flor en vuelo,
alimento del águila que acecha
en la punta del pie. Cerco de espinas.
38
Libre ya, por cercada;
por conducida, llevadora;
por desnuda, enjoyada;
por ya muerta, resucitable para siempre.
Collar del movimiento, sangre
nacida, sierpe de plumajes, órbitas,
calavera de azúcar del ombligo.
Y las contrarias lumbres de las manos,
y el grito alegre, y las divinas
tunas afluentes de la primavera.
Ay ay, y los relámpagos;
ay ay, y los fantasmas de la hoguera;
ay ay, y las sonajas como pechos
sobre los pasos a compás.
Aquí la danza, la ceñida
por el coro de espinas; aquí, el círculo
doloroso del alma, restaurado
sobre la fosa del sepulturero.

CENTÍMETRO A CENTÍMETRO
-Piel, cabello, ternura, olor, palabras-
mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí, de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
hallada, concretísima; el abierto
aire total en que me pierdo y gano.
Y después, qué delicia
la de ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como antes
y llamarte de "usted", para que sientas
que no es verdad que te haya conseguido;
que sigues siendo tú, la inalcanzada;
que hay muchas cosas tuyas
que no puedo tener.
Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte lejos,
y soportar los golpes de alegría
que de mi corazón ascienden

39
al acercarse a ti por vez primera;
siempre por primera, a cada instante.
Y al mismo tiempo, así, juego a perderte
y a descubrirte, y sé que te descubro
siempre mejor de como te he perdido.
Es como si dijeras:
"Cuenta hasta diez, y búscame", y a oscuras
yo empezara a buscarte, y torpemente
te preguntara: ¿estás allí?", y salieras
riendo del escondite,
tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz distinta, en un aroma
nuevo, con un vestido diferente.
  
COMO RUMOR DE MUCHEDUMBRE...
Como rumor de muchedumbre, o ruido 
de torrentes huyendo, se construye, 
sobre el silencio del durmiente, 
el silencio de afuera: el que levantan 
los dispuestos en cerco, los que miran 
despertando sus armas en tu contra. 
Herencia mía, mi plegaria, 
hembra fundada en extensiones 
hostiles, respirando entre insidiosos 
oleajes de ahogo, desarmada. 
Ciudad encomendada a mi vigilia, 
a salvo junto a mí, con su riqueza 
de cuerpos maternales, y de enfermos 
tiernamente guardados, 
y de suntuosas luces coronadas 
y de manos de huérfanos en sueños. 
Voy y vengo delante 
de ti, sobre mis pasos, en tu orilla, 
cómplice de tu cuerpo silencioso; 
soy, en tus bordes, atalaya 
que te cubre de lejos; voz velando, 
llamando, transmitiendo 
su noticia nocturna 
de centinela sobre el muro. 
No para ti los perros de la furia 
ni los enrojecidos 

40
humeantes jinetes al asalto; 
no la puerta rajada, ni el relámpago 
de la espada en la alcoba, 
ni el temblor de las sábanas terribles 
bajo la violación, ni los gemidos. 
Aquí velo, aquí estoy, aquí me aguanto 
mi corazón. Clavado a la mirada 
mía, y a mis pasos, 
y al grito de mi boca, y a mi oreja.

ERA TAMBIÉN DE FUEGO...


Era también de fuego: 
sobre el tizón,  hirientes, casi diáfanas 
violetas duras a los ojos, 
coronadas de oro. De esto era, 
de esto se construía bajo el humo. 
También como de alas en asalto; 
pluviales hojas enjambradas, 
arboladuras de reloj a vela. 
Y en vela yo, sumiso y vigilante 
a la corriente en que me estoy hundiendo. 
Buscando quién me soy cuando soy este 
sabor labiodental, que sobrenada 
entre las redes del aroma; 
estos golpes de tacto en soñolientas 
aguas desembocando; quién me nace 
-póstumo ya- si la serpiente 
de música enjoyada quiebra 
el cascarón, y adelgazándose 
-sensual, bicéfala y exacta- 
cruza la puerta doble del oído. 
En venta está mi cuarto, y de la mano 
saco a la calle mis rincones. 
Me dieron el indulto cuando estaba 
ya contra la pared, y ojivendado. 
Allí donde vivimos, 
en el lugar en que nos conocemos; 
donde la noche oscura, que amanece 

41
de las cinco prensiles 
advocaciones ávidas del alma. 
Y era como el silencio que tú sabes; 
como de casa grande, como ramas 
de anochecido pueblo solo. 
Yo soy hombre, y me callo tantas cosas 
que tendremos que hablar cuanto tú quieras; 
la orquestada pasión y las raíces 
de aquellos ojos míos que me miren 
desde el sembrado sitio de tus ojos. 
Me sobrevivo en vela, mereciendo 
que al corazón me apunten al matarme. 
 
ESTA NOCHE DE TRENES...

Esta noche de trenes,


de poblaciones emigrando,
de corporales sueños, de violadas
respiraciones en la arena
movediza del viaje, lo recuerdo.
(Fue, tal vez, necesario el incipiente
amor; callar a solas con extraños,
y las cosas más tiernas,
mientras la boca se endurece
y una crecida barba, de cadáver
reciente, me prolonga.)
Y sin embargo, cuántas veces
te habrán reconocido; por los ojos,
o por la ausencia que dejaste;
por el cabello sobre el hombro, al irte,
y el andar que descubre lo que eras.
Pues sé que nos pusieron,
al nacer, otro nombre, y un camino
que recorrer, y un tren para el camino.
Un tren sonámbulo que huye,
en dirección opuesta, irreversible,
de los que cruzan ya perdidos;
por un saludo heridos ya de muerte,
marcados para siempre, señalados;
buscadores de un signo en la mazorca
muchedumbre de rostros.

42
Y todo esto sin falta, aconteciendo;
todo pasando,
todo viniendo y alcanzando y yéndose.
Amiga, no me olvides; no me olvides,
amigo; no te pierdas, espérame.
Como a la máscara del baile,
vengo de lejos a ocupar mi cara;
por detrás y en silencio, a mis balcones
lacrimales, al sabor de mi boca,
al olor de las cosas que esperabas.
Estoy sin tierra firme; estoy saliendo,
a donde quiero, de estas últimas
lentas horas de viaje que termina;
sombra larguísima, pantano
de silbatos, de ruedas que repiten
su palabra distinta a cada uno;

estaciones mendigas, como fechas


alumbradas apenas, donde duele
lo que se aprende dormitando.
No me olvides, espérame.
Yo, el de las cartas sin destino;
el de palabras no creídas,
el que siembra en lo oscuro, te lo pido.

ESTÁN CANTANDO ADENTRO...

Están cantando adentro;


hay cantares ahora en esta casa.
Entonces, fue verdad. Tengo la llave,
pero toco en la puerta
como cuando era el nadie que llegaba:
el sin cara y en busca,
el recién despertado, el todavía
dormido a medias, estirándose
en rodillas torpes levantado.
La enmascarada esconde sus cabellos
con diadema florida,
su boca instrumental oculta
con labios lentos; enjaulados
vuelan los pájaros de la mirada.

43
Es hora, pues, de fiesta;
de aceptar que son breves las raíces
bajo la tierra del encuentro,
y, como en cartas familiares,
las felices noticias, los retratos
últimos, la promesa
del no tangible abrazo al despedirse.
Todo venía de camino, y viene
y desata la almendra en que se anudan
el rumbo del aroma y el del trigo
y el vino y el carbón enllamarado.
Y hay cantares aquí, y he merecido
tomar mi parte en el cantar.

                                               Amigos,
¿qué podemos perder con alegrarnos?
Lengua de agujas, y costumbre
de espinas soportamos, y cilicios.
Si estamos de pasada,
si nada más nos saludamos,
si habré de irme aunque no quiero.
Mi lámpara casual para escogerme
yo mismo, se me dio; con la esperanza
fugaz, y el calentado aceite
del cerco de esta noche en donde invento
mi jerarquía diurna de palabras.
Me aconsejo, me advierto, me amenazo;
soy pues, aquí, yo mismo.
Y otro será el que salga, y no me importa,
por el zaguán de madrugada,
y cogerá los cantos que sembramos.

HA LLEGADO EL OLOR...
Ha llegado el olor, el filo 
de su dental caricia; la preciosa 
amarga flor nocturna: madre nuestra, 
collar que junta nuestros cuellos. 
Y voy corno embriagado, como en dicha; 
como herido me llevan; como sueño 
44
póstumo al despertar, como si hubiera 
bebido hasta embriagarme, estoy viviendo. 
Como en vino saciado. 
¿Dónde el agobio, dónde la pobreza? 
Era, de pronto, levantarse 
descalzo y con temor, y a media noche, 
y a recorrer la casa despoblada 
-yo mismo el enemigo-, con la inútil 
esperanza de que fuera sólo 
un paso de ladrón el escuchado. 
Mujer salobre y única, 
desnuda irresistiblemente, 
que camina, simplísima y desnuda 
debajo de sus ropas, madurando 
la cosecha de aceites y de humo. 
Único día de la vida. 
Como en halo de lámpara, 
como en regazo tuyo, como en tibio 
paladar, sujetado, me someto; 
librado a la fortuna, reconquisto 
mis brazos y mis deudas, y levanto 
mi victoria terrestre. 
Yo te regalo ahora 
lo que me liga a ti; yo me pregunto, 
en medio, qué seguimos; qué pretende 
tu corazón.

                         Acaso yo te miro 


en verdad; acaso donde el siempre 
y el nunca vuelven comprensibles 
la granada y el orden de las uvas 
y el gregario esplendor de la mazorca, 
y la miel colectiva. 
No sin trabajo y guerra me divido 
por dentro, y tú me asilas y reúnes 
debajo de tu brazo. Y no es en vano.

             HAZ QUE YO PUEDA SER, AMOR, LA ESCALA...


Haz que yo pueda ser, amor, la escala
en que sus pies se apoyan, el torrente

45
de luz para su sed, o, suavemente,
el cauce en que su vida se resbala.
Sólo soy un espejo para el ala
de un ángel dividido, que así siente
que le soy necesario, y dulcemente
a mi dolor su claridad iguala.
Y eso es todo, amor: sólo un reflejo.
No escala, luz ni cauce, en que pudiera
subir, brillar, o transcurrir ligera.
Únicamente el sueño de un espejo
mudo a veces, y opaco, en donde anida
la imagen solitaria de su vida.

 
HOJA AL AIRE, INDEFENSA, DETENIDA...

Hoja al aire, indefensa, detenida


apenas, única en el árbol
enrojecido y respirante; ojo
sobresaltado, abierto, lúcido:
en el temor mi corazón. Asfixia,
duermevela con fantasma inminente.
Deshabitado el traje suspendido,
suena con un temblor de piel que busca
su bestia desollada, su materia
de bestia próxima pudriéndose.
Oh, muerta, muerta, muerta.
Ineficaz del todo fue la sábana
subida hasta la nuca;
fija por nuca y manos, escudando
de la noche agresora y sus viscosos
jirones; y sucumben la garganta,
y los flancos y el vientre
sin armazón de hueso que los guarde.
Y qué de lo que pasa
clandestino, mimético sombrío;
lo invisible y con ruido, comprensible
por el tacto pasivo; la caída
al hielo tenue que dimana
del espinazo, y a la lengua
que tiembla y enmudece,

46
y al paladar de bóveda eclesiástica.

Ahora bien. ¿Soy este que se calla?


¿Soy el que gime lejos? ¿El que viene
soy, el que va saliendo, el que se queda?
¿Para qué servirá, de qué me vale
querer, sabiendo lo que sigue?
Si la sonda desciende, naufragada
sin esperanza y sin regreso,
al fondo inalcanzable que le huye.
Yo conozco las caras que se parten
en dos y en otras dos y en otras;
elementales casi formas
disfrazadas de ausentes enemigos.
Y en torno crujen las marchitas
maderas lamentables,
como un otoño cruje, como crujen
barcos difuntos, abrasados troncos,
alas crispadas y caducas
de domingos de ramos polvorientos.
 
HOY, PORQUE NO QUIERO ENTRISTECERTE...

Hoy, porque no quiero entristecerte,


no has de llevarme a donde quieras;
en marchita cuna está meciendo
a tu ajeno corazón el alma.

Bajo el tiempo enraízan los pesares


viejos, cansados ya de serlo;
ni con el tiempo, aunque te olvide,
se desaparecen; no me dejas.
Tú sin conciencia; tú, sin pena,
de esta muerte vienes a apartarme.

Llevado por la mala, canto,


para contentarte, cosas míseras;
sólo por venir a verte, vengo.

-Ya no sufras, corazón; a nadie


le va a importando lo que alumbras;
fuera mejor que te apagaras,
mejor que se acabara esta querencia.-

47
Desvelado, te sueño; insomne
me apasiono por soñarte sola.
Y se me cargan la premiosa
verdad, y la cantina espesa,
y los licores del recuerdo.
Tú me das en qué pensar. Y mientras
yo pienso, puedes tú reírte.
Vas a vivir sin mí. Ya alguno
te dice -y mejor- lo que te dije.
Tú, como nueva; tú, sin pena.
Y no negaré que te he querido.
En tu lección de despedidas,
aprendo cuanto soy. Decrépito,
cabizbajo y sin llorar, me miro
en los agujeros del zapato.
De agujeros en mi espejo ahora.
Desencordado y sin guitarra,
hago segunda a tus adioses
con mi desgracia. Estás conmigo.
Hablo nada más por darte el gusto
de ver cumplidas mis habladas.
Al otro lado de este puente
roto, de esta puerta clausurada.
Y me hago el dormido, porque quiero
pensar que no vuelvo a despertarme.
Un orgullo tan sólo tengo:
no me encontrarán cuando me busquen
de espaldas, porque estoy de frente.
 
IGUAL QUE EL LICOR ENTRE LAS ALAS...
Igual que el licor entre las alas
del cántaro, pesa entre tus hombros
mi corazón; tras tus costillas.

Gozo del río que no pasa,


del ramaje en paz, encandecido
hoja por hoja, y reparado.

El presente, ingrávido de años


idos y por venir, clarea
en traje de augurios conquistables.

48
Licor entre alas navegante,
barco dichoso, joya eterna
en llameante engarce de olas.
 
MARIANA

Por encima de todo, simple y fuerte,


tu vocación para la desventura.
La esperanza y la celda de amargura
y tu sueño incapaz de contenerte.

Ciega sin lumbre miras, de tal suerte


que coronas de espinas tu cintura,
y tu amorosa enfermedad madura
por encima del sueño y de la muerte.

Desventurada y sola; abandonada


como las conchas de una playa triste.
Ruinas en soledad, despojo, sombras.

Por encima de todo, tu mirada


te devuelve una imagen que no existe.
Y llamas con dolor, y a nadie nombras.
 
NINGÚN OTRO CUERPO COMO EL TUYO...

Ningún otro cuerpo como el tuyo


vino a salir sobre la tierra,
porque él es tú. Domingo diario,
simposio y lecho y mesa puesta
para los sentidos no platónicos.
Sin verte ni oírte, voy formándole
el molde de un instante tuyo;
el estuche justo, tu morada.
Espacio puro, impenetrable,
donde guardarlo aprisionado.
Siguiendo los innumerables
peldaños infinitesimales
de tu olor, bajando y ascendiendo,
las superficies reconozco,
maravilladas, de tu cuerpo.

49
Hueles a escollo soleado,
a huertas en la sombra, a tienda
de perfumes; a desierto hueles,
tierra grávida, a llovizna;
a carne de nardo macerada,
a impulsos de ansias animales.
Y cada aroma halla respuesta
en un sabor que lo sostiene,
y el regusto de la sal, el agrio
del fruto en agraz; dulcísimo,
el del fruto maduro y pleno,
el amargor donde floreces,
mezclándose, ardiendo, disolviéndose,
hacen de ti un sabor; el único
sabor, el que te vuelve en suya.
Y con él completo la armadura
del perfecto espacio: tu recinto
inequívoco, el sitio de ti misma.
  
NO ES EN MI AÑO. ALGUIEN TE TIENE...

No es en mi año. Alguien te tiene,


no es en mi daño. Y sin embargo
me daña en la duda lo que fuiste;
y así me acostumbro, y lo soporto,
y hasta parece que me place.
Ya sin despensas de futuro,
mutilado soy por mis desechos.
Y alegre de no vivir un día
más, me complazco porque ahora
estoy vivo. Me rasco, duermo.
De nada te vale, que, emboscado,
me chupe la hiel, y en copa de oro,
el veneno aquel que me serviste:
se me va olvidando ya el propósito
de recordarte, y ya me extraña
el haber sido quien te quiso.
Pero no sé qué me habrás dado
que me ardo de filos y herrumbres;
que anda curtido y enchilado
por aquí mi corazón, y llora.

50
Tan exigente en mí, tan áspera
sigues de tiránicos abrojos.
Aunque me emborracho por perderte
o me atiborro de estar hueco
de ti, para encontrar quién eras.
Uñas para rascarme alargo
insuficientes; y estos huesos,
ya sin su vestido, se me salen
y te los mando, y en tu almohada
los dientes pela, ojos redondos,
otra calavera que es la mía.
Y habrán germinado qué semillas;
cuánta mala hierba habrá crecido
que, hendido sus sílabas vetustas,
hace que salten mis palabras:
losas de pavimento rotas
en la ciudad que fue del canto.
 
PULIDA LA PIEL BAJO TUS ROSAS...
Pulida la piel bajo tus rosas
de escamas, fomenta la corriente
lustral donde mis viejos años
vencidos beben sin saciarse.
La ambición de mi lengua, forma
el dócil espejo de tu lengua.
Y aquí comienza el canto nuevo.
Vestido aquí de harapos, canto.
Y nuevamente tú, me esfuerzo;
te cubro de gloria, te engalano
con mis tesoros de mendigo.
Si estuvieras otra vez, si fueras
de nuevo; si ardiendo de memoria
llegara a sacarte de tu casa
de niebla; si otra vez salieras
como carne de almendra dura
de entre las arrugas de la cáscara.
Los caracoles en tus piernas,
deleite del ver, y del oído,
los cascabeles en tus piernas.

51
Y ábrense y me miran y se vuelven
a mí los misericordiosos
ojos de tus pies, y de tus codos
los ojos me miran, y se abren
en mí los ojos de tus hombros.
Y a ti me llama el remolino
de hueso de tu ombligo, y ríen
en tu ombligo los azules dientes
con que amor espiaba y me mordía.

Hoy se desciñen los amarres


vivos de la cintura; hoy caen
los móviles nudos de la falda;
hoy las dos columnas se desnudan
y el nopal del centro ondulatorio.
Haraposo, canto y te enriquezco;
te contemplo fuera de tu casa.
En ti mi sombra a tientas busco;
sigo mi sombra en el reflujo
de los corazones de tu pecho;
de las manos en tu pecho, el préstamo
florido recibo y recompongo.
Tú, mi plumaje, mi serpiente;
mi plena de garras de ojos dulces;
mi madre del ala que se alumbra
en el corazón encenizado.
Si estuvieras aquí de nuevo
a la mitad fugaz del canto.
Si solamente te alcanzara.
Lumbre encontrada de mi sombra,
yo tu enviado soy; yo que regreso
a los tres rostros de tu doble
rostro; a tu rostro solo y único.
 
QUÉ LLENARÁ MIS OJOS, AL ABRIRLOS...
¿Qué llenará mis ojos, al abrirlos 
desde el fondo del miedo; de qué trémula 
boca salió la lengua que me lame? 
¿Y habré de ver, si vuelvo la cabeza 
de prisa, quién respira a mis espaldas? 

52
Sólo de ácida sal, sólo preñada 
acidez, mi bebida. Y lo que viene, 
aquello que se acerca, 
lo que camina en torno y embistiendo. 
Cantando estoy, haciéndome 
de valor con cantar bajo lo oscuro. 
La pobreza, y el paso uniformado, 
y el cartel de protesta. 
Acaso inofensivo, acaso inútil, 
no defensivo acaso. Y es un soplo 
de burbujas quebrándose, un callado 
grito de bestia bajo el agua, 
un rescoldo de cuerpo que se ahoga. 
Y suéltase la sangre convocada, 
y su antídoto estrépito graniza, 
crece por dentro de la oreja, 
contra la mordedura de un silencio 
que mata en tres segundos. 
Bienvenido el que llega, si en las manos 
tiene la sal augusta para el hueco 
de mis cimientos despojados. 
El caballo homicida, bienvenido 
sea, con el galope mariguano 
y la huella cuádruple hendida; 
y el sueño adverso en orden de batalla, 
y la saliva atroz que sobrevive 
al suntuoso desorden del combate. 
Y algo como el amor de mis hermanos 
se despliega en mi contra, se abandera, 
en contra mía prevalece. 
Y lo que soy mañana, me recibe.
  
RECOSTADO EN SU PLACER, EL DÍA...
Recostado en su placer, el día
de estatuas y rejas enfloradas
nos dice, amiga, que morimos;
y como si al azar mordieras
una manzana, resplandeces
de dulces dientes y de labios.
Y las lágrimas que están llenando,
la carne que muerdes, las rosas
53
del polvo que abres y aguirnaldas,
festivamente se entristecen;
y se enrosca en torno d tu brazo
la serpiente roja de estío.
Suena la lluvia de la noche
cayendo al azar, como el azúcar
de una manzana desangrada.
De estatuas y rejas cenizas
nace una boca, y nombra el alba.
y dulce y de sombras resplandeces.
 
SI NACE DE TUS MANOS Y ES OSCURA...
Si nace de tus manos y es oscura
la angustia de sentirme atardecido;
si sueño, si por ti me es concedido
hacer eterna y fácil mi amargura;

Si es evidente mi dolor y es dura


tu voluntad de verme oscurecido
como el viento de noche sucedido
entre su arteria vegetal madura,

te puedo dar como si fuera tarde,


una sola palabra, y retornar
a lo perfecto que en mis manos arde.

O dejarte llegar inesperada


hasta tu misma voz, adelantar
y hacerte nula ante la sombra dada
  
SÓLO TEMBLOR ARDIENTE, ENCANDILANDO...
Sólo temblor ardiente, encandilando 
hasta el hueso orbital de la mirada, 
llamarada de pronto, las paredes 
fueron que me guardaban; y en el aire 
sólo espiga de pájaros mi torre. 
Parado al descubierto estoy, en medio 
de lo que fue la calle, en arrasado 
territorio de vida -ya ceniza, 
ya viento, ya vacío, ya camino 

54
sin comenzar, hacia los cuatro lados 
infinitos del círculo-. 
Con la sed soñolienta del minero 
descenso radical, con el anfibio 
lento acuático vuelo 
del nadador profundo, alucinado 
tras el pez de su rostro. 
Y si pregunto, no sé contestarme 
en qué estación de trenes, por vez última, 
no te encontré; qué instante ya caduco 
era para nosotros; conducida 
por qué veloz ventana miras; dónde, 
ya de espaldas a mí, me estás buscando, 
mientras quedé de espaldas al buscarte. 
Amiga, si tan sólo fuera 
dormir y verte, amiga de aquel tiempo. 
Venir al sitio de lo tuyo, 
al terror de no hallarte, a mis entrañas; 
al sospechoso tránsito sonoro 
como de pasos tuyos en tu alcoba, 
al olor de tu armario, a tus vestidos 
muertos o tus zapatos bostezando. 
Y memorias molares desfiguran 
el insustituible pan celeste, 
y el golpe me despierta: la implacable 
cerrazón ominosa 
del zaguán de salida que me abriste. 
Ámbito de la cita a que no llegas; 
la cita a la que acaso vas llegando 
cuando ya no te espero. Hemos perdido 
otra ocasión para morirnos juntos.
 
SON OLOR DE LLUVIA TUS CABELLOS...

Son olor de lluvia tus cabellos.


Nocturna memoria del estío.
Y el umbral ansioso de la casa
se alegra en tus zapatos rojos,
tu meso de musgos claros goza.
Y los efluvios de tu abrigo
mojado, y tu sonrisa, vienen,
55
y el triunfal asedio de tus brazos
en mi cuello, y tu mirada en fuga.
Sube el vino azul de estar contigo;
trasmuta la vivienda oscura,
en canon de puertas frente a frente,
en flamas de túnel submarino,
en fiesta de barcos, en jardines.
Socorro de mis años, dices:
”Y yo a ti.” Canción para cantarte,
adorno de tu voz, diadema.
Y estás en tu cuerpo, y nuestros pasos
juntos, una vez, se reconocen
en el corredor de aquella casa
que no fue la casa que buscamos.
 
SUELTA SU VAGO HUMOR DE VIDRIO...
Suelta su vago humor de vidrio
contrito, mi alma; desde el fondo,
un burbujear de fango encrespa;
y el águila insomne que empollaba
en mí las brasas del valiente,
ya dormitando, cacarea.
Y así me van dejando, amigo;
así se enmustian mis guirnaldas.
Ni siquiera una pasión me mata:
de grietas torpes, de penumbras,
ciento de enfermedades sórdidas,
ya no me miro.
Ya mi fuerza
no anda con mis piernas; ni mis brazos
se cumplen moviéndose, ni medra
mi corazón en la alegría.
Luego, el ir viviendo, y el doliente
espejo, calvo en las almenas
de la cabeza; la oficina,
la mano cortada, la costumbre
de perder los gustos que uno amaba.
Piedra es mi lengua entre cenizas.
Pues cansado estoy, pues viejo a voces,
pues solamente voy jalando.

56
Un fruto seco reproducen
las costillas descorazonadas.
Ni por si acaso ya me miro;
en la cara aguanto, al descubierto
los resollares de la noche.
Pérfidamente, la vergüenza
benévola del carnicero,
vio la ilustración inalcanzable.
Y el vino y la sal y el pan y el agua
lloran, y me alejan sus guirnaldas
en conmistión; me desamparan
las brasas del poder, el águila
combustible; duerme el aspersorio
del orgullo, el verbo reviviente.
Amigo, amigo. Se enmustiaron
mis flores marchitas; en desgracia
recordando voy, como de vida.
Y para acabar, por no rendirme,
no canto ya ni me despido.
 
TE ABRAZA LA LLUVIA EN SU DESCENSO...

Te abraza la lluvia en su descenso


de resbalantes lenguas párvulas;
descifras su caída al sesgo;
sus tocamientos multiplicas
en ti; los amparas, te conocen:
Ánfora armónica en perpetua
reconciliación, recinto cálido,
hogar de las delicias, próspero
alhajero de arcillas dóciles.
Aprieta la lluvia: albercas, mares,
oleaje que te desahoga.
Anticipándose, ambicioso,
en torno de ti mi afán aprieta:
dulceamarga serpiente, alianza
clandestina del terror y el júbilo.
Ánfora tu cuerpo, revestido
por su desnudez; barro engastado
de blandas perlas, se envanece
con las deleitosas cicatrices
57
de un dolor que pasó; que exponen
lo apenas sanado al riesgo nuevo.
Yo las encuentro, y al tocarlas
te sigo en otras cicatrices,
mapa de táctiles misterios,
que el tiempo no olvida, pero esconde.
Llueve y me afano. Tú me abrazas
en mi caída; me descifras
cuando te abrazo. Y me amonesto:
Nunca es temprano para amarte.
Y sé que nunca será pronto.

 
TÚ DAS LA VISTA A MIS PUPILAS CIEGAS...
Tú das la vista a mis pupilas ciegas
y a mi voz la ternura que te nombra;
amor, cuánta amargura, cuánta sombra
se destruye en la luz en que me anegas.
En hoces claras a mi pecho llegas
y la esperanza al corazón asombra,
por ti la mano del olvido escombra
los restos tristes del dolor que siegas.
Por ti vencido, el peso de la angustia
inútilmente ya su fuerza mustia
contra tus simples luces abre inerte.
Amor, ardiente lámpara en la oscura
soledad, segador de la amargura.
Está lejano el miedo de perderte.
 
YO SEGUIRÉ CANTANDO. TÚ HABRÁS MUERTO...
Yo seguiré cantando. Tú habrás muerto.
Habré yo muerto y seguiré cantando.
Ha de sonar mi voz de vida, cuando
la muerte en celo me haya descubierto.
Como surgidas del sepulcro abierto,
mis palabras; en ellas, abrasando,
irá este amor, hoy pasajero y blando;
entonces ya, definitivo y cierto.

58
Y nosotros, ya entonces, ni siquiera
huesos ni polvo ni recuerdo, juntos
estaremos. Es triste nuestra vida.
Sólo mi voz hará la primavera
que quisimos; los cálices difuntos
que arderán con tu nombre y su medida.
 
Y NUEVAMENTE ABRIL A FLOR DE CIELO...
Y nuevamente abril a flor de cielo
abre tus manos tibias, y yo canto
el júbilo entrañable y el espanto
que en mi sangre derramas con tu anhelo.
Amo la gravidez del alma, el vuelo
por la caricia que hasta ti levanto,
y el fuego triste hallado en el quebranto
de la distancia -aborrecible velo- .
Amor: abril, tu cómplice, desvía
la ruta del temor que disminuye
y disfraza de fiesta su agonía.
Eres abril de nuevo, amor, y nada
escapa de tu ser: todo confluye
a cobrar plenitud en tu mirada.

59

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