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Marx.

Quien fue discípulo de Hegel el cual influyó en su sociología que no es empírica sino
mas bien abstracta, Marx siendo estudiante redactó artículos en contra de los zares: el
embajador ruso consiguió la expulsión de Marx. Y este marchó a París y fue acogido por unos
obreros, es aquí donde se marcala sociología marxista: dejó de ser creyente, dejó
la universidad.

Estando en París conoció a Engels, ambos compartieron sus conocimientos, por presión del


embajador prusiano fue expulsado de Francia. En Inglaterra apoyó a la Internacional Obrera y
escribió sus grandes obras, una de ellas "El Capital".

La sociología marxista es una sociología no académica, es para cambiar la realidad del mundo:
sus características son: es práctica, utiliza el pensamiento para analizar la realidad,
su contenido se nutre de la historia toma como ciencia básica a la economía.

Marx es quien más atención dedicó al análisis del agro y de la relación de éste con el resto de


la sociedad. Le otorgó un carácter sistemático en cuanto alanálisis de la estructura agraria
como en cuanto a las relaciones de ésta con el resto de la sociedad. Marx introduce las figuras
del terrateniente, elarrendatario y el proletario rural así como también las del aparcero y
el campesino.

El enfoque Marxista

Maria Hirszowicz*

La concepción marxista del hombre, anclada en el antropocentrismo de la ilustración, tiene tres


elementos básicos: el reconocimiento del derecho al desarrollo individual, una responsabilidad
social compartida en aras de la satisfacción de las necesidades individuales y la racionalización
de las relaciones sociales. Tras resumir una parte de la sociología marxista, la autora aborda el
principio emergente de la unidad de teoría y práctica, y la permanente relevancia de los
enfoques analíticos marxistas en su tratamiento de los problemas de la sociedad industrial
moderna.

Los derechos humanos se pueden enfocar desde tres ángulos interrelacionados: a)


filosóficamente, o desde el punto de vista delWeltanschauung, por el cual adoptamos un
determinado sistema de valores y, por consiguiente, un conjunto de principios para la
comprensión de los derechos humanos; b) sociológicamente, o utilizando modelos cognitivos y
estableciendo a través de ellos nuestra perspectiva de la realidad social para determinar si se
respetan o no los derechos humanos; c) moralmente y políticamente, es decir desde el punto
de vista de las opciones prácticas y de las decisiones que definen el alcance de nuestro
compromiso con la acción en aras de la defensa de los derechos humanos.

El marxismo ha aportado sus propias soluciones a cada uno de estos ámbitos, y ha visto como
éstas eran relativamente acogidas en el mundo actual. Si resulta difícil analizar y presentar de
una manera general el enfoque marxista de estos problemas, es porque el término marxismo
implica, por un lado, las opiniones del propio Marx, tratadas como un sistema coherente y, por
otro, las opiniones que sostienen todos aquellos que, aún adoptando las doctrinas de Marx, las
han interpretado a su propia manera y las han adaptado a las condiciones prácticas de la
acción. En este artículo, adoptaremos la primera y más estrecha interpretación de marxismo.

El antropocentrismo: el concepto de hombre integral

La idea que Marx tiene del hombre nació de la tradición europea occidental. La conciencia
histórica de los derechos humanos elaborada por el pensamiento en Europa occidental fue el
producto de una larga evolución, con etapas intermedias en las que los límites de la solidaridad
social siempre estaban circunscritos por las condiciones sociales existentes en aquel momento.
Sin embargo, la idea de hombre universal fue un producto de la Ilustración, que situó al hombre
como un punto en el espacio infinito, desde el cual se podían trazar infinitas líneas y así
conectar con todos los otros puntos.1

El antropocentrismo de la Ilustración fue un producto de las ciencias naturales antimetafísicas,


la epistemología moderna, la escuela del derecho natural y las enseñanzas políticas del
liberalismo. Sin embargo, carecía de una visión más profunda y de una reflexión más amplia
sobre la sociedad y sus leyes de desarrollo. De aquí, la concepción abstracta del hombre que
alcanza sus derechos naturales en conformidad con los preceptos de la razón. El pensamiento
social no formuló hasta el siglo XIX la idea dinámica de que los derechos humanos sólo se
alcanzan progresivamente.2 Su punto de partida era la idea del hombre histórico que realizaba
la idea de libertad (Hegel) a través de la constante lucha entre opuestos y la transformación de
las relaciones sociales. Según Hegel, la humanidad debe trascender las condiciones
existentes. El equilibrio puede durar sólo un momento. De esta manera las instituciones
sociales que antaño eran congruentes con "la conciencia de la libertad humana" hoy se han
alienado y se han transformado en el objeto de la acción social, de la transformación, de la
"negación".

La frase de Feuerbach, "para el hombre, el único Dios es el propio hombre", 3 que corresponde
al espíritu del Siglo de las luces y que está vinculada a la idea dinámica de libertad concebida
por Hegel, fue el punto de partida para el antropocentrismo de Marx, que subordinó su trabajo
teórico y práctico a los problemas del hombre y a su lugar en la sociedad. La crítica del orden
social existente que Marx elaboró nació de su rechazo moral a una sociedad organizada de tal
manera que estaba destinada a encarcelar la personalidad del hombre y a poner trabas a su
propia capacidad de desarrollo.4 Esta actitud fue adoptada por Marx tanto en su análisis crítico
de las consecuencias sociales de la división del trabajo como en su valoración de los sistemas
sociales que degradaban al hombre y oprimían a los productores. La división del trabajo
significa, según Marx, la separación entre trabajo manual y trabajo mental, entre el poder de
gobernar y tomar decisiones y el deber de obedecer o de ejecutar ciegamente las órdenes.
Esta separación fue el resultado de diferenciar entre aquellos cuyo principal instrumento de
trabajo eran sus manos, y aquellos que trabajaban con sus cerebros, entre aquellos que
gobernaban y aquellos que eran gobernados.5

Esta perspectiva nació de la oposición y la protesta contra la "instrumentalización" del individuo.


Al mismo tiempo, significaba una afirmación del principio de que la personalidad del hombre
debía ser plenamente libre para desarrollarse. Esto se desprendía de su concepto de hombre
integral, que crecía y daba expresión a su potencial creativo.

De esta manera nació, como contraria a la tradición de la Ilustración, una nueva idea de la
solidaridad social. La idea de que la libertad de unos pocos no debería adquirirse gracias a la
subordinación y degradación de muchos, se convirtió en el punto central de la crítica dirigida al
sistema que tolera y consolida aquel mal.

Finalmente, el tercer elemento de la filosofía del hombre de Marx era la opinión de que éste
sería libre sólo cuando y en la medida que controlara las condiciones de su propia existencia.
Esto constituía un reconocimiento del objetivo, común al conjunto del pensamiento socialista
del siglo XIX, de alcanzar un orden social que superaría la anarquía económica y la ausencia
de control social sobre la producción y la distribución, y que instauraría una direccionalidad y
una planificación en la sociedad.

Por lo tanto, estos tres elementos (el reconocimiento del derecho del individuo al desarrollo de
su personalidad, el principio de que el conjunto de la sociedad es responsable de la
satisfacción de las necesidades individuales, y el deseo de racionalizar las relaciones sociales)
constituyen un nuevo tipo de filosofía de los derechos humanos. Desplazan el objeto de interés
desde la relación entre el individuo y el Estado a la relación entre el individuo y la sociedad, y
reflejan los nuevos problemas de la era industrial.6

La sociología marxista y el problema de los derechos humanos

Marx indagó en reflexiones que permitieran acercar los ideales a la realidad de los hechos, a
través de trabajos y revelaciones científicas con el objeto de proporcionar una definición
relativamente adecuada de la situación social y encontrar maneras y medios que condujeran a
cambios congruentes con las necesidades históricamente determinadas del hombre. Existía
una convicción creciente de que el hombre no era un individuo abstracto o aislado sino un ser
social cuya situación estaba determinada por el conjunto de las relaciones sociales. Esta
convicción, a su vez, dio nacimiento a la idea, tan popular en el siglo XIX, de que sólo se
podían solucionar los problemas del hombre a través de un conocimiento positivo de la
sociedad.
Esta idea fue la esencia de los grandes sistemas sociológicos del siglo pasado, donde se
conjugan los esfuerzos de reforma con los intentos de un análisis científico de las estructuras
sociales y del proceso histórico en sus diversas ramificaciones (Comte, Spencer, Marx). Así, la
era de las doctrinas y las utopías cedió ante la idea del conocimiento concreto.

Es muy difícil ofrecer una relación detallada de las teorías sociológicas de Marx en este breve
artículo. Por lo tanto, nos limitaremos a dar un breve esbozo de aquellos elementos y rasgos
que explican el carácter específico del la sociología marxista en su enfoque de los derechos
humanos.

1. Marx abordó la reflexión sobre la persona humana históricamente y positivamente, y situó al


hombre en los sistemas generales existentes, dentro de los cuales pertenecía a un grupo, a
una clase o estrato social, a una nacionalidad, a comunidades locales y religiosas, a
organizaciones creadas de alguna manera en el marco global de las relaciones sociales y
sujetas a leyes concretas. Así, mientras que la atribución a los derechos humanos de una
sustancia moral y filosófica puede ser el resultado del concepto de hombre total, la aplicación
real de aquellos derechos siempre sería considerada en su contexto histórico, como derivado
de un orden social determinado. Por lo tanto, esta perspectiva de la condición del hombre y de
sus determinantes objetivos nacía de la conceptualización de grandes y complejas estructuras
sociales y del desarrollo histórico.

2. Marx consideró las limitaciones que sufren los hombres desde una doble perspectiva: a)
como limitaciones naturales, con lo cual se refería a los límites impuestos por la naturaleza y
por las fuerzas productivas dadas en cualquier nivel, o, hablando en términos más generales,
por la cultura material que el hombre ha alcanzado en una determinada etapa de desarrollo
(por esta razón, para Marx, las comunidades primitivas no eran precisamente un jardín del
Edén); b) como limitaciones sociales que resultan de las diferentes posiciones que ocupan las
personas en ese sistema, y de las diferencias en el acceso a los bienes materiales según las
categorías específicas de personas.

3. Marx explicó la aparición de las diferencias sociales a partir del auge de la propiedad privada
y del Estado.7 El primero condujo a la desigualdad económica, el segundo a limitaciones
políticas. Todos los sistemas económicos y sociales se caracterizan por su propio tipo de
diferencias y limitaciones estructurales internas, que se producen a) en las diferencias de clase,
y b) según diferencias dentro de cada clase. La característica distintiva de los sistemas
precapitalistas descritos por Marx era la relación entre la dependencia económica y las formas
no económicas de coerción, la condición de esclavos o de siervos campesinos. Por otro lado, el
capitalismo introdujo factores puramente económicos y éstos, una vez eliminadas las
restricciones legales formales, determinaron la condición social de los individuos que
pertenecían a las diversas clases y grupos.

4. Según Marx, estas limitaciones sociales fueron la fuente de reivindicaciones formuladas en


nombre de una clase o grupo determinado sujeto a limitaciones específicas. Los derechos
reclamados podían ser diferentes en su contenido y su alcance, y adoptar diferentes formas. El
hecho de que estas reivindicaciones se formularan en la frase de carácter general: "todos
tienen derecho a..." se debió al triunfo del concepto moderno de los derechos humanos. Esta
forma universal se adoptó, por ejemplo, en las reivindicaciones planteadas en nombre del tiers
état contra la limitación feudal de los derechos, cuando las clases medias comenzaban a surgir
como los portavoces de las grandes masas y de sus intereses. Sin embargo, desde esa misma
perspectiva, Marx criticó la idea burguesa de derechos humanos, que aceptaba el "orden
natural", es decir un orden fundado en la libre empresa que otorgaba libertad tanto a los
poderosos como a los débiles. Esta libertad, en realidad no era sino una desigualdad, una
negación de la libertad para todos, una libertad para sólo unos pocos.8

5. El enfoque marxista consistía en relacionar principios universales generales con situaciones


de grupo e intereses de grupo. Se podría pensar que las doctrinas políticas y sociales que
expresan una u otra actitud hacia los derechos humanos están relacionadas con ciertas etapas
históricas de desarrollo, con situaciones e intereses de grupo concretos. El conocimiento de la
estructura de una sociedad determinada hacía posible prever: a) hasta qué punto se aceptarían
las reivindicaciones; b) hasta qué punto no encontrarían sino indiferencia o neutralidad; c) en
qué momento y que grupos iniciarían la resistencia, como resultado de una valoración
razonable de que los derechos reclamados podrían perjudicar los intereses del grupo
resistente.

6. Marx no pensó en las situaciones de grupo y los intereses de grupo que se relacionaban con
ciertas reivindicaciones y aspiraciones en términos morales, sino como una consecuencia de
los sistemas sociales que imponían a determinados grupos la lógica de su conducta. Un
análisis del sistema general permitía determinar en cada caso: a) qué reivindicaciones podían
ser reconocidas y satisfechas en respuesta a los requisitos funcionales inherentes del sistema
existente (por ejemplo, la reivindicación de los trabajadores de recibir una educación básica no
sólo era congruente con el capitalismo sino que se convirtió en una necesidad absoluta en una
determinada etapa del desarrollo de la sociedad altamente industrializada); b) qué
reivindicaciones serían objeto de negociaciones y acuerdos que permitieran soluciones por la
vía de concesiones mutuas dictadas por el equilibrio existente entre las fuerzas (éste era el
caso, por ejemplo, según Marx, de las reivindicaciones de los trabajadores por el salario
mínimo); c) finalmente, qué reivindicaciones superarían los límites del sistema existente y
plantearían la abolición del orden social existente.

7. Los análisis de Marx de la sociedad industrial a través de cuál descubrió ciertas


regularidades en el sistema de libre empresa lo convencieron de que, dentro de los límites de
esta sociedad, era imposible, incluso a largo plazo, satisfacer las necesidades y aspiraciones
sociales y económicas esenciales de las masas. Éstas eran el derecho al trabajo (la teoría
marxista de los ciclos económicos), el derecho a una plena remuneración del trabajo rendido (el
supuesto de que la competencia conduciría inevitablemente a la acumulación, entre otras
cosas, a través de los ahorros sobre los salarios de los trabajadores, la "ley de hierro de los
salarios"). Marx insistió en que sólo se podían satisfacer estas demandas mediante cambios
específicos que irrumpirían en el ámbito de la propiedad privada e introducirían regulaciones
para un control del desarrollo económico, aboliendo el mecanismo de libre competencia y el
mercado capitalista. De esta manera, Marx hacía de la consecución del derecho a la seguridad
social y económica una realidad estrechamente dependiente de su programa de transformación
socialista.

8. Los cambios sociales, no obstante, según los veía Marx, no se producían automáticamente.
La abolición de las restricciones a los derechos humanos era abordada como un complejo
proceso histórico, lleno de contradicciones y conflictos, luchas políticas y, a menudo, de
insurrecciones revolucionarias. Los principios defendidos, incluso aquellos que eran
universalmente aceptables si se expresaban en términos generales, se convertían en
manzanas de la discordia entre diferentes grupos cuando sus intereses chocaban.

9. La teoría marxista del materialismo histórico y su visión del socialismo eran sólo una
introducción metodológica a la interpretación de las estructuras históricamente cambiantes de
la sociedad. Su sociología era un sistema abierto. Marx subrayó en repetidas ocasiones que
debería ser abordado como un enfoque de la historia, como método para estudiar el desarrollo
social y como método que (tenemos que reconocerlo) también podría, mutatis mutandi,
aplicarse al análisis de numerosos problemas que surgen en la sociedad socialista.

Como se puede entender a partir de este resumen tan breve, las ideas de Marx sobre la
sociología están estrechamente relacionadas con su enfoque sociológico de los derechos
humanos.9 Esta actitud sociológica no sólo implica un análisis empírico de los hechos que
inciden en la aplicación de ciertos derechos y una explicación de las bases generales de su
existencia, sino también un esfuerzo para interpretar los criterios cambiantes de nuestras
valoraciones y expectativas. Marx señaló en repetidas ocasiones que ninguna época intenta
plantearse tareas que no puede solucionar. Desde esta perspectiva, no resulta accidental que
Marx pensara en las grandes ideas de la revolución francesa y americana del siglo XVIII como
acontecimientos históricos de primera magnitud.

Contrariamente a lo que se suele afirmar, esta actitud no es de relativismo, porque si bien


define las necesidades y aspiraciones del hombre como algo determinado históricamente,
también adopta aquellas normas generales de moral que hacen de la persona su punto de
partida y un sólido marco de referencia (antropocentrismo).10
Incluso si las reivindicaciones de los hombres no se corresponden con su práctica, la propia
enunciación e inclusión de estas reivindicaciones en las ideologías modernas constituye un
punto de inflexión en la historia de nuestra civilización. Sin embargo, como ha señalado
acertadamente Harold Laski, la divergencia entre principio y práctica no debe ser demasiado
amplia, so pena de alimentar el desencanto y provocar el cinismo, lo cual introduce una mayor
laxitud en una sociedad ya desorganizada. Por consiguiente, deberíamos analizar el marxismo
en acción, y proceder a una revisión del tercer ámbito señalado al comienzo de nuestro análisis
de la actitud de Marx hacia los derechos humanos.

El principio de la unidad de teoría y práctica11

La idea de Marx de que los cambios sociales no se han producido sin conflictos, sino que han
encontrado resistencia, significa que se elevaba la acción práctica a un nivel superior de
importancia, y que se reconocía a ésta como el complemento indispensable de las actitudes
morales y el pensamiento teórico.12 Al abordar el principio del materialismo, afirmando que las
opiniones y convicciones nacían de la reflexión sobre las situaciones sociales, Marx rechazó la
ilusiones de los socialistas utópicos, que creían posible propugnar y asegurar la aceptación de
los cambios sociales de naturaleza progresiva mediante simples intervenciones iluminadas
desde arriba, desde los gobernantes.

Marx pensaba que era verdad lo contrario. Los portavoces prácticos de los derechos humanos
eran fundamentalmente aquellas clases y grupos cuyos derechos particulares habrían sido
limitados y cuyos intereses prácticos coincidían con el advenimiento de un orden social que
aboliría de una vez por todas estas limitaciones específicas. Vista así, la idea de Marx de la
función del proletariado no era mesiánica (aunque esto se diga a menudo) sino realista, en el
sentido de que tomaba en cuenta los intereses reales del proletariado, intereses que hacía a
esa clase receptiva a programas específicos de cambio social. También era una idea que tenía
en cuenta el valor del apoyo estratégico de otras clases y grupos sociales, lo cual hacía posible
anticiparse a vicisitudes inevitables, a movimientos de retiradas y a vacilaciones, y que se
manifestaba de tal manera que estimulaba la lúcida valoración de las fuerzas sociales en
condiciones históricas determinadas.

Marx pensó en las actitudes e ideas políticas y sociales desde una doble perspectiva. En
términos de la conducta de masas, eran tratadas como derivados de ciertas situaciones y de
los intereses resultantes.13 En términos del comportamiento y decisiones individuales, era una
cuestión de elecciones autónomas relacionadas con tal o cual sistema de principios y valores
reconocidos. Al igual que Engels, su colaborador y amigo más cercano, Marx era un hombre
que, independientemente de su origen y posición social, se integró en el movimiento socialista
debido a su trascendencia universal para la humanidad. Marx pensó en el proletariado como
una fuerza capaz de realizar la visión de un mundo donde reinara la justicia, y pensó que la
teoría científica era el instrumento capaz de dar contenido y forma a la causa legítima de ese
proletariado. Estamos ante aquel modelo de personalidad (ajena a las nociones académicas
vigentes en aquella época) del hombre culto y con capacidad de liderazgo, que encarna la
unidad de la reflexión científica y la participación práctica en los conflictos de su tiempo.

Marx describe a los comunistas como hombres que no se dirigen a la "opinión pública
iluminada" por encima de la figura de los gobernantes, ni tampoco se dirigen a una
muchedumbre anónima y amorfa, sino que se dirigen a ese sector de la sociedad capaz de ver
su futuro y su oportunidad para trabajar en aras del cambio y del progreso social.14

Marx y Engels no vieron el comunismo en términos institucionales sino principalmente en


términos intelectuales y morales. Pensaban que el comunismo en acción era pertinente sólo en
cuanto tendía a discernir con mayor claridad la ley de la vida social, y, en la medida de lo
posible, zanjar la brecha entre los hechos y los ideales.

A continuación, reflexionemos hasta qué punto el marxismo, tal como queda descrito más
arriba, es relevante para el debate sobre los derechos humanos en la etapa actual.

Podemos empezar señalando que ciertos aspectos del enfoque marxista de los derechos
humanos se han convertido en parte integral del clima de opinión que prediomina en la
actualidad. Esto se demuestra no sólo en la aceptación relativamente generalizada de los
derechos humanos en la esfera social y económica, sino también en la idea de que para
satisfacer estas necesidades, es necesario emprender una acción conscientemente planificada
mediante políticas de gobierno.

Hemos visto este principio encarnado en las revoluciones en Europa del Este y en Asia, y en el
progreso social y económico espectacular de los países socialistas. Lo hemos visto forjarse un
camino en los países altamente desarrollados de occidente, donde, desde los años 30, se ha
adoptado elementos de la planificación, al igual que las medidas contra el desempleo y para la
ampliación de la educación en toda la medida de lo posible. Actualmente, somos testigos de
nuevos intentos para controlar el proceso de desarrollo social en diversos países en vías de
desarrollo que se han embarcado en la industrialización rigiéndose por las ideas de socialismo
de Estado y de economía planificada.

En todos estos ámbitos de la vida social donde las necesidades del hombre y sus derechos son
objeto de polémicas y donde es difícil alcanzar acuerdos generales, la perspectiva marxista
sigue siendo el común denominador de la izquierda comunista y socialista (aunque los
socialistas no siempre la reconozcan expresamente como su ideología). Filosóficamente, esto
se manifiesta en la adopción de valores y normas que reconoce las justas aspiraciones de
todos aquellos cuyos derechos a la vida, a la dignidad personal, a la seguridad económica y a
las libertades civiles son violadas para servir a los estrechos intereses de las poderosas élites
de las grandes empresas, de los objetivos imperialistas o nacionalistas y de los prejuicios
nacionales. En términos sociológicos, se expresa en la reflexión sobre las necesidades
humanas y en el pensamiento dedicado (en términos de materialismo histórico) a las
limitaciones vigentes al derecho a satisfacer las necesidades humanas. Políticamente, se
manifiesta en la conciencia actual de las necesidades y aspiraciones de las masas y en el
esfuerzo para convertir progresivamente estas necesidades en objetivos de las políticas.

Estas actitudes de la izquierda se han forjado como respuesta a las contradicciones inherentes
en el capitalismo y a las limitaciones impuestas a los derechos humanos.

Se puede pensar en el control que se ejerce sobre el hombre moderno desde diferentes
perspectivas, y como un fenómeno relacionado con diferentes sistemas sociales. Debido al
desarrollo desigual de nuestra civilización, aquellos derechos que son comúnmente aceptados
en una sociedad se ven impugnados y perseguidos en otra. Las instituciones que trabajan en
defensa de los derechos humanos en un tipo de condiciones son completamente inadecuadas
en otros entornos. La cuestión de la igualdad de la mujer, por ejemplo, asume determinadas
características en los países menos industrializados, donde lo más importante es liberar a las
mujeres del círculo vicioso de las tareas del hogar y de los dictados de la tradición, y es
bastante diferente en las sociedades industriales, donde lo esencial es la igualdad de salarios,
la seguridad social y los derechos políticos para ambos sexos. La seguridad social asume una
forma en países donde la piedra angular de la sociedad es la familia y la comunidad local, que
brinda apoyo individual y otorga un sentido de pertenencia, y otra forma en aquellos países
donde, bajo el impacto de la industrialización y la urbanización, se han roto los vínculos
sociales tradicionales. El principio de libre asociación funciona de una forma en condiciones de
fuertes tensiones y conflictos sociales, y de otra en sociedades donde se observa un alto grado
de estabilidad interna. Las disimilitudes entre estructuras sociales, derechos económicos y
sistemas políticos determinan la secuencia de las necesidades sociales que tienen una
importancia primordial en cualquier momento dado, y las funciones reales de los modelos
culturales y las instituciones sociales que gobiernan las relaciones humanas, determinan las
sucesivas etapas en la satisfacción de aquellas necesidades.

Esto plantea la cuestión de la promoción de los derechos humanos en una perspectiva más
amplia. Incluye diversos sistemas sociales y económicos, y diversas culturas. Podemos prever,
en un futuro cercano, la necesidad de una revisión crítica y de nuevos análisis de muchas
nociones e ideas que parecen concebidas con demasiada estrechez de miras cuando se
enfrentan a las múltiples aspiraciones y objetivos del hombre, o al contrario, con un carácter
demasiado general ante circunstancias que exigen principios y objetivos inequívocos.

En lo que respecta a los países industrializados, se puede demostrar que, paralelamente o


incluso bastante alejado de las limitaciones de la propiedad privada y de los mecanismos de la
economía capitalista, el hombre se enfrenta a nuevos peligros y amenazas que escapan, por
así decir, a la sencilla definición y exposición que se encuentra en el decálogo tradicional de los
derechos humanos.

En las siguiente sección, intentaremos recoger algunos de los problemas que se suele describir
como problemas de la era del colectivismo y que han sido abordados por los especialistas
modernos en ciencias sociales.

Si queremos defender el principio de desarrollo de la personalidad, nos vemos inmediatamente


enfrentados a la candente pregunta de hasta dónde puede llegar este proceso (a veces
definido como "instrumentalización" del individuo), que es el resultado directo de la división del
trabajo y de medidas para racionalizar las relaciones sociales.

El mundo en que vivimos se está convirtiendo, como bien lo sabemos, en un mundo de


grandes organizaciones que imponen disciplina y limitaciones al individuo, restringen la
expresión de la personalidad humana y ponen trabas al desarrollo individual. Cuanto más nos
acercamos al punto en que está garantizada la satisfacción de nuestras necesidades sociales y
económicas fundamentales, más intensamente sentimos aquellas limitaciones. Como es bien
sabido, la adaptación del hombre a una organización se alcanza al coste de restringir la
iniciativa individual, de una peculiar reducción del trabajador a un pequeña parte de la poderosa
maquinaria industrial, de inhibir la movilidad individual a través del desarrollo de la
especialización, y de atrofiar el alma humana con las rutinas cotidianas y la monotonía de
operaciones ya programadas y estrictamente controladas. Después de haber sido un rasgo
propio de la producción industrial, éste ha penetrado en la esfera del trabajo intelectual.

Por lo tanto, estamos llegando a un punto en el que educadores, psicólogos y psiquiatras


proponen renunciar a un esquema en el que el hombre, en contradicción con su propia
humanidad, es obligado a vivir en una especie de rígido marco.15 Esto no es en absoluto un
problema de un futuro lejano. Ya ha aparecido también en países socialistas donde la rápida
industrialización exige decisiones claras y definidas en cuanto al tipo de sociedad que
queremos construir. Tiene una importancia en el presente y en las medidas prácticas y
organizacionales.

¿Qué tipo de relaciones industriales queremos alcanzar? ¿Cómo evitar la adaptación mecánica
del hombre a la organización y, en su lugar, proponer la adaptación de la organización al
hombre? ¿Cómo podemos contrarrestar de manera eficaz la instrumentalización del individuo?
Todas estas son preguntas cada vez más presentes en la sociología industrial de los países
socialistas.16

Otra de las preguntas especialmente importantes de nuestro tiempo es el problema de


defender los derechos elementales de la persona como individuo, un problema que debemos
abordar en el marco de las nuevas complejidades de la organización y del sistema social y que,
por lo tanto, exige nuevas soluciones.

Para ilustrar este punto, pensemos en las constantes referencias hechas en la prensa de los
países socialistas a diversas normas impersonales y a decisiones administrativas basadas en
la ley de las grandes cifras y que tratan al individuo como un objeto estadístico. Desde la
perspectiva de las necesidades colectivas, la persona humana puede ser intrascendente,
porque lo que cuenta son las masas y las cantidades. Están en juego las vidas de miles y
millones de personas. Sin embargo, la existencia de instancias positivas que protejan los
derechos individuales, a través de instituciones comúnmente reconocidas que permitan al
individuo reclamar lo que le es debido, no constituye minucia alguna desde el punto de vista de
la ética, que otorga el más alto valor al hombre.

Sería imposible entrar aquí en los detalles de las dificultades prácticas que surgen de esta
relación. Lo esencial es que la otra "parte" afectada en dichos conflictos no son hombres sino
sistemas y organizaciones. Contra éstos, fallan los medios tradicionales de defensa de los
derechos individuales, y las sanciones individuales o la atribución de responsabilidades
materiales por cualquier daño infligido han demostrado ser ineficaces.

Hay otro ámbito en el que aparecen estos nuevos tipos de contradicciones y limitaciones: en el
comportamiento de grandes organizaciones, cuyo alcance y poder crean barreras específicas a
la participación y al control social.17 Estas organizaciones (incluso en una economía
planificada y bajo una autoridad centralizada) suelen sustraerse a la influencia de la sociedad,
si bien imponen a ésta sus propios objetivos y normas y crean mecanismos de defensa contra
los programas de un cambio social racional.

En este ámbito, el derecho de las personas a participar en la toma de decisiones que les
conciernen y de controlar el curso de los acontecimientos está sujeta a diversas limitaciones.
Las formas tradicionales del control político (como la representación, el parlamento, la libertad
de expresión y de asociación) elaboradas en las doctrinas de los siglos XVIII y XIX, aquí
parecen fallar. Además, las expectativas de que se pudiese implantar firmemente un control
público en una estructura de autogobiernos territoriales descentralizados o de organismos
autónomos de productores, no se ha logrado plenamente en la práctica. La progresiva fusión
de las diversas esferas de la vida social en un todo integrado se convierte en un hecho
irreversible.

Podemos encontrar este problema reflejado en una imagen contrastante, ya casi clásica, de
una comunidad de públicos que se plantea contra una sociedad de masas,18 donde el primero
es un tipo de democracia sin participación de las masas, y el segundo, participación de las
masas con una democracia limitada. Una sociedad de masas es una sociedad administrada,
amorfa, un objeto y no un sujeto de las decisiones políticas. Desde luego, no es el tipo de
sociedad aceptada por la ideología socialista, si bien hemos reconocido progresivamente que
no resulta fácil elaborar un nuevo modelo político con una participación activa de las masas.

A la luz de lo dicho, el decálogo de derechos políticos elaborado en el siglo XIX parece


inadecuado, no porque nos planteemos dudas acerca de sus valores subyacentes sino porque
la libertad política, tal como se manifestaba en el lenguaje del siglo XIX, no es garantía de estos
valores. Una vez más, podemos ver aquí la cuestión de las garantías individuales que, en su
momento, fue el tema de interés principal en las doctrinas del liberalismo. La doctrina política
del colectivismo se revela insuficiente puesto que es demasiado general y contiene numerosas
alternativas que, desde la perspectiva de los derechos humanos, se puede evaluar de
diferentes maneras.

Este resumen de nuevos problemas que surgen en la defensa de los derechos humanos en un
mundo de grandes organizaciones, lejos de ser exhaustivo, basta para justificar la declaración
de que todas las etapas de desarrollo social plantean sus propios problemas exigiendo una
solución. En relación a esto, se debería subrayar lo siguiente: en primer lugar, la importancia de
las normas y valores humanos universales que podrían ofrecer criterios para la evaluación de
principios específicos (consignas, programas y soluciones propuestas), valores cuya aplicación
pueda ser reconocida como la medida moral del progreso social; en segundo lugar, la
necesidad de emprender investigaciones más penetrantes sobre las necesidades humanas,
realizando un análisis más detallado de las limitaciones a los derechos humanos en todos los
niveles en la jerarquía de nuestra civilización, como se manifiesta en diferentes estructuras
sociales y órdenes políticos; en tercer lugar, el papel de la acción social para solucionar no sólo
los asuntos de mayor urgencia sino también intentar crear condiciones favorables para la
realización de los valores humanos universales.

Como ya hemos subrayado, estos principios han seguido siendo hasta nuestros días una
inspiración para todos aquellos que tienen un interés auténtico en la defensa de los derechos
humanos.

Aunque se hable de marxismo para referirse a las doctrinas de Marx, no puede olvidarse que el
propio Marx declaró en una ocasión no ser marxista, lo cual significaba la negativa a que su
pensamiento fuera considerado dogma y se le encerrara en estrecheces escolásticas. Además,
en las diversas fases de su evolución intelectual mantuvo la necesidad de atenerse a las
situaciones concretas contra la tentación de forjar puras abstracciones intemporales.
No sólo entre marxistas y no-marxistas, sino entre los mismos marxistas, se discute bajo cuál
de estos significados puede ser considerado más propiamente el marxismo. Todos los
marxistas se basan, evidentemente, en las teorías de Marx, pero el hecho de que se vean
obligados a reivindicar en cada caso la comprensión correcta y la interpretación adecuada de
las doctrinas del Marx original demuestra el escaso compromiso dogmático de éste. De ahí que
haya que distinguir entre el marxismo en sus diferentes expresiones y variantes (marxismo) y la
doctrina misma de Marx (marxiana), aunque el significado de "marxismo" no pueda menos de
estar relacionado con la producción teórica y la acción práctico-política de Carlos Marx.

El problema es que la obra de Marx ha sido entendida de modo diverso según se haya visto en
ella una concepción del mundo, una filosofía, una antropología filosófica, una ciencia,
específicamente una sociología, un modo de explicar y cambiar la historia, una serie de normas
para la acción política que deben variarse de acuerdo con las circunstancias históricas, una
ideología, etc. Esta diversidad de visiones hacen difícil justificar la opción unilateral por una de
las alternativas indicadas.

El problema se complica más todavía cuando se tiene en cuenta que a lo largo de su vida se
fueron dando cambios en los propios intereses intelectuales de Marx que plantean la cuestión
de la continuidad y discontinuidad de su propio pensamiento. Para algunos intérpretes, en los
comienzos de su producción intelectual, Marx trabajaría dentro de cauces considerados como
filosóficos, pero sus intereses específicamente filosóficos irían disminuyendo, o atenuándose,
en beneficio de sus intereses sociológicos, políticos y económicos, que culminarían en el Marx
maduro con la construcción de una ciencia (Althusser).

Marx y Engels

La oposición entre un Marx maduro y un Marx joven ha dividido a los intérpretes; unos
destacan la importancia del Marx humanista frente al Marx economista y sociólogo, y otros lo
contrario. Algunos, en cambio, han subrayado la continuidad del pensamiento de Marx, que
parece haberse demostrado con el eslabón perdido de los Grundrisse de 1857-1858. No
obstante, aun admitidas las diferencias entre los dos Marx, se constata la actitud constante de
Marx en su firme convicción socialista y comunista. En la medida en que Marx trató de dar una
explicación de los cambios sociales, su pensamiento sería de carácter sociológico. El problema
es entonces saber si la sociología de Marx equivale o no a una ciencia social objetiva. Quienes
admiten este carácter subrayan el aspecto científico del marxismo. Sin embargo quienes lo
niegan (Lukacs) destacan el carácter fundamentalmente "partidista" del marxismo,
interpretándolo no como una sociología científica, sino como la filosofía social de la clase
trabajadora y, por tanto, como su ideología propia, desenmascaradora de todas las demás
ideologías.

El marxismo como filosofía

En sentido filosófico el marxismo puede entenderse como una crítica de la filosofía idealista
(Hegel) y del materialismo mecanicista (Feuerbach). La crítica de Marx a la filosofía, que se
realiza de modo especial en La ideología alemana, aunque lo esencial ya lo había escrito Marx
en laContribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, tuvo como principal
interlocutor a Hegel, ya que Hegel significaba la expresión más madura y modélica de lo que la
filosofía era como "interpretación" de la realidad, conteniendo al mismo tiempo los gérmenes
para una transformación de la filosofía, y porque en Hegel tenía lugar la consumación teórica e
ideológica del mundo cristiano-burgués.

El derrumbamiento del sistema hegeliano vendría a significar el derrumbamiento de la


concepción cristiano-burguesa del mundo. Entendiendo por filosofía lo que la "conciencia
filosófica anterior" entendió por filosofía, el marxismo lleva a cabo una dura crítica de la
"filosofía como filosofía" proclamando su desaparición tras su superación. "La filosofía como
filosofía" es conceptuada como una ideología cuya necesidad ha sido histórica, pero que de
eliminarse su fundamento real, "la miseria social", ya no será necesaria.

A pesar de todo, el marxismo puede ser considerado en Marx como una filosofía en sentido
tradicional, en cuanto que su crítica contenía los gérmenes de una ontología y de una
concepción del mundo que se proponía llevar a cabo una clarificación racional de la conciencia,
encerraba una cultura y dilucidaba el lugar que debe ocupar el hombre en el mundo.

El marxismo como ciencia

En sentido económico-sociológico, el marxismo pretende ser una teoría de la realidad social,


más en concreto de la sociedad burguesa capitalista, una crítica y alternativa a la economía
política inglesa (Ricardo, Quesnay, Adam Smith), una "macrosociología" y una ciencia de la
historia. La atención prestada a la explicación de la génesis, descripción de la estructura y
crítica de la sociedad capitalista, y la predicción del derrumbamiento de esta sociedad, víctima
de sus crisis internas y de la fuerza revolucionaria del proletariado, parecen hacer de Marx
fundamentalmente un economista y un sociólogo.

La aportación fundamental de Marx a la economía política se encuentra en su obra El capital.


Marx demostró el carácter histórico de los modos de producción y de las leyes que rigen su
funcionamiento rompiendo con la concepción ahistórica de los economistas clásicos y de sus
leyes económicas.

La complejidad de la doctrina económica de Marx puede resumirse en seis rasgos primordiales:


1º) La idea de que los productos lanzados al mercado tienen un precio. 2º) La idea de que para
obtener esos productos se usa el trabajo de los asalariados, trabajo al que se da asimismo
precio, convirtiéndose en mercancía. 3º) La idea de que lo producido por el asalariado tiene un
valor superior al salario recibido por el trabajador, y ello aun descontando los costos de
producción, distribución, etc. Este plus en cuestión es la plusvalía, que es arrebatada al
trabajador por el capitalista. 4º) La idea de que tanto el progreso técnico como las necesidades
de competencia obligan a los capitalistas a formar grandes monopolios, destruyendo este modo
las empresas pequeñas y la clase social (pequeña burguesía) poseedora de estas empresas.
5º) La idea de que hay crisis inevitables en el mercado capitalista (crisis de superproducción,
por ejemplo) y que estas crisis producen conflictos (incluyendo guerras) en el curso de los
cuales el capitalismo se autodestruye. 6º) La idea de que la cantidad de proletarios y
desposeídos aumenta a medida que la cantidad de capitalistas y opresores disminuye.

Una interpretación cientificista de Marx ha visto en su doctrina una teoría puramente científica
(económica, histórica y sociológica). Convencidos de que Marx, en el curso de su labor
investigadora, evolucionó desde la filosofía hasta la ciencia, los defensores de esta
interpretación sólo conceden a la obra de juventud de Marx un interés puramente histórico y
concentran toda su atención en sus realizaciones de madurez, sobre todo en El capital. Esta
interpretación del marxismo fue hecha ya a finales del siglo XIX por los teóricos principales del
llamado "marxismo ortodoxo" (Kautsky, Plechanov, Hilferding) al presentar un marxismo, "en
indicativo", como una ciencia objetiva no interesada en ningún juicio de valor. Dentro del
movimiento comunista, esta interpretación "cientificista" del marxismo hizo sentir su influencia
en la versión que le dio la escuela mecanicista, por lo menos hasta 1929.

Pero fue Lous Althusser quien, especialmente en su obraLa revolución teórica de Marx, se
acercó a la visión "cientificista", aunque no se identificara con ella. Althusser estableció una
oposición entre la obra de juventud de Marx y su obra de madurez: entre ambas existiría una
"ruptura epistemológica", concepto que Althusser tomó de Bachelard, entendido como el paso
de una problemática precientífica, mezclada todavía con ideología, a una problemática
auténticamente científica.

El paso de la ideología a la ciencia no significaría, sin embargo, una negación de la filosofía.


Cuando en 1845 Marx rompió con el discurso ideológico de su juventud, había fundado ya, dice
Althusser, una ciencia nueva: el materialismo histórico; pero, a la vez, una filosofía: el
materialismo dialéctico; y esto en un solo movimiento. El objeto del materialismo histórico era la
sociedad; el objeto del materialismo dialéctico era el conocimiento científico. El capital, que fue
la obra más significativa de Marx, tiene a la vez un significado científico y un significado
filosófico. Por un lado, fundamenta la ciencia de la economía, es decir, la ciencia de un
determinado sector de la sociedad, y por otro, presenta una nueva concepción del
conocimiento.

Monumento a Marx en Chemnitz, Alemania

Es aquí donde radicaría para Althusser el más genuino sentido de la filosofía de Marx, que se
encontraría en el polo opuesto del humanismo y del historicismo, que dominaban su obra de
juventud. Althusser, al sostener la existencia de una ruptura epistemológica entre el primer
Marx filósofo y el segundo Marx científico, ha destacado el carácter estructuralista de este
pensamiento como explicación de las estructuras fundamentales de la sociedad humana. El
descubrimiento de estas estructuras haría posible comprender las estructuras superficiales y
más visibles no sólo en una determinada fase de la historia, sino en toda la historia humana.

No obstante, hay que reconocer, con Ferrater Mora, que aunque pueda haber diferencias entre
los "dos Marx", los intereses del Marx maduro de la Crítica de la economía política y de El
capital no parecen ajenos a los del joven Marx, especialmente el de Manuscritos económicos y
filosóficos de 1844, cuando menos en la medida en que en éste se desarrolla también un
esfuerzo por comprender la alienación real que caracteriza el trabajo desde el momento en que
cesa de funcionar el comunismo primitivo. Además, la estrecha relación entre teoría y práctica y
la decidida negación de un abismo entre hechos y valores constituyen supuestos que parecen
constantes en todas las fases del pensamiento de Marx.

El marxismo como praxis revolucionaria

En sentido político, el marxismo significa una crítica a la acción política del socialismo utópico
francés (Fourier y Proudhon, Saint-Simon, etc.) y una praxis revolucionaria (socialismo
científico) encaminada a la transformación de la realidad y de la estructura económico social.
En realidad, éste es el gran objetivo que persigue toda la formulación teórica del marxismo
desde los primeros hasta los últimos escritos: "los filósofos se han limitado a interpretar
variamente el mundo; pero lo que importa es transformarlo", escribió Marx. La teoría marxista,
por tanto, logra su suprema concreción allí donde se proyecta en una acción histórica. La praxis
revolucionaria, concebida desde un principio como un doloroso proceso de aprendizaje, debía
estar abierta a una revisión permanente y a una concreción renovada.

El marxismo, como la teoría de una praxis que se ha articulado a partir de la problemática de la


sociedad burguesa moderna y de su civilización industrial, aparece como un intento, sobre todo
práctico, por resolver esa problemática de un modo reflexivo y teórico en una determinada
dirección. El interés práctico, que en el ámbito teórico actúa como conductor del conocimiento,
se expresa en el problema de cómo es posible liberar la creciente productividad del trabajo
industrial de las cadenas y de los efectos destructivos que de suyo tiene en su forma de
organización capitalista.

El movimiento práctico, mediante el cual se realiza este interés, está concebido en el marxismo
como un proceso de autodefensa y autoliberación de aquellos que sufren los efectos negativos
de la sociedad burguesa, como emancipación de las clases trabajadoras de las clases
poseedoras. Las clases trabajadoras están resumidas bajo el nombre de "proletariado", y el
sector que determina el carácter de este movimiento es la mano de obra industrial. El objetivo
de este movimiento es la apropiación de los medios de producción modernos por los
productores inmediatos. La expropiación de los medios de producción es un momento esencial
de esta apropiación, que conduce a una sociedad sin clases en la medida en que se convierta
en una apropiación universal, es decir, en la medida en que suprima las limitaciones de la
división actual del trabajo y distribuya a cada individuo una cantidad de fuerza de producción.

Marx en Londres (1875)

Esta orientación marcadamente práctica del marxismo es la que estaría presente en las
interpretaciones de Karl Vorlander, quien sostiene la idea de que el socialismo no puede
desligarse de exigencias. Pone de relieve la inspiración de carácter ético de toda la obra de
Marx, obvia en los escritos de juventud, pero también presente en El capital. La misma tesis fue
defendida por Maximilien Rubel en su obra Karl Marx. Essai de biographie intellectuelle (1957).
Según esto, en la obra de Marx no habría ningún paso de un punto de vista ideológico a una
posición científica, sino que, más bien, toda ella se encontraría marcada por la dualidad entre
una ciencia objetiva y una ética revolucionaria. "Como método objetivo de investigación, el
materialismo histórico se ocupa esencialmente del análisis de los hechos históricos, cuya
conexión establece ajustándose rigurosamente a un tipo de precisión de carácter científico;
como doctrina ética trata de formular los principios que tienen que dirigir la actividad de la clase
proletaria para conseguir la liberación y para organizar una sociedad completamente humana".

El significado más apropiado, por tanto, para designar de un modo general lo "marxiano" sería
considerar la teoría y la práctica de Marx como un humanismo real, revolucionario y militante,
como teoría de una praxis de la emancipación humana dentro de una civilización industrial
internacional convertida en una unidad. El marxismo, en cambio, no habría sido creación del
propio Marx, es decir, no representaría la suma de las opiniones de Marx, sino el complejo
producto histórico de las interpretaciones de las teorías de Marx. Como filosofía universal de
base materialista, comenzó donde Marx terminó, es decir, creando un sistema cerrado en sí
mismo, de intuiciones filosóficas, económicas y sociopolíticas.

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