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ULTIMO
CARTON
JORGE AHON ANDARI
J.A.A.
INTRODUCCION
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Bien pronto se dieron cuenta también por el olor... Sin
demora intervinieron las autoridades, las que se vieron
impedidas de actuar por la actitud de los perros que defendían
algo, tal vez sagrado para ellos. Se recurrió a gases
lacrimógenos para que los animales abandonaran la habitación,
método que dio resultado. Al entrar al rancho encontraron al
forastero muerto, sin que los perros lo hubieran tocado,
pareciendo que estos expresaban su cariño y fidelidad
quedándose junto al amo que los reuniera. Las autoridades que
intervinieron cavaron allí mismo una fosa, dándole sepultura
sin tardanza ya que su estado de descomposición era muy
avanzado. Cuando los hombres se retiraron, vieron que los
perros se quedaban allí, con la intención de permanecer junto a
quien ahora se encontraba enterrado. Se dijo que algunos
animales murieron, haciendo de la fidelidad el último tramo de
sus vidas...”
Esto fue, más o menos, lo que le contaron a Jotanoa. No
era difícil que lo impresionara semejante acontecimiento,
surgiendo en su mente un interrogante, el que más tarde, por
culpa de la imaginación, se convirtió en respuesta por medio
del argumento que se narra en este trabajo, cuyo título, según
se lee, es EL ÚLTIMO CARTÓN.
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Llegó a saber que el ejemplo de tal guía ya estaba
registrado en lo que hacía cada órgano del cuerpo humano en
beneficio del conjunto. Al parecer, hizo la comparación
adecuada cuando se le ocurrió considerar al cuerpo como una
civilización de células, como si fuera la misma humanidad en
miniatura, dándose cuenta de que ningún órgano realiza su
función especulando o tratando de competir con otro. No podía
concebir que el corazón, por ejemplo, quisiera competir con los
pulmones, con el estómago o con cualquier otro órgano...
¡Competir para ganar algo sería ganar lo que el otro órgano
perdería!.. Es posible que suceda al revés en relación con un
órgano enfermo, al revés en el sentido de dar de su salud para
ayudar a su compañero de vida individual. ¡La misión sería la
de fortalecer la solidaridad para que su compañero de vida
recupere la salud!
Toda esta maravillosa existencia interior, callada y
silenciosa, ¿no es, acaso, la manifestación de una comprensión
interna, la expresión de la cultura o el hábito de una
inteligencia interna, dedicada a un solo fin, es decir, al
mantenimiento y sostén de la vida, sin que ningún órgano deba
perjudicar a otro para subsistir, sin que ninguno se crea con
más poder para someter a otro, sin que ninguno se sienta
superior a otro?
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Jotanoa se convencía cada vez más al comprobar que la
salud de un órgano dependía de la salud de otro o de todos. De
la misma manera, él se daba cuenta de que su propio bienestar
dependía del bienestar de su semejante y que nunca, jamás,
debía ser al revés, como lo hacen aquellos que se benefician
con la debilidad ajena.
Este es el Jotanoa que se alejara del Valle de Tulum y el
que volvió acompañado de su ser interno, por cuyo nombre ya
lo conocimos en el tercer libro y al comienzo de esta
introducción. Este es el Jotanoa que sigue buscándose en las
ideas de sus relatos, como el que presentamos en las páginas
siguientes.
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LOS ANUNCIOS
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El recién llegado miró por última vez hacia el mar, hacia
el horizonte de donde había venido, despidiéndose de todos los
recuerdos que no deseaba ver repetidos en el porvenir, cuyo
porvenir estaba allí, delante de él... Con rara precaución en el
andar comenzó su marcha hacia la ciudad. Las veredas le
ofrecieron el espacio suficiente para apreciar al enemigo que
quería dominar, vencer con su afán de trabajo y lograr el
bienestar que siempre le fuera esquivo. Anduvo mucho, miró
demasiado, almorzó de paso y continuó su camino de
exploración, sin importarle dónde habría de pasar la noche.
Como ágil y curioso turista se condujo y como tal quiso vivir
los primeros días, mientras averiguaba las posibilidades de sus
futuros pasos.
El atardecer lo sorprendió casi en los límites de la ciudad.
Miró hacia el fondo de los barrios aledaños y sintió una especie
de nostalgia sin saber por qué. Tal vez algo pretendió salir de
su zona de recuerdos, o quizás la intuición le decía que su vida
terminaría en las afueras de la ciudad. Suspiró y retornó en
busca de alojamiento. Mientras realizaba la búsqueda del
hospedaje le salió al encuentro un perro, que pareció reconocer
en él al amo ausente que regresaba, pues el animal se acercó
con ánimo juguetón y le lamió la mano. El forastero lo
ahuyentó con gritos y ademanes, pero el perro después de corta
carrera se detuvo para mirarlo con asombro, como esperando
ser reconocido o comprobar la equivocación de su memoria.
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El hombre insistió y el perro, aturdido por el desprecio,
echo a andar su flaca osamenta, no sin antes detenerse varias
veces, de trecho en trecho, para suplicar con los ojos y orejas
un poco de amistad. El último gesto del animal lo afectó,
sintiendo un riesgo de lástima por toda su piel, pero reanudó la
marcha con la agilidad propia del que decide olvidar lo
sucedido...No obstante, no pudo evitar que una tenue inquietud
se aposentara en lo hondo de su corazón.
No lejos del encuentro otro perro se le acercó, ubicándose
a su lado con tranquitos saltarines. Esta vez y por influencia de
aquel riego de lástima no lo corrió. El animalito comprendió
semejante tolerancia, rozándole las piernas en señal de
agradecimiento. Luego, al parecer satisfecho, se alejó. Un poco
más adelante, de la boca de un oscuro pasaje, otro perro le salió
al encuentro, brincando con tanta alegría que chocó con él,
rodeándolo varias veces, saltando y revolcándose. El hombre
repitió el gesto de benevolencia con una sonrisa de aceptación
y el animal lo entendió con tanta lucidez que intentó saltar a
sus brazos para lamerle la cara. Dio algunas volteretas más y se
perdió tras la oscuridad de la noche.
Estos perros parecen seres humanos - pensó el forastero -.
Si ellos me reciben así tal vez los hombres lo hagan de igual o
de mejor manera. Fortalecido por tales ideas, que interpretó
como anuncios de futuras bienvenidas, continuó buscando.
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No muy lejos de allí encontró hospedaje. Sin vacilar se
hundió en él para cenar y pasar la noche.
Más tarde se halló acostado y bien dispuesto al
descanso. Como en toda introducción al sueño, revisó la
fortaleza de sus anhelos y al encontrarla firme y ansiosa de
secundarlo sonrió con tierna seguridad. Sin mucho esfuerzo
dejó apagar su vigilia en la quietud del sueño. El reposo rodeó
su cuerpo con flotante relajamiento y lentamente, como velitas
que dejan de alumbrar, sintió el apaciguamiento de la tensión
muscular en cada articulación del cuerpo agotado.
Pero no durmió como lo esperaba. Fue una noche de
pesadilla como no la tuvo nunca. La terquedad de un sueño
obsesionante se adueño de él. Soñó con los hombres de la
nueva ciudad y con los perros. Los seres humanos desfilaron
con cuerpos de perros y los perros con cabezas de hombre. Fue
algo penoso y triste. El sueño le reprodujo el sitio del puerto y
frente a él vio una multitud de perros que lo saludaban con
ademanes de bienvenida. Todos pasaron a su lado, lamiéndole
la mano. Ninguno dejó de articular un ladrido, entendiendo sin
mucho esfuerzo que le decían: Bienvenido seas a nuestra
ciudad... Luego el tumulto de canes se dispersó, quedando la
explanada del puerto en silencio y desolada.... Pero la escena
desierta fue ocupada por una aglomeración de hombres.
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El aspecto de estos seres era brutal, insultante,
provocativo. Los vio como criaturas feroces, mostrando garras
y dientes. Notó un movimiento de marejada en la multitud.
Luego, se desprendió uno para dirigirse hacia él. Lo siguió otro
y otro, de tal manera que formaron una fila interminable. Cada
semejante de su especie lo gruñía con sordo rencor, como
queriéndole decir: Malvenido seas a nuestra ciudad ... Cada
hombre alargaba el cuello con la boca abierta y los dientes
desnudos para dejarle un rasguño o una herida de mordiscón.
Ninguno se acercó como corresponde a un ser humano sino
como cuadra a una horda educada en la hostilidad.
La pesadilla se rompió de repente en mil lucecitas
siniestras al despertar sobresaltado. Los párpados no querían
separarse. Se mantenían unidos, como pegados por el maleficio
del extraño sueño. Con gran esfuerzo, parecido al que realiza
un hombre que se asfixia, dio un salto convulsivo, provocando
así el despertar violento. Sentado en la cama, vio aun las
figuras del sueño que luchaban para mantener sus formas en la
oscuridad del cuarto. Encendió la luz, se restregó los párpados,
provocándose dolor en las pupilas. No satisfecho con esto
abandonó la cama y con avidez bebió un largo trago de agua,
con el que pudo diluir los últimos restos de la pesadilla. La
frescura del agua le restableció el orden en los pensamientos,
dejándose caer en la cama con exclamación de alivio.
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No comprendiendo la insistencia del sueño, trató de
buscar entretenimientos, pero detrás del esfuerzo que hacía se
mostraba el temor, la desconfianza y todo aquello que sirve
para alimentar los presentimientos. Temió que el mañana
optimista se convirtiera en nuevos sinsabores, tan conocidos
por él... ¿Que significa todo esto? - se preguntó en voz baja.
Como no hubo respuesta inmediata fue calmándose poco a
poco hasta llegar a convencerse que el sueño se debió a los
sucesos del día... Era lo más razonable...
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LA AUDACIA DE PEDIR
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No sabía por qué se le ocurrió pensar que él había nacido
para construir o destruir una herencia entregada en el momento
de su nacimiento. Este legado había madurado. Además, la vida
le estaba exigiendo saborear esa madurez, ya sea dulce o
amarga. Su tamaño o su intensidad era superior a cualquier
treta, engaño o postergación. Ahí estaba dentro, en los latidos
de su naturaleza, convertido en fuerza impulsora.
El forastero debió afrontar lo que para su vida
significaba continuar viviendo. Buscó trabajo. Lo buscó día
tras día pero no lo encontró. Recorrió tantos lugares que el
fracaso parecía decirle que no insistiera, pero debía él insistir
por el cariño a su propia vida y por aquel ánimo de triunfar que
lo trajera a la ciudad extraña.
El termómetro de la paciencia comenzaba a mostrar
síntomas de rabia. En su rostro aparecieron las duras arrugas
del resentimiento. En sus manos, los dedos destrozaban papeles
inútiles, acusando alteración nerviosa. Su caminar infatigable
no concluía. Viajaba sin cesar, cada vez más rápido, ya que
necesitaba terminar con esta búsqueda. Ya era febril su
reclamo. Su voz se enronquecía y todo su cuerpo hacía visible
un estado de ánimo que ya no tenía ni la mínima cualidad de
alguna remota concordia.
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Ya no era el mismo y él se daba cuenta. Toda vez que se
detenía para preguntar la numeración o el nombre de la calle,
hacía un esfuerzo supremo para demostrar simpatía, humildad y
un poco de confraternidad. Era ya el momento en que se estaba
acercando al enorme o pequeño interrogante de una situación
ajena a su primer anhelo de conquista y bienestar.
Y se acercó a la última oportunidad... Tres golpes
sonaron en la puerta de una oficina. Era su mano la que
golpeaba. Un ¡pase! Estridente le anunció el permiso de entrar.
Abrió la puerta, se acercó con respeto y enfrentó a un señor que
sin levantar la vista punteaba una hoja de papel.
- Señor, - su voz no tenía el timbre suficiente para
continuar. Hizo un esfuerzo, respirando hondo.
- Si no le molesta escucharme... - nuevamente su voz
perdió tono. Sintonizándola de nuevo, concluyó:
- Quiero pedirle trabajo... lo necesito... Si usted...
Las palabras, sus palabras sonaron desamparadas en el
ámbito de la oficina. El hombre, detrás del escritorio, sentado
en el pináculo de la indiferencia, alzó la cabeza, chupó el
aromático cigarrillo, con el que formó un azuloso embudo, pero
no dijo nada. No dijo nada porque la costumbre o la tradición
de la vanidad le había enseñado que la desconfianza era lo
primero, lo segundo y lo tercero y en último término, siempre
que se diera el extraño caso del último término, podría ubicarse
la confianza.
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LA PRIMERA SALIDA
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Soy el cuatropatas
que a garrotes lo tuvieron
por andar entre basuras
olfateando su alimento.
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Algo en la esencia humana se dejaba acunar por la
intención de lo expresado. Siguiendo con esta antología, los
ojos fijaron la vista en otro pedazo de cartón que parecía un
medallón grotesco sobre el pecho del perro que lo balanceaba.
El mismo aspecto de huesos salientes lo emparentaba al
anterior. Daba la impresión de estar orgulloso de mostrar lo que
colgaba de un collar de piola, en el que podía leerse:
Me duele la diferencia
que nos separa,
la que siento cuando tu mano
se divierte con la violencia.
A pesar de tu castigo
que a diario lo soporto,
siempre, siempre te perdona
la fiel naturaleza de mi raza.
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Y el más pequeño, cuzco de apelativo, con el pelaje
arrugado que a trechos mostraba la piel desnuda, típico
habitante de recovecos, zanjones y hoyos, lucía un pedazo de
cartón ancho y mugriento, en el que pudo caber lo siguiente,
escrito a punta de carbón:
Vivir a solas
con el mundo a cuestas
fue mi vida.
Andar a solas
tras el mísero mendrugo
fue mi vida.
Es cosa nueva
sentir que ahora
nadie me persigue.
Es cosa nueva
sentir que tengo
el sueño asegurado.
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Otro ejemplar canino, arqueando el pecho y levantando
la cabeza, dejó al descubierto un péndulo de cartón y lo que en
él estaba escrito. Parecía simbolizar lo que la vida, después de
muchas vicisitudes le dejaba en señal de retribución, dando a
entender que nadie se quedaba sin recibir el consuelo aunque
llegue éste al final de una existencia:
Me barrió la vida
como el viento a la basura.
Siempre fui el otoño
con el frío por delante.
Cuando quise madurar el tiempo
para estar en primavera
todo el mundo estaba frío.
Olvidado de mi mismo
me arrojé al sollozo del aullido
cuando el cielo era sin luna.
Ni siquiera con la luna
me encontraba cuando aullaba.
A destiempo me ha llegado
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el encuentro con la vida.
Aunque viejo, siento joven
el final de este comienzo.
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El jefe de los limpiatachos dio la espalda y en voz baja
dijo algo. Los perros arremangaron el cuero del hocico,
dejando al descubierto los blancos dientes que mordisqueaban
el aire. A cada mordisco se oía el ruido metálico de las
mandíbulas. El crujir de los dientes sonaba con siniestra
intención de perforar la carne del que se acerca demasiado. El
grupo se movió a pasos lentos para romper el cerco. Viendo la
gente la hostilidad de los animales que defendían a su amo, se
abrió en abanico, dejando libre el espacio por el que pasaron.
El patrón gritaba, escupiendo el aire pero nadie se animó a
detenerlos. Los perros, colocados como estaban, formaban un
círculo, del cual cada uno era un radio y el forastero el eje que
los mantenía en ajustada armonía. Cuando hubieron andado
unos metros la rueda se deshizo. El amo, encabezando la tropa
de perros, que en hilera se colocaron, tomó la orilla de la calle,
perdiéndose de vista cuando una esquina los sacó de las
miradas de los que se quedaron entre los insultos del patrón.
La primera aventura había terminado. El camino que
hicieron después, completando raciones de alimento, estuvo
libre de amenazas.
En la lejana región del hogar se repartió la comida. Los
perros agradecidos, más alegres que nunca, devoraron lo que
ahora si los sació, dejándolos en modorra a los pocos minutos
del banquete.
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Tirados en el suelo, cada uno sintió el renacer de las
fuerzas cuando el estómago, admirado de tanto combustible, se
dio a la tarea de producir energía para el cuerpo. El forastero,
recostado a pocos metros, miraba la diseminada familia que
satisfecha contestaba con ternura canina a quien fuera el autor
de esta cosecha.
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TREGUA
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La prensa, habiendo comprobado la simpatía que el
forastero venía despertando en los habitantes mientras recorría
el itinerario de sus recolecciones, se lanzó a la lucha para
animar un escenario monótono, no tanto por defender la forma
en que se alimentaba aquel y sus perros sino que lo hacía para
resaltar la osadía de una consciencia, la valentía de una
voluntad humana que desoyendo la prevención de las
costumbres se había dedicado a reunir una familia de perros
vagabundos. Los periodistas hicieron notar que las calles de la
ciudad habían quedado vacías de perros sin hogar. Además,
para hacer más grande el contraste y más honda la diferencia
entre el periodismo y las autoridades sobornadas, apareció
cierto día una estadística en la que se apreciaba la disminución
de la hidrofobia. De inmediato aprovecharon la ocasión de
justificar la permanencia de aquel y sus perros, pues dijeron
que el amor a los animales había hecho el milagro de juntar,
precisamente, a los sin dueño, que siempre son la víctimas
elegidas por el mal de la rabia. Además, para eliminar la
amenaza de una posible aparición de dicho mal, se dijo que lo
concreto sería vacunar a los animales que viven bajo la
protección del forastero. De esta manera quedaba reforzada la
defensa a favor del amo de los limpiatachos.
Cuando comprobó la prensa la popularidad de su
campaña decidió fomentar una colecta con el fin de comprar
una casilla o algo parecido a una o dos habitaciones
prefabricadas.
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Se dijo que lo hacía para darle lustre a los preceptos de la
higiene. A partir de tales medidas dejaron de oírse las voces de
quienes condenaban la forma de vida del protector de los
cuatropatas. A todo esto, el forastero había permanecido ajeno
a lo que estaba sucediendo, ignorando el desarrollo de los
acontecimientos, de los cuales él era el protagonista principal.
Su norma de vida a partir de la decisión de instalarse con sus
perros había sido la de no establecer ningún tipo de relación
con los habitantes de la ciudad, como si él quisiera comportarse
de la misma manera con que lo trataron al comienzo de esta
historia. Con quienes se dejaba comunicar era con los niños,
pues estas criaturas era las que lo acompañaban con sus
travesuras infantiles, permitiéndoles a los perros que jugaran
con ellos.
Cierto día, sin que los beneficiados supieran nada,
llegaron unos hombres y ante el asombro de perros y amo
levantaron una habitación de madera, construyeron platos de
cemento y otras comodidades más, si es que se puede llamar
comodidades. En esta ocasión fue cuando el jefe de los
animales se enteró de lo que había sucedido en la ciudad. Si
bien se sintió agradecido, hubiera preferido que lo ignoraran,
que lo dejaran al margen de la ciudad porque temió le sucediera
lo irreparable cuando menos lo esperara. Así como estaba
recibiendo un beneficio cuando menos lo esperaba, también
cuando menos lo esperaba podía recibir lo que más lo
perjudicara.
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Aunque él no intervino en la división que se ahondaba,
cuya división cobijaba el drama que algún día se haría presente
cuando lo decidiera la oportunidad.
La estrategia adoptada, después del fracaso de las
intenciones del señor empresario, fue la del silencio, pues los
implicados en los designios de este señor dejaron de amenazar
hasta que todo se amortiguara en el olvido. La prensa, al no
tener a quien atacar, también enmudeció y reinó por un tiempo
la indiferencia, mientras la extraña caravana de limpiatachos se
dedicaba pacientemente a recolectar alimentos. De vez en
cuando algún bulto donado llegaba al refugio de los
cuatropatas lo que les permitía disfrutar del descanso y de la
enseñanza de su protector o viceversa - Viceversa porque el
hombre aquel lo obsesionaba el comportamiento de la intuición
de los perros y la suya propia. El accidente que lo alejara de la
convivencia humana hizo nacer en él la curiosidad y el amor
por la naturaleza. Esto le permitió convertirse en explorador de
sí mismo, en investigador de las reacciones más profundas
encontrando a cada paso sorpresas que no las hubiera
imaginado si estuviera viviendo en el mundo de los hombres.
Observaba a los perros como seres vivientes capaces de
alcanzar entendimiento en la mente humana, o sea que él creía
en algún lenguaje universal.
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Lo principal sería descubrir la clave del mismo, lo que le
pareció vislumbrar en cierta ocasión fortuita cuando vivió la
siguiente experiencia:
La hora y el día no tuvo importancia para él cuando
pensó, sin saber por qué, en uno de sus cuatropatas, uno
pequeño que por su tamaño estaba destinado a ciertas labores,
como ocurre en un hogar en donde la edad del hijo menor
determina el trabajo que solo él hace. Los perros correteaban
por el campo, oíanse los ladridos y sus corridas juguetonas. El
forastero pensó en uno de ellos mientras dormitaba recostado
en la galería. En su mente hizo el dibujo del pequeño animal,
viéndolo con una petaca de tabaco, que la tomaba y se la traía a
él, entregándosela en sus propias manos. El pensamiento en sí
era algo común, intranscendente, pero no lo fue la nitidez del
cuadro mental, viviente hasta el extremo de sentir el escenario
como realmente vivo. Al comienzo creyó que todo terminaría
ahí, pero lo maravilloso del caso sucedió cuando el perrito, en
el que había estado pensando, apareció en la galería trayéndole
la petaca. El hombre, con la mirada fija por el asombro, recibió
mecánicamente el objeto mientras un escalofrío le sacudía el
cuerpo a causa de lo sucedido que, por supuesto, lo consideró
extraordinario. Le pareció descubrir algo portentoso, semejante
a la palanca que según el punto de apoyo puede mover al
mundo.
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Su mente se revolvió, se hizo un torbellino incoherente
de impresiones. Era como el chisperío alocado de una fragua
que arroja por el aire su pequeño universo de estrellitas
fugaces. Así se desbocaba su mente, barajando ideas que iban y
venían, que nacían y morían como las fugaces estrellitas de la
fragua.
Había ocurrido tan de repente, de manera tan sorpresiva
que pasaron varios minutos antes de calmarse. Ni cuenta se dio
de que había armado un cigarrillo, se lo había fumado a medias
y ya estaba liando otro, completamente ajeno al deseo de
hacerlo, cuando se dio por enterado de la situación. Se puso de
pie y se paseó por el corredor de la galería, pensativamente, con
la mente fija en lo que terminaba de experimentar. El mismo
perro que le trajo la petaca, al verlo caminar distraído, se acercó
y lo acompaño en sus idas y venidas sin que fuera notado. Perro
y hombre se paseaban sin que este último lo advirtiera. El
animal levantaba la cabeza de vez en cuando y lo miraba como
preguntándole por su conducta, luego inclinaba el hocico y lo
imitaba, hasta que el amo lanzó incontenidamente una
carcajada cuando lo vio. Se rompió el encanto de la distracción
y el premio para el perro fue un zamarrón cariñoso,
acompañado de una palmada en el lomo, tras lo cual le indicó
fuera a reunirse con los demás.
Los días siguientes, después de lo ocurrido, fueron
jornadas dedicadas en su mayor parte a buscar en su interior, a
veces en forma desesperada, una respuesta a los interrogantes
que surgieron a raíz del imprevisto hallazgo.
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Hizo muchos experimentos con los cuatropatas,
obteniendo éxitos por un lado y fracasos por el otro. Le
molestaba desconocer un método que fuera certero en todas las
ocasiones.
Tenía la clave pero no la ley. Conocía la pieza suelta
pero el engranaje no. Después de todo se fue acostumbrando a
la impotencia de llegar más allá, echándole la culpa a la
ignorancia de las leyes naturales que rigen tantos procesos
misteriosos. Los días retornaron a su cauce normal pero ahora
se deslizaban con el agregado de las experiencias que realizaba
con los perros.
El forastero estaba descubriendo en los silencios de su
naturaleza que las palabras del idioma humano fueron naciendo
de los objetos exteriores que en la mente se habían convertido
en imágenes, es decir, fue a partir de las imágenes registradas
en el interior del hombre primitivo que las palabras tomaron
formas sonoras en las cuerdas vocales. El ser humano debió
acumular en su memoria las imágenes de los objetos, animales
y plantas, con las que vivió en íntima armonía, o mejor dicho,
en íntima relación hasta que sus cuerdas vocales comenzaron a
ensayar con las frecuencias sonoras equivalentes a cada una de
las imágenes. Durante un largo período, la comunicación entre
todos los seres de la creación debió haber sido por medio del
uso de la visualización del objeto. Dos personas que estuvieran
pensando el mismo objeto podían enviarse mutuamente la
imagen respectiva.
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La imagen registrada en la mente o en la retina de los
ojos era la misma para todos los seres que habitaban la Tierra,
incluidos, por supuesto, a los del reino animal. Tener en la
mente o en la pantalla de los ojos la imagen de un alimento, sea
éste una fruta o alguna otra cosa comestible, esa imagen era
comprendida por quien tuviera la mínima condición receptora
en su mente o en la retina de los ojos. Se hablaba por
intermedio de la transmisión de las imágenes de los objetos y
animales existentes, sin haber llegado aún al uso de las
palabras, de aquellas palabras que en el futuro iban a
reemplazar a las imágenes.
El próximo paso habría tenido su origen en la esencia de
la imagen que con el paso del tiempo llegaría a ser su
contraparte sonora, o sea, lo que era imagen muda se
convertiría en los primeros ensayos del habla por medio del
sonido. La esencia de la imagen, lo sabemos ahora con certeza,
sería su frecuencia vibratoria, la que en aquella época pudo
transmitirse del objeto a la mente y de la mente a otra mente.
Hasta aquí había llegado el forastero como recompensa
de pasar horas inmerso en los silencios de su naturaleza, donde,
al parecer, encontró los datos que él se afanaba por interpretar
según la capacidad que tenía de comprenderlos. Presentía que
en ocasiones sucesivas tendría nuevas revelaciones. Su vida se
estaba expresando a través de dos tareas, durante las cuales él
cosechaba en su interior lo que su inteligencia le ofrecía y
cosechaba en el exterior el alimento para la familia canina.
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La caravana que formaban estas criaturas alcanzó el rango
de visita popular cada vez que incursionaba por la ciudad en
busca de lo que todos los pobladores sabían. En muchas
ocasiones, los tarros eran llenados por la gente del pueblo,
especialmente por los niños que esperaban a la puerta de sus
hogares. El protector de los cuatropatas se tomó la
preocupación de renovar los cartelitos, ya que como buen
principiante en el arte de escribir creyó que el público merecía
algo distinto de vez en cuando. Él recordaba el itinerario de sus
viajes y siempre trataba de cambiar los medallones de cartón
después que la gente parecía comprender lo escrito en ellos. Lo
que escribía en los cartones mostraba al hombre que cada día
conoce mejor a los seres con los que vive.
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LA VISITA
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Frente a frente se dieron la mano y después de la
invitación se sentaron en troncos ahuecados por la artesanía
del amo de los perros.
- Esta visita no tiene nada de profesional - dijo el hombre
de prensa para evitar alguna postura defensiva.
- ¡Así es mejor! ¡Es mejor para los dos! - respondió el
forastero, sin embargo se preguntó cuál sería entonces la
intención que lo traía, porque si no lo empujaba la misión
profesional, ¿qué diablos hacía allí, frente a él?
- No es fácil comenzar una conversación con usted sin
conocerlo personalmente - dijo el visitante -. Si hubiera venido
como periodista sería distinto porque las preguntas que usamos
abren de inmediato el diálogo. Ya que debo ser yo quien
provoque la conversación que deseo tener con usted, no me
queda más remedio que decirle que desde el primer momento
me sorprendió todo lo que me contaron de usted. Su forma de
vida y la razón que tuvo para alejarse del mundo me han tenido
desorientado, imaginándome solamente que su tarea tiene
mucho de maravillosa. Dominar a los perros, sin que éstos
cometan daño, debe ser algo virtuoso. Le ruego comprenda la
manera franca de entrar en tema ya que no me queda otro
camino.
El protector de los cuatropatas esbozó apenas una
sonrisa.
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Lo miró un momento, sonrió de nuevo bajando la
cabeza y luego, levantándola, le dijo:
- No se si contestarle sin la actitud defensiva de mi
ánimo o decirle que se aleje de aquí por todo lo que me ha
sucedido en esta región, a la que llegué con la misma esperanza
de un niño que aún no ha vivido la experiencia de la
desconfianza...
- Usted decide - le dijo el periodista -. Yo he venido -
continuó diciendo - con la seguridad de que usted sabría
conocer mi intención con la misma facilidad con que se
entiende con sus animales.
- Sí, tiene razón, pero eso lo supe por los perros, no por
mí mismo ni porque me lo dijera la intuición, pues la intuición
en relación con los hombres está muy deteriorada, está
bloqueada por la desconfianza. Sepa señor, que estos
cuatropatas son los que me hacen confiar en usted. Tal vez
ellos saben mejor que yo que usted ha de ser uno de los autores
de los beneficios que hemos recibido... pero también presiento
que los beneficios han llegado como consecuencia de una
posición adoptada en respuesta a otro bando y no en respuesta a
la original situación de nuestra existencia.
- El periodista sintió el aguijón de la verdad sin que lo
afectara ni lo ofendiera, ya que él vivía atrapado en un
engranaje del que se aprovechaba cuando una oportunidad
como la que tenía ahora, le permitía intervenir para satisfacer
los ideales que en su interior guardaba.
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El forastero quiso atenuar el impacto cuando vio en la
mirada del visitante el efecto de sus palabras:
- Más allá - le dijo - de lo que lamento haberle dicho, le
agradezco mucho, pero muchísimo, lo que ha hecho en bien de
la orfandad de los cuatropatas, por eso lo respeto y acepto su
presencia.
- Repito sus propias palabras, dichas anteriormente...
¡Así es mejor! ¡Es mejor para los dos porque no estamos
escondiendo nada y eso me agrada porque a pesar de todo
hemos de rescatar la razón de su vida y la intención de mi
visita.
- ¡Eso espero! - dijo el forastero - A partir de la razón de
mi vida voy a conocer la intención de su visita. Lo que a usted
le parece una empresa que tiene mucho de maravillosa es
porque nunca la hemos emprendido. Esto, que es sólo un
pequeño trabajo para mí, lo descubrí por casualidad cuando la
vida me empujo hasta ese puente que ve allí, pues allí me
encontraba dormido y al despertar me vi rodeado por estos
animales. Después de obligarme a comprender que no me
quedaba otro futuro, sentí que lo agradable estaba en aceptar mi
fracaso para que naciera lo que usted llama virtud. Aunque he
usado la palabra casualidad, no creo que haya sido casual el
encuentro con esta orfandad.
- También creo - agregó el periodista - que no ha sido la
casualidad la que me ha traído hasta aquí.
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Cuando conocí la manera extraña con que ustedes se
entienden, apareció en mi ánimo la necesidad de venir, no por
simple curiosidad sino porque la razón de su vida está en
peligro y porque está solo, muy solo frente a quienes
aprovecharán un descuido para actuar...
- Ya está asomando, por lo que escucho, la intención de
su visita - dijo el forastero y se quedó por un largo rato en
silencio y triste, sumido en la real fragilidad de su situación.
Durante este momento le permitió al recién llegado fijarse en el
aspecto del hombre que tenía delante. Pudo apreciar en su
rostro la inquietud de su destino que se calmaba en la mirada de
sus ojos. Las cejas se alzaban cuando alguna idea relacionada
con su porvenir cruzaba por su mente. En sus labios vio el
gesto resignado del sufrimiento y la paciencia. En sus manos,
enormes manos, notó la expresión del cuerpo en su totalidad,
pues cuando el cuerpo insinuaba un movimiento, las manos lo
acompañaban. Cuando sus labios se encargaban de hablar, era
entonces la ocasión en que las manos adquirían la plenitud de
la expresión. Se podía resumir, pensó el periodista, en tres
rasgos la personalidad del amo de los perros y según él, eran
los ojos, la frente y las manos. En los ojos se abría la claridad
del Alma y se ocultaban las sombras de los temores futuros. En
la frente habitaban los gestos fundamentales del sufrimiento y
de la rebeldía, dominados ya por la paz de la inteligencia.
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En las manos parecía estar la respuesta de cualquier
movimiento del cuerpo. Así lo vio el visitante, presintiendo
además que se hallaba frente a un corazón formidable y
sencillo. La manera fácil con que lo estaba comprendiendo lo
puso al borde de la emoción. Ya estaba por romper el silencio
cuando oyó la voz de aquel solitario que le decía:
- Lo que me enseñaron de niño, de nada me sirvió cuando
más tarde me encontré indefenso ante las necesidades de la
vida. Me hicieron creer en la justicia cuando luego fui víctima
de la injusticia. Me inculcaron la bondad cuando más tarde fui
presa fácil de la maldad. El mundo que encontré después de la
adolescencia no fue el que me hicieron creer cuando era un
niño... ¡Menos mal que mi naturaleza interior me ayudó a
confiar en lo que uno trae en la memoria del Alma, pues de allí
saqué el alimento para fortalecer mi defensa desvalida ante un
mundo que amenazaba aplastarme. Ahora mismo estoy ante
una amenaza parecida. En fin, dejemos eso para comenzar a
decirle lo que entiendo y lo que creo haber comprendido. Algo
le contaré por la sola razón de contarlo. Le mostraré un poco de
mis reflexiones, ya que muchas de ellas contienen más
interrogantes que respuestas.
- El hombre - continuó después de una pausa - como
todos los seres de la creación debe tener en su escurridizo ser
interno algo parecido a un espejo capaz de enviar imágenes.
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La primera sorpresa que tuve fue comprender que los
perros adivinaban mis movimientos, hasta presentían mis
pensamientos. El instinto o el espejo interior de estos animales
recibía de mis intenciones la imagen antes que ocurriera la
acción, pero cuánta tristeza y cuánta impotencia me anulaban
toda vez que intentaba descifrar un método que me sirviera en
todo momento. El hombre no ha sido desterrado del paraíso, él
ha desterrado el paraíso de su propio interior, él le ha
construido al Alma la celda o la prisión en la que la mantiene
encerrada para él, sólo para él, él ha levantado un muro que lo
separa del verdadero conocimiento, el que se ilumina por sí
mismo y que de tener el camino abierto sería para el hombre la
conquista de un viejo silencio que se pondría a hablar con
nosotros de cosas tan sencillas como admirables. Hablaríamos
de problemas y nos reiríamos de la simpleza para
solucionarlos... En fin, es tan imposible que lo entiendan
aquellos que deberían entenderlo que más vale alejarse del
tema y acercarnos a la novedad con que la experiencia me ha
estado desafiando. Yo ensayé con mis perros algo por pura
ocurrencia, más bien por humilde inspiración. La llamo
humilde porque no hace ruido para anunciarse. Viene como el
pobre a la puerta de un hogar a decirle y a pedirle al dueño
cosas de tan poca importancia que le molesta su demora y
ruega que se vaya pronto.
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Por eso la llamo humilde. No le interesa ser escuchada.
Ella cumple con los momentos de hablar, lo demás corre por
nuestra cuenta. Esta humilde personita que llevamos adentro,
cuando menos esperaba me dijo: ¡El dibujo mental de las ideas
puede ser entendido por cualquier ser de la creación!... Alcancé
a retener esta ocurrencia porque no tenía relación con nada de
lo poco que conozco. Fue algo que quiso expresar lo que dijo y
nada más. Como recién había nacido, debí esperar su madurez.
Después de saborear esta idea y de repetirla una infinidad de
veces, se fue convirtiendo en un argumento que, en resumen, se
relaciona con algunos fenómenos conocidos, los que se refieren
a la transmisión por medio de la electricidad.
El forastero intentó explicar en su lenguaje profano que
las palabras del que habla tienen la característica de la
vibración que corresponde a la frecuencia del órgano del que
habla. Este tipo de vibración audible se convierte en vibración
inaudible cuando viaja por el espacio, o sea que cambia la
frecuencia para adaptarse al medio de la transmisión. Cuando
llega al aparato receptor - comúnmente llamado radio -
recupera el tono de la primer frecuencia, es decir, que vuelve a
ser audible, siendo entonces cuando se escuchan las palabras
que se dijeron a miles y miles de kilómetros.
- Ahora bien - dijo el forastero -, traslademos este
ejemplo a la posible facultad del viejo y perdido idioma
universal.
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Tanto me ha dicho
la mano abierta de la amistad
que a la vuelta del día
me espera la hermandad.
Vereda pisoteada,
baldosa de brillo turbio
no tienes Alma como la mía.
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Ya no me importa
si el futuro viene a verme
anunciándome la muerte.
Lo que anhelo con mi muerte
es llevarme lo inhumano
de lo que hasta hoy ha sido
el trato diario
de la razón enferma.
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LA PRUEBA
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LA CALMA
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Silbando y caminando,
con el Alma a flor de labio,
me digo tantas cosas
que hoy veo
a quienes fueron
mis hermanos en lo humano
como si ellos fueran víctimas
de un odio que los hiere.
Silbando y tarareando
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Aullidos en la noche,
de las lomas me visitan.
Pensando, los presiento
que sufren como vivos...
Más luego los aullidos
se cambian en rezongos,
queriéndome decir
que ellos
ya no sufren como vivos...
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Cuando vuelvo
siento el aire lleno de algo.
Un quejido mueve el pasto,
luego un grano de polvillo
se despeña por la loma.
El pequeño humo de tierra
se deshace en mil rayitos
que embellece el sol poniente.
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Después...
en un tambor de sombras
se aleja el eco
de un trote juguetón.
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EL FUEGO Y SU LEYENDA
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Esta leyenda nos dice que hubo una vez mucha oscuridad
en la tierra apenas se ocultaba el sol. Los hombres sufrían la
esclavitud de la sombra negra, donde acechaba el peligro y
donde se escondía el ataque. Se dormían con el sobresalto y se
despertaban con el alivio de la luz del día.
Pero hubo una vez un hombre. Debió ser el primero o
uno de los primeros. La naturaleza lo atemorizaba cuando los
elementos enfurecidos azotaban la Tierra, pero él sentía la
fuerza de un poder en su condición humana que lo empujaba a
conocer, que lo impulsaba a desafiar aquello que le causaba
miedo, miedo por ignorancia. Las tormentas eléctricas que
arrojaban rayos e incendiaban bosques, impresionaban de tal
manera a su corazón que el corazón no hacía otra cosa que
aconsejarle la adoración a lo desconocido... Y entre lo
desconocido estaba el fuego que ardía en la espesura del
bosque, iluminando el cielo y quemando árboles.
Cierta vez, debió ser la primera, decidió enfrentar a ese
mundo misterioso, en donde vivía la causa de tanto miedo. Su
audacia fue reconocida por todos. Pero antes de tomar
semejante decisión había observado que los animales no
manifestaban miedo, lo que hacían era refugiarse y esperar con
pasividad que el espectáculo de la tormenta pasara. Parecía
que ellos participaban de todo aquello que atemorizaba al
hombre, cuando el hombre se sentía superior al reino animal.
Era lo que no comprendía, sabiéndose o creyéndose superior.
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EL ULTIMO CARTON
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Cuando los últimos días del verano y algunos del otoño
se vuelven distintos y adquieren cierto aspecto de soledad, el
hombre siente, aunque no se lo explique, que algo lo abandona,
que algo deja de estar a su lado. La naturaleza se encierra en sí
misma, se adormece en una visión interior llena de reservas y la
criatura humana le llama a esto, abandono del campo, tristeza
de los bosques, soledad de los valles, desamparo de los pájaros.
Pero no es así. La tristeza, el abandono, la soledad, el
desamparo de los pájaros. Pero no es así. La tristeza, el
abandono, la soledad, el desamparo, son ideas del hombre
porque él se queda solo con su quehacer diario, con su ir y
venir en pos de lo que no lo deja descansar. No hay invernación
para el hombre, no hay regreso al interior de un mundo de
reservas. Nada lo acompaña, siempre solo con el camino por
delante hasta que en la próxima primavera, la naturaleza lo
beneficie con su retorno comunicativo.
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EL ÚLTIMO CARTÓN
Si me dejas en el sitio
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donde he muerto,
el amor de mis perros limpiatachos
me hará sombra con sus huesos.
Si me dejas aquí mismo,
el silencio nos tendrá siempre de fiesta
y haremos con la tarde y las auroras
nuestro sol sin universo
deteniendo los minutos en el tiempo.
¡ Hermano hombre,
si es mucho lo que pido,
recuerda al menos lo poco que me has dado!
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y principios en su dimensión invisible y que se hacían
visibles cuando llegaban o entraban al ámbito de la materia, es
decir, para que sus leyes pudieran manifestarse era necesario la
existencia de lo físico, de lo terrenal.
De aquí el próximo paso lo demoraba el tiempo que la
madurez de la comprensión necesitaba, ya que lo que él estaba
aprendiendo no dependía de la información intelectual escrita
en libros o en otros documentos de lectura. Su fuente era la
intimidad de su propia naturaleza, a la que ahora se acercaba
con reverencia. Su zona interior de observación le hizo
comprender que nada se perdía en la nada y que él se alejaba de
lo efímero para entrar en una región desconocida. Además, él
mismo se sintió hecho una fuente de luz en relación con todo lo
que existe. Es posible que su entusiasmo se viera bendecido por
lo sagrado al convencerse que, lo mismo que la luz, era dueño
de una energía que una vez liberada, podría actuar en sentido
constructivo, dando como resultado que lo efímero, que lo
mortal, intentara sobrevivir para superar su caducidad natural.
Debió darse cuenta de que era necesario adoptar una manera de
ser, someterse a una norma de vida que abarcara lo mental y
físico para que pudiera aprovechar su energía central, desde la
cual le sería probable utilizar las leyes y principios que le
dieran la ocasión de ensayar la aventura de la inmortalidad.
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Cuando el amo de los cuatropatas se dio la misión de
unirse a los perros le ganó una batalla a la muerte. Junto a ellos
encontró la manera de hacerle frente a una adversidad
desconocida para él en un medio extraño y hostil, apoyándose
únicamente en su fortaleza interior, de donde obtuvo lo que
más tarde lo sorprendió... Cuando aceptó las sugerencias
venidas de la zona incontaminada de esa intimidad espiritual
para convertirlas en acciones de un solo tipo, logró una manera
de vivir, de reaccionar y de comportarse ante cualquier
eventualidad. A partir de ahí comenzaría a vislumbrar el
significado universal de la palabra Amor. La fuente de energía,
el punto central, el eje, el Alma y el Amor fueron una sola cosa
para el forastero. Le quedaba por definir la conducta de su
presencia en el mundo. Dicha conducta llegaría a ser la de dar
sin tener en cuenta, en forma anticipada, la retribución o
premio. Si lo que decidiera dar lo hacía con la intención de
recibir, se anulaba la bondad de lo que tenía que parecerse a la
luz, a la luz que se reconoce a sí misma en la iluminación,
ignorando la oscuridad del egoísmo.
Era lógico que quisiera saber lo que le ocurriría al medio
ambiente y a sus habitantes cuando recibieran la influencia de
la energía de su centro inmortal. Se habrá preguntado por el
destino de una obra materializada por la influencia
mencionada...
130
Tal vez descubriera que la obra perduraba, que la obra
ensayaba una manifestación de inmortalidad. De ahí en
adelante le quedó otra preocupación, preguntándose si la obra
se haría más perfecta a medida que fuera más limpia y pura la
energía central que llegara a la zona de aplicación, o sea que a
mayor pureza de la luz interior le correspondería mayor
perdurabilidad a lo realizado en el plano físico. Con esto le
habrá parecido alcanzar la cumbre de su comprensión pero,
también, a la casi imposible conducta entre sus semejantes, ya
que entre sus semejantes y él se alzaban los obstáculos, los que
tendría que vencer a costa de muchas dificultades, y estas
dificultades lo atemorizaban porque debilitarían la fortaleza de
su mansedumbre, haciendo peligrar la continuidad de su vida al
servicio de la inmortalidad.
La conclusión a la que llegó el periodista, la sintetizó en
pocas palabras. Era lo que había ido a buscar allí. Se la dijo en
voz baja para que únicamente la oyeran sus oídos:
- El amo y sus cuatropatas - murmuró - hicieron del
Amor la herramienta con que las emociones lograron que la
eternidad dejara escapar los materiales para llevar a cabo un
ensayo de eternidad. Aquí mismo, en este sitio donde me
encuentro sentado, y sentado en el tronco que ahuecara el
forastero, el tiempo quedó eliminado porque una lucha de
valores eternos se tomaba el desquite de vencer en su propio
terreno a los dioses de lo efímero.
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Lo que en otro lugar duraba menos, aquí perduraba más
de lo previsto. El ensayo había dado resultado. Es posible que
algún día se interrumpa la presencia de la inmortalidad para
trasladarse a otra región, donde alguien utilice las herramientas
del Amor.
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DEL CUADERNO DEL FORASTERO
133
Entre las cosas importantes que halló el periodista, fue
el significado que le dio el forastero a palabras tales como
mansedumbre, paciencia, etc... En otra parte del cuaderno, el
término solidaridad aparece como expresión opuesta a lo que se
entiende por individualidad. Lo que se notaba a cada paso era
la obsesión de sentir en su interior una sabiduría de capacidad
infinita, de la que se podría obtener los beneficios necesarios,
siempre que se recurriera a ella con la inteligencia educada en
la humildad.
Una buena sorpresa se llevó cuando se encontró con el
significado dado a la palabra mansedumbre, cuyo significado
nada tenía que ver con lo que se dijo y se dice en ocasiones de
algunos sucesos excepcionales como los protagonizados por
personajes de influencia universal.
La originalidad que le imprimió al significado la había
logrado como consecuencia de haber adoptado un punto de
vista que lo expresara según el siguiente párrafo transcripto:
“Si yo me sintiera efímero, en lo efímero y con lo
efímero viviré. Viviendo de lo fugaz, en lo fugaz encontraré lo
necesario para transitar por la vida como una expresión
perfecta de lo efímero. Si me sintiera hecho de inmortalidad, en
lo inmortal encontraré lo necesario para descubrir la
comprensión de lo eterno. Así como lo efímero pone en duda a
lo inmortal, también lo inmortal pone en duda a lo efímero.
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Lo mejor sería considerar que ambos, lo eterno y lo
perecedero, son expresiones de la dualidad universal,
manifestando cada uno lo suyo. Tanto uno como el otro tendría
en lo que expresan la cualidad correspondiente a su naturaleza.
La posibilidad de que uno sea la continuidad del otro nos
ayudaría a dejar de lado aquellos argumentos que sólo han
servido para enfrentarlos como si fueran enemigos”
135
La mejor explicación nos dice que la emoción de la
mansedumbre es superior a la emoción de la violencia y que
por ser superior tiene la capacidad de obtener una respuesta que
nos llega de algún elevado ámbito de naturaleza divina.
Aquel máximo exponente que fuera ungido por la
hermandad del Amor para que el hombre eligiera su destino,
sufrió lo insoportable con el fin supremo de dejar abierto el
camino de la mansedumbre para quienes decidieran andarlo,
convirtiéndolo en norma permanente de vida. No pidió el
sacrificio físico ni el sufrimiento corporal. Lo que dijo, según
el estilo de su bondad, se refería al sufrimiento moral de
comprender por medio de la tolerancia, porque él sabía que la
tolerancia esconde el origen de la mansedumbre, a partir de la
cual se ama el gesto de la paz, el gesto de la amistad y de la
mano abierta de la hermandad, pero también dijo que tanto la
tolerancia como la posterior mansedumbre no estaban afuera
sino dentro de sí mismo, en la zona espiritual del Alma, adonde
se podía entrar haciendo uso de la posición más cómoda, la del
mínimo esfuerzo de la meditación.
Al periodista no le quedaron dudas de la obsesión del
forastero por vivir la emoción de la mansedumbre dentro de su
ser. Lo que su obsesión no alcanzó a conocer fue lo que
sucedió en la zona donde había vivido y donde por influencia
de su vida interior se dio el caso de un ensayo de inmortalidad.
136
Algo parecido le ocurrió al amo de los cuatropatas con el
significado de lo que entendió por solidaridad cuando dicho
significado lo sintió nacer y palpitar en la profundidad de su
Alma. El comportamiento de la solidaridad le pareció opuesto
al comportamiento de la individualidad. Cuando se dio cuenta
de que la individualidad era una expresión natural del aspecto
exterior del hombre, comprendió a la vez que era la causa o el
origen de una doctrina que justifica las ambiciones, que
legaliza el método terrenal de los despojos y que dicha doctrina
le permite a las pasiones tener la libertad del libre albedrío para
educarse en lo que el egoísmo le aconseja, en lo que la vanidad
le sugiere y en lo que el orgullo y la soberbia le ordenan hacer.
El individualismo, basado en los intereses, fomenta las
ambiciones personales sin tener en cuenta las necesidades de su
hermano de raza. También el hermano de raza se las tiene que
arreglar del mismo modo, haciéndose cada vez más insensible a
que su experiencia se lo había enseñado.
Así como la individualidad representa al hombre externo,
la solidaridad representa al hombre interno. Esa era la idea que
no pudo expresar con claridad el forastero. El periodista fue
quien la enriqueció, dándole mayor claridad cada vez que le
agregaba algo más. La había asimilado de tal manera que la
utilizó de clave para determinar lo que era de origen interno y
lo que era de origen externo, pudiendo ubicarse cómodamente
para observar lo que pudiera vincularse con la individualidad y
con la solidaridad.
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Sin mayor esfuerzo llegó a la conclusión de que la
individualidad nos enseña el método sumamente eficaz de
tener, tener y tener, método autorizado por la guía infalible de
la indiferencia. La conducta para tener nos lleva por caminos
opuestos a la conducta para llegar a ser. Conocerse a sí mismo
para adquirir la talla o la estatura moral de saber lo que uno es,
eso se aprende asistiendo a la enseñanza que nos imparte la
sabiduría que el forastero descubrió como centro luminoso de
su esencia espiritual, allí donde el misterio del hombre se
vuelve divinidad del Alma.
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Cuando el periodista llegó a la oficina, a la misma oficina
de la que se había alejado el forastero, encontró a un
empresario de mirada temerosa como si el arrepentimiento se
hubiera hecho cargo de su ánimo. Parecía ausente, más bien
mecanizado por una preocupación, esforzándose por enfrentar
lo imprevisto de lo que le acababa de suceder. Después de
saludarlo y de invitarlo a tomar asiento, el atemorizado señor
empresario comenzó a desahogarse con una confesión que
pretendía justificar un acto que ya era justificable. A pesar de
todo, el arrepentimiento lo obligaba a realizar una acción
reparadora.
- No me quedaba - dijo - otra alternativa que recurrir a
usted para pedirle me ayude a encontrar una solución a lo que
ahora le explicaré. Aquí, al lado de esta oficina, está un joven,
casi un niño de diez años, que ha venido en busca de su padre,
creyendo que trabaja en mi empresa. Yo aún no le he dicho el
desenlace sufrido por su progenitor, esperando conversar con
usted y ver la mejor salida que merece este asunto.
El empresario dejó de hablar como si ya lo hubiera dicho
todo y esperara una respuesta.
- Señor - le dijo el periodista -, no sé a qué se está
refiriendo usted. No entiendo nada ni sé cuál es el problema
que lo aflige.
Acorralado tal vez por el arrepentimiento y por la
urgencia de sacarse de encima lo más pronto posible el
problema, le expresó lo siguiente:
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- En esa oficina - le dijo, señalando con el dedo pulgar -
está el hijo del forastero y aquí, en este sobre, hay una carta
escrita en la que le cuenta los últimos intentos de conseguir
trabajo, mencionando en la misma la esperanza de conseguirlo
en esta fábrica. Me siento desorientado con lo que le sucede a
mi ánimo por tener que soportar esta situación. Después de no
saber qué hacer, había decidido arreglar las cosas de tal manera
para que este jovencito me aceptara como protector. Hasta
había pensado convertirlo en uno de los herederos de mis
bienes, pero más tarde comprendí que era una solución
imposible porque con el tiempo él llegaría a conocer la verdad.
Si estuve equivocado por haber sido el causante de lo ocurrido,
no quiero que el arrepentimiento me haga cometer otro error
que provoque la consecuencia de un daño mayor.
Con estas palabras se hizo claro el problema del
empresario. El periodista, más bien preocupado por el hijo del
forastero que por este señor que tenía delante, le preguntó:
- Y bien, señor, ¿qué tengo que ver con este asunto?