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ARTE VENEZOLANO DEL SIGLO XXI

EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES DE


CARACAS
La visualidad de los otros: Una aproximación crítica
a la Segunda Megaexposición

Isabel Huizi Castillo


Caracas, junio 2005
ISABEL HUIZI CASTILLO ARTE VENEZOLANO DEL SIGLO XXI
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Contenidos

Agradecimientos 3
Introducción 4

PARTE PRIMERA
UN BOSQUE EN EL BOSQUE
A pie, sin rumbo ni brújula 9
La cultura de uno y la de los demás 15
El hoy como ayer y el ayer como hoy 19
La cultura como tragedia 32

PARTE SEGUNDA
PREGUNTAS, OBRAS, JUICIOS Y
TEATRALIDAD
Las preguntas 45
Las obras 48
Los juicios 54
La teatralidad de las artes visuales 60

NOTAS Y REFERENCIAS 66

Anexo 1
Lista de obras expuestas en el MBA
Anexo 2
Hemerografía

Portada: Ernesto ESPINOZA, La piernona, 2004, Xilografía, 100 x 66 cm. Gabinete de dibujo y estampa, MBA.

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Agradecimientos

A Marialuz Cárdenas por sus aportes críticos a los enfoques aquí propuestos. A Jacqueline

Rousset, Esmir Soto, Jesús Sosa, Miguel Ángel Muñoz y al Departamento de Documentación

del Museo de Bellas Artes de Caracas, por su apoyo durante la tarea realizada. Especial

agradecimiento a María Eugenia Sánchez por una atenta lectura, sus orientaciones y

comentarios. A Eduardo Gil, agradezco sus sensatas observaciones al texto.

Isabel Huizi Castillo

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Introducción

El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de
algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún
pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada
que no sea un lugar intacto que parece abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que
buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni
tampoco buscar nada en ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido.

María Zambrano. Claros del bosque, 1977.

A lo largo del recorrido por este bosque, la polémica Megaexposición II, con la única ayuda del

ojo y un oído atento a la memoria, pusimos en práctica un ejercicio de ver desde el

desconocimiento. Nuestro ver se orientó por algunos llamados que, a modo de pájaros que

cantan en altas ramas, dirigieron y dieron sentido a algunas de las cuatrocientas ochenta y

nueve obras que cierran, o abren, el paso a quien recorre Arte venezolano del siglo XXI. Segunda

Megaexposición en homenaje a Jesús Soto, en el Museo de Bellas Artes de Caracas

La exposición, en su conjunto, reúne un total de cerca de tres mil ochocientas diecinueve

obras, hechas por dos mil doscientos cincuenta y ocho artistas1, expuestas en siete museos de

Caracas y varios espacios en otras ciudades del país. Como todo bosque, pareciera haberse

hecho a sí misma. Los museos, esta vez, han permitido que se hiciera evidente un valor notable

y poco frecuente: el respeto hacia la propuesta del ver al otro, al extranjero, al lejano,

asumiendo el riesgo de permitir la intrusión en el templo del arte de energías y prácticas

artísticas que tienen lugar en la periferia de los “centros” de la Cultura. Si algunas de las

semillas esparcidas en las salas del museo tienen o no potencia germinativa, está aún por verse.

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Quien visita esta exposición en el Museo de Bellas Artes de Caracas, recibe la impresión que de

que las obras se hubiesen abierto paso por sí mismas, que ellas mismas hubiesen encontrado

sus lugares angostando o ensanchando salas, construyendo plazas y calles, creando espacios en

los que el esfuerzo museístico se difumina, para quedar casi como borrado. La exposición, al

parecernos hecha por ella misma, entonces nos llama la atención hacia lo invisible, hacia esa

idea de un museo invisible, inexistente, donde la obra reina por encima de todo lo demás y en

el que todo esfuerzo museístico retrocede y se oculta. Las obras parecen quedar como

suspendidas en medio del bosque de Los Caobos, puestas allí únicamente para el mirar de

quienes ven desde otros lugares culturales, desde no-lugares, libres de determinaciones,

prejuicios y antejuicios.

María Zambrano habla de “quedar en suspenso”, y lo tomamos como una propuesta para

suspender preguntas, no importa cuán “apropiadas” o “pertinentes” parezcan. Poner fin al

incesante preguntar sería una forma de empezar a ver de una manera que permita reflexionar,

meditar y recordar a partir del ojo, con la memoria del ojo. Al suspender momentáneamente en

el juicio, ¿será posible ver? Tal vez esto parezca pueril a alguien, pero al perdernos en el bosque

y suspender el juicio quizá encontremos algún pájaro que canta en una rama alta y que

desparece apenas intentamos verlo. La Megaexposición II nos invita a dejar atrás una conciencia

histérica o profética, que pregunta incesantemente y niega antes de ver. Invita a abrirse paso a

un mirar diferente y a dejar que las obras que se “colearon” en la exposición se burlen o se rían

de nosotros, nos hagan muecas, nos digan palabras obscenas, o nos canten desconocidos

poemas visuales. La exposición invita a que sintamos repulsión y mareo, pues hay propuestas

que nos dejan casi ciegos. La muestra exige que abramos espacios de nuestro ver a formas

extrañas, a imágenes demasiado familiares, para dejar que nos asalten, repugnen o fascinen. Y

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es así como la muestra tiene la virtud de hacernos percibir cómo operan nuestros censores

internos y así podemos vernos a nosotros mismos en el acto de hacer juicios estéticos,

ordinarios y extraordinarios. Al visitante le proponemos dejar atrás muchos de sus

condicionamientos culturales y permitir que las obras pasen frente a sus ojos sin,

necesariamente, esperar que pretendan dejar huella, sin aspirar a que las obras se empeñen en

tornarse canónicas o inscribirse en alguna historia. ¿Volveremos a encontrarnos algún día con

algunos de los artistas presentes en esta exposición? ¡Quién puede decirlo! Si las semillas

sembradas en las salas del Museo de Bellas Artes fecundan o no la sensibilidad de quien las ve,

logrando así que la conciencia se canse de preguntar maníacamente y se anime, se deje invadir

por el anima, y si no que al menos se aparte mientras dura el recorrido por este cerrado bosque

visual, sin amparo de lógica, tal vez sea posible llegar a compartir algo de la alegría, tristeza,

riqueza o miseria, pasión o poesía, torpeza o dolor, que parecen vivir y respirar en las obras

que pueblan los escasos espacios de las salas y rampas del museo. Mientras anduvimos a

tientas en ese bosque estuvimos atentos a los balbuceos, cantos, gemidos o gritos de esas otras

vidas, esas otras miradas que se asomaban en las obras y que parecían mirarnos para,

trabajosamente, iniciar maneras de mostrarnos algo de nosotros mismos que insistimos en

desconocer. Tal vez el miedo a ser lo que somos se empeña en ocultarlo. ¿Es el museo el sitio

para ello?

Si todo discurso es expresión de relaciones concretas de poder, entonces ¿por qué no hablar

del poder desde el museo, del poder del museo o de los museos como espacios de poder? ¿Es

real ese poder? Hasta ahora todos los discursos que han circulado sobre la Mega II ─y sobre los

museos─ son periféricos, dan vueltas en círculo e intentan no dejar de ser meta-políticos. Sólo

que desde tales entelequias, supuestamente críticas, no resultará ningún discurso ni ninguna

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acción consistente, ninguna propuesta concreta. Hablemos entonces de las artes, la cultura y

las relaciones de poder, sin tapujos y con integridad, asumiendo nuestras posiciones desde

dentro y fuera de los museos, desde la Cultura y desde las oposiciones que, irremediablemente,

nos unen. Sólo así podremos hablar de arte y de museos en un intento serio y sincero por

entrar y salir de la Mega II, sin perdernos irremisiblemente en su laberinto y sin seguir dando

vueltas, a su alrededor, sin verla.

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PARTE PRIMERA
UN BOSQUE EN EL BOSQUE

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A pie, sin rumbo ni brújula

Nada puede estar más lejos de un auténtico arte de nuestro tiempo que la idea de una ruptura con una
continuidad. El arte es – entre otras cosas- continuidad y resulta inconcebible sin ella. Sin el pasado del arte, y
la necesidad y la compulsión por mantener sus estándares de excelencia, el arte moderno carecería tanto de
sustancia como de justificación.

Clement Greenberg, 1982.

El gusto camp da la espalda al eje bueno-malo del juicio estético ordinario. Lo camp no invierte las cosas. No
argumenta que lo bueno es malo, o que lo malo es bueno. Lo que hace es ofrecer al arte, y a la vida, un conjunto
diferente –sustitutivo- de referencias.

Susan Sontag, 1964.

Para desarrollar el concepto de camp, Susan Sontag ha debido ver numerosas producciones

“artísticas” que retaban lo canónico-bueno. Tuvo, necesariamente, que ver obras que, juzgaba,

debían ubicarse en el ámbito de lo diferente-malo, uno de los extremos del eje del juicio estético

ordinario, según esta autora. Eso que Sontag ha llamado lo diferente-malo sería algo que

estéticamente se aleja de y se opone a lo canónico-bueno y, necesariamente, habría sido leído

como malo-diferente por quienes formulaban juicios estéticos ordinarios. Hablar, por ejemplo, de

kitsch inconsciente2 ya no sólo sería un juicio estético ordinario sino que parecería, más bien, una

contradicción en los términos. Pero, no necesariamente todo arte diferente es malo o camp ─ o, si

se prefiere, kitsch. Queda pendiente la cuestión de si en el arte camp, o en el kitsch, está presente

o no la famosa kunstwollen3, o voluntad de producir un resultado estético, pues según algunos

autores sería la presencia o ausencia de ese rasgo la característica definitoria de la obra de arte,

así como también la esencia del trabajo artístico4.

Los estudios culturales y sus enfoques han redefinido muchos de los conceptos y términos con

los que operamos en los campos de la estética, la semiótica5 y la historia del arte. Cómo

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resultado de ello, las preguntas que habría que formular a la hora de intentar aproximaciones

críticas a fenómenos como los de las visualidades alternativas a las de la contemporaneidad

canónica, han cambiado radicalmente y un concepto que procede de la semiótica de la cultura,

como el de viraje cultural puede resultar útil a la hora de emprender caminos críticos en

territorios desconocidos, en un intento por perfilar ¿nuevas identidades visuales y artísticas? Un

estudioso como Peter Torop6 nos dice:

(…) ninguna sociedad que desee realizar su especificidad puede

escapar a la consideración de su identidad cultural. A la comprensión

de la máxima necesidad de la identidad cultural para la percepción del

desarrollo político, social, económico y tecnológico se le ha llamado

viraje cultural: el hecho de que la identidad cultural sea el factor

decisivo en la construcción de la especificidad de una determinada

sociedad puede llamarse viraje cultural. Significa que los desarrollos

contemporáneos en lo político y en lo social, pero también en lo

económico y en lo tecnológico, ya sea que éstos tengan una naturaleza

global o más bien local, sólo pueden ser comprendidos a través del

concepto de identidad cultural…7.

A ese darnos cuenta de la necesidad de comprendernos es que debemos prestar atención a la

hora de intentar construir ─cultura es construcción colectiva─ nuestras especificidades visuales,

artísticas y estéticas. Vemos en la Mega II un intento de hacernos caer en cuenta, en la

Venezuela de mediados de la primera década del siglo XXI, de la necesidad de nuestro viraje

cultural, de que este pasaría, necesariamente, por muchos actos de vernos con la finalidad de

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comprendernos, en nuestro propio proceso de construcción cultural, de construcción de

nuestras visualidades específicas y contemporáneas, desde un nosotros que es el de la inclusión.

Si nos detenemos un poco y vemos la manera en que se concibe la Cultura ─siempre con

mayúscula─ en el modelo propuesto por la semiótica de la cultura, tal como la han pensado los

investigadores de la Escuela de Semiótica de la Cultura de la Universidad de Tartu8, en Estonia,

podremos observar que ésta es representada, de manera esquemática, por dos cuadrados que se

superponen y que representan, respectivamente Cultura en oposición a Naturaleza. Las

flechas en el diagrama representan los procesos de inclusión y exclusión de textos y no-textos9.

Como casi todos los modelos, este es una simplificación; en tanto representación gráfica es

también un signo icónico basado en la semejanza que tiene como función la de ser

permanentemente modificado al ser confrontado con nuevos ejemplos procedentes de lo real.

Podemos ver entonces que la semiótica entiende la Cultura como conjuntos de mecanismos

que operan para producir textos y también para incluir, excluir o deformar los textos de otras

culturas. El término “texto” se entiende en este contexto no únicamente como algo verbal, sino

como cualquier obra deducida de cualquier sistema semiótico a la que la Cultura asigna algún

valor. En el modelo canónico de la semiótica de la Cultura, cada cultura se entiende a sí misma

como inseparable en sus relaciones con algo externo, con una no-cultura. La semiótica de la

cultura considera que oposiciones tales como Naturaleza vs. Cultura, lo artificial vs. lo no-

artificial, etc., son variantes dadas históricamente de operaciones tales como inclusión o exclusión:

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Cultura vs. Naturaleza


(textualidad) (no- textualidad)

Mecanismo de Mecanismo de exclusión


generación de
textos Caos
Acumulación de
información
Desorden

Mecanismo de Texto No-texto


traducción Barbarie

Afuera
Intercambio de
información

Mecanismo de inclusión
Repertorio de
textos
Adentro vs. Afuera

Fig. 1. Representación gráfica del modelo de la Cultura según la Escuela de Semiótica de la Cultura, Universidad
de Tartu - Estonia (Tomado de Sonesson).

Una cultura, entonces, siempre es positiva para sí misma: es el orden que organiza el caos

externo, conformado por no-textos, que son integrados o excluidos de la Cultura

progresivamente, a medida que transcurre la historia. A lo largo de esta, la Cultura integra

algunos de los no-textos mientras que otros son rechazados y mantenidos fuera. Pero los que

son asimilados, incluidos en la Cultura, antes deben ser “traducidos”, lo que a menudo

conduce a deformaciones y distorsiones de sentidos, dado que los textos “extranjeros” son

leídos desde la Cultura receptora con sus propios códigos. Así, a medida que transcurre el

tiempo y se intensifica la importación de textos a la Cultura, se crean nuevos códigos de

interpretación que, a veces, operan de manera relativamente satisfactoria en la conservación de

los sentidos de los textos importados y otras no. Este modelo de la Cultura canónica de la

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semiótica de la Cultura, se puede utilizar para explicar cómo, por ejemplo, en la cultura de las

artes visuales, unos textos que en un comienzo fueron definidos como no-textos (por ejemplo,

los de la modernidad10 pictórica, el cubismo, el Dada, el surrealismo o el arte underground

norteamericano) se convirtieron con el tiempo en textos “legibles” dentro de la Cultura

canónica de las artes visuales y así, la Cultura ganó territorios a los espacios de la no-cultura.

Pero, cuando esto ocurre, al mismo tiempo en el territorio de la Cultura se pierden territorios a

favor de la no-cultura, pues se dejan entonces de producir textos que eran anteriormente

valorados por la Cultura, los que como resultado de las nuevas valoraciones y de la inclusión de

nuevos textos, dejan de producirse y se pierden en el olvido. Es sin duda ingenuo pretender

que no existan en la actualidad en nuestro país, mecanismos similares a los descritos en el

modelo de la semiótica de la Cultura, operando en las interacciones entre los textos que se

incluyen y/o excluyen de nuestra Cultura contemporánea venezolana. Se postula entonces que

en la Mega II, estarían operando visiblemente esos mecanismos y fuerzas, a través de no-

textos que empujan para ser incluidos como textos culturales en el ámbito de la Cultura.

Resulta también obvio que ese modelo canónico es demasiado simple para explicar todas las

complejas interrelaciones que hoy es posible observar en los intercambios entre las culturas y al

interior de las prácticas artísticas que operan hoy en Venezuela, tanto dentro como fuera de la

Cultura. Hemos visto que, según este modelo, cada cultura se concibe a sí misma como un

orden opuesto a algo exterior, y que ese algo exterior es considerado como caos, desorden y

barbarie. Es decir, la Cultura se ve a sí misma en oposición a la Naturaleza y en este sentido, la

“Naturaleza” incluirá también otras culturas no reconocidas como tales por la Cultura Este

modelo nos dejar ver también, con una relativa claridad, que esos mecanismos operan sobre

todo en aquella culturas consideradas como más tradicionales (o "primitivas" o

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“conservadoras”), es decir, las que están cercadas por las fronteras más “duras” y que incluso

han sido codificados en algunas lenguas. Sabemos, por ejemplo, que los griegos consideraban

bárbaros a aquellos que no podían hablar su idioma: a la gente que balbuceaba o hacía sonidos

que no solamente no eran significativos, sino que carecían de organización y sentido y cuyos

productos culturales eran para ellos “no-textos”.

En el bosque de la Mega II ¿podemos decir que hay obras que nos colocan ante una barbarie

artística o ante no-textos que no comprendemos y que piden ser “traducidos” a la Cultura?

¿Los autores que realizaron esos no-textos, acaso comprenden los que realizan quienes,

supuestamente, manejan los códigos de la Cultura? ¿Son esos códigos en posesión de quienes

comparten la Cultura necesarios para el desciframiento de los idiomas de las artes visuales

alternativas de nuestro tiempo? ¿Cómo están operando los mecanismos de inclusión/exclusión

en la Cultura visual contemporánea en Venezuela, a comienzos del siglo XXI? A juzgar por lo

que hay en las salas del museo, pareciera haber varios autores de no-textos tocando con fuerza

la puerta, que parecerían estar concientes de que, como dice el refrán, tocar no es entrar. Es

decir, que algunos de los no-textos no se habrían “coleado” pero, a pesar de estar invitados,

aún no han sido incluidos, no han entrado a la Cultura. Si debían haber sido invitados o no, es

otra historia, pues pareciera que nadie hizo una selección. ¿O sí? ¿No es la “convocatoria

abierta” un procedimiento de selección, de auto-selección, de auto-inclusión/exclusión? La

autoridades del Ministerio de la Cultura y del CONAC, que organizaron la exposición, parecen

más bien haber invitado a un “open house” artístico, pues se invitó “a todo el mundo” y no se

rechazó a nadie, por lo que no se justificaría pensar que el concepto de la exposición pueda

remitir a algún modelo expositivo del tipo “salón de rechazados”. Lo más lejano posible a la

academia, el modelo expositivo de la Mega II ofrece una propuesta, justamente, no de secesión

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y disidencia frente a inexistentes salones oficiales, sino de abrir espacios a visualidades

alternativas que, hasta la experiencia de la Mega II, hoy no se habían querido convocar desde la

Cultura oficial, o desde el museo.

La cultura de uno y la de los demás

La “visión desde ninguna parte”, la objetividad que reclama una epistemología fundacional, es vista como
sospechosa debido a su identificación con la cultura occidental junto a la dominación de las razas blancas, los
sesgos de la masculinidad y los prejuicios de las clases medias. El conocimiento producido durante los siglos
XIX y XX, en los que las disciplinas de las humanidades fueron fundadas, ahora se concibe como una de las
maneras de entender el mundo y no como la manera en que el mundo puede ser comprendido.

Keith Moxey, 1999.

No es un azar que en nuestra lengua ─según se prefiera español de América o castellano─

podamos referirnos a los otros como los demás. Los otros, entonces, parecerían estar de-más, lo

que equivale a decir que sobran y, con la arrogancia cultural que nos caracteriza, hemos llegado

a pensar que nos bastamos a nosotros mismos. Un investigador sueco, Goran Sonesson11,

afirma que la Cultura, en el modelo de la semiótica Cultura, es egocéntrico en lugar de cómo

ingenuamente han pensado algunos, etnocéntrico. Este investigador ha sugerido un paralelo

entre el modelo de la persona y el de la cultura, que durante este recorrido expositivo no está

de-más revisar: el modelo de la cultura sería un origo, un centro portátil, por medio del cual los

miembros de la Cultura "toman posesión de" la semiósfera., vale decir que por donde quiera que

pasan se apropian del universo de los signos, mediante operaciones de exclusión/inclusión,

destinadas a guardar la “pureza” de la Cultura, excluyendo lo “extraño”, lo “ajeno”, lo “no-

cultura”.

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Paralelos entre los modelos de la persona y la cultura se habían ya establecido tanto dentro

como fuera de la semiótica y en sus primeros trabajos, Mijail Bajtín (18895-1975) 12 notable

estudioso ruso de la literatura y filósofo de la cultura, se preocupaba por las diferencias entre el

uno mismo y el otro a menudo disfrazadas en la literatura bajo las “figuras” del autor y el

héroe. Bajtín precisaba que es solamente el otro el que puede (y tiene que) ser visto desde el

exterior y que, por esa razón, siempre es percibido como una unidad completa y acabada pero

que percibir el uno mismo (el self), es un proceso continuo que nunca llega a comprenderse

completamente, pues el uno mismo no es otra cosa que ese fluir permanente de la conciencia que

percibe, que solo cesa con la muerte. Sólo el cuerpo del otro puede ser visto en su totalidad.

En el caso de uno mismo, la imagen siempre carece de alguna de las partes de nuestro cuerpo,

inclusive cuando nos vemos en un espejo. El otro, a diferencia de uno mismo, siempre está

afuera y no dentro de nuestros límites, los ha transgredido. Con todo, Bajtín admite que es posible

ubicarse, con ayuda de la imaginación, en el punto de vista del otro respecto a nosotros

mismos, aunque lo que se obtenga con esa operación de externalización solamente sea

apreciado después que la visión es reintegrada al flujo de la propia conciencia, al proceso del

fluir incesante de la conciencia de uno mismo.

En uno de sus últimos textos, Bajtín sugiere que se puede establecer un paralelo entre el

encuentro del uno mismo con el otro y la interpretación de las otras culturas. En ambos casos, el

entender otra cultura no sería posible como identificación con la cultura interpretada. Ese entender,

según Bajtín, sólo sería posible mediante un ingreso a esa otra cultura para luego volver a una

posición exterior a ella. A efectos de nuestra tarea, hemos querido hacer este preámbulo ya que

al ver algunas de las obras expuestas en la Mega II pudiéramos pensar13 que pertenecen a un

supuesto “no-arte”, propio de una “no-cultura”, o de “barbarie no-artística”. Si optamos por

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un punto de vista no-objetivo, pudiéramos considerarlas, simplemente, como obras

pertenecientes a una categoría que, provisionalmente, llamaremos “extra-arte”, y que sería

aplicable a productos artísticos de una “extra-cultura” o productos utópicos en el sentido de

“fuera de lugar”. Esta observación podemos llevarla a cabo bien sea apoyándonos en nuestra

propia cultura artística: la Cultura, la de “uno mismo” como referencia, o conversando (dialogando)

con “la otra” cultura, la “extranjera”, la “extra-cultura” a través de un “intérprete” o un

“traductor”. Las “extra-culturas” o “culturas extranjeras”, o culturas “fuera de lugar” entonces

vendrían a ser aquellas con las que la Cultura –la de uno mismo- puede “entrar en diálogo". La

“no-cultura”, en el mejor de los casos, sería algo de lo que los interlocutores pueden incluso

estar hablando pero que, en realidad, “no existe”. En esta perspectiva dialógica dada por Bajtín a

la semiótica cultural, la misma se convierte en lo que Milton Singer (1912-1994)14 llamó “la

observación de los mecanismos que tienen lugar en una conversación entre culturas.” Podemos

decir entonces que, desde esta perspectiva, en la Mega II podría estar teniendo lugar, sin que

necesariamente el mismo haya sido concientemente planificado o propuesto, un diálogo

intercultural que propone la comprensión de no-textos culturales o “textos extranjeros” que

pueden ser o no transcodificados para ser asimilados o no, por la Cultura.

En un interesante aporte a la semiótica de la cultura, el norteamericano Charles Sanders Peirce

(1839-1914) propuso que el modelo del Otro tendría la misma configuración que el de Uno

mismo: también representaría una corriente de conciencia que no se detiene hasta la muerte.

Pero, si para Bajtín el Otro es estático y cerrado, para Peirce sería solamente otro-uno-mismo. De

allí vendría la imposibilidad de comprender y dialogar con el Otro a menos que actúe, piense y

opere con los mismos códigos que uno mismo. Es allí donde, a nuestro entender, se aloja una

de las patologías culturales que resultan en la imposibilidad de los miembros de la Cultura ─y

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de algunos de los sujetos que comparten sus códigos─ para relacionarse en y con la diferencia.

Por lo que para nuestra indagación la importancia del pensamiento de Jaques Derrida y otros

penadores postestructuralistas como Roland Barthes, Jacques Lacan y Michel Foucault, quienes

reflexionaron sobre la diferencia y argumentaron que el sujeto autónomo de la tradición

humanística, el sujeto que pensaba que podía conocer al mundo y a sí mismo, fue un iluso

sueño de la Ilustración europea15 . Dado que muchos de quienes han insurgido en contra del

“concepto” de la Mega II, habitan en el ámbito de la Cultura y realizan su actividad en el

contexto de sus prácticas académicas y artísticas, particularmente las de la modernidad y

postmodernidad norteamericana, no entendemos muy bien cómo algunos de los admiradores

de, por ejemplo, un artista como John Cage, pueden aullar en contra de lo aleatorio o la

improvisación; o que quienes dicen sentir admiración y respeto por la obra de artistas como

Jackson Pollock o Marcel Duchamp, vociferen y aúllen no contra obras concretas expuestas en

la Mega II, sino contra el “concepto” de una exposición que ni siquiera han visto.

Charles Peirce también afirmaba que no puede haber ningún acceso directo al conocimiento de

uno mismo, exactamente por la misma razón que no hay acceso directo al conocimiento de

nada. El conocimiento del Uno mismo y del Otro sólo es posible indirectamente, a través de

signos y son los signos los que expresan. Si el ego y el alter no se presentan entonces como

diferentes y el uno mismo es visto como algo inconcluso, ambas descripciones no operarían

sino con un mismo modelo, que serviría para representar tanto al Otro como a Uno mismo.

Entonces, describir una cultura como carencia de Cultura sería operar como lo hizo, por

ejemplo, Cristóbal Colón ─ y como siguen haciéndolo aún muchos “descubridores” de artistas

en los siglos XX y XXI─ que aplican la misma hermenéutica que el Almirante de la Mar

Océano aplicó al “Nuevo Mundo” (Sonesson, 2000). Diferente habría sido la actitud de

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Hernán Cortés, quien deseaba entender la otra cultura, ─no por sus posibles valores ni para

conservarla ni asimilarla a la propia, sino precisamente para cambiarla─ y así lo primero que

hizo al llegar a México fue buscar una intérprete indígena. Colón habría operado sobre el eje de

la referencia a su propia cultura y Cortés sobre el eje de la conversación con la otra cultura, aunque

teniendo en mente una radical reconversión cultural. En lo que hemos visto hasta ahora de

reacciones ante la Mega II, sólo hemos registrado negación referida a la Cultura, la propia y no

un deseo de entenderse con la otra cultura, con la otra visualidad, deseo de conversar con el otro,

ni siquiera deseo de ver al otro.

El hoy como ayer y el ayer como hoy

Los actos de ver son actos culturales, y están culturalmente condicionados. Cualquier aproximación a la
visualidad que hoy ignore esta determinación compleja –pues se alimenta autorecursivamente- está condenada a
incurrir en una miopía analítica. Cualquiera sea nuestra orientación interpretativa, la asunción del carácter
cultural, construido, de los actos relativos a la visualidad parece hoy una propedéutica epistémica forzosa.

José Luis Brea, 2004.

Hoy en día, en nuestro país, sigue siendo “críticamente correcto” ─aún entre “intelectuales”

supuestamente muy bien formados─ pensar que los modelos miméticos de representación

aparecidos durante el Renacimiento han sido “superados” y así lo expresan muchos discursos

críticos sobre las artes visuales, que se fundamentan en modelos evolucionistas, al postular que

esas formas miméticas de representación remiten a elementos de complacencia y fácil

gratificación a nuestros ojos y emociones. Así, se piensa entonces, que los tiempos que corren

demandan ─algunos llegan incluso a pensar y a prescribir casi con carácter de norma estética─

una visualidad contemporánea propia del modelo de la Cultura, cuyos códigos de

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representación pudieran caracterizarse como siendo, fundamentalmente, autorrecursivos. En el

drama de las comparaciones, hemos podido ver gracias a la Mega II, episodios que ameritarían

incluirse en alguna versión contemporánea de la megaproducción de D. W. Griffith, Intolerance

(1916). No cabe duda de que en la Mega II no se ha visto al arte con el debido detenimiento, tal

vez debido a una incomprensible valorización de una velocidad irreflexiva de sus procesos

organizativos, pero resulta interesante ver que en medio de la confusión y sin discurso

curatorial para apoyar o proponer lectura alguna, se crean relaciones que señalan direcciones:

muchas de las obras parecen andar a caballo entre géneros y estilos, para no mencionar medios

y técnicas. ¿Será que se puede hablar tal vez de un “mestizaje”, de la acción de influencias no-

artísticas sobre obras pretendidamente artísticas? ¿No es así cómo han venido operando las

influencias en las artes a través de los tiempos?

A riesgo de proceder de manera inexcusablemente reduccionista, proponemos un ejercicio

comparativo entre los que son los rasgos comúnmente tenidos como característicos de las

“vanguardias” de la modernidad pictórica y los que, vistos muy a la ligera, caracterizarían la

obra de los autores presentes en el Museo de Bellas Artes, en ocasión de la Mega II. Si una de

las primeras de tales características es la de oponerse a las estéticas “naturalistas” resulta muy

difícil encontrar en la Mega II, salvo excepciones claro está, obras a las que pueda adjudicarse

este rasgo: la búsqueda de estilos “naturalistas” parecería ser una constante. En cuanto a que

pueda considerarse que la gran mayoría de las obras presentes en la exposición se encuentren

alejadas de “lo popular” y que sean apreciadas sólo por minorías, es muy difícil saberlo aún

pues no se conocen cifras de asistencia y tipo de publico, estratificado según las convenciones

de la sociología del arte, pero aparentemente y a juzgar por la numerosa asistencia de jóvenes y

niños al Museo, las obras no proponen ningún desafío de decodificación a escolares de niveles

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básico o medio. En cuanto a que las obras sean efímeras, o que sus sentidos remitan a

nociones como la fugacidad o la acción del tiempo, tampoco están presentes en la Mega II

obras de este tipo, muy por el contrario, parecen casi todas, claro está que con excepciones,

haber sido hechas para durar mucho tiempo, con materiales y soportes duraderos. En cuanto a

las exigencias que la conciencia de los autores debería supuestamente colocar a las demandas

expresivas, éstas no parecen situarlos frente a grandes retos expresivos o técnicos. Claro está

que es posible encontrar algunos ejemplos en los cuales se observa que ha habido necesidades

de responder plásticamente a planteamientos que piden mayor exigencia expresiva y técnica,

pero una de las cuestiones más desconcertantes que surgen de la observación de las obras

expuestas en el MBA es, a nuestro juicio, el ocultamiento o represión de la subjetividad

creadora, de esas percepciones interiores con las que un artista llega a ser capaz de captar por

anticipado lo que plasma en su obra, o su capacidad para reconocer y representar, más allá de

las expresiones convencionales de una iconografía inculcada por una “educación artística”

homogenizadora y por imágenes supuestamente “populares” o massmediáticas, aquellos

eventos y manifestaciones referidos a crisis o a algún tipo de conflicto humano ─individual o

colectivo─ de envergadura, junto a escenas “épicas” de la historia oficial. No vemos, en

general en la exposición, obras en las que el problema expresivo, crucial en los lenguajes

visuales en tanto y cuanto medios de expresión, sea tratado con la seriedad y profundidad que

las artes visuales y sus productos demandan. Por todo lo observado y dicho, una cosa está

clara, al menos para quien escribe, y es que las obras que están expuestas en la Mega II, no

pueden ser consideradas como representativas de “vanguardias artísticas” de mediados de la

primera década del siglo XXI venezolano, ni que tampoco pueda decirse que dan testimonio

de mentalidades o sensibilidades creadoras de artistas “populares” de nuestro tiempo. Es

posible también observar que algunas de las obras expuestas pueden incluso mezclar elementos

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“cultos”, icónicos o formales, que pueden adscribirse a diversos estilos y géneros ─ que en

algunos casos pueden resultar incluso incompatibles─ y que esos tipos de obras en los que

encontramos múltiples elementos estilísticos y de géneros reunidos en una sola ─por ejemplo,

estilos tan diferentes como puntillismo y estilo naïve, o un bodegón que aspira a la abstracción

sólo en alguno de sus elementos compositivos─ resultaría imposible adscribirlos a ningún

estilo o género artístico, o clasificadas por ningún discurso “críticos” que pudiera llegar a ser

motivado a partir de la Mega II. Muchas de las obras expuestas pudieran ser ubicadas dentro de

categorías que postulan relaciones de referencia a producciones canónicas, con las que

pudieran, efectivamente, algunas de las obras vistas en la Mega II relacionase, pero sólo de

manera metafórica, metonímica o incluso mimética. Esos géneros o estilos canónicos con las

que pudieran relacionarse algunas de esas obras serían, por ejemplo, el paisaje impresionista o el

desnudo fauve o expresionista, o el retrato pop, así como algunas obras que pudieran considerase

como “modernas”, en las que podemos ver representaciones de espacios arquitectónicos

ubicados en algún locus urbano, o fantasías de criollas arcadias realizadas en estilos que remiten

tanto al impresionismo como a los estilos que se nutren de técnicas e imágenes más

conservadoras y convencionales, tales como las enseñadas y aprendidas en las academias y

escuelas de arte de fines del siglo XIX o comienzos de XX. Estas retóricas visuales también

pueden remitirnos, mimética o ingenuamente, a ese ambiguo gusto nuestro que, sin mucho

rigor, llamamos “modernista” o “criollista” a la manera de artistas como, por ejemplo, Pedro

Centeno Vallenilla o incluso Francisco Nárvaez. También algunas de las obras que podemos

ver en la Mega II, pudieran relacionarse iconográfica y estilísticamente con representaciones

paródicas de objetos y figuras que mantienen relaciones miméticas con los mundos de lo

cotidiano o del entretenimiento16, o con los “usos del tiempo libre” así como con los “masajes”

macluhianos que aplican los medios masivos, tal como pueden verse en el pop-art

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norteamericano o el camp. Si para Susan Sontag el camp es un conjunto de técnicas de

resignificación donde convergen la ironía, lo burlesco, el pastiche y la parodia y que tales

elementos transcodifican la imagen para llegar a comunicarnos “nuevas” sensibilidades

“posmodernas”, la autora de Sobre la fotografía o El sida y sus metáforas, vincula el camp con el pop.

Según su enfoque, ambos movimientos hacen un uso paródico de las representaciones, pero

¿cómo operan esas transcodificaciones y resignificaciones, por ejemplo, en una obra de

evidente intención paródica como La Mona de la artista zuliana Mandy Toro? Es esta una de

las obras expuestas de mayor interés por su independencia frente a ciertas tradiciones plásticas

“populares” que exigen estilos que gratifiquen el ojo y la mente de un espectador

supuestamente popular.

Fig. 1. Mandy Toro. La Mona, 2004. Técnica mixta, 57 x 47 cm. Sala 6, MBA, Caracas.

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Otra de las obras expuestas en la Mega II que invita a la reflexión en esa misma dirección es

Paisaje con cráneo de buey de Picasso (2004) del artista, también zuliano, Juan Mendoza.

Fig. 2. Juan Mendoza, Paisaje con cráneo de buey de Picasso, 2004. Acrílico sobre tela, 100 x 60 cm. Sala 6, MBA,

Caracas.

Si como nos dice Clement Greenberg la “esencia del modernismo está…en el uso de los

métodos característicos de una disciplina para criticar esa misma disciplina”17 y de allí el énfasis

de las operaciones críticas en los lenguajes de las artes, no obstante, para el cumplimiento de

nuestra tarea crítica habría que preguntarse cómo hoy, en Venezuela, tienen lugar y cuáles son

las motivaciones para que ocurran, si es que ocurren, cambios técnicos que definirían los

criterios de modernidad, posmodernidad o contemporaneidad en una determinada disciplina

artística, vale decir los signos que estarían inscritos en una temporalidad artística propia de una

tradición local y nuestra, frente a lo que estaría ubicado en ejes extemporáneos.

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Sería necesario entonces observar en Venezuela cómo tales cambios pudieron darse

históricamente, en un momento dado, en la obra de artistas específicos, al interior de una

determinada dinámica cultural y social delimitada18. ¿Para qué y por qué los artistas introducen

cambios técnicos? ¿Cómo se relacionan los cambios en los “estilos” con los cambios en las

“ideas” artísticas y éstas con los cambios técnicos y tales cambios con la Cultura, o con las

extra-culturas? Evidentemente, no se trata solo de “avances de la tecnología”, ya que ni las

técnicas ni los “nuevos conceptos” proporcionan absolutos estéticos, ni siquiera cuando se han

dado, previamente, cambios profundos en los esquemas conceptuales que los artistas

proponen a través de sus obras. Lo que podemos ver en la Mega II, entonces no va por la ruta

de los cambios técnicos ni de “nuevos conceptos” y lo que sí aparece, en cambio, es una

visualidad sorprendentemente “conservadora.” En general, salvo algunas excepciones, la

mayoría de las obras remiten a la historia canónica del arte o de la pintura, o a tradiciones

populares o religiosas, realizadas con técnicas que no apelan a ninguna de las tecnologías de

reciente desarrollo19. La Mega II da la impresión de ser una cápsula de tiempo, clausurada entre

el final del siglo XIX y la primera mitad del XX que contiene una visualidad represada ─

¿reprimida?─ desde hace unos cuantos años.

Ahora bien, entre las preguntas obligadas al intentar aproximarse a una visualidad de partida

desconocida pero que, en la medida en que nos acercamos, remite a la memoria de signos e

imágenes que resultan curiosamente familiares, debemos inevitablemente referirnos a

situaciones que al ser visitadas desde un “hoy” impreciso en sus caracterizaciones, nos pueden

aparecer como remotas y poco pertinentes para una inicial descripción. Esa desconocida

visualidad expresada en esos otros textos o no-textos culturales que emergen en la Mega II parece no

tener cabida al intentar caracterizar la compleja realidad cultural venezolana de ese “hoy” de

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difusos límites culturales, a pesar de polarizaciones tan netas en lo político, en lo social y en lo

económico. Tampoco podemos dejar de remitirnos a referentes que aparecen como

inevitables, por ejemplo y en primer lugar a aquellos que pueden dar origen a una pregunta del

tipo ¿cómo pudo expresarse una sociedad revolucionaria, por ejemplo, la de la Rusia de

comienzos del siglo XX, de manera tan fuerte y elocuente, a través de signos tan

evidentemente elementales como una figura geométrica negra sobre un fondo blanco? o

¿cuáles pueden ser las condiciones que lleguen a determinar las formas de la representación

artística en momentos de cambios profundos en una sociedad y en su cultura? Evidentemente

no se trata de decodificar los supuestos sentidos de las obras, ni de intentar descubrir el misterio

de las intenciones de los artistas, ni de la no menos misteriosa recepción de las mismas por

parte de las audiencias, aunque sí, tal vez, de intentar un atisbo de la sinergia de todas estas

fuerzas operando culturalmente en conjunto. Obviamente debemos concluir que, dados

retrospectivamente los datos históricos, la sociedad revolucionaria de la Rusia de comienzos

del siglo XX no se “expresó” a través de un artista como Malevich20 sino que ─pasivamente─

fue expresada a través del realismo social impuesto como la “estética” oficial del estalinismo. En

otras palabras, dadas las condiciones políticas existentes en Rusia entre 1905 y 1923, año de la

muerte de Lenin, y a partir de la consolidación del Estado Soviético bajo Stalin, desde la

década de los treinta y en ese caso histórico concreto, no puede hablarse propiamente de que la

sociedad rusa se haya expresado a través de sus artistas sino de que el todopoderoso Estado

soviético les habría impuesto forzosamente a los artistas rusos un “endurecimiento de la

iconicidad”21. Para quienes gustamos de trabajosos “paralelos historicistas”, podemos ver

fácilmente que nada más alejado de un “arte oficial” que lo que puede verse en la Mega II. Lo

que, obviamente, no quiere decir que lo que se muestra sea ni bueno ni malo, sino que lo que la

exposición alberga está muy lejos de la homogeneidad “totalitaria” que algunos han pretendido

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ver en esta y otras iniciativas culturales del momento político venezolano. Esto podría

llevarnos a conjeturar que si las políticas culturales de la llamada IV República brillaban por su

ausencia22 y que si la política cultural explícitamente imperante durante más de cuatro décadas

fue una no-política, la actual no llegaría a ser una no-política sino más bien una de ensayo y

error cultural, en la que caben experimentos del tipo de la Mega II; ensayo que aún no sabemos

si es o no un “error” ya que en cultura es poco pertinente hablar de “errores”. El realismo

socialista, por ejemplo, no puede verse como un “error” del Estado soviético, sino como una

manifestación de su decisión y capacidad para realizar un “reconversión cultural” en el sentido

de una icnonicidad única. El realismo social fue sin duda una “política cultural” y la creación

de las “instituciones culturales” soviéticas obedecía no únicamente a la lógica del crecimiento

del aparato burocrático del Estado, sino a la voluntad y poder del mismo para instrumentar esa

política, junto a una de simulación icónica de “la realidad socialista” vista a través del filtro de

una “ideología revolucionaria” cuyo propósito era la producción continua de textos culturales

autorreferenciales.

Habría que decir, antes de continuar, que no pretendemos ni remotamente llegar a ningún

paradigma explicativo del estado de las artes en la Venezuela del año 2005, a partir de lo visto

en la Mega II en el Museo de Bellas Artes de Caracas. ¿Es esta una postura post-moderna o meta-

política? No necesariamente.

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Fig. 3. Kasimir Malevich. Cuadrado negro sobre fondo blanco, 1913

Si, en vez de preguntarnos ¿qué significó el cuadrado negro de Malevich para la sociedad

revolucionaria rusa? preguntamos ¿cómo se expresó la sociedad rusa en tiempos de

revolución? O, más bien ¿es que la sociedad rusa de los años de la revolución y el socialismo

“real” pudo expresarse artísticamente de alguna manera como no fuera a través de la abstracción

geométrica?

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Tal vez la Mega II, permita construir un camino de indagación a través de los desconocidos

territorios de “la otra” visualidad venezolana de los comienzos del siglo XXI, para así intentar

comprender ─desde una aconsejable distancia de lo otro─ lo que sea posible de ser observado

en las complejas relaciones culturales y artísticas que se dan en nuestra sociedad en este

momento, dada la calidad y profundidad de los cambios al interior de los campos culturales y

de las prácticas artísticas. Tratar de precisar los contornos y perfiles de algunos de los

mecanismos que operan en las conversaciones entre las culturas venezolanas23 de hoy y las

expresiones de sus visualidades alternas parecería ser una tarea necesaria. Si el canon de la

modernidad en artes visuales prescribió la experimentación técnica como uno de sus rasgos

definitorios, entonces los cambios en las técnicas artísticas ─en particular pictóricas─ deberían

servir como hilo conductor en el laberinto del bosque para la construcción de un camino hacia

la inteligencia de lo que vemos, o no vemos, en la Mega II. No obstante, los artistas de la

Venezuela de comienzos del siglo XXI no parecen estar muy preocupados con los

procedimientos de las artes y, además, este punto de vista formalista resultaría tan inoperante

como cuando desde una supuesta postmodernidad, se utiliza para observar las supuestas

modernidades locales. Pero no están ausentes en la Mega II obras que se inscriban en algo

parecido a un campo de analogías con los movimientos antiartísticos de comienzos del siglo

XX. Si los referentes del Dada y el anti-arte, la rebelión contra la estética académica en el

espíritu del Manifiesto de Tristan Tzara, llamando a crear un arte “de la calle” en vez de un arte

“de museos” y negando valores como la introspección del artista romántico o la expresión de

la angustia individual, la moral y la hipocresía burguesas, con sus llamados a vivir el arte desde

la calle o el cabaret y a producir “arte de protesta”, la Mega II es el lugar para encontrar obras

que nos remiten a estos referentes aunque sea por muy retorcidos senderos. Sin embargo, la

obra El museo es la calle, la calle es el museo, de Oscar Sotillo, quien participa en la muestra en

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calidad de artista invitado, remite a esos códigos y resignificaciones desde una propuesta “neo-

conceptual” aunque sobria y conservadoramente Dada.

Fig. 4. Oscar Sotillo. El museo es la calle la calle es el museo, 2005, papel impreso. Hall MBA, Caracas

Sin duda, convendría precisar algunas de las maneras en las que un número no determinado

de personas piensan acerca del arte, en general, a saber: a) que “el arte” o “lo artístico” en

ningún caso puede referirse o representar valores absolutos, supra o transhistóricos, que

mantengan su validez en cualquier período, circunstancia y situación social o económica y para

todas las clases sociales e individuos por igual; b) que gran parte de las obras más famosas del

arte moderno y contemporáneo no son obras maestras; c) que las artes de nuestros tiempos

tienen más que ver con discursos críticos que con virtuosismo y talento artístico; d) que una

gran parte de las obras de arte moderno han sido fácilmente imitadas –y muchas veces

recreadas, reinterpretadas, resignificadas y hasta replicadas – por artistas no-reconocidos,

quienes son tan capaces técnicamente o más que los “maestros” pero que están condenados al

desconocimiento debido a los filtros y murallas de legitimación que bloquean la libre

circulación no sólo de la obra de arte en sus procesos de producción, difusión y consumo, sino

de la información sobre arte; e) que el “arte moderno” o el “arte contemporáneo” son

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fenómenos culturales, vale decir ficciones culturales y políticas, más centrados en la cuestión

de los nombres, las personalidades, las firmas y los precios que en la calidad de las obras; y f)

que, a medida que se producen cambios significativos en la Cultura del gusto y se construyen

nuevos consensos sobre lo que es y no es arte, todo el edificio de la modernidad y la

contemporaneidad artística junto a su star system y su mercado de precios astronómicos puede

desmoronarse, tal como ha sucedido con otros períodos de la historia del arte.

Este trabajo no tiene ninguna pretensión de ser un registro definitivo, ni mucho menos único,

de una experiencia cultural bastante inusual en nuestro país, aunque no en países de larga

tradición artística y museística. Si encontramos que el fenómeno cultural que se manifiesta en

la Mega II resulta fascinante en sus implicaciones culturales y sociales, de ello no

necesariamente deducimos que sea también así en sus implicaciones artísticas. Muchas de las

obras que vemos en la exposición, ciertamente, han venido “de abajo” o de “la periferia” de la

Cultura pero el mero hecho de que ahora se encuentren en las paredes de los museos no

significa que sean obras de arte contemporáneo, aún cuando se relacionen con otras manifestaciones

culturales urbanas tales como, por ejemplo, la música de rap o hip-hop, el reggaeton u otras

manifestaciones populares contemporáneas de diversos orígenes. Pero lo que sin duda

constituye una de las sorpresas de la Mega II es que hay una gran cantidad de obras que

parecieran estar en el otro extremo del continuo cultural y pertenecer a una estirpe

ultraconservadora, que pareciera intentar preservar imágenes y técnicas transmitidas a través de

generaciones. Lo efímero, lo secreto, lo que transgrede normas, la rebeldía, la provocación o lo

competitivo, no aparecen como rasgos frecuentes en estas corrientes de algo que pudiera ser

un arte folk contemporáneo ─en sentido de popular─ que tiene una presencia numerosa en la

muestra. No está demás recordar también que la propuesta de la Mega II tampoco tiene nada de

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muy novedosa. El Salón de los Independientes, organizado en Francia a fines del siglo XIX

por los propios artistas, carecía de jurado de selección. Es obvio que no es posible trazar

paralelos entre las obras de las vanguardias artísticas presentes en aquellos salones y las de los

participantes en la Mega II, pero sin duda parece poco equitativo que hoy en día, en Venezuela,

los artistas – quienes lo sean, o deseen o pretendan serlo en el siglo XXI─ que quieran exhibir

sus obras, tengan que depender casi exclusivamente de un sistema de galerías comerciales de

poco alcance y poco público, siendo estos los espacios que, hasta la apertura de la Mega II ,

servían casi como único lugar de encuentro a esos artistas y no-artistas del no-museo y a sus

públicos, donde es posible mostrar y ver lo que se produce y ofrece en la actualidad en el

campo de las artes visuales contemporáneas no canonizadas en Venezuela. Entonces, si nos

perdemos en el intrincado bosque de la Mega II, es posible que la exposición sí pueda decirnos

algunas cosas interesantes, pero para escuchar es recomendable entrar a pie y sin rumbo ni

brújula.

La cultura como tragedia

(…) Nada que sea grande entra en los hombres sin alguna maldición.

Sófocles, 447 a.C.

En este momento en Venezuela el pensamiento de Georg Simmel (1858-1918) se nos muestra

como importante, porque este filósofo y sociólogo astuto y observador, vivió y produjo su

obra en medio de las más importantes corrientes del pensamiento y el arte así como en medio

de corrientes intelectuales y artísticas de gran influencia en la cultura occidental en momentos

de cambios artísticos y culturales profundos. Simmel vivió y trabajó entre los siglos XIX y XX

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y en el contexto de la cultura alemana donde sus ideas fueron compartidas por esos "amigos

del espíritu realmente dotados para la filosofía", la brillante generación de artistas, filósofos y

pensadores alemanes de los años anteriores a la Primera Guerra Mundial.

Según Simmel el conocimiento se adquiere en virtud de los beneficios que nos reporta

individualmente, más que a partir de pautas socio-culturales colectivas. Simmel estudió los

comportamientos individuales en grupos sociales en los espacios de la ciudad moderna, las

interacciones entre los individuos y la formación de la cultura social, la imitación y la moda, así

como la importancia del dinero en la conformación de las relaciones sociales entre los

individuos. Conceptos suyos como el de “lo extranjero”, o “lo extraño”, lo que “viene hoy y se

queda sólo hasta mañana”, han hecho que Simmel sea considerado por diversos autores como

un precursor de las investigaciones en comunicación e intercambios interculturales urbanos

que se han desarrollado al final del siglo XX y comienzos del XXI. Desconocido en el mundo

anglosajón hasta mediados de los setenta y mal traducido durante años, pasó a ser considerado

a fines de esa década como el “primer sociólogo de la modernidad”. Una de sus principales

preocupaciones era captar en sus investigaciones el llamado zeitgeist ─ o espíritu de los

tiempos─ en su caso, la modernidad. Algunos de los más importantes intelectuales

contemporáneos suyos en su Alemania natal, vieron en él la perfecta encarnación de ese

espíritu pero fue Wilhelm Worringer (1881-1965) su alumno en Berlín, quien reconoció en una

obra ya clásica Abstraktion und EinfühIung, (1908)24 que las ideas para esa obra le habían sido

inspiradas por el pensamiento de Simmel.

Si traducimos la noción de “espíritu de los tiempos” ─de obvia fundamentación metafísica─

como “comunidad de discursos” comprenderemos con mayor facilidad cuáles eran esas ideas

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comunes que Simmel compartía tanto con Georg Luckács como con José Ortega y Gasset,

Ernst Cassirer, Marc Bloch y Teodoro Adorno, las que fundaban un nuevo pensamiento. Para

muchos de sus contemporáneos Simmel reflejaba en sus obras un “nerviosismo neurasténico"

que tanto él como sus “amigos del espíritu” penaban que era característico de la vida en las

grandes ciudades, con sus aspectos que encarnaban los defectos y virtudes de la era

“moderna”. La modernidad había sido definida por Charles Baudelaire25, en términos de su

transitoriedad, fugacidad y contingencia. La personalidad "neurasténica" de Simmel, así como

la percepción de sí mismo como individuo en constante movimiento ─a la manera del El

hombre de la cámara” (1929) del cineasta soviético Ziga Vertov o de Charles Chaplin de Tiempos

Modernos (1936)─ en el seno de una gran metrópoli y el carácter de transitoriedad impresionista

que puede leerse en sus fragmentados, relativistas y acrobáticos ensayos, parecen justificar que

haya sido considerado como el "primer sociólogo de la modernidad” por académicos

ulteriores.

Entre 1900 y 1918 Simmel desarrolló una filosofía de la vida fundamentada en una peculiar

interpretación del neokantismo y de categorías conceptuales tales como vida, forma, alma, cultura,

interioridad y exterioridad. Trataba así de abordar el problema de cómo puede ser formada la vida,

o, más precisamente de cómo puede captarse la fluidez y continuidad de la vida, sin disecar su

riqueza y su inaprehensibilidad, en formas culturales también vivas. Las relaciones de la vida con la

forma y con el alma fueron expuestas por Simmel en diversos ámbitos de indagaciones tales

como la estética, la cultura y lo social; así, respecto a la primera, afirmaba que

(…) toda la estética se basa en una dirección y significado último de la vida, es decir, en una

cualidad elemental del alma. (Sociología, 1908).

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La cultura fue definida por Simmel en términos generales corno

(…) el refinamiento, es decir como las formas intelectualizadas de la vida. (…) La sociedad crea

acaso la figura más consciente y, desde luego, la más general de una forma fundamental de vida

[consistente en] que el alma individual no puede estar en un nexo, sin estar al mismo tiempo

fuera de él, ni puede estar incluida en ningún orden sin hallarse al mismo tiempo colocada frente a

él. (Ídem).

Este último elemento remite a la cuestión de fundamentar el a priori sociológico en la

perspectiva de que

(…) la relación de interioridad y exterioridad entre el individuo y la sociedad, no son dos

determinaciones que subsistan una junto a la otra ─aunque en ocasiones así sea y puedan llegar

hasta una hostilidad recíproca─ sino que ambas caracterizan la posición unitaria del hombre que

vive en sociedad. (Ídem).

Pero Simmel no fue un pensador exclusivamente metafísico pues, al reconocer la pluralidad de

formas de captación del mundo por el individuo, él mismo proporcionó diversas aplicaciones

de su metodología vitalista a muchos otros ámbitos donde clarificó y ejemplificó algunas de sus

ideas más abstractas y complejas. Así, frases complicadas y aparentemente oscuras como

(…) la vida sólo puede ser expresada en formas pero no puede alojarse en ellas porque siempre las

rompe y las rebasa, o la vida es siempre más vida de la que cabe en la forma (…). (Ídem.)

resultan ser no solamente más claras y atractivas, sino también mucho más iluminadoras

cuando Simmel nos las presenta configuradas, no mediante formas metafísicas, sino con formas

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sociológicas. Por ello, es recomendable revisar lo que él denominó su estrategia "impresionista"

para aclarar algunos de sus conceptos e ideas. En la introducción a su Sociología (1908) Simmel

reconocía que sus exposiciones alcanzaban una mayor claridad cuando presentaba sus ideas

mediante detallados y sutiles ejemplos analíticos, en vez de quedarse en abstractos complejos

sintéticos:

Espero que la metodología sociológica que aquí se ofrece, resulte más segura y aún más clara en las

exposiciones de los problemas particulares, que en su fundamentación abstracta (ídem).

que cuando seguía la lógica de su teoría de la pluralidad irreducible de las formas. En la

metodología de Simmel, el "alma" siempre aparece como el sujeto creador de formas o, más

bien como el agente que a partir de la vida, crea las diversas formas culturales, estéticas, lógicas

y vitales. A efectos de las explicaciones en este caso, los elementos de ejemplificación más

eficaces los proporcionaba a través de la reflexión estética o cultural, más que a partir de

consideraciones sociológicas. Posiblemente, la mejor representación simmeliana de la función

de alma como creadora de formas, sea su descripción de lo que hace un actor en una

representación teatral:

Partiendo de las facultades que residen únicamente en su alma [el actor] realiza una forma que

le es exterior y ajena, con una vida y una animación que corresponde total y absolutamente al

complejo que le es objetivamente dado; lo equipa con el alma propia de la forma poética que, sin

embargo, nunca puede llevar a cabo la suya, es decir, como siendo su propia alma [porque su

creación inicial proviene de otra alma]; cuando el dramaturgo configura sus criaturas con rasgos

esenciales y las hace mover por impulsos que únicamente, en el instante de esta creación misma,

nacen de él, pero que, por decirlo así, no se detienen en él, sino que están al mismo tiempo en

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aquellas formas en cuanto formas, en todos los fenómenos de esta especie el más patente de los

cuales es el actor- una forma objetiva está soportada o configurada por un alma inmanente a

ellos y su expresión, mientras que el alma del creador que la trasciende es la que otorga la

expresión que soporta y configura. (Sociología, 1916).

Aquí Simmel no solamente nos dice que el alma es el agente creador de las formas sino que nos

muestra la manera en la que las formas culturales adquieren y desarrollan un proceso autónomo

frente a los creadores. Tal proceso de autonomía de las formas culturales fue una preocupación

constante en los escritos de Simmel y los describió tanto como oposición entre vida y cultura

como entre lo que llamó cultura objetiva y cultura subjetiva, además, planteó el problema que surge

para la definición de la vida a partir de la autonomía de las formas culturales, en términos de

que la cultura pueda ser algo “más-que-vida". La generación de autonomía de las formas

culturales sería también para Simmel un rasgo esencial en la caracterización de una cosmovisión

de la modernidad. En todo caso, el ejemplo del actor y la representación teatral expresa un

elemento no alienante en la autonomía de los productos culturales, ya que permite al actor

(intérprete) la posibilidad de ser un agente animado, con capacidad creadora, generador de un

nuevo tipo de forma cultural, ya que una representación dramática es algo distinto a un texto

escrito por un dramaturgo. Con este ejemplo Simmel reforzaba su concepción pluralista de la

teoría de las formas, al mismo tiempo que sugería, en ese caso concreto, la relevancia del

proceso de autonomía cultural para el tema de la modernidad.

Simmel definió la cultura como el refinamiento de las formas intelectualizadas de la vida y consideró

que el poder superior de la cultura objetiva sobre la cultura subjetiva de los individuos era un

resultado de la unidad y autonomización que la cultura objetiva ha conseguido en los tiempos modernos. Así, en

el último capítulo de su testamento filosófico La filosofía del dinero (1900), Simmel desarrolla

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plenamente su concepción de la "tragedia de la cultura" sobre la que basaría todos sus ensayos

aparecidos en Philosophische Kultur (1911) concepto que repetiría en diversas obras.26 En todas

Simmel concibe a la cultura como forma y el mundo de las producciones culturales como una

colección de formas. Al entender el desarrollo cultural como consecuencia necesaria de la

dialéctica entre la vida y las formas, Simmel considera la cultura como una síntesis del

contenido de la vida, donde se interceptan el alma, en cuanto sujeto creador, constituido por las

energías y fuerzas de la vida y la pluralidad de las formas irreductibles en las cuales se expresa la

vida y que acaban por desarrollar una autonomía objetiva frente a sus creadores. A partir de

tales entrecruzamientos es posible distinguir la cultura subjetiva de la cultura objetiva, esta

última estaría constituida por el mundo de las formas culturales y sus productos, mientras la

cultura subjetiva lo está por la vida del alma y la personalidad individual, en tanto en cuanto

representantes de una síntesis de esas formas autónomas. La cultura objetiva sería, pues, el

ámbito de dominio de los objetos que funcionan en calidad de instrumentos para el cultivo y

desarrollo del individuo; el camino de formas objetivadas que un individuo debe recorrer

durante su existencia para adquirir cultura. La cultura subjetiva, en cambio, sería más bien el

estado de la personalidad, o del alma individual, como resultado de tal proceso. La cultura sería

entendida como el valor que ha sido agregado al individuo por el proceso de formación

individual, cuyo ejemplo más plástico y exuberante sería la Bildung ─el construirse, o crearse o

formarse a sí mismo─ representada ejemplarmente en el Guillermo Meister de Goethe.

Todos los días y por todas partes la riqueza de la cultura objetiva estaría incrementándose, pero

la mente individual sólo sería capaz de enriquecer las formas y contenidos de su propio

acumulado cultural mediante un distanciamiento creciente frente a la cultura objetiva para

poder desarrollar, a un ritmo mucho más lento, su propia cultura. El trabajo de agregación de

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valor realizado por incontables generaciones de individuos estaría incorporado como espíritu

objetivado a la lengua, las costumbres, las instituciones, las constituciones políticas, las

doctrinas morales o religiosas, la literatura, las artes y la tecnología, y de esa acumulación todos

pueden tomar tanto como quieran o lo que su capacidad les permita, pero ningún individuo

será capaz de agotarlo todo. Entre lo acumulado global en ese tesoro cultural y lo que es

tomado por un individuo, existen las posibilidades más diversas y fortuitas. Simmel dice que

cada avance de la cultura objetiva implica que el dominio del valor objetivo se hace cada vez

más complejo, poderoso e inaccesible a la cultura subjetiva de los individuos. El fin definitivo

de la cultura, entonces, ya no consistiría, en tales condiciones, en la realización y perfección de

los individuos, ya que los valores objetivos no estarían más en la posición de meros

instrumentos para la agregación de valor a la cultura subjetiva, sino que la perenne

contradicción entre vida y forma se expresará entonces en una dinámica del desarrollo de la

cultura, tanto en la objetivación de la cultura como en la enajenación del individuo con relación

a la cultura. Simmel caracteriza la autonomía de la cultura objetiva de la siguiente manera:

El espíritu que se ha materializado en un libro escrito, está sin duda en él, puesto que puede ser

sacado de él. Pero ¿cómo puede estar allí? Lo que el libro contiene es el espíritu de su autor, el

contenido de su proceso psíquico. Pero si el autor está muerto, su espíritu, como proceso psíquico no

puede existir. Es, por tanto, el lector quien, con su dinamismo psíquico, hace surgir el espíritu de las

líneas y caracteres impresos en el papel. Pero esto está condicionado por la existencia del libro, con

todo, de una manera más inmediata y en principio distinta de como está condicionado, por ejemplo,

por el hecho de que el sujeto que reproduce el espíritu respire o haya aprendido a leer. El contenido

que el lector reproduce en sí como proceso vital está contenido en el libro de una manera objetiva y el

lector sólo lo extrae. Pero si el lector no lo extrajera, el libro no perdería por ello tal contenido y

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evidentemente que su verdad o falsedad, su elevación o vulgaridad son independientes del hecho de

que el sentido del libro sea reproducido por los espíritus subjetivos con mayor o menor frecuencia,

entendiéndolo o sin entenderlo, [subsistiendo así] como espíritu que de hecho nada tiene que ver con

la materialización sensible; como espíritu objetivo cuyo significado real permanece intacto al ser vivido

subjetivamente en esta o aquella conciencia. Esta categoría que permite absorber lo supramaterial en

lo material, lo suprasubjetivo en lo subjetivo, determina toda la evolución histórica de la humanidad;

este espíritu objetivo permite a la humanidad conservar los resultados de su trabajo por encima de las

personas y de las reproducciones individuales.

Al referirse al "espíritu objetivo", Simmel advertía cómo la lógica inmanente de las creaciones

objetivas se desarrolla al margen de los propósitos originales de aquellos actores o "almas" que

las engendraron. Sólo que tal autonomía cultural no se expresa únicamente en las bibliotecas y

los materiales escritos, también lo hace en el caso de las estructuras jurídicas, políticas, artísticas,

éticas, religiosas, literarias, tecnológicas y financieras, donde se presenta el mismo fenómeno de

autonomización y eventual enajenamiento. Una vez creadas tales estructuras ─tal vez incluso

como resultado de de la más profunda espontaneidad o pureza de su creador individual─ ya no

sería posible, según Simmel, controlar totalmente las direcciones en las que éstas se

desarrollarán:

Aunque las hayamos generado, deben seguir las directrices de su propia necesidad interna, la

cual no está más preocupada con nuestra individualidad que lo que están las fuerzas físicas y

sus leyes. 27

Para Simmel, en la lógica inmanente y autónoma del desarrollo cultural objetivo:

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el hombre se convierte en el mero portador de la fuerza por la cual esta lógica domina su desarrollo

(…) y ésta es la real tragedia de la cultura.

Simmel define a una relación como trágica

(…) cuando las fuerzas destructivas dirigidas contra un ser nacen de las capas más profundas de

este mismo ser; con su aniquilamiento culmina un destino inicialmente implícito en él, destino que

no es sino el desarrollo lógico de aquella estructura con la que el ser ha construido su propia

positividad.

A partir de esa "metafísica de la tragedia", amplía temas anunciados, desarrollados en La filosofía

del dinero y replanteados en su Schopenhauer und Nietzsche (1907) para elaborar una versión de

aquello que otros célebres pensadores posteriores denominaron "la dialéctica de la racionalidad

instrumental"28. El análisis de la "tragedia de la cultura" (1911) constituye una elaboración del

tema relativo a cómo los medios se transfiguran en fines con una lógica propia, la cual acaba

por oprimir a los agentes a quienes tales medidas debían servir, original y supuestamente, en

calidad de meros "instrumentos". La metáfora del “Aprendiz de brujo”, es adecuada para

explicar el caso de los mass media en las sociedades contemporáneas pues al ocurrir semejantes

tergiversaciones de medios y al ser estos transformados en fines, se generan estructuras

enajenantes que confinan la “libertad del individuo” en las sociedades capitalitas desarrollas,

“modernas”, dentro de límites cada vez más estrechos.

Tal análisis de Simmel parece haber ejercido una profunda influencia en dos preocupaciones

centrales desarrolladas posteriormente por otros investigadores: la cuestión de la predictibilidad

como criterio definitorio de la racionalidad formal propia del capitalismo y la concepción de la

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burocracia ─recordemos que Simmel fue profesor de Max Weber en su cátedra en Berlín─

como un medio original que se transforma en un fin en sí mismo y acaba por encerrar las

posibilidades de libertad del hombre moderno. Ambos planteamientos anuncian temas

centrales de la problemática de la modernidad y en tomo a la cuestión de cómo los medios o

"instrumentos" se transfiguran y pervierten al trasformarse en fines. Pero Simmel tenía

también que plantear la posibilidad de superar el problema de lo que él consideraba la tragedia

de la cultura, y lo hizo en la dirección de la externalización de las energías vitales. En su

ensayo "Transformaciones de las formas culturales" (1916) puso de manifiesto la manera en

que el expresionismo y otros movimientos artísticos futuristas pugnaban por exteriorizar la vida

mediante una negación radical de las formas artísticas existentes. Al igual que el naturalismo

artístico de finales del siglo XIX, consideraba que:

(…) el expresionismo actual, sustituye la imagen inmediata del objeto por el proceso anímico y su

exteriorización, de igual modo inmediata.

Consideraba que en el expresionismo, la manifestación de la vida era buscada a través de una

movilidad interna que culminaba en una creación externa:

(…) sin consideración a su propia forma, ni a normas objetivas válidas para ella;

Esto equivalía a decir que la exteriorización de la vida se quería ofrecer en su desnudez libre de

formas con el fin de que no se viera oprimida por el peso autónomo de las formas de la cultura

objetivada existente. Simmel encontraba de esa manera, tanto en el expresionismo como otros

movimientos artísticos de comienzos del siglo XX, como en movimientos religiosos místicos

de la modernidad tales como la teosofía, un impulso común para extemalizar las energías

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vitales, basándose en una radical negación de las formas culturales existentes en Europa para

ese momento:

En esta extrema consecuencia de nuestra situación artística se ha internado el futurismo: un

apasionado querer expresar-se de una vida que ya no encuentra acomodo en las formas

tradicionales y que aún no ha encontrado nuevas formas, y que, en esta medida, quiere encontrar

su posibilidad pura en la negación de la forma.

Es ese impulso extemalizador que se manifiesta en su posibilidad de únicamente ser capaz de

anunciar, sugerir o mostrar mundos visuales, culturales y sociales posibles, sin aún ser capaz de

expresarlos plenamente, o de describirlos en todos sus detalles, lo que representaría acaso una

“salida todavía no formulable" para nuestros actuales artistas y creadores en la Venezuela de

comienzos del siglo XXI, tanto ausentes como presentes en la Mega II, pues parecería verse que

muchos de los medios actuales de expresión resultan insuficientes o incómodos para que

artistas y creadores puedan expresar una energía vital de externalización que, como lo dijo

Simmel busca nuevas formas que por ahora sólo se anuncian como sospecha o inexplicada facticidad, como

demanda o tosco intento de ir palpando su presente oculto. ¿Incomprendido?

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PARTE SEGUNDA
PREGUNTAS, OBRAS, JUICIOS Y TEATRALIDAD

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Las preguntas

¿Por dónde se mueven, qué caminos transitan, qué visiones persiguen, qué formas y maneras desenvuelven, qué
motivos aceptan nuestros artistas, cómo responden a su tiempo y a su lugar, en todos los rincones del territorio?
¿Cuál es la complejidad del universo colectivo que están creando? ¿Y cuáles con, en ese universo, las galaxias,
las vagas nebulosas, las supernovas, las gigantes rojas, los cometas errantes o los planetas y asteroides solitarios?
¿Cómo se va configurando la bóveda celeste del arte venezolano en estos cinco años ya transcurridos del siglo
XXI?

Francisco Sesto Novás, 2005.

Ante la invitación a pensar y debatir, es de esperarse que quien recorra con atención la Mega II

intente responder si no todas, al menos algunas de las preguntas que fueron formuladas como

justificación para la realización de la exposición. Suponemos que iniciativas críticas destinadas a

buscar algunas respuestas deben haberse emprendido en cada uno de los museos que albergan

la muestra, además de las que puedan haber movido el interés particular de algunos

investigadores. Como todo significa29 y los silencios son también actos de habla, los

consideraremos junto a los juicios explícitos y también los que vayan agarrando palabra, en un

intento por buscar algunas posibles respuestas a las preguntas explícitas formuladas por los

organizadores con anterioridad a la apertura de la Mega II.

Movimientos, caminos, visiones, formas, maneras, motivos, tiempos, lugares, rincones y

territorio, configurarían un primer conjunto de atributos, una constelación ─para aceptar la

convención astronómica─ de una imagen, algo parecido a la gestalt de una galaxia, la de las

artes visuales de Venezuela a mediados de la primera década del siglo XXI que, pensamos,

aún no resulta visible, pues tal tarea requeriría al menos la potencia de los lentes del telescopio

Hubble para su detección y registro. Una de las ventajas de la metáfora astronómica es que

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puede prestarnos, también, unas dimensiones temporales que ayudan enormemente a la hora

de pensar un universo, en este caso de las artes visuales en Venezuela, pues son estas

dimensiones las que nos permiten caer en cuenta de que no parece posible que se produzca un

fenómeno como la creación de una nueva galaxia artística visible en sólo cinco años. Esta

expectativa parecería, sin duda, utópica. Por otra parte, la pregunta postula también la

existencia de una indeterminada situación en el campo de las artes visuales, anterior al presente

que, por motivos hasta ahora no definidos, se supone transformada y del cambio darían

testimonio o demostración las obras que se muestran aquí y ahora en la exposición Arte

Venezolano del siglo XXI. Segunda Megaexposición en homenaje a Jesús Soto, en el Museo de Bellas

Artes de Caracas, inaugurada el 17 de abril de este año 2005. La pregunta postula entonces que

los movimientos, caminos, visiones, formas, maneras, motivos, tiempos, lugares, rincones y

territorios que puedan haber habitado, recorrido, aceptado, propuesto o desarrollado los

artistas presentes en la exposición, han cambiado a partir del año 2000 y que tales cambios

deberían evidenciarse en obras producidas durante dicho lapso 2000-2005. Quedan aún por

dilucidar las razones para establecer el año 2000 como un hito en una periodización de la

historia de las artes visuales contemporáneas de nuestro país cuyo modelo desconocemos, lo

que no invalida para nada la selección de dicho hito temporal sino que nos coloca, al menos,

ante la necesidad de conocer las razones para su fijación, discutirlas y revisarlas.

La segunda pregunta, que interroga por la complejidad de un universo colectivo en hipotético

proceso de creación por los artistas, es problemática debido a que nos remite a una entidad que

no se ha objetivado aún, ni mucho menos construido como objeto de investigación pero que

sería, sin duda, necesario construir para investigar y establecer una taxonomía, ya no

necesariamente astronómica sino una que, de manera preliminar, permitiera algunas

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clasificaciones en el campo de las artes visuales contemporáneas en Venezuela. En cuanto al

cómo, entendemos que los modos o maneras en las que se pueda ir configurando la actual

bóveda celeste de las artes visuales, en otras palabras el cielo visible desde nuestro lugar en el

planeta que sirve como punto de observación. No obstante, es necesario recordar que este

cielo cambia según la posición del planeta tierra, tanto con respecto a su propio eje así como

en su posición con relación al centro del sistema. Nuestro cielo es uno, pero como los antiguos

cabalistas seguimos hablando no de uno sino de varios cielos, dado que el único que vemos,

pensamos, “está en permanente cambio” ya que nos ofrece diversas vistas, desde distintos

puntos de observación, pero en realidad no está cambiando, sino que somos nosotros los

observadores los que no hemos movido junto con nuestro planeta. Con nuestro sentido de la

vista, intentar ver una galaxia exterior más allá de nuestro sistema, resulta imposible y para ello

ha sido necesario construir poderosísimos telescopios y cartografiar mapas celestes según las

posiciones de los astros ya descubiertos e ir modificándolos a medida que nuevos cuerpos

celestes son descubiertos.¿Estamos ante uno de estos descubrimientos?

Independientemente de que no aparezca ninguna galaxia nueva ante nuestros ojos, celebramos

la invitación al, sin duda, astronómico esfuerzo por cartografiar las galaxias de nuestras

actuales artes visuales propuesto por las autoridades culturales, pues estas han sido

relativamente poco estudiadas y tal vez sea posible que se encuentren aún en las vísperas de su

período copernicano, cuando todavía los incrédulos y escépticos se mantenían ya en estado de

estupor o en activa resistencia, ante la evidencia de que los planetas giran alrededor de un

centro llamado sol, una estrella, una súper nova o gigante roja, que nos aglutina

centrífugamente con sus poderosas fuerzas electromagnéticas. Así que entonces, bienvenida la

iniciativa y pongámonos a cartografiar y a tratar de comprender las nuevas relaciones que se

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den entre lo viejo y lo nuevo, si es que alguna innovación está presente en algún rincón de las

galaxias artísticas cuya luz esté viajando hacia nuestros ojos sin aún haber llegado a herirlos.

Las obras

¿Que es la belleza?

Todo artista auténtico redefine los criterios de la belleza. La obra de arte es siempre un
gesto moral porque supone una escala de valores. Mejor dicho, dos. Presupone una
diferencia entre lo que es bello y lo que no lo es y, también, la diferencia entre lo que era
bello y aquello que no lo era. Es también un gesto político, porque ofrece estas escalas de
valores al juicio de un público y de una comunidad y así la transforma.

Pippo Delbono, 1999.

La mayor parte de las obras que se pueden ver en la Mega II, en el Museo de Bellas Artes de

Caracas, ya sean poderosas, inocuas, débiles, ya sea que pertenezcan o no a la categoría de obra

de arte, muestran imágenes de gran interés. Muchas de ellas son objetivas, ineficaces, efímeras,

divertidas, insulsas, anacrónicas o pertenecen a la categoría de las que han sido infinitamente

replicadas por los medios masivos de comunicación. Podría decirse que muchas de las

imágenes que contienen una gran cantidad de las obras expuestas, proceden de diversas

tradiciones iconográficas y artísticas que se remontan al menos a dos siglos atrás y que

pudieran considerarse como “premodernas” y “populares”. Esas últimas obras constituyen un

pequeño grupo, característico, marcado por débiles trayectos iconográficos que pudieran

proceder de tradiciones artísticas que pudieran referirse a unas relaciones de mucha intimidad

entre tales imágenes y sus autores: vemos en algunas obras imágenes que dan la impresión de

salir, literalmente, del baúl de la abuelita, o de la experiencia de la vida en pareja, o de los

entornos domésticos, así como también imágenes que remiten a sensibilidades que sorprenden

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por su anacronismo formal y modos de expresión. Vemos en la Mega II obras que proponen

configuraciones icónicas que se han manejado, tanto en las artes visuales en nuestro país como

en el arte “universal” y en la cultura “de masas” desde hace, por lo menos, unos doscientos

años o incluso más. En el contexto de la muestra en el Museo de Bellas Artes, se puede decir

que la primacía la tienen las imágenes de los “géneros” pictóricos, tal como éstos han sido

codificados en las artes visuales en la tradición de la Cultura occidental. Las preguntas por los

significados, la eficacia, la calidad estética o incluso por la pertinencia de las imágenes en las

obras vistas, deberían comenzar a formularse -o reformularse- y una de las principales

cuestiones a dilucidar sería cuáles, de los elementos presentes en las imágenes que contienen las

obras expuestas ─si alguno─ proceden de tradiciones artísticas y visuales de nuestro país y de

su historia artística en sus diversos períodos: prehispánica, hispánica, decimonónica, moderna

o contemporánea, que junto a imágenes de la historia del arte “universal” o de la cultura “de

masas”, pudieran hacer suponer que hayan dado aportes específicos a las producciones

artísticas y a la visualidad que vemos hoy en la Mega II. También podríamos preguntarnos si, a

partir de esas supuestas especificidades aportadas por las diversas corrientes iconográficas,

observables como aportes de tradiciones de visualidades canónicas presentes en las obras, sería

posible pensar en una dimensión conscientemente artística e histórica en la producción tanto

por parte de los autores como en la recepción de los públicos expuestos a las obras y a las

imágenes presentes en la exposición. Este y no otro parece ser el meollo de la cuestión cultural

que se plantea en la Mega II, o sea la cuestión cultural de fondo. ¿De dónde salen las imágenes

presentes en las obras que vemos en la Mega II y por qué las obras están hechas como están

hechas? ¿Cuáles y de dónde proceden las vertientes iconográficas, técnicas y estilísticas que

confluyen en las obras expuestas?

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Relacionar la producción artística presente en la Mega II con discursos críticos que postulan el

eje conservador/reaccionario (“bueno”) revolucionario/crítico (“malo”) ─polos que sin duda pueden

invertirse sin que nada sea afectado─ que puedan surgir como efecto inmediato de las actuales

polarizaciones, tal vez no sea el camino adecuado para contribuir a desarrollar prácticas críticas

y teóricas algo más liberadoras que las que hemos llevado a cabo en el pasado reciente. En

cuanto a la inexistencia, al menos a partir de lo visto en la Mega II en el MBA, de un “arte

político”, su inexistencia puede tal vez simplemente estar mostrándonos que el mismo

carecería de pertinencia, al menos para los artistas cuyas obras fueron enviadas al Museo de

Bellas Artes. En este punto de análisis no hay que dejar de lado el papel de los medios masivos

de comunicación, en términos de la eficacia inmediata de la difusión de las imágenes políticas;

baste sólo recordar los comportamientos mediáticos durante el período 2002-2003 de nuestra

historia reciente. La importancia / irrelevancia del llamado arte político en los contextos de las

revoluciones, para sólo pensar en las ocurridas en Europa entre 1648 y 1917, nos obliga a

recordar que antes del mediados del siglo XX no existían los sistemas de medios masivos que

hoy desempeñan las funciones de reproducción ideológica, divulgación y difusión de imágenes

de contenido político, en prácticamente todas las sociedades y no sólo en las del “Primer

Mundo”. La presencia de un “arte político” en el contexto de una sociedad culturalmente

articulada por los actuales sistemas de medios masivos de comunicación, resultaría sin duda

superfluo en el contexto de una exposición como la Mega II, en términos de su eficacia e

impacto ya que únicamente lograría hacer visible un intento de burda propaganda política y

de contenidos ajenos a los propuestos por los propios artistas. Aún en el contexto de una

contemporaneidad, más ficcionada que real, los artistas se suponen portadores de un

determinado saber y de determinadas disciplinas y prácticas que se traducen en sus obras; en la

Mega II al centro de estas parecen estar aún las ideas de creación y contemplación que,

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tradicionalmente y desde hace varios siglos, han estado vinculadas al concepto de obra de arte.

Creación y contemplación serían los dos conceptos que están operando en muchas obras que

hoy nos resultan híbridas y ambivalentes y producto de una concepción anacrónica de lo

artístico. Estos dos términos, de origen teológico, han pasado desde la Ilustración a ser usados

en contextos profanos y parecen todavía dominar la escena artística en la Mega II. No hay que

olvidar que en muchos ámbitos culturales aún se concibe el arte desde el paradigma

creacionista y que este es un paradigma teológico, lo que hace que algunas sociedades y

comunidades, alejadas de los centros de la Cultura vivan y perciban el arte más

tradicionalmente, casi como una de las variedades de la experiencia religiosa30 que la noción de

arte aún sugiere a muchos experiencias transcendentes.

Georges Bataille, proponía que el arte sería un modo de producción y recepción de imágenes

que recoge una cierta experiencia de intimidad entre el hombre y sus visiones, de esas íntimas

relaciones con las imágenes se establecerían las relaciones hombre/arte y que las mismas

constituirían el rasgo más distintivo de lo que, históricamente, se ha considerado como

característico del arte. Otros modos de la relación hombre / imagen, por ejemplo, serían los que

un espectador establece con los medios que operan en la esfera del entretenimiento y la

información, en los que, según Bataille, no cabrían ni el arte ni la intimidad. Sólo en el arte

habría, para Bataille, la posibilidad de intimar con la imagen, de convertirla en algo que pasa a

formar parte de nuestra subjetividad y tal relación no sería posible fuera del arte sino

incursionando ya en el terreno del fetichismo y el fetiche31. Pero el hecho de que algunas

imágenes artísticas hayan sido también sagradas, y que se hayan investido de un aura, no

implica que hayan estado protegidas de usos instrumentales y políticos, ni que las obras de arte

sacro hayan sido políticamente neutras, pues tanto el poder artístico como el religioso y el

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político, indivisos en algunos momentos del devenir de occidente, las han explotado y

organizado a partir de ellas sistemas simbólicos de dominación, que a juzgar por lo visto en la

Mega II, continuarían operando desde los tiempos de conquista y colonización de nuestro país

por España. Con el advenimiento de la modernidad, el arte o las artes visuales, pasaron a ser

en prácticamente todo el mundo – nos guste o no- campos marginales de producción y

recepción icónica pues casi todos los proyectos modernos de dominación política su fundaron

y apoyaron en los recién articulados sistemas de medios masivos de comunicación, lo que hizo

que debido a la fuerza y eficacia de las imágenes mediáticas los territorios de las artes visuales

fueran abandonados a otros contenidos iconográficos y a modos de producción y consumo de

imágenes cada vez más restringidos y peculiares en términos de retóricas visuales.

El arte, o el campo de las artes visuales, constituiría hoy una especie de reserva cultural, donde

las imágenes son producidas y percibidas de otra manera, no ya como portadoras de sentidos

vinculados a lo político, sino como valores en sí mismas y casi que independientemente de sus

contenidos icónicos. Más allá de toda metafísica de la imagen artística, y en aras de la

importancia estratégica de mantener vivas las fuentes de visualidades alternativas, la experiencia

de la Mega II debería llamar nuestra atención en el sentido de que las imágenes que muestra no

parecen sino continuar involutivamente cadenas de tradiciones iconográficas con muy pocas

innovaciones. Sin embargo, desde un punto de vista político, el problema sería no el de la

ausencia de las imágenes de una visualidad alternativa, sino el de la presencia persistente de las

imágenes mediáticas y las de tradiciones iconográfica y “artísticas” desfasadas con respecto a la

contemporaneidad. La pregunta entonces que habría que formular sería ¿En la actual guerra de

imágenes desencadenada por los actuales proyectos políticos, en conflicto en la Venezuela de

hoy, pueden las artes visuales tener un papel verdaderamente activo y no sólo testimonial, o de

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reproductores ideológicos, o de entretenimiento “seguro” – y alienante- para “toda la familia

que visita el museo”? Al hablar del teatro como arte, Artaud32 decía que el teatro nunca podría

entrar en la corriente de la “normalidad” cultural sin dejar de ser teatro. Según Artaud el teatro

no podía estar nunca en el ámbito de lo aceptado, sancionado y canonizado, para él, el teatro

siempre era escándalo o no era teatro. Lamentablemente, las obras de la Mega II que se

muestran en las salas de los museos no han suscitado escándalo verdadero sino débiles

aullidos, aunque lo que sí parece haber hecho escándalo en nuestra descreída época ha sido “el

concepto de la exposición”. Una de las posibles conclusiones de esta experiencia pudiera ser

que, dadas las obras vistas en la Mega II en el Museo de Bellas Artes, tal vez haya llegado el

momento de abrir aún más las puertas de las fortalezas y templos del arte y dejar que entren

aquellos que traen en los morrales supuestamente nuevos y más eficaces saberes artísticos. Si es

que los traen, estaríamos más que deseosos de verlos.

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Los juicios

El horror al vacío se traduce por la necesidad de colmarlo con un juicio de valor. Se dice que la obra es buena o
mala con respecto a la moral, las leyes, los diversos sistemas de valores. Se considera lograda o defectuosa con
respecto a las reglas, hoy muy precarias, que pueden constituir las instancias de una estética, en realidad, simple
impresiones de un gusto más o menos refinado o de una ausencia de gusto más o menos vigorosa. Se la considera
rica o pobre, en relación con la cultura que la compara con otras obras, que acrecienta o no su saber, que la
incorpora al tesoro nacional, humano, que sólo ve en ellas un pretexto para hablar o enseñar.

Maurice Blanchot, 1955

Nunca antes nuestro país había tenido una crisis existencial como la presente, por la simple razón de que el
componente social principal, la mayoría del pueblo venezolano, había vivido reprimida, subsumida dentro de un
proyecto civilizatorio que se asumía como verdad única, como expresión eterna de la realidad venezolana.

Iraida Vargas-Arenas y Mario Sanoja Obediente, 2004.

Tal vez sea conveniente antes de enjuiciar nada, decir que en el estado actual de saturación

teórica de la crítica del arte y del pensamiento sobre las artes en general, apelaremos para

expresar nuestras visiones más que a una postura que intente acercarse a lo profundo

identitario, a una desde donde nos coloquemos en el lugar de la interrogación a la obra desde la

inocencia, el desconocimiento o la ignorancia, pues se trata de dar la cara a la experiencia de la

Mega II. Se trata de encontrarnos cara a cara con cada obra. Para ello tuvimos que deslastrarnos

de mucho de lo asfixiante y normativo y respirar profundo antes de ver cada una de ellas. Esta

fue una condición que nos impusimos y que, sabemos, no hace desaparecer ningún riesgo

pero, al menos, permite asumirlos con conciencia.

Uno de los mayores errores en nuestros actos de ver, sería a nuestro juicio el de creer que es

posible fundar nuevas identidades artísticas desde el museo y, a partir de cualquier exposición en

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general, por el sólo hecho de denominar artistas ─en uno de esos supuestos procesos de

engendramiento de sujetos por parte de las instituciones sociales─ a los participantes en la

Mega II, pues entraríamos así, de cabeza y de lleno, en el juego de los tropezones, oposiciones,

tensiones y polarizaciones que se han creado en los últimos años en Venezuela, por supuesto

no sólo en el campo de las artes visuales, sólo que en éste han tomado últimamente una

sorprendente virulencia ¿signo de su vitalidad y/o de un negarse a ver más nada que lo ya

visto?. Dejaremos en suspenso la respuesta y que cada quien la responda con sinceridad, si es

que puede. Las expresiones publicadas recientemente en diversos medios impresos, han

ofrecido el espectáculo medieval de un torneo de reduccionismos e interpretaciones

restrictivas, de teorías que no se llegan a explicitar, emprendido sobre cabalgaduras revestidas

de armaduras que hacen imposible el reconocimiento de aquellos que se esconden detrás de

las armas y la heráldica legitimadora. No se ha producido aún en nuestro país un debate serio

sobre la supuesta necesidad o no, tanto para una acercamiento al conocimiento del “estado de

las artes” como para la crítica del arte y de la cultura en los actuales momentos, de operar en

una exposición como la Mega II con categorías como las de artista, o la de obra de arte. Pareciera

que un fenómeno como el de esta exposición está exigiendo otras, más operativas y

conceptualmente más sinceras, como, por ejemplo, creadores, recreadores y replicadores, ya que una

actividad como la de replicar, mucho más frecuente de lo que imaginamos desde nuestros

templos artísticos, no necesariamente debería excluir a quienes la realizan y tampoco,

necesariamente, llevar implícita un deslegitimación y descalificación de sus realizadores,

siempre y cuando se replique “citando” el original. Si hace unos diez años, los aires de la

galaxia teórica se refrescaron con la crítica a la categoría de sujeto, ahora pareciera que

hubiésemos retrocedido al menos diez años para movernos incómodamente entre certezas y

verdades absolutas desde el yo. Pareciera que las operaciones críticas más libres y de mayor

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apertura no pueden ni siquiera ser sugeridas sin correr el riesgo de “deslegitimar” a quien las

proponga. Un pensamiento crítico que analice las proyecciones e implicaciones políticas de

categorías como arte y estética en el contexto de exposiciones como la Mega II, en las

sociedad y la cultura venezolana de hoy, no parece haber hecho aún aparición en el campo de

la teoría y la crítica de las artes de nuestro país, salvo por algunos notables intentos vinculados

a lo cultural y lo social33. En el caso de las obras presentes en la Mega II en el MBA, se plantea

una necesidad de reflexión no desde la comodidad de lo canonizado-institucionalizado como

arte, o de la crítica o la estética contemporánea canonizada, sino desde el territorio virgen y

salvaje del hacer y el ver contemporáneos, donde cada incursión visual que se pretenda crítica se

torna en una peligrosa exploración, sin ninguna garantía de resultado, ni pepitas de oro, ni

guacamayas ni monos que llevar de regreso ante las coronas públicas o privadas que financian

las expediciones.

Sin embargo, los antecedentes de este tipo de procesos de luchas por la inclusión / exclusión

en el campo de las artes abundan en otras latitudes y tiempos. Para operacionalizar los

procesos de valoración y legitimación estética, los responsables de las políticas culturales del

gobierno Nazi, en Alemania entre 1933-1945, establecieron un eje, en el cual uno de los polos

de valoración era el del no-arte34, vale decir el arte no-alemán, opuesto al del arte alemán, que

debía estar al servicio de la idea de la superioridad de la raza aria, expresada en un realismo que

resultara fácilmente accesible a la mayoría de la población alemana. Los movimientos artísticos

que se inscribían dentro de la modernidad o en las llamadas vanguardias artísticas y que tenían

lugar durante el mismo período en muchas ciudades alemanas, tales como el expresionismo, el

cubismo y el anti-arte o Dada, eran considerados como degenerados, decadentes, elitistas y

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extranjeros, vinculados a los bolcheviques y los judíos. En la Unión Soviética, la política

cultural del Estado, con posterioridad a la muerte de Lenin, entraba en conflicto con todo tipo

de representación que no estuviera dentro del canon del realismo socialista35, doctrina de la

cultura oficial de la sociedad soviética estalinista.36 En este caso, los polos sobre los que se

operacionalizaban las valoraciones artísticas, a partir de aproximadamente 1930, establecían

en uno de los extremos el del arte revolucionario y en el lado opuesto el del arte

contrarrevolucionario, dentro del cual se incluían desde las producciones de los simbolistas

hasta las de las vanguardias. Todos por igual serían candidatos a gulags, como efectivamente lo

fueron los más radicalmente “avanzados”.

Como todos sabemos, los juicios estéticos son siempre subjetivos y arbitrarios lo que no

significa que no sean válidos, o que no los hayamos formulado en el caso de las obras

expuestas en la Mega II, pero no podemos olvidar que son y siempre han sido descendientes

directos de la teología y la metafísica. Fueron los alemanes quienes primero intentaron dar a la

estética su pretendido estatuto científico, pero como nos mantenemos aún en la incredulidad

de tales asertos o dogmas y porque, además, definitivamente consideramos que la estética no se

encuentra confinada ni al interior de los museos ni de los sistemas de las bellas artes, o de las

artes populares, ni de ningún sistema semiótico y que cualquier pensamiento reduccionista y

dicotómico que pretenda no sólo jerarquizar arbitrariamente obras al interior de las

“disciplinas” artísticas, hoy parece totalmente fuera de lugar, salvo que tenga fines

ineficazmente “políticos”, pensamos que preguntas como ¿Debe el Estado venezolano abrir

más y mejores escuelas de arte? ¿Deben los museos de arte de Venezuela desarrollar verdadera

investigación estética para estar en capacidad de valorar y difundir adecuadamente las obras

que albergan sus colecciones? ¿Son estas colecciones representativas de las artes, los artistas,

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los movimientos y los períodos de la historia del arte que pretenden representar? ¿Estaría

justificada cualquier iniciativa de investigar, evaluar y enjuiciar desde los museos lo que hay en

la Mega II cuando aún gran parte de sus colecciones de obras, junto a los artistas representados

en ellas, salvo por excepciones notables, permanecen sin ser estudiadas a fondo con

herramientas teóricas y críticas más actuales? Es conveniente advertir con insistencia que no

estamos diciendo que en Venezuela no haya habido excelente y fructífera investigación en artes

visuales, pero la misma pareciera no haber llegado a los niveles de toma de decisiones donde se

formulan las políticas públicas y cada día parece haber menos investigación en los museos de

arte. Hoy pareciera que esta crucial actividad hubiese desaparecido casi totalmente. Ni para qué

mencionar la inexistencia de una investigación social en el campo de la cultura, que tenga por

objeto la toma de decisiones para la formulación de políticas culturales y la planificación del

desarrollo y el fortalecimiento de un verdadero sistema de estímulo y creación en artes visuales.

Hoy consideramos, más que nunca, que estamos ante la muy compleja y difícil situación de

tener que pensar el arte y, en particular, pensar los museos de arte de Venezuela desde posturas

más abiertas y no erigiendo fronteras duras entre las posiciones, opiniones o puntos de vista

que puedan surgir. En este momento, en nuestro país no operan ya más los clichés ni los

refritos teóricos, ni ningún canon teórico impuesto a la fuerza, pues parece haber llegado la

hora, al fin, de que los museos dejen de ser templos sectarios de culto a ídolos artísticos

canonizados, para que puedan ser transformados en verdaderos lugares de experiencias

estéticas emancipadoras, individuales y colectivas, pero entendiendo que no se trata de “dar

acceso” a las artes─preferimos el plural─ a “todos” sino a aquellos para los que este tipo de

experiencias significan algo a lo que otorgan valor y sentidos plurales. Pensamos que esa

especie de “imperialismo artístico”, esa forma de pensar que a todo el mundo “le hace bien” el

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arte, o que de alguna manera, “todos necesitan el arte”, no sólo es utópica sino que puede

homologarse a la que postula que la “la libertad” y la “democracia” son también obligatorias.

Faltaría, antes que nada, ponernos de acuerdo acerca de lo que entendemos por arte, aquí y

ahora, y de allí en adelante, tratar de aceptar la realidad de que sea lo que sea que

consideremos arte, eso no interesa a todo el mundo y, justamente, de lo que se trataría un esfuerzo

serio de formular políticas culturales, sería el de no hacer nada desde el estado que no estuviese

sustentado en una investigación sería y sostenida, que arroje luces para la formulación de

políticas claras y efectivas en el área de las artes visuales. Toda improvisación en política se

paga cara y en política cultural tiene además el efecto inevitable de alejar la acción cultural del

estado de la vida diaria de los ciudadanos, artistas y/o no-artistas.

Por todo lo expuesto no someteremos las obras exhibidas en la Mega II al juicio público, más

allá del que cada uno de tres investigadores, de manera independiente, formulamos para todas

y cada una de las 489 obras que vimos cara a cara en el MBA. Que cada visitante saque sus

conclusiones y haga sus propios juicios estéticos, ordinarios o extraordinarios. Baste decir que

no todo lo expuesto en el MBA es arte si lo vemos desde una perspectiva de rigor estético

ordinario. Pero a la Mega II no vinimos exclusivamente a ver arte, a pesar de encontrarnos en

un museo de arte, sino más bien a ver lo que un número considerable de personas que se

piensan a sí mismas como artistas consideran como arte, es decir, vinimos a ver cómo se

expresan esas muchas identidades esencialistas en esta Venezuela de hoy. La de artista es una

de las más duraderas y persistentes identidades esenciales desde el Renacimiento, en estos

tiempos cuestionadas por las teorías de la performatividad37. El arte, como lo ha dicho Jens

Andermann, es artificio discursivo, una ficción política y cultural38 y en Venezuela, para sólo

mencionar nuestro caso en el conjunto de la América Latina, aún tenemos pendiente mucha

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reflexión, entre las que una verdadera reflexión sobre “la cuestión nacional”39 en las artes

visuales parece prioritaria.

La teatralidad de las artes visuales

Es tu Autor Soberano.
De mi voz un suspiro,
de mi mano un rasgo es quien te informa,
y a tu obscura materia le da forma.

Pedro Calderón de la Barca, 1630-40

En los estudios culturales no serían los medios masivos de comunicación sino el teatro lo que

proporcionaría un ámbito teórico de referencia, desde la semiótica de lo teatral, para las artes

visuales contemporáneas. La modernidad en las artes visuales, en el sentido que daba Clement

Greenberg a ese término, habría llegado a su fin para dar paso a una teatralidad. Es cierto que

las artes visuales han absorbido otras esferas de lo icónico y lo visual fuera del arte, pero estas a

su vez habrían sido absorbidas también por otras prácticas artísticas significantes. Tanto las

artes visuales como el teatro son partes de la Cultura y también de lo que Habermass llamó la

esfera pública, ambas áreas de actividad cultural y artística nos colocan públicamente ante cosas

significadas.

Así como los objetos presentes en la escena de un teatro se transforman en signos-de-objetos,

así también los signos-de-objetos se transforman en signos-de-signos: una “obra de arte” (que

es también un signo o un conjunto de signos) una vez que es colocada arriba de un escenario

se transforma en el signo-de-una- obra-de-arte: hipotéticamente colocada arriba de un

escenario, La Gioconda de Leonardo dejaría de ser La Gioconda para ser un signo-de-La Gioconda.

Arriba del escenario y durante el tiempo que dura la escena, los signos-de-los- objetos operan

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únicamente como signos secundarios, “signos de fondo” para contextualizar sígnicamente a los

signos principales: los actores. Esa separación entre actores (signos principales) y objetos

(signos secundarios) resulta fundamental para la comprensión semiótica del teatro.

Atribuirle teatralidad a las artes visuales (o a todo aquello que no sea teatro, como por ejemplo

la política) tal vez no quiera decir que esos ámbitos de actividad hayan sido tragados por el

teatro, sino que en estos pueden darse situaciones, apariciones de objetos y realización de actos

que, en general, pueden ser característicos del teatro pero que, también, hacen aparición

cuando y donde no se los espera, vale decir, fuera del teatro. Podemos comprender entonces que

la teatralidad no es algo exclusivo del teatro sino de lo público, pues la esfera de lo público ─ya

lo habían comprendido y dicho Calderón en el Siglo de Oro español y Shakespeare en la

Inglaterra isabelina─ pertenece en su totalidad al dominio del espectador.

Pero los espectadores, el público, también desempeña roles. Hoy en día, contrariamente a lo

que sucedía en las interacciones diarias entre individuos en una “escena” cualquiera de la vida

pública, por ejemplo la de una ciudad europea del siglo XVIII, en la que es fácil ver que los

individuos “actuaban” roles rigurosamente prescritos por la sociedad, podemos también ver

que muchos comportamientos de ese “hombre público” de los tiempos de la Ilustración han

desaparecido, como por ejemplo el uso del rapé 40, las pelucas empolvadas, levitas y gorgueras,

o besar las manos a las damas y hacer reverencias; como han desparecido también algunos

comportamientos ritualizados de los que poseemos una memoria más cercana, tales como la

moda de usar sombrero y guantes para ir al café. Así en los espacios urbanos de las ciudades de

hoy cada vez serían menos frecuentes los encuentros públicos ritualizados y algunos estudiosos

llegan a postular que las sociedades en occidente parecerían estar moviéndose desde la esfera

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pública hacia la de la absorción concentrada del individuo en sí mismo. La televisión y los demás

medios de información y comunicación parecerían hacer cada vez menos necesarios los

contactos públicos entre las personas, en las sociedades occidentales del presente. A menos

que estemos en el rol de turistas, ya vamos poco a Sabana Grande a la tertulia con los amigos,

tal como lo hicieron en su tiempo nuestros abuelos y bisabuelos y, mucho menos,

conversamos de nuestras “intimidades” con nadie, como no sea con el analista o el

psicoterapeuta. Cada vez más, nuestras relaciones con el otro son menos personales y cercanas y

más especializadas y cada día que pasa habría menos tipos de actuaciones públicas colectivas.

En los estudios semióticos se han usado modelos dicotómicos para distinguir el teatro de otros

tipos de actuaciones colectivas, tales como el circo, la liturgia religiosa, un concierto de rock o los

deportes. Modelos dicotómicos del teatro, cada vez más ricos y menos esquemáticos, se fueron

formulando a medida que las vanguardias rusas y europeas proponían, entre 1917 y 1927,

mayores complejidades teatrales41. Hoy en día, se ha pasado a una descripción tricotómica del

teatro que incluye: a) los límites entre el escenario y el auditorio, que pueden estar marcados o

no; b) la congruencia existente o no entre el escenario y el auditorio; y c) la representación

misma, que puede estar orientada hacia adentro o hacia afuera. A partir de estos rasgos,

característicos de un modelo semiótico del teatro, es dable comprender el desarrollo de la

modernidad y de sus operaciones tendientes a incluir lo que es considerado no-arte en lo que se

considera arte en el contexto de la Cultura. Existiría para los investigadores de la semiótica de la

cultura, una tendencia de la modernidad de absorber todo lo que está afuera para convertirlo en

arte, y otra que sólo acepta como arte lo que pueda ser reducido a su mínimo denominador y,

ambas tendencias implicarían la inclusión del no-arte en el arte, en un arte dominante.

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Pero no es solamente la teatralidad de las artes visuales contemporáneas operando lo que

habría que observar en la Mega II, sino que la comprensión de su significado como acto nos

obligaría a revisar también algunos aspectos de los comportamientos ordinarios en el ámbito

de la teatralidad de las artes visuales: esas franjas de comportamientos en las que se dan por

sentados ciertos valores, o emociones estéticas que, conciente e intencionalmente, son

actuados como signos de tales actos, valores u objetos. Esos valores, comportamientos y

objetos pueden resultar mucho más visibles cuando ocurre la realización de un espectáculo que

se percibe como estando fuera de su lugar, en este caso, la Mega II, en la que el lugar del

espectáculo es el lugar mismo de las artes visuales: el museo de arte.

La realización de la teatralidad fuera del teatro fue estudiada por Lotman y Uspenski42, quienes

la utilizaron para su estudio de los poetas de los períodos romántico y revolucionario en Rusia,

a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Quienes estudian los fenómenos culturales de la

postmodernidad ─y rechazan los límites duros entre lo popular y lo culto─ ven los actos de

Madonna o Michael Jackson como actos teatrales. Pero si las artes visuales contemporáneas

tienden a ver los comportamientos estandarizados a través de maneras en las que pudieran ser

vistos por un espectador, la función de creación en las artes visuales, la función del artista, se ha

convertido en un comportamiento que puede ser visto también como un rol, actuado en el

contexto de un espectáculo: el drama de la inclusión en el canon. Esto ya venía sucediendo

desde los tiempos románticos, en la personificación del rol “poeta romántico” a la manera de

Byron, o del “poeta maldito”, o del “artista loco” del antiarte Dada y el Surrealismo, a la

manera de Salvador Dalí, por ejemplo.

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Al tratar el tema del artista emerge, inevitablemente, el problema de los sujetos y del poder que

poseen y ejercen, problema que para la Escuela de Tartú y la de Praga no tuvo mucha

importancia pero que sí la tuvo para Michel Foucault, y que aparece ahora como crucial, pues

los sujetos que están actuando ─en el sentido teatral del término─ como artistas que envían sus

obras a una exposición, la Mega II, en muchos casos intentan convertir el no-arte en arte y eso

demanda una gran dosis de poder: presentar un urinario en una exposición de arte es un acto

de poder y todo artista lleva a cabo algún tipo de lucha de poder con curadores u

organizadores cuando expone sus obras. Hoy en día, los artistas canonizados tienen una dosis

de poder mucho mayor que la que tuvo Marcel Duchamp. Un “artista” después que ha sido

canonizado, tiene el poder de “hacer arte”, tiene el poder de “crear” y todo lo que haga a partir

de su canonización será “arte” y él o ella se convertirán en “creadores” homólogos de aquel al

que se ha responsabilizado por la “creación” del cielo y la tierra. Es decir, los artistas pasan a

actuar en el ámbito del poder teológico-ideológico, además de convertir sus firmas y obras en

objetos que entran en un proceso de agregación de “valor de cambio”.

Podemos entonces ver que si algo no desaparece con la “postmodernidad” es el sujeto. Pero lo

que sí cambió radicalmente con la modernidad fueron las estructuras de poder cultural, que

ahora forman parte de la estructura del poder económico global. La “postmodernidad

artística”, en los países del primer mundo, se articuló en una compleja red de coleccionistas

públicos y privados, galeristas, museos, instituciones de educación superior y de investigación.

Esta red, articulada laxamente a comienzos del siglo XX se desarrolló y llegó a consolidarse de

una manera sin precedentes, en el primer mundo. Como consecuencia de la prosperidad

primermundista en los años ochenta del pasado siglo esas articulaciones se diversifican y se

hacen cada vez más fuertes. Pero la “sociedad de la afluencia” no llegó nunca a nuestros países

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latinoamericanos y mucho menos a Venezuela, pues fue, justamente, esa la década del “viernes

negro” y cuando se desploman los precios del petróleo, lo que, entre muchas otras cosas,

permitió que se hicieran más visibles en nuestro país las profundas grietas del maltrecho

edificio del “sistema democrático” venezolano. Es entonces, a raíz de la volatilidad de los

precios petroleros con sus conocidas consecuencias de desmoronamiento del sistema político,

en las postrimerías de los ochenta y durante los años noventa que, en Venezuela los sistemas

de la Cultura y las artes visuales débilmente conectados a los sistemas culturales, artísticos y

estéticos del primer mundo, entran en crisis. Comienzan entonces a observarse signos de una

nueva teatralidad cultural en el país.

Para nosotros, la Mega II, como proyecto cultural, cerraría un ciclo de esa teatralidad confusa y

caótica que caracterizó y sigue caracterizando las manifestaciones de las artes visuales

contemporáneas en nuestro país desde los años ochenta y no nos referimos únicamente a la

confusión existente al interior de las “prácticas artísticas” en un sentido estricto, sino también y

muy particularmente a la que se refiere a figuras periféricas, tales como las de curador, director de

museo, crítico de arte, etc. Postulamos que estaríamos en una especie de interminable casting, para

seleccionar desde la Cultura, a aquellos privilegiados elegidos para representar no sólo el papel

de artistas en la escena cultural de nuestra actual V República, sino para encarnar todos los roles

y personas dramáticas que la representación del actual drama de las artes visuales y la cultura está

pidiendo.

Con la Mega II se habría tratado de montar una operación cultural destinada a engendrar nuevos

sujetos artísticos convencionalmente aptos para desplazar a aquellos que ocuparon los roles en la

escena artística durante la representación del drama cultural cuartorepublicano: no vemos en la

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Mega II un intento por romper con la práctica del star system de las artes visuales

contemporáneas canónicas, sólo que esta vez se ha dado un inédito cambio de escala.

En cuanto a las obras que vimos en la Mega II en el Museo de Bellas Artes de Caracas, desde

nuestro enfoque no se trata de enjuiciarlas para sentenciar si son o no arte, o arte “bueno” o

“malo”, esas obras en las paredes del museo pueden también ser vistas como signos, signos-de-

obras-de- arte, que gritan a todos aquellos que las ven que son obras de arte, primero porque

están en un museo de arte y segundo porque, aunque no lo parezcan totalmente, no puede caber

ninguna duda de que lo sean, pues fueron hechas por artistas y, porque, además, están colgadas

en las paredes de un museo de arte que no sólo es el lugar del arte sino un espacio público, y están allí

para la vista de los espectadores que vienen a verlas y se comportan como lo hacen las personas

que van a los museos a “ver arte”. No hay duda de que tienen argumentos, pero parecen algo

ingenuos por convencionales. Pero esos signos-de-obras-de-arte son también signos del drama

de feroz lucha de poder que tiene lugar hoy al interior de la Cultura entre dos bandos en

conflicto: los que sostienen y promueven la tendencia a absorber todo lo que está afuera para

convertirlo en arte y la que sólo acepta como arte lo que puede ser reducido a su mínimo

denominador. El drama es que pareciera que ambas tendencias luchan por la existencia de un

sólo tipo de arte, (decir todo tipo de arte es no decir nada) un arte único y dominante. Entre

Polifemo y Cronos, nos sentimos a punto de ser devorados por el titán o por el cíclope.

Esperamos, sinceramente, que se destruyan el uno al otro y que nos dejen en paz a nosotros

mortales, para preservar y continuar creando nuestras caras y plurales ficciones artísticas,

culturales y políticas.

Isabel Huizi Castillo. Caracas, Julio, 2005

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NOTAS Y REFERENCIAS
1“Todosadentro” Semanario cultural de la República Bolivariana de Venezuela, Nº 58, Año 2, Caracas 28 de
mayo, 2005, p. 3.

2NAVARRETE, José Antonio. El Nacional, Papel Literario, “El parto de los montes: la Megaexposición II”,
Caracas, 2005.

3El historiador de arte austriaco Alois RIEGEL (1858-1905) así como los demás integrantes del la Escuela de
Viena ( M. Dvorzk, J. Schlosser, E. Faure) así como los del Círculo de Warburg (A. Warburg, E. Cassier, E.
Panofsky). afirmaban que “la voluntad –kunstwollen- de producir un resultado estético es la esencia del trabajo
artístico” Cf. Franz BOAS, Primitive Art, Dover Publications, Nueva York, 1955, pp.9-16. Un autor como
Herbert Read no participa de esta convicción y distingue la intencionalidad de la voluntad en el sentido dado al
término por Schopenhauer. Cf: Herbert READ. Orígenes de la forma en el arte. Editorial Proyección, Buenos Aires,
1967.

4 Un estudio publicado por Gene BLOCKER resume ocho atributos generalmente asociados al arte que estarían

ausentes en el no-arte: 1) el objeto es apreciado estéticamente; 2) está hecho por un profesional competente o
semi-competente; 3) el objeto es juzgado según criterios críticos y estéticos; 4) el objeto está separado de la vida
cotidiana; 5) generalmente, el objeto implica la representación de algún atributo o experiencia del mundo; 6) el
objeto es visto como algo que ha sido creado con la intención de que fuera apreciado estéticamente, o como una
representación simbólica; 7) pertenece a un género o a una tradición y puede tener innovación o novedad al ser
apreciado contra unos antecedentes; 8) su realizador puede ser considerado como un innovador creativo, o como
un excéntrico, o como alguien, de alguna manera, poco adaptado a una determinada sociedad. BLOCKER dice
que el concepto de arte en nuestra cultura es muy fluido y texturizado. En nuestro uso occidental del término arte
abarcamos desde la artesanía hasta una idea original, desde lo tradicional hasta lo creativo, desde lo utilitario hasta
lo no-utilitario, y no está nada claro cuánta innovación, o cuánta tradición deba tener un objeto de arte, o cuán
mecánico o expresivo deba ser un artista para que su obra sea considerada como arte. Cf: BLOCKER, Gene H.
The Aesthetics of Primitive Art. Lanham, Maryland: University Press of America, 1994.

5 La semiótica se ocupa de cómo algo significa, en otras palabras, de la manera en que un objeto se convierte en un

significante (expresión) de otro objeto, que por lo tanto resulta su significado (contenido). La “ciencia de los signos”
deriva de la lingüística saussureana y de la filosofía del norteamericano Charles Sanders Peirce. La semiótica es,
fundamentalmente, un enfoque peculiar de los objetos y de sus comportamientos significantes: una perspectiva
que consiste en preguntarnos a nosotros mismos cómo los objetos, o los actos, se tornan en portadores de
sentidos. La tarea de la semiótica exige la definición de criterios que puedan servir para discriminar a los diferentes
tipos de signos de otras clases de significaciones. Una instancia conocida de tales tipologías es la de las tricotomías
de Charles Peirce: icono/índice/símbolo, así como la oposición entre lo analógico y lo digital. Sin duda, hoy en día
estas distinciones resultan, ambas, insuficientes, o inadecuadas, al ser confrontadas con los actuales sistemas de
significación. (G. SONESSON).

6Cf. Peter TOROP, “Translation as translating as culture”, Sign System Studies, 30-2-2002
Departamento de Semiótica, Universidad de Tartu – Estonia

7 _______________ op.cit, pp. pp. 15-23


8 La Escuela de Tartú-Moscú está formada por un equipo de lingüistas, folkloristas, orientalistas e investigadores
literarios (Yuri LOTMAN, Mijail BAJTÍN, Boris USPENSKI y Peter TOROP, entre otros) que desde comienzos
de los años sesenta, ha desarrollo un conjunto de teorías orientadas semióticamente hacia el texto, el mito y el
folklore, el cine, el teatro y los sistemas culturales en general, ocupándose de desentrañar sus mecanismos y
constantes sistémico-estructurales y tipológicas así como sus dinámicas históricas. Fundada en 1958, en el seno
de la prestigiosa Universidad de Tartu, en Estonia, esta Escuela de Semiótica de la Cultura se ha ocupado desde
entonces de la construcción de modelos matemáticos, lingüísticos y cibernéticos aplicados al estudio de la cultura
así como al desarrollo de modelos de sistemas culturales específicos; también han sido desarrollados en esta
Escuela, modelos generales de la cultura así como de universos culturales. A partir de 1973, los estudiosos de la

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Escuela de Tartú-Moscú se han dedicado a refinar los detalles de una teoría de la cultura aplicada a las tipologías
de la literatura y la cultura rusa.

9 Para la Escuela de Tartu y en general para la semiótica de la cultura, un texto es cualquier objeto creado en el

contexto de una cultura al que esa cultura valoriza y da importancia. Cf. SONESSON, 2004.

10 La modernidad, como fenómeno cultural, así como la posibilidad de que esta haya sido sucedida por algo
frecuentemente llamado postmodernidad, raramente es discutida al interior de la semiótica de la cultura. Si es cierto
que la semiótica se desarrolla a partir del formalismo ruso, y que pasa por las formulaciones teóricas
estructuralistas de la Escuela de Praga y la Escuela de Tartú, además de sus vertientes originales saussureana y
peirciana, los estudios sobre los fenómenos de la modernidad y la postmodernidad se han mantenido en el campo
de las teorías llamadas postmodernas o postestructuralistas, pues para la semiótica la postmodernidad es,
simplemente, una nueva fase de la modernidad.

11 Goran SONESSON nació en Malmo, Suecia, en 1951, egresado de la Universidad de Lund, culmina su
doctorado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Universidad de París bajo tutoría de Algirdas
J. Greimas. Es profesor asociado de semiótica pictórica y semiótica cultural en la Universidad de Lund. Su obra
más conocida es Pictorial Concepts (Lund University Press, 1989) y sus trabajos resultan de gran importancia tanto
para el análisis semiótico de la cultura como de lo visual.

12 Mijail BAJTÍN fue una de las figuras más destacada del postformalismo ruso. Nacido en 1895, estudió filosofía
y letras en la Universidad de San Petersburgo. Figura clave del ‘”círculo Bajtin”, fue detenido en 1929, siendo
deportado a Kazajstán durante siete años. Posteriormente inició su actividad como docente en Saransk
(Mordovia), de donde emigró en 1937 hacia Savalevo, huyendo de la gran purga estalinista. En 1941 leyó sus tesis
sobre Rabelais en el Instituto Gorky de Moscú. Después de la Segunda Guerra Mundial regresó a Saransk, de cuya
Universidad fue catedrático hasta su jubilación en 1961. Murió en 1975. Cf. La cultura popular en la Edad Media y en
el Renacimiento, Alianza, Madrid, 1998 y Yo también soy. Fragmentos sobre el otro. Taurus S.A., México, 2000.

13De hecho, así lo expresan muchos de los críticos y detractores que, con mayor o menor volumen, publican sus
aullidos, opiniones y profecías sobre la Mega II.

14Cf: Milton SINGER. "Personal and Social Identity in Dialogue." En Psychosocial Theories of the Self. Editado por
B. Lee, 129-177. Nueva York, Plenum Press, 1982.

15Keith MOXEY. The History of Art after the “Death of the Subject”. ( IN) VISIBLE CULTURE. AN
ELECTRONIC JOURNAL FOR VISUAL STUDIES, No. 1, Octubre 1998.

16 En ese sentido, es tarea nuestra comprender el lugar que el entretenimiento ocupa en la configuración de las

subjetividades, e identidades o motivos preformativos, de los artistas plásticos urbanos de hoy en Venezuela y de
todos los que vivimos en grandes ciudades, en general, para desde allí repensar el quehacer de los creadores,
recreadores o replicadores en el campo de las artes visuales.

17Clement, GREENBERG, “The Present Prospects of American Painting and Sculpture”, en The Collected Essays
and Criticism, ed. by John O’Brian, Chicago, The University of Chicago Press, 1986-1993, v. II, p. 168.

18 La idea de una sociedad que no esté en permanente cambio es ajena a las ciencias sociales de hoy. Las viejas
teorías que postulaban que las sociedades se “estabilizan” y luego, debido a la acción de diversos factores
“ocurren” los cambios, ha desparecido para dar paso a un pensamiento dinámico que postula el cambio y la
transición metasistémica de los sistemas sociales como constantes. Ver: Anthony WILDEN. System and Structure.
Essays in Communication and Exchange. Tavistock Publications, Nueva York, 1980.

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19Salvo el caso de la obra en video de la artista invitada Nan GONZÁLEZ, El viaje interior, 2003, los medios
utilizados por los autores presentes en la Mega II son la pintura y la escultura tal como estas disciplinas se han
venido practicando desde hace mucho tiempo. El uso del acrílico en la pintura parece ser la “innovación” más
frecuente en esta disciplina.
20 Kasimir Malevich. (1878-1935) Artista ruso nacido en Ucrania fue una destacada figura de la abstracción. Es a
partir de 1912 cuando comienza a desarrollar su propio estilo y a fundar el suprematismo, y en 1913 produce su
famoso Cuadrado negro sobre fondo blanco (1913). Ese movimiento artístico intentaba reducir la pintura a elementos
geométricos, y son esos principios los que rigen la producción de Maliévich, o Malevich, quien aplica a los
elementos geométricos el mismo color, o el blanco y el negro. Su abstracción geométrica llega a la culminación
con su composición suprematista Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1918), actualmente en la colección del Museo
de Arte Moderno, MOMA, Nueva York, y es parte de una serie de pinturas blancas sobre blanco.

21 Cf. Spencer GOLUB, The Recurrence of Fate. Studies in Theatre History and Culture, University of Iowa Press, Iowa

City, 1992. pp. 234, Golub dice: “Entre 1920 y 1930, el prometeísmo revolucionario tan promovido por el nuevo
orden soviético, fue desafiado tanto por la iconografía como por la iconoclasia del estado y de la intelligentsia.
Finalmente, el estado había “resuelto” los problemas culturales del país, el de las clases sociales y el de las
inconmensurables distancias interiores y exteriores así como el de las diferencias, a través de la inercia
corporeizada y del anonimato carismático de los cadáveres vivientes, la policía secreta, y los hombres-máquina
(apparatchiki). A medida que se endurecía la iconicidad, hasta llegar a convertirse en idolatría después de 1917,
surgía una “oposición entre la estatua viviente y el hombre en vías de desaparición”. Los artistas y los intelectuales
soviéticos, necesariamente, luchaban por identificar, extraer y representar el pathos emocional contenido en el
corazón del monumentalismo que el estado estaba construyendo con el propósito de separar la expresión de la
emocionalidad de la condición estática y de silencio que ese monumentalismo codificaba y producía. A pesar de
que, por una parte, bajo la Nueva Política Económica (NPE) estaba surgiendo una cultura propagandística que
promovía la franqueza en la expresión y hasta permitía la sátira a la NPE, por la otra, se desarrollaba una vigilancia
panóptica de la que no se hablaba y en la que ese especial talento ruso para “tener la boca cerrada” era explotado.”
22En su ensayo “La obra de arte en era de la reproducción técnica”, Walter Benjamín hablaba de la estetización
de la política y la despolitización del arte, como características de nuestro tiempo y muy especialmente de los años
en que se define el régimen nacional-socialista, en la década de los treinta del siglo veinte europeo. La humanidad
autodestruyéndose que, en los tiempos de Homero, era el espectáculo preferido de los dioses olímpicos, se ha
convertido progresivamente en un espectáculo para sí misma y su estado actual de enajenación le permite vivir su
propia destrucción como goce estético. Este es el esteticismo de la política que el fascismo propugna y al que el
comunismo soviético respondió con la politización del arte. No pareciera ser una mera coincidencia –ideológica-
que en los tiempos que se ha dado en llamar de la IV República, en Venezuela, se produzca el fenómeno de una
“despolitización” de la cultura, o de una “no-política” cultural, tenido como uno de los valores de la “cultura
democrática” de ese período. Ver: Walter BENJAMIN. Discursos Interrumpidos I, Taurus, Buenos Aires, 1989 y
Goran SONESSON. “De la Reproducción Mecánica a la Producción Digital en la Semiótica de las Imágenes” en
RP. Razón y Palabra. Abril Mayo 2004, en
www.cem.itesm.mx/dacs/publicaciones/logos/anteriores/n38/gsonesson.html
23 No se trata de descalificar o desconocer la noción de “diversidad cultural”, pero consideramos que para operar
con mayor claridad en el contexto del análisis que nos ocupa, resulta de mayor eficacia usar el término cultura en
su amplia acepción semiótica, independientemente de las conceptualizaciones etnológicas o antropológicas. A
efectos de las dinámicas culturales que operan actualmente en Venezuela y de la construcción de las múltiples
identidades que han construido históricamente sus pobladores y que siguen construyendo en la actualidad, el
concepto de RECONVERSIÓN CULTURAL, vinculado al de HIBRIDACIÓN, parece una opción conceptual
pertinente pues conduce a relativizar la noción de IDENTIDAD. El concepto de HIBRIDACIÓN nos alerta
sobre la pretensión de establecer o valorizar identidades “puras” o “auténticas”, en las regiones, los países o las
comunidades, con lo que se correría el riesgo de delimitar identidades autocontenidas, que pueden pretender
afirmarse –o “validarse” como “propias”, en este caso estéticamente- por identificaciones acríticas con “lo
nacional”, “lo latinoamericano”, y por posiciones tajantes a “lo occidental”, lo “norteamericano”, lo “europeo”
o incluso a las tendencias artísticas actuales producto de los procesos de globalización cuando éstas son

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positivamente evaluadas en el contexto de las prácticas artísticas. El concepto de RECONVERSIÓN


CULTURAL pasa entonces por la necesidad de permear antiguos conceptos de identidad, afianzados en rasgos
culturales concebidos como “esenciales” y que desembocan en la estereotipia cultural. Un proceso de
RECONVERSIÓN CULTURAL en una comunidad o en una nación, promovería formas comunitarias o
nacionales de acceder a la heterogeneidad, de admitir la alteridad y la diferencia, desarrollando valores de
tolerancia y adquiriendo los saberes, técnicas y símbolos que han estado en manos de grupos minoritarios, o en
instituciones cerradas que desean abrirse a la sociedad. Un caso típico en nuestro país son los museos de arte. Cf.
GARCÍA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudadanos. Conflictos culturales de la globalización. Grijalbo, México,
1995. Ver también: ARMANDO SILVA. Imaginarios urbanos. Bogotá y Sâo Paulo. Cultura y comunicación urbana en
América Latina. Tercer Mundo Editores, Bogotá 1992.

24
La obra se ha traducido al castellano como “Abstracción y empatía” y también como Abstracción y Naturaleza: Ver
WORRINGER, Wilhelm. Abstracción y naturaleza. Fondo de Cultura Económica. México, 1953.

25 Charles BAUDELAIRE es el “descubridor” de la modernidad. Usa esa palabra en 1859, para expresar lo que
caracteriza al artista moderno. Baudelaire diría en 1863 que "la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo
contingente, que es la mitad del arte, cuya otra mitad es lo inmutable". El componente eterno está presidido por
los principios estéticos de Aristóteles: armonía, orden, simetría, ritmo. Las formas, por su fugacidad, son
expresión del fondo espiritual del que derivan. A partir de Baudelaire se establece en el siglo XIX una conciencia
nueva de la temporalidad: menos que la oposición entre lo actual y lo pasado, se percibe una ruptura respecto de
la continuidad temporal y, en consecuencia, una imagen discontinua del tiempo es adoptada por los modernos.

26Cf. Georg SIMMEL: Principales problemas de la filosofía (1910), "El conflicto de la cultura moderna" (1918), "De la
esencia de la Cultura" (1908), "El futuro de nuestra cultura" (1909) y "Transformaciones de las formas culturales"
(1916).

27Borges dijo: “le somos indiferentes al cosmos”. Ver: Jorge Luis BORGES, Ficciones, Emecé Editores, Buenos
Aires, 1956.
28 Cf. Jurgen HABERMAS. Mientras en Marx la acción y la racionalidad instrumental se relacionan con el trabajo,
la acción y la racionalidad comunicativa se relacionan con la interacción. Cuando la acción comunicativa se basa
en argumentaciones racionales y tiene pretensiones de universalidad se denomina discurso. Jurgen HABERMAS.
TEORÍA DE LA ACCIÓN COMUNICATIVA Y RACIONALIDAD DE LA ACCIÓN Y
RACIONALIZACIÓN SOCIAL, Taurus, Madrid, 1999.

29 Gregory BATESON. Vers une écologie de l’esprit, Editions du Seuil, París, 1977.
30 William JAMES. The Varieties of Religious Experience. Mentor Books. Nueva York, 1958.

31 Georges BATAILLE. Oeuvres complètes I. Premiers Écrits 1922-1940, París, Gallimard, 1970.
32 Antonin ARTAUD. El teatro y su doble. Trad. de E. Alonso y F. Abelenda. Editorial Hermes. México, 1992.

33Cf. La extensa obra teórica, crítica y de investigación de Mario Sanoja O. e Iraida Vargas A., en el campo de la
antropología cultural, etnohistoria e historia de la cultura en Venezuela.

34 Llamado “arte degenerado” (Entartete Kunst). El término entart (degenerado) había sido tomado de la biología
por los funcionarios culturales del Nacional Socialismo y ya se utilizaba en 1933 para referirse a tipos humanos en
los que se manifestaba una supuesta inferioridad racial, física, mental, sexual o moral. El término se ha traducido
como “degenerado” o “decadente” y su uso biológico se refería a plantas o animales que habían mutado tanto que
ya no era posible continuar adscribiéndolos a la especie en la que habían sido clasificados pues ya resultaban
inclasificables. Ver: Stephanie Barron et al. “Degenerate Art”. The Fate of the Avant-Garde in Nazi Germany. Los
Angeles County Museum of Art/Harry N. Abrams, Inc. Nueva York, 1991, pp. 9-23.

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35 El término “realismo socialista” aparece por primera vez el 25 de mayo de 1932 en un número de la Gaceta
Literaria (Literturnaya gazeta) y entró al lexicon oficial luego de que fuera atribuido a Máximo Gorky y después que
Stalin lo utilizara en una “reunión secreta” con escritores soviéticos, realizada en el apartamento de Gorky, el 26
de octubre de 1932. El hombre de confianza de Stalin para la cultura era Andrey Zhdanov, escribió en Crítica
Literaria (Literaturny kritik) en 1933, que el realismo socialista intentaba ofrecer una “presentación histórica de la
realidad concreta en su desarrollo revolucionario” a través de “una serie de opciones de formas, estilos y géneros
diversos”, que manifestasen a plenitud la iniciativa artística. Originalmente, esta nueva política cultural había sido
diseñada para desmontar el intento de la Asociación Rusa de Escritores Proletarios (AREP) de establecer la supremacía
proletaria en la cultura soviética de los años veinte. A pesar de que la definición de Zhdanov fue formalizada en el
Primer Congreso de Escritores de Moscú en 1934, y que completaba y codificaba la iniciativa social de la
literatura y la crítica rusa del siglo XIX, Lenin y su comisario cultural Lunacharsky habían argumentado en los
años veinte a favor de la diversidad artística y contra la “nivelación” (uravnilovka), el “gobierno de la mayoría sobre
la minoría”. Stalin también se oponía a la nivelación pero con la intención de solidificar sistemáticamente la
autoridad jerárquica en una estructura piramidal. Como algunos intelectuales pensaban que el nuevo arte y la
nueva cultura iban a ser “tendenciosos” (Mayakovsky ya había hablado de un “realismo tendencioso”) el objetivo
principal del realismo socialista era el de combatir la atomización formalista y la alieneación. Según esta doctrina,
las imágenes fragmentadas desplazan el poder autenticador e integrador de la conciencia de lo colectivo hacia lo
individual. Se creía que la armonía y la vitalidad eran valores relacionales y que esa reintegración traería como
consecuencia la redefinición del trabajo como base orgánica de la cultura. Para la cultura soviética, la
especialización representaba la fragmentación profesional y se identificaba con las sociedades capitalistas. Las
tipificaciones – los “tipos”- de carácter y de circunstancias, significaban una realidad esencial (temporal y de clase)
que se opondría a la fijación del realismo burgués que se basaba en la irracionalidad de la psiquis individual.
Federico Engels había definido el realismo como “verdad en la reproducción de personajes típicos en
circunstancias típicas”. A través de “la totalidad” y de “la tipificación” el realismo socialista aspiraba a combinar
“el gesto heroico y legendario con las formas veristas y similares del realismo y la representación.” Cf: GOLUB
Spencer, op cit.; y Herman Ermolaev, Soviet Literary Theories 1917-1934: The Genesis of Socialist Realism, Berkeley y
Los Angeles, University of California Press, 1963, citado por GOLUB.

37 El concepto de performatividad puede resultar clave a efectos de una crítica del esencialismo tanto nacional
como artístico y procede de los estudios de género y sexualidad. La performatividad se refiere a la relación entre la
identidad y su expresión semiótica, relación que ofrece un ángulo insospechadamente legible pero suficientemente
ambivalente para su aplicación semiótica a la cultura y las teorías de las artes “nacionales”. Teorizando acerca de la
identidad de género, Judith Butler sostuvo que tal identidad consiste precisa y únicamente en su propia expresión:
no existe el género, dice, más allá de la propia expresión del género. Esta concepción radicalmente anti-
esencialista ha servido para que las categorías fijas, estáticas e inmutables como la feminidad y la masculinidad
hayan dejado de condicionar el surgimiento de nuevas identidades que prefieren evitar esos modelos, y también
para que las mujeres y los hombres dejen de ser rehenes cautivos de modelos de género forjados por el
patriarcado, a su imagen y semejanza. Podemos postular la necesidad de una revisión de las identidades esenciales
en el campo del arte, en la que tanto identidades como las de artista, o coleccionista, y la de obra de arte
misma, sean producto de modelos de las artes acuñados en situaciones de dominación social en las que la función
principal de las artes y de los artistas, reproducía las ideas dominantes de cada época y operaba como expresión de
la identidad en tanto signo del estatus social tanto del “creador” (artista) como del propietario (coleccionista) de
la “creación” artística (obra de arte). Cf. BUTLER, Judith. Gender trouble: feminism and the subversion of identity. Nueva
York, Routledge. 1990.

38 Jens ANDERMANN, J. Mapas de poder. Una arqueología literaria del espacio argentino. Rosario. Beatriz Viterbo.2000

39 El esencialismo nacional ha sido pocas veces subrayado satíricamente en los aspectos más folklóricos de la
venezolanidad (recordar la seriedad del Juan Bimba de los adecos). Ese esencialismo está presente en muchas
fiestas y celebraciones públicas y pone de manifiesto la naturaleza fundamentalmente escénica y ritual de las
esencias patrias. El nacionalismo venezolano y en general todo nacionalismo, postula la existencia de una esencia
transhistórica de la venezolanidad que se expresa en rituales, tales como el himno nacional, los símbolos de la patria y
en manifestaciones culturales como el joropo, estos son símbolos y también signos donde las esencias nacionales
se ponen en escena y se representan por y para el pueblo. Si aceptamos el principio performativo, podríamos

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pensar que la nación no existe más allá de la propia expresión de la nación, más allá de sus signos. Las teorías
post-coloniales, fundamentalmente anti-esencialistas, se oponen a la formulación nacionalista tradicional,
romántica, que concibe la nación como una entidad situada por encima de los cambios de la historia y por
encima de los pueblos, los que presuntamente derivan el sentido su propia existencia de la de la nación.
Cf. The Invention of Tradition (Cambridge, 1987) Eric HOSBAWM rastrea el desarrollo de las tradiciones para
mostrar, precisamente, que estas son generadas mediante prácticas sígnicas continuamente inventadas y
reinventadas y no de esencias inmutables.

39 Cf. Richard Sennet, sociólogo y profesor de la London School of Economics es autor de algunos de los ensayos

más provocadores, arriesgados e incisivos de nuestro tiempo sobre el trabajo, la familia y las clases sociales. Ver:
La Corrosión del Carácter Anagrama. Barcelona, 1999.

39Konstantin Stanislavsky, por una parte y Berthold Brecht, por la otra así como Erwin Piscator, Gordón Craig,
Vsevolod Meyerhold, entre otros.

39 Ver nota Nº 8.

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