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Podría decirse que los territorios que recorre « » son los territorios de una desolación
total, desvastados ya por completo pero donde continúa ocurriendo, ante nuestros
ojos diarios, un inagotable cataclismo, el de la infancia abandonada. Allí, todo es
(tomo palabras abriendo las páginas al azar) moribundo, « tardes sin pupitre »
« descalza orilla », intemperie, « hormigas indigentes », « clausura de los pechos »,
« peces arrebatados demasiado pronto al agua » y los pájaros « no tienen dónde
colgar su nido ». No es posible ir más allá de los límites purulentos de nuestro
entorno y es allí, donde Laura Giordani encuentra al niño, allí donde en ningún caso,
si el mundo respondiera al orden hipócrito-ético escrito en los textos que rigen sus
sociedades de la opulencia, un niño debería encontrarse. ¿Cómo callar entonces ?
¿cómo « arrancarse lo visto » ?
Creo que si Laura « llega » hasta ese niño, si no se queda en una simple visión
exterior y apiadada, si su viaje hacia ese otro que es el niño cobra consistencia y
acarrea con el lector pese a la conciencia de la que hablamos al comienzo, es porque
el libro está escrito por alguien que ha guardado las rodillas lastimadas de la
infancia. En estos poemas hay una mujer que se mira en su propia infancia y desde
ella constata la « cerrazón del mundo » donde hay otro niño que la mira, que nos
mira. En los últimos poemas de la parte intitulada « donde el mundo tiembla y se
desploma » tenemos la impresión de que ese niño central, omnipresente, se
desvanece un instante para dar paso a una reflexión de la poeta sobre su pasado.
Los recuerdos vienen « amarilleando/ bajo el cráneo ». Hay aquí un tropiezo, una
sacudida que nos devuelve a esa « lastimadura en las rodillas » y, de repente, el ‘tú’
que hasta ahora era el otro, se convierte en el ‘tú’ mismo de la poeta. Ella también ha
dejado atrás « el humo y el árbol » porque « de sien a sien estallaron / los pétalos en
la diáspora / del perfume, de la infancia », ha perdido lo que ahora sólo es nostalgia
o, mejor dicho, « dulce podredumbre en la espalda… pútrida dulcedumbre de las
palabras que no mueren del todo ». Ahora sabemos en qué orillas habita la poeta,
desde dónde escribe « tendida para perecer », un mundo irrecuperable donde las
manos siguen « golpeando las puertas de esa / inexistente / insuturable patria », la
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patria donde fue su infancia, donde se rompió su infancia, la misma patria que
excluye a miles de criaturas abandonadas a la mayor de las miserias, la misma patria
que fue capaz de traficar con los niños de sus víctimas.
Esta ‘fêlure’, esta grieta que presiento en Laura Giordani me parece fundamental
para entender «Materia Oscura ». Hay un terreno común para ambos ‘tú’, ambos
poseen ojos donde « se estampó el espanto ». Y pueden mirarse y la una puede decir
al otro o, como diría Chantal Maillard, hace de su « propio dolor la posibilidad del
dolor de los demás ».
No por nada el conjunto se cierra con la parte « junto al pájaro derribado » en busca
de algo que pudiera servir de alivio, de bálsamo a través de « karuna » (esa ‘acción
que se emprende para disminuir el sufrimiento ajeno » como lo explica la poeta):
¿Será « la palabra abriendo sus costados / para abrigarte » ?, Laura Giordani, quien,
estoy seguro, no ha encontrado más alivio al escribir este libro, conoce muy bien la
respuesta y por ello conservará acaso hasta los últimos poemas la forma infinitiva
para interrogar(se/nos) frente a los « pedacitos rotos / del mundo ». No hay respuesta
sólo una trayectoria posible hacia la compasión (movimiento que se ejerce a lo largo
del libro) que confiesa, de algún modo, la impotencia de las palabras y nos devuelve
a nuestra condición primera, la de ser, antes y después del poema, un cuerpo
inmerso en este mundo y por ello aspirar a « sólo querer ser árbol para abrazarte ».