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EL

ULTIMO
CARTON
JORGE AHON ANDARI

PRIMERA EDICION – ENERO 1999-


SAN JUAN-ARGENTINA
DEDICADO

A mi hijo, Mario Alejandro Ahon, a quien le debo ser su


amigo por haber compartido la sinceridad de los pensamientos
que han tomado forma en las páginas de este libro, además de
haberlos sentido de fácil aplicación en una sociedad de errores
repetidos...

J.A.A.
INTRODUCCION

Así como al comienzo del libro tercero presentamos a


los personajes del relato, también ahora es necesario hacerlo
para quienes no leyeron los dos primeros libros.
Jotanoa es el jovencito aquel que fue protagonista del
primer libro, titulado “En busca del Imperio Invisible”, quien
después de vivir una adolescencia sin rumbo cierto se aleja de
su lugar de nacimiento en busca de una orientación. La
encuentra cuando conoce a un ser humano que no hace otra
cosa que indicarle el camino para llegar al conocimiento de sí
mismo. Cuando Jotanoa profundiza la búsqueda de tal
conocimiento, descubre que en su interior espiritual existe
Alguien, al que bautiza con el nombre de Eben Alb. Este es el
otro personaje que puede aparecer a lo largo del relato,
debiéndose entender que es la personalidad del Alma o el ser
interno de Jotanoa, o ese Alguien del Alma que cada ser
humano lleva en la intimidad de su naturaleza espiritual y que
suele guiarnos por medio de la intuición o de aquellas
corazonadas que nos aconsejan hacer tal cosa o no hacerla.

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En un diario local se había publicado la noticia del


aniversario de un hecho ocurrido en nuestro país. La nota, sin
ningún comentario, comenzaba así: “Hoy se cumple el
aniversario de aquel acontecimiento insólito protagonizado por
un extranjero que llegó a nuestro territorio, etc., etc...”
Un compañero de trabajo de Jotanoa le preguntó si no se
había enterado de lo que recordaba la nota periodística. Como
desconocía el hecho, le contó más o menos lo siguiente:
“Un forastero llegó a nuestro suelo con la intención de
trabajar duro para hacerse de un porvenir digno de la atención
humana, pero todo quedó en la nada al no encontrar modo de
hacerlo. Parece que lo que llamamos “mala suerte” no le
permitió la concreción de sus anhelos y se dedicó a reunir
perros vagabundos, con los que vivió y se entendió de una
manera que llamó la atención de los pobladores de la zona. Lo
extraordinario de su aventura se puso de manifiesto cuando
murió, pues en esa ocasión los perros dieron muestra de una
fidelidad inconcebible al quedarse junto al amo por varios días.
La ausencia prolongada de este hombre, que permanecía
muerto dentro del rancho que habitaba, el abandono del sitio y
la conducta extraña de los animales, fueron indicios de lo que
había sucedido.

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Bien pronto se dieron cuenta también por el olor... Sin
demora intervinieron las autoridades, las que se vieron
impedidas de actuar por la actitud de los perros que defendían
algo, tal vez sagrado para ellos. Se recurrió a gases
lacrimógenos para que los animales abandonaran la habitación,
método que dio resultado. Al entrar al rancho encontraron al
forastero muerto, sin que los perros lo hubieran tocado,
pareciendo que estos expresaban su cariño y fidelidad
quedándose junto al amo que los reuniera. Las autoridades que
intervinieron cavaron allí mismo una fosa, dándole sepultura
sin tardanza ya que su estado de descomposición era muy
avanzado. Cuando los hombres se retiraron, vieron que los
perros se quedaban allí, con la intención de permanecer junto a
quien ahora se encontraba enterrado. Se dijo que algunos
animales murieron, haciendo de la fidelidad el último tramo de
sus vidas...”
Esto fue, más o menos, lo que le contaron a Jotanoa. No
era difícil que lo impresionara semejante acontecimiento,
surgiendo en su mente un interrogante, el que más tarde, por
culpa de la imaginación, se convirtió en respuesta por medio
del argumento que se narra en este trabajo, cuyo título, según
se lee, es EL ÚLTIMO CARTÓN.

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Los relatos comenzaron a ser un pretexto para Jotanoa. Se


convirtieron en el escenario de la imaginación en el que Eben
Alb vivía preocupado en cultivar la comprensión interna, la que
más tarde, Jotanoa la incorporaba como hábito de ver y sentir la
vida. En realidad, cada relato era la oportunidad que Eben Alb
tenía de intervenir para depositar la semilla de un pensamiento
que en el futuro podía convertirse en un principio importante o
simplemente en una idea de valor imprevisto.
Jotanoa quería demostrar que la comprensión interna
tiene un valor inapreciable. La venía buscando desde el
momento en que descubrió lo separado que viven los
componentes humanos, es decir, lo separado que vive el
hombre externo del hombre interno. Ambos se han mirado
siempre sin poder tender un puente que los una.
Comprender desde adentro era para Jotanoa disminuir la
incertidumbre y aumentar la certidumbre. Según se daba cuenta
de lo que sucedía en su propia naturaleza le fue dando mayor
valor a la comprensión interna...Y esa mayor importancia no
era otra cosa que la inteligencia de una cualidad íntima que
debe servir de guía para mejorar los hábitos de la conducta
exterior.

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Llegó a saber que el ejemplo de tal guía ya estaba
registrado en lo que hacía cada órgano del cuerpo humano en
beneficio del conjunto. Al parecer, hizo la comparación
adecuada cuando se le ocurrió considerar al cuerpo como una
civilización de células, como si fuera la misma humanidad en
miniatura, dándose cuenta de que ningún órgano realiza su
función especulando o tratando de competir con otro. No podía
concebir que el corazón, por ejemplo, quisiera competir con los
pulmones, con el estómago o con cualquier otro órgano...
¡Competir para ganar algo sería ganar lo que el otro órgano
perdería!.. Es posible que suceda al revés en relación con un
órgano enfermo, al revés en el sentido de dar de su salud para
ayudar a su compañero de vida individual. ¡La misión sería la
de fortalecer la solidaridad para que su compañero de vida
recupere la salud!
Toda esta maravillosa existencia interior, callada y
silenciosa, ¿no es, acaso, la manifestación de una comprensión
interna, la expresión de la cultura o el hábito de una
inteligencia interna, dedicada a un solo fin, es decir, al
mantenimiento y sostén de la vida, sin que ningún órgano deba
perjudicar a otro para subsistir, sin que ninguno se crea con
más poder para someter a otro, sin que ninguno se sienta
superior a otro?

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Jotanoa se convencía cada vez más al comprobar que la
salud de un órgano dependía de la salud de otro o de todos. De
la misma manera, él se daba cuenta de que su propio bienestar
dependía del bienestar de su semejante y que nunca, jamás,
debía ser al revés, como lo hacen aquellos que se benefician
con la debilidad ajena.
Este es el Jotanoa que se alejara del Valle de Tulum y el
que volvió acompañado de su ser interno, por cuyo nombre ya
lo conocimos en el tercer libro y al comienzo de esta
introducción. Este es el Jotanoa que sigue buscándose en las
ideas de sus relatos, como el que presentamos en las páginas
siguientes.

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LOS ANUNCIOS

Quien pisa tierra extraña se imagina que pone los pies


sobre terreno de fácil conquista. Aquel que por primera vez se
instala en una ciudad desconocida se siente desbordado por el
valor y con todas las fuerzas puestas al servicio de un atrevido
deseo de triunfar. Como allí es un desconocido, nada lo ata ni
lo previene, actúa sin prejuicios y con plena libertad de
ejercitar el anhelo de tomar por los pelos a la mala suerte y
samarrearla hasta que le suelte la buena suerte.
El extraño que llegó al nuevo país lo hizo con la mirada
en alto, no por insolencia sino para adueñarse de sí mismo
desde el comienzo. Los edificios, en multitud de alturas, le
parecieron las pértigas de viejos lanceros en reposo, invitando a
la conquista. Delante de sus ojos vio el nacimiento de las calles
de la vida moderna, las arterias de los seres humanos como si
fueran caminos sin cielo, abriéndose paso entre enormes
montañas de cemento.

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El recién llegado miró por última vez hacia el mar, hacia
el horizonte de donde había venido, despidiéndose de todos los
recuerdos que no deseaba ver repetidos en el porvenir, cuyo
porvenir estaba allí, delante de él... Con rara precaución en el
andar comenzó su marcha hacia la ciudad. Las veredas le
ofrecieron el espacio suficiente para apreciar al enemigo que
quería dominar, vencer con su afán de trabajo y lograr el
bienestar que siempre le fuera esquivo. Anduvo mucho, miró
demasiado, almorzó de paso y continuó su camino de
exploración, sin importarle dónde habría de pasar la noche.
Como ágil y curioso turista se condujo y como tal quiso vivir
los primeros días, mientras averiguaba las posibilidades de sus
futuros pasos.
El atardecer lo sorprendió casi en los límites de la ciudad.
Miró hacia el fondo de los barrios aledaños y sintió una especie
de nostalgia sin saber por qué. Tal vez algo pretendió salir de
su zona de recuerdos, o quizás la intuición le decía que su vida
terminaría en las afueras de la ciudad. Suspiró y retornó en
busca de alojamiento. Mientras realizaba la búsqueda del
hospedaje le salió al encuentro un perro, que pareció reconocer
en él al amo ausente que regresaba, pues el animal se acercó
con ánimo juguetón y le lamió la mano. El forastero lo
ahuyentó con gritos y ademanes, pero el perro después de corta
carrera se detuvo para mirarlo con asombro, como esperando
ser reconocido o comprobar la equivocación de su memoria.

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El hombre insistió y el perro, aturdido por el desprecio,
echo a andar su flaca osamenta, no sin antes detenerse varias
veces, de trecho en trecho, para suplicar con los ojos y orejas
un poco de amistad. El último gesto del animal lo afectó,
sintiendo un riesgo de lástima por toda su piel, pero reanudó la
marcha con la agilidad propia del que decide olvidar lo
sucedido...No obstante, no pudo evitar que una tenue inquietud
se aposentara en lo hondo de su corazón.
No lejos del encuentro otro perro se le acercó, ubicándose
a su lado con tranquitos saltarines. Esta vez y por influencia de
aquel riego de lástima no lo corrió. El animalito comprendió
semejante tolerancia, rozándole las piernas en señal de
agradecimiento. Luego, al parecer satisfecho, se alejó. Un poco
más adelante, de la boca de un oscuro pasaje, otro perro le salió
al encuentro, brincando con tanta alegría que chocó con él,
rodeándolo varias veces, saltando y revolcándose. El hombre
repitió el gesto de benevolencia con una sonrisa de aceptación
y el animal lo entendió con tanta lucidez que intentó saltar a
sus brazos para lamerle la cara. Dio algunas volteretas más y se
perdió tras la oscuridad de la noche.
Estos perros parecen seres humanos - pensó el forastero -.
Si ellos me reciben así tal vez los hombres lo hagan de igual o
de mejor manera. Fortalecido por tales ideas, que interpretó
como anuncios de futuras bienvenidas, continuó buscando.

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No muy lejos de allí encontró hospedaje. Sin vacilar se
hundió en él para cenar y pasar la noche.
Más tarde se halló acostado y bien dispuesto al
descanso. Como en toda introducción al sueño, revisó la
fortaleza de sus anhelos y al encontrarla firme y ansiosa de
secundarlo sonrió con tierna seguridad. Sin mucho esfuerzo
dejó apagar su vigilia en la quietud del sueño. El reposo rodeó
su cuerpo con flotante relajamiento y lentamente, como velitas
que dejan de alumbrar, sintió el apaciguamiento de la tensión
muscular en cada articulación del cuerpo agotado.
Pero no durmió como lo esperaba. Fue una noche de
pesadilla como no la tuvo nunca. La terquedad de un sueño
obsesionante se adueño de él. Soñó con los hombres de la
nueva ciudad y con los perros. Los seres humanos desfilaron
con cuerpos de perros y los perros con cabezas de hombre. Fue
algo penoso y triste. El sueño le reprodujo el sitio del puerto y
frente a él vio una multitud de perros que lo saludaban con
ademanes de bienvenida. Todos pasaron a su lado, lamiéndole
la mano. Ninguno dejó de articular un ladrido, entendiendo sin
mucho esfuerzo que le decían: Bienvenido seas a nuestra
ciudad... Luego el tumulto de canes se dispersó, quedando la
explanada del puerto en silencio y desolada.... Pero la escena
desierta fue ocupada por una aglomeración de hombres.

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El aspecto de estos seres era brutal, insultante,
provocativo. Los vio como criaturas feroces, mostrando garras
y dientes. Notó un movimiento de marejada en la multitud.
Luego, se desprendió uno para dirigirse hacia él. Lo siguió otro
y otro, de tal manera que formaron una fila interminable. Cada
semejante de su especie lo gruñía con sordo rencor, como
queriéndole decir: Malvenido seas a nuestra ciudad ... Cada
hombre alargaba el cuello con la boca abierta y los dientes
desnudos para dejarle un rasguño o una herida de mordiscón.
Ninguno se acercó como corresponde a un ser humano sino
como cuadra a una horda educada en la hostilidad.
La pesadilla se rompió de repente en mil lucecitas
siniestras al despertar sobresaltado. Los párpados no querían
separarse. Se mantenían unidos, como pegados por el maleficio
del extraño sueño. Con gran esfuerzo, parecido al que realiza
un hombre que se asfixia, dio un salto convulsivo, provocando
así el despertar violento. Sentado en la cama, vio aun las
figuras del sueño que luchaban para mantener sus formas en la
oscuridad del cuarto. Encendió la luz, se restregó los párpados,
provocándose dolor en las pupilas. No satisfecho con esto
abandonó la cama y con avidez bebió un largo trago de agua,
con el que pudo diluir los últimos restos de la pesadilla. La
frescura del agua le restableció el orden en los pensamientos,
dejándose caer en la cama con exclamación de alivio.

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No comprendiendo la insistencia del sueño, trató de
buscar entretenimientos, pero detrás del esfuerzo que hacía se
mostraba el temor, la desconfianza y todo aquello que sirve
para alimentar los presentimientos. Temió que el mañana
optimista se convirtiera en nuevos sinsabores, tan conocidos
por él... ¿Que significa todo esto? - se preguntó en voz baja.
Como no hubo respuesta inmediata fue calmándose poco a
poco hasta llegar a convencerse que el sueño se debió a los
sucesos del día... Era lo más razonable...

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LA AUDACIA DE PEDIR

Después que el hombre ha sido afectado por un acto o


por un suceso, ya sea éste positivo o negativo, aquel ser
humano ya no es el mismo. Ha cambiado. Algo se ha sumado o
se ha restado. Los días del mañana lo confirman aunque él no
se dé cuenta. Siempre nos alejamos de un comienzo para
acercarnos a una finalidad. La región intermedia parece no
armonizar con los extremos vividos. Parece, pero no es así.
Todo acontecimiento nace de un impulso anterior, y si nosotros
no vemos los puntos de unión es porque a los puntos de unión
no les importa nuestra aceptación o rechazo. Ellos obedecen a
la ley que los creara...
El forastero ya no era el mismo. Una pequeña sombra o
luminosidad había nacido en su interior. De pronto se vio
enfrentado a sí mismo por algo que estuvo madurando en su
Alma o en su corazón. Presentía que la vida, o mejor dicho, que
su vida nada tenía que ver con la de los demás.

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No sabía por qué se le ocurrió pensar que él había nacido
para construir o destruir una herencia entregada en el momento
de su nacimiento. Este legado había madurado. Además, la vida
le estaba exigiendo saborear esa madurez, ya sea dulce o
amarga. Su tamaño o su intensidad era superior a cualquier
treta, engaño o postergación. Ahí estaba dentro, en los latidos
de su naturaleza, convertido en fuerza impulsora.
El forastero debió afrontar lo que para su vida
significaba continuar viviendo. Buscó trabajo. Lo buscó día
tras día pero no lo encontró. Recorrió tantos lugares que el
fracaso parecía decirle que no insistiera, pero debía él insistir
por el cariño a su propia vida y por aquel ánimo de triunfar que
lo trajera a la ciudad extraña.
El termómetro de la paciencia comenzaba a mostrar
síntomas de rabia. En su rostro aparecieron las duras arrugas
del resentimiento. En sus manos, los dedos destrozaban papeles
inútiles, acusando alteración nerviosa. Su caminar infatigable
no concluía. Viajaba sin cesar, cada vez más rápido, ya que
necesitaba terminar con esta búsqueda. Ya era febril su
reclamo. Su voz se enronquecía y todo su cuerpo hacía visible
un estado de ánimo que ya no tenía ni la mínima cualidad de
alguna remota concordia.

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Ya no era el mismo y él se daba cuenta. Toda vez que se
detenía para preguntar la numeración o el nombre de la calle,
hacía un esfuerzo supremo para demostrar simpatía, humildad y
un poco de confraternidad. Era ya el momento en que se estaba
acercando al enorme o pequeño interrogante de una situación
ajena a su primer anhelo de conquista y bienestar.
Y se acercó a la última oportunidad... Tres golpes
sonaron en la puerta de una oficina. Era su mano la que
golpeaba. Un ¡pase! Estridente le anunció el permiso de entrar.
Abrió la puerta, se acercó con respeto y enfrentó a un señor que
sin levantar la vista punteaba una hoja de papel.
- Señor, - su voz no tenía el timbre suficiente para
continuar. Hizo un esfuerzo, respirando hondo.
- Si no le molesta escucharme... - nuevamente su voz
perdió tono. Sintonizándola de nuevo, concluyó:
- Quiero pedirle trabajo... lo necesito... Si usted...
Las palabras, sus palabras sonaron desamparadas en el
ámbito de la oficina. El hombre, detrás del escritorio, sentado
en el pináculo de la indiferencia, alzó la cabeza, chupó el
aromático cigarrillo, con el que formó un azuloso embudo, pero
no dijo nada. No dijo nada porque la costumbre o la tradición
de la vanidad le había enseñado que la desconfianza era lo
primero, lo segundo y lo tercero y en último término, siempre
que se diera el extraño caso del último término, podría ubicarse
la confianza.
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Su vieja costumbre lo hizo mirar, apreciar, escuchar y


razonar con desconfianza. Su pobre máquina cerebral, más
bien destemplada que templada en la lucha diaria, le sugirió la
prevención, le aconsejó tener cuidado. La voz de la prevención
le dijo que ese hombre era un vagabundo. ¡Recházalo, se sintió
decir en su mente, mírale las manos de rapiña, las uñas negras y
largas, los dedos rígidos por la mugre! ¡Fíjate en los ojos, en la
ropa sucia y arrugada, fíjate en su aspecto general y verás que
es un trotamundos que viene a robarte al menor descuido...!
Nada de esto era verdad, pero él vio con patética nitidez
lo que le dijo la voz de la desconfianza. El forastero era ante los
ojos del empresario el prototipo de una ralea peligrosa y
despreciable.
El recién llegado repitió el reclamo en forma más directa:
- Señor, quiero trabajar. Mis manos son útiles para
cualquier labor. No tengo pretensiones...
El hombre, a quien iban dirigidas estas palabras, con los
labios arqueados, expresando el gesto de asco y la repugnancia,
le dijo:
- No tenemos lugar para usted. Necesitamos más
producción y menos zánganos. Nos sobra gente que pide más y
más...
Quiso continuar pero se abrió de repente una puerta y
apareció un empleado, trayendo una hoja de papel. Mientras la
dejaba en manos del empresario, le dijo:
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- Hemos recibido este pedido urgente pero nos falta


tiempo para satisfacerlo. Es imposible cumplir, falta gente...
Con brusca interrupción el patrón le dijo:
- Habla demasiado, jovencito. Deje esto que luego lo
arreglaré. Retírese ahora...
El forastero comprendió la oportunidad. Apelando a un
resto de cordura, casi en tono de súplica, le dijo:
- Le ruego, señor, quiera darme aunque sea el trabajo de
cumplir con este pedido... perdone usted la sugerencia...
Se hizo el suspenso parecido al que antecede a la
tormenta o al ataque. El señor empresario, ofuscado, replicó:
- ¡Basta ya!... ¡Retírese por la puerta que ha entrado!
Lo que oyó lo dejó petrificado, adherido al suelo, en el
colmo de la sorpresa, sin entender a aquel hombre, semejante
suyo, que se empeñaba, ya encaprichado, en no escuchar su
pedido. No pudo moverse del sitio en que se encontraba aunque
lo hubiera querido, pues una fuerza extraña lo sujetaba al suelo,
mientras miraba con ojos de lástima y apreciaba con mente de
locura la indiferencia de aquel señor.
- ¿No me ha oído?... ¡Vayase de una vez!...
Pero esa forma humana, forastero por haber venido de
lejos, que soñara con la conquista simple, siguió amarrado al
piso de la oficina. Ya sin gesto alguno en la cara, sólo sentía
agolparse en su corazón una tremenda desesperación.
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Una multitud de sentimientos se acercaban hasta tocarse


y provocar los chispazos de pasiones que despertaban
intenciones desconocidas por él. Odio, lástima, amargura,
tristeza, angustia y nuevas sugerencias de rencores, se movían
con el ritmo de latidos que apresuraban la circulación de la
sangre. Rojo, amarillo, blanco, púrpura, eran los colores que
pasaban por sus ojos como si las emociones parpadearan con
cada uno de ellos.
- ¡Se retira de aquí o lo hago a la fuerza!..
Esta orden la escuchó lejana, lejanísima, como venida de
un confín remoto, en cuyo confín se diera cita la burla y el
desprecio.
¡Eeeeehhhh!... - gritó el señor empresario.
Por fin regresó de su estado petrificado. Parpadeó y
contempló la evidencia de la situación, encarnada en aquel
hombre que tenía delante.
- ¡Vamos!... ¡Fuera de aquí!... - tronó la voz del enojado
señor.
Fue entonces cuando el forastero recordó la bienvenida al
estilo perruno y la malvenida al estilo humano. Sonrió con una
mirada en la que centellaban reflejos del Alma. Sonrió y una
calma nueva lo envolvió, presintiendo que la decisión ya estaba
tomada, no por él sino por algo encomendado a la hora de su
nacimiento.
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Ya era hora de ponerse de acuerdo con aquello que lo


superaba aunque no lo entendiera. ¡Dejarse llevar!..
Permaneció un momento, mecido por sí mismo y luego dijo
pausadamente:
- Por supuesto, señor que me iré. No tema ni se apresure.
Me iré enseguida, pero antes quiero decirle algo, tal vez para
que nos veamos mejor o quizás para no seguir
desconociéndonos... Una pequeña diferencia nos separa, nada
más...Si he cometido un delito, éste no tiene otro nombre que el
de haberle pedido trabajo, ¿ha sido audacia de mi parte, ofensa
de mi parte? Y si usted ha cometido otro, debe ser el de
negarlo. El mío tiene una sola razón, la de haberle rogado a
quien debió tener la obligación de escuchar. Usted es el
responsable del desprecio, yo, el responsable del pedido que le
hice. ¿Es sencillo, verdad?... Pero mañana nos veremos y esto
que le digo no lo dude. ¡Mire estas manos! ¿Las ve bien? Pues
ellas podrían retorcerle el cuello, hacerle trizas los huesos de su
cabeza. ¿Sabe por qué?... Porque siempre hay gente que
necesita del garrote, que necesita del bofetón que se estrelle en
la cara par abrirle un borbotón de sangre...¡Usted es una de
ellas!...No, no tenga miedo que ahora no le haré nada, pero
mañana volveré, escúcheme bien, mañana vendré con el mismo
ruego para que a usted no se le ocurra rechazarlo, pues estaré
más ciego que hoy. ¡La negación suya me hará tomar las cosas
de otra manera!... ¡Hasta mañana, señor!..
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Hecho una vertical de voluntad humana, el intruso se


retiró erguido, con la cabeza en alto, tan en alto que parecía
salírsele del cuello. Abrió con extraña suavidad la puerta y la
cerró con la misma suavidad cuando salió. Sus pasos dejaron
también el eco de una sonámbula serenidad en los oídos del
empresario. Por un momento reinó el silencio en la oficina. Al
considerar fuera de lugar la amenaza que terminaba de escuchar
el empresario lanzó una carcajada, pero ésta no llegó al final.
La imagen del forastero se reprodujo en sus pupilas. Sintió un
estremecimiento hasta que la voz de su cerebro destemplado le
murmuró los medios de la defensa a su alcance. ¡No estás solo -
le dijo su miedo acorralado -, puedes llamar a quienes cuidarán
de ti y alejarán al intruso... No temas, no temas. Calmado
definitivamente, levanto el teléfono y comunicó la insolencia
del vagabundo, solicitando custodia para el día siguiente y los
otros si fuera necesario.
Al día siguiente la entrada a la enorme fábrica amaneció
vigilada por un piquete de policías. Apostados, esperaron la
llegada del que había amenazado al patrón.
No esperaron mucho. Apareció como si tal cosa.
Atravesó la calle y caminó sin vacilar hacia la entrada del
edificio. Subió a la amplia vereda sin detenerse. Los guardias
creyeron que se detendría ante la custodia, pero no fue así.
Ignorando la vigilancia se dirigió hacia la entrada con natural
intención de trasponerla.
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Fue entonces cuando un guardia lo detuvo, colocándole


el arma atravesada sobre el pecho. El forastero, sin darle
importancia al fusil, levantó la vista y les dijo:
- Señores, estoy citado para una entrevista con el dueño
de la empresa... ¡Permiso!-. Dicho esto, separó suavemente el
arma, dio unos pasos, pero otro guardia reforzó la prohibición
de entrar. Lo detuvo bruscamente, empujándolo. El forastero,
sin inmutarse, agregó:
- ¡Avisen al señor que he acudido a la cita!...
Los guardias se miraron sorprendidos y comisionaron a
uno de ellos para averiguar la pretensión del recién llegado.
Fue y volvió con el patrón de la fábrica. El forastero saludo
respetuosamente, diciéndole:
- Aquí estoy, señor, cumpliendo la promesa que le hice
ayer de venir hoy a visitarlo...
La respuesta por parte del empresario fue:
-¡Caradura, sinvergüenza! - y le ordenó a los guardias:
- Despídanlo de aquí o llévenselo a la fuerza. Es el
mismo vagabundo que ayer me amenazó. Eso es todo..
El forastero, sin responder, esperó un momento, tal vez
pensando en el próximo paso y se alejó. Los guardias
sonrieron.
Los vigilantes permanecieron allí por unos días más
hasta que, suponiendo que el intruso no volvería, se fueron,
dejando la entrada de la fábrica libre como de costumbre, pero
lo que no supieron fue que el forastero se acercaba cada
mañana para comprobar si aun estaba prohibida para él la
entrada.

27

Cuando por fin vio que la puerta de acceso quedó


despejada decidió cumplir con la promesa de la visita.
Una mañana se presentó sin que nadie lo detuviera.
Penetró. Dio unos golpecitos en la puerta de la oficina y sin
dilación entró, enfrentando al señor empresario, que al levantar
la vista se encontró con quien casi había olvidado. Quiso tomar
el teléfono pero el forastero lo desconectó. Quiso tocar el
timbre de alarma pero también fue inutilizado. Y para asegurar
la soledad de la entrevista, el intruso le echó llave a la puerta de
entrada. Puesto de pie, frente al escritorio, con el gesto sereno,
sin demostrar insolencia, le hizo el ruego prometido:
- Señor, le suplico quiera atender mi necesidad de
trabajo. Como se lo pidiera vez pasada, le ruego comprenda mi
situación. Se lo pido sin ironía y sin otra intención que la que
expresan mis palabras...
El hombre, detrás del escritorio, dejó caer la mano en un
cajón abierto, extrajo un revólver e imitando la misma
serenidad del forastero, pero con ironía, le dijo:
- Señor, le suplico quiera retirarse porque en mi empresa
no hay sitio para usted. Como le prometiera vez pasada, le
reitero la negativa. Lamento no poder atenderlo. ¡Adiós, señor!
El forastero, despreciando la amenaza del revólver que
en manos de aquel hombre le pareció un juguete ya que le
temblaba el pulso, le replicó:

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- Señor, por favor guarde el revólver. Yo he venido a


verlo a usted y no al arma que le tiembla en la mano. Aun
quiero pedirle trabajo con la esperanza de saber que usted no
es un animal al que hay que castigar para comprobar cuál es
superior.
- Señor - contestó el empresario, esforzándome en
mantener la posición adoptada -, le ruego abandone este lugar
si prefiere seguir viviendo.
Pero la mano del intruso, convertida en zarpazo, le hizo
volar el revólver por el aire.
- Le dije, estúpido, que a usted le temblaba la mano.
Ahora sabré si su cogote es tan frágil como su amenaza.
Y sin mediar otro incidente, un manotazo brutal cayó
sobre el cuello de aquel eminente símbolo de la vanidad,
doblándolo como varilla de plomo. Quiso levantarlo del suelo
para continuar con el castigo pero algo parecido a una lástima
desesperada se interpuso entre él y su furia, aconsejándole lo
dejara donde había caído. Sin demora pero también sin huir se
retiró de allí. Entristecido, amargado, con la evidencia interior
de haber provocado una definición, balanceando la cabeza
como péndulo invertido y chasqueando la lengua con el ruido
de la negación, de la duda, se alejó de aquella oficina,
alimentando la idea de no convivir con sus iguales, de vivir
alejado de esta jauría, de esta manada humana que hoy se llama
civilización y que siendo sociedad, lo es por sus modales
destructivos.

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Los pasos del forastero no tomaron el camino de la ciudad


sino del sendero que lleva a las afueras, hacia donde las
barrancas sirven de depósito a los desperdicios de la población,
hacia las depresiones, hacia los puentes carreteros del campo.
Sus reflexiones, por un raro afán de supervivencia, no dejaban
de infundirle ánimo, pero ánimo para vivir al otro lado del
trato humano... Allá lejos vio un puente. Su trama de hierro
reflejaba chispazos metálicos como lentejuelas de mica virgen.
Hacia allí se dirigió. Se apartó de la banquina y entró bajo el
puente. La soledad que reinaba allí era como la de cualquier
zona desierta. Sobre la orilla, alfombrada de pastos frescos,
recién brotados, se tiró de bruces apoyando la cabeza en los
brazos cruzados a la altura de la frente. Y sollozó callado,
refugiado en la íntima ternura del dolor. El corazón parecíale
muy alejado de su pecho. Sus latidos eran apagados,
temerosos... El mismo se decía que estaba apagándose como si
un manto de negación fuera cayendo sobre el último destello de
esperanza.
La quietud bajo el puente y alrededores era profunda. El
fondo mismo de esa quietud contenía un ritmo suavizante, un
ritmo amortiguante, y el forastero experimentó el contagio de
esa calma que le llegaba a la totalidad de su cuerpo, relajándolo
por completo.

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Fue entonces cuando sus pensamientos se desligaron del


tiempo, se hicieron intemporales con la intención o la
aspiración de buscar en la causa de lo que le estaba sucediendo
la razón de su existencia física, existencia que estaba sufriendo
por desconocer el proyecto archivado de su Alma. Eran
pensamientos de sanos ideales a pesar de lo ocurrido, sin
embargo, fue debido al fracaso que en su mente nacieron
preguntas que se mezclaban con imágenes de su vida pasada
desde la más tierna edad. El por qué, el por qué y el por qué se
sucedían en un ir y venir mientras desfilaban por su interior los
recuerdos de diferentes edades. Si lo que le estaba ocurriendo
era la consecuencia de causas anteriores, se preguntaba si algo
tuvo que ver cuando era niño el deseo incontenible de
aventurarse por canales, arroyos y lagunas en busca de peces
para atraparlos, no para matarlos sino para verlos navegar en la
acequia que cavaba en el fondo de su casa, pasando horas
enteras entretenido en verlos moverse bajo el agua y detenerse
cuando les arrojaba migas de pan.
Por cada “por que” que se hacía, surgían en su mente
nuevas imágenes, entre las que se vio levantar el pie o girarlo
sobre el talón para no pisar una hormiga. Nadie le había
aconsejado que hiciera eso, le nacía de su íntima naturaleza
como un hábito de acción involuntaria. Le seguía luego el
recuerdo de aquella única sensación de agonía y de sufrimiento
que sentía en sus manos cuando u ser indefenso se dejaba morir
por no poder defenderse ante una fuerza superior a su
debilidad.

31

Sin que ninguna relación vinculara un recuerdo con otro,


apareció en la mente su propio rostro de niño dándole de beber
en su boca llena de agua a pichones de tortolitas,
introduciéndole el pico entre sus labios...
¿Por qué recordaba todo esto o más bien, por qué
acudían estos recuerdos sin que él los llamara?... Repasando los
años de su vida, descubrió ahora que siempre había
predominado en su manera de ser la mansedumbre, nunca su
naturaleza se había inclinado por el lado de la violencia, el
rencor o el odio... Entonces, ¿cómo podía él instalarse en un
mundo o en una sociedad donde la agresión y la desconfianza
gobernaban los deseos de los individuos? La respuesta no
estaba a su alcance, pero fue reemplazada por la aparición de
una virtud o defecto que lo tenía intrigado y era la de sentirse
incómodo cuando un amigo o un familiar o cualquier persona
allegada, no tenía lo que él tenía. En varias ocasiones esperó a
que su semejante obtuviera primero lo que luego él conseguiría.
Lo hacía por un inconfesado sentido de equidad, sin que fuera
el producto de un razonamiento, más bien era lo que la
emoción profunda de la hermandad pudiera desear. Tampoco
nadie se lo enseño porque también eso era un rasgo de su
íntima manera de ser.
Al parecer, el forastero se estaba descubriendo por medio
de este desfile de recuerdos, los que aparecían como partes
componentes de su personalidad.

32

Otra expresión de su naturaleza era la de no sentirse


ganador cuando tenía que vencer a otra persona. No le
agradaba competir por el triunfo mismo sino que prefería
dejarse vencer, sabiendo que la actitud del vencedor ofende y
disminuye al vencido. Para él era mejor compartir sin el ánimo
de ganar o perder. Cuando se compite por un premio o por la
victoria en sí, no se puede evitar que el amor propio recurra a
los medios ilícitos con el fin de ganar, sin embargo cuando se
comparte no se gana ni se pierde, se goza con la acción
compartida.
El forastero necesitaba tener un saldo a su favor
para enfrentar la situación actual, pero su ánimo le hacía ver
que todo se enredaba en telarañas de abandono. Un olor a
despojo le inundó la región del olfato. Sintió que algo
implacable acumulaba polvo de nada, de nada y vacío... ¡Qué
desesperación - se decía él - cuando se quiere apoyar en lo que
poco a poco se deshace en cenizas de mortalidad!... El rincón
del mundo al que había llegado para vivir en la decencia del
trabajo lo rechazaba con una hostilidad que lo empujaba hacia
el último tramo de la desesperación. De la desesperación le
llegó la imagen de una tentación que tenía el gesto piadoso de
una mano tendida. Era el gesto que lo invitaba a cruzar el
espacio de su empantanada existencia. La serena tentación le
mostraba un paisaje de tumbas, de quietudes de muerte. Altos
cipreses parecían cobijar un lecho para el descanso inigualado.
Entendió con suficiente claridad que la muerte le estaba
ofreciendo la zona abierta para que él avanzara, avanzara y...

33

Pero la verdad perdurable de la vida, la belleza de su


energía, le acercaba la invitación a la paciencia, le sugería el
encuentro con la resignación, como si la resignación le
estuviera prometiendo la comprensión de algo que le daría
fuerza para sobrevivir. Se vio en un paisaje de primavera y en
otro de verano, en los que se alimentaba con una intensa y
extensa alegría de vivir. Luego era el otoño seguido del
invierno los que venían a su encuentro con el futuro
adormecido en el letargo del tiempo. La elección amable con
que la naturaleza le señalaba los tiempos inexorables de las
estaciones, tenía el sólo propósito de llegar a los frutos para
cumplir cada año con el ciclo de su bondad esencial,
convirtiéndose en propiedad de los hombres insaciables. Pero
estos hombres insaciables nada tenían que ver con le paisaje, en
cuyo paisaje era él un invitado especial. Era la vida, más allá de
las intenciones de profanarlas, la que vivía en lo que ella daba
para seguir siendo vida.
Los dos horizontes se alternaban para conquistar la
mente del forastero. El horizonte de la vida y el horizonte de la
muerte se sucedían con iguales poderes, con iguales
atracciones. El estado al que había llegado su existencia era
innegable, pero también lo era el misterio inviolable de su vida.
Bajo esta dualidad de influencias, cansado ya, se durmió
profundamente, con los dos problemas bien establecidos en
alguna región del Alma, en cuya región serían revisados
definitivamente. Cuando despierte, tendrá mejor definida la
decisión adecuada...

34

Pasaron las horas, refugiadas en el viaje de la luz,


mientras las sombras debajo del puente se movían de un lugar a
otro. Una leve convulsión en los párpados del forastero
anunciaba su retorno a la vigilia. Abrió los ojos. Abrirlos
simplemente no hubiera significado nada, pero abrirlos para
encontrarse ante un espectáculo jamás sospechado ya era
distinto. Aquello era espantoso, inaudito. La razón se sentía
oscurecida por la sorpresa. Frente a él, alineados en
semicírculo, vio una congregación de raquíticos perros
vagabundos. Los ojos de la canina asamblea lo miraban con el
desconocido y primitivo lenguaje de su animalidad, en cuyo
lenguaje se mezclaban el ruego con la piedad, el cariño con una
escala de emociones que podrían sintetizarse en el significado
de las palabras: hermandad universal.
Los animales al verlo despierto se movieron en sus
lugares como auditorio que espera la voz del que ha de hablar.
El forastero, arrastrándose sentado hasta dar con la espalda en
la pared del puente, miraba y miraba, queriendo ver con algo
más que con sus ojos. Perplejo, asombrado y por momentos
aterrado, había pasado bruscamente de lo que recién le
preocupaba a lo que ahora estaba asistiendo. Con tremenda
velocidad acudían a su mente los pensamientos que daban una
explicación y desaparecían empujados por otros y éstos por los
nuevos que llegaban. Cada uno forzaba una respuesta
apresurada, pero de nada valían las preguntas y las
contestaciones, pues lo inmediato era admitir la presencia de
estos cuatropatas que lo miraban con el gesto de una tristísima
orfandad.

35

Su asombro dio un brinco cuando vio a tres perros que se


acercaron a él. Los reconoció. Uno era el que ahuyentó y los
otros, los que admitió en señal de arrepentimiento por el trato al
primero. Se detuvieron junto a él... Con rápida interpretación
entendió que éstos eran algo así como delegados en
representación de la mayoría presente. Comprendió que eran
emisarios, enviados por el resto que permanecía expectante. El
forastero sonrió. Hubiera sido mejor no haberlo hecho porque
los animales se abalanzaron sobre él para agradecer lo que
entendieron como una aceptación. Fue un juego un tanto duro
hasta el momento en que él, poniéndose de pie, dio algunos
gritos de mando para calmar a la turba agradecida por el simple
gesto de una sonrisa. Así fue como regresaron al sitio
primitivo, en donde se echaron con la intención de esperar.
¡Esperar!.. Esta congregación del hambre, no se sabe por qué
impulsos de finísima intuición, había llegado hasta el puente
donde dormía el forastero para esperar como ahora lo estaba
haciendo...
Ante semejante reunión ¿quien era capaz de hablar para
ahuyentar la seguridad de estar frente a criaturas que
desconocían el lenguaje humano?...¿Quien podía utilizar las
palabras para que la luz del entendimiento fuera compartida?...
No quedaba otro idioma que el de los gestos, pero éstos se
hundían en el silencio sin dejar ideas bien definidas en la
mente.

36

Los ojos de los cuatropatas brillaban con cierta inquietud.


Cada brillo era igual al destello de una faceta de cristal que al
mínimo movimiento cambiaba el tono de su reflejo. Cada tono
podría ser una palabra pero ¿ quien lo traducía para entenderlo?
A pesar de la dificultad, el hombre decidió hablar y ante la sola
intención de hablar, los perros acomodaron la esquelética
estructura para escucharlo.
¡Que extraño! - pensó el forastero antes de hablar. Le
pareció que los animales habían entendido lo que él iba a hacer.
Cuando él concibió la idea de comunicarse con ellos por medio
de su voz, los cuatropatas “oyeron la idea”, dando a entender
que estaban dispuesto a oírlo... El ser humano - siguió
pensando - ignora los movimientos de los animales y sus
intenciones, pero los animales presienten y hasta comprenden
cualquier movimiento realizado por el hombre. Muchas veces
se habrá comprobado que la criatura irracional está equipada
con un instinto que le permite anticiparse a lo que el ser
humano quiera hacer. Si el deseo fuera el de castigar, el animal
huye antes que la mano tenga tiempo de hacerlo. Si el hombre
está dispuesto a la caricia, antes de manifestarla, el animal se
acerca, ahorrándole el esfuerzo de alargar el brazo.
Algún lenguaje debe haber. Algún perdido entendimiento
debe existir. La leyenda, que aparece en los espacios vacíos de
la historia, nos dice que en una época el hombre conoció un
solo idioma y que todos los seres de la creación se entendían
por medio de este...

37

¿Qué región del organismo viviente esconde la facultad


de expresarse en el viejo idioma universal?... Esta pregunta se
abrió paso hacia el interior del forastero con la intención de
buscar en el archivo de su naturaleza la respuesta necesaria.
Mientras tanto, los cuatropatas se habían sometido al
estado meditativo del hombre, pareciendo respetar lo que él le
preocupaba. Lo demostraron porque se dejaron estar en quietud
y porque se dieron al entretenimiento de lamerse el duro pelaje
de sus pieles.
No bien el forastero dejó la región de sus pensamientos,
los perros levantaron los hocicos y al igual que los niños que se
arriman al abuelo que les narra cuentos, así se acercaron, dando
gemidos, rezongos y gruñidos amistosos. De esta manera la
esquelética congregación del hambre se adhería a quien, en lo
sucesivo, se convertiría en jefe y actor de aventuras con un
final imprevisto. Y fue el momento en que los animales oyeron
la voz del que adoptaron como amo de sus vidas.
- Pues bien, aquí estamos - les dijo - porque la vida tal vez
nos necesita. Por eso hace falta una decisión. Desde hoy,
señores, formaremos una familia...
Los cuatropatas, al oír estas palabras, de las que
posiblemente les llegara la esencia de su contenido, se miraron
entre sí, usando gestos de tu idioma y dando a entender que
estaban de acuerdo.

38

El hombre, impresionado por la gesticulación, la que


comenzaba a descifrar con cierta facilidad, continuó
diciéndoles:
- No hace falta decirles que somos la pobreza
vagabunda, sin nada a nuestro alcance, ni trabajo ni ayuda, pero
esto no debe importarnos porque la vida nos tiene en su
contenido y si en ella estamos, ella nos dará lo suficiente.
Andaremos unidos para conseguir el alimento. No lo
robaremos, pero nos educaremos para que los tachos de basura
nos sean útiles. En el desperdicio de la ciudad nos veremos
igualados y separados de quienes nos desprecian.
De nuevo advirtió el mismo gesto de aceptación en los
cuatropatas, los que de ahora en adelante adoptarán el nombre
de limpiatachos.
- Creo que nos estamos entendiendo. Ya que estos
primeros pasos van saliendo bien, en retribución nos
repartiremos lo poco que tengo en esta bolsa...
Al oír la idea relacionada con la palabra “comida”, los
limpiatachos se pararon en las enclenques astillas de sus patas
y esperaron, esperaron como si esa hubiera sido siempre la
costumbre. Miraron atentamente cómo el nuevo amo dividía lo
que sacó de la bolsa en tantas partes como estómagos habían
allí. Y nadie se apresuró. Cada uno fue capaz de aguantar con
paciencia la ración correspondiente.

39

Luego, la devoraron, dándose el “buen provecho” en un


santiamén. Fue el banquete más corto que haya conocido la
historia de la gastronomía.
A partir de ese bocado comenzó la aventura inaudita de
un hombre convertido en jefe de una familia de cuatropatas sin
hogar. Todos a un mismo tiempo salieron de la postración en
que vivían para ir al encuentro de los acontecimientos que en el
futuro los esperaba. El forastero aceptó la responsabilidad de
vivir así porque nada perdía, más bien sería al revés ya que
podría ganar la experiencia de una realidad distinta. Tal vez
esta decisión lo acerque al mundo silencioso de la inteligencia
animal... Aunque lo esperara lo indeseable, aunque el peligro lo
acechara por marginarse de la convivencia humana, a pesar del
porvenir incierto, de algo estaba seguro: Nada arriesgaba ni
nada perdería.
Allí mismo, donde perros y hombre se encontraron, en un
resguardo de lomas junto al puente, construyeron con latas,
cartones y otros desperdicios, un hogar, un refugio, un sitio
para ejercer la paternidad de un ser humano que renunciaba a
sus semejantes porque de sus semejantes nada bueno podía
esperar.
A los pocos días, gracias al aislamiento, el forastero se
sintió invadido por un desconocido aleteo interior, o sea que
dentro de sus ser oyó algo que con el transcurso del tiempo fue
convirtiéndose en palabras, conociendo por primera vez el
proceso con que maduraba la inspiración.

40

Tal vez el contacto con los cuatropatas, a pesar de ser


irracionales, fuera la causa, o quizás el universo encontraba en
este grupo viviente la armonía de la inocencia, capaz de
eliminar la incredulidad, el prejuicio y la vanidad, y obtener un
estado o cualidad suficiente para aceptar los impulsos del reino
espiritual, los que pueden expresarse cuando la naturaleza
interior se desliga del cuerpo, quedando reconstruido en su
pureza el instrumento de unión entre el Alma y la esencia de la
materia.
El amo de los limpiatachos preparó con ramas
carbonizadas algunos cartones escritos, los que luego colgaría
del cuello de cada perro. El gran acierto, según él, era que cada
leyenda describía la personalidad del animal, no la externa sino
la interna.

41

LA PRIMERA SALIDA
3

La mañana era tibia. El sol, entre nubes de una tormenta


dispersa en viaje hacia otros lugares, caldeaba el ambiente,
mezclándose a la fragancia de los campos. La humedad de la
brisa traía y llevaba el aroma campestre, dando a los pulmones
la alegre tentación de aspirarlo con profundas bocanadas. El
sendero, a la orilla del camino pavimentado, estaba moteado de
recientes brotes de yuyos. El lejano horizonte era una soledad
poblada de gritos de chicharras, de pájaros silvestres, de aves
encumbradas en vuelos circulares que escudriñaban la tierra en
busca de despojos. El cielo azul y las nubes blancas invitaban a
la frescura de vivir una esperanza de mayor duración.
El forastero con su comitiva de perros, a los que había
educado a ser indiferentes con los hombres que encontraran,
salieron de su hogar esa mañana tibia. Los cuatropatas,
alienados uno detrás del otro, se prendieron a la espalda del que
los guiaba con el paso de quien vive acostumbrado a caminar.

42

Al cabo de unos minutos de marcha se divisaron las


primeras líneas angulares de los edificios. Chimeneas enormes
arrojaban bocanadas de humo negro. El forastero, al
contemplarlas, tuvo que recordar al hombre aquel con quien se
entrevistara y tuviera el encuentro ingrato que lo alejó del
centro poblado, al que ahora volvía por otras razones.
Caminaba con la mirada puesta en aquellos respiraderos de
fábricas. Se había olvidado de los cuatropatas cuando de
repente se acordó que a la entrada del edificio se colocaban
tachos de basura, repletos de desperdicios. Algo de allí podía
ser de utilidad para los perros y también para él... Sin vacilar
agilizó la marcha y puso la proa de su caravana en dirección al
sitio que terminaba de fijar. Su decisión, por culpa de los
recuerdos, fue la de llegar hasta los tachos que dejaban a la
entrada de un terreno que en ningún momento consideró
peligroso. El creyó que los perros eran ahora más importantes
que lo que había sucedido allí. El chato caserío de la primera
población apareció al terminar una hilera tupida de álamos.
Llegaron. Sin mirar a otro lugar que no fuera al de su
trabajo, el forastero se acercó al primer recipiente, investigó en
su interior y ordenó a los perros que pasaran junto a él para
depositar en los tarros, que cada uno traía colgado del cuello,
los desperdicios que iba sacando después de elegirlos y de
considerarlos comestibles.

43

En ese momento se oyó el grito de alguien en el interior


de la fábrica:
-¡Ahí está el tipo que le pegó al patrón!...
El eco retumbó en una alta pared, alejándose como una
prolongada estridencia. Fue el grito de alarma. A los pocos
minutos una multitud de obreros se reunía a prudente distancia
del forastero y sus perros. Los cuatropatas gruñeron, crispando
el pelaje de la nuca a la vez que mostraban la blancura de sus
dientes en actitud de ataque si eran provocados.
De entre la multitud, abriéndose paso, apareció el patrón,
el mismo hombre que fuera abofeteado por el forastero. El jefe
de los perros ordenó algo en voz baja y autoritaria y los
animales dejaron de gruñir. El señor de la fábrica, sin animarse
a llegar muy cerca, abrió la boca para escupir una sarta de
insultos que ni siquiera rozaron la piel de su enemigo. Como si
nada ocurriera, él continuó con su trabajo... Y su labor se
realizaba con delicadeza, pues ningún desperdicio caía al suelo
y si alguno por casualidad saltaba de sus manos, lo recogía,
devolviéndolo al tacho de basura o poniéndolo en el tarro de
turno. Una vez concluída la tarea se dispuso a continuar la
búsqueda en otros depósitos de la ciudad, pero el resentido
señor ordenó a su gente que rodeara al intruso y sus perros. El
forastero nuevamente aconsejó a sus protegidos no cometer
ningún desatino. Fue entonces que al levantar la cabeza con
gesto sereno, miró al grupo que lo cercaba, buscando la cara
del patrón.

44

Al realizar este movimiento quedó a la vista de todos el


cartón que pendía del cuello del forastero. También repararon
en los que colgaban del pescuezo de los perros. Una risa
burlesca y nerviosa salió de labios del señor cuando leyó lo que
estaba escrito en el del jefe de los limpiatachos, el que decía
así:

Por salvarme de la muerte


cuando la muerte era temprana,
en esqueleto encontré la vida
de los perros que me acompañan.

Por AMOR te pido hermano


no destruyas la pobre cueva
donde me abriga con lujo tibio
esta perruna colonia enferma,
donde somos hermanos nuevos
de la vieja hermandad del mundo.

Déjanos doblar la esquina,


que si no encontramos nada
seguiremos caminando,
pues tu sabes que no hay vida
como no hay tampoco senda
por la que se anda en vano...

45

La dura mirada del patrón se deshizo en el brillo de


alguna involuntaria reflexión. Tal vez el Alma del señor
empresario pudo más en el instante mismo en que las palabras
penetraban y llegaban a una región de naturaleza idéntica a lo
expresado en el cartón. Es posible que fuera así ya que sus ojos
se detuvieron luego en el cuello de un perro, del que colgaba un
cartelito. Era éste de pelo blanco desteñido, con manchas grises
y motas negras. Sus costillas estaban aun adheridas al cuero
flojo, debido a la herencia que el hambre le dejara. El cartelito
decía:

Soy el cuatropatas
que a garrotes lo tuvieron
por andar entre basuras
olfateando su alimento.

Aunque miedo me dio la vida


por vivir cerca del hombre, hoy
por culpa de otro hombre,
mansedumbre te prometemos
a cambio del bien ajeno
que sobra dentro del tacho.

Algo trataban de enseñar las palabras escritas, algo


querían decir porque el que las leía aflojaba la dureza del
semblante.

46
Algo en la esencia humana se dejaba acunar por la
intención de lo expresado. Siguiendo con esta antología, los
ojos fijaron la vista en otro pedazo de cartón que parecía un
medallón grotesco sobre el pecho del perro que lo balanceaba.
El mismo aspecto de huesos salientes lo emparentaba al
anterior. Daba la impresión de estar orgulloso de mostrar lo que
colgaba de un collar de piola, en el que podía leerse:

Por algo la tierra quiso


que perro yo naciera.
La culpa de ser un perro
es casi como la tuya
que en hombre te ha convertido.

Me duele la diferencia
que nos separa,
la que siento cuando tu mano
se divierte con la violencia.
A pesar de tu castigo
que a diario lo soporto,
siempre, siempre te perdona
la fiel naturaleza de mi raza.

Esforzándose por no caer en el asombro pero con el


mínimo maleficio del entretenimiento, el empresario siguió
buscando perros y cartones.

47
Y el más pequeño, cuzco de apelativo, con el pelaje
arrugado que a trechos mostraba la piel desnuda, típico
habitante de recovecos, zanjones y hoyos, lucía un pedazo de
cartón ancho y mugriento, en el que pudo caber lo siguiente,
escrito a punta de carbón:

Vivir a solas
con el mundo a cuestas
fue mi vida.
Andar a solas
tras el mísero mendrugo
fue mi vida.

Es cosa nueva
sentir que ahora
nadie me persigue.
Es cosa nueva
sentir que tengo
el sueño asegurado.

De tanto haber sufrido


el castigo de los hombres,
hoy me toca estar viviendo
la amistad de un ser humano.

48
Otro ejemplar canino, arqueando el pecho y levantando
la cabeza, dejó al descubierto un péndulo de cartón y lo que en
él estaba escrito. Parecía simbolizar lo que la vida, después de
muchas vicisitudes le dejaba en señal de retribución, dando a
entender que nadie se quedaba sin recibir el consuelo aunque
llegue éste al final de una existencia:

Me barrió la vida
como el viento a la basura.
Siempre fui el otoño
con el frío por delante.
Cuando quise madurar el tiempo
para estar en primavera
todo el mundo estaba frío.

Olvidado de mi mismo
me arrojé al sollozo del aullido
cuando el cielo era sin luna.
Ni siquiera con la luna
me encontraba cuando aullaba.

A destiempo me ha llegado

49
el encuentro con la vida.
Aunque viejo, siento joven
el final de este comienzo.

El dueño de la fábrica habría continuado la lectura en


otros ejemplares y muy a pesar suyo dejar que su cerebro
enmohecido siguiera dándose este baño de ennoblecimiento si
el forastero no se hubiera movido para abrirse paso entre la
gente que lo rodeaba.
Con el primer movimiento, los perros le formaron círculo
y con él en el centro avanzaron hacia un punto por el que
deseaban pasar. La decisión del jefe de los cuatropatas hizo que
se rompiera el mínimo maleficio. Tenía que romperse, lo que
hizo también que el entrecejo del patrón se frunciera y con ello
la realidad trajo el recuerdo del bofetón. Todo se esfumó,
quedando en pie la voz de quien ordenó a su gente:
-¡Traigan la manguera a presión y barran a esta recua
hedionda!...
El forastero se detuvo con firmeza, giró la cabeza y clavó
la mirada en los ojos del empresario. El silencio que se produjo
fue severo. Las dos miradas sostuvieron una lucha invisible,
dejando en el aire la misma sensación eléctrica que deja el
relámpago de una tormenta. El señor terminó diciendo:
- ¡Este sinvergüenza me debe una cuenta y la tiene que
pagar!

50
El jefe de los limpiatachos dio la espalda y en voz baja
dijo algo. Los perros arremangaron el cuero del hocico,
dejando al descubierto los blancos dientes que mordisqueaban
el aire. A cada mordisco se oía el ruido metálico de las
mandíbulas. El crujir de los dientes sonaba con siniestra
intención de perforar la carne del que se acerca demasiado. El
grupo se movió a pasos lentos para romper el cerco. Viendo la
gente la hostilidad de los animales que defendían a su amo, se
abrió en abanico, dejando libre el espacio por el que pasaron.
El patrón gritaba, escupiendo el aire pero nadie se animó a
detenerlos. Los perros, colocados como estaban, formaban un
círculo, del cual cada uno era un radio y el forastero el eje que
los mantenía en ajustada armonía. Cuando hubieron andado
unos metros la rueda se deshizo. El amo, encabezando la tropa
de perros, que en hilera se colocaron, tomó la orilla de la calle,
perdiéndose de vista cuando una esquina los sacó de las
miradas de los que se quedaron entre los insultos del patrón.
La primera aventura había terminado. El camino que
hicieron después, completando raciones de alimento, estuvo
libre de amenazas.
En la lejana región del hogar se repartió la comida. Los
perros agradecidos, más alegres que nunca, devoraron lo que
ahora si los sació, dejándolos en modorra a los pocos minutos
del banquete.

51
Tirados en el suelo, cada uno sintió el renacer de las
fuerzas cuando el estómago, admirado de tanto combustible, se
dio a la tarea de producir energía para el cuerpo. El forastero,
recostado a pocos metros, miraba la diseminada familia que
satisfecha contestaba con ternura canina a quien fuera el autor
de esta cosecha.

52
TREGUA

Los días pasaron sin novedad para los limpiatachos, pero


en la ciudad el señor abofeteado hacía uso del deseo de
perjudicar, acusando al protector de los perros. Denunciaba la
presencia maloliente de su perrada, la que en cualquier
momento podría convertirse en una jauría de animales rabiosos.
Dijo cuanto su encono le aconsejaba allí donde su influencia
era respaldada por la sumisión. Los argumentos de su cerebro
enmohecido fueron repetidos para que la ciudad se enterara y la
ciudad, como un monstruo dormido, de movió para despertar a
los que se enrolaron en la defensa del forastero y a los que se
unieron al otro. La presencia de los segundos se debió a la
habilidad de un personaje que hace estragos en todos los
niveles dela vida. Su nombre tiene una relación íntima con la
influencia para enceguecer y anular los valores del Alma. Este
enemigo de la realidad llevó a cabo la eficiente labor de
sobornar a quienes por ser autoridades de la ciudad manejaban
ciertos poderes. Las autoridades o algunas de ellas decidieron
actuar pero su acción debió postergarse varias veces porque el
periodismo tomó cartas en el asunto.

53
La prensa, habiendo comprobado la simpatía que el
forastero venía despertando en los habitantes mientras recorría
el itinerario de sus recolecciones, se lanzó a la lucha para
animar un escenario monótono, no tanto por defender la forma
en que se alimentaba aquel y sus perros sino que lo hacía para
resaltar la osadía de una consciencia, la valentía de una
voluntad humana que desoyendo la prevención de las
costumbres se había dedicado a reunir una familia de perros
vagabundos. Los periodistas hicieron notar que las calles de la
ciudad habían quedado vacías de perros sin hogar. Además,
para hacer más grande el contraste y más honda la diferencia
entre el periodismo y las autoridades sobornadas, apareció
cierto día una estadística en la que se apreciaba la disminución
de la hidrofobia. De inmediato aprovecharon la ocasión de
justificar la permanencia de aquel y sus perros, pues dijeron
que el amor a los animales había hecho el milagro de juntar,
precisamente, a los sin dueño, que siempre son la víctimas
elegidas por el mal de la rabia. Además, para eliminar la
amenaza de una posible aparición de dicho mal, se dijo que lo
concreto sería vacunar a los animales que viven bajo la
protección del forastero. De esta manera quedaba reforzada la
defensa a favor del amo de los limpiatachos.
Cuando comprobó la prensa la popularidad de su
campaña decidió fomentar una colecta con el fin de comprar
una casilla o algo parecido a una o dos habitaciones
prefabricadas.

54
Se dijo que lo hacía para darle lustre a los preceptos de la
higiene. A partir de tales medidas dejaron de oírse las voces de
quienes condenaban la forma de vida del protector de los
cuatropatas. A todo esto, el forastero había permanecido ajeno
a lo que estaba sucediendo, ignorando el desarrollo de los
acontecimientos, de los cuales él era el protagonista principal.
Su norma de vida a partir de la decisión de instalarse con sus
perros había sido la de no establecer ningún tipo de relación
con los habitantes de la ciudad, como si él quisiera comportarse
de la misma manera con que lo trataron al comienzo de esta
historia. Con quienes se dejaba comunicar era con los niños,
pues estas criaturas era las que lo acompañaban con sus
travesuras infantiles, permitiéndoles a los perros que jugaran
con ellos.
Cierto día, sin que los beneficiados supieran nada,
llegaron unos hombres y ante el asombro de perros y amo
levantaron una habitación de madera, construyeron platos de
cemento y otras comodidades más, si es que se puede llamar
comodidades. En esta ocasión fue cuando el jefe de los
animales se enteró de lo que había sucedido en la ciudad. Si
bien se sintió agradecido, hubiera preferido que lo ignoraran,
que lo dejaran al margen de la ciudad porque temió le sucediera
lo irreparable cuando menos lo esperara. Así como estaba
recibiendo un beneficio cuando menos lo esperaba, también
cuando menos lo esperaba podía recibir lo que más lo
perjudicara.

55
Aunque él no intervino en la división que se ahondaba,
cuya división cobijaba el drama que algún día se haría presente
cuando lo decidiera la oportunidad.
La estrategia adoptada, después del fracaso de las
intenciones del señor empresario, fue la del silencio, pues los
implicados en los designios de este señor dejaron de amenazar
hasta que todo se amortiguara en el olvido. La prensa, al no
tener a quien atacar, también enmudeció y reinó por un tiempo
la indiferencia, mientras la extraña caravana de limpiatachos se
dedicaba pacientemente a recolectar alimentos. De vez en
cuando algún bulto donado llegaba al refugio de los
cuatropatas lo que les permitía disfrutar del descanso y de la
enseñanza de su protector o viceversa - Viceversa porque el
hombre aquel lo obsesionaba el comportamiento de la intuición
de los perros y la suya propia. El accidente que lo alejara de la
convivencia humana hizo nacer en él la curiosidad y el amor
por la naturaleza. Esto le permitió convertirse en explorador de
sí mismo, en investigador de las reacciones más profundas
encontrando a cada paso sorpresas que no las hubiera
imaginado si estuviera viviendo en el mundo de los hombres.
Observaba a los perros como seres vivientes capaces de
alcanzar entendimiento en la mente humana, o sea que él creía
en algún lenguaje universal.

56
Lo principal sería descubrir la clave del mismo, lo que le
pareció vislumbrar en cierta ocasión fortuita cuando vivió la
siguiente experiencia:
La hora y el día no tuvo importancia para él cuando
pensó, sin saber por qué, en uno de sus cuatropatas, uno
pequeño que por su tamaño estaba destinado a ciertas labores,
como ocurre en un hogar en donde la edad del hijo menor
determina el trabajo que solo él hace. Los perros correteaban
por el campo, oíanse los ladridos y sus corridas juguetonas. El
forastero pensó en uno de ellos mientras dormitaba recostado
en la galería. En su mente hizo el dibujo del pequeño animal,
viéndolo con una petaca de tabaco, que la tomaba y se la traía a
él, entregándosela en sus propias manos. El pensamiento en sí
era algo común, intranscendente, pero no lo fue la nitidez del
cuadro mental, viviente hasta el extremo de sentir el escenario
como realmente vivo. Al comienzo creyó que todo terminaría
ahí, pero lo maravilloso del caso sucedió cuando el perrito, en
el que había estado pensando, apareció en la galería trayéndole
la petaca. El hombre, con la mirada fija por el asombro, recibió
mecánicamente el objeto mientras un escalofrío le sacudía el
cuerpo a causa de lo sucedido que, por supuesto, lo consideró
extraordinario. Le pareció descubrir algo portentoso, semejante
a la palanca que según el punto de apoyo puede mover al
mundo.

57
Su mente se revolvió, se hizo un torbellino incoherente
de impresiones. Era como el chisperío alocado de una fragua
que arroja por el aire su pequeño universo de estrellitas
fugaces. Así se desbocaba su mente, barajando ideas que iban y
venían, que nacían y morían como las fugaces estrellitas de la
fragua.
Había ocurrido tan de repente, de manera tan sorpresiva
que pasaron varios minutos antes de calmarse. Ni cuenta se dio
de que había armado un cigarrillo, se lo había fumado a medias
y ya estaba liando otro, completamente ajeno al deseo de
hacerlo, cuando se dio por enterado de la situación. Se puso de
pie y se paseó por el corredor de la galería, pensativamente, con
la mente fija en lo que terminaba de experimentar. El mismo
perro que le trajo la petaca, al verlo caminar distraído, se acercó
y lo acompaño en sus idas y venidas sin que fuera notado. Perro
y hombre se paseaban sin que este último lo advirtiera. El
animal levantaba la cabeza de vez en cuando y lo miraba como
preguntándole por su conducta, luego inclinaba el hocico y lo
imitaba, hasta que el amo lanzó incontenidamente una
carcajada cuando lo vio. Se rompió el encanto de la distracción
y el premio para el perro fue un zamarrón cariñoso,
acompañado de una palmada en el lomo, tras lo cual le indicó
fuera a reunirse con los demás.
Los días siguientes, después de lo ocurrido, fueron
jornadas dedicadas en su mayor parte a buscar en su interior, a
veces en forma desesperada, una respuesta a los interrogantes
que surgieron a raíz del imprevisto hallazgo.

58
Hizo muchos experimentos con los cuatropatas,
obteniendo éxitos por un lado y fracasos por el otro. Le
molestaba desconocer un método que fuera certero en todas las
ocasiones.
Tenía la clave pero no la ley. Conocía la pieza suelta
pero el engranaje no. Después de todo se fue acostumbrando a
la impotencia de llegar más allá, echándole la culpa a la
ignorancia de las leyes naturales que rigen tantos procesos
misteriosos. Los días retornaron a su cauce normal pero ahora
se deslizaban con el agregado de las experiencias que realizaba
con los perros.
El forastero estaba descubriendo en los silencios de su
naturaleza que las palabras del idioma humano fueron naciendo
de los objetos exteriores que en la mente se habían convertido
en imágenes, es decir, fue a partir de las imágenes registradas
en el interior del hombre primitivo que las palabras tomaron
formas sonoras en las cuerdas vocales. El ser humano debió
acumular en su memoria las imágenes de los objetos, animales
y plantas, con las que vivió en íntima armonía, o mejor dicho,
en íntima relación hasta que sus cuerdas vocales comenzaron a
ensayar con las frecuencias sonoras equivalentes a cada una de
las imágenes. Durante un largo período, la comunicación entre
todos los seres de la creación debió haber sido por medio del
uso de la visualización del objeto. Dos personas que estuvieran
pensando el mismo objeto podían enviarse mutuamente la
imagen respectiva.

59
La imagen registrada en la mente o en la retina de los
ojos era la misma para todos los seres que habitaban la Tierra,
incluidos, por supuesto, a los del reino animal. Tener en la
mente o en la pantalla de los ojos la imagen de un alimento, sea
éste una fruta o alguna otra cosa comestible, esa imagen era
comprendida por quien tuviera la mínima condición receptora
en su mente o en la retina de los ojos. Se hablaba por
intermedio de la transmisión de las imágenes de los objetos y
animales existentes, sin haber llegado aún al uso de las
palabras, de aquellas palabras que en el futuro iban a
reemplazar a las imágenes.
El próximo paso habría tenido su origen en la esencia de
la imagen que con el paso del tiempo llegaría a ser su
contraparte sonora, o sea, lo que era imagen muda se
convertiría en los primeros ensayos del habla por medio del
sonido. La esencia de la imagen, lo sabemos ahora con certeza,
sería su frecuencia vibratoria, la que en aquella época pudo
transmitirse del objeto a la mente y de la mente a otra mente.
Hasta aquí había llegado el forastero como recompensa
de pasar horas inmerso en los silencios de su naturaleza, donde,
al parecer, encontró los datos que él se afanaba por interpretar
según la capacidad que tenía de comprenderlos. Presentía que
en ocasiones sucesivas tendría nuevas revelaciones. Su vida se
estaba expresando a través de dos tareas, durante las cuales él
cosechaba en su interior lo que su inteligencia le ofrecía y
cosechaba en el exterior el alimento para la familia canina.

60
La caravana que formaban estas criaturas alcanzó el rango
de visita popular cada vez que incursionaba por la ciudad en
busca de lo que todos los pobladores sabían. En muchas
ocasiones, los tarros eran llenados por la gente del pueblo,
especialmente por los niños que esperaban a la puerta de sus
hogares. El protector de los cuatropatas se tomó la
preocupación de renovar los cartelitos, ya que como buen
principiante en el arte de escribir creyó que el público merecía
algo distinto de vez en cuando. Él recordaba el itinerario de sus
viajes y siempre trataba de cambiar los medallones de cartón
después que la gente parecía comprender lo escrito en ellos. Lo
que escribía en los cartones mostraba al hombre que cada día
conoce mejor a los seres con los que vive.

61
LA VISITA

Una tarde de sol espléndido, de aire fresco exhalado por


el follaje, rumor lejano de campos, de campos que susurraban
ese leve frotamiento de hojitas silvestres, de arenas en
remolino, de pájaros y cantos que en el silencio parecían otro
silencio más.
Así estaba el día cuando llegó un periodista al hogar de
los limpiatachos. Al frenar su coche sobre la banquina de la
ruta, un coro de ladridos recibió su llegada. Los cuatropatas
ladraron sin hostilidad, más bien por la costumbre de
asombrarse ante la presencia de un extraño, de un desconocido
que en este caso no traía amenaza alguna. El forastero,
asomado a la puerta, se quedó esperando. Con un silbido
destinado a los perros, hizo que éstos se alejaran a jugar por las
lomas cercanas, donde solían esconder huesos para roerlos en
horas de vagancia.
- ¡Buenas tardes! - se oyó saludar al recién llegado.
¡Adelante, señor! - fue la respuesta del jefe de los
limpiatachos.

62
Frente a frente se dieron la mano y después de la
invitación se sentaron en troncos ahuecados por la artesanía
del amo de los perros.
- Esta visita no tiene nada de profesional - dijo el hombre
de prensa para evitar alguna postura defensiva.
- ¡Así es mejor! ¡Es mejor para los dos! - respondió el
forastero, sin embargo se preguntó cuál sería entonces la
intención que lo traía, porque si no lo empujaba la misión
profesional, ¿qué diablos hacía allí, frente a él?
- No es fácil comenzar una conversación con usted sin
conocerlo personalmente - dijo el visitante -. Si hubiera venido
como periodista sería distinto porque las preguntas que usamos
abren de inmediato el diálogo. Ya que debo ser yo quien
provoque la conversación que deseo tener con usted, no me
queda más remedio que decirle que desde el primer momento
me sorprendió todo lo que me contaron de usted. Su forma de
vida y la razón que tuvo para alejarse del mundo me han tenido
desorientado, imaginándome solamente que su tarea tiene
mucho de maravillosa. Dominar a los perros, sin que éstos
cometan daño, debe ser algo virtuoso. Le ruego comprenda la
manera franca de entrar en tema ya que no me queda otro
camino.
El protector de los cuatropatas esbozó apenas una
sonrisa.

63
Lo miró un momento, sonrió de nuevo bajando la
cabeza y luego, levantándola, le dijo:
- No se si contestarle sin la actitud defensiva de mi
ánimo o decirle que se aleje de aquí por todo lo que me ha
sucedido en esta región, a la que llegué con la misma esperanza
de un niño que aún no ha vivido la experiencia de la
desconfianza...
- Usted decide - le dijo el periodista -. Yo he venido -
continuó diciendo - con la seguridad de que usted sabría
conocer mi intención con la misma facilidad con que se
entiende con sus animales.
- Sí, tiene razón, pero eso lo supe por los perros, no por
mí mismo ni porque me lo dijera la intuición, pues la intuición
en relación con los hombres está muy deteriorada, está
bloqueada por la desconfianza. Sepa señor, que estos
cuatropatas son los que me hacen confiar en usted. Tal vez
ellos saben mejor que yo que usted ha de ser uno de los autores
de los beneficios que hemos recibido... pero también presiento
que los beneficios han llegado como consecuencia de una
posición adoptada en respuesta a otro bando y no en respuesta a
la original situación de nuestra existencia.
- El periodista sintió el aguijón de la verdad sin que lo
afectara ni lo ofendiera, ya que él vivía atrapado en un
engranaje del que se aprovechaba cuando una oportunidad
como la que tenía ahora, le permitía intervenir para satisfacer
los ideales que en su interior guardaba.

64
El forastero quiso atenuar el impacto cuando vio en la
mirada del visitante el efecto de sus palabras:
- Más allá - le dijo - de lo que lamento haberle dicho, le
agradezco mucho, pero muchísimo, lo que ha hecho en bien de
la orfandad de los cuatropatas, por eso lo respeto y acepto su
presencia.
- Repito sus propias palabras, dichas anteriormente...
¡Así es mejor! ¡Es mejor para los dos porque no estamos
escondiendo nada y eso me agrada porque a pesar de todo
hemos de rescatar la razón de su vida y la intención de mi
visita.
- ¡Eso espero! - dijo el forastero - A partir de la razón de
mi vida voy a conocer la intención de su visita. Lo que a usted
le parece una empresa que tiene mucho de maravillosa es
porque nunca la hemos emprendido. Esto, que es sólo un
pequeño trabajo para mí, lo descubrí por casualidad cuando la
vida me empujo hasta ese puente que ve allí, pues allí me
encontraba dormido y al despertar me vi rodeado por estos
animales. Después de obligarme a comprender que no me
quedaba otro futuro, sentí que lo agradable estaba en aceptar mi
fracaso para que naciera lo que usted llama virtud. Aunque he
usado la palabra casualidad, no creo que haya sido casual el
encuentro con esta orfandad.
- También creo - agregó el periodista - que no ha sido la
casualidad la que me ha traído hasta aquí.

65
Cuando conocí la manera extraña con que ustedes se
entienden, apareció en mi ánimo la necesidad de venir, no por
simple curiosidad sino porque la razón de su vida está en
peligro y porque está solo, muy solo frente a quienes
aprovecharán un descuido para actuar...
- Ya está asomando, por lo que escucho, la intención de
su visita - dijo el forastero y se quedó por un largo rato en
silencio y triste, sumido en la real fragilidad de su situación.
Durante este momento le permitió al recién llegado fijarse en el
aspecto del hombre que tenía delante. Pudo apreciar en su
rostro la inquietud de su destino que se calmaba en la mirada de
sus ojos. Las cejas se alzaban cuando alguna idea relacionada
con su porvenir cruzaba por su mente. En sus labios vio el
gesto resignado del sufrimiento y la paciencia. En sus manos,
enormes manos, notó la expresión del cuerpo en su totalidad,
pues cuando el cuerpo insinuaba un movimiento, las manos lo
acompañaban. Cuando sus labios se encargaban de hablar, era
entonces la ocasión en que las manos adquirían la plenitud de
la expresión. Se podía resumir, pensó el periodista, en tres
rasgos la personalidad del amo de los perros y según él, eran
los ojos, la frente y las manos. En los ojos se abría la claridad
del Alma y se ocultaban las sombras de los temores futuros. En
la frente habitaban los gestos fundamentales del sufrimiento y
de la rebeldía, dominados ya por la paz de la inteligencia.

66
En las manos parecía estar la respuesta de cualquier
movimiento del cuerpo. Así lo vio el visitante, presintiendo
además que se hallaba frente a un corazón formidable y
sencillo. La manera fácil con que lo estaba comprendiendo lo
puso al borde de la emoción. Ya estaba por romper el silencio
cuando oyó la voz de aquel solitario que le decía:
- Lo que me enseñaron de niño, de nada me sirvió cuando
más tarde me encontré indefenso ante las necesidades de la
vida. Me hicieron creer en la justicia cuando luego fui víctima
de la injusticia. Me inculcaron la bondad cuando más tarde fui
presa fácil de la maldad. El mundo que encontré después de la
adolescencia no fue el que me hicieron creer cuando era un
niño... ¡Menos mal que mi naturaleza interior me ayudó a
confiar en lo que uno trae en la memoria del Alma, pues de allí
saqué el alimento para fortalecer mi defensa desvalida ante un
mundo que amenazaba aplastarme. Ahora mismo estoy ante
una amenaza parecida. En fin, dejemos eso para comenzar a
decirle lo que entiendo y lo que creo haber comprendido. Algo
le contaré por la sola razón de contarlo. Le mostraré un poco de
mis reflexiones, ya que muchas de ellas contienen más
interrogantes que respuestas.
- El hombre - continuó después de una pausa - como
todos los seres de la creación debe tener en su escurridizo ser
interno algo parecido a un espejo capaz de enviar imágenes.

67
La primera sorpresa que tuve fue comprender que los
perros adivinaban mis movimientos, hasta presentían mis
pensamientos. El instinto o el espejo interior de estos animales
recibía de mis intenciones la imagen antes que ocurriera la
acción, pero cuánta tristeza y cuánta impotencia me anulaban
toda vez que intentaba descifrar un método que me sirviera en
todo momento. El hombre no ha sido desterrado del paraíso, él
ha desterrado el paraíso de su propio interior, él le ha
construido al Alma la celda o la prisión en la que la mantiene
encerrada para él, sólo para él, él ha levantado un muro que lo
separa del verdadero conocimiento, el que se ilumina por sí
mismo y que de tener el camino abierto sería para el hombre la
conquista de un viejo silencio que se pondría a hablar con
nosotros de cosas tan sencillas como admirables. Hablaríamos
de problemas y nos reiríamos de la simpleza para
solucionarlos... En fin, es tan imposible que lo entiendan
aquellos que deberían entenderlo que más vale alejarse del
tema y acercarnos a la novedad con que la experiencia me ha
estado desafiando. Yo ensayé con mis perros algo por pura
ocurrencia, más bien por humilde inspiración. La llamo
humilde porque no hace ruido para anunciarse. Viene como el
pobre a la puerta de un hogar a decirle y a pedirle al dueño
cosas de tan poca importancia que le molesta su demora y
ruega que se vaya pronto.

68
Por eso la llamo humilde. No le interesa ser escuchada.
Ella cumple con los momentos de hablar, lo demás corre por
nuestra cuenta. Esta humilde personita que llevamos adentro,
cuando menos esperaba me dijo: ¡El dibujo mental de las ideas
puede ser entendido por cualquier ser de la creación!... Alcancé
a retener esta ocurrencia porque no tenía relación con nada de
lo poco que conozco. Fue algo que quiso expresar lo que dijo y
nada más. Como recién había nacido, debí esperar su madurez.
Después de saborear esta idea y de repetirla una infinidad de
veces, se fue convirtiendo en un argumento que, en resumen, se
relaciona con algunos fenómenos conocidos, los que se refieren
a la transmisión por medio de la electricidad.
El forastero intentó explicar en su lenguaje profano que
las palabras del que habla tienen la característica de la
vibración que corresponde a la frecuencia del órgano del que
habla. Este tipo de vibración audible se convierte en vibración
inaudible cuando viaja por el espacio, o sea que cambia la
frecuencia para adaptarse al medio de la transmisión. Cuando
llega al aparato receptor - comúnmente llamado radio -
recupera el tono de la primer frecuencia, es decir, que vuelve a
ser audible, siendo entonces cuando se escuchan las palabras
que se dijeron a miles y miles de kilómetros.
- Ahora bien - dijo el forastero -, traslademos este
ejemplo a la posible facultad del viejo y perdido idioma
universal.
69

Actualmente sabemos que los órganos físicos del


hombre, tales como la vista, el tacto, el oído, etc., tienen la
cualidad de recibir vibraciones o impresiones de todo lo que
ven, tocan y oyen, etc., y esto lo hacen utilizando la frecuencia
correspondiente.
Luego le habló del dibujo mental de las ideas, cuyo
dibujo podría ser convertido en vibración por la energía de la
mente, utilizando la frecuencia respectiva.
- Pero he aquí - dijo el forastero - la pregunta necesaria,
¿y después?...
No le quedó otra alternativa que hacer una comparación
diciéndole que los ojos construyen en su pantalla visual el
dibujo de una idea cualquiera, utilizando una frecuencia de
onda que sea de característica visual. Luego, la mente o más
bien alguna cualidad subjetiva de la mente recibe el dibujo de
lo que se ha pensado y lo convierte en vibración, elevando la
frecuencia a un nivel que puede ser transmitido al espacio. La
persona o animal, elegida como destinataria del mensaje o del
dibujo de lo que fue pensado, lo recibe en un órgano interno de
igual tipo subjetivo al anterior. La capacidad subjetiva de este
órgano cambia el número de frecuencia y lo transforma en
imagen que entra o cabe perfectamente en la percepción visual
que tienen los ojos. Cuando se realiza el dibujo mental de la
idea es posible que deba estar la fisonomía del que tiene que
recibir la comprensión de esa idea, caso contrario, bueno, el
caso contrario era lo que aún ignoraba el forastero.
70

- Algunas veces - dijo el amo de los limpiatachos - se


tiene la impresión del fracaso, en otras ocasiones la del éxito.
No puedo saber lo que falta para ir eliminando las
imperfecciones, sólo sé que hay algo que se burla de mí y quien
lo hace es la ignorancia como si la ignorancia fuera una entidad
burlesca. El ser humano es una criatura que no tiene noción de
lo que es. Desprecia lo mejor que le ha dado la naturaleza y
admite lo peor, lo intrascendente. Mucho tengo que hablar de
los perros y del cariño que ha nacido entre nosotros, mientras la
humanidad, o más bien la intolerancia de un sector de la
humanidad nos ha marginado porque cometí el error de no
haber soportado la injusticia de una negación cuando la
necesidad me había llevado al límite de la paciencia. Lo
demuestra en el ejemplo de mi aventura. Si me hubiera tolerado
estaría viviendo dentro de su engranaje social y no aquí, junto a
estos animales que me salvaron de la muerte y que nos ha
unido lo indestructible de un cariño que nos ayuda a vivir. Por
este sentimiento ellos vinieron a mi y por la misma razón yo
estoy con ellos. Estos animales que nos han dejado solos, que
andan por ahí entre las lomas royendo huesos, estoy seguro que
saben o sienten lo que está ocurriendo entre nosotros dos y que
lo supieron cuando usted llegó. En muchas ocasiones los perros
se acercan a mi lado, me olfatean, me acarician para
convencerse que estoy junto a ellos ya que les parece imposible
que exista alguien que se preocupe por ellos.
71

La vida los ha maltratado duramente, por eso creen que


todo esto es un sueño y que como un sueño terminará de
repente. Le aseguro que los pobres tiene algo muy valioso y lo
manifiestan como si fuera natural, al revés de nosotros que
cuando tenemos lo que nos parece valioso nos jactamos y lo
mostramos con el falso orgullo de la vanidad. Le confieso que
mi vida junto a ellos es hermosa, sin otra aspiración que ser
como ellos, ya que ellos no pueden ser como nosotros. Sin
perder nuestra condición humana, ganaríamos la inapreciable
intuición de ellos. Se aprende tanto que llega el momento en
que el mejor premio es el silencio en agradecimiento a los que
me enseñan y es lo que hace difícil seguir hablando, como si
me lo prohibiera la humildad que he ganado junto a estos
cuatropatas. Usted podrá juzgar según la costumbre que ha
adquirido el lado de los hombres. Trate de apreciar que aquí se
pierde la vanidad, que de nada sirve hablar por el gusto de
darse importancia...
El amo de los limpiatachos dejó de hablar. El periodista,
acostumbrado a los vaivenes de su profesión, al trajín agotador
de su mundo, en el que las noticias tienen la cualidad de ser
veloces, someter al cuerpo a tensiones tremendas, el periodista
se sintió en este ambiente opuesto como si lo hubieran
trasladado a un rincón de saludable quietud. Experimentó la
desaparición de todo aquello que le era útil junto a sus
semejantes. Lo invadió la impresión de ser el más extraño de
los intrusos.
72

Las palabras que deseaba decir se sometieron al silencio


impuesto por aquel que tenía delante. Quiso hablar pero no
pudo. Decidió, entonces, permanecer callado. Apenas lo quiso
se sintió influenciado por ideas que lo complacieron, hasta el
punto de creer que las estaba diciendo... Fue algo extraño, algo
que nunca sucedió. Ni siquiera se afanó por preguntarse la
razón de tal fenómeno por temor a desvanecerlo. Se dejó estar
hasta que un perro se acercó y lo miró de frente. El periodista
notó en el animal un gesto que no pudo descifrar. Por más que
se desempeño en traducirlo no logró hacerlo. El cuatropatas se
alejó. La voz del dueño de casa vino en su ayuda:
- Ya vendrá otro para hacer lo mismo.
- ¿Y a qué ha venido éste?
- A ver si usted está por irse.
Era verdad. Vino otro, hizo lo mismo y se fue. No pasaron
muchos segundos cuando apareció el siguiente, repitió el gesto
y se alejó. Medio minuto más tarde el protector de los animales
le decía:
- Mire detrás de usted. Ahí están todos esperando...
También era cierto. Detrás de él estaban. Si, ahí estaban
esperando. Cada uno tenía en los ojos, en las orejas, una
mímica que evolucionaba hacia el gesto humano, hacia la
gesticulación del hombre. El periodista sintió la emoción del
descubrimiento, pero no tuvo tiempo de expresarlo porque el
amo de los cuatropatas lo decía:
73

- Mire la cara de cada uno. Muy poco le falta para ser


como la nuestra. Parecen descendientes de mis inquietudes, de
mis temores, son los hermanos de mis infortunios... ¡Cómo van
a sufrir cuando...
- ¿Cuándo qué?... - preguntó el visitante, volviendo el
rostro hacia el forastero.
El amo de los limpiatachos inclinó la cabeza con lentitud.
Su figura adquirió el símbolo de la resignación ante lo
inevitable.
- Hace unos días - dijo en voz baja - presienten algo. Lo
comprendo porque no me dejan solo. Los veo vigilar con
cautela. Se han vuelto desconfiados. En los últimos viajes
estuvieron con frecuencia cerca de mí como si esperaran un
ataque. Gruñeron como si un enemigo nos siguiera. No es
difícil que algo suceda. Ellos me lo dicen... Esa manera de
olfatear, esa forma de mirar como si... En fin, ya veremos. La
ciudad no me perdona que utilice sus desperdicios.
El visitante le ofreció ayuda al decirle:
- No tenga miedo que estaremos atento.
- Se lo agradezco, pero ni usted ni yo lo sabremos con
anticipación. La ciudad es algo tenebroso. Tiene bullicios que
sirven para aturdir la desesperación de algunos pero, también,
guarda silencios que son útiles para atemorizar. Tiene la
indiferencia que anuncia y lo que anuncia lo saben los perros.
74

La ciudad nos deja andar sin ningún tipo de incidente


como si esa fuera la táctica. Y está dando resultados porque
nadie se acuerda de nosotros. Tengo miedo que mis perros...
Que yo no pueda...
Pobre periodista. Tampoco él podía hacer algo. Lo sabía.
La noticia llega siempre después de la tragedia o del suceso que
se quiere evitar. Cuando lo que va a ser noticia se conoce antes
se puede crear la defensa y el acontecimiento queda postergado
como ha sucedido hasta ahora. Pero si nadie manifiesta la
amenaza, nadie cree en ella. Pobre periodista, él también era
una víctima. Su imaginación aceleraba la búsqueda de una
solución o por lo menos la seguridad de un apoyo para calmar
la inquietud del amigo de los perros. Mientras tanto, los
cuatropatas también esperaban, esperaban en silencio, y el
silencio era una presencia que igualmente esperaba y los
envolvía, haciendo más denso el espacio ocupado por ellos.
Esta quietud aguardaba a que el visitante no se fuera sin haber
dejado un poco de esperanza, algo de seguridad. Es maravilloso
pensar que cuando se espera es porque alguna cosa ha de llegar
y en este caso quedó confirmado el significado de la actitud de
esperar.
Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, un perro se
desprendió del grupo, entró una pieza y salió de ella trayendo
un cuaderno en la boca. Se acercó al periodista y se lo dejó en
sus manos.
75

- Esto es suyo - le dijo, entregando el cuaderno al


forastero.
El mismo perro, que había estado atento a lo que sucedía,
se acercó al amo y le sacó el cuaderno de las manos y se lo trajo
de nuevo al visitante, quien esperó sin saber qué hacer. El
forastero atinó a decirle, respetando la voluntad del perro.
- El animal quiere que usted lea lo que está escrito. Ahí
verá el intento de descifrar la manera de cómo se originaron las
palabras sin que aun fueran partes del lenguaje humano.
Lo que el periodista leyó se refería a nuestro antepasado
primitivo que sin saber hablar había estado acumulando en la
mente las imágenes de todo el universo físico que lo rodeaba.
Al parecer, él se comunicaba con los seres de su entorno por
medio de la transmisión de estas imágenes, haciéndolo como
una expresión de su naturaleza psíquica. Si aquel hombre
primitivo tenía dentro de sí el registro de lo que había visto,
oído, tocado, gustado y olido, él podía elegir la imagen de lo
que estaba registrando en su interior y transmitirla a un
semejante suyo o a una criatura del reino animal. Lo que el
forastero quería dar a entender era que cada cosa como cada
objeto tienen su equivalente en la frecuencia vibratoria con que
su esencia se manifiesta en la contraparte material. Es decir,
cada imagen quedaba y queda identificada por el número de
ciclos por segundo de su esencia.
76

Al transmitirse la esencia, se recibe la imagen de tal


esencia.
Teniendo todo el material disponible en su mente,
continuaba diciendo aquel cuaderno, ¿cómo hizo el hombre
para empezar a vocalizar lo que en su interior era la esencia de
una imagen, la que una vez pronunciada se convertía en la
respectiva palabra?... El único ejemplo aproximado será el del
niño que aprende a vocalizar cuando a lo largo del esfuerzo que
hace, imita el sonido de la palabra que queremos pronuncie
correctamente según la costumbre de los mayores. Hasta llegar
a la pronunciación perfecta ya sabemos lo que sucede con
dicho aprendizaje, pues al niño no le queda otra cosa que
escuchar y repetir lo que oye de labios de una persona mayor...
Pero en el caso del ser humano primitivo, él solamente tenía en
su interior el registro de la imagen que aún no había llegado a
ser palabra ni había llegado a ser una expresión sonora.
Le pareció lógico al forastero admitir que el proceso de
vocalizar la palabra de turno comenzara por sintonizar, o mejor
dicho, se empezara por convertir en sonido la imagen que había
permanecido registrada en la mente. La cantidad de veces que
haya tenido que ensayar no lo sabremos nunca sin embargo, lo
que nos interesa es descubrir, por aproximación, los pasos
iniciales que dio.
77

Bien podemos nosotros imaginar uno de los tantos


métodos que el hombre primitivo adoptara. Ensayemos con el
ejemplo de una imagen que supondremos registrada en nuestra
mente como si estuviéramos en una época que se ignoraba el
sonido de la palabra agua. La imagen del agua la tenemos
registrada en nuestro interior por haberla visto a diario y en
muchas partes, y queremos encontrar el sonido que le
corresponde y, además, descubrir la palabra que la simbolice.
La presencia de la imagen del agua nos puede inducir a ensayar
el sonido equivalente a la frecuencia sonora de la futura
palabra. El ensayo estaría a cargo de las cuerdas vocales que
palpitan, se estremecen y afinan la sensibilidad de sintonizar la
esencia de la imagen hasta lograr producir el sonido “a”, y más
tarde, después de repetirlo varias veces buscando la unión con
la próxima letra para decir:
a...a...a...au...au...au...au...aua...aua...aua, sin la “g”, ya que la
“g”, por alguna razón ajena al descubrimiento sonoro original,
se intercala más tarde para obtener la conocida palabra “agua”.
En la época actual, con el conocimiento de palabras y
sonidos a nuestro alcance, se vuelve fácil imaginar un ejemplo
como el mencionado, pero la tarea debió ser difícil y demasiado
gradual para quienes lo hicieron sin ninguna palabra sonora
relacionada con la imagen del objeto registrada en la mente. El
vínculo que el hombre primitivo descubrió entre el sonido de la
palabra y la esencia del objeto dio lugar a la creencia
relacionada con el poder benigno o maligno, usado, por
supuesto, para beneficiar o para perjudicar.

78

Si despojamos a esta creencia de las exageraciones con


que la superstición la desfiguró, nos queda ahora el hecho tan
conocido que a diario lo podemos comprobar, comprobando
que los pensamientos afectan el medio ambiente según sean
pensados con odio o con amor, dos emociones de opuestos
efectos.
El periodista detuvo la lectura para mirar ahora con
admiración a quien había escrito ese cuaderno. Se preguntó si
lo que estaba leyendo era el producto de la inteligencia que se
refugia en la soledad, sacando de ella lo que no se obtendrá en
los ambientes de ambiciones desmedidas, de vanidades que
alejan en vez de acercar la fuente del conocimiento original. Se
guardó la pregunta y siguió leyendo:
A partir de aquello que se dijo: “Pienso, luego existo”,
“El hombre es lo que piensa”, sumado a lo que experimentamos
en nuestra existencia podríamos decir que la emoción de lo que
se piensa se transforma en estados de ánimo que afecta al
ambiente donde vivimos, deduciendo que el estado de ánimo
tiene su origen en lo que se piensa, y lo que se piensa tiene su
origen en las ideas que nacieron de los objetos y cosas del
entorno universal... Si nuestras emociones tienen la capacidad
de crear ambientes positivos o negativos, también nos dice que
las emociones nos llevan a la esencia de las palabras, cuya
esencia une objetos, palabras, pensamientos y emociones.
79

De todo esto - continuaba diciendo el cuaderno - surge una


pregunta que aun no tiene respuesta: ¿Las voces de nuestro
lenguaje humano contienen la esencia de lo que expresan?...
Habiendo tantas palabras para expresar una misma cosa, ¿cuál
es el idioma original que tiene en sus palabras la esencia
correspondiente al objeto que se nombra?.
Solamente nos queda el lenguaje único de la visualización,
o sea, el lenguaje de reproducir en nuestro interior aquello que
vemos, oímos, gustamos, etc... La reproducción en nuestro
interior nos pone en comunicación, en sintonía con la esencia
de lo que incorporamos como imagen en nuestra mente. Con el
lenguaje de la visualización estaríamos de vuelta al estado
primitivo, durante el cual aprendimos a comunicarnos por
medio de la transmisión de las imágenes. Además, no
estaríamos haciendo otra cosa que usar el método, demasiado
común, de transmitir por medio de la señal eléctrica una
imagen, sea esta sonora o visual.
Cuando el periodista dejó de leer y levantó la cabeza se
vio rodeado de los perros solamente. El forastero se había
alejado sin que él lo notara, debido a lo entusiasmado que
estaba con la lectura. Dio vuelta una hoja más del cuaderno y
leyó algunos párrafos que por estar separados parecía que
fueron escritos en los momentos en que nos sorprende la
inspiración o por la simple ocurrencia de no dejar escapar lo
que nos viene a la mente:
80

Tanto me ha dicho
la mano abierta de la amistad
que a la vuelta del día
me espera la hermandad.

Suelo duro, cemento duro,


coágulo de piedra muerta
no tienes Alma como la mía.

Vereda pisoteada,
baldosa de brillo turbio
no tienes Alma como la mía.

Lo que leyó a continuación tuvo el impacto de una


sorpresa a la vez que la de un hallazgo casi providencial,
debido a que en la profundidad de su ser había algo parecido.
El forastero había escrito en pocas palabras lo que para el
periodista fue tanta importancia, porque le permitió a su
entendimiento descubrir la inmadurez con que sobreviven las
emociones.
81

De repente se dio cuenta de la distancia sideral entre la


evolución del pensamiento y la poco y nada evolución de las
emociones. Eran ocho renglones los que le produjeron el efecto
señalado:

¿Por qué la emoción de sentir


me ha enseñado a vivir
donde vive lo ajeno?
De allí me llega
la emoción de la risa,
la emoción de la pena,
aunque nadie me sienta
hermanado a su vida.

En otra página del cuaderno leyó lo que podría llamarse


la asunción de los hechos y acontecimientos ajenos, con el fin
de transferirlos a una consciencia universal, como si el hombre
tuviera la facultad de sentir el dolor y el sufrimiento
provocados por la injusticia y pudiera dejarlos en manos de una
decisión superior para consolarlos y compensarlos con la
justicia. El periodista no se encontraba ya ante una persona
vulgar, preguntándose en qué cultura había crecido su
inteligencia o madurado su educación.

82

Del pasado de él, nada sabía, ni siquiera sabía de dónde


había venido, como tampoco estaba enterado del motivo de ser
extranjero en un país donde era simplemente un forastero.
Lo que leyó fue lo siguiente:

Ya no tengo manos enfermas


como las tuve
cuando enredaba entre mis dedos
los hilos de aquellos sueños
que más quería...

Todo aquello que impresionaba


mi pobre miedo de hombre asustado,
hoy se ha deshecho
en un gris de sombra.

Ya no me importa
si el futuro viene a verme
anunciándome la muerte.
Lo que anhelo con mi muerte
es llevarme lo inhumano
de lo que hasta hoy ha sido
el trato diario
de la razón enferma.

83

Más adelante pudo leer dos estrofas, sin que lo escrito se


desvinculara de lo anterior:

Hay un día en la distancia


que el tiempo no ha borrado,
pues el sol en su memoria
lo esconde en cada aurora.

Traigo las espaldas


llenas de alboradas
por haber caminado siempre
con la mirada puesta en el ocaso.

- No tiene - sintió la voz del forastero a sus espaldas - la


obligación de opinar sobre lo que ha leído en ese cuaderno. Son
ocurrencias que han nacido por el contacto con estos
limpiatachos.
- Buenas ocurrencias son - respondió el periodista -, y lo
son más aún cuando me ayudan a ofrecerle mi ayuda si usted
me anticipa el itinerario de sus viajes, de esa manera podremos
vigilar la zona por la que ande.

84

Nuestra presencia alejará cualquier peligro, cualquier


amenaza. También nos servirá para alimentar nuestra lucha en
bien de su ejemplo y para lograr una solución que nadie
rechace. Si ese sector de la intolerancia, del que usted habla, se
ampara en alguna razón para despreciarlo, también nosotros
tenemos la nuestra porque aún nos queda un resto de la justicia
malgastada.
- Además - siguió diciendo -, según lo que he leído en su
cuaderno en relación con el lenguaje de las imágenes, le
sugiero se las arregle para usarlo ahora, precisamente ahora.
Era una solución, no habían dudas. Aunque momentánea,
serviría para postergar el daño que el empresario quería
hacerle. El forastero miró a sus animales para saber si en
realidad había desaparecido la desconfianza. Los cuatropatas se
acercaron a él y se lo dijeron en el idioma emocional, única
evidencia que únicamente se siente. Luego se echaron a pocos
metros. El visitante los vio acomodarse para mirarlo
largamente, tal vez sorprendidos de que él les hubiera traído la
confianza que estaban sintiendo. Así terminó la visita. Como
era de esperar, tanto los perros como el amo acompañaron al
periodista hasta la banquina de la ruta y desde allí lo
despidieron.
85

LA PRUEBA

Un nuevo trabajo vino a sumarse. Los lugares que [el


recorriera con sus limpiatachos debían ser conocidos por el
periodista. La dificultad que ofrecía la distancia al pueblo no
era fácil de salvar. Otra prueba de fuego para el amo de los
perros. Después de estudiar algunos métodos, decidió utilizar la
clave de su descubrimiento para enviar los mensajes, al menos
los primeros, ya que los siguientes se harían siguiendo el
programa de salidas diarias que irían repitiéndose
semanalmente.
El forastero recordó primero los detalles de la
experiencia anterior cuando visualizó al perro aquel que luego
le trajo la petaca de tabaco. Convencido ya, eligió al perro
cronista.
El animalito se echó a su lado. Lo miraba con ojos de
niño, con pupilas de inocencia, tal vez complacido de serle útil
a su amo por haberlo elegido. El forastero se recostó en la
pared de la galería y cerro los ojos. En la pantalla oscurecida
de sus ojos creó la imagen del perro que tenía a su lado.

86

Luego hizo la ruta que el animal había de recorrer hasta


llegar al sitio donde el periodista estaría esperándolo. Su mente,
con la habilidad del dibujante, realizó, poniendo en él la vida
misma, la palpitación telúrica del ambiente. Lo hizo tan bien,
casi perfecto, que el panorama creado en el lienzo de sus ojos
adquirió tal realidad que desapareció todo aquello que lo
rodeaba. Ya no estaba él en el refugio del campo sino en el
escenario que su menta construía, pues estaba viviendo con el
perro el trayecto trazado en su interior. Vivió la escena y el
momento en que el animal le entregaba el mensaje al
periodista, acentuando la ubicación del sitio, la calle, la vereda,
los árboles, etc. El cuatropatas le daba ya la noticia al hombre
de prensa en un punto de la ciudad, especialmente en un lugar
inconfundible, en un lugar que se pintaba con toda claridad en
su mente.
El jefe de los limpiatachos abrió los ojos y vió al perro a
su lado. Parecía dormitar, esperando la orden de partida. El
animal se puso de pie para que el amo le colgara al cuello el
mensaje. Luego se alejó en dirección al pueblo, siguiendo la
ruta trazada por la mente del forastero. Se perdió de vista. Los
minutos que siguieron fueron inolvidables. La experiencia
estaba jugando su partida de vida o muerte. Dentro de poco se
sabría la verdad de ese lenguaje, de ese idioma basado en el
dibujo mental de las ideas. El protector de los perros sintió que
la ansiedad lo descontrolaba. Para dominarse tomó una
herramienta y se puso a trabajar.

87

De esta manera quería contrarrestar la inquietud de su


ánimo. Deseaba olvidarse de lo que estaba haciendo el perro -
cronista pero no lo conseguía. Sólo pudo lograrlo cuando
recordó al empresario. Ahora su rostro se transfiguró. El
bofetón, la policía, los obreros que quisieron impedirle la
retirada, el gruñido de sus fieles criaturas... La influencia de
este recuerdo le hizo cambiar el enfoque de su consciencia.
Transcurrió media hora, pasaron cuarenta y cinco
minutos, luego fueron cincuenta, el tiempo llegó a más de una
hora y ahí estaba de regreso el perro - cronista. Venía con el
papel que él le pusiera en el cuello. Había fracasado. El animal
se acercó y levantó la cabeza para mostrar lo que traía colgado.
Los ojos del forastero se iluminaron. El papel no era el mismo
que él enviara. Lo tomó con manos temblorosas. Había
triunfado. La nota era del periodista y en ella decía:

“Lo admiro y lo felicito. La punta


del ovillo está en sus manos.
Permítame compartir su triunfo”
¡Hasta pronto!
El amo de los cuatropatas, con el papel en la mano,
emocionado y silencioso, apreciando la grandeza de tantas
leyes que esperan detrás del velo de la ignorancia, levantó la
frente y clavó la vista en el lejano horizonte como si quisiera
ver en él lo que aún no había sucedido.

88

Una brillante y húmeda sonrisa, despejando las sienes y


un cosquilleo por todo el cuerpo, le dieron el desahogo a la
tirantez de sus nervios, ablandando la contracción de lo
músculos. Había encontrado la punta del ovillo según lo decía
el mensaje del periodista. Estaba frente a un comienzo extraño
con un futuro también extraño.
Con el itinerario que debía recorrer la tropa de perros en
manos del periodista, llegaron días de tranquilidad, de
seguridad. Los compañeros de trabajo del hombre de prensa y
en muchas ocasiones él mismo, hicieron el patrullaje, vigilando
las zonas por las que pasaban los limpiatachos. El diario se
enriquecía con noticias que tenían su inspiración en las
travesuras y en las ocurrencias de los perros, en los ingenios
del amo, en las reacciones de la gente que simpatizaba o no con
este grupo de basureros. El contacto casi diario de los
pobladores con estas criaturas fue haciendo más llevadera la
tarea porque se hizo común la donación de comida. Muchos
vecinos le aconsejaron al forastero el envío de perros, no todos
por supuesto, para entregarle alimento. De esta manera se tuvo
la impresión de estar viviendo en una ciudad pintoresca, por la
que se veían trotar a perros con tarros llenos de comida.
El corazón de un pueblo tiene la costumbre de hacer
ciertas cosas o de no hacerlas. Esto le da la personalidad que lo
distingue de otros pueblos.

89

El pueblo, del que se alejaba casi diariamente el amo de


los cuatropatas hacia su refugio, fue tomando la costumbre de
entretenerse con la generosidad y con el deseo de ayudar.
Debido a esto, las autoridades adheridas al sector de la
intolerancia consideraron imprudente la intervención. Poco a
poco se fue diluyendo lo que ahora parecía completamente
fuera de lugar. La amenaza que pendía sobre los limpiatachos
dejó de existir. Pero alguien era irreductible, alguien vivía la
impaciencia de la venganza y ese era el empresario, aquel
hombre que fuera enfrentado por el forastero. Allí, en su
fábrica, estaba el único foco de peligro, de donde ya nadie se
imaginaba que de allí pudiera salir.
90

LA CALMA

Unas viejas palabras escritas por una vieja civilización


dicen: “Cuando la mayor calma ronde tu vida, cuídate, que el
mayor peligro acecha”... Pero también se dice que “Nunca
sucede lo que más se teme”...
Nos parece natural obtener de los hechos y de los
sucesos ajenos como de las experiencias propias, las lecciones
que nos sirvan para predecir el futuro, donde esperamos
encontrar repetidos los mismos hechos, los mismos sucesos y
las mismas experiencias personales. También nos sentimos
propensos a generalizar, naciendo así el proverbio, el adagio, el
refrán o simple consejo. Siguiendo este hábito nos convertimos
en esclavos de los que nos dice el proverbio, el adagio, el
refrán o el simple consejo, incorporados ya a la tradición de
obedecerlos. Cuando nuestra obediencia se vuelve
incondicional y ciega, quedamos atrapados en la superstición.
Sin embargo, nada de lo expuesto nos acerca al ámbito de la
verdad.

91

La vida nos traza un camino que nosotros, como seres


humano, lo debemos andar siempre hacia el futuro y nunca
hacia atrás. Lo que nos espera puede o no estar relacionado con
lo que nos sugiere el proverbio, adagio o el refrán. Más bien
debemos considerar nuestras acciones individuales como
causas fundamentales que habrán de generar los efectos
correspondientes, lo que ha de suceder cuando se den las
condiciones adecuadas. Vivimos en el plano terrenal de los
fenómenos físicos, entre los cuales se hallan los de causa y
efecto. Cualquier acto en nuestra manera de vivir se relaciona
con una consecuencia, con el efecto que le corresponde. Si
abandonáramos la costumbre de someternos al proverbio, al
adagio o al refrán, lo mejor sería aceptar que desconocemos
gran parte de la naturaleza humana y por desconocerla,
deberíamos evitar los errores que nos acercan más a las
supersticiones que a la verdad.
Según todas las experiencias como la serie de
acontecimientos en la que ha intervenido la voluntad del ser
humano, ¿qué causa hubo o qué causas existieron para que la
calma se convirtiera en aviso del peligro que acecha? Y en
relación con el segundo refrán, ¿qué causa o qué causas
existieron para que se llegara a decir que nunca sucede lo que
más se teme?

92

Por ahora, a la altura de este relato, la calma estaba con


ellos, con los cuatropatas y con el amo. Todo se deslizaba como
si el mundo hubiera eliminado la inquietud, pero los animales
no querían convencerse plenamente, pues de vez en cuando
manifestaban una conducta de recelo. Los veía él como si nada
presintieran pero, de repente, parecían recordar algo que los
obligara a ser más vigilantes. Esta fue una de las ocasiones en
que él se desorientaba porque no alcanzaba a penetrar en la
naturaleza intuitiva de sus irracionales. Algo le ha sucedido a la
presente condición humana como para que se haya perdido la
facultad de un entendimiento, porque en este caso le
correspondía al forastero la tarea de interpretar la conducta
extraña de los cuatropatas.

El sol se apartó del horizonte con el mismo esplendor de


siempre. La mañana se ofreció propicia y salieron en busca de
alimento. Enfilaron hacia la ciudad. Los animales jugaban
carreras a la orilla del camino, ladraban de contento,
acariciándose con rezongos y mordiscos inofensivos. El amo
los miraba jugar, gozando con las travesuras, silbándolos
cuando se alejaban demasiado del control de su vigilancia, ya
que siempre quiso mantener una disciplina que, sin ser
rigurosa, fuera un ejemplo para la población.

93

¡Cómo jugaban esa mañana! ¡Cómo retozaban, se


revolcaban y corrían con la cola entre las patas, llegaban hasta
el amo y lo empujaban, haciéndolo trastabillar!... Algunos se
refugiaban entre sus piernas y nuevos empujones ocurrían.
¡Estaban locos de contento! ¡Que bien suenan estas palabras
porque esa era la realidad de estar contentos!

Realizaron la recolección de aquello que era comestible.


Eligieron, seleccionaron ante la mirada de los que pasaban.
Algunos les dejaban un reproche y se iban como figuras
impotentes. Otros lo animaban y le decían que él era el símbolo
acusador del egoísmo y de la ambición de aquello que se hacen
llamar dirigentes, líderes y salvadores. Alguien se le acercaba y
le entregaba un paquete. Hacía tiempo que su alimento personal
era donado o ganado por su trabajo de reunir perros
vagabundos que dejaban de molestar en la ciudad. La gente los
iba admitiendo poco a poco. Después de todo, se comentaba, él
merecía cierta atención, cierta retribución, ya que se necesitaba
estar hecho de una pasta especial para hacerse protector de
animales sin dueño y sin hogar.
Cuando los tarros estuvieron llenos, los cuatropatas se
alinearon, esperando que la voz del amo iniciara el retorno al
hogar.

94

Al hacerlo, se movieron con el agrado de quienes llevan


la buena conquista que luego habrán de disfrutar.
- ¡Vamos a casa! - les dijo el forastero y tomaron la
senda señalada por la banquina de la calle. Saludaban y eran
saludados. Sin molestar el tránsito, sin provocar incomodidades
a los encargados del orden, llegaron a un sitio en donde se
estaban levantando a ambos lados de la calle edificios en
construcción, no terminados y abandonados a medio hacer.
Cruzaban este tramo de aspecto desierto cuando un perro gruñó
con temible desconfianza, sacudió el tarro, volcando una buena
porción del contenido... Fue algo de una rapidez inaudita. Una
voz de mando salió del hueco de la ventana de uno de los
edificios sin terminar. El jefe de los cuatropatas sintió la
sorpresa en los nervios que se le crisparon. Los perros corrieron
de inmediato y lo rodearon para defenderlo, para protegerlo,
porque del grito les llegó la amenaza de algo muy grave.
Decenas de hombres, con el rostro enmascarado, saltaron
ventanas, cruzaron puertas y sin decir palabras de prevención
se abalanzaron sobre el grupo con palos en alto. Dos largas
mangueras habían sido conectadas para vomitar agua, listas
para actuar cuando lo ordenara el encargado de hacerlo.
Detuvieron a la caravana pero también ellos se detuvieron ante
los chasquidos rugientes de los perros. Transformados por el
instinto de lucha, los animales parecían una jauría de lobos
salvajes, dispuestos a un combate a muerte.

95

El amo comprendió la gravedad de la situación y sin


demorar ordenó que avanzaran junto a él. Ante el movimiento
decidido del grupo acorralado que buscaba abrirse paso, los
hombres retrocedieron para que la manguera iniciara su vómito
de agua. Luego, casi de inmediato, algunas bombas de gases
despidieron olores insoportables. Con criminal intención
fueron arrojadas al centro del grupo para dañar y a los costados
para evitar la huida. Entonces cayeron los palos sobre lomos y
cabezas, llovieron bastonazos con saña inaudita. El amo de los
que sufrían la paliza, convertido en furia, alcanzó a golpear,
rompiendo la quijada de algunos que rodaron por el suelo, pero
la intensidad de los gases lo sofocó y lo inundó de debilidad. El
forastero ordenó la retirada en medio de una tremenda
confusión pero la retirada era seguida de nuevas bombas, de tal
manera que no terminaba nunca la cortina del humo venenoso.
Todos desfallecieron, cayendo al suelo sin aliento, casi
asfixiados. Reinó de pronto el silencio. Los atacantes, como
sombras huyeron y se perdieron de vista. Esto iba a convertirse
en campo de muerte cuando una fuerte brisa, convertida en
milagro de la desesperación, comenzó a limpiar el aire,
barriendo la densa humareda. Una vez aclarado, los ojos
pudieron apreciar lo que había sucedido. Los perros gemían
sobre charcos de sangre. Algunos se revolcaban con estertores
de agonía, otros murieron allí mismo.

96

El amo quiso incorporarse pero algo le dolió en la


espalda que lo hizo encoger. Transcurrieron algunos minutos y
cada uno, afirmándose en el resto de fuerzas que le quedaba, se
alejó. Se hizo una caravana dispersa, de la que uno se
demoraba, otro caía, recuperaba energía y continuaba la
marcha. La gente que vio el lastimado desfile de estos
desgraciados, reaccionó dando insultos y bofetones al aire. Con
los gritos se oyeron deseos de golpear a los culpables. El
aspecto que ofrecían las víctimas produjo una inmediata
rebelión. Rápidamente se enteraron de lo sucedido. Alguien
denunció al empresario como causante del daño y se organizó
una patota, la que se dirigió a la fábrica. Allí se enfrentaron
obreros y rebeldes. Destrozaron miles de objetos. Al culpable
no lo encontraron porque había huido, dejando a sus serviles la
defensa de sus bienes. Con la desaparición del patrón quedaba
evidenciada la culpabilidad de éste. Hasta se supo que habían
sido sus propios trabajadores, por su ropa impregnada de gases,
los que atacaron al amo de los limpiatachos, quien tras heroicos
esfuerzos llegó a su hogar, donde recién descubrió el número
de perros muertos, el número definitivo de ausentes...
Y allí, en su lejano paraje, sufriendo el dolor de los
golpes y el quejido de sus criaturas, el protector de los
cuatropatas se vio envuelto en una lucha consigo mismo, en la
que triunfó la comprensión por una extraña ironía.

97

Como si una tumba se hubiera cerrado, así el hogar de


estos vagabundos se sumió en el silencio. Algunos gemidos
cruzaban el aire, síntomas de heridas que no cerraban, que no
cicatrizaban. Casi todos se recuperaron con el paso de los días,
pero mostraban al caminar que una pata había quedado
dislocada o rota definitivamente. El amo pudo entablillar a los
que creyó menos averiados. Otra extraña expresión se dio allí,
otra cualidad nació en el ambiente de aquel lugar y fue que a
pesar de todo, ninguna voz de rencor alteró la paciencia de
estos seres. Lo que en realidad sucedía era por influencia de la
naturaleza sumisa de los perros, la que aplacaba la naturaleza
rebelde del forastero. Los cuatropatas le trasmitían el ánimo de
enfrentar la situación, que no era otra que la de recuperar la
salud y seguir viviendo junto a quien los beneficiaba y los
quería. Pero en la ciudad la reacción era distinta, pues allí se
oían reclamos de justicia. La prensa defendió una posición que
se notaba era alimentada por un ideal que lo tomaba de la
propia personalidad del pueblo, la que, como se dijo, se fue
acostumbrando a la generosidad por influencia de un
espectáculo que no entendía muy bien pero que lo atraía con
un llamado de hermandad.
Si bien el pueblo no entendía la influencia del
espectáculo, el forastero vivía en su universo de soledad, en el
que poco a poco le parecía estar acercándose a un punto que lo
definía como el centro de su ser.

98

Para saber lo que le estaba ocurriendo recurrió a un


ejemplo que lo acercó mucho a la verdad de su experiencia. Si
el punto que él definía como el centro de su ser fuera el vértice
de un ángulo cuyos lados se separaban cada vez más, le era
fácil comprobar que mientras más alejado se hallara del vértice
de un ángulo, la distancia entre los lados se haría mayor como
también se haría mayor el tiempo en recorrer dicha distancia. Si
el caso fuera al revés, se tenía la evidencia opuesta, o sea, que a
medida que uno se acercaba al vértice del ángulo, la distancia
entre los lados se acortaban y el tiempo en recorrer dicha
distancia también se acortaba. Ese era el vértice o el punto
hacia el que se movía como si se acercara al centro de algo que
lo atraía con fuerza irresistible y mayor era la fuerza cuando la
comprensión se adaptaba a la tolerancia. La pregunta era
inevitable: ¿Era el Alma el punto central, la eternidad de la
divinidad humana donde nacen las dimensiones de tiempo y
espacio, aumentando éstos a medida que el hombre de dicho
centro?...
El periodista sería quien al final de este relato iba a
descubrir otros detalles en relación con la distancia que el
forastero estaba alcanzando para llegar al centro de su Alma.

La intuición de los acontecimientos humanos quiso que


quedara en el lugar del ataque el cartón que ese día llevaba el
amo de los perros como estandarte de su misión.

99

Había renovado la leyenda y los periodistas lo usaron


para caldear y exaltar los ánimos, pero todo suceso deja de
afectar cuando el tiempo se encarga de alejarlo. La ciudad se
adormeció poco a poco, quedando en la memoria de la gente
las palabras que escribiera en su cartón, el que durante la
refriega debió perderlo por la violencia del encuentro. En él
decía:

Silbando y caminando,
con el Alma a flor de labio,
me digo tantas cosas
que hoy veo
a quienes fueron
mis hermanos en lo humano
como si ellos fueran víctimas
de un odio que los hiere.

Dañados por el odio,


dañaron también mi corazón,
pero el Alma a flor de labios
me dice que es inútil la alegría
si aún me duele
el daño que me hicieron.

Silbando y tarareando

100

la canción de un encuentro de amistad,


me acuno en la esperanza
de hacer lo que hace falta:
¡Tras el daño que se olvida
otra vez se ama de nuevo!

Las viejas palabras escritas por una vieja civilización


dicen así: “Cuando la mayor calma ronde tu vida, cuídate, que
el mayor peligro acecha”... pero la calma en la vida del
forastero era la oportunidad que la causa necesitaba para llegar
al efecto.
La ausencia de los que murieron no fue olvidada con
facilidad. Ya estaban acostumbrados a vivir juntos,
conociéndose las mañas y las virtudes, pero hoy al faltar éstas,
los que habían quedado con vida buscaban a los poseedores de
sus mañas y virtudes. Las lomas cercanas guardaban recuerdos
que sólo ellos conocían. Tanto para los perros como para el
amo era inútil desprenderse del pasado porque lo único cierto
les llegaba de atrás, de donde les venía el empuje de llevar a
cuestas el presente con la esperanza de algo mejor para ellos. El
futuro parecía depender todavía de la carga recogida...

101

El amo vivió entristecido por largo tiempo. Los perros


hicieron todo lo posible en procura de alivio, pero él les
respondía con una sonrisa porque no tenía ánimo para más. Si
bien era irreparable la pérdida, también lo era la tristeza que no
tenía otro modo de expresarse.
Por las calles de la ciudad vagaron, no como lo hicieron
siempre sino como la gente los veía, acompañados de una
aflicción incurable. Ahora pasaban como sombras de una
obligación. La diferencia era notable. También cambió el tono
de la inspiración. En los cartones se leía la pena por los
ausentes:

Perdidos, no los veo,


vagando como sombras
tal vez a nuestro lado
caminan como antes.

Hoy sólo la tristeza


nos sirve de lenguaje,
sabiendo por ella,
la tristeza,
que van a nuestro lado
caminando como antes...

102

En otra ocasión, la quietud de su corazón resignado le


traía algunas palabras y las reunía, les daba el acento de la hora
del día y las escribía como recuerdo de la quietud resignada de
su corazón:

Aullidos en la noche,
de las lomas me visitan.
Pensando, los presiento
que sufren como vivos...
Más luego los aullidos
se cambian en rezongos,
queriéndome decir
que ellos
ya no sufren como vivos...

Otro día, la astilla carbonizada era capaz de garabatear


algo que él ha notado cuando salen de viaje en busca de la
necesidad cotidiana. El corazón se lo anuncia, se lo dice y el
nuevo desahogo queda escrito en palabras:

Me voy con mi perrada


en busca de residuos
que por hambre
le hace falta a nuestra vida.

103

Los sitios donde faltan


aquellos que se fueron
muchas veces quedan libres.
Los perros se separan,
dejando a cada ausente
el sitio que ocupara.
Tal vez están con ellos
porque juegan, van y vienen
como antes, como siempre
cuando nadie nos faltaba.

Otra vez será al regresar, cuando la tarde parece una


almohada en la que se recuesta el sol. El amo de los
limpiatachos camina, alejándose del rancho, recorre la quietud
del campo, la paz de las lomas... Siempre ha de ser su corazón
al que se le ocurre encontrar una huella o escuchar algún
ruidito delicado, algún finísimo zumbido y de inmediato ha de
ser el cartón el que se convierta en testigo del hallazgo:

Cuando vuelvo
siento el aire lleno de algo.
Un quejido mueve el pasto,
luego un grano de polvillo
se despeña por la loma.
El pequeño humo de tierra
se deshace en mil rayitos
que embellece el sol poniente.

104

Después...
en un tambor de sombras
se aleja el eco
de un trote juguetón.
105

EL FUEGO Y SU LEYENDA

El otoño estaba cerca. El verano se alejaba. Los días se


unieron a las semanas que se iban. Las semanas y los meses
hicieron lo mismo y asomaron los umbrales del invierno. Lo
decían algunas hojas que al pasar daban tumbos y volteretas
por los senderos. Lo decían también las brisas que unidas a la
luz se convertían en anuncio de los días cortos y fríos. Ya era
inminente el cambio. El polo reclamaba su mundo, pedía su
reinado. La corona del trópico pasaba a la frente escarchada del
invierno. El viento ya no soplaba con los pulmones del cálido
verano sino que lo hacía con los aires de alguna cueva de hielo.
Se iba la tibieza, acercándose lo que le sigue en el viaje de los
días, semanas y meses.
El amo de los cuatropatas, de pie sobre una loma, miraba
el horizonte y el horizonte se complacía en anunciarle
oscuridades de tormenta, manto de nubes y riego de lluvias.

106

Algunas ráfagas atrevidas se arrastraban, se enroscaban y


ascendían en remolinos, robándole a los caminos y a los
árboles las hojas muertas como quien le roba los recuerdos a
los que ya no le sirven.
El Alma del forastero participaba del espectáculo del
tiempo que no retrocedía. De pronto su corazón se contrajo,
achicándose en una triste sensación de angustia y de abandono.
Volvió la vista hacia los perros echados. Los sintió huérfanos
allá en el futuro, nuevamente solos. La lástima se le subió a los
ojos. Sin poder rechazar el contagio de desolación que el
paisaje le comunicaba, sin poder contener lo que el porvenir le
estaba reservando, dejó que las lágrimas de un llanto
involuntario se deslizaran por las mejillas cuesta abajo hasta
perderse en la aridez del polvo. Los cuatropatas se dieron voces
de alerta y corrieron a jugar con el amo. La intuición de estos
animales les decía lo que pasaba en el ánimo de él. Uno de
ellos, para mejor un perro cuzco, corrió hasta la galería y le
trajo prendida de sus dientes la petaca para que él se armara un
cigarrillo y alejara los temores de su visión. Después de la
primer bocanada con que aliviara su angustia, acarició a su
buen auxiliar, calmando con una sonrisa a su familia
preocupada.
El invierno, de cuerpo entero, se presentó a las puertas
del hogar de estas criaturas. Trajo un empujón de aire helado
estremeciendo las paredes de la casa.

107

Las noches claras de hielo azul descendieron sobre la


región y donde encontraron charcos de agua, allí se dedicaron a
escarcharlos. El fuego levantó la ondulación de sus llamas,
bailando entre las sombras con su ternura de calor y abrigo. El
fuego se convirtió en el espejo donde la mirada embelesada
dejaba pasar los acontecimientos de la vida, entre los que
surgían imágenes de sucesos que aún vivían en el futuro. Las
llamas lamían los troncos y encendían bombitas de resina que
volaban en chispas por la oscuridad de la pieza.
Hay una leyenda escrita en el Alma del ser humano, la
que nos relata la primer emoción del hombre frente al fuego,
cuando el fuego comenzaba a acompañarlo en la aventura de
descubrir el despertar de su mente, durante las horas en que
permanecía con la mirada perdida en el movimiento ondulante
de las llamas. Fueron horas de un embeleso que lo transportaba
al misterio de su ser, sorprendido de sentir que mientras su
cerebro dejaba de pensar, algo dentro de él continuaba
pensando de una manera distinta. Fueron horas, durante las
cuales nacían en su mente algunas ideas que no las hubiera
tenido en los momentos dedicados al trabajo físico y a la
atención puesta en las necesidades diarias de su vida, ya que
dichas ideas parecían relacionarse con el futuro de su
existencia, presintiendo que ellas podrían mejorar y aliviar las
tareas en su lucha por la subsistencia...

108

Esta leyenda nos dice que hubo una vez mucha oscuridad
en la tierra apenas se ocultaba el sol. Los hombres sufrían la
esclavitud de la sombra negra, donde acechaba el peligro y
donde se escondía el ataque. Se dormían con el sobresalto y se
despertaban con el alivio de la luz del día.
Pero hubo una vez un hombre. Debió ser el primero o
uno de los primeros. La naturaleza lo atemorizaba cuando los
elementos enfurecidos azotaban la Tierra, pero él sentía la
fuerza de un poder en su condición humana que lo empujaba a
conocer, que lo impulsaba a desafiar aquello que le causaba
miedo, miedo por ignorancia. Las tormentas eléctricas que
arrojaban rayos e incendiaban bosques, impresionaban de tal
manera a su corazón que el corazón no hacía otra cosa que
aconsejarle la adoración a lo desconocido... Y entre lo
desconocido estaba el fuego que ardía en la espesura del
bosque, iluminando el cielo y quemando árboles.
Cierta vez, debió ser la primera, decidió enfrentar a ese
mundo misterioso, en donde vivía la causa de tanto miedo. Su
audacia fue reconocida por todos. Pero antes de tomar
semejante decisión había observado que los animales no
manifestaban miedo, lo que hacían era refugiarse y esperar con
pasividad que el espectáculo de la tormenta pasara. Parecía
que ellos participaban de todo aquello que atemorizaba al
hombre, cuando el hombre se sentía superior al reino animal.
Era lo que no comprendía, sabiéndose o creyéndose superior.

109

Aquel antepasado de la audacia humana esperó la


ocasión y está llego cuando se desencadenó la furia de los
truenos. Los relámpagos trizaban el cielo, desprendiendo rayos
que quemaban, provocando fogatas allí donde caían. El hombre
abandonó su cueva y se perdió de vista. Era el momento del
atardecer. Olvidado de sí mismo por la energía del coraje que
lo animaba, llegó al lugar donde ardían ramas secas y troncos
derribados. La voz del terror de sus antepasados le aconsejó la
prudencia de la veneración. Por un instante lo frenó el instinto
educado por la superstición, al que no pudo controlar. Vaciló y
retrocedió. Más bien luchaba consigo mismo en vez de hacerlo
con aquello que tenía por delante. El extraño espectáculo del
fuego y las llamas era como un altar a punto de ser profanado.
La costumbre de atacar o de huir quiso favorecerle la retirada,
ordenándole se alejara pero ya era tarde porque la experiencia
de estar cerca del fuego con el ánimo de saber y comprender, lo
estaba beneficiando ya que el calor le llegaba en ráfagas de
caricia agradable. Esto no lo sabía o el terror en ocasiones
anteriores no lo dejó aprender lo que ahora estaba sabiendo. Su
mente se abrió como si un rayo de luz hubiera roto la espesura
de una sombra, despertando en él la idea de la bondad de
aquello que tenía allí y que le comunicaba el bienestar de la
tibieza. El calor recibido le hacía desaparecer el frío o el frío se
alejaba por el resplandor que desprendían esos troncos en
llama.

110

Se convenció porque era una experiencia que estaba


viviendo. Fue entonces cuando se dijo que el Dios del fuego no
era malo. Si lo fuera no estaría allí sintiendo una sensación de
abrigo. Dio unos pasos y notó el malestar de una fuerte
temperatura. Se acercó otro poco y el calor aumentó. Ahora le
hacia daño porque su piel no quería soportarlo. Otra cosa que
ignoraba, otro misterio deshecho y otro velo de sombra que se
esfumaba de su consciencia. Su entendimiento, moviéndose
con más libertad, pasaba de un error a otro, dejando atrás el que
ya no le servía por haberlo comprendido. El nuevo error le
decía que el Dios del fuego se enojaba cuando él se acercaba
demasiado, cuando él sufría la molestia de estar cerca del calor.
Hubo un instante de indecisión, sin embargo permaneció de pie
mirando aquella luminosidad que tenía la virtud de
embelesarlo. Mientras tanto el fuego se consumía,
disminuyendo sus intensidad hasta volverse tibio y agradable.
Nuevamente se mostraba como antes, es decir, le gustaba la
temperatura que despedía. Su cerebro se esforzaba por
entender, su mente luchaba con marañas de ignorancia. ¡Qué
doloroso le era comprender aquello, el calor que subía, el calor
que bajaba!... Al ver que las llamas se hacían pequeñas,
imaginó que el Dios del fuego estaba por irse o decidía
abandonarlo. A todo esto, sus ojos vieron algunas ramas secas a
medio quemar.

111

Las creyó solas, rechazadas por el Dios porque estas


ramas secas no lo ayudaban a quedarse. Su inteligencia le
explicó algo que lo puso contento: Las ramas - se dijo - deben
ponerse junto al fuego, al alcance de las llamas, así, de esta
manera, el Dios se alimentaría, quedando su existencia
asegurada para beneficio de quien tomara el trabajo de
hacerlo. Alentado por este pensamiento, tomó algunas ramas
secas y se las ofrendó al fuego agonizante, al Dios agonizante,
se diría él. Las brasas se cubrieron de humo, arrojando
bocanadas de nube. El Dios recobraba el aliento, respiraba con
signos de vida. El hombre lo salvaba de la muerte y en
agradecimiento el Dios le daba calor, se sintió servidor y
custodio del fuego, además, él podría mantener vivo lo que la
naturaleza le estaba ofreciendo. Apenas lo entendió, adquirió la
confianza suficiente como para recoger un palo cubierto de
llamas. La mano le temblaba. Era la primera vez que esto
ocurría gracias a la madurez del cerebro que aceptaba una de
las lecciones escritas en el plan del mejoramiento humano. Una
conquista fundamental se había logrado. El triunfo estaba a su
alcance, tan cercano que su mano lo estaba sosteniendo. Era un
héroe y lo sería ante sus hermanos cuando lo vean llegar con el
fuego, con el nuevo Dios del hogar que arderá siempre en el
futuro, creando una sucesión de errores, cada uno según la
época, hasta que el último dé paso a una verdad que como
fuego sea alimentada en forma permanente por la descendencia
humana.

112

En la cueva ya no lo esperaban. Han muerto - pensaron -,


pero no tardaron en cambiar de idea cuando lo vieron acercarse
con el fuego en la mano, cuya luz le iluminaba el rostro. Les
traía el primer destello de claridad para que la caverna tuviera
un hogar, un sitio en donde la mente se ejercitara en las grandes
aventuras del pensamiento.
Gritos de júbilo se oyeron en todas partes. El triunfo
obtenido convertía al hombre en monarca de la naturaleza, en
rey del universo físico, con el privilegio de aprender nuevas
lecciones, escritas en el plan del mejoramiento humano. Desde
aquel día, con el fuego en el hogar, tuvo el hombre la
fascinante aventura de la meditación, aventura porque por
medio de ella llegaría a descubrir los horizontes insospechados
de su inteligencia y porque ella sería la que le iría puliendo el
oro de la emoción suprema del amor, a cuyo calor tomaría las
banderas de justicia para luchar en pro del bien de la equidad.
Lo haría, aunque parezca derrumbarse la esperanza en manos
de quienes no han salido del nivel de una ignorancia que los
mantiene en la época anterior al descubrimiento del fuego.
A partir de entonces y con el fuego en el hogar, el
hombre dejaba de ser el archivo de recuerdos mundanos
solamente. El Alma tendría ahora las ocasiones de salir a la
superficie para consolar angustias, desahogar emociones,
iluminar soluciones y aumentar la velocidad del tiempo
humano.

113

La reflexión se instaló en este nuevo horizonte con esa


extraña tranquilidad que permite revisar lo que se ha pensado y
lo que se ha hecho. La ondulación de las llamas lo llevaría al
éxtasis, adormeciendo las experiencias diarias para dar paso a
un desfile de ideas que nada tendrían que ver con las
necesidades físicas de la vida. Comenzaba otro mundo, hasta
ayer oculto, el que poco a poco dejaría entrever su maravillosa
armonía. Sería el escenario de los mensajes del Alma para los
mensajeros del Alma...
He aquí la leyenda escrita en las primeras hojas de
nuestra memoria interior, la que nos relata la emoción del
hombre junto al fuego. Dice ésta que hubo una vez mucha
oscuridad en la tierra apenas se ocultaba el sol. Los hombres
sufrían la esclavitud de la sombra negra, donde acechaba el
peligro y donde se escondía el ataque. Se dormían con el
sobresalto y se despertaban con el alivio de la luz del día.

114

EL ULTIMO CARTON

8
Cuando los últimos días del verano y algunos del otoño
se vuelven distintos y adquieren cierto aspecto de soledad, el
hombre siente, aunque no se lo explique, que algo lo abandona,
que algo deja de estar a su lado. La naturaleza se encierra en sí
misma, se adormece en una visión interior llena de reservas y la
criatura humana le llama a esto, abandono del campo, tristeza
de los bosques, soledad de los valles, desamparo de los pájaros.
Pero no es así. La tristeza, el abandono, la soledad, el
desamparo de los pájaros. Pero no es así. La tristeza, el
abandono, la soledad, el desamparo, son ideas del hombre
porque él se queda solo con su quehacer diario, con su ir y
venir en pos de lo que no lo deja descansar. No hay invernación
para el hombre, no hay regreso al interior de un mundo de
reservas. Nada lo acompaña, siempre solo con el camino por
delante hasta que en la próxima primavera, la naturaleza lo
beneficie con su retorno comunicativo.

115

El hombre es el solitario del invierno y el acompañado


del verano... Es verdad, el universo lo abandona durante el
invierno para encontrarlo cuando empiece el despertar de los
brotes, el despertar perezoso de las ramas y hojas.

El amo de los limpiatachos pensaba en todo esto. La


humanidad de su vida vivía el alejamiento de la naturaleza,
sentía el misterio inviolable de una intimidad que no podía
profanar. El universo circundante regresaba a su período de
somnolencia, olvidándose de quien no tenía facultades para
hacer lo mismo. El corazón y su Alma conversaban sobre temas
de impenetrable comprensión y él sentíase solo... Hasta los
perros eran arrastrados a vivir de una manera que armonizaba
con la naturaleza replegada... ¡Quien pudiera - pensaba él -
participar del universo todo el año!... Sin embargo, el amo de
los perros estaba más cerca que muchos hombres.
Ciertas cosas llegan de improviso, sin que las llamen, se
presentan como si les agradara hacerlo así. Pues cierto día, más
bien trágico día, el protector de los cuatropatas sintió
desfallecer sus fuerzas. Un dolor en la espalda y un apretujón
en el corazón le recordaron los golpes que recibió en la calle,
durante aquella refriega. El malestar no lo dejaba. Cada jornada
se agudizaba más. En su mirada se hizo nítido lo que habría de
ocurrirle a los perros.

116

Su voluntad deseaba el esfuerzo de vivir pero el dolor no


estaba seguro de poder dejarlo porque alguna herida se había
reabierto, alguna mal cicatrizada. El frío suele traer la misión
de probar la resistencia del cuerpo. Al probar la de él, encontró
una grieta por la que hizo pasar la debilidad como advertencia
de una amenaza peligrosa. Los perros se inquietaron, al
extremo de no separarse de él. En el ambiente se notaba esa
angustia que anda suelta cuando un miembro de la familia está
enfermo. En el silencio de los movimientos, en el bullicio
apagado de cuanto hacían los animales se adivinaba el temor y
la impotencia de hacer algo en bien de su amo.
Hasta que un día, también trágico día, cayó postrado. La
debilidad le hizo perder el esfuerzo de permanecer de pie y lo
que más temía sucedió. Los viajes dejaron de hacerse, las
salidas al pueblo debieron suspenderse. Un nuevo signo de
aparente impotencia para los perros, que supieron resolver,
poniendo de manifiesto lo que significaba estar dispuestos a la
fidelidad. Los animales, aleccionados por el amor,
comprendieron lo que tenían que hacer. Se repartieron las
obligaciones. Unos en la casa y otros en busca de alimento. Los
limpiatachos que nunca olvidaron aquellos hogares y demás
sitios donde fueron recibidos con generosidad, allí estuvieron
con el tarro al cuello esperando a que se lo llenaran de
alimento.

117

Algunos cuatropatas regresaban con paquetes destinados


al forastero.
Pero el mal avanzaba. La noche, sobre las lomas y sobre
el techo de la casa, movía ráfagas de viento, las que en la mente
del forastero enfermo se convirtieron en ideas de presagio,
presagio de su muerte.
La resignación era rechazada. La idea de entregarse era
algo que no podía admitir. Rehusaba separarse de aquellos
huérfanos que lo miraban con cierto ánimo que él no aceptaba.
Ellos estaban seguros de lo inevitable, lo sabían y no se
desesperaban. Esas criaturas que él aceptó como integrantes de
una familia inseparable, ellos que a su lado seguían siendo
fieles, tenían la certeza de su muerte, pero para él esto no podía
ser. Quizás los animales vivían en la continuidad de algo que el
hombre le ponía una terminación, un final. Tal vez los
cuatropatas desconocían lo que era la muerte según lo entendía
el ser humano. No obstante, él se aferraba a la misión que le dio
validez a su vida, por eso no era posible la resignación que
estaba viendo en sus protegidos, los que sin duda serían los
perjudicados si él moría. La lucha que libraba en su interior, en
la que intervenían la resignación de los perros y su voluntad de
vivir, estaba llegando a su fin.

118

De pronto, sin que el anuncio se lo advirtiera, lo invalidó


algo que lo puso en estado contemplativo, dándose cuenta de
que los sentidos físicos dejaban de funcionar como lo hacían
habitualmente. Era la presión del suceso que avanzaba desde el
futuro. La hora de su final se movía desde un punto del
porvenir...
Fue una noche extraña, desconcertante. Fue una noche en
que la imaginación se apodera de lo inaudito para expresar lo
que allí ocurrió. Todo en silencio. Algunas palabras en voz baja
del amo, algunos gemidos de los perros, el paso silbante de una
brisa, el crujir de la madera al dilatarse por el calor del
ambiente, todo en silencio. De aquí en adelante el epílogo de su
vida cambió los medios del entendimiento por el que le era
familiar, el basado en el dibujo mental de las ideas. La energía
del pensamiento se convirtió en el dibujante o el pintor que
debió hablar en el idioma de las imágenes, y el maravilloso
organismo de cada uno de los reunidos allí respondió con
eficacia al método utilizado.
Con los párpados cerrados, el amo de los cuatropatas fue
tomando del fondo de su conciencia los elementos activos
necesarios, con los que fue haciendo bosquejos y verdaderos
cuadros familiares para que los perros pudieran entender lo que
él quería decirles.

119

Los ojos se cerraban y su mente, convertida en liviano


pincel, trazaba los deseos, las angustias, los consejos en tono
paterno, los temores del futuro sin su protección. Luego se
esfumaba lo dibujado y el silencio del cuarto llevaba el
mensaje a los limpiatachos y éstos inclinaban el hocico en señal
de entendimiento. Los párpados del amo volvían a cerrarse y el
liviano pincel de su mente se empeñaba en pintar en la cámara
visual la nueva imagen de un anhelo y otra vez el hocico de los
animales se posaba sobre las patas delanteras. Todo en
silencio... iba a continuar cuando en sus pupilas apareció un
cuadro extraño, sorprendente. El forastero estaba seguro de no
haberlo pensado. Agudizó el enfoque receptivo. Ahora se
hallaba ante una experiencia imprevista. El cuadro se esfumaba
porque su ansiedad luchaba por retenerlo. Restauró la calma.
Se aplacó la inquietud y logró hacerlo volver. Poco a poco lo
iluminó la claridad y vio los detalles. Los contornos se hicieron
nítidos y pudo ver un montón de tierra, tierra removida, bajo
cuya superficie estaba él, muerto y enterrado, pero aún había
algo más. Alrededor del piso estaban los huesos blancos,
dislocados, de los fieles cuatropatas. Adivinó que se hallaba
ante una visión concebida y enviada por los perros. Le decían a
él la manera en que habrían de quedarse para siempre al lado de
quien les diera un poco de la suprema ley del Amor...

120

Siguió todo en silencio con el asombro en el ánimo de


quien, sin poder hablar, nada podía hacer. El corazón del amo
no quería admitir el gran sacrificio. Por primera vez los
animales no le hacían caso. Además, la decisión era unánime y
voluntaria, por lo tanto él tuvo que aceptarla. Mientras se
adaptaba a la decisión inevitable de sus cuatropatas, los fue
mirando uno por uno, sin poder reprimir el llanto que gota a
gota se deslizaba por sus mejillas. Los perros debieron entender
que aquellas lágrimas descendían del cielo de las miradas para
bendecir el cariño que los habría de unir más allá de la muerte.
Todo en silencio... El amo recordó algo y lo visualizó.
Un cuatropatas fue en busca de un cartón, del último cartón y
se lo entregó... Todo en silencio, pero esta vez se oyó el
rasguño de la astilla carbonizada escribiendo sobre el último
cartón... Luego, como si un hilo se cortara, como si el futuro se
hiciera presente debido al instante del suceso, como si el
horizonte acercara su lejanía y se adueñara de la
separación...¡así fue!... Todos los perros levantaron la cabeza al
mismo tiempo y vieron que la vida del amo ya no estaba en su
cuerpo. En apretado coro dejaron oír un largo, larguísimo
lamento en el escalofriante idioma de los aullidos. Luego, se
miraron entre sí y uno primero, otro después, dejaron caer la
cabeza entre las patas, resignados ya ante lo irremediable.

121

Comenzaban, de este modo, a vivir las horas de una


nueva soledad. De vez en cuando se oía un quejido seguido de
un corto silencio. Otro lamento solitario y una calma solemne
se esparcía por el cuarto. También, aisladamente, la boca de un
perro, cerrándola, aprisionaba una queja, haciéndola
intermitente, hasta que poco a poco se apagaba en la
resignación...

Pasaron los días y los cuatropatas continuaron junto al


amo muerto. Cierta mañana se oyeron rumores que se
acercaban. Los perros gruñeron. Uno de ellos salió y trajo la
novedad. Gente del pueblo venía para enterarse de lo sucedido.
Los perros arrugaron los hocicos, ladraron y mordisquearon el
aire, pero luego se dieron cuenta y se alejaron de la casa, hacia
las lomas, para que los hombres le dieran sepultura al autor de
sus mejores días. En el último cartón dejó el amo la voluntad de
ser enterrado allí mismo, en el mismo sitio en que había muerto
y así se hizo.
El último cartón decía algo más:

EL ÚLTIMO CARTÓN

Si me dejas en el sitio

122

donde he muerto,
el amor de mis perros limpiatachos
me hará sombra con sus huesos.
Si me dejas aquí mismo,
el silencio nos tendrá siempre de fiesta
y haremos con la tarde y las auroras
nuestro sol sin universo
deteniendo los minutos en el tiempo.

Aquí mi cuna - sepultura


con mis fieles cuatropatas.
Aquí seremos la alegría de los vientos
con un labio de brisa que nos silbe
y nos diga
qué distancia aún nos queda
entre el último verano
y la nueva primavera.

¡ Hermano hombre,
si es mucho lo que pido,
recuerda al menos lo poco que me has dado!

123

Además del último cartón, sobre una mesita estaba


puesto en forma tal como para que lo vieran el cuaderno del
forastero. En la tapa del mismo, pedía le fuera entregado al
periodista aquel que lo visitara y que lo ayudara en muchas
ocasiones a transitar tranquilo por la ciudad.
Concluida la tarea, los hombres se retiraron. Cerca del
camino que conduce al pueblo se volvieron para mirar lo que
era casi un rancho, convertido ahora en una sepultura. Los
cuatropatas regresaron lentamente. Uno tras otro, después de
mirar con cejas caídas al grupo de pobladores que se alejaba,
fueron entrando a la pieza del amo. Cada uno, con pesado
ánimo, se dejó caer sobre lo que era ahora un lomo de tierra del
mismo volumen que el cuerpo enterrado...¡Y allí
permanecieron! ¡Algunos parecían la llama de una pequeñísima
luz!...

Mientras los perros fueron muriendo, aquella región pasó


por una verdadera desolación. Ni un pájaro, ni una brisa
pasaba por aquel lugar. Nada ni nadie interrumpía lo que allí
estaba sucediendo. Era el caos de la transmutación dirigido por
una voluntad y esa voluntad era una ley que no descansaba
mientras no cumpliera con la totalidad de su misión. Allí se
notaba un silencio más profundo como si un genio descomunal
viviera concentrado y meditando los medios de lograr una labor
perfecta.

124

Allí existía un trabajo de creación basado en la


transformación de las formas, en la transición de cuerpos que
un tiempo atrás vivieron, se alegraron, se apenaron y sufrieron.
Allí se hizo el aislamiento para que no entrara ningún tipo de
interrupción.... Luego, cuando el tiempo le permitió al espacio
que terminara el trabajo en su dimensión transformadora, fue
haciéndose un nuevo silencio como el del amanecer y poco a
poco fueron llegando brisas, pájaros y murmullos silvestres.
Aquel lugar se pobló con la alegría de los vientos y la calma
inició su fiesta de paz y apareció el sol sin universo atrapando
los minutos, deteniendo las horas para que el tiempo realmente
no se moviera. Y esto ocurrió cuando la promesa de los
cuatropatas los convirtió en huesos, en huesos que le hacían un
anillo al amo sepultado en su cuna de tierra... Y ese sitio en vez
de ser como los cementerios fue distinto. Lo fue porque allí no
hizo nido la tristeza ni tuvo cabida la angustia. Ni siquiera el
misterio de la muerte impuso la interrogación que tanto
atemoriza. Sucedió al revés. Fue la vida con su inefable alegría
la que derramó su belleza, su frescura, su rocío, su totalidad de
afanes, haciendo con el silencio la fiesta de la naturaleza. Los
hombres de la ciudad conocieron y sintieron en forma directa
aquel ambiente vital y de fuerza exuberante. Nadie se explicaba
semejante hecho. Pero la oportunidad de saber algo, de
vislumbrar o de intuir algo llegó cuando el periodista y el
cuaderno que le dejara el forastero, ayudaron a encontrar la
clave de lo sucedido en aquella región.

125

Cuando tuvo todo lo necesario para darle forma a la


explicación, el periodista se dirigió al sitio donde viviera y
muriera el amo delos cuatropatas. Fue allí donde terminó de
comprender todo.
A pocos metros de la cuna - sepultura había quedado el
tronco ahuecado donde él se sentara durante la charla que
sostuvieron en la oportunidad de su visita. Hacia él se
encaminó y antes de sentarse lo miró con cierto respeto,
considerándolo el único testigo intacto de lo ocurrido. Se sentó
con la intención despreocupada de permitir que las horas
vinieran y pasaran sin que nada las empujara. Poco a poco,
como quien se sumerge lentamente, fue sintiendo una liviana
energía que parecía jugar o entretenerse con su propia
existencia, feliz de estar haciendo algo para que alguien la
comprendiera. Tenía cierta inocencia, con la que se aislaba de
cualquier contaminación para demostrarse a sí misma que era
poderosa en aquel sitio, donde estaba ensayando un acto de
inmortalidad.
En ese ambiente, el periodista no pudo sustraerse a la
influencia de algo que comenzaba a despertar dentro de él,
impulsada por un anhelo de establecer contacto con la
presencia sutil del mencionado acto de inmortalidad. Luego fue
como si se diera cuenta de que ya estaba ante lo que había
venido a buscar y que no era otra cosa que lo hecho por el
aspecto desconocido de la vida del forastero, por la intimidad
de sus experiencias,

126

de todas sus experiencias vividas según alguna condición


que tiene que ver con el misterio de la inmortalidad, lo que para
el periodista significaba que en la naturaleza espiritual del ser
humano debe haber una cualidad relacionada con lo que va más
allá de lo efímero, de lo temporal y que esta cualidad fue la
utilizada por el amo de los cuatropatas.
El forastero, cuando decidió cambiar su vida para
convertirse en el protector de perros callejeros, que vinieron a
él en el momento de mayor peligro para su existencia, lo hizo
convencido d la única oportunidad que le brindaba el destino.
Cuando esa decisión fue tomada, debió sentir que una nueva
actitud se hacía cargo de su voluntad para enfrentar al mundo
que lo rechazaba y que lo obligaba a revisar su fuerza para vivir
y su tolerancia para comprender. A partir de ahí ya no iba a
mirar y a ver las cosas como si ellas fueran ajenas a su
sensibilidad sino que las tendría que contemplar, o sea que las
iba a mirar y ver dentro de él, donde esperaba encontrar o
descubrir lo adecuado en defensa de él y de su familia de
huérfanos. Al forastero, como le debe suceder a la mayoría, lo
atemorizaba la evidencia de lo fugaz, el peso de lo efímero,
sintiéndose un objeto que mañana sería devorado por la nada.
Pero fue, precisamente, la presencia de lo temporal lo que hizo
nacer en la profundidad de su ser algunas ideas en apoyo de la
inmortalidad.

127

Al parecer por algunas cosas que el periodista había leído


en el cuaderno heredado, el anhelo imparcial por conocer, de
comprender, de aprender, lo llevaba a un extremo de la
existencia para desde allí vislumbrar el lado opuesto como la
contraparte natural de todas las cosas de la vida terrenal...
Se sentía espectador de las dos condiciones opuestas,
buscando descubrir lo que cada uno expresaba y reclamaba.
Las reflexiones así elaboradas lo impulsaban lentamente a
encontrar comparaciones en el mundo exterior porque estaba
comprendiendo que la verdad nace dentro de uno para luego
hallarla confirmada fuera de uno. No se sabe cuando ni cómo
tuvo la ocurrencia de mirar al sol para obtener la primer
analogía. Fue sorpresa y alegría ante el repentino hallazgo, al
descubrir que la luz, tomada como ejemplo, no tenía noción de
otra cosa que no fuera ella misma, o sea que la luz no podía
entender lo que era la oscuridad porque ella sabía que era luz y
el centro emisor de la energía vital. No bien se dio cuenta de
esto le fue fácil llegar a la idea de considerar que el punto como
eje de cualquier objeto era inalterable, ya que siempre
permanece en su sitio, simbolizando o representando a lo
eterno. Y como él lo relacionara con la luz, se atrevió a creer
que tanto la luz como el punto podían adquirir la capacidad de
emitir leyes

128
y principios en su dimensión invisible y que se hacían
visibles cuando llegaban o entraban al ámbito de la materia, es
decir, para que sus leyes pudieran manifestarse era necesario la
existencia de lo físico, de lo terrenal.
De aquí el próximo paso lo demoraba el tiempo que la
madurez de la comprensión necesitaba, ya que lo que él estaba
aprendiendo no dependía de la información intelectual escrita
en libros o en otros documentos de lectura. Su fuente era la
intimidad de su propia naturaleza, a la que ahora se acercaba
con reverencia. Su zona interior de observación le hizo
comprender que nada se perdía en la nada y que él se alejaba de
lo efímero para entrar en una región desconocida. Además, él
mismo se sintió hecho una fuente de luz en relación con todo lo
que existe. Es posible que su entusiasmo se viera bendecido por
lo sagrado al convencerse que, lo mismo que la luz, era dueño
de una energía que una vez liberada, podría actuar en sentido
constructivo, dando como resultado que lo efímero, que lo
mortal, intentara sobrevivir para superar su caducidad natural.
Debió darse cuenta de que era necesario adoptar una manera de
ser, someterse a una norma de vida que abarcara lo mental y
físico para que pudiera aprovechar su energía central, desde la
cual le sería probable utilizar las leyes y principios que le
dieran la ocasión de ensayar la aventura de la inmortalidad.

129
Cuando el amo de los cuatropatas se dio la misión de
unirse a los perros le ganó una batalla a la muerte. Junto a ellos
encontró la manera de hacerle frente a una adversidad
desconocida para él en un medio extraño y hostil, apoyándose
únicamente en su fortaleza interior, de donde obtuvo lo que
más tarde lo sorprendió... Cuando aceptó las sugerencias
venidas de la zona incontaminada de esa intimidad espiritual
para convertirlas en acciones de un solo tipo, logró una manera
de vivir, de reaccionar y de comportarse ante cualquier
eventualidad. A partir de ahí comenzaría a vislumbrar el
significado universal de la palabra Amor. La fuente de energía,
el punto central, el eje, el Alma y el Amor fueron una sola cosa
para el forastero. Le quedaba por definir la conducta de su
presencia en el mundo. Dicha conducta llegaría a ser la de dar
sin tener en cuenta, en forma anticipada, la retribución o
premio. Si lo que decidiera dar lo hacía con la intención de
recibir, se anulaba la bondad de lo que tenía que parecerse a la
luz, a la luz que se reconoce a sí misma en la iluminación,
ignorando la oscuridad del egoísmo.
Era lógico que quisiera saber lo que le ocurriría al medio
ambiente y a sus habitantes cuando recibieran la influencia de
la energía de su centro inmortal. Se habrá preguntado por el
destino de una obra materializada por la influencia
mencionada...

130
Tal vez descubriera que la obra perduraba, que la obra
ensayaba una manifestación de inmortalidad. De ahí en
adelante le quedó otra preocupación, preguntándose si la obra
se haría más perfecta a medida que fuera más limpia y pura la
energía central que llegara a la zona de aplicación, o sea que a
mayor pureza de la luz interior le correspondería mayor
perdurabilidad a lo realizado en el plano físico. Con esto le
habrá parecido alcanzar la cumbre de su comprensión pero,
también, a la casi imposible conducta entre sus semejantes, ya
que entre sus semejantes y él se alzaban los obstáculos, los que
tendría que vencer a costa de muchas dificultades, y estas
dificultades lo atemorizaban porque debilitarían la fortaleza de
su mansedumbre, haciendo peligrar la continuidad de su vida al
servicio de la inmortalidad.
La conclusión a la que llegó el periodista, la sintetizó en
pocas palabras. Era lo que había ido a buscar allí. Se la dijo en
voz baja para que únicamente la oyeran sus oídos:
- El amo y sus cuatropatas - murmuró - hicieron del
Amor la herramienta con que las emociones lograron que la
eternidad dejara escapar los materiales para llevar a cabo un
ensayo de eternidad. Aquí mismo, en este sitio donde me
encuentro sentado, y sentado en el tronco que ahuecara el
forastero, el tiempo quedó eliminado porque una lucha de
valores eternos se tomaba el desquite de vencer en su propio
terreno a los dioses de lo efímero.

131
Lo que en otro lugar duraba menos, aquí perduraba más
de lo previsto. El ensayo había dado resultado. Es posible que
algún día se interrumpa la presencia de la inmortalidad para
trasladarse a otra región, donde alguien utilice las herramientas
del Amor.

Las horas habían pasado como el periodista lo deseara


cuando llegó a la zona donde habitara el amo y sus cuatropatas.
Con la mirada fija en la eternidad de lo que se había vivido allí,
se puso de pie y caminó lentamente, sumergido aún en la
atmósfera creada por el jefe de los limpiatachos. Al llegar a la
cuna - sepultura vio a flor de tierra un collar de huesos blancos
y limpios alrededor de una cruz que tenía un brazo roto...
¡Parecía el collar de los recuerdos abrazado al corazón del
tiempo!... La tabla horizontal de la cruz, astillada cerca del
clavo, mostraba un brazo inclinado. Entre las astillas, el viento
había construido un labio de brisa, como decía el último cartón,
donde silbaba su melodía el campo y sus lomas...
La quietud estaba a punto de iniciar los rituales de la
tarde con el sol en llamas como antorcha de un templo
universal. El visitante comprendió que era el momento de
partir. Cuando se alejó, iba casi dispuesto a permitir que el
Alma le mostrara su fuente de energía.

132
DEL CUADERNO DEL FORASTERO

¿Cuántas cosas de valor descubrió el periodista en el


cuaderno del amo de los cuatropatas?... La respuesta se puede
rastrear a lo largo de muchos años, durante los cuales los
pensamientos del forastero se vieron reflejados en las columnas
escritas en el diario que trabajaba. En ningún momento negó el
origen de las ideas que utilizaba, sintiéndose el heredero que
mejoraba lo que iba encontrando en el cuaderno, donde
aparecían párrafos que eran el producto de ocurrencias del
momento.
Los temas se referían a lo que el amo de los perros hizo
cuando se esforzaba en admitir su situación sin tener que
recurrir a soluciones extremas. En la lucha de adaptación fue
dejando en el camino los hábitos que lo vinculaban a la
sociedad humana al encontrarse de golpe rodeada de una
naturaleza animal que le exigía otros puntos de vista, otra
ubicación de su existencia ante lo que había rechazado.

133
Entre las cosas importantes que halló el periodista, fue
el significado que le dio el forastero a palabras tales como
mansedumbre, paciencia, etc... En otra parte del cuaderno, el
término solidaridad aparece como expresión opuesta a lo que se
entiende por individualidad. Lo que se notaba a cada paso era
la obsesión de sentir en su interior una sabiduría de capacidad
infinita, de la que se podría obtener los beneficios necesarios,
siempre que se recurriera a ella con la inteligencia educada en
la humildad.
Una buena sorpresa se llevó cuando se encontró con el
significado dado a la palabra mansedumbre, cuyo significado
nada tenía que ver con lo que se dijo y se dice en ocasiones de
algunos sucesos excepcionales como los protagonizados por
personajes de influencia universal.
La originalidad que le imprimió al significado la había
logrado como consecuencia de haber adoptado un punto de
vista que lo expresara según el siguiente párrafo transcripto:
“Si yo me sintiera efímero, en lo efímero y con lo
efímero viviré. Viviendo de lo fugaz, en lo fugaz encontraré lo
necesario para transitar por la vida como una expresión
perfecta de lo efímero. Si me sintiera hecho de inmortalidad, en
lo inmortal encontraré lo necesario para descubrir la
comprensión de lo eterno. Así como lo efímero pone en duda a
lo inmortal, también lo inmortal pone en duda a lo efímero.

134
Lo mejor sería considerar que ambos, lo eterno y lo
perecedero, son expresiones de la dualidad universal,
manifestando cada uno lo suyo. Tanto uno como el otro tendría
en lo que expresan la cualidad correspondiente a su naturaleza.
La posibilidad de que uno sea la continuidad del otro nos
ayudaría a dejar de lado aquellos argumentos que sólo han
servido para enfrentarlos como si fueran enemigos”

No es fácil aceptar en su auténtica dimensión lo que el


forastero quiso significar con mansedumbre. Es algo de
imposible incorporación a los hábitos humanos, por cuya razón
son muy pocos los casos en que el individuo hizo uso de la
mansedumbre, y no lo hizo porque lo razonara y lo entendiera
como norma de su conducta, más bien fue porque la naturaleza
de su constitución humana lo ayudó a sumir la mansedumbre.
La expresión bíblica que dice: ¡Perdónalo, no sabe lo que
hace!, contiene el conocimiento oculto de una acción
involuntaria que tiene relación con un ámbito ajeno al nuestro,
al nuestro terrenal, como si la mansedumbre le abriera el
camino a la justicia bien usada para que lleve a cabo la
compensación en el momento oportuno.

135
La mejor explicación nos dice que la emoción de la
mansedumbre es superior a la emoción de la violencia y que
por ser superior tiene la capacidad de obtener una respuesta que
nos llega de algún elevado ámbito de naturaleza divina.
Aquel máximo exponente que fuera ungido por la
hermandad del Amor para que el hombre eligiera su destino,
sufrió lo insoportable con el fin supremo de dejar abierto el
camino de la mansedumbre para quienes decidieran andarlo,
convirtiéndolo en norma permanente de vida. No pidió el
sacrificio físico ni el sufrimiento corporal. Lo que dijo, según
el estilo de su bondad, se refería al sufrimiento moral de
comprender por medio de la tolerancia, porque él sabía que la
tolerancia esconde el origen de la mansedumbre, a partir de la
cual se ama el gesto de la paz, el gesto de la amistad y de la
mano abierta de la hermandad, pero también dijo que tanto la
tolerancia como la posterior mansedumbre no estaban afuera
sino dentro de sí mismo, en la zona espiritual del Alma, adonde
se podía entrar haciendo uso de la posición más cómoda, la del
mínimo esfuerzo de la meditación.
Al periodista no le quedaron dudas de la obsesión del
forastero por vivir la emoción de la mansedumbre dentro de su
ser. Lo que su obsesión no alcanzó a conocer fue lo que
sucedió en la zona donde había vivido y donde por influencia
de su vida interior se dio el caso de un ensayo de inmortalidad.

136
Algo parecido le ocurrió al amo de los cuatropatas con el
significado de lo que entendió por solidaridad cuando dicho
significado lo sintió nacer y palpitar en la profundidad de su
Alma. El comportamiento de la solidaridad le pareció opuesto
al comportamiento de la individualidad. Cuando se dio cuenta
de que la individualidad era una expresión natural del aspecto
exterior del hombre, comprendió a la vez que era la causa o el
origen de una doctrina que justifica las ambiciones, que
legaliza el método terrenal de los despojos y que dicha doctrina
le permite a las pasiones tener la libertad del libre albedrío para
educarse en lo que el egoísmo le aconseja, en lo que la vanidad
le sugiere y en lo que el orgullo y la soberbia le ordenan hacer.
El individualismo, basado en los intereses, fomenta las
ambiciones personales sin tener en cuenta las necesidades de su
hermano de raza. También el hermano de raza se las tiene que
arreglar del mismo modo, haciéndose cada vez más insensible a
que su experiencia se lo había enseñado.
Así como la individualidad representa al hombre externo,
la solidaridad representa al hombre interno. Esa era la idea que
no pudo expresar con claridad el forastero. El periodista fue
quien la enriqueció, dándole mayor claridad cada vez que le
agregaba algo más. La había asimilado de tal manera que la
utilizó de clave para determinar lo que era de origen interno y
lo que era de origen externo, pudiendo ubicarse cómodamente
para observar lo que pudiera vincularse con la individualidad y
con la solidaridad.

137
Sin mayor esfuerzo llegó a la conclusión de que la
individualidad nos enseña el método sumamente eficaz de
tener, tener y tener, método autorizado por la guía infalible de
la indiferencia. La conducta para tener nos lleva por caminos
opuestos a la conducta para llegar a ser. Conocerse a sí mismo
para adquirir la talla o la estatura moral de saber lo que uno es,
eso se aprende asistiendo a la enseñanza que nos imparte la
sabiduría que el forastero descubrió como centro luminoso de
su esencia espiritual, allí donde el misterio del hombre se
vuelve divinidad del Alma.

Cierto día, al llegar a su trabajo, el periodista encontró en


su escritorio una carta, en la que el empresario le pedía una
entrevista, pero en la misma le rogaba fuera llevada a cabo en
la oficina de su empresa. Habían pasado algunos años de la
muerte del forastero cuando esta carta vino a abrir un nuevo
capítulo en los sucesos que ya han quedado relatados... ¿Qué
quería este señor? ¿Por qué lo invitaba a su oficina y para qué?
¿Qué papel estaba jugando la desaparición del amo de los
cuatropatas que desde su ensayo de inmortalidad continuaba
viviendo en lo invisible de su presencia?

138
Cuando el periodista llegó a la oficina, a la misma oficina
de la que se había alejado el forastero, encontró a un
empresario de mirada temerosa como si el arrepentimiento se
hubiera hecho cargo de su ánimo. Parecía ausente, más bien
mecanizado por una preocupación, esforzándose por enfrentar
lo imprevisto de lo que le acababa de suceder. Después de
saludarlo y de invitarlo a tomar asiento, el atemorizado señor
empresario comenzó a desahogarse con una confesión que
pretendía justificar un acto que ya era justificable. A pesar de
todo, el arrepentimiento lo obligaba a realizar una acción
reparadora.
- No me quedaba - dijo - otra alternativa que recurrir a
usted para pedirle me ayude a encontrar una solución a lo que
ahora le explicaré. Aquí, al lado de esta oficina, está un joven,
casi un niño de diez años, que ha venido en busca de su padre,
creyendo que trabaja en mi empresa. Yo aún no le he dicho el
desenlace sufrido por su progenitor, esperando conversar con
usted y ver la mejor salida que merece este asunto.
El empresario dejó de hablar como si ya lo hubiera dicho
todo y esperara una respuesta.
- Señor - le dijo el periodista -, no sé a qué se está
refiriendo usted. No entiendo nada ni sé cuál es el problema
que lo aflige.
Acorralado tal vez por el arrepentimiento y por la
urgencia de sacarse de encima lo más pronto posible el
problema, le expresó lo siguiente:

139
- En esa oficina - le dijo, señalando con el dedo pulgar -
está el hijo del forastero y aquí, en este sobre, hay una carta
escrita en la que le cuenta los últimos intentos de conseguir
trabajo, mencionando en la misma la esperanza de conseguirlo
en esta fábrica. Me siento desorientado con lo que le sucede a
mi ánimo por tener que soportar esta situación. Después de no
saber qué hacer, había decidido arreglar las cosas de tal manera
para que este jovencito me aceptara como protector. Hasta
había pensado convertirlo en uno de los herederos de mis
bienes, pero más tarde comprendí que era una solución
imposible porque con el tiempo él llegaría a conocer la verdad.
Si estuve equivocado por haber sido el causante de lo ocurrido,
no quiero que el arrepentimiento me haga cometer otro error
que provoque la consecuencia de un daño mayor.
Con estas palabras se hizo claro el problema del
empresario. El periodista, más bien preocupado por el hijo del
forastero que por este señor que tenía delante, le preguntó:
- Y bien, señor, ¿qué tengo que ver con este asunto?

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