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JUAN GANTEAUME

La Jornada
de Caracas 1567-1568
Cronología e historia crítica

CARACAS, 2006
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Referirse a la Historia en singular y con mayúscula implica creer en el carácter


absoluto de un único discurso. La historia no es una sola, es más bien un tejido
profuso de múltiples historias, diversas miradas acerca del mundo y la cultura que
constituyen el patrimonio más rico de la humanidad: sus memorias, en plural y
sin mayúsculas.

La C o l e c c i ó nhistorias invita a leer la diversidad, la compleja polifonía de lugares,


tiempos y experiencias que nos conforman, a partir de textos clásicos, contemporáneos
e inéditos, de autores venezolanos y extranjeros.

Las historias universal, latinoamericana, venezolana, regional y local se


enlazan en esta Colección construyendo un panorama dinámico y alternativo que
nos presenta las variadas maneras de entendernos en conjunto. Invitamos a todos
los lectores a buscar en estas páginas tanto la rigurosidad crítica de textos especia-
lizados como la transparencia de voces vívidas y cálidas
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©Fundación Editorial el perro y la rana, 2006


© Juan Ganteaume
Av. Panteón. Foro Libertador.
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Caracas –Venezuela, 1010.
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Hecho el Depósito de Ley


Depósito legal lf40220069003242
ISBN 980-396-278-7

Diseño de la colección:
David Herrera

Ilustración de la portada:
Erasmo Sánchez
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A los caraqueños de ayer,


que amaron a Caracas mucho antes que esta naciera.
A los caraqueños de hoy,
que no dejan de amarla, desde su primer día...
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La Jornada de Caracas

Nota Introductoria

Numerosos historiadores han dedicado tiempo en el empeño de fijar la fecha


exacta de la fundación de Caracas, pero con poco éxito, en definitiva.

Juan Ganteaume en este estudio establece una tesis muy convincente: que la
fundación fue en marzo de 1568, pues lo que hubo antes (1567) fue el poblamiento
(o el repoblamiento) de la San Francisco de Fajardo.

Datos muy precisos y atinentes aporta este autor para sostener su tesis. Con
mucha ilustración y apego a la verdad histórica, arriba a esta conclusión.

Escrito en lenguaje sencillo, de fácil lectura, y ameno, nos proporciona una obra
importante que seguramente será objeto de comentario por historiadores e intere-
sados.

Pedro M. Arcaya U.

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La Jornada de Caracas

En el valle de Cáncer (preludio a la Jornada)

En la exposición que sigue, intentaremos mostrar las causas que, a nuestro


juicio, llevaron a la fundación de Santiago de León de Caracas en 1568 —y no
antes— y por qué se percibe erróneamente que esta fundación fue hecha en
1567.

La parte inicial de este trabajo estará dedicada a probar la fecha real de la


fundación de Santiago de León, a inicios de marzo de 1568. La segunda parte
adelantará una hipótesis de los hechos sucedidos en 1567, a falta de una funda-
ción formal como objetivo ese año.

La división que hemos decidido para la obra obedece a razones de método, y


nos ha parecido una manera adecuada de presentar el panorama completo de esta
discusión sobre la Jornada de Caracas, de la forma más lógica y coherente posible,
para el examen crítico que algunos, sin duda, harán sobre lo aquí expuesto.

Es pues —por necesidad— un trabajo de análisis de cuyo rigor metodológico


no podemos escapar, soportado por citas, notas y referencias que el lector lego
puede obviar tranquilamente sin temor a perder el núcleo de la argumentación.
Si tiene la paciencia y el tiempo para leerlas, encontrará, sin embargo, intere-
santes datos sobre Caracas y la época que aquí se trata. Muchos términos son de
la época y algunos han caído en desuso. Rogamos disculpas si no los explicamos
todos en aras de preservar la trama de la argumentación.

Este trabajo no discutirá temas superados, como si Losada entró a la provincia


de Caracas antes (o después) del año 1567, pues esta fecha de ingreso no la
ponemos en duda. Tampoco hará materia de análisis el hecho obvio de que en
algún momento de 1567 —quizás a partir de octubre— se formó en el valle de
Caracas un “real”, un “perímetro fortificado” o “campamento”, que perduró con
ese estatus mientras el asentamiento no tuvo seguridad, nombre, ni categoría de
ciudad castellana, hasta su fundación como tal, al año siguiente. Tan sólo tratará
la fecha de la fundación de Santiago de León, sus causas y las particulares circuns-
tancias que impusieron realizarla, a nuestro juicio, en 1568.

El análisis intenta aislarse de hipótesis tales como que si fue San Francisco de
Caracas en 1560 la verdadera fundación y la sucesora una “reedificación”, mante-
niendo el énfasis en la búsqueda de la real fecha de fundación de Santiago de
León, que es el objetivo del presente trabajo. Mas como el desarrollo del argu-
mento crítico lo impone por fuerza, dejaremos planteadas sin embargo, un par
de preguntas al respecto y algunas consideraciones para dicha vieja hipótesis.
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Sea este pues, nuestro aporte, a un muy interesante debate que a ratos duerme
como tizón apagado, pero que levanta llamas de pasión si se lo remueve.
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El año
de la fundación

PRIMERA PARTE
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La Jornada de Caracas

EL PROBLEMA CONCRETO DE LA FECHA DE LA FUNDACIÓN


ESTADO INCIERTO DE LA CUESTIÓN

Dos tesis sobreviven en la discusión sobre la fecha de fundación de Caracas


por Losada, ambas con variantes, pero que en líneas generales podemos resu-
mirlas así:

1. La tesis “tradicional”, afirma que Santiago de León fue fundada en 1567.


Esta es la hipótesis aceptada actualmente, o por lo menos, la que se aplicó
oficialmente para la celebración del Cuatricentenario de Caracas en 1967.

2. Otra línea argumental disidente que podemos llamar de “fundación


tardía” intenta probar —sin mucho avance por lo que se ve— que la ciudad
se fundó en 1568. Las demás posibilidades como una fundación por Losada
en 1566, o antes, parecen haber sido suficientemente rebatidas(1).

La tesis tradicional, o principal, tiene mucha fuerza. Es muy antigua. Surge


con la célebre y difundida obra del historiador mantuano José de Oviedo y
Baños, publicada en 1723 con el título Historia de la conquista y fundación de
la provincia de Venezuela(2). Eminentes investigadores nacionales o foráneos
como Nectario María, Jerónimo Martínez Mendoza, Enrique B. Núñez o
Demetrio Ramos Pérez entre otros, la han adoptado y defendido (3). Sus
esfuerzos probatorios a primera vista muestran tanta contundencia que el
tema pareciera zanjado, al menos para el año(4).

Los defensores de la tesis revisionista —así la llama Demetrio Ramos—(5)


a favor de una fundación en 1568 (los que en definitiva razonan esta posibi-
lidad de forma más elaborada que, no por ello, necesariamente más clara) son
Julio Febres Cordero y María T. Bermejo de Capdevila(6).

La falla fundamental de la argumentación de estos dos últimos autores


podemos resumirla en la necesidad de tener que apelar —ambos— a incó-
modas fundaciones de ciudades en el valle de San Francisco —o Caracas—,
o poblados castellanos previos a Santiago de León, hechos por el mismo
Losada en su Jornada de Caracas de 1567 —poblaciones hasta ahora no
probadas y, por tanto, especulativas—, para explicar o sustentar sus
alegatos(7). Para asumir una fundación en 1568 estos autores revisionistas no
logran dar con una cronología creíble que medianamente justifique por qué
hacerla “tan tarde”.

Para los defensores de la tesis “tradicional” de una fundación en 1567:


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Lo evidente es la dificultad que existe para admitir la fundación en 1568, puesto que la
carta del gobernador Ponce de León de diciembre de 1567 ya da parte al rey, como
sabemos, de estar pobladas las dos ciudades —la del valle y la de la costa—(8).

Sin embargo, objetivamente, no pueden obviarse las pruebas que Febres y


Bermejo presentan para mostrar las contradicciones que surgirían de una fundación
por Losada en 1567. Estas obligan a alguna explicación.

El núcleo de la polémica, como se ve, es el lapso de tiempo que media entre la


llegada de Losada al valle de San Francisco y la fundación de Santiago de León. Una
cronología de hechos probados, más allá de toda duda, deduciendo de ellos conclu-
siones correctas, debería aportar una explicación coherente, al menos en el año, en
tanto que la historia y nuevas investigaciones proveen mejores soluciones.

Pero vayamos por partes: un punto inexcusable a tomar en cuenta en toda esta
discusión es el significado que los documentos, testimonios y declaraciones del
período dan al término ‘poblar’ y a derivados críticos como ‘pobló’. Pues depen-
diendo de las circunstancias, contexto, cargo o cultura aparente del declarante, los
actores o autores difieren en distinguir o no en el término ‘fundar’ como su sinó-
nimo.

Actualmente, se ha perdido esa ambigüedad. Hoy día ante un hecho como el


que nos ocupa, no se habla de ‘poblar’, sino de ‘fundar’. Pero en el siglo XVI, en
Indias, ‘poblar’ tenía un sentido laxo que llevaba implícito un significado dual en la
validez de su uso para la época. Uno de esos significados se refería al hecho físico de
asentar gente en un lugar, y el otro, una fundación oficial castellana en toda regla,
con creación de cabildo, reparto de solares y encomiendas. En muy pocas situa-
ciones —casi todas judiciales o burocráticas—, había que llegar al punto de precisar,
estrictamente, que se está hablando —en esa declaración— del momento en que se
realiza el ‘acto jurídico’ de fundar, con lo que entonces se acudía por imposición del
interrogatorio judicial o las circunstancias personales, a este término específico. El
uso vocal generalizado y suficiente era ‘poblar’ y ‘fundar’ el restringido.

Otro término clave a considerar es ‘vecino’. Aquí no hay imprecisión. Cuando


se habla en una declaración, testimonio o documento oficial de vecindad se
entiende que hay habitantes de un cierto lugar poblado cuyos derechos, privilegios
o deberes cívicos son asumidos jurídicamente por una entidad legal que representa
la ciudad, pueblo o villa de cristianos y que es susceptible de actos jurídicos o legales
sobre ella o generados por ella a través de su ‘república’, quien la representa; esto
es, una ciudad formal castellana, con justicia (alcaldes, procurador, alguacil y escri-
bano) y Regimiento (electores denominados regidores que eligen al resto del
cuerpo edilicio). No sólo eso, sino que normalmente este vecino tiene un solar
propio adjudicado por esta justicia y regimiento en dicha ciudad, en el cual morará
usualmente. Si este vecino es de los primeros pobladores (que en sí constituía un
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La Jornada de Caracas

grupo con derechos y privilegios como vecinos más antiguos) tendrá además tierras
de labranza y encomienda repartidas en la fundación inicial(9).

Dicho esto, vemos que tanto N. María, como J. Martínez Mendoza y hasta el
mismo D. Ramos Pérez basan sus pruebas de la fundación de Santiago de León en
1567 en el término poblar (optando únicamente por uno de sus sentidos: ‘fundar’)
apelando a la conocida Carta al rey que escribe el gobernador Ponce de León desde
Coro en diciembre de 1567, en la cual afirmaba hablando de Losada: “…que con
la gente que llevó tiene poblados los dos pueblos que los indios primero habían
despoblado…”(10).

Pero con base a las consideraciones arriba expresadas, ‘poblar’, como prueba
fundacional, no es, como se observa, del todo conclusiva.

Como un hecho cumplido, transcurrido el tiempo, años después, podían


perfectamente aseverar los testigos refiriéndose a un determinado establecimiento
de españoles que un capitán había ‘poblado’ o ‘pobló’, pues al cabo, se habría
llenado hasta el extremo lógico de la fundación, que es la característica esencial del
poblamiento ‘por mandato’(11).

Mas no hay duda, que previo a poblar —como acto jurídico de fundar— está
el hecho físico de asentar gente en el sitio, que es determinante y es el que técni-
camente satisface el concepto.

Sin negar la validez de la argumentación de Ramos P., que aborda el asunto


desde el plano jurídico de las leyes de Indias, un lugar poblado, antes como ahora,
sigue siendo un sitio donde hay gente viviendo, detalles aparte. Un área geográ-
fica, bajo esta elemental lógica, presenta por así decirlo un estado dual o binario:
está ‘poblada’ o ‘despoblada’, independientemente de que haya en ella unas chozas
o una metrópoli. La condición suficiente para decidir uno u otro estado no es la
legalidad de la comunidad, solidez de su techo o número de gente que la habita,
sino su presencia.

Lo que queremos decir, es que si vamos a discutir un momento tan puntual


como es la fecha de fundación de Santiago de León, debemos precisar el caso hasta
ese nivel.

A nuestro juicio pues, volviendo a la Carta al rey, esta afirmación de Ponce


de León como prueba estricta de fundación de Caracas, tomada en el sentido
que quieren darle algunos, no es alegable, como probaremos adelante.

Por de pronto, puede imaginarse el caso hipotético de un momento de 1567


en el que aún no se haya fundado en Caracas, pero en el que —de hecho— estén
asentados desde hace meses, haciendo vida común, la gente de servicio y los
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JUAN GANTEAUME

soldados, futuros vecinos, estos últimos, de la ciudad a bautizar. Han comenzado


estos conquistadores a nivelar el terreno; han acudido al sitio (gracias a la pacifica-
ción que se está dando) algunas mujeres de aquellos soldados que desean “perma-
necer en la tierra” y ya el “escribano de la armada”, Alonso Ortiz, ha completado la
lista, el ‘padrón’ del número de pobladores que han elegido avecindarse de entre los
soldados que hacen la Jornada en Caracas. En algún momento de 1567 tienen estos
levantada hasta una improvisada ermita a San Sebastián, donde se ofician concu-
rridas misas los días de culto. El gobernador —en la ciudad de Coro, pongamos por
caso— a fines de año tiene noticias alentadoras por la “relación de lo acontecido”,
que le acaba de enviar su capitán poblador de que, en general, sólo se espera acabar
con cierto rebelde Guaicaipuro para terminar de allanar la provincia y fundar. ¿Cómo
informa de todo ello el gobernador a su rey, a mediados de diciembre de 1567?

Según como lo vemos, lo hará de oficio. No escribirá una pieza maestra de irre-
batible formulación jurídica, de cuya correcta semántica dependa su vida frente a un
tribunal de la Inquisición, que es aparentemente el significado que a esta Carta al
rey ha querido asignarle una lógica probatoria algo cómoda. El gobernador afirmará,
simplemente, que sus españoles están poblados, sin caer en falsedad ni malicia y por
sobre todo haciendo uso de uno o de otro —o de ambos simultáneamente—de los
significados que usualmente se le daban al término en esa época como veremos, pues
ciertamente, si al punto vamos, hace meses que estos conquistadores ya no están de
paso en esa tierra de Caracas y se espera —si los indios lo permiten—su permanencia
definitiva, en lo que se logre pacificar al “régulo cabecilla” y reconocer la tierra, para
el ansiado reparto de las encomiendas.

‘Poblados’ es el término lógico que escoge el funcionario real para el caso, pues
los nuevos colonos no están pre-poblados, pseudos-poblados, semi-poblados ni
cuasi-poblados, términos que no se aplicaban, así como tampoco ‘repoblados’, como
bien lo hace notar para este término Ramos Pérez(12). A esas alturas, resulta adjetivo,
para el común de estos potenciales pobladores de Caracas, que se hayan cumplido
—o no todavía— los términos jurídicos legales de la fundación formal castellana, o
qué tan pronto se haga, pues es evidente que ellos están haciendo lo necesario para
asegurar su permanencia en el sitio en vecindad, siendo como es el acto protocolar
final u oficial de la fundación, materia discrecional del capitán poblador.

No habrá necesidad, entonces, para este gobernador, informando oficialmente


sobre lo hecho para ese momento, de llegar a extremos —aunque pudiera— de tener
que escribir en su informe al rey, a fines de 1567 algo como:

están poblados, pero no sé el nombre de la población porque aún no se ha poblado [por


fundado] el pueblo que Su Majestad por su real cédula encargó reedificar, ni hay cabildo,
ni sitio señalado para la iglesia, ni se han repartido formalmente solares, encomiendas,
ni tierras y apenas se comienza todo a hacer.

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Pues para estos detalles, precisamente, es que la susodicha carta lleva anexa una
‘relación’ pormenorizada del estado actual de la Jornada(13). Para efectos burocrá-
ticos, y hasta de mérito personal para el que escribe, lo importante es que los pobla-
dores están ya asentados en los sitios que pide la real cédula, dentro de la provincia
a conquistar, y que se ha cumplido la orden real(14).

El concepto que maneja D. Ramos Pérez sobre lo que es una fundación de


ciudad castellana en Indias —es también el nuestro— lo define claramente en su
obra:

una fundación es un acto jurídico que se realiza en un momento concreto: aquel en el


que con la solemnidad del caso, se declara por el capitán poblador, ante el consenti-
miento que con su presencia le otorgan los que le acompañan, seguido de la designa-
ción de regimiento(15).

El punto crítico es, evidentemente, que los testigos, que sobre el tema declaran
o informan de Santiago de León, no distinguen —a posteriori— poblar de fundar,
menos aún para una ciudad que, a diferencia de su antecesora (San Francisco de
Caracas), efectivamente sobrevivió y perduró, fue pacificada, poblada, fundada,
reedificada, la tierra allanada y repartidos los indios, todo en o dentro del mismo
proceso ‘poblador’, siguiendo la secuencia ordinaria para tales casos, que ellos
llamaban la Jornada(16).

Santiago de León en menos de una década (1576) llegará a ser “cabeza de la


provincia” con lo que ello implicaba para mérito de los vecinos que participaron
en su creación. Cuando estos conquistadores declaren años después como testigos
que Santiago de León ‘se pobló’ estarán dando por sobreentendido que se tuvo
éxito en todos los pasos mencionados de esta secuencia enunciada arriba. Con
merecido orgullo de vecinos —de una ciudad que ahora es sede del gobierno— lo
alegarán como servicio a la Corona. Ellos allanaron, conquistaron y poblaron Santiago
de León.

Para resolver la polémica no ayuda pues exhibir como prueba —conveniente-


mente— uno de los términos cuando se está hablando del otro. Sin embargo, los
autores que analizan el caso en cuestión, por más que muestran estar conscientes de
este peligro caen precisamente, en esa ambigüedad, sin estimar para nada hipótesis
como la que acabamos de formular que bien pudiera ser con tanta o mayor validez la
real situación del asentamiento de Losada en Caracas para el momento de la Carta al
Rey, en diciembre de 1567(17).

Como se advierte, es claro que debe separarse el proceso de poblamiento del


momento de la fundación, sin confusión en los conceptos. Pues lo que a nuestro juicio
lleva a errores sobre data de fundación es que poblar según el caso puede ser un lapso
de tiempo —a veces de meses—, o un hecho físico, asentar gente, mientras que fundar
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JUAN GANTEAUME

es siempre un instante. Fundar y poblar no son siempre sinónimos, así como no


siempre lo son Caracas y Santiago de León. Dicho gráficamente: No hay ejemplo regis-
trado de un acto de fundación que dure un mes —ni cuerpo que lo resista, agregarí-
amos—.

Si lo que se busca es la fecha de fundación, este detalle es fundamental.

Precisemos entonces algunos términos: ¿Qué es una ciudad castellana formal-


mente fundada en sitio? Una ciudad castellana de la época en Indias fundada formal-
mente tiene usualmente unas particulares características, y una forma de hacerse legal-
mente: En el día de la fundación, si se hace de la forma ordinaria (aunque para todo
hay excepciones), se hacen unos autos o protocolos de fundación, entre ellos una
modernamente denominada Acta de fundación. Otro muy importante era el Protocolo
de erección del Cabildo, de igual fecha, evidentemente, que será el que valida y crea jurí-
dicamente la voz y autoridades de la ciudad, representada ahora en sí legalmente en
ese primer Cabildo Fundacional. Luego o —según el caso— simultáneamente se hace
una lista o Protocolo de registro general de encomiendas, si es que se conocen ya los caci-
ques, tribus y parcialidades a encomendar —que si no, puede retrasarse o, caso
contrario, adelantarse— y quizás (no siempre) se hacía también una Data o registro
general de vecinos, donde constaba para efectos legales futuros quienes poblaron la
ciudad, vecinos oficiales que adquieren la condición privilegiada de primeros pobla-
dores, a los que se les va a otorgar, en ese momento de creación formal de la nueva
ciudad, su solar legal de habitación en la ciudad, sus tierras legítimas de cultivo —más
adelante—, para su manutención y cualquier otra merced que la nueva ciudad en
cabeza de su nuevo Cabildo, apruebe otorgarles.

Muchas veces, algunos de estos protocolos se juntaban si procedía en un mismo


documento o se reunían todos en un mismo legajo,o se usaba la lista oficial de los
vecinos encomenderos, como aval de vecindad de la nueva ciudad, y se obviaba
la data vecinal y el documento o legajo resultante era ordinariamente conocido
como el Registro general o Regimiento general fundacional, y quedaba normal-
mente a resguardo del Cabildo, como ente oficial representativo de la nueva
ciudad. Eran, obviamente, documentos importantes que servían en juicios y
pleitos para probar vecindad fundacional y alegar privilegios, en consecuencia.

Luego de creados estos documentos, se hacían quizás una (1) o dos (2) copias
(avaladas de escribano, capitán poblador y regimiento de las nuevas autoridades
de la ciudad) del Acta de fundación para enviársela al gobernador —como cons-
tancia—, copias que se enviaron en nuestro caso al gobernador del momento,
Ponce de León, y tal vez también al rey o la audiencia respectiva, aunque lo
fundamental era enviársela el gobernador, como representante del rey, quien se
encargaría de avalar con su testimonio lo actuado por sus conquistadores. Estos
son pues, uno por uno, los Autos de fundación ordinarios de una ciudad formal
castellana en Indias. Si todos estos protocolos se firman u oficializan el día de
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la fundación, tendrán evidentemente igual fecha y tanta validez diplomática como


la legendaria (y tan buscada con ansia de Santo Grial) Acta de fundación de Caracas
que algunos apresuradamente exigen como prueba única o absoluta para fijar “cien-
tíficamente” la fecha de fundación de la ciudad, ante los intentos de proponer alguna.
No es pues el acta de fundación, como se cree usualmente, el único documento, si
alguno de estos Autos se hallara, que pudiera registrar esta importante fecha.

Definida de esta forma la fundación formal, los autos de fundación y la ciudad


formal castellana en Indias pasemos pues a la argumentación.

Nuestra intención primera es mostrar el año en que se fundó Santiago de León


y luego probar la data precisa, si ello es posible, para luego pasar a una cronología
histórica, de lo que a nuestro entender, fue realmente la Jornada de Caracas. Con
base en ello es conveniente mostrar las declaraciones y testimonios registrados que se
tienen hasta ahora que refieran a los dos años en debate, esto es, a 1567 y 1568.
Declaraciones excéntricas o alejadas de estas fechas que según la posición que se
adopte, a veces se presentan a debate, como los testimonios de Francisco Infante de
1589, Alonso Ruiz Vallejo en 1608 o la del cabildo en sesión de 1590 las conside-
ramos de una vez erradas o por mal traslado de sus originales o por fallo propio del
declarante en el cálculo(18).

Analicemos, entonces primero, las declaraciones que se refieren a 1567 y veremos


luego cómo cobran su real sentido, al hacer nuestro análisis sobre el testimonio de
Ponce de León como última de las pruebas que presentaremos seguidamente.

María T. Bermejo ofrece un cuadro ilustrativo en su obra —que copiamos y


ampliamos— en la que se recogen muchos de los testimonios que tienen que ver con
la fundación de Santiago de León o su antecesora San Francisco, construido en torno
a las fechas en debate(19). Sintetizando pero sin restarle sentido a ninguno de los testi-
monios, los declarantes, en resumen, dicen para 1567:

A. El cronista de Indias, Juan López de Velasco, hacia 1574 dice, que Losada “...la
pobló” en 1567, por mandato del gobernador.

B. Fray Pedro de Agreda, el 23 de agosto de 1574, hablando de Caraballeda y


Santiago de León dice, que: “…se han poblado de siete años a esta parte…” por mano
de Losada(20).

C. Antonio Rodríguez, declarando en 1603 sobre Losada y la provincia de


Caracas: que “ha treinta y seis años que ha que entró en ella”.

D. Sebastián Díaz de Alfaro, en el mismo interrogatorio y fecha que Rodríguez:


que “…habrá tiempo de treinta y seis años que el capitán Diego de Losada con
cantidad de soldados entró a la conquista y población de esta provincia…”(21).
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E. Fray Pedro de Agreda, hablando de Losada en 1569, dice: “…hasta que


el año de sesenta y siete entró (...) y sin perder tres españoles la entró y pobló
y pacificó y repartió la tierra entre los soldados que con él entraron…”(22).

De estos testimonios, pasados como pruebas de la fundación en 1567, el de


Sebastián Díaz (d) y Antonio Rodríguez (c), ambos conquistadores, primeros
pobladores y cabildantes, no dicen sino lo evidente: que Losada entra en la
provincia en 1567. Fray Pedro de Agreda en su testimonio de 1569 (e) dice lo
mismo, con el agregado de la extensión lógica que se espera para una jornada
terminada con éxito: “...y pobló y pacificó y repartió la tierra”.

Nadie niega que así haya sucedido. Lo que Agreda no dice por ninguna
parte es que Losada lo haya hecho todo en 1567, más aún, constando que existe
el documento en el que se registra el inicio de reparto de encomiendas en 4 de
marzo de 1568(23).

El testimonio de López de Velasco (a), por más que autores haya que
quieran presentarlo como prueba, para nosotros no es más que el resultado de
haber él también leído —en España— la Carta al rey enviada por Ponce de
León. Porque si además de la Carta leyó la Relación de lo Acontecido que
Ponce envió al rey y que se haya perdida actualmente, en la que —como supo-
nemos— se detallaría el estado del poblamiento y pacificación para ese
momento, ello no haría sino confirmarle lo que primero habría leído como una
noticia resumida en la Carta, esto es, que Losada tenía ya poblado y esperando
respuesta afirmativa de su gobernador para fundar Santiago de León. Con
informarse López de Velasco posteriormente si la ciudad perduraba hacia 1571,
cuando recababa datos para su obra, no tendría sino que afirmar, como lo hace
en su crónica, que Losada “pobló”, englobando en ese término todo el proceso,
como hemos explicado.

Fray Pedro de Agreda (b), al afirmar que “se han poblado de siete años a
esta parte” no elimina la duda de, si está refiriéndose al proceso de poblamiento
ya comentado o a la fundación, ni siquiera para el año de la fundación, por lo
explicado. Del testimonio del Ponce de León en 1567 y lo que quiso decir
cuando escribió su Carta haremos un análisis particular, adelante.

Reiteramos: de ninguna manera, se niega la posibilidad de que en sus testi-


monios tanto Ponce de León como Agreda, testigos de excepción por sus
cargos, pudieran estar incluyendo la fundación dentro de lo que quieren signi-
ficar como ‘tener poblado’, pero posibilidad no es certeza, y menos prueba.

El punto, es que seguimos en la incertidumbre o lo que es igual, sin prueba


concluyente. A menos que se localice una declaración de testigo fidedigno que
afirme sin posibilidad de duda que Santiago de León, digamos, “se pobló el día
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La Jornada de Caracas

del señor Santiago del dicho año de sesenta e siete, y esto es público y
notorio...”, siempre será posible argumentar, en estricto sentido, sobre qué
significado se le está dando al término ‘poblar’ en estos testimonios arriba
mostrados, esto es, si incluyen un lapso de tiempo o hablan de una ocupación
física o de un instante protocolar.

Pero pensamos, que esa declaración perfecta —si se supiera donde buscarla—
no se hallará jamás sencillamente porque no puede existir. Santiago de León se
funda en 1568.

Presentaremos, a consideración las siguientes pruebas.

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JUAN GANTEAUME

PRUEBA A: Capitularidad pro tempore

Antes de reproducir los testimonios con que se cuenta sobre la fundación de


Santiago de León en 1568, por demás bien conocidos —que al final ayudarán en
la fijación de la data—, queremos analizar, previamente, uno de los hechos
probados que ofrecimos dar al inicio y sacar de él las conclusiones correctas, como
prometimos.

La primera que ofrecemos no es una prueba documental o testimonial, sino


conceptual. Es tan simple y evidente, que no estamos seguros de que no haya sido
planteada antes. Tiene que ver con el cabildo fundacional: se conoce la composi-
ción del primer cabildo que tuvo Santiago de León tanto por la historia de Oviedo
y Baños, como por un importante traslado de un documento coetáneo a la funda-
ción, avalado de escribano, en una información para optar por una encomienda.

Oviedo en su obra maestra, en 1723, refiriéndose a Losada en el momento de


la fundación dice:

nombró por regidores a Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández


de Antequera y Sancho del Villar, que juntos en cabildo, eligieron por primeros alcaldes
a Gonzalo de Osorio, sobrino de Losada y a Francisco Infante(24).

El traslado a su vez dice:

En ocho días del mes de abril de mil y quinientos y sesenta y ocho años siendo juntos
en cabildo los muy magníficos señores Justicia y Regimiento como lo han de uso y
costumbre conviene a saber los muy magníficos señores Diego de Losada, justicia
mayor de estas provincias de Caracas, y Gonzalo de Osorio y Francisco Infante, alcaldes
ordinarios de la dicha ciudad (...) y los señores Lope de Benavides y Bartolomé de
Almao y Martín Fernández, regidores, dijeron(25).

Es claro que tanto en el documento de encomienda, fuente primaria, como en


la historia de Oviedo, no hay disparidad en cuanto a quiénes fueron tres (3) de los
regidores y los dos (2) primeros alcaldes de Santiago de León.

Este es uno de los hechos probados —sin duda posible— de que hablamos.
Consta documentalmente. La única diferencia, en ambas versiones, es el año en
que se registra o se dice que fueron alcaldes. Oviedo y Baños, un historiador
barroco del siglo XVIII afirma que fueron alcaldes en 1567. Un documento
original fidedigno, coetáneo a los hechos, nos está probando que lo fueron en 1568.
Dos años seguidos, con los mismos alcaldes y regidores. Eso, jurídicamente, ya es
extraordinariamente anómalo. Pues los alcaldes, los regidores, el alguacil, escribano
y procurador, en todas las Indias de tiempo inmemorial se elegían para un solo año.
Como solía decirse, sus cargos eran “cadañeros”. El primer día del año siguiente a
24
todo con tooo 20/10/06 17:54 Página 25

La Jornada de Caracas

su actuación, regimiento y justicia debía ser sustituido —sin excusa— para que
el cabildo fuera legítimo. Aquí, pues, está pasando algo verdaderamente curioso.
Veamos.

Si se le da crédito a Oviedo y se considera entonces que dichos alcaldes —Gonzalo


de Osorio y Francisco Infante, documentalmente alcaldes de 1568— eran en
realidad alcaldes en 1567, por lógica y ley, en 1568, los alcaldes han debido ser
otros (26). Santiago de León como ciudad castellana no era la excepción de Indias,
ni tenía por que serla. De hecho, si se revisan los poderes dados a los dos capi-
tanes pobladores que se nombraron previamente para esta Jornada de Caracas
(pero que por circunstancias vino a quedar la designación en Losada), poderes
que, aunque aún hoy no se localizan para Losada, se reiteran casi sin cambio en
ambas designaciones anteriores, se expresa taxativamente esta norma general, sin
innovar ni alterarla, siguiendo las leyes de Indias.

En las instrucciones y poderes a Gutierre de la Peña, se lee:

y en los pueblos que poblare nombre regidores y alcaldes y alguaciles y otros oficios
los cuales de allí adelante el día de año nuevo de cada un año en la elección que hicieren
guardarán lo que su Majestad manda(27).

Y en las dadas a Maldonado:

y nombrará en cada pueblo que poblare alcaldes y regidores, alguaciles y escribanos y


otros oficiales hasta el día de Año Nuevo que viniere y en aquel día los alcaldes y regi-
dores que fueren nombren alcaldes y regidores para el año que entrare porque esta es
la orden que su Majestad manda que se tenga cada un año en dicha elección(28).

Esta es pues la orden que tenía Losada, al momento de fundar. No podía ni


tenía necesidad de innovar o desobedecerla, so pena de nulidad del acto y enjui-
ciamiento bajo la ley que regía para esa materia.

La otra posibilidad que pudiera plantearse, para tan singular caso, es que
Infante y Osorio fueron, efectivamente, los alcaldes del cabildo en 1568 y que
desde, digamos, de julio a diciembre de 1567 hubiere regido un hipotético
“cabildo primordial”, o cabildo de guerra, no documentado. ¿Existió pues un
cabildo fundacional formal con alcaldes y regidores supralegales en 1567 rigiendo
para una ciudad de nombre formal Santiago de León? Reproducimos —para
descartar de plano esta hipótesis— tres declaraciones juradas fidedignas tomadas
a testigos de vista suficientemente conocidos y absolutamente dignos de todo
crédito:

1. A la tercera pregunta del interrogatorio, preguntado si Francisco Infante fue


el primer alcalde que tuvo la ciudad, Juan Fernández Trujillo, de los más antiguos
25
todo con tooo 20/10/06 17:54 Página 26

JUAN GANTEAUME

conquistadores de Caracas, pues había entrado la primera vez con Fajardo en


1558, dijo:

que el dicho Francisco Infante fue de los primeros pobladores e pacificadores desta
provincia de Caracas y ciudad de Santiago de León y Nuestra Señora de Caraballeda y
sabe este testigo que en esta población e pacificación sirvió a Su Majestad como su leal
vasallo con sus armas e caballo, a su costa e mención gastando en ella su hacienda, por lo
cual y por ser persona de calidad, en compañía de Gonzalo de Osorio, sobrino del general
Diego de Losada, fue alcalde ordinario el primer año que se eligieron por el cabildo y
justicia e regimiento desta dicha ciudad y esto lo sabe y vido este testigo como persona
que ayudó a poblar esta tierra y entró con el dicho general y con el dicho Francisco Infante
e demás pobladores, y esto responde(29).

2. Preguntado si Francisco Infante fue el primer alcalde que tuvo la ciudad, Garcí
González de Silva, ya anciano, de alrededor de 80 años, respondió:

que este testigo ha cincuenta y cuatro años que entró con gente y soldados en esta
provincia de Caracas, de socorro, (...) y en ella halló al dicho Francisco Infante y lo vido
ser uno de los más importantes vecinos y pobladores desta ciudad y desde este dicho
tiempo en adelante hasta que murió se halló con este testigo todas las más ocasiones que
se ofrecieron hacer para conquistar e pacificar los indios desta provincia (...) y que en
cuanto haber sido el primer alcalde que hubo en esta ciudad, este testigo ha visto los autos
que se hicieron para poblar esta ciudad y en ellos ha visto y vido que fue electo el dicho
Francisco Infante y Gonzalo Osorio los primeros alcaldes desta ciudad(30).

Garcí González de Silva entra a Caracas en 1569. Conoció bien a Francisco


Infante. Era además de entrañable y fiel amigo, su concuñado desde 1575, año en
que ambos casan con dos de las célebres hermanas Rojas (creadoras de la élite de
Caracas), en Margarita, en la misma iglesia y el mismo día(31).

3. Y aquí viene la fecha —testimoniada por escribano en juicio jurado— de ese


Cabildo Fundacional que hablan los anteriores:

En el mismo interrogatorio, ante la misma pregunta, declaró Alonso García


Pineda, además de escribano “público y de cabildo” que fue muchas veces, escri-
bano también “de gobernación” durante el período de Diego de Osorio y en tal
calidad pasaron por su mano todos los documentos oficiales y títulos de tierras y
encomiendas que hasta entonces se habían protocolizado, que Osorio hizo revisar
y poner en orden, tanto públicos como privados(32). Declaró bajo juramento
García Pineda que Francisco Infante:

vino a la conquista y pacificación desta provincia de Caracas con el general Diego de


Losada que la pobló, lo cual sabe por haberlo oído así a muchos conquistadores, (...) y
por papeles que ha visto que [sic por de] el Registro General que se hizo cuando se
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La Jornada de Caracas

repartió esta provincia, y una vara de alcalde suya. Y también ha visto libros del cabildo
de aquel tiempo y por uno del año de sesenta y ocho constó haber sido los primeros
alcaldes Gonzalo de Osorio y el dicho Francisco Infante, que fue el año que se pobló
esta dicha ciudad y esto es muy público y notorio(33).

Ambos declarantes, González de Silva y García Pineda, es evidente, vieron “por


vista de ojos” los autos escritos que se hicieron para la erección jurídica de la ciudad,
uno de los cuales autos es el así llamado “Registro general” que arriba mencio-
namos, documento fundamental que se levantó o firmó en el acto de fundación,
en el que se oficializa y asienta tanto el nombre de la nueva ciudad castellana, la
fecha en que se realizó y la composición de su primera República, todo ello proto-
colizando la lista de los primeros vecinos y repartos de encomiendas, y a cuáles
vecinos se otorgaron.

Estos autos oficiales son pues, sin duda, —incluyendo el llamado Registro
General— los de la fundación de Santiago de León de Caracas(34).

García Pineda añade, para más fuerza a su testimonio, que estaban o existían,
copiados o reposando originales esos autos (al menos para la parte de la erección
de la primera Justicia y Regimiento, si es que no el protocolo completo) en un
Libro del Cabildo que manifiesta haber visto, que debe por fuerza ser el primero,
pues si se le está preguntando por el primer alcalde que tuvo la ciudad y está contes-
tando bajo juramento —de la manera jurídicamente correcta a los fines de una
prueba legal— que ello consta en el primer Libro de Cabildo, a donde se remite,
como por lógica y ley debió ser y como efectivamente lo alega, y si por añadidura
dice el año en que se comenzó a llenar ese importantísimo Libro Primero de
Cabildo, actualmente perdido, no puede concluirse sino que ese primer Libro
Capitular, que García Pineda declara ser de 1568, refleja el año de la fundación,
1568, que es lo que este escribano titulado está tratando de demostrar, precisa-
mente: “…que fue el año que se pobló esta dicha ciudad y esto es muy público y
notorio”.

Lo fundamental de esta declaración es lo que se deriva de ella, con análisis: si


Infante y Osorio hubieran sido elegidos como primeros alcaldes legítimos en 1567,
han debido, necesariamente, estar asentados como tales alcaldes en un acta oficial
inserta o registrada en un Libro de Cabildo de “Santiago de León” de ese año 67,
como se hacía por ley para oficializar los actos y resoluciones de cabildo, en espe-
cial este, que sería el primero, pues de otro modo no serían legítimamente alcaldes,
según las leyes de Indias que regían para el caso.

Más aún, por fuerza de la lógica, debían estar asentadas también las actas
(signadas de escribano de cabildo y regidores) de las otras sesiones sucesivas que se
habrían hecho el resto de ese año 1567, sesiones periódicas y de asistencia obligada
registradas invariablemente en todos los subsiguientes Libros de Cabildo que han
27
todo con tooo 20/10/06 17:54 Página 28

JUAN GANTEAUME

sobrevivido, desde el más temprano, pues para eso se creaban tales libros, para dejar
constancia oficial de los actos jurídicos del cabildo como representante de la ciudad
ante el rey. No existían, pues, sesiones ni Libros de Cabildo anteriores a 1568. Así,
lo dice García Pineda. Si así hubiese sido —esto es—, si realmente hubiesen exis-
tido actos de cabildo formal para 1567, García Pineda no hubiera dejado de mani-
festarlo como escribano real, estando —como estaba como testigo— bajo jura-
mento judicial.

Por demás, las dos últimas (2 y 3) no son declaraciones de testigos ordinarios.


Sus testimonios tienen un peso propio. Ambos son personajes de la más alta
seriedad, actuación y crédito en la Santiago de León de entonces, que tuvieron en
sus manos y examinaron para prueba en pleitos y probanzas, muchas veces, los más
importantes documentos de la ciudad. Ambos gozaron hasta su muerte de la mayor
estima y favor de todos los gobernadores de la provincia durante sus vidas. Lo que
están queriendo dejar constancia ambos testigos en sus declaraciones, uno de ellos
al mencionar la fecha de 1568, es que vieron los Autos de Fundación para el año
de 1568, que son los registros jurídicos más antiguos de la ciudad, los de la funda-
ción.

Así, Oviedo ofrece pues su año, 1567. La fuente documental el suyo, 1568. La
conclusión correcta sobre tal disyuntiva es por necesidad que uno de los dos años
es errado. No cabe otra. Oviedo es fuente secundaria y aquí tratamos de una fuente
primaria fidedigna, pues García Pineda declara en juicio como testigo que mani-
fiesta haber visto los autos de fundación formal. Ante la prueba documental no
hay duda posible. El año de fundación formal —que es lo que se busca, conside-
raciones al margen— de Santiago de León de Caracas es 1568.

Oviedo en su historia nada dice de la composición del cabildo en 1568. Lo que


someramente afirma de pasada es que el cabildo inicial de 1567 fue “reelecto” al
año siguiente. Cuando se refiere a la actuación de Infante para 1568, describiendo
la comisión que le da Losada para acabar con Guaicaipuro, lo hace en estos
términos: “…encomendó la diligencia a Francisco Infante (que por reelección del
cabildo proseguía en ese año siendo Alcalde)...”(35).

Queda demostrada por la fecha alegada del primer libro de Cabildo de 1568 la
imposibilidad de esa “reelección”, que no es necesaria ni posible si el año de funda-
ción —como se deduce del testimonio de García Pineda— es 1568.

Lo curioso es que Oviedo, habiendo reparado en el detalle, afirme tal cosa. No


puede alegar desconocimiento de la materia, siendo como había sido regidor,
alcalde y bibliotecario del archivo de ese mismo cabildo. El historiador, personal-
mente, en obra previa, había registrado a 1568 como año de la fundación(36). ¿Qué
lo induce a cambiar de opinión? Porque se puede concebir que leyó en su tiempo
la declaración de García Pineda que acabamos de reproducir, siendo que otro
28
todo con tooo 20/10/06 17:54 Página 29

La Jornada de Caracas

testigo previo del mismo interrogatorio y documento, Juan Fernández Trujillo —que
también reproducimos— es el que da la información —registrada en la obra de
Oviedo— de que Gonzalo de Osorio era sobrino de Losada.

El registro de la fecha 1568 en su Tesoro de Noticias como año de fundación


de Santiago de León pudo provenir pues, de estas declaraciones de García Pineda,
que le parecieron convincentes. En definitiva, más que error ante datos ambiguos
o no del todo conclusivos ¿hubo intencionalidad o conveniencia —aunque sin
malicia de su parte— en mover la fundación de Santiago de León a 1567?

Son preguntas interesantes que intentaremos responder adelante.

29
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JUAN GANTEAUME

PRUEBA B: Quo vadis

Esta prueba B nos enfrenta con otra imposibilidad, esta vez física, además de jurí-
dica. Tiene que ver con el don de la ubicuidad, o virtud divina de hallarse un ser o
individuo en dos sitios simultáneamente. No es virtud humana.

Supongamos, obviando la prueba A, que tenemos unos regidores activos


nombrados por el capitán poblador para el primer cabildo de la ciudad de Santiago
de León actuando en legítimas funciones en 1567. Supongamos además que uno de
esos regidores es don Lope de Benavides, como afirma Oviedo y Baños(37). Hemos
visto que un Lope de Benavides consta estar también registrado en el documento de
1568 antes citado(38). Existió pues Benavides como regidor del cabildo de Santiago
de León. Un hecho probado. Pues si así se plantea el caso, es imposible que Benavides
hubiera sido regidor de Caracas en 1567, siendo como era —para la fecha— alcalde
de Borburata.

Paralelamente, un conquistador y poblador de Caracas según Oviedo, Justo


Desque, quien recibe la célebre Encomienda de Caraballeda de 14 de febrero de 1568
era —para 1567— simultáneamente, teniente de gobernador en la misma
Borburata(39).

Así lo testimonia para ambos la carta al rey que en 18 de abril de 1568 escribe el
oficial real contador de la Real Hacienda Diego Ruiz Vallejo desde Nueva Segovia
de Barquisimeto, informando sobre los corsarios que habían estado en Borburata en
1567: “…entre tanto, debaxo de paz, los dichos corsarios prendieron en Borburata
al theniente Justo Desque y al alcalde Benavides”(40).

Lope de Benavides —efectivamente— pertenecía desde años atrás a la élite de


Borburata como vecino antiguo que era. Su actuación en ella, durante esos años
previos está ampliamente documentada. Lo mismo para Desque. Los corsarios que
secuestran a Benavides en Borburata, están documentados, actuando allí para la
segunda quincena de abril de ese año 1567, tiempo en el cual consta que Losada se
hallaba ya pacificando el valle de Caracas(41).

La posibilidad que cargos civiles como alcaldías y regimientos sean ejercidos en


dos ciudades simultáneamente, o que cargos reales como el tenientazgo se aban-
donen —sin renuncia protocolar— para pasar el portador de ellos a otra jurisdic-
ción, como era Caracas, sin consentimiento expreso del gobernador, más aún,
desamparando la ciudad en tiempos de corsarios o piratas, es utópica y no hay situa-
ción imaginable que permita afirmar tal cosa. Quien así hiciere se hacía sujeto de
condena personal, reo por traición al rey.

Un caso patente de la responsabilidad que llevaban anexos estos cargos, pues


eran representativos el uno de la ciudad y el otro del rey, sería el de Alonso Díaz
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La Jornada de Caracas

Moreno, muy conocido por su actuación posterior en Santiago de León, quien


como vecino rico de la élite fundacional de Borburata había escalado para 1567
—según Oviedo— al puesto de teniente de gobernador de la Nueva Valencia del
Rey, cargo que ejercía ese año quizás por nombramiento de Ponce de León. En uso
de tal investidura no pudo por supuesto unirse a la expedición pobladora de
Losada, que descansó en febrero de 1567 en esa ciudad y Mariara, lo que expli-
caría su notoria ausencia en la Jornada(42). Díaz Moreno, sin embargo, ayudó mate-
rialmente tanto (en ganados, bastimentos, pertrechos, dinero y avituallamiento de
soldados) que cuando pasa a Santiago de León, en 1569 con Garcí González de
Silva, recibe más tarde en reconocimiento por su ayuda a la Jornada una enco-
mienda, por más que no había sido “de los primeros pobladores y pacificadores
desta provincia”, como se quejaron luego algunos vecinos conquistadores de ello
en juicios de residencia que investigaban sobre favoritismo en el reparto de enco-
miendas.

Lope de Benavides, según el traslado citado arriba, fue indudablemente regidor


de Santiago de León en 1568, caso que perfectamente es posible si su cargo
nominal de errante alcalde de Borburata finalizó legalmente el 31 de diciembre de
1567. Igual concordancia temporal la tenemos para Desque, cuyo título de enco-
mienda, original aún expuesto, está fechado en febrero de 1568. Adelante se verá
cómo termina Desque su tenientazgo y cuándo posiblemente se radica en Caracas.

Benavides fue regidor del cabildo fundacional, tanto por Oviedo como docu-
mentalmente. Esto es un hecho probado. Pero a menos que gozara del don de la
ubicuidad y la aprobación cómplice de todos, no pudo serlo en 1567, siendo como
era alcalde activo por entonces de Borburata. La conclusión correcta es que dicho
cabildo fundacional de Caracas no lo era en 1567, pero sí en 1568.

31
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JUAN GANTEAUME

PRUEBA C: Ponce dixit

Hemos puesto en cuarentena ‘como pruebas a favor de una fundación’ en 1567


los testimonios de personajes como fray Pedro de Agreda y Juan López de Velasco,
por la duda que a nuestro juicio arroja en el contexto particular de sus declara-
ciones el término ‘poblar’ en cuanto a “fundar” y la imprecisión cronológica que
porta tal ambigüedad.

Las pruebas A y B que acabamos de presentar tienen al menos la ventaja de estar


construidas sobre hechos probados y desligadas del sentido o significado de ese
término poblar que siempre, como hicimos patente, puede discutirse o argumen-
tarse.

La hipótesis de la fundación en 1568, si es correcta, debería resistir cualquier


examen. Como mostramos, el principal argumento de la tesis “tradicional” es el
temprano testimonio de Ponce de León, ubicado dentro del mismo año de la
supuesta fundación en 1567. La tesis tradicional no puede presentar —aparte de
este testimonio— ningún otro documento coetáneo fehaciente o traslado de
protocolo oficial que avale tal argumento. Dejándolo para el final, hemos ofrecido
analizar pues este crítico testimonio. Veremos que —muy al contrario de lo que se
intenta— el mismo testifica la fundación en 1568. Más que rebatir una prueba,
sin embargo, este análisis mostrará los errores a que conduce leer “con ojos de
ahora” el castellano de antes.

Analicemos pues este testimonio, pero haciéndolo en la forma correcta, estu-


diando la frase completa para descubrir el real sentido que Ponce de León quiso
darle a su noticia, sin las mutilaciones que hemos observado se le hacen al citarla,
–por ignorancia o desconocimiento– y que alteran substancialmente su signifi-
cado(43).

Ponce de León en su Carta al Rey del 15 de diciembre de 1567, hablando de


Losada escribe lo siguiente:

que con la gente que llevó tiene poblados los dos pueblos que los indios primero habían
despoblado y según los muchos naturales pretende poblar otros dos pueblos, porque a
fama de los mineros de oro que hay en la tierra ha acudido mucha gente de otras partes
con sus hijos y mujeres(44).

Veamos:

Que con la gente que llevó, es decir, con los conquistadores y peones de servicio,
criados, esclavos e indios ladinos —alrededor de 950 personas entre todos, si
hacemos caso a Oviedo— que a fines de marzo de 1567 entraron en Caracas, para
la fecha de la carta, esto es, hacia el 15 de diciembre de 1567, este capitán
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La Jornada de Caracas

poblador, Losada, ya tiene poblados los dos pueblos que los indios primero habían
despoblado.

Dicho de buena manera, Losada tiene, para esa fecha, gente asentada y estable-
cida, ‘poblada’ en las ruinas o restos —si es que algo más que un plan sin árboles
quedaba— de las antiguas ciudades, villas, hatos o como se las quiera calificar de
El collado en la costa y San Francisco en el valle de Caracas. En otras palabras, para
diciembre de 1567 ya había de nuevo gente viviendo en esos “pueblos despo-
blados”, cumpliendo fielmente el mandato que establecía la real cédula de 1563,
por la que se regía la Jornada, que ordenaba literalmente poblarlos de nuevo.
Técnicamente pues, estos dos despoblados pueblos, a la fecha, ciertamente aún no
tienen cabildo, ni se llaman aún Santiago de León o Nuestra Señora de
Caraballeda, (pues no están fundados formalmente) pero ya no están despoblados
en el mero sentido físico.

“Y según los muchos naturales”, es decir, en vista de la —al parecer— signifi-


cativa cantidad de aborígenes que con la entrada de la expedición se ha constatado
habita el área de Caracas, susceptibles de aprovechamiento como mano de obra
servil encomendable, y en vista además de las prometedoras muestras de oro que
se han obtenido en abundancia en los ríos, vetas y quebradas, “a fama de los
mineros de oro que hay en la tierra”, ha habido una suerte de “fiebre del oro y el
moro” o estampida pobladora hacia Caracas, puesto que “ha acudido mucha gente
de otras partes con sus hijos y mujeres” a estos pueblos despoblados, “nuevamente
poblados” ahora.

Esa es entonces la situación. Pero como Losada quiere poner cabildo y orden
civil y sabe que tiene poderes para fundar, y no es gloria que desprecie —pues en
definitiva para eso vino—, y como por lo que se aprecia, la Jornada va por buen
camino, “pretende poblar otros dos pueblos”(45).

Entiéndase: no es que tuviera Losada nunca en mente hacer cuatro ciudades,


dos de ellas reedificadas sobre las ruinas carbonizadas de El collado y San Francisco
—que todos suponemos serían, en principio, Caraballeda y Santiago de León—,
y dos nuevas ciudades adicionales —de las que únicamente en esta extraña frase
tenemos por primera y última vez noticia— a lo que de ninguna forma tiene
Losada facultad, pues sus órdenes no se lo permiten, ni sus poderes alcanzan para
ello.

No. Lo que podemos lógicamente argumentar, sacando las conclusiones


correctas de tal frase, es que va a poblar, o sea, esta vez entendamos por fin, fundar
“otros dos pueblos” sobre las reliquias legales de El Collado y San Francisco.

Fundará pues, ciudades jurídicamente “nuevas” aunque en el mismo sitio,


con verdadero y definitivo Cabildo formal, pues los antiguos restos arruinados que
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JUAN GANTEAUME

está reedificando (acción que no puede entenderse sino como creando desde cero
unas “ciudades” quijotescas que no existían sino fosilizadas en la fantasía burocrá-
tica metropolitana, ciudades virtuales viviendo en el texto legal un antiguo papel
lacrado de 1563, con título de real cédula), ya no van a mantener sus nombres
previos de San Francisco y El collado dados por el malamente estrangulado capitán
Francisco Fajardo, ciudades que portaban tal vez, para estos supersticiosos soldados
de Losada, un sino cabalístico nefasto por su desafortunado final —patente en los
deprimentes restos requemados—; reliquias signadas de trágico recuerdo, como el
destino triste de su fundador mestizo.

Llevarán pues nombres diferentes, de poderoso simbolismo espiritual castellano


—quizás para que por su invocación se libren de todo mal—, Santiago de León y
Nuestra Señora de Caraballeda, y como van a llevar nuevos nombres de cuyo uso
oficial hará el Cabildo Formal título o encabezado en sus sesiones ordinarias y deci-
siones jurídicas, serán legalmente “otros dos pueblos”, jurídicamente diferentes de
los fenecidos(46).

Poblando pues en su Carta al Rey de tales sentidos arcaicos pueblos despoblados


y por poblados de nuevo, pueblos por poblar, lo que en realidad está informando
Ponce de León con su trabalenguas semántico es simplemente que Santiago de
León y Caraballeda, para el 15 de diciembre de 1567, aún no están fundadas.

Queda así rebatida esta prueba fundamental.

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La Jornada de Caracas

EL HUEVO O LA GALLINA...

Aunque no entra en el ámbito de esta tesis, consecuentes con el título de la


obra y lo prometido arriba, pudiera idearse un ejercicio de “historia crítica espe-
culativa”, anticipando la discusión y dejando planteadas un par de preguntas.
Analicemos ahora con calma la idea que tiene Ponce de León de lo que está suce-
diendo en Caracas, según como lo refleja en su célebre Carta al rey. Veamos:

No hay duda que para Ponce de León, Losada había entrado y poblado San
Francisco y El Collado. Así lo expresa en su carta: “…tiene poblados los dos
pueblos que los indios primero habían despoblado…”, que evidentemente son
los pueblos de Fajardo. Técnicamente existen pues —hasta que se funden formal-
mente Santiago de León y Caraballeda— los antiguos pueblos despoblados pero
ahora habitados de nuevo de San Francisco y El Collado.

Sin necesidad de extremar conclusiones, tan sólo basándonos en la particular


óptica de Ponce de León (suponemos debe ser la correcta de la época. Hasta hoy
Ponce de León, para absolutamente todos los que han escrito de la fundación de
Caracas, es un testimonio “oficial” inobjetable en sus argumentaciones), pudiera
concebirse a San Francisco de Caracas como “activa”, viviendo fugazmente
durante 1567 y parte de 1568 hasta el momento de la fundación de Santiago de
León.

Esto, visto así, plantea una interesante pregunta preñada de polémica con los
“fajardistas” y defensores de una fundación mestiza o criolla:

¿Qué fecha tomar como válida para Caracas? ¿La fundación de Santiago de
León —según esta nuestra tesis en 1568—, o la llegada el 3 de abril de 1567 —según
Oviedo— y consecuente “activación” automática de San Francisco por asentamiento
de facto de nuevos colonos en la despoblada ciudad fantasma, ahora habitada de
nuevo?

Más aún, si se asumen en profundidad las consecuencias de la aparente


realidad “oficial” de San Francisco (oficializada por cierto por la Carta al rey del
gobernador) como pueblo o ciudad durante 1567, necesariamente hay que
considerar la despoblación de 1562 como un paréntesis no determinante en la
historia de vida de esta ciudad: jamás se extinguió en estricto sentido jurídico:

El abandono físico por los vecinos en 1562 no implicaría la extinción jurí-


dica de la ciudad, que entonces ocurrió, siguiendo esta lógica avalada por la Carta
al Rey, por sustitución de una entidad jurídica de república castellana por otra,
pues la San Francisco de entonces, en 1568, traspasaría su entidad legal, dere-
chos, jurisdicción y ubicación a la nueva entidad fundada por Losada: Santiago
de León(47).
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JUAN GANTEAUME

¿Pudiera entonces, válidamente, afirmarse que la ciudad fundada por Fajardo


fue, en estricto sentido jurídico, reedificada por Losada —con prueba argumental
en la Carta de Ponce de León— y posteriormente cambiada de nombre, como han
reclamando muchos? ¿Puede datarse de esta forma —por mampuesto, pero como
se ve, argumentalmente impecable— la fundación de Caracas en 1560 ó 1561, con
un simple, posterior y definitivo cambio de nombre?

Porque en propiedad lo que se prueba con dicha Carta al Rey que Losada puebla
de nuevo en 1567 no es precisamente Santiago de León, sino la San Francisco de
la real cédula, fundada varios años antes.

Aunque incómodo, no sería un hecho sui generis. Casos similares, documen-


tados, se presentan a menudo en la realidad histórica de la fundación de ciudades
en Indias(48).

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La Jornada de Caracas

PRUEBA D: Declaraciones de testigos. Data de la fundación

Veamos finalmente qué dicen los declarantes sobre la fecha de fundación de


Santiago de León —a favor de una fundación en 1568— cuando específicamente
se les pregunta sobre ella (y cuando el fiel sentido de sus palabras sobrevive a la
prisa taquigráfica del impaciente escribano). Sus declaraciones complementan las
pruebas que acabamos de analizar y ayudan en mucho a precisar la fecha de funda-
ción de Caracas.

1. En el interrogatorio judicial iniciado por el juez visitador de indios Diego


de Leguizamón en 1589 la declaración de Sebastián Díaz de Alfaro no se contra-
dice con su posterior afirmación de 1603, que se da también como prueba para
una fundación en 1567 y que reprodujimos atrás(49). Declaró Díaz en 1589:

la pobló y reedificó hacía veinte y un años poco más o menos, y así mismo en el propio
tiempo pobló otro pueblo que llamaron la ciudad de Nuestra Señora de Caraballeda,
la cual al presente está despoblada(50).

2. En el mismo interrogatorio y fecha —febrero de 1589— Garcí González


de Silva del cual conocemos su testimonio de 1624, citado en la prueba A (51),
acotando él mismo que su declaración es “verificada”, que para nosotros significa
que ha visto los autos fidedignos que alega en dicha prueba A, dice:

entró a poblar y reedificar los pueblos de esta provincia el capitán Diego de Losada
con ciento y cincuenta hombres, poco más o menos, y pobló esta ciudad de Santiago
y la de Nuestra Señora de Caraballeda en la costa de la mar puede haber veinte y un
años, poco más o menos, (…) es público y notorio y verdad(52).

3. Hay otra declaración que se pasa por alto cuando se revisan los juicios de
residencia del período, en busca de noticias sobre la fundación, pero que revela
mucho si se sabe interpretar. En el juicio de residencia a Mazariegos se hace
declarar en 1576 a las autoridades y otros testigos de Santiago de León. Una
pregunta pide manifestar desde cuándo se nombra al Alguacil Mayo que usual-
mente crea el cabildo, de año en año. Es un indicio importante pues, como vimos,
en las órdenes dadas a Losada el cabildo debía constituirse, desde el inicio, con
“alguaciles y escribanos y otros oficiales”…, además de alcaldes y regidores.53 Lo
que supone entonces que dichos alguaciles existieron desde el origen del cabildo,
el fundacional. Ante la pregunta, Garcí González de Silva, por entonces de 35
años, declaró en fecha 26 de junio de 1576 que: “…de siete años a esta parte poco
más o menos ha visto este testigo que el cabildo desta ciudad nombra alguacil
mayor della cada día de año nuevo…”(54).

Garcí González de Silva había llegado a Santiago de León en octubre o


noviembre de 1569, por lo que no puede declarar de vista para 1568. Pero veamos
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la respuesta a la misma pregunta de Antonio Rodríguez, de los conquistadores


iniciales que vieron la fundación de la ciudad en 1568. El 22 de junio de 1576,
Antonio Rodríguez dijo: “…Lo que sabe desta pregunta es haber visto que el
cabildo desta dicha ciudad de siete a ocho años a esta parte nombraba alguacil
mayor de la ciudad…”(55).

El argumento probatorio es similar que el presentado para la prueba A: si el


alguacil mayor se hubiera nombrado inicialmente desde 1567, Rodríguez —testigo
de vista— habría declarado, a nuestro juicio, “de ocho a nueve años…”, cosa que
evidentemente no hace, creemos, por ser la fundación posterior, esto es, al año
siguiente.

4. Lázaro Vásquez, que entró a la conquista de Caracas con Juan de Salas a fines
de mayo o inicios de junio de 1567, declaró el 4 de febrero de 1589(56). Este célebre
conquistador, además de regidor y alcalde que fue varias veces en Caracas, había
ejercido previamente de escribano tanto en Borburata como en Caraballeda y
Santiago de León. Tenía —por experiencia propia— una saludable prevención
ética contra lo que los escribanos escogían registrar de una declaración jurada. Sabía
que no siempre asentaban textualmente lo que el declarante afirmaba. Que, como
él mismo decía, “doraban el dicho”(57). Se deduce de ello que se cuidaba bien que
el escribano que recogía su declaración registrase con fidelidad lo que él afirmara.
Le damos en ese sentido el peso que parece merecer su “dicho”.

Refiriéndose a Losada, en el interrogatorio de Leguizamón declaró: “…y la


pobló y la puso por nombre la ciudad de Santiago de León de ahí a un año que
había entrado en ella…”(58).

Nótese que esta declaración es diferente de las usuales. Lázaro Vásquez no sólo
está afirmando lo que otros dicen, que Losada “la pobló”, sino que es el único en
este crucial interrogatorio sobre los orígenes de Santiago de León que específica-
mente informa bajo juramento el momento en que Losada le “puso nombre”. En
otras palabras, cuando la fundó.

Si su testimonio tiene algún crédito —y no vemos razón para dudarlo—,


pudiera inferirse de este, que si se hallara algún documento de Caracas datado en,
digamos, marzo de 1568, en el que se nombrase la ciudad ya como Santiago de
León, estaría quizás este temprano documento indicando indirectamente la fecha
de su fundación jurídica, que es lo que se busca, o una data tan inmediata a la decla-
rada por Lázaro Vásquez que pudiera ayudar a delimitar el rango a pocos días.

Si esta inferencia es correcta, resulta que tal documento existe, ya que el


más antiguo documento conocido, fechado, usando como nombre de la ciudad
Santiago de León (aunque pocos sospechan su importancia) está oficializado
en un traslado fechado en 1595 publicado en la Historia de la conquista y funda-
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ción de Caracas, del hermano Nectario María, titulado Cabeza de Registro.


Encomienda General que nombra a la ciudad fundada por Losada como
Santiago de León y presenta como fecha documental de este padrón, 4 de
marzo de 1568, reproducido en el anexo de esa obra.

El texto dice:

En quatro días del mes de marzo de mill y quinientos y sesenta e ocho años el muy
magnífico señor Diego de Losada gobernador y capitán general de esta provincia
de Caracas y gobernación de Venezuela por el ilustre señor don Pedro Ponce de
León gobernador y juez de residencia en la dicha gobernación por la real majestad
y por ante mí Alonso Ortiz escribano desta armada y campo de su majestad que
por su mandato reside en estas dichas provincias, dixo que por quanto su merced
ha venido a poblar y reedificar los pueblos que fueron despoblados por los espa-
ñoles y por los naturales destas dichas provincias con poderes bastantes que para
ello trajo del dicho señor gobernador que por ser a todos notorios no van aquí
insertos y juntamente con los dichos poderes una cédula real del rey don Felipe,
nuestro señor, en que por ella manda al dicho señor gobernador se pueblen e reedi-
fiquen los dichos pueblos de estas dichas provincias (...) por ende (...) doy en título
de repartimiento a los vecinos de esta ciudad de Santiago de León(59).

Lázaro Vásquez está testificando que Losada bautiza con el nombre de


Santiago de León el poblado que allí se levantó “...de ahí a un añ,o que había
entrado” en la provincia. Como consta por testimonios que este capitán Losada
entró a la provincia en marzo de 1567(60), por fuerza se concluye, que la funda-
ción debe situarse entre el 1 y el 4 de marzo, fecha de la data en que aparece
registrado ya el nombre de la ciudad, Santiago de León, en el documento
Cabeza de Registro. Encomienda General reproducido por el hermano María(61).

5. Hay otra declaración en el interrogatorio del juez Leguizamón de otro


de los conquistadores vecinos fundacionales que entraron con Losada. Tuvo
este conquistador su casa poblada desde los inicios, al lado norte de la Iglesia
Mayor, diagonal a la plaza(62). Se trata de Francisco Sánchez de Córdoba. De
la élite conquistadora. La declaración es de la misma fecha que la de Vásquez
y sobre la misma pregunta respondió: “…que se remite al regimiento general
en cuanto a que se poblo…”(63).

La versión de Bermejo es: “que se remite al Registro General para en cuanto


ha que se pobló”(64), lo cual tiene plena concordancia con el casi perfecto testi-
monio de Vásquez.

Si Sánchez de Córdoba quiso decir con “regimiento general” el Registro de


encomienda general reproducido por Nectario María, usando la misma fórmula
jurídica que usó García Pineda para avalar su testimonio, ya entonces tendríamos
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una fecha documentada, 4 de marzo de 1568 como posible fecha de fundación de


Santiago de León. Dicho de otra forma: el protocolo del Registro General de
Encomienda de Santiago de León pudo quizás haberse redactado días antes, incluso
días después, pero se firmó y oficializó usando como data el día de la fundación
como debía ser, por supuesto. De ahí, que sirva de referencia válida a Sánchez de
Córdoba para contestar verazmente sin caer en perjurio, pues para la fecha de su
declaración, 1589, este importante documento fundacional —y por tanto origi-
nario de toda la legalidad jurídica de los derechos de los primeros pobladores enco-
menderos— todavía existe, es público y notorio y puede ser usado como referencia
precisa y legítima ante el temor de errar una fecha de memoria en una declaración
jurada, o puede ser trasladado y alegado como prueba o referencia en juicio —y lo
fue— en un pleito como el presentado en el anexo de María, dirimido por esas
fechas. No obstante, por detalles que mostraremos adelante, pensamos que la fecha
real de fundación es unos días antes, concretamente el 1 de marzo.

Lo sorprendente es que el dato siempre estuvo a la vista desde que en 1967 sale
a la luz el trabajo de N. María. Pero al parecer, no se tomó en cuenta. Sucede que
probada —suficientemente, a nuestro juicio— una fundación de Caracas en 1568,
estos testimonios que presentamos, conocidos desde tiempo atrás pero siempre
soslayados por la corriente tradicional, que es la aceptada —por la contundencia
aparente del testimonio de Ponce de León en 1567—, cobran de súbito un sentido
y una importancia insospechadas(65).

Resumiendo, y haciendo una formulación metódica de lo expuesto hasta ahora:

1. Santiago de León se funda posteriormente a la fecha de la Carta de Ponce de


León, según prueba la misma carta, lo que excluye de la data de fundación el año
de 1567, hasta el 15 de diciembre al menos.

2. Lázaro Vásquez, testigo de vista de la fundación, bajo juramento afirma,


veinte años después, que ella se realizó “al año” de haber entrado Losada, cosa que
se sabe fue en marzo de 1567. Ello nos restringe a dicho mes de marzo la búsqueda
de la fecha de la fundación y paralelamente nos informa que se hizo, por lógica,
en 1568.

3. El encabezado del Registro General publicado por María tiene fecha del 4 de
marzo de 1568 y en dicho texto ya se nombra a Santiago de León como ciudad
castellana, lo que estrecha el lapso a los cuatro primeros días de marzo de 1568.

4. Francisco Sánchez de Córdoba remite sin dudarlo al Registro General para


contestar sobre cuándo se fundó Santiago de León, que para nosotros, en base a
los indicios anteriores, es prueba suficiente de que dicho documento, el Registro
General, registra esa fecha o una muy cercana con diferencia de días.

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No es nuestra intención defender esta fecha del 4 de marzo de1568 (nos incli-
naríamos quizás por el día de San León, 1 de marzo). Nos basta con afirmar, con
pruebas, que Santiago de León se funda en el primer trimestre de 1568 y mantener
—como hipótesis de trabajo para el resto de esta tesis— “a inicios de marzo”(66).

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CARABALLEDA, LA PRIMOGÉNITA

Más sorprendente aún, es la consecuencia que se deriva de una fecha de funda-


ción documentada de Caracas en marzo de 1568, si fuera la correcta como parece.
Pues ella probaría que Santiago de León se funda —documentadamente
también— después de Caraballeda (que era lo que a nuestro juicio sospechaba y
rechazaba Oviedo, de lo cual hablaremos adelante)(67).

La explicación es la siguiente:

Las encomiendas otorgadas a los vecinos de una ciudad estaban circunscritas


por leyes de Indias a los términos y jurisdicción de dicha ciudad. Quiere decir que
los indígenas que habitaban la costa de Caracas se repartieron a los vecinos de la
nueva ciudad de Caraballeda según el Registro General propio de Caraballeda, que
se creaba para cumplir con la asignación de encomiendas a cada vecino de
Caraballeda, usualmente como parte de los actos de fundación de la ciudad. Así,
el don Juan Maqute que se le reparte a Justo Desque no es otro que el gran cacique
de la costa Guaicamacuto, con nombre cristiano que acaba de recibir al bautizár-
sele, cuando se pacifica(68). Caciques como Guaicaipuro y Guayamate, al habitar
el área de Los Teques —jurídicamente dentro de los términos municipales de
Santiago de León— se repartieron pues en Santiago de León, a vecinos de esa
ciudad, formalizándose el acto al asentarse la Encomienda de Guaicaipuro en el
Registro General propio de Santiago de León.

Basta con entender que si el Registro General de Encomienda de Caracas (la lista
oficial de reparto de los indígenas de los términos y jurisdicción de Santiago de
León) se inicia, como documentalmente se aprecia, un 4 de febrero de 1568, y
tenemos previamente ya para el 14 de febrero de 1568 un título original firmado
por Losada de una encomienda asignada en los términos y jurisdicción de
Caraballeda —como bien lo muestra el mencionado título—, Caraballeda existía
pues —como ciudad— antes, mientras que Santiago de León se fundaría el mes
siguiente. Caraballeda sería, entonces, la ciudad primogénita de Losada en la
provincia de Caracas, fundada sobre El Collado.

Siendo objetivos, no tiene esto nada de extraordinario. Teniendo Losada, a


partir de 1568, tiempo y posibilidad de escoger por cualquiera de las dos para
fundar primero (pues suponemos que para febrero de 1568 ambas estaban en razo-
nable y similar estado de “alistamiento” para su fundación) pudo decidir fundar
primero Caraballeda en apego a su tradición histórica, como heredera de la ante-
rior El Collado, que fue más duradera y por supuesto jurídicamente primera que San
Francisco(69). Por lo que Losada no haría sino seguir el esquema y secuencia de funda-
ción de ambas ciudades previas, quizás por evitar pasiones y discordias con antiguos
vecinos de esas ciudades que venían en su hueste y sin duda alegarían sus derechos
vecinales como antiguos sobre los nuevos candidatos a vecinos.
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Para el momento de su fundación, ambas ciudades tenían, a ojos de sus


respectivos vecinos, igual peso jurídico. Ambas serían —y fueron— ciudades
castellanas. Nadie adivinaba que una de ellas llegaría a ser “metrópoli” de la
provincia, pues las “ciudades” eran por entonces poco más que la voluntad
del vecino de “permanecer en la tierra”. Nacían todas igualmente rudimen-
tarias: horcones, palos, bahareques y techos de cogollo de palma por casa;
hamacas por cama, y tres topias por cocina; un solar para el rancho, donde
habita el nuevo vecino, un improvisado caney a su lado para el caballo, unas
cabras y tres o cuatro indios e indias domésticos que acarrean agua, pilan
maíz y flechan lapas o venados para el sustento de “la casa”; una Iglesia Mayor
que a ojos de obispo nuevo pasaba por corral de cerdos techado. Nada más.

Hasta hoy se estudia a Caraballeda subjetivamente, con la misma


brevedad displicente con que lo hace Oviedo en su Historia(70). Frente a
Santiago de León, Caraballeda historiográficamente pasa aún por un puerto
malo, que se extinguió a la que —casi— se le pueden negar sus caracterís-
ticas de ciudad y las prerrogativas jurídicas que se derivan de ello(71). A lo
más se le concede ser la “antecesora” de La Guaira, que casualmente nunca
fue ciudad, sino puerto de ambas. Oviedo sigue pues influyendo negativa-
mente en la antigua historia de esta fugaz “ciudad”.

Ello induce a olvidar que Caraballeda tuvo —necesariamente— términos


municipales otorgados solemnemente por Losada, vecinos, iglesia, solares,
cabildo y encomiendas propias con tanto o más derecho que Santiago de
León, la afortunada sobreviviente. Aunque ahora a la distancia luzca obvio
para un caraqueño, no cabía en Losada —no tenía por qué— preferencia
fundacional por, digamos, Caracas, la gran capital de la provincia. Si primero
fue El Collado, primero sería Caraballeda. Así lo pensó Losada y así lo hizo.

Lo curioso es que la muerta Caraballeda ha sido tan “históricamente”


enterrada en el rol, que le pudo caber en la Jornada de Caracas que hasta los
revisionistas defensores de una fundación de Caracas en 1568 han preferido
inventarse poblaciones o ciudades aéreas para sostener sus argumentos,
cuando siempre tuvieron frente a ellos la ciudad “necesaria” para llenar lapsos
temporales hasta la fundación de Santiago de León en 1568; ciudad perfec-
tamente probada en documentos, pero oviédicamente desdeñada por ellos
también. Adelante mostraremos el papel fundamental que juega Caraballeda
en la conquista de Caracas.

Indicios adicionales

No hemos querido dejar pasar otros indicios que acumulan fuerza a la


tesis de una fundación en 1568. Serían:

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1. La mención registrada del secretario del obispado don Juan José de Guzmán,
en la visita del obispo Martí a su diócesis de Caracas en 1770, de que en el archivo
episcopal existía un documento —actualmente no localizado— por el cual se
evidenciaba según una real cédula que la fundación de Santiago de León había
sido en 1568:

Esta ciudad de Santiago de León de Caracas es capital de este Obispado y Provincia;


se fundó el año de 1568 por el General Diego de Losada y fue su primer Gobernador
don Pedro Ponce de León, según se expresa en un papel que se halla al folio 403 del
libro 4º de Reales Cédulas de esta secretaría de mi cargo(72).

Este documento pues, existió según el crédito fehaciente que como secretario
episcopal merece Guzmán y es concordante con nuestra tesis, por lo que sirve de
alegato. Debe tomarse en cuenta al momento de sopesar los argumentos en pro o
en contra del debate.

2. La mención del propio Oviedo, escrita antes de su Historia:

El año de mil y quinientos y sesenta y ocho años, siendo Gobernador y Capitán


General de esta provincia don Pedro Ponce de León, fundó y pobló la ciudad de
Caracas el General Diego de Losada(73).

3. La carta del contador Diego Ruiz Vallejo, escrita el 18 de abril de 1568, que
significativamente no da cuenta de Santiago de León ni de Caraballeda entre los
pueblos de españoles formalmente fundados que menciona:

algunos gobernadores, como fueron el licenciado Bernáldez y el gobernador don Pedro


Ponce de León, hasta agora an hecho su asiento en la ciudad de Coro, que es en el cabo
de toda esta gobernación, y es gran perjuicio de los vecinos y moradores de ella, porque
si an de pedir alguna justicia ante la persona del gobernador para muchas cosas que
son menester especialmente sobre pleitos de los naturales, que para estos cierto es
menester la persona del gobernador, y los de Cuicas habían de ir ciento y diez leguas
a Coro a pedir justicia, y los de Tocuyo noventa leguas, y los desta ciudad de Segovia
ochenta leguas, y los de Valencia, sesenta leguas, y los de Borburata cincuenta leguas;
reciben gran perjuicio todos(74).

Puede pensarse que los oficiales reales aún no tienen constancia, o no han
tenido tiempo de recibir los recaudos de los “autos” oficiales de la fundación de
Santiago de León y Caraballeda, fundadas en los dos meses previos, por lo que no
las consideran aún parte de las formalmente comprendidas en la gobernación.
Recuérdese que estos oficiales residen en Barquisimeto, ciertamente más lenta de
comunicar por tierra con Caracas que Coro, que lo hace por la vía marítima. Ponce
acaba de llegar a Barquisimeto en febrero, por lo que no tiene tampoco noticia
cierta de las fundaciones todavía, que en ese momento se están dando en Caracas.
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4. La muerte de Guaicaipuro:

Un análisis crítico de la cronología que llevó a la fundación de Santiago de León


el año de 1568 debe pasar necesariamente por Guaicaipuro. Este caudillo indígena de
nación Teque, era el alma o líder del alzamiento —según Oviedo y Baños— que había
llevado al fracaso de Rodríguez Suárez y Fajardo; a la ruina de sus ciudades, San
Francisco y El Collado a inicios de 1562; a la muerte y empalamiento del campeón
Diego García de Paredes y a la derrota y fin miserable del valiente capitán Narváez y
otros ciento cincuenta de su expedición, entre soldados y servicio. Todos convertidos
en carne de guiso(75).

Oviedo nos informa en su particular estilo de la muerte de Guaicaipuro por Infante


y su escuadrón y da un indicio de cuándo sucedió el hecho, de la siguiente forma:

Bien desconsolado se hallaba Losada después que dio la vuelta a la ciudad [según el cronista
venía de fundar Caraballeda], por haber reconocido (según la dureza y rebeldía que expe-
rimentó en los indios en la entrada que había hecho) cuán en los principios se hallaba su
conquista, después de año y medio que había trabajado en ella(76).

Pareciera a primera vista, que Oviedo está situando la fecha alrededor de septiembre
u octubre de 1568, según la cuenta que saca para la entrada de Losada en el valle de
San Francisco, contando desde fin de marzo de 1567, por su cronología.

Pero como se sabe, Oviedo arrastra un error de un año desde el momento que
pone la fundación de Caraballeda en 8 de septiembre de 1568(77), y está documen-
talmente probado por el título de encomienda a Desque antes citado que esta ciudad
se funda antes del 14 de febrero de 1568 al menos, y como por otra parte Oviedo
informa que Losada “dio la vuelta a la ciudad” luego de fundar Caraballeda, es lógico
deducir que las fuentes no conocidas que está usando Oviedo para construir su
cronología propia le están diciendo que Losada regresa del litoral al valle de Caracas
en septiembre u octubre, aunque no le dan explícitamente el año78 que la fuente
juzga evidente por estar declarada quizás en una hoja inicial perdida para el
momento que Oviedo lee el documento. Oviedo, de este dato mensual, deduce
entonces “después de año y medio que había trabajado en ella”.

Que Caraballeda estaba fundada poco antes si no el 14 de febrero de 1568 es


un hecho probado. Lo importante aquí es comprender que la muerte de
Guaicaipuro no es luego de la fundación de Santiago de León, sino antes. Esto es
en sí tan importante para la final fundación de la ciudad que alumbra todo el pano-
rama cronológico de las causas que retrasan la fundación de Santiago de León a
1568. Es quizás la razón de peso que se necesita, (aunque para llenar el lapso de la
entrada de Losada hasta la muerte de Guaicaipuro sucedieron otros hechos rele-
vantes, como veremos). Dicho de otra forma: Santiago de León quizás no pudo
fundarse, no podría, antes de la muerte de Guaicaipuro. Para Losada sería fundamental
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primero acabar con la cabeza de la rebelión, sin cuyo fin no podría seguirse ningún
adelanto en la pacificación de la provincia y en consecuencia menos aún la funda-
ción de una ciudad en el valle, como estaba ordenado.

La muerte de Guaicaipuro no está datada, hasta ahora, ni en la narración de


Oviedo ni documentalmente. Hemos de situarla, por lo explicado, entre quizás
octubre de 1567, en que al parecer sube de la costa Losada a la conquista del valle
de San Francisco y 4 de marzo de 1568, fecha en el que se realiza el primer reparto
nominal de encomiendas de Santiago de León(79). N. María, siguiendo a Oviedo,
nos informa por su parte de la data de la muerte de Guaicaipuro así: y en una fatí-
dica noche de fines de 1568, pero más probable de 1569, envió una tropa guiada
por indios baquianos para prenderlo(80).

Se deduce que María no sabe exactamente tampoco cuándo fue la muerte de


Guaicaipuro. El extenso documento original que está consultando, del cual el
mismo investigador nos informa que consta de 285 folios y tres cuadernillos adicio-
nales, todos dedicados a un pleito por los indios de Guaicaipuro que se dirimía
entre dos litigantes, no lo dice por parte alguna. No obstante, algo debió ver en
dicho legajo tan meritosísimo investigador para concluir que la muerte se realizó,
más bien, “a comienzos” del año siguiente.

Si así fue, y basados en la corrección que hacemos a la fecha de Oviedo, que es


igualmente la fecha que adopta María (1569), pudiera datarse la muerte de
Guaicaipuro —sin que de ninguna forma sea definitivo— hasta inicios de enero
de 1568, que corresponde ajustadamente con la cronología subsiguiente de funda-
ción de Santiago de León, según esta tesis.

A su muerte, o durante su intento, se realizaría la pacificación de Los Teques y


otras tribus confederadas, el recorrido de la comarca por Losada, comenzando por
la provincia de Los Teques al suroeste del valle y regresando por los Mariches al
este, en lo que gasta, según el propio Oviedo, un mes. Mientras tanto, se prepara
ya en firme el terreno de la ciudad, nivelándolo y trazando “solares y calles” para
alistarla para el acto protocolar que se realizará tan pronto se tenga idea cabal y
registren las parcialidades a encomendar, proceso conocido como “apuntamiento”;
cosa que a nuestro juicio está todo listo en el primer trimestre, como esperamos
haber podido probar con las declaraciones de testigos(81).

En el segundo tercio de febrero —quizás— Losada está listo ya y en la costa,


de nuevo, para fundar Caraballeda e inmediatamente pasa —luego de este formu-
lismo protocolar necesario— a San Francisco para formalizar seguidamente la
fundación de Santiago de León. Esta forma de fundar poblados en serie no es un
hecho extraordinario. Sebastián Díaz de Alfaro hace lo mismo al fundar en menos
de dos meses a San Juan de la Paz en noviembre de 1585 en los valles del Tuy y a
San Sebastián de los Reyes el 6 de enero de 1586. La relevante actuación de
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Francisco Infante al acabar con la cabeza de la revuelta indígena —según la versión


de Oviedo pues no hay otro que lo afirme— es, a nuestro juicio, lo que le gana su
ascenso a primer alcalde de la definitiva Caracas.

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GUAICAIPURO MANSO

Para terminar esta parte, un comentario se hace necesario. La muerte de


Guaicaipuro en estricto sentido no prueba la fundación de Santiago de León en
1568, tan sólo ofrece la posible causa —o al menos una de ellas— para hacerla ese
año de 1568 y no el anterior.

Sin embargo, como pensamos que estos argumentos razonados que acabamos
de exponer arriba serán exhaustivamente analizados, como es lógico, y porque sobre
la existencia o no de Guaicaipuro a fines de 1567 o inicios de 1568 se pudiera argu-
mentar en contra, queriendo alguno insistir en su muerte un año después —a fines
de 1568 o inicios de 1569—, anticipándonos reiteramos: la muerte de Guaicaipuro
no está datada.

Si se analiza el título a Pedro Mateos de su encomienda, de fecha 5 de marzo de


1568, que reproduce el anexo del hermano María en el que se le adjudican ya para
entonces indios del principal Guayamate, en primer término, y los de Guaicaipuro
adicionalmente, se observará que se habla de este último como presente, no como
fenecido:

ansi mesmo os doy en la dicha encomienda, en la provincia de los Teques y comarca de


las minas, el principal Guacaypuro, de nación Teque, con todos los principales y capi-
tanejos yndios que a el fueren sujetos(82).

Por formas de redacción como esta es que se yerra en el análisis crítico, pues muy
válidamente pudiera alegarse como prueba que Guaicaipuro seguía vivo para la
fecha, marzo de 1568. Si ese hubiera sido el único documento que presentara el
Anexo de N. María sobre la encomienda de Guaicaipuro, no teniendo por desgracia
oportunidad el investigador de consultar el original o su traslado fiel editado, habría
que aceptar por fuerza que Guaicaipuro estaba vivo para fines de 1568, con todo lo
que ello implica para la clarificación seria del debate sobre la fundación de Caracas.

Pero afortunadamente María incluye una Sección documental para mostrar cuál
de los litigantes gana el pleito. En uno de esos documentos de fecha 3 de febrero de
1571 (precisemos, tres o cuatro años después de la conquista de Caracas), en título
de encomienda al sucesor encomendero de Mateos, se lee:

Encomiendo en vos, el dicho Andrés González, en los términos de esta ciudad al cacique
Guayamate que está en la comarca de las minas, y en la provincia de los Teques el cacique
Guacaypuro con todos los yndios, capitanes y principales subjetos a los dichos caci-
ques(83).

Y en otro documento de encomienda, de fecha 27 de octubre de 1572, dado a la


parte contraria en el pleito, se lee:
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Por tanto, en nombre de su rreal majestad encomiendo y doy en título de repartimiento


a vos el dicho Christoval Cobos los principales Guacaypuro y Guayamate, ansí y de la
manera y con el mismo título, aución y derecho que fueron encomendados a Pedro
Mateos y Ambrosio Hernández, su sucesor(84).

¿Hace falta creer que Guaicaipuro seguía —por lo mostrado— vivo en 1572,
cimarrón rebelde para evitar ser encomendado? o, caso contrario, ¿que ahora era un
dócil capitanejo al servicio de su amo?

Evidentemente no. El Anexo de Nectario María ofrece testimonios del fin de este
insigne líder rebelde indígena. Entonces estaba muerto(85).

¿Cuándo murió —según estos títulos— Guaicaipuro?

De Guaicaipuro hemos de decir que no está probado, tampoco aún —documen-


talmente— su papel de líder de la confederación indígena de Caracas, que Oviedo
y todos en adelante le atribuyen. Nada impide que así haya sido, (y en nuestro análisis
adelante usaremos algo cómodamente este supuesto), pero de los documentos hasta
hoy dados a la luz sólo se deduce su existencia como cacique de una parcialidad Teque
(aunque importante cacique, tal como Conopoima o Terepaima, sus vecinos) y su
final violento por mano de los españoles, hecho que pudiera indicar indirectamente
que efectivamente luchó a muerte contra estos. No hay testimonio —de su fecha—
que hasta ahora pueda probar la heroica narración de Oviedo.

Otros caciques teques como Pacuare, Conopoima y Guaramare habían fenecido


también, al parecer luchando tan aguerridamente como Guaicaipuro, al momento
del reparto de encomiendas en 1568 por Losada(86). Guaicaipuro, es fuerza admi-
tirlo, no destaca en forma particular de estos u otros caciques guerreros en docu-
mentos de su época que a él se refieran, documentos por demás siempre escuetos a
la hora de mostrar el papel de liderazgo de algún cacique aborigen en resistencia, por
temor al ejemplo.

Es al menos extraño además que siendo Infante y Sancho del Villar los más acep-
tados históricamente como vencedores de Guaicaipuro, los indios de este legendario
guerrero hayan pasado al gris Pedro Mateos, que se ausenta rápidamente a mediados
del mismo año 1568 de Santiago de León, para no volver jamás, y que no pareciera
tener hasta el momento mayor altura ni figuración en la Jornada de Caracas, ni
aparecer siquiera en la gesta de Oviedo, más allá de su pródiga lista(87).

Ha habido tradicionalmente, un comprensible y romántico factor “naciona-


lista” derivado del Guaicaipuro barroco de Oviedo. Es una dificultad adicional para
un examen objetivo. La figura de Guaicaipuro debe ser analizada, si se busca obje-
tividad histórica, de manera fría, con base en los escasísimos documentos coetá-
neos que hasta ahora han salido a la luz que lo mencionan, a riesgo de perpetuar
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JUAN GANTEAUME

otra narración heroica para consumo doméstico, sin mayor soporte. Las gestas
patrióticas existirán siempre y son preciosas en todos los pueblos, como parte de
su épica popular. Pero siempre será más hermoso si se logra probar que estas no
son sólo tradición oral, sino verdadera Historia(88).

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El año
de 1567

SEGUNDA PARTE
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…Y como quiera que en todo solicito la benevolencia del lector, para que disimule
con piedad los defectos que pudiera acriminar con rigor, desde luego represento por
mérito para la venia a que aspiro, el conocimiento que me asiste de mis propios
yerros, pues cuantos descubriere en este libro la censura, tantos admitimos sin
disculpa por legítimos hijos, nacidos de mi ignorancia. Vale…

Oviedo. Historia de la conquista..., op. cit., “Prólogo al lector”.


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La Jornada de Caracas

1567 Y EL “FACTOR OVIEDO”

Demostrada en la parte anterior, la fundación de Caracas en marzo de 1568, al


año de haber entrado Losada en el valle de San Francisco, y habiendo probado de
paso que ni Santiago de León, ni tan siquiera Caraballeda se fundan en 1567 —según
la contundente afirmación de Ponce de León— surge entonces la pregunta lógica:

¿Qué pasó pues en 1567?

Para responder esta interrogante utilizar la Historia de la conquista de Oviedo,


como se ve, no ayuda mucho ahora. Desde el momento en que ni su fecha de
fundación de Caraballeda, 8 de septiembre de 1568, ni la de Santiago de León, 25
de julio de 1567 son correctas, hemos de poner en atenta observación (diríamos
que algo más que eso) todo su célebre relato de la conquista de Caracas. Es cierto
que el mismo Oviedo, en sentido estricto, no se decide a fijar el 25 de julio como
fecha de la fundación. Su confesión al respecto es harto famosa: “El día en que
Losada ejecutó esta función es tan ignorado en lo presente, que no han bastado
mis diligencias para averiguarlo con certeza, pues ni hay persona anciana que lo
sepa ni archivo antiguo que lo diga”(89).

Pero no es menos cierto que Oviedo inserta la noticia de la fundación en un


capítulo que pone antes de la “fundación de Caraballeda”. Y esto no parece nada
casual.

Oviedo es un autor de tan profunda influencia en la historiografía de Caracas,


que sin mayor escrúpulo se le pasa un yerro como el de la fecha de la fundación de
Caraballeda(90), sin que sea automáticamente tachado, como él mismo hace con
el remoto Gil González Dávila, y tácitamente se le corrige aceptando que esta
ciudad entonces, corriendo simplemente un año atrás, debe haberse fundado el 8
de septiembre de 1567, o por esas fechas(91).

Esto no es inocente. Obedece a una comprensible intención de la tesis tradi-


cional de defender a Oviedo. De alguna manera corregir la fecha errada de
Caraballeda paradójicamente lo acredita y fortalece. Pues con ajustar la fecha
proponiendo que la fundación debió ser el 8 de septiembre de 1567, manteniendo
la data, aunque no el año, esto “casi” prueba una fundación de Santiago de León
alrededor del 25 de julio.

Se puede acudir entonces a este autor de nuevo con la fe reestablecida en su


obra para seguir leyendo —luego del capítulo de la fundación de Caracas— cómo
pasa Oviedo a narrar la acometida de los indios confederados por Guaicaipuro
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JUAN GANTEAUME

contra la ciudad de Santiago de León en la decisiva Batalla de Maracapana (ya


veremos cuanto), cómo en el siguiente capítulo se funda Caraballeda en la costa
y cómo Losada —luego de dejarla en orden— regresa al valle de San Francisco a
hacer su expedición de “apuntamiento” o registro de las parcialidades indígenas
para poder asignar, según méritos, los indios de Caracas(92).

El casi inconmovible crédito de Oviedo y Baños en cuanto a la historia inicial


de Caracas no es gratuito. Nace de ser el único cronista al cual se puede acudir
para saber los detalles de esa Jornada. No hay otro. Para un investigador esos deta-
lles valen oro. Oviedo compone su obra más de ciento cincuenta años después de
los hechos. Inunda de tantas noticias preciosas y personales su narración que su
Historia se lee, al menos para la parte relativa a Caracas, como un apasionante
libro de aventuras. Oviedo es percibido de alguna forma como el Homero de los
brumosos orígenes de Caracas. Escribe épicamente de una edad heroica, sobre
unos personajes de virtudes legendarias inmersos en una epopeya gloriosa.

Homero o no, Oviedo es el único historiador antiguo que se preocupa por el


“problema de la fundación de Caracas” con igual sentido histórico con que lo
haría hoy día —y con el mismo interés— un caraqueño orgulloso de su ciudad
capital. En esto se diferencia de otros historiadores y cronistas coloniales previos
que dan noticia de pasada del “poblamiento” de Santiago de León como una breve
referencia, cronológicamente sin mayor importancia, para continuar así con el
fondo de su Historia. Al leer a Oviedo y Baños participamos de su angustia ante
la fecha de fundación sumida “en la incertidumbre”.

Oviedo ejerce entonces, sin quizás imaginarlo, una desproporcionada y pertur-


badora influencia en cualquier estudio serio que se intente sobre los orígenes reales
de Caracas. Es difícil desligarse de su magia y asumir una posición objetiva. Quien
lee a Oviedo en busca de datos se envuelve sin notarlo en la convincente aventura
de su narración. Es por ese fenómeno de “suspensión de la realidad objetiva” que
produce su lectura —propio del teatro y el cine— que no se advierte una incon-
gruencia jurídica tan simple como la existencia de idénticos cabildos dos años
seguidos. Aunque muchos detalles se le discuten se le acepta el fondo —en
general— fehacientemente, sin contrastarlo con la realidad histórica coetánea, tal
como hacemos hoy con una novela.

Un problema adicional, es que Oviedo por ser muchas veces fuente única —y
muy apropiada para cierta clase de historia, por su narrativa plena de tensión escé-
nica— es usado ante las lagunas que por supuesto tiene la historia de Caracas,
como amplio comodín de apoyo hasta por historiadores responsables. No es culpa
suya(93).

Las noticias tan particulares de Oviedo, que son las que hacen valiosa su narra-
ción de Caracas, según hemos comprobado deben tomarse con sumo cuidado.
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La Jornada de Caracas

Un caso:

El capítulo VI de su Historia, que es el inmediatamente anterior al de la funda-


ción de Caracas está dedicado a narrar la batalla de la Quebrada de 1567, como el
propio autor la bautiza. Es un inserto que no agrega nada al fondo objetivo de la
Historia de Caracas, pero que nos regala aventura, como lectores de una gesta. Los
expedicionarios, acosados de hambre por la destrucción de las sementeras y cultivos
alrededor del real o campamento, que sin tregua practican los indios de Caracas,
por orden de Losada organizan una “entrada” a las poblaciones “…de los Tarmas
y Taramainas (que habitaban a la parte de poniente en las serranías que corren sobre
el mar…”, para conseguir bastimentos, “…para socorro del campo…” de
Losada(94).

La expedición de cuarenta soldados de a pie y cinco a caballo incluyendo como


líder a don Rodrigo Ponce, hijo del gobernador, encuentra finalmente los ansiados
bastimentos pero se los discuten aguerridamente los taramainas. “…estaba entre
los gandules uno que llamaban Carapaica, Taramaina de nación…”(95).

Oviedo narra cómo Francisco Infante, Alonso Ruiz Vallejo y otros, luego de
una batalla contra Carapaica en la que se luce Ruiz Vallejo cuando reacciona de su
huida ardiendo por el insulto de “bastardo mestizo” que le lanza Infante, logran
regresar triunfantes con suficientes bastimentos para el campamento de Losada.

¿Cuánto de cierto hay en este relato y de dónde lo sacó el cronista? Imposible


saberlo hasta tanto no se avance en la posibilidad de encontrar testimonios que
refuercen o debiliten los argumentos del autor.

No obstante, es por muestras como esta que se discute sobre una supuesta
Crónica de un Ulloa por el cual se guiaría quizás Oviedo para componer su
Historia(96).

Pero sobre esa hipótesis de un Ulloa que lo ilustre, Oviedo niega explícitamente
haberse guiado por Relaciones: “…siendo preciso revolver todos los archivos de la
provincia para buscar materiales…”

Y también: “…pues habiéndome gobernado en todo por los instrumentos


antiguos que he leído… aseguro en su autoridad la certeza de que [sic] necesito
para los sucesos que refiero…”(97).

Si el historiador provincial se basara en el romance mandado a componer


por el cabildo de Caracas en 1593 a Ulloa bajo comisión y supervisión de perso-
najes de tanto crédito y seriedad como Garcí González de Silva y Juan de Riberos
(este último coautor de la fundamental y precisa Relación de Pimentel de 1578),
¿Qué decir entonces de este testimonio que presentamos seguidamente, del
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JUAN GANTEAUME

mismo Garcí González, declarando como testigo a favor de Diego de


Henares?:

y sabe demás de esto que en otra entrada que hizo a los Mariches contra un cacique
llamado Carapaica y le dieron al dicho Diego de Henares una muy grande herida, que
estuvo a punto de muerte(98).

¿Cómo conciliar esta declaración de Garcí González, testimonio coetáneo, sobre


un cacique Carapaica de los Mariches y un Diego de Henares mal herido, con la
novelesca narración de Oviedo y Baños cuya acción sitúa este autor en dirección
opuesta, “a poniente”; contra una parcialidad distinta, los Toromainas, y con perso-
najes totalmente diferentes, narración en la que nada se dice de Henares, prominente
hijodalgo y culto alcalde del segundo cabildo de la ciudad en 1569?

Si Oviedo se está guiando por la supuesta Crónica de Ulloa, o esta se hizo distor-
sionando los hechos hasta la falsedad (cosa que no fue por cierto la intención del
cabildo cuando la comisiona; se buscaba, precisamente, registrar los hechos veraz-
mente en un poema épico, para preservarlos con fidelidad), con la anuencia cómplice
—y contra su propio crédito— de Garcí González, Henares y otros conquistadores
protagonistas directamente involucrados, vivos todavía, o ese mítico cantar de gesta
no describe este hecho de armas, ni por lo que se observa tampoco la fundación de
Caraballeda en febrero de 1568, menos aún la de Caracas en 1568, ni la muerte de
Guaicaipuro antes de esas fundaciones (y otras inconsistencias que sería prolijo
exponer pero de las cuáles hemos verificado errores como este en su historia, así como
sucesos críticos que expondremos para el año 1567 de los que Oviedo no logra
hilvanar, ni de lejos, la secuencia correcta, o no informa nada), pues ya vemos como
Oviedo yerra en cuanto a estos hechos fundamentales de los que no da noticia cierta,
cosa que no sucedería si se estuviera guiando, precisamente, por una relación o
crónica basada en testimonios de los protagonistas vivos, por más que puedan
adolecer estos de falta de memoria, pues es duro de admitir que todos los conquis-
tadores sobrevivientes hacia 1593, doce (12) al menos en la ciudad, de común
acuerdo, vayan a confundir la fundación de Caracas tanto como para ponerla el año
errado, o antes de Caraballeda, o conspirar en cuanto al primer cabildo, o declarar a
Carapaica como indio Taramaina, siendo que lo combaten como cacique Mariche,
o haber sido alguno —de los aún vivos informantes de Ulloa— herido por éste osado
Carapaica hasta quedar al borde de la muerte, como le sucedió a Diego de Henares,
y no recordar (veinticinco años después del golpe) si fue en Carayaca o en Guarenas.

¿Qué hechos verídicos cantaba entonces el tal romance?(99).

Hay otras inconsistencias menos notorias, pero que a la luz de una lectura atenta
y crítica de su narración se revelan. Por ejemplo: el capítulo III del libro V finaliza
con la entrada de Losada al valle de La Pascua (El Valle, actualmente) donde terminó
de pasar los días de Semana Santa de 1567:
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La Jornada de Caracas

por cuya causa mantiene hoy el nombre de valle de La Pascua, perdiendo el de Cortés,
que tenía antes, por haberlo encomendado Fajardo a Cortés Richo, un portugués, que le
acompañó en todas las entradas de su fatal conquista(100).

Oviedo, y con él muchos de sus seguidores contemporáneos han negado que


Fajardo haya fundado algo más que un hato de ganado, jamás una ciudad castellana
en toda regla(101). ¿Cómo pues, si no existe ciudad formal le da Fajardo en enco-
mienda a Cortés Richo el valle de La Pascua? Más aún, a favor de la fundación de
San Francisco como ciudad por Fajardo, existe un revelador título de encomienda de
Baruta —en traslado del siglo XVIII— al conquistador Alonso Andrea de Ledesma
dado por Losada en el que se nombran a un “Carrasco” y un Pedro Martín a quienes
los principales caciques Baruta y “Chacoata” (¿Chacaota?) “...solían servir...”, según
el título.

Antón Carrasco y Pedro Martín fueron dos de los registrados conquistadores que
entraron con Fajardo a fines de 1559. ¿Sirvieron entonces estos caciques anterior-
mente como encomendados a Carrasco y Martín? Si es así, debieron necesariamente
existir vecinos de una ciudad conforme jurídicamente en el valle, pues las enco-
miendas se otorgan, por leyes de Indias a los vecinos de una ciudad castellana, como
hemos visto. San Francisco fue pues —al parecer— fundada, y la tierra repartida en
1560 por Fajardo, como se evidencia de dicho título(102).

A nuestros ojos se invalida pues, historiográficamente, este “comodín para todo”


lo que se desconoce sobre la conquista apelado Ulloa del que sólo se sabe nombre,
oficio y maña y su registrada “estadía” por esa fecha en Santiago de León(103). No
creemos que tenga parte este soldado poeta en la obra del historiador, lo que acredita
a su vez, a nuestro juicio, el mérito original de Oviedo, pues se hace patente entonces
la magnitud del trabajo de investigación y síntesis de este cronista —con errores
propios, como cualquiera, al no tener guía cierta—, que de vagos y “fríos docu-
mentos” logra en una paciente década y media componer una Historia sui generis,
tan viva y notable(104).

Descartando a Ulloa, quedan aspectos por analizar, sin embargo:

hallábase a la vista Juan Serrano y batiendo los ijares a un caballo cuatralbo, abierto de
frente y de color castaño, muy arrendado y brioso en que se hallaba montado, partió tras
ellos(105).

Frases como esta, que describen hasta el color de las patas y señas del caballo de
Serrano, si no son licencias literarias, son imposibles de deducir de testimonios proto-
colares si no se está más bien frente al relato de alguien que lo haya visto. ¿Quién, a
ciento cincuenta años de esos hechos, recordaba las riendas o color del caballo de
Serrano? ¿Es este acaso un adorno cultista de Oviedo? ¿Restos de una oda de victoria,
escrito quizás por el latinista capellán?
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JUAN GANTEAUME

Oviedo, además, se muestra tan seguro en su narración que pareciera


“conocer los hechos”, así no sean los históricos, y los maneja casi como testigo,
como ningún otro historiador. Pero, significativamente, cuando vacila sobre un
dato, lo manifiesta. La fecha de la fundación de Santiago de León es uno de esos
momentos. Otro, la duda que como historiador le produce el “suceso memo-
rable del acicate” en el que se narra la increíble batalla de Garcí González defen-
diéndose con una espuela contra veinte indios atacantes, de la que sale victo-
rioso(106). El hecho, aunque Oviedo no deja de trascribirlo, no es creído por el
propio cronista, según su propia confesión. Sin embargo —y es lo notable—
sucedió realmente, como lo manifiesta Garcí González en una declaración en
1624(107).

Oviedo vacila explícitamente ante un hecho real como este que debió nece-
sariamente ser incluido por Ulloa en su supuesta gesta épica —por lo clásica-
mente heroico de la lucha—, cosa que el tal Ulloa no hizo, evidentemente, y
sin embargo no manifiesta Oviedo en cambio duda alguna ante errores histó-
ricos fundamentales como la real fecha de fundación de Caraballeda o la
anómala dualidad de cabildos cadañeros(108).

Ese —al menos para nosotros— es el real enigma de sus fuentes. Para un
investigador crítico, ¿qué pensar entonces de las etnias, caciques y parcialidades
tan explícitamente narradas por Oviedo? ¿Existió un Carapaica “Taramaina”?
No lo cree así Garcí González de Silva, que contra este luchó.

¿Un indio manco de nombre Sorocaima? El registro de Sorocaima como


supuesto nombre del anónimo indio teque al que ciertamente Domingo Giral,
Juan Fernández de León y Juan Pascual amputan la mano, hecho documentado
según testimonios de 1576, es inútil buscarlo en fuentes de la época. No existe
hasta ahora en documentos supervivientes este así nombrado Sorocaima, tan
sólo en la creación de Oviedo.

¿Un Tamanaco caraqueño? Nos asalta la duda, cuando leemos fuentes prima-
rias sobre Nirgua, de la misma fecha, en la que nos hallamos con declaraciones
como la de Andrés de San Juan: “…porque siendo yo alcalde ordinario por Su
Majestad de la ciudad de Xerez [de Nirgua], los indios que viven en el cerro de
Tamanaco, jurisdicción de la ciudad,…”(109).

Debe hacerse pues un trabajo profundo de arqueo y comparación de datos


en archivos de fuentes originales tales como Encomiendas y Méritos de servicios
donde quizás haya visto Oviedo estas noticias, o en archivos de las órdenes reli-
giosas, obispales y afines, pues la fuente de Oviedo para algunos sucesos o
estampas —definitivamente no para la Jornada entera— si es que existió, bien
pudiera ser quizás alguna relación personal de méritos, sin mayores intenciones
históricas, y de estilo literario florido tal como la de fray Jacinto de Carvajal(110).
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La Jornada de Caracas

Toda esta extensa digresión tiene un fin:

Es necesario pues, de aquí en adelante, tomar a Oviedo con pinzas; sopesar


su narración con mucha precaución. Nuestra posición es que —sin negarle a
priori crédito al fondo— hay que analizar con crítico cuidado todo su texto,
hasta detalles de su historia que imaginaríamos imposibles de rebatir, por ser
tan propios de su relato que no se esperaría hallar noticia en otra parte que los
verifique o desvirtúe.

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JUAN GANTEAUME

LAS FUENTES

Sobre 1567 hay pocas fuentes a pesar de ser el año más investigado en documentos
del siglo XVI venezolano.

Algunas de estas fuentes: Oviedo, por supuesto; la Carta al rey de Ponce de León en
diciembre de 1567; la Carta al rey del obispo Agreda en enero de 1568; la Carta al rey
del contador Ruiz Vallejo en abril del mismo año; ciertos testimonios muy interesantes
de algunos testigos en residencias e informaciones en años varios sucesivos; y en parti-
cular una reveladora cédula real en 1569(111). Son las que hemos utilizado. Como
haremos patente por el desarrollo de nuestra hipótesis, falta una eficaz investigación en
archivos de Francia sobre la actuación de personajes como Nicolás Valier, Jean
Bontemps, Pierre de Barca y Jacques de Sores, que actuaron en ese y otros años cercanos
en costas venezolanas.

Los denominados Juicios de residencia por los que se enjuiciaba burocráticamente al


gobernador de turno, y que muchas veces representan, por las declaraciones de testigos
y otros documentos trasladados, un enorme cúmulo de datos históricos, en este caso no
aportan mucho. El juicio de residencia a la gestión del gobernador clave Ponce de León
la hizo su sucesor interino Francisco Hernández de Chaves, llegado a fines de 1569.
Existió pues esta residencia, pero no ha sido localizada, o quizás nunca se envió al Consejo
de Indias en España por muerte temprana de este gobernador Chaves, al año de iniciado
su gobierno(112). El juicio de residencia hecho por el sucesor Mazariegos a Hernández
de Chaves en 1571 —a pesar de que su traslado en el Archivo General de la Nación
incluye en su título a Chaves y Ponce de León— no alcanza sino a la gestión de Chaves,
como es lógico(113). El período comprendido entre la llegada de Ponce de León, en mayo
de 1566, hasta su muerte, en mayo de 1569, sigue entonces sin documentación de resi-
dencia que la sustente, lamentablemente. Hemos consultado los juicios de residencia
anteriores y posteriores pertinentes.

Sobre esta endeble base documental pues, intentaremos reconstruir el año 1567 para
la Jornada de Caracas. Aunque será en gran medida una especulación, las ideas que
presentaremos nacidas del mismo análisis crítico que hasta aquí hemos venido aplicando
lucen, a nuestro modesto juicio, al menos tan estimables como en este momento, son
las de Oviedo y otras autoridades sobre el mismo año. Visto que en la consulta de fuentes
historiográficas no hemos hallado hasta ahora nada que se diferencie substancialmente
de la versión tradicional (si apartamos las ideas de los revisionistas arriba mencionados),
nos arriesgaremos a formular una hipótesis, tan sólo sea para aportar líneas frescas de
debate a la historia inicial de Caracas. Así es como lo veremos entonces.

El plan de conquista

El brillo doradista de la provincia de Caracas y el hambre de esclavos en abun-


dancia llamaban con su peligroso canto de sirenas desde mediados del siglo XVI a
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La Jornada de Caracas

los empobrecidos herederos de los Bélzares, pinchando sin tregua su codicia frustrada
por tantas expediciones ruinosas.

Para la usual historiografía nacional, 1567 es el año del “nacimiento de Caracas”.

Además de probarse que no es cierto históricamente con mucha más propiedad es


el año del asalto a Coro y la “muerte de Borburata”.

Borburata, hasta ese año, era el único puerto y ciudad que los castellanos habían
logrado fundar en la costa —que sobreviviera— desde Cumaná hasta Coro. Era la puerta
de entrada y salida comercial para poblados como El Tocuyo, Barquisimeto, Nirgua
—según estuviera o no poblada—, Valencia, Trujillo e incluso Mérida (en otra gober-
nación por entonces), ciudades a las que les era más fácil entrar o salir por Borburata
que por Coro, la capital de la provincia. Su estratégica posición central en la costa para
el comercio de ultramarinos con estas poblaciones, y a través de ella con Margarita, Santo
Domingo, Cabo de la Vela o Cartagena de Indias la mantienen viva, a pesar de no
producir ningún fruto ni oro ni tan siquiera perlas. Estaba, además, convenientemente
situada al lado de la indómita provincia de Caracas, de brumosas montañas y áureas
quebradas, región pendiente de conquista desde 1562.

Ese año de la Jornada de Caracas, a Borburata le tocaría desempeñar el rol de plata-


forma en una operación combinada por mar y tierra. Así lo habían acordado Losada y
Juan de Salas en El Tocuyo en 1566, cuando se dedican a planear la fórmula para superar
la táctica victoriosa con que los retaba Guaicaipuro(114).

El dilema estratégico para la conquista de Caracas era claro. Estaba a la vista con la
experiencia de lo sucedido a San Francisco y El Collado años antes: Si no se sostenía una
“cabeza de playa” en la costa, cualquier intento poblador basado en dos ciudades, una
costera y otra tramontana, se derrumbaba, como se hizo patente con el abandono de El
Collado. No se podría pues, asegurar el éxito de la Jornada ni poblar ciudades perdura-
bles en esa provincia cumpliendo el deseo real si no se conseguía primero asegurar la
costa y el acceso al mar, vital vía de comunicación y bastimentos, de socorro y escape
para los expedicionarios de la Jornada.

Una expedición definitiva de la envergadura que se planeaba no podía hacerse sino


por tierra. Losada prometía entrar con éxito de esta forma en dicha provincia. Sabía
dirigir huestes en territorio hostil —y sobrevivir— desde aquellas lejanas y alucinantes
correrías al interior ignoto de la provincia con Reinoso. No sería pues él otro Narváez
con los indios de Caracas, que por requerirles paz murió ni otro Bernáldez, que por
prudente huyó.

Pero Losada sabía que atrincherarse en el valle de San Francisco confiando en sus
solas fuerzas era quemar las naves. Guaicaipuro y sus aliados eran enemigos de particular
cuidado. Altivos, por sus evidentes éxitos ante los españoles. A partir de la entrada en
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JUAN GANTEAUME

Caracas, Losada entendía que debía dedicarse a allanar la costa, so pena del aisla-
miento de su hueste, que era la estrategia de Guaicaipuro. La vital vía de escape y
socorro debía mantenerse abierta. Muy al contrario de lo que se piensa, Losada no
conquistaría primero el valle, sino la costa.

Las tribus del litoral de Caracas se habían especializado en su papel en la guerra.


Perfeccionaron una técnica sutil de engaño a las naves que imprudentemente se
acercaban a su costa en busca de agua o rescates, para luego matar a todos los
desembarcados y —si podían— quemar el barco. El afamado Diego García de
Paredes regresando de España en 1563 premiado con una gobernación por sus
hazañas en la derrota del Tirano Aguirre —pensando que en la costa de Caracas
estaría ya su amigo Narváez, como pensaba verlo cuando partió—, desembarca
inocente en la playa animado por las caras buenas que le ponen los indios y es
sumariamente enviado al limbo a acompañar a Narváez, por la vía del empala-
miento.

El negrero y corsario inglés John Hawkins poco después se salva por pura casua-
lidad de caer también en la misma treta.

John Sparke, que estuvo en este viaje de Hawkins a las posesiones españolas, en
1565, comentaba así el suceso:

y vio muchos caribes en la playa y algunos también en sus canoas, quienes les dieron
muestras de amistad y le mostraron oro con lo cual quisieron significar que deseaban
comerciar con nosotros (...) que de haberlo tenido, hubiera sido para su desgracia [habla
de su capitán Hawkins], que éstas no eran gente amable como pensábamos, sino mil
veces más endiablados, y son caníbales y devoran a cualquier hombre al que puedan
echarle mano, como lo supimos después en Borboroata [sic](...) Su política en la lucha
contra los españoles es maravillosa, pues escogen como refugio las montañas y bosques,
a donde los españoles con sus caballos no pueden seguirlos(115).

Ese tramo costero se había vuelto pues prohibido para los navíos españoles, en
el mare claussum caribeño en el que hasta entonces aún navegaban.

Allanar la costa era entonces el primer objetivo de la Jornada. Era vital desde el inicio.
Así lo entendían Losada y Juan de Salas. El mar era la pared contra la que se estrellaba
la furia de Guaicaipuro y sus caciques aliados. Los españoles, por supuesto, eran los
dueños del mar. Si estos caciques de la costa controlaban el acceso y la salida —por el
litoral— al valle, de ellos era Caracas. Si los españoles conquistaban la costa, con
Borburata apoyando, la guerra estaba ganada.

El papel naval de Juan de Salas en la Jornada de Caracas era específico: mantener la


comunicación marítima a través de sus piraguas desde Borburata a la costa de Caracas.
Borburata haría de base para todo el esfuerzo de retaguardia. El socorro que aportaría
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La Jornada de Caracas

Salas era importante por sí mismo: traería a Borburata —además de cincuenta


de los leales guaiqueríes que habían acompañado a Fajardo desde Margarita— a
quince antiguos conquistadores y vecinos que fueron de El Collado, vecinos
ahora de Margarita y Borburata, imprescindibles para la Jornada como conoce-
dores de las belicosas tribus de la costa, con las que a través de Fajardo habían en
algún momento llegado a tratar y cohabitar y a cuyos caciques podían localizar,
identificar y quizás hasta hablar. Nadie más que estos antiguos pobladores
pioneros habían pisado con certeza este crítico tramo del litoral(116).

Pero lo más importante es que la flotilla de Salas aportaría pólvora, muni-


ciones y armas que usualmente se adquirían en Margarita, pues la gobernación
de Venezuela sufría una crónica y patente escasez de estos vitales pertrechos.
Margarita hacía de base de entrada y plaza de compras para todas las expediciones
importantes que se hacían en Venezuela desde tiempos de Ortal. Fajardo inicia
su última y fallida entrada a Caracas saliendo de Margarita vía Cumaná, con
intención de entrar desde oriente esta vez por tierra. Maraver de Silva en 1568 se
detiene en Margarita también para abastecerse y aclimatarse y planear su entrada
a su gobernación de El Dorado. Losada y Villegas regresaron en 1543 a Coro con
soldados, caballos, ganados y pertrechos de guerra suministrados por Margarita
cuando van a Maracapana a fijar con Cubagua los límites de la gobernación. Igual
sucede con Vicente Díaz Pereira, en 1551 cuando de allá regresa a Borburata por
tierra trayendo ganados y gente de guerra, nuevamente(117). Quizás traería Salas
también algunos “versos” o cañones de ligero calibre, para sostener los períme-
tros que pensaba levantar.

Las tribus más poderosas de la costa eran las de los Tarmas y —según
Oviedo— los “Taramainas”, con su gran cacique Paramaconi al oeste, en las serra-
nías costeras, que comunicaban en sus laderas sureñas con teques, y aruacos, estos
últimos acaudillados por Terepaima, el vencedor de Narváez(118).

La más poderosa al interior (descontando los quiriquires alrededor del Tuy


medio hasta su desembocadura, que no participaban en la confederación indí-
gena por ser enemigos tradicionales de los teques y otras tribus de las altas
montañas) eran los Mariches, al este del valle de San Francisco que comunicaba
por la costa a través de pasos en la serranía con otra gran parcialidad, los
Chagaracotos, numerosa nación que habitaba desde Naiguatá hasta más allá de
Osma(119).

Una vez allanada o pacificada la costa, el siguiente paso sería conquistar el


valle, donde se poblaría la otra ciudad de españoles que defendería el acceso al
oro de los Teques. Si Guaicaipuro desde el interior era el que ciertamente dirigía
el alzamiento, su muerte era prioritaria para esta segunda etapa. Rota la coalición
y pacificados los más importantes grupos indígenas, sólo entonces se fundarían
las ciudades.
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JUAN GANTEAUME

Losada con su hueste de ciento treinta y seis españoles incluyendo dos curas,
partiendo de El Tocuyo se reuniría con Juan de Salas en Borburata, procedente de
Margarita(120). Allí Salas aprovisionaría de morriones, arcabuces, pólvora y muni-
ciones la hueste de Losada y acordarían la cita final para reunirse de nuevo en la
costa de Caracas. Marcharía cada uno por su vía para encontrarse en Maiquetía en
el momento acordado, unir fuerzas y crear la línea de comunicación marítima con
Borburata(121).

Este era pues el plan para la conquista de Caracas, y el papel de Borburata


cuando se inicia la Jornada, en enero de 1567.

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La Jornada de Caracas

INDIOS, CORSARIOS Y CONQUISTADORES, TODOS EN POS DE LA


COSTA

Sin embargo, sobre Borburata, se cierne la tormenta.

A pesar de sus diecisiete sólidos años de desarrollo estable, de estar poblada de


notables vecinos con familia e hijos, tener tan buen o mejor puerto que Cartagena
de Indias, Veracruz o La Habana, y estar en la ruta directa de la importante flota
de Tierra Firme, Borburata carecía de algo fundamental de la que estas otras
ciudades costeras —o hasta una más humilde, Pampatar en Margarita— no podían
prescindir: una fortaleza.

Borburata, “a la lumbre del agua”, no tenía un simple cañón que defendiera su


estratégica posición contra corsarios y piratas. Inerme ante las armadas herejes que
cada vez en mayor número y más potentes se acercaban a las Indias de su majestad,
con ánimo de comerciar ilegalmente, o expoliar y hacer el mayor daño a cambio.
Peor aún: era un imán para ellas por hallarse en su camino a la codiciada Cartagena,
tener un puerto natural capaz de albergar cómodamente la más grande flota
corsaria en tiempo de huracanes y ser ella en sí misma un objetivo valioso como
prenda de rescate si era tomada, o un mercado potencial si no(122).

Pero la indefensión de Borburata no la motivaban carencias presupuestarias de


un vasto imperio, el descuido, o la indolencia. Era, por el contrario, el precavido
deseo de Su Sacra Real Majestad.

La causa era el legado espiritual de Aguirre. Peor pirata había sido este pere-
grino español “Pata coja”, desbordado de odio creativo hacia su monarca, que el
cruel Jacques d´Clerc, “Patepalo”, de infausta memoria. Temía aún la corona que
en una provincia olvidada, pobre y desesperanzada como ésta, tan ancha y ajena,
otro Lope redentor pudiera de tanta necesidad como en ella se pasaba mandar su
rey al diablo y hacerse fuerte, si hubiere dónde, como lo hizo “El Tirano” en la
fortaleza de Pampatar, en 1561. En la metrópoli no se olvidaba que aquí en esta
provincia de Venezuela había muerto el peligroso marañón. El número de rebeldes
desnaturalizados de su vasallaje y la gravedad política del desafío de su torpe grito
de libertad mostraban tan patentemente cómo fallaba el dominio real en estas
tierras que el vejado rey Felipe, aún en 1567, no se decidía a confiar en sus “leales
súbditos” de Borburata y poner en sus manos cañones para la urgente defensa de
su puerto(123).

El día en que ardió la ciudad, Borburata tenía ya varios años sorteando corsa-
rios. Hawkins y Bontemps la visitaban. Algunos años antes, Justo Desque había
sufrido, como oficial tesorero en el pueblo, las torturas de piratas hugonotes para
que entregara el oro del rey(124). El gobernador Ponce de León había iniciado su
gestión en 1566 condenado duramente a su antecesor, el licenciado Bernáldez, por
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JUAN GANTEAUME

permitir la compra de esclavos por los vecinos de Borburata a Hawkins, en 1565.


A Bernáldez este nuevo gobernador lo remite detenido y con escolta al Real
Concejo de Indias de Sevilla a fines de 1566(125).

No es que los leales súbditos le pusieran mala cara al comercio ilegítimo:

Estos corsarios vienen muy proveídos de todas mercadurías y aceites y vinos y lo demás
que en la tierra falta, y la necesidad de los vecinos por no lo tener son grandes y no basta
penas ni castigos para que lo dexen de comprar secretamente lo que han menester y
esto han hecho; de verdad se hace, aunque no se puede averiguar porque lo hacen de
noche y los unos a otros se encubren y no basta diligencia para que lo dexen de hacer;
y es verdad que tenemos gran escrúpulo de conciencia nosotros los oficiales de Vuestra
Majestad, por los juramentos que les hacemos tomar, pues dello no se puede averiguar
otra cosa sino que creemos que se perjuran(126).

Pero ante la probidad rectilínea que manifestaba en estos asuntos el nuevo


gobernador, no cabía mucha opción. La intransigencia de Ponce —más militar y
menos abogado que el licenciado Bernáldez— conduce a la tragedia, como se
verá(127).

Losada parte con su hueste a inicios de enero de 1567 de El Tocuyo. Agrega por
el camino la gente que se le une en Barquisimeto. Sigue a la Villa Rica, en Buría
—por otro nombre Nirgua, un real de minas por entonces—, donde luego de
recoger oro que fundirá en Borburata, el 20 de enero de 1567 en medio de fiestas
de cañas y torneos —según Oviedo— se encomienda a San Sebastián, eficaz
patrono contra las flechas(128).

A fines de enero llega a Valencia. Deja su gente acampada en Guacara y luego


en Mariara fabricando escaupiles, pabilo para mechas de los arcabuces, alpargatas,
hamacas y otras cosas necesarias para iniciar la jornada. Losada baja a Borburata
en busca de Juan de Salas, tan sólo para hallar la ciudad en manos de la primera
de cinco armadas enemigas que ese año la visitarán.

El hugonote francés, sacrílego y pirata Jacques Sores, fondeado cómodamente


en la bahía de Borburata, sumaba en su antiguo haber el saqueo de Santa Marta,
Santiago de Cuba y la propia Habana(129). Pupilo aventajado y lugarteniente de
“Patepalo” d´Clerc, esta vez venía por su cuenta de hacer su faena en Margarita,
por lo que se comprende que Juan de Salas no hubiera llegado a Borburata, inten-
tando componer el desastre en que el pirata había dejado esa tierra. Sores en la isla
había asesinado a varios colonos, subyugado el pueblo y exigido rescate. De ella se
lleva carne, provisiones, “…y el no muy rico botín pillado durante el asalto…”(130).
Al parecer, quema la iglesia de Margarita(131) y a velas llenas se enrumba al oeste
olfateando presa, donde “…entró de mano armada en Borburata, haciendo todo el
daño que podía y porque no quemase el pueblo le dieron mil pesos de
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La Jornada de Caracas

rescate…”(132). El obispo Agreda se hallaba de visita pastoral en Borburata confir-


mando a los vecinos. Como representante del Papa romano era liebre cierta para
estos canes. Se salva en esta oportunidad(133).

El obispo declaró meses después: “…vino un corsario francés secretamente y


robó el pueblo...”(134).

Y Hernando de las Viñas:

vino a el dicho puerto un francés corsario con tres naos y una carabeleta que traía robada
(...) y en medio de una sabana que está a la entrada del pueblo encontraron con los
dichos franceses. Venían como hasta ochenta hombres poco más o menos, arcabuceros
y piqueros y con las mechas cubiertas (...) todo lo cual pasó en la fin del mes de enero
de sesenta y siete(135).

La ocupación corsaria debió extenderse hasta inicios de febrero: “…por el mes


de febrero fue robado el pueblo de Borburata...”(136). El pago del rescate debe
haberse hecho con autorización del obispo. Losada, en estos menesteres, espera
inútilmente a Salas todo el mes de febrero hasta principios de marzo(137). Pero
parece evidente que si el mar está poblado de tales peligros no puede realizarse la
cita. Salas se ve obligado a esperar en Margarita para no ser tomado en la travesía.

Por todo esto pues, Diego de Losada emprende sin la ayuda de Salas ni sus
urgentes pertrechos la Jornada de Caracas en marzo de 1567. Antes de partir pasa
revista general. Son en total ciento treinta y seis españoles de armas contando dos
sacerdotes, uno para cada pueblo a fundar(138). No puede esperar más por Juan de
Salas. Dentro de poco se iniciará la temporada de lluvia y para entonces desea estar
ya dentro de Caracas(139):

aunque le faltó el capitán Juan de Salas a quien esperaba porque había de entrar en su
compañía con copia de soldados que había de sacar de la isla Margarita e indios guai-
queríes en quien el dicho general tenía mucha confianza, y aunque le era todo de mucha
importancia, pospuesto todo temor entró a la dicha conquista(140).

Al partir Sores, se abre un lapso cronológico impreciso entre febrero y mediados


de abril, fecha del arribo de la armada de Jean Bontemps a Borburata. Al día
siguiente de su arribo se le une la flota de Lovell, del doble de tamaño, financiada
y apadrinada por Hawkins y llevando como bisoño piloto al joven Francis Drake,
su sobrino(141).

Ello no implica que el mar se hallara libre de corsarios en el interludio. Está


registrado el paso entre Sores y Bontemps de un Pierres de Barca, francés.

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JUAN GANTEAUME

Este arriba a Borburata en dicho lapso(142). Pero al ver quizás que los pobla-
dores acababan de ser robados por Sores y como su fin era el simple comercio, o
porque los vecinos le informaran que no tenían permiso para contratar y que para
quitárselo de encima los ladinos justicias le aconsejaran que fuera a Coro a intentar
obtener el permiso con el inflexible gobernador, el hecho es que para allá enfila De
Barca la proa, inaugurando el tren de visitas de los corsarios a Coro, a obtener
licencia de Ponce de León, aprovechando la estadía del gobernador cercana a la
costa y apostando a que será tan venal como Bernáldez.

tras este vino otro llamado Pierres de Barca, y este todo su intento era rescatar, y
mostraba no querer hacer daño, y así llegó al puerto de la ciudad de Coro, donde los
vecinos rescataron hasta once negros, los cuáles el gobernador don Pedro Ponce de León
los tomó para Vuestra Majestad, y a los que rescataron castigó; y este francés tomó un
navío en el dicho puerto de Coro, cargado de lana y cueros, y porque rescatasen con él
los dichos negros volvió el navío a su dueño, con todo lo que traía(143).

Uno de los compradores de estos esclavos de contrabando es Andrés de San


Juan, que se escapa de su vertical gobernador en el navío cargado de lana y cueros
liberado, para no ser castigado ni devolver sus esclavos, partiendo apresuradamente
a Santo Domingo(144). Curiosamente, está incluido para la fecha de la expedición
en ambas listas de los conquistadores que entraron con Losada, la de Oviedo(145)
y la de María(146), que evidentemente no puede ser si fue a Santo Domingo en
marzo de 1567. Para abril de 1568 ya estaba en Santiago de León, haciendo de
escribano(147). En 1570, muerto Ponce, su perseguidor, hace de juez de residencia
de su gestión en Coro, como se mostró arriba(148).

El acoso corsario a cualquier casco que por esas fechas de 1567 navegara en el
mar entre Margarita y Coro hace que un incauto navío perseguido intente resguar-
darse en la temible costa de Caracas:

al tiempo que Losada pasaba muestra a su ejército en el valle de Mariara navegaba por
la costa de Caracas, un navío con cuarenta hombres, que cargado de mercadurías iba
de España para Cartagena, y seguido de los corsarios franceses, por asegurarse del
peligro que le amenazaba dio en manos de la desdicha… pues huyendo por no ser apre-
sado, se acogió al puerto de Guaicamacuto…, donde fueron muertos todos al saltar a
tierra, por los confederados indios de la costa, en guerra sin cuartel contra los espa-
ñoles(149).

Esta era entonces la ruta que Salas tuvo que sortear para no dejar de acudir,
aunque retrasado, a su cita en Borburata.

¿Cuándo inicia Losada la Jornada? ¿Cuándo llega Salas a Borburata? Son


preguntas significativas que quizás puedan precisarse algo más si se analizan las
fuentes.
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La Jornada de Caracas

Inicio de la Jornada: de la cronología de Oviedo hay dos fechas que ofrece su


narración —concordantes con testimonios documentales— que pueden por tanto
tomarse con bastante credibilidad. Oviedo afirma que el miércoles 3 de abril
Losada, que había estado pasando la Pascua de Resurrección en el valle de La Pascua
(homónimo por eso, precisamente) levanta su campo para pasar al valle de San
Francisco(150). Previamente ofrece la fecha de 25 de marzo como la fecha de la
Batalla de San Pedro. Pudiera estimarse la fecha de inicio de la Jornada —basán-
dose en su cronología de hechos hasta esa fecha desde que parte de Mariara— en
alrededor de 16 ó 17 de marzo(151).

Pero debe tenerse en cuenta que Oviedo establece su fecha para la Batalla de
San Pedro según el calendario gregoriano, y para 1567 regía el antiguo calendario
juliano, por lo que a la fecha del 16 de marzo pudiera restársele diez días, quedando
la partida de Losada en 6 de marzo, fecha significativamente cercana a inicios de
marzo, que parece haber elegido para su fundación de Caracas, en función de
hacerlo quizás al año exacto de su partida.

Llegada de Salas a Borburata: hay una declaración de Andrés Machado, vecino


de Borburata por entonces, al igual que Lázaro Vásquez, los cuales se unen a Salas
cuando este arriba a Borburata para participar ellos también en la Jornada de
Caracas(152).

Hablando de Caracas, Machado dijo:

que fue uno de los primeros que entraron al socorro de esta provincia con el capitán
Juan de Salas, que vino a la propia jornada dende la isla de Margarita… diez o doce
días después que el dicho capitán Diego de Losada la empezó a hacer(153).

Como ya tenemos una fecha aproximada del inicio de la Jornada, 4 de marzo,


podemos suponer fiablemente que Salas arriba a Borburata, según el testimonio
de Machado, a mediados de marzo, entre la ida de Pierre de Barca y la llegada a
Margarita de Bontemps. Justo a tiempo: “…por Pascua de Resurrección pasaron por
la Margarita…” corsarios sin precisar, que bien pudieron ser las armadas de
Bontemps y Lovell(154).

Entre tanto Salas, ya en Borburata, desconociendo que Margarita está siendo


visitada de nuevo por tan poderosos corsarios, engancha a Lázaro Vásquez y Andrés
Machado(155). No logra traer los cien guaiqueríes veteranos de El Collado que
había prometido, tan sólo la mitad. Se informa en el puerto de la partida de Losada
desde Mariara “diez o doce días antes” y calcula que dentro de pocos días más el
capitán general estará ya en la costa de Caracas, si no hay contratiempo, donde se
le unirá. Así pues, Salas cuenta con salir de nuevo de Borburata los primeros días
de abril para sincronizar con la llegada de Losada al litoral y establecer la línea de
socorro, abastecimiento y refuerzo planeada. Tal vez espera una piragua de aviso
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JUAN GANTEAUME

de Maiquetía. Todo el cronograma está algo retrasado, pero nada que no pueda ser
subsanado.

Salas esperaba, para darle tiempo a Losada a que llegara a la costa, porque no
quería que le sucediera a sus piraguas lo que a otros, que imprudentemente han
arribado a esa costa mortal. Sabe que no cuenta con fuerzas suficientes para
enfrentar solo las tribus confederadas de la costa. Necesita a Losada para desem-
barcar y Losada a él por los soldados y municiones que trae a la Jornada.

Llegado abril se entera que el mar está nuevamente infestado de corsarios.


Finalmente, sin haber logrado partir, arriban Bontemps y Lovell a Borburata. Era
el 17 de abril de 1567.

Losada hace días que está en Caracas. Quizás está siguiendo la misma secuencia
que Fajardo. Es imaginable que haya podido establecer unos corrales en los restos
de San Francisco para atender el ganado menor que llevaba de impedimenta. Pudo
tal vez fortificar allí mismo un perímetro, con grandes troncos, donde pudiera reco-
gerse a salvo una guarnición suficiente, que defendiera el ganado, los caballos y los
indios de servicio dedicados al cuido del ganado y sembrar los cultivos que sosten-
drán la comunidad, tal como se hizo en 1549 antes de la edificación de Borburata.
Dar una vuelta de reconocimiento al valle hacia el este, por los Mariches, como
narra Oviedo.

Pero a nuestro juicio, luego de descansar unos días allí dejando establecidos
quizás algunos corrales y guarnición y servidumbre con indios ladinos, siguió de
largo con la mayor parte de su hueste(156). Lo más pronto que pudo, porque todo
su fin entonces era asegurar la llegada de las municiones, armas y soldados que le
traería Juan de Salas. Siguió pues a la costa. Allí estableció su campo real. En
Maiquetía, bajando por la antigua vía india que pasaba por Curucutí.

Aunque nada se lo impide, no creemos que Losada por estrategia decidiera


dividir sus fuerzas de allanamiento y pacificación en ese crítico momento. Las
necesitaba todas —y más, las que le traería Salas, sus armas y municiones— para
acometer con éxito el siguiente paso: pacificar la costa y terminar con los efec-
tivos ataques de estos indios confederados, allanando la puerta de entrada y salida
marítima de Caracas.

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La Jornada de Caracas

BONTEMPS & LOVELL, LTD

Losada no recibe el socorro del imposibilitado Salas sino hasta fines de mayo:
“…y a dos meses poco más o menos que entró con la dicha gente [Losada], se unió
de socorro el capitán Joan de Salas…”(157).

La estadía de Lovell, inglés, y Bontemps, francés, está bien documentada. Se


repite la historia: Estos nuevos corsarios intentan comerciar y vender esclavos como
lo hizo Hawkins en 1565. Pero no es Bernáldez quien ahora gobierna. Ni los vecinos
de Borburata están para más gastos, luego del paso de Sores. Como los bizantinos
mandando a los bárbaros a Roma, los de Borburata señalan hacia Coro: “…y con
este concierto enviaron desde Borburata al puerto de Coro para que diese licencia
el gobernador y el gobernador se la negó y mandó que ninguno rescatase…”(158).
Los corsarios, que se sienten cómodos en el tranquilo puerto del borburateño
Alonso Cabello, al querer asegurarse una garantía mientras mandan a Coro a
obtener la licencia, o para mostrar que hablaban en serio, toman entre tanto de
rehenes a varios miembros representativos de la ciudad, entre otros a Justo Desque,
teniente de gobernador de Borburata, y a Lope de Benavides, alcalde:

prendieron en Borburata al theniente Justo Desque y al alcalde Benavides y otros vecinos


y entre ellos dos mercaderes del Nuevo Reino [probablemente de Mérida], con mil y
quinientos pesos, y a todos los llevaron a sus navíos, publicando que si el rescate no se
hacía, que los habían de llevar a Francia; pero después, viendo que el gobernador no
había dado lugar al rescate los soltaron a todos(159).

El indoblegable gobernador no cae en chantajes. Les niega —como a Barca—


la licencia. Al final, estos corsarios liberan a sus rehenes luego de cambiar por 26
esclavos los mil quinientos pesos que les habían secuestrad(160). El contador Ruiz
Vallejo incauta oficialmente los esclavos a nombre de su majestad. Los comerciantes
entablan pleito por ellos y finalmente les son devueltos y se les sentencia a pagar
multas y el impuesto real, treinta pesos(161).

No hay constancia de cuando abandonan estos corsarios Borburata. Bontemps


lo hace antes, pues hacia inicios de mayo se le reporta en Río de la Hacha(162). Luego,
el 18 de mayo llega a esa población con sus ingleses Lovell, procedente de
Curazao(163).

En años sucesivos tanto Hawkins como Bontemps volverán a visitar Borburata.


Del corsario Bontemps sobrevive un digno testimonio sobre la repulsión que le
causaba ver indios esclavizados. El caso es el siguiente:

Hacia 1570 Bontemps, estando una vez más en el puerto de Borburata para
comerciar negros esclavos, se encuentra con el esclavista Andrés de San Juan cerca
del puerto(164).
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JUAN GANTEAUME

El corsario observa con disgusto los indios esclavizados y le comenta, al día


siguiente, a Alonso Gómez, español estante en Borburata, que es quien declara en
el juicio, como testigo:

y pareciéndole mal al dicho Juan de Buen Tiempo, un día antes dijo al dicho Andrés
de San Juan «Yo no te conozco a ti, que tu llevas a vender los indios como nosotros los
negros. ¿No es peor que vendáis vosotros los indios, que yo que traigo a vender negros?»
y dijo a este testigo: «¿No sería bien hacer a este un juego que se le acordase para toda
su vida y dalle quinientos azotes y cortalle las orejas y tornalle a enviar?» y este testigo
le dijo que por amor de Dios, que no le hiciese tal, porque ellos le habían de echar la
culpa(165).

Bontemps muere posteriormente en Curazao (a donde iba usualmente a apro-


visionarse), a manos del célebre piloto de Indias Antonio Barbudo —residente por
entonces en casa del curazoleño Lázaro Bejarano—, el mismo piloto autor de una
precisa relación de la costa venezolana escrita alrededor de 1574. La cabeza de
Bontemps es enviada por este en un cajón, como trofeo, a la Real Audiencia en
Santo Domingo.

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La Jornada de Caracas

VALIER QUEMA BORBURATA

Saliendo Bontemps del puerto de Borburata y entrando Valier, en desesperante


sucesión. En algún momento entre mediados y últimos de mayo llega Nicolás
Valier a Borburata. Será este el corsario que finalmente le prenda fuego a la ciudad.

Nicolás Valier se comportará diferente de los anteriores visitantes. Proviene de


Dieppe, Francia, al mando de una flota de ocho naves que incluye hasta una galera.
Su armada está compuesta por una mezcla de hugonotes franceses y escoceses lute-
ranos(166). Quizás vienen confederadas ambas armadas como antes hicieran
Bontemps y Lovell. El punto es que entran juntas en Borburata. Arriba con inten-
ciones de comerciar a la fuerza, como los anteriores. Pero Valier trae además —entre
cejas— las muertes y ejecuciones que el adelantado Pedro Meléndez de Avilés hizo en
sus compatriotas franceses, al erradicar a sangre y fuego la colonia que los fran-
ceses habían establecido en La Florida, el año anterior. Valier busca venganza. Para
eso ha armado su flota. Al parecer, su derrotero previo por Margarita y Cumaná
deja muestras de la calidez de sus intenciones tras su paso(167).

Al arribar a Borburata, en lo que comprende que los vecinos no quieren o no


pueden comerciar con él, no se lo piensa mucho y quema tambien esta ciudad:
“...vino otro francés llamado Nicolao Balier; este ha hecho grandes daños porque
quemó a Borburata y la Yglesia y cruces della…”(168). Hernando de las Viñas rati-
fica la quema: “habían robado cantidad de moneda e hacienda en el puerto de
Borburata y lo habían quemado del todo y este testigo lo vido quemado casi
todo…”(169).

Valier se dispone a pasar todo el invierno allí: “...y estuvo allí más de tres
meses…”(170). Lo cual permite calcular su estadía en Borburata hasta el último
tercio de agosto. Esto es importante para precisar la cronología de su actuación en
relación con la Jornada de Caracas, que pasaremos a analizar.

Pero antes de mostrar el papel que le tocó jugar en la conquista de Caracas,


hagamos un comentario final sobre la suerte definitiva de Borburata:

A raíz de este último robo y quema los vecinos deciden despoblar la ciudad.
Estaban evidentemente hartos. Saben que Losada intenta poblar más al este en esa
misma costa y con la excusa de la quema del pueblo hacia allá ponen sus miradas,
ávidas del oro de Caracas. Ponce de León procuró mantenerlos poblados en el sitio
y que no desampararan la ciudad, pero al conocerse que Losada fundaría a inicios
de 1568, “acude mucha gente” a mudarse a la nueva ciudad: “…hasta que el año
de sesenta y ocho, gobernando la provincia don Pedro Ponce de León, la abando-
naron del todo, dejándola despoblada, sin que bastaran las diligencias del gober-
nador para embarazar su ruina…”(171).

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JUAN GANTEAUME

Los vecinos quieren estar lejos de estos corsarios que han decidido tomar su bahía
como residencia. Entienden que la maldición de Borburata es ser tan buen puerto
que seguirá atrayendo piratas, contrabandistas y corsarios enemigos para intranqui-
lidad de cualquier ciudad castellana que exista en sus inmediaciones. No hay manera
de defender el puerto para el rey ante armadas tan grandes y seguidas. En adelante
Borburata mantendrá una cierta población informal que traficará con estos extran-
jeros de forma escondida mediante la figura del contrabando. Pero ya no será una
ciudad en propiedad, con vecinos, cabildo, solares e iglesia. La ciudad como tal, con
su cabildo y jurisdicción territorial deja de existir por voluntad de sus pobladores ese
año.

La persistencia de estas razzias piratas sobre la costa desanima el poblamiento


costero, impidiendo el normal desarrollo de poblaciones como Caraballeda,
Borburata, Cumaná, Coro o San José de Oruña en Trinidad. Florecen ciudades en
las altas montañas —o protegidas por la distancia de las incursiones de caribes, corsa-
rios y piratas— como Trujillo, Mérida, Barquisimeto, El Tocuyo o Santiago de León.
Los pobladores de Margarita optan por huir hacia el interior de la isla fundando La
Asunción lo más lejos de la costa que puede y amurallándose rápidamente. Se forti-
ficarán también, desde inicios del siglo XVII, todos los pueblos que miran al agua,
dulce o salada, desde Maracaibo hasta San Tomé en el Orinoco. La marejada pirata
se mantiene hasta el siglo XVIII.

Sobre el fin de Borburata, Oviedo y Baños, aunque pone los hechos en 1568 para
adecuarlos con su año de fundación de Caraballeda, significativamente expone que
los vecinos toman la decisión de despoblarla a mediados de año, lo que concuerda
con la quema de Borburata por Valier a fines de mayo o inicios de junio de 1567:

que aunque el gobernador don Pedro Ponce, teniendo noticia de la intención con que se
hallaban, les había prohibido con penas y amenazas el que la ejecutasen, mediando el año
de sesenta y ocho [léase 67] se determinaron a desamparar la ciudad y dejándola despo-
blada se pasaron unos a vivir a Valencia y otros, que fueron los más, en piraguas y canoas
se vinieron a Caracas a incorporar con Losada, quien hallándose con el aumento de
fuerzas que le causó este socorro y el que de la Margarita le había conducido Juan de
Salas(172).

Los huidos vecinos de Borburata irán aportando en los meses sucesivos a Caracas.
Cuando finalmente Valier se aleje, personajes como Justo Desque y Lope de
Benavides, que han quedado sin ciudad en la que ejercer sus cargos, recibirán (segu-
ramente luego de trámites burocráticos y peticiones oficiales en Coro), la resignada
autorización de Ponce de León —escarmentado él mismo con el ataque a su
capital— y pasarán en los meses finales del año a Caracas, vía la costa, con sus fami-
lias y otros muchos vecinos, dándole sentido a la mención que de ello hace el gober-
nador en su carta al rey en diciembre de 1567: “…ha acudido mucha gente de otras
partes con sus hijos y mujeres…”(173).
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La Jornada de Caracas

Juan de Salas habría logrado reunirse con Losada probablemente en el no regis-


trado interludio entre la partida de Lovell y la llegada de Valier. Si así no fue, hemos
de concluir que el propio Valier no impidió su salida con los otros vecinos y basti-
mentos que en piraguas y canoas viajaron a Caracas. El hecho es que Salas se
encuentra con Losada a fines de mayo o inicios de junio, como evidencia el testi-
monio de Lázaro Vásquez(174).

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JUAN GANTEAUME

VALIER PRETENDE DERECHOS DE CONQUISTA

A Valier —que no se resigna a perder un buen negocio pesar de haber quemado


Borburata— en el interín se le ocurre una idea. Por Juan de Salas, o por los vecinos que
le huyen, se ha enterado que en Caracas se está haciendo la conquista y que el capitán
de ella está necesitado de armas y municiones. Un Juan Pacheco, secretario o criado
que fue de Bernáldez, ha hecho buenas migas con este francés, aficionado Pacheco al
trato con corsarios desde la venida de Hawkins en 1565(175). Quizás sea este mismo
Juan Pacheco quien le mete la idea de ofrecer en venta a Losada parte de su pólvora,
armas y municiones, como forma de abrir la puerta a otros tratos. No es cosa de irse
con las manos vacías. A Valier le agrada la propuesta y se va a ofrecer su mercancía a
Caracas:

y luego en el dicho año en el mes de junio, estando este testigo en la provincia de Caracas
en la pacificación de ella con el dicho capitán Losada y otras personas, aportó allí un francés
con una nao y una galera, llamado Nicolao Valier e un capitán escocés(176).

Estamos pues en junio. Losada sabe bien que para hacer tratos con este pirata que
quemó Borburata necesita licencia obligada del gobernador(177). Puede rechazar la
oferta del corsario. Pero Valier tiene pólvora y municiones muy necesarias en este
momento crítico. Hasta ahora la pacificación de la costa no alcanza resultados: Los
indios se muestran irreductibles a sus ofrecimientos de paz. Losada construye su jugada.

Entre los expedicionarios en Caracas se hallaban —según Oviedo— Rodrigo, Pedro


y Francisco Ponce de León, hijos del gobernador. Como el interés es común, entre
ambas partes contrarias —los corsarios y los de Losada— se llega a un compromiso
que a todos gusta. Losada acepta y recibe toda la pólvora y munición que necesita, vino,
ropa, arcabuces, cascos, bastimentos y armas. Su expedición queda bien surtida. Uno
de los Ponce (tal vez todos, según veremos) se ofrece a interceder la licencia con su padre
el gobernador, en Coro, y Valier a llevarlo… graciosamente.

Todo se basa, como siempre, en un juego interminable de dobles intenciones, o


según el término de la época, “bellaquerías”. Valier codicia el oro de Caracas, que por
supuesto Losada está deseoso de pagar, cuando logre, eso sí, reducir la resistencia indí-
gena con la ayuda que el caballero francés gentilmente le ha prestado. Losada ya tiene
lo que quiere, ¿cómo quitarse ahora de encima al peligroso extranjero?

Ladinamente informa a Valier que tan sólo resta cumplir con un breve formulismo:
obtener la licencia legal allá en Coro, (...) lejos de su hueste.

Losada ofrece al corsario la prenda incuestionable del hijo del gobernador, con el
teatro de ofrecerse el mismo Rodrigo Ponce de motu propio, como mediador ante su
padre. Valier, zorro como es, cae en la trampa. Con el hijo gestionando la tramitación
de la molesta licencia, esta no puede sino quedar asegurada.
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La Jornada de Caracas

Para este fin todos convienen como buenos tratantes en dejar de una vez con
Losada los pertrechos, pólvora, municiones y otras mercancías, con la evidente
intención —y así se lo hacen ver a Valier— de presentar el trato ante el terco
gobernador como un hecho cumplido, para que no pueda negar la licencia. La
transacción se hace pues, a crédito.

Pero Losada ha calculado su jugada. Conoce de qué palo está hecho su gober-
nador, pues fue juez en su nombre en la residencia a los oficiales de Bernáldez,
en El Tocuyo y Barquisimeto. Sonríe para sus adentros. Esta vez, con maña, se
la ganará al incendiario de Borburata.

Años más tarde hablaría el rey por su real cédula:

A nos se ha hecho relación que habiéndose comenzado a poblar una tierra llamada
Caracas en la gobernación de Venezuela por el capitán Diego de Losada con ciento
y treinta soldados, se hallaron a la sazón en el puerto de la dicha tierra ciertos lute-
ranos que dijeron querernos servir en ayudar a conquistar la dicha tierra y con estos
halagos dieron cierta pólvora y munición para ello, y trajeron por la mar a un hijo
del gobernador Pero Ponce de León; y se tenía por cierto que enviaron al dicho gober-
nador ciertos presentes y ropas para sus hijas, por haberles el dicho su hijo ofrecido
licencia de su padre para poder rescatar en la tierra(178).

Los corsarios, en la galera —y quizás dos naves más— arriban pues a Coro.
Apuestan a lo hecho, tanto como a la amenaza directa: “…y en el entretanto
envió [el corsario] a la ciudad de Coro una galera a requerir al gobernador que
le diese licencia para rescatar en la tierra, donde no, que haría mayores
daños…”(179).

Pero no conocen, por supuesto, a Ponce de León. Para la codiciada licencia


no valieron entonces ruegos de hijo, ni regalos a hijas doncellas, ni que la entrega
a Losada de pertrechos ya estuviera cumplida, ni por último las amenazas del
desesperado francés. La ansiada licencia “…el gobernador se la negó…”(180).

Diego de Arenas en 1571, en Coro, testificó el hecho:

estando tres navíos en el puerto desta ciudad, iban a velarse por mandado del gober-
nador don Pedro Ponce de León; y que oyó decir este testigo que las velas que velaban
hablaban con los dichos franceses… Todo el pueblo iba a velar por sus tandas; y que
velando este testigo y Jerónimo de la Peña una noche, vinieron los franceses a hablar
con este testigo, y que a la mañana luego dio noticia dello al dicho gobernador; y que
les dixo este testigo a los franceses que se fuesen, que no había remedio, que el gober-
nador no quería dar licencia para rescatar con ellos; y que por mandado del gober-
nador les fueron otras personas a hablar que se fuesen, que no querían rescatar con
ellos(181).
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JUAN GANTEAUME

El ladrón pues, burlado.

Nicolás Valier no cabe en sí de cólera. ¿De qué vale su temible escuadra? No tiene
ni tan siquiera un rehén con quien descargar su ira, pues imprudentemente ha
dejado partir —de buena fe— al bellaco hijo del gobernador, a entenderse con su
bellaco padre. Borburata ya está destruida. No puede quemarla dos veces. Sus pertre-
chos y mercancías en manos de Losada. Coro prevenida, y sus movimientos vigi-
lados. No procede aquí la sorpresa.

El impulsivo Valier, timado de esa forma, está registrado que no siguió de largo
como los corsarios anteriores, por la usual ruta del cabo de La Vela y Cartagena,
tragando grueso y callando mudo.

Regresa como un león a Borburata. Maquina su venganza. A voces reclama, por


los suministros que ha aportado, derechos sobre la tierra a la cual “ayudó a
conquistar”: “…y después iban diciendo a Francia que tenían derecho a la dicha
tierra de Caracas por haberla ayudado a conquistar y dado pólvora y muni-
ción…”(182).

Losada entre tanto ha comenzado a “reedificar” El Collado, siguiendo su


programa. Los españoles se asientan aquí repitiendo la anterior fórmula de empla-
zamiento de Borburata. El sitio donde Fajardo antiguamente se había poblado es
bueno en la medida que el real puede levantarse algo alejado, “a legua del agua”,
arrimado a la sierra y con una mediana explanada entre la población y la costa que
permite el maniobrar de los jinetes ante el ataque de los indios.

El río san Julián (quizás por don Julián de Mendoza, así como el río San Pedro
de Los Teques quizás por Pedro de Miranda, aunque dicen que por la batalla de San
Pedro, librada en sus márgenes el día del santo) les proporciona agua fresca. Hay
una laguna salobre en la que se puede pescar y con cuya agua se engordan los caba-
llos(183). Probablemente se alzó un fortín de resguardo, de troncos y estacas, como
el que Fajardo había construido en su tiempo. Se restablece un perímetro con empa-
lizadas y quizás se montan uno o dos versos, culebrinas, o cañones pequeños que
trajo Salas o que quizás proporcionó Valier. Se apostan —por temor a Valier más
que a los indios— guardas de vigilancia en la costa, el cerro y los accesos hacia
Macuto y el valle de Uria.

Valier, en Borburata, ha decidido al fin apoyar a las belicosas tribus de la costa


de Caracas en su guerra con los españoles. Estos desde que el corsario pasó por el
litoral de Caracas han estado visitándolo, instándolo a que intervenga a su favor.
La intención ahora del francés es brindar a los caracas todo su apoyo para destruir
a Losada y su gente. En busca de este fin entra en contacto con los caciques de la
costa y les informa de sus intenciones. Los indios, que conocen bien la diferencia
entre los corsarios y los españoles —y como el enemigo es común—, aprueban el
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La Jornada de Caracas

plan pues no desean otra cosa y se conviene un ataque. Así lo informaba Ponce de
León en su carta al rey en 1567:

el mayor contraste que esta poblazón ha de tener segun lo que se ha visto este año es
que como son los naturales de la costa muchos, pláticos y belicosos y siempre han tenido
amistad y contratazón con estos corsarios, viéndose agora subjetos, yntentaron muy de
veras de se aliar con los dichos corsarios y les inducían a que matasen los españoles que
allí estaban y que les darían la tierra y para ello todo favor y ayuda(184).

La conquista de Caracas tuvo pues una desesperada y poco conocida faceta


“internacional” pues —como haría luego Bolívar 250 años más tarde— los indios
Caracas lograron implicar, por decirlo así, a factores interesados de potencias
extranjeras enemigas de España para apoyar o sostener la guerra por su indepen-
dencia. Los caciques de Caracas no vacilaron en utilizar todos los medios a su
alcance para librarse de la sujeción y el vasallaje. La pacificación se logra en la
provincia luego de largos años de lucha “asimétrica”, y la ayuda siempre definitiva
—aunque ciertamente involuntaria— de “armas biológicas de destrucción masiva”
como la viruela y el sarampión, enfermedades desconocidas por el sistema inmune
corporal de los aborígenes y —por tanto— mortales en vasta escala.

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JUAN GANTEAUME

LA BATALLA DE MARACAPANA

La batalla de Maracapana, únicamente recogida por el relato posterior de


Oviedo, fue el punto de inflexión de la jornada de conquista de Caracas(185). Es
la batalla decisiva que rompe la coalición indígena supuestamente liderada por
Guaicaipuro; alianza que tan exitosamente mantiene libres a los indios de
Caracas por cinco años más, desde que en 1562 logran expulsar totalmente a los
españoles de Fajardo de su aurífera tierra.

Las otras dos batallas citadas en la narración de Oviedo, la batalla de San


Pedro y la de La Quebrada, no revisten su importancia.

Por un lado la así llamada batalla de San Pedro, librada para impedir el acceso
a la hueste española a la tierra de los caracas, la sostiene tan sólo la parte de las
tribus aborígenes de la provincia que habitaban al oeste del valle, por donde
entraron los españoles de Losada. Intervienen las parcialidades occidentales de
los meregotos, aruacos, tarmas y teques. Los tarmas, situados entre la costa y las
montañas de Macarao colindantes con Los Teques, tenían la posibilidad de pelear
en ambos teatros, el de la costa y el del interior. Aunque usualmente lo hicieron
al oeste del área de San Francisco, no desechaban bajar a este valle. Buscaron estas
parcialidades repetir la hazaña de la derrota de Narváez, en la favorable loma de
Terepaima. Pero Losada sale victorioso del desafío en la Loma de Terepaima(186).

Por otro, la así llamada por Oviedo Batalla de La Quebrada no pasó de ser
—por lo que se lee— una “guazábara” más o ataque menor, sin calidad de batalla,
amén de que sobre ella mantenemos nuestras dudas arriba expresadas sobre su
real historicidad(187). No obstante, el capítulo de la obra de Oviedo dedicado a
esta batalla presenta algunos aspectos dignos de comentar. El primero es la
evidente guerra que hacían los indios para impedir los aprovisionamientos de los
conquistadores. Estos “…se hallaban bien afligidos por experimentarse cada día
más rigurosa la falta de bastimentos, a causa de haber los indios talado todas las
sementeras inmediatas, para hacer más cruel la guerra con la hostilidad de la [sic]
hambre…”(188).

El otro hecho significativo es que el comando de la hueste que va a buscar


bastimentos al valle de las Guayabas, donde habitaban los Tarmas, lo tiene
Rodrigo Ponce de León, según Oviedo. Hemos visto que este pasa a Coro con
Valier en junio, según declaración de testigos(189). La acción pues debe ubicarse
—si realmente correspondió a Rodrigo Ponce— antes de su documentada
partida a Coro, con Valier, quizás en junio. Las expediciones de abastecimiento
al valle de los tarmas desde la costa donde por entonces se hallaba Losada se
hacían bordeando el litoral por Maiquetía y Catia La Mar hasta la desemboca-
dura del río Mamo, y de allí tramontando por Arrecifes hasta el valle de las
Guayabas, o de los Tarmas.
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La Jornada de Caracas

La batalla de Maracapana, a nuestro juicio, es la crónica que a la distancia hace


Oviedo de la alianza —documentada como hemos mostrado— forjada entre los
indios Caracas y el corsario Nicolás Valier. Oviedo ofrece pormenores de esta crucial
acción:

determinaron que para cierto día, con el mayor número de tropas que pudiese alistar cada
cacique, concurriesen todos los interesados en el sitio de Maracapana (que es una sabana
alta al pie de la serranía inmediata a la ciudad) y echando el resto a la desesperación,
acometer a Losada, fiando al lance de una batalla los buenos sucesos que esperaban de su
valor y fortuna(190).

El capítulo IX dedicado a esta batalla lo inserta Oviedo entre la llegada de Salas


—en el capítulo VIII previo— y la posterior fundación de Caraballeda, el 8 de
septiembre —en el capítulo X—, según su particular cronología y versión de los
hechos. Es concordante con la estadía en estas aguas de Valier, como hemos visto.
Oviedo sabe que la batalla se libra cerca de un Real, sitio o campamento poblado
—según informaría la vaga fuente que está siguiendo para narrar la batalla— y ante
la confusión que ello le genera (pues no logra aceptar que se trate de otra, sino de
Santiago de León) ha decidido insertar el célebre capítulo VII sobre la fundación de
esta ciudad antes de la Batalla de Maracapana(191).

Pero como se ha visto, Santiago de León no existe para esas fechas, y Losada se
hallaba en la costa por entonces. Más aún, es improbable por lo expuesto que Losada
tuviera su campo arriba en el valle de San Francisco. Y precisamente, las características
“costeras” de esta acción conjunta de los Caracas con Valier prueban indirectamente
que el ataque sería al campo principal en la costa, donde se hallaba Losada, no a un
reducto secundario de resguardo de ganados en San Francisco, si es que esta disposi-
ción de fuerzas españolas existía por entonces. La composición mayoritariamente
costera de las fuerzas indígenas que intervinieron en la Batalla de Maracapana es otro
dato significativo.

Oviedo detalla algunas de las principales parcialidades de la costa que intervinieron


en dicha batalla:

llegado pues el día determinado, vinieron de la costa y serranías intermedias, según lo capi-
tulado, los caciques Naiguatá, Uripatá, Guaicamacuto, Anarigua, Mamacuri (que fue el
primero que después dio la obediencia a Losada), Querequemare, señor de Torrequemada,
Prepocunate, Araguaire y Guarauguta, el que mató en Catia a Diego García de Paredes,
con siete mil indios de pelea, que llevaron entre todos(192).

Los caciques convocados del interior de Caracas —y sus fuerzas— fueron los
siguientes: Los Mariches, con los caciques Aricabacuto y Aramaipuro, con tres mil
flecheros de su nación, incorporados en sus banderas los caciques Chacao y Baruta,
con la gente de sus pueblos(193).
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JUAN GANTEAUME

Los Tarmas, acaudillados por Paramaconi, Urimaure y Paramacay, (Parnamacay


o Parmanacay, que todas estas variantes se consiguen en Oviedo) reunían dos mil
guerreros(194). Los Teques, conducidos por Guaicaipuro, que según Oviedo hacía de
capitán general aportaban otros dos mil(195). Oviedo presenta pues catorce mil indios
Caracas en estado bélico en aportes iguales por mitad para cada lado de la serranía,
que se reunirían en la sabana de Maracapana el día de la batalla.

¿Dónde quedaba entonces esta Maracapana, “lugar de las maracas”?

Un hecho curioso para el investigador de los orígenes de Caracas es que


Maracapana como topónimo no existe por ningún lado ni cerca ni lejos de la Caracas
del siglo XVI, ni en ningún otro siglo hasta nuestros días. No se la ha localizado. Si
se le busca —según los datos que aporta Oviedo— en documentos del período inme-
diatamente posterior a la fundación de Santiago de León, y hasta bien entrado el siglo
XVII, de la cual hay suficiente información en incontables documentos locales de
Caracas en secciones como Actas del cabildo, Encomiendas, Tierras, ventas en
Escribanías o en Testamentarías, no se hallará explanada, lugar, asiento o sitio alguno
con el nombre de Maracapana ni al norte o noroeste de la ciudad (área o llanura a la
cual suele a veces denominarse en fechas posteriores Sabana del Teque y Sabana del
Blanco), ni en la llanada de Catia, ni hacia la Puerta de Caracas siguiendo la antigua
vía al mar, ni en Anauco Arriba o Anauco Abajo, ni en Catuche, ni cerca del Caroata,
o Caricuao, La Vega, Antímano, Chacao, Petare, etc.

Es verdaderamente significativo si se piensa por contraste que sitios de acciones


de batallas de ese período como, la loma de Terepaima, o el valle del Miedo, o de
descanso de la hueste como el valle de La Pascua, o incluso nombres más antiguos,
como el valle de Juan Jorge, perduraron al menos algún tiempo o del todo sobrevi-
vieron como topónimos; algunos recordando incluso sucesos comparativamente tan
banales como “el Salto de Freyre” en la antigua ruta por la loma de Terepaima en Los
Teques.

¿Qué se hizo Maracapana, teatro de tan vital batalla?

La explicación para nosotros es que el nombre de este teatro bélico sigue la suerte
de Caraballeda, arrastrada como topónimo a la extinción y el olvido cuando esta
ciudad costera se acaba, temprano en la historia de Caracas, hacia 1586. Porque a
nuestro juicio, la Batalla de Maracapana se libra en el área de Caraballeda, donde se
asentaban los pobladores y soldados que por entonces “reedificaban” El Collado
—haciendo un campamento, con quizás una empalizada—, si es que tiene algún
sentido titular ciudad un campamento o agrupación de caneyes, como hemos
mostrado en la exposición previa.

Existe, no obstante, una magra y alterada mención a Maracapana (que concuerda


con el período y localización cercana a Caraballeda) en un título de encomienda otorgado
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La Jornada de Caracas

a Jácome Fanton, —quien sucede en la encomienda de Justo Desque— en su parte


relativa al cacique Guaicamacuto, que entraba dentro de la encomienda original
otorgada por Losada a Desque:

reservando como reservo el principal don Pedro, hijo de don Joan Guaycamacuto con
todos los indios sus sujetos, que viven en la costa de la mar, hacia Caraballeda, en la
quebrada nombrada de enmaracacurinare y en sus vertientes e corrientes(196).

La indicación de su cercanía a Caraballeda y el hecho de tratarse del asiento


de Guaicamacuto, que luchó en esa batalla, nos inclina a creer que Maracapana
fue entonces el sitio por donde corría la quebrada de Maraca curinare, en
Caraballeda, donde a nuestro juicio se desarrolló la batalla.

No parece casual observar también, en los pocos nombres de españoles que


registra Oviedo participando en la batalla, que entre ellos no se nombren o figuren
en esta oportunidad los hermanos Ponce de León, lo cual concordaría —a nuestro
parecer— con su ida a Coro con Valier, y sí mencione en cambio uno de los regis-
trados vecinos de la futura Caraballeda —y su alcalde en 1570— Gaspar Pinto,
que no entró con Losada, por lo que es de suponer que vino en las piraguas con
Salas(197).

El día de la batalla de Maracapana el corsario Valier falló. No se presentaron


sus naos en la costa de Caraballeda. Tampoco Guaicaipuro, según Oviedo, con el
ala de los tarmas y teques acaudillados por él:

y se confederaron con los indios para matar a todos los españoles como los hubieran
muerto si no fuera por cierta emboscada que les hizo con cien soldados el dicho capitán
Diego de Losada, de que dicen les dio aviso a los dichos franceses un Juan Pacheco,
criado que fue del licenciado Bernáldez(198).

La versión de Ponce de León sobre el develamiento del plan contra la tropa de


Losada es más escueta: “…y como se vino a saber no lo osaron intentar, sobre lo
cual he mandado que se haga justicia para que adelante no tengan el mismo atre-
vimiento…”(199).

¿Qué había pasado?

Oviedo narra que la batalla se dio, a pesar de todo, con o sin Guaicaipuro. Y
dice que efectivamente se pierde al no poder acudir Guaicaipuro y sus huestes de
Tarmas y Teques a tiempo, debido a la distracción oportuna que en las mismas
serranías de su habitación les hizo Pedro Alonso Galeas con un escuadrón de
sesenta soldados(200). Pero para Oviedo, que en ningún momento acierta a hablar
del papel del corsario Valier en todo este drama (señal que lo callan sus fuentes,
incluyendo al mítico Ulloa), la acción táctica de Galeas se debió a la casualidad:
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JUAN GANTEAUME

ignorante Losada de todo esto, por no haber tenido noticia alguna de lo que maqui-
naba Guaicaipuro, había despachado aquella madrugada a Pedro Alonso Galeas con
sesenta hombres para que corriendo las lomas y quebradas de los Tarmas juntase la
mayor porción de bastimentos que pudiese y los trajese a la ciudad. Caminaba Pedro
Alonso con su gente a ejecutar puntual su diligencia cuando a las ocho de la mañana
encontraron con él los indios Teques, que unidos ya con los Tarmas marchaban presu-
rosos para hallarse en el asalto; pero al ver los españoles en parte que no esperaban,
discurrieron que su obligación estaba ya descubierta, pues les salían armados al
encuentro, cuando pensaban hallarlos en la ciudad desprevenidos, algo atemorizados
se empezaron a dividir en mangas por los cerros(201).

Frente a estas dos versiones del hecho, como siempre, aquí optamos en prin-
cipio por darle crédito a la del documento coetáneo, como es la real cédula citada
arriba(202). Esta, según vemos, da noticia de cómo renunciaron los corsarios a
intentar la empresa, abortando el ataque al tener aviso por el Juan Pacheco de que
todo el plan estaba descubierto, Guaicaipuro contenido y anulado y que su rival
Losada lo espera prevenido y con las buenas armas y municiones que el propio
Valier se ha encargado de suministrarle. Valier se lo pensó dos veces, pues una cosa
es atacar un pueblo como Borburata, sin defensa ni armas (entregadas seguramente
—las que había— a Losada y su conquista) y otra intentarlo contra un ejército “de
cien hombres” o soldados móviles que lo esperan bien armados y sin el estorbo de
una ciudad abierta a la que estén obligados a defender, pues cuentan en cambio
con caballos —y quizás hasta un reducto—: “...y como se vino a saber, no lo osaron
intentar...”

No es cierto pues que Losada no supiera lo que se tramaba. De alguna forma


se enteró del plan y conocía, al parecer, los detalles. Por lo que sabiendo que era
fundamental impedirles a Guaicaipuro y Paramaconi liderar la batalla, envía preci-
samente a Galeas a estorbarles este objetivo. Galeas lo cumple a cabalidad con lo que,
como narra Oviedo, las huestes en Maracapana se desmoralizan al faltarles el caudillo
y alma de su lucha. La real cédula es coherente al hablar de “cien hombres” en
Maracapana ya que como vimos en la versión de Oviedo, el resto se hallaría posible-
mente con Galeas luchando contra Guaicaipuro. La mencionada emboscada pudo
referirse al Losada esperando el ataque indígena, o a Galeas atacando a Guaicaipuro
y sus Tarmas y Teques.

Es por indicios como los expuestos que nos resulta difícil creer en dos (2) asen-
tamientos simultáneos de españoles en Caracas para esas fechas, divididos en los dos
teatros de operaciones, el de El Collado, en la costa, y el del valle de San Francisco.

Pues si Losada está emboscado con cien hombres aguardando a Valier y la batalla,
como habla la real cédula, y ha mandado el resto con Galeas, como afirma Oviedo,
una de las dos plazas, si es que en verdad existían ambas para esa fecha, se queda sin
defensa. Con sólo atacar en la costa a la hueste de Losada una parte del resto del ejército
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La Jornada de Caracas

de indios Caracas que asisten a Maracapana, la otra puede mientras tanto destruir y
quemar la plaza desguarnecida en San Francisco, logrando una significativa victoria,
después de todo. Pero eso no sucedió, y en ninguna parte del texto de Oviedo o en
otros documentos está registrado durante la campaña de Losada una segunda quema
de San Francisco, El Collado, Santiago de León o Caraballeda por parte de los indios
Caracas.

Por otro lado, si el campo de Losada, su perímetro, o real, estuviera supuesta-


mente establecido por entonces en el valle de San Francisco, como es la idea gene-
ralmente aceptada, ¿bajó Losada con cien hombres a la costa a esperar a Valier,
sabiendo que todo el fin del ejército de Guaicaipuro era acabar con el asentamiento
de San Francisco? ¿Y qué decir entonces de las fuerzas restantes enviadas a bloquear
a Guaicaipuro? ¿Es concebible que gente tan poderosa como los Mariches pasaran
de largo por San Francisco —vía obligada— para ir a atacar a Losada en la costa,
donde estaban los caciques del litoral, sin primero destruir la desguarnecida San
Francisco que era en definitiva, para la historiografía tradicional, el supuesto obje-
tivo de la batalla?¿Dejarían incólume los mariches ese peligroso reducto castellano
atrás, amenazando sus espaldas?¿Permanecería el capitán que supuestamente guar-
dara San Francisco impávido viendo como frente a sus narices pasaba la columna
mariche en vía a atacar a su general y compañeros en la costa?¿Subiría Valier la ruda
y desconocida cuesta hacia el valle de Caracas, arriesgando una emboscada segura en
cualquiera de cien sitios propicios por parte de los españoles?

La lógica de guerra nos dice que si se iba a atacar con todas las fuerzas disponi-
bles a Losada —aplicando la táctica usada contra Narváez y Bernáldez previa-
mente— era porque este y su hueste estaban concentrados todos en un área precisa
y de fácil acceso a los corsarios: el litoral. Este sitio pues de combate, por los indi-
cios y testimonios analizados, estaba localizado para la fecha de la batalla en un
lugar de la costa, en Caraballeda, en el asiento de Manaure, cercano a
Guaicamacuto: Maracapana.

Las demás naciones convocadas, que juntas en Maracapana aguardaban la venida de


los Teques y Tarmas para dar el asalto a la ciudad, viendo que era pasado el mediodía
y no llegaban, sin acertar a discurrir la causa de su tardanza, empezaron a desmayar,
desconfiando del suceso por faltarles Guaicaipuro, quien por lo acreditados de su valor
y opinión adquirida de soldado, había en todo de dar la disposición para lograr el
acierto; y teniendo su falta por presagio de alguna fatalidad, empezaron a desunirse los
caciques, retirándose algunos con sus tropas, sin atreverse a proseguir en la empresa,
que miraban ya con desconfianza; los otros, teniendo por descrédito el desistir de aquel
lance en que tenían empeñada la opinión, moviendo sus escuadrones se fueron acer-
cando a la ciudad(203).

La derrota de los Caracas, ante un oponente superior, prevenido y alerta, fue


total. Sale Losada con los jinetes armados:
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JUAN GANTEAUME

dejando a los demás en guardia de las casas, para que los indios con la confusión no las
quemasen, y apellidando a Santiago acometió al enemigo en la sabana, abriéndose
camino con las lanzas, que en aquella confusa muchedumbre, ni erraban golpe ni
perdonaban vida, cuando los infantes por su parte, embarazando las rodelas y esgri-
miendo los aceros, empezaron a dividir aquellos cuerpos desnudos, que embarazados
con su misma multitud, poniéndose en desorden se fueron retirando, atropellándose
unos a otros por asegurar las vidas(204).

Fue tan grande la victoria castellana que la confederación local de caciques de


Caracas se disuelve. Jamás en adelante volverán a atacar unidos. Guaicaipuro no
se rindió. Mantuvo su amenaza en el interior. Solo con su muerte pocos meses
después se logra finalmente la fundación de ambas ciudades a inicios del año 1568,
ya menos amenazadas. A lo sumo los Mariches mantendrán la unidad entre sus
caciques propios uno o dos años más.

Días luego de la batalla de Maracapana, bajo quizás cierta fecha de significa-


ción religiosa acordada por los vencedores, algunos caciques de la costa se acercan
a El Collado, a “dar la paz”. Son Guaicamacuto —el antiguo y poderoso cacique
amigo de Fajardo, que luego se le opone y que ante Losada finalmente se rinde––
y Mamacuri (o quizás Mamocuri, de Mamo)(205).

Así se ganó Caracas. Fue obra de Losada.

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FINALMENTE, SAN FRANCISCO

Pero la historia podemos extenderla quizás un poco más.

El día acordado para dar la paz, El Collado —o lo que hiciera sus veces—
amanece rodeado de desnudos gentiles, hombres, mujeres y niños —los indios
de la costa—, pintados a su uso, engalanados, sentados en silencio, mirando
hacia el campamento donde está el “representante del poderoso Rey de los cris-
tianos”.

Losada ordena al capellán una misa solemne:

misa que me encomendó (…) en hacimiento de gracias por la venida de los… indios
en busca de paz, y por sus buenos aciertos en el servicio de las majestades divina y
humana, y a los demás que la oyesen para el buen logro de nuestra acción y jornada
(…) y estilando las ceremonias de su uso ofrecieron la paz (…) muy obedientes,
ciñéndole paños primorosos y muy subtiles, estilo usado en las celebraciones de sus
paces.

La de todos recibió él (…) en nombre de su majestad, dándoselo a entender así por un


intérprete de su nación misma y lenguaje, de que se regocijaron a su modo (…) cele-
brando la amistad y paces suyas con los blancos, que así llaman a los españoles, insi-
nuando con el intérprete que estaban ya buenos sus corazones con los blancos y que
habían de venir a (…) servirles, como lo han hecho y hacen de que soy testigo(206).

Valier permanecerá rumiando su frustración entre calores y calmas aguas de


Borburata, hasta fines de agosto(207). Con su singular tesón para la venganza,
algo se le ocurre. Una mañana lluviosa eleva un pabellón hugonote de despedida,
hace ostentación de abandonar las tranquilas aguas de la bahía y desplegando
velas pone rumbo oeste noroeste, al cabo San Román. Los indios de Caracas, que
aún alientan esperanzas por lograr su ayuda, ven partir —con sus naves— su
libertad para siempre. Más caciques entonces se rinden a Losada.

Mientras sus emplumados aliados vencidos hacen la paz en Caracas, Valier


siempre poderoso sacia al fin su sed de venganza contra el propio Ponce de León,
pues su supuesta partida a fines de agosto al cabo de La Vela rumbo a Cartagena
ha sido un ardid. Escondido en Curazao una o dos semanas hasta que todos en
Coro han olvidado su estadía en estas costas y bajado la guardia, con ayuda y
guía de los indios baquianos de la isla cae una noche sobre la ciudad, para hacerse
pagar por las armas, pólvora y municiones entregadas a Losada. O al menos esa
parece ser su justa excusa:

por lo cual tuvo maña como el mes de septiembre, día de la Natividad de Nuestra Señora,
dio en la ciudad de Coro y la robó y prendió algunos vecinos, hombres y mujeres della;
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JUAN GANTEAUME

fue cosa de gran lástima lo que hicieron en la iglesia y en las ymágenes, quebrándolas y
acuchillándolas. El gobernador y sus hijos e hijas escaparon con mucho riesgo y después
trataron con los franceses porque no quemaran el pueblo y la yglesia y soltasen los presos
de les dar dos mil y trescientos pesos(208).

Ponce de León en los meses posteriores hace lo posible por remediar a Coro.
Finalizando 1567 emigra escarmentado a Barquisimeto donde se halla establecido a
inicios de enero de 1568(209). No volverá a Coro. Muere en mayo de 1569(210).

Losada deja establecida y pacífica la población de El Collado, que comienza en


los meses siguientes a recibir pobladores foráneos, que en la Nueva Valencia moraban
desde la quema de Borburata, y pasa su campo real —quizás a mediados de
septiembre, libre ya de la amenaza del francés— al fresco valle de San Francisco, en
busca tenaz de Guaicaipuro, asentándose en donde se fundaría el año siguiente
Santiago de León. Elige tal vez, para emplazar su campamento el mismo sitio esco-
gido por Fajardo, en una explanada de suave pendiente hasta el río Guaire entre el
Catuche y el Caroata, dominada por un cerro bajo al oeste que en siglos posteriores
llamarán Monte Pío de El Calvario, según las sacras procesiones que a él se harán
durante la colonia, recordando devotamente la pasión de Cristo, aunque por ahora
frente al campamento sirve mejor de alta valla publicitaria, como calvario cierto de
gandules empalados(211). Allí monta Losada un puesto de guardia y probablemente
una trinchera.

Cerca parte del real con una empalizada. Guardias adicionales se montan quizás
en los alrededores de lo que luego se conocería como Hospital de San Pablo, al suro-
este de la explanada; un puesto con cañones ligeros en la esquina de Caja de Agua al
norte del campamento, defendiendo la salida al mar, y otro en el río Anauco, al este,
en previsión de los Mariches. Este real o asentamiento de San Francisco se halla así
estratégicamente situado controlando las vías naturales usadas por los indios, vías
antiguas que se dirigen una al oeste, a Valencia por el valle de Juan Jorge y las minas
de oro de los Teques; otra al este en dirección a los Mariches; y otra en la puerta a la
costa, al noroeste, a través de la sierra.

Losada se dedica sistemáticamente los meses sucesivos a terminar de allanar sin


tregua los alrededores del valle, al este y al oeste, enviando a sus capitanes a hacer
entradas tanto hacia la región de los teques, meregotos y aruacos, como hacia los
mariches, donde al parecer tienen los castellanos la mayor oposición, por el número
y belicosidad de esta etnia. Sirva de ejemplo el capitán Vicente Díaz Pereira (que
luego de finalizada la Jornada se volvería a Valencia, donde era sostenedor del poblado
y vecino principal):

y prosiguiendo en la dicha conquista, el dicho capitán acaudilló muchas veces a los


soldados que salían a correr la tierra, he hizo un gran castigo en los indios Mariches,
que eran los más belicosos y rebeldes que hallamos en esta conquista, con que después
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La Jornada de Caracas

del tuvimos más descanso, porque los indios se fueron sujetando con más facilidad,
con que se pobló esta dicha ciudad(212).

Otros conocidos conquistadores o capitanes que documentalmente enfren-


taron a los mariches son Diego de Henares, Pedro Alonso Galeas y Sebastián Díaz
de Alfaro, su pacificador final, al parecer, mérito que le ganará la jefatura de la
expedición fundadora de San Sebastián de los Reyes, años después. En el oeste,
hacia Los Teques, en algún momento a fines quizás de 1567 se logra la muerte
de Guaicaipuro, que clava la puntilla al movimiento de resistencia de los caracas.
Guayauta o El Jirahara, como se ha mencionado –al ser liberado luego de meses
de reclusión y convivencia con los castellanos–, con la condición que “trajera de
paz” el cacique teques es, sin embargo, uno de los caciques que peor guerra hace
a los españoles, quizás por conocerlos más de cerca. Infante, Sánchez de Córdova
y Sancho del Villar hacen méritos en este frente bélico del oeste. Del Villar alla-
nará a los Meregotos y Aruacos. Será alcalde junto con Henares en 1569.

Pero ya no existe el formidable desafío estratégico que —siempre según


Oviedo— representaba Guaicaipuro. A su muerte, ante el desconcierto y
desmayo consecuente de la resistencia general, Losada puede ahora pensar seria-
mente en fundar formalmente. Para ello precisa hacer el recorrido de “apunta-
miento de la tierra”, para poder encomendar y premiar propiamente a los que
eligen ser vecinos y sujetar así poco a poco, por esta vía de domesticación las
parcialidades, fin principal de la conquista. Cumplido todo el proceso de registro
de parcialidades disponibles, tanto en El Collado como en San Francisco, Losada
baja brevemente en febrero a El Collado y cambiándole el antiguo nombre, indi-
cando el sitio de la iglesia y eligiendo al fin alcaldes y regidores funda en buena
forma Nuestra Señora de Caraballeda, con alrededor de veinte vecinos inicial-
mente e igual número de encomiendas, muchas de ellas ubicadas en zonas
remotas, como Píritu y Maracapana en el oriente, pues hasta allí alcanzaban sus
poderes(213).

Sube las semanas siguientes a San Francisco y un día, quizás sacro(214). en un


terraplén desbrozado de cujíes que hace de Plaza de Armas, en cuyo centro se
alza un alto y reluciente tronco de caoba con el escudo de León y Castilla (tallado
sin mucho arte, a cuchillo, y embijado), frente a la hueste armada con sayos
multicolores, mientras el escribano Ortiz lee el acta, el capellán Baltazar García
en su mejor hábito elevando loas al Dios cristiano, y el fraile De La Puente tradu-
ciendo en caracagoto a multitud de indios curiosos y pintados, Losada en su
caballo, con el pabellón colorado apoyado en el estribo, en acto solemne,
cumpliendo el protocolo, golpea con la espada tres veces el Rollo de la
Justicia(215) y a gritos declara fundada Santiago de León un seco y caluroso día,
por la mañana, a inicios de marzo de 1568. Erige regimiento y alcaldes y entrega
títulos de solares y por supuesto de encomiendas. Ha querido hacer coincidir la
fecha con la del inicio de la Jornada, un año exacto atrás, a inicios de marzo de
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JUAN GANTEAUME

1567. Alzan los loros el vuelo al resonar la tríada de salvas de los sudorosos arca-
buceros mientras una nube pasa, ocultando por un simbólico instante, el sol que
ilumina el valle.

Losada se asigna encomiendas de mediano tamaño en cada una de las dos


ciudades que erige(216). Hasta el fraile Baltazar García, inicial clérigo asignado a
Santiago de León, recibe la suya. La ciudad tendrá por disposición del fundador,
doce leguas “en cuadro” de términos jurisdiccionales que llegan de Cabo Codera
hasta alrededores del actual Turmero, donde comienzan los de Valencia. Su límite
norte será la sierra que separa sus términos de los de Caraballeda. Inicialmente
Caracas contará con cuarenta vecinos “poco más o menos”, igual número de solares
y encomiendas y alrededor de ochenta soldados “estantes” adicionales, en búsqueda
de méritos por servicio real, o a sueldo de sus nuevos vecinos costeadores.
Comparada con ciudades establecidas más antiguas como Barquisimeto, Coro o
Valencia, la ciudad que se funda es grande, para el estándar de las ciudades de la
provincia en esa época.

Sorprendentemente, también establece Losada un área de tierras de resguardo


para usufructo de los indígenas, quizás al norte de la ciudad de Santiago de
León(217).

Las tierras “comunales” de los vecinos para pasto de ganados y madera para
hogar se escogen al sur de la ciudad, hasta el río Guaire. Las de cultivo para los
españoles vecinos se reparten en los meses sucesivos, en razón de los méritos y
calidad del interesado (siguiendo escrupulosamente el orden consagrado en la lista
o data que se hizo para la repartición de los solares y encomiendas, comenzando
por tierras al mismo Losada) en el área de lo que ahora es El Paraíso, La Vega,
Caricuao y Montalbán, a partir de una línea límite con los ejidos de la ciudad, que
se inicia en la serranía del norte —en lengua de la tierra Guaraira Repano— baja
por la quebrada de Caroata, toca el cerro de El Calvario y termina en la serranía al
sur, pasando el río Guaire(218). De allí hacia el oeste, en las semanas sucesivas, se
reparten metódicamente las tierras por lotes de dos o tres fanegadas, a según sus
méritos, a los conquistadores vecinos.

La unidad desde el mismo origen de la ciudad de Caracas con la costa, aunque


protegida por la inmensa serranía, será crucial para el desarrollo de una comunidad
hispana estable y perdurable. La fundación definitiva de Caracas permitirá con el
tiempo la unión de las provincias orientales del territorio venezolano, Cumaná y
Margarita —que hasta ahora evolucionan independientes— con las occidentales.
Las corrientes fundadoras del oriental Fajardo y de los occidentales Collado,
Bernáldez y Ponce de León producen como fin real el cerrar la brecha que repre-
sentaba el territorio indómito de Caracas entre ambos polos de colonización caste-
llana. Santiago de León será el eslabón crucial que posibilitará —siglos más tarde—
la consolidación territorial en una unidad nacional viable, por su estratégica situación
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La Jornada de Caracas

central y su influencia irradiadora como centro administrativo y guberna-


mental.

Losada pensativo, desde su bohío mira a la Plaza Mayor: es todo. La Jornada


puede legalmente darse por concluida(219).

Conquistadores vecinos
1.Diego de Losada. Casa del Cabildo
2.Gerónimo de la Parra, 1568
Juan Fdez. de Leòn, 1573
3.Fco. Sánchez de Córdova
4.Francisco de Vides
5.Gabriel de Ávila
6.Francisco de Madrid
7.Francisco Maldonado de Armendáriz
8.Sebastian Díaz de Alfaro
9.Gómez de Silva Vasconcelos
Santiago de León, 1568 10.Damián del Barrio
Propuesta tentativa de solares ubicados 11.Juan y Hernando Cerrada
del reparto fundacional 12.Alonso A. de Ledesma
13.Pedro Alonso Galeas
14.Antonio Rodríguez
15.Agustín de Ancona
16.Andrés de San Juan
17.Cristóbal Cobo
Juan y Martín de Gamez
18.Pedro Mateos
19.Simón Giraldo
20.Gaspar Pinto
21.Francisco Infante
22.Sancho del Villar
23.Garci Gonzàlez de Silva, 1570
24.Andrès Machado, 1580
25.Alonso Díaz Moreno, 1570
26.Don Lope de Benavides
27.Baltazar Muñoz
A-Iglesia mayor, 1568 28.Alonso Ortiz
B-Cementerio, 1568 29.Lazaro Vásquez, 1580
C-Ermita de San Sebastián 1567 30.Juan de Riveros
D-Hospital de San Pablo, 1580 31.Bernardo Heslino
E-1ª Caja de agua, 1575 Alonso de Valenzuela
F-Ermita de San Mauricio, 1577 32.Martín Alonso
33.Antonio de Acosta
34.Diego de Henares
35.Andrés González, 1572
36.Andrés Pérez
37.Cristóbal Gil

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JUAN GANTEAUME

EN CARACAS, SANTIAGO NO ES SANTO DE DEVOCIÓN

Hemos desarrollado, en esta segunda parte, un grosero esbozo —más o menos


hipotético, pero basado fielmente, hasta donde nos es posible, en los débiles indi-
cios que nos ofrecen los documentos—, de cómo pudo ser el año de 1567 para la
historia de la Jornada de Caracas. No queda sino hacer un breve comentario en
relación al discutido tema (sobre los orígenes de Caracas, ¿cuál no lo es?) del
nombre escogido para la nueva ciudad.

Santiago de León de Caracas es un hermoso nombre compuesto. Castellano e


indio. Mestizo entonces, como la comunidad poliracial que finalmente alumbraría.
El último de sus nombres, Caracas —en recuerdo de la indómita tierra cuya raza
telúrica tanto costó subyugar—, será el que con el tiempo se impondrá, y es el que
perdura.

Sobre el término Santiago de León, Oviedo, María, Ríonegro, Martínez, Núñez


y Barnola, entre otros, han asomado explicación(220). Estas van desde una supuesta
Orden de Santiago de León de la que Losada dicen algunos sería aficionado
(aunque él en particular no fue miembro de esta orden, que sepamos, ni la antigua
y aún vigente Orden de Santiago española, propiamente jamás se haya llamado así,
según nos informan miembros activos), hasta la tesis de que el nombre es compar-
tido en honor al gobernador Ponce de León y al del patrono de España: Santiago
Apóstol, Santiago El Mayor o Santiago Matamoros, que es el Santiago marcial de
las luchas contra el infiel durante la Reconquista.

Se piensa con mucha lógica también que Santiago, como nombre de la nueva
ciudad, participa del doble juego de ser patrono mayor de España y onomástico
honorífico de Diego, el nombre de pila de Losada(221). Todas son tesis interesantí-
simas y estimables.

Santiago, efectivamente, es una de las claves del título oficial de la Caracas


provincial, y únicamente del término Santiago deriva la tendencia antigua y aun
dominante a establecer un vínculo entre este nombre y la fecha del 25 de julio, que
es la que hasta ahora ha mantenido la creencia popular (y académica, aunque no
lo manifieste oficialmente) como fecha posible de la fundación de la ciudad.

Y pareciera lógico que así sea, pues ¿a qué atribuir este nombre y esa fecha, si
no? La asociación o relación del nombre de Santiago con la fecha de su celebración
ritual religiosa tradicional, 25 de julio (y entonces con la fundación de Caracas)
luce evidente y tanto es así que hasta Oviedo parece caer en esta fórmula, aunque
de palabra lo niegue, porque en definitiva si Caracas de primer nombre se llama
Santiago, y se asume que Losada andaba por esas fechas en una jornada fundadora
de Caracas, la ciudad lógicamente “debe” haberse fundado alrededor del 25 de
julio. Y de allí se concluye que lo que se necesita es buscar pruebas de que en efecto
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La Jornada de Caracas

así fue. Es la lógica investigativa que ha guiado la tesis tradicional desde antes de
Oviedo hasta nuestros días.

Desde el más temprano inicio de la ciudad —¿quién lo niega?— se celebraba el


sacro “Día de Santiago”, 25 de julio, esto es, se celebró siempre “el santo” de la
ciudad, no así “el cumpleaños” —o fecha de fundación— como hacemos hoy día,
que no era costumbre en España, ni antes ni ahora, ni lo era en sus Indias españolas,
como es lógico y puede probarse. La fecha, el día secular y mundano de fundación
de una ciudad española (de vecinos católicos devotos) no era entonces importante,
el onomástico santo sí, como es lógico en una sociedad que se guiaba fervorosa-
mente por los postulados contrarreforma castellanos en boga en el siglo XVI
español.

Ello derivó en confundir los conceptos en tiempos modernos —al cambiar


paulatinamente la costumbre hispana de celebrar el día del santo, por el actual y
anglosajón día de “cumpleaños”— y entonces se piensa popularmente hoy día que
el 25 de julio “es la fecha de fundación”, pues no nos percatamos que los que hemos
cambiado somos nosotros, secularizándonos en nuestras celebraciones y costum-
bres. La fecha se ha mantenido invariable, aunque el significado y motivos de la cele-
bración sean hoy totalmente otros.

Esperamos haber probado aquí que Santiago de León no se funda ni un día 25,
ni en el mes de julio, ni siquiera en el año1567, sino a inicios de marzo de 1568.
¿A qué se debe el nombre entonces? ¿Tiene en definitiva algo que ver en su primera
parte, Santiago, por ventura con la fecha del 25 de julio? ¿Qué pasó en esa fecha tan
notable para ser recordado en el nombre de la ciudad?

Como el paciente lector habrá adivinado por la exposición detallada que hemos
tratado de hacer de esos meses críticos de mediados del año 1567, lo que Losada
está fijando para la posteridad en el nombre de la ciudad es el día quizás en que los
indios de la costa “dieron la paz” en un acto protocolar oficial y solemne, luego de
la previa Batalla de Maracapana, en la que estos aborígenes de Caracas son derro-
tados, y de alguna forma decirle a la Historia cuando sucedió tal acontecimiento a
celebrar como victoria castellana local.

Este hecho de armas, en nuestra opinión, debe haberse producido —y así parece
probarlo el primer nombre de la ciudad—, poco antes quizás del 25 de julio, fecha
de profundo simbolismo para los castellanos por ser la del patrón de España:
Santiago apóstol, o en su acepción marcial castellana: Matamoros. Luego de la
batalla, los caciques derrotados de la costa manifestarían su deseo de paz y Losada
en uso de su poder como autoridad castellana del rey les indicaría el día para el
solemne acto la fecha religiosa del 25 de julio próxima, día de Santiago. Los caci-
ques del interior, quizás por influencia del tenaz Guaicaipuro, no lo hicieron, retra-
sando entonces Losada prudentemente la fundación jurídica formal de los dos
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JUAN GANTEAUME

nuevos poblados, para no repetir el fracaso de Fajardo y Rodríguez Suárez, que


todos tenían muy en cuenta.

Los indicios documentales, tal como los hemos expuesto, concuerdan y hacen
coherente esta hipótesis. Puede asumirse sin dificultad que entre el rechazo a la
petición de licencia al corsario por Ponce de León —en Coro y en junio—,
contando con el regreso de Valier a Borburata, la posterior comunicación con los
caciques de la costa y las laboriosas discusiones entre estos y Valier para el cómo,
dónde y cuándo del ataque, así como los necesarios preparativos tanto por parte
de Valier como de sus aliados para asegurar una acción exitosa frente a Losada, ha
podido fácilmente gastarse una o dos semanas hasta entrar o avanzar en julio, el
mes de Santiago.

Santiago entonces —según vemos—, rememoraría como nombre de la ciudad


el día de Santiago, 25 de julio, no por el apóstol en sí, como pareciera, o no tan
sólo por ello, sino por ser adicional y fundamentalmente el día en que estos indios
Caracas, luego de la derrota, manifestaron por vez primera su deseo de dar formal-
mente la paz a los castellanos.

Losada, al fundar sus ciudades, tuvo muy en cuenta (diríamos que con raro
sentido histórico) la trascendencia de los hechos que habían conducido a la paci-
ficación de la indómita provincia. Su hueste había cumplido la real cédula de
1563. Habían servido a su reino, “leal y fielmente, como buenos vasallos”.

No se le escapaba a Losada la importancia de esta pacificación. Esta provincia


de Caracas había por largos años amenazado la viabilidad de la gobernación, y
empeñado el buen crédito de los españoles con graves derrotas, manteniendo su
independencia con tácticas efectivas y métodos bien organizados, desconocidos
para el resto del territorio. Si ello continuaba, la situación amenazaba afectar la
cara sur del mar Caribe español. Mantener esta situación era aceptar un área
rebelde en el corazón de la vital ruta de la flota de Tierra Firme, costa que comen-
zaba a ser demasiado visitada por los herejes enemigos de España, con el peligro
nada hipotético de alianzas mortales para la corona en Indias, como Losada
acababa de constatar en persona.

Losada tenía dos ciudades por fundar, dos nombres para elegir y una fecha
memorable de victoria castellana para solemnizar.

La primera ciudad que fundó escogió nombrarla Nuestra Señora de


Caraballeda, su toque personal, en honor a la virgen venerada en su patria chica,
Ríonegro del Puente(222). Aunque esta fundación se hace en un mes y hasta quizás
un día (14 de febrero) que nada tienen que ver con las fechas patronales que litúr-
gicamente se celebran para la Virgen de Carballeda, en la tercera semana de
septiembre, Losada escoge sin embargo dicha advocación para honrar, como
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La Jornada de Caracas

hicieron muchos otros capitanes pobladores, su tierra de origen, recordando a la


patrona de su lugar de nacimiento(223).

Oviedo por el contrario propone como fecha de fundación de Caraballeda el 8 de


septiembre por la misma causa que sugiere el 25 de julio para Santiago de León: por
razones onomásticas, al desconocer o no tener datos reales de la forma en que se hizo
la Jornada y quizás por conciliar de esta manera que Caraballeda se fundara según su
ideal mantuano, luego de Santiago de León.

Es muy probable que este nombre mariano de Nuestra Señora para el nuevo
poblado haya sido también, a la hora de escoger, más del gusto de los pobladores
vecinos de Caraballeda, pues siendo como eran muchos de ellos habitantes antiguos
de la fenecida Nuestra Señora de Borburata, votarían por este nombre religioso para
Caraballeda, como sucesora exacta que imaginaban sería su flamante nuevo asenta-
miento, pero concediéndole a Losada como capitán poblador su derecho a elegir la
advocación a la devoción mariana de su patria chica en España.

A Caracas —el día de su fundación y composición de su nombre formal— quedó


pues el turno de perpetuar la acción de pacificación, el día en que los caciques dieron
por primera vez la paz, 25 de julio, día de Santiago, fecha en que se rinde la temible
confederación indígena en su ala costera y se desploma de paso la amenaza corsaria
coaligada.

A los ojos caballerescos de este capitán Losada, zamorano, —criado en su juventud


al parecer en la casa de los condes de Benavente—, el nombre que finalmente
compuso, Santiago de León de Caracas, presenta pues, a nuestro juicio, tres claves a
explicar:

1. Caracas: es la más fácil y evidente. Se dispuso como era usual por el nombre de
la provincia.

2. Santiago: Su primer nombre, por ser el día fijado para que los indios dieran la
paz, el Día de Santiago 25 de julio de 1567, fecha memorable para estos castellanos
en que se logra la pacificación de los primeros indios de Caracas,

3. de León: quizás por reflejar este día el verdadero día de la fundación, 1 de marzo
de 1568, día de San León, o por ser el onomástico más digno o importante de esos
días iniciales de marzo —según la subjetiva valoración religiosa de la época, para el
santoral castellano de entonces—. Es un indicio final muy sugerente a nuestro juicio
en cuanto a la real fecha de fundación de la ciudad, si aceptamos inicios de marzo
como lapso de fundación.

El uso del león heráldico en el escudo de Caracas que la ciudad ha mantenido


desde siempre como parte de su simbología tendría entonces poco que ver con
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JUAN GANTEAUME

Ponce de León, o con una supuesta condición de leones de un capitán zamorano


como era Losada, como se ha mantenido, sino como fórmula heráldica para este
“San León”, que santos con este nombre hubo varios, alguno de ellos grandes papas
medievales.

Es esta pues, nuestra propuesta para este otro tema de gran polémica.

Diego de Losada finalmente abandona la ciudad a mediados de julio de 1568,


por discordias con el gobernador, que al parecer lo depone —estamos siguiendo a
Oviedo—. Con él se va la mitad del pueblo, en solidaridad. Es sustituido por
Francisco Ponce de León, como teniente de gobernador en Caracas. A fines del
año siguiente, 1569, Garcí González y Alonso Díaz Moreno traen un contingente
de candidatos a vecinos, que renueva la desfalleciente y amenazada ciudad.

Desde entonces Santiago de León de Caracas no ha dejado de crecer. Sus más


grandes hijos, criollos universales, la inmortalizan a inicios del siglo XIX. La ciudad
de primavera eterna, defendida por su hermosísima montaña, con su nombre
indio, Caracas, que es el que finalmente perduró, entra en el Himno Nacional para
siempre, con justa gloria.

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La Jornada de Caracas

Notas

1 Vid. J. A. Cova. Caracas no fue fundada en 1566. Diario La Esfera, Caracas


17/05/1963, y Fundación Boulton ¿Fue Caracas fundada en 1566? Boletín Histórico
No. 2, Caracas, 1963. No obstante, como corolario a esta tesis según veremos, la funda-
ción fajardista de Caracas pudiera válidamente argumentarse.

2 En propiedad, historiador nacido en Bogotá, criado en Lima y casado con una criolla
mantuana.

3 Sus obras sobre este tema, respectivamente: Historia de la conquista y fundación de


Caracas, Madrid, 1966; Venezuela Colonial, Caracas, 1965, La fecha de la fundación
de Caracas, revista Crónica de Caracas, No. 55-57, Caracas 1963 y La fundación de
Caracas y el desarrollo de una fecunda polémica. Fundación Boulton, Boletín Histórico
No. 15, Caracas, sep. 1967.

4 Hablando de la obra del hermano N. María, Demetrio Ramos afirma: “...los docu-
mentos que presenta son tan decisivos que incluso cabe pensar en una cuestión
resuelta… Muchas referencias documentales contiene la obra, todas ellas confirmato-
rias de ser el año 1567 el de la fundación…”. Ramos: ob. cit, p. 310 y 311.
En defensa de esta posición se ha llegado a términos de manifiesto de fe: “...La conclu-
sión personal a la que hemos llegado… nos colocan en el numeroso grupo de aquellos
que consideran verdadera y exacta la tesis tradicional de que Caracas tiene su origen el
25 de julio de 1567…”. Martínez: ob. cit., p. 105.

5 Ramos: ob. cit., p. 328.

6 Respectivamente: La Fundación de Caracas, Caracas 1965 y Análisis de documentos


para el estudio de la fundación de Caracas, Caracas 1967.
Adicionalmente, es probable que fray Cesáreo de Armellada haya llegado a concluir
también en una fundación en febrero de 1568 para Caracas. La noticia la da Demetrio
Ramos como comunicación personal recibida, agregando no haber argumentación que
la apoye en el contenido de la carta. Ese trabajo permanece inédito pues, si es que existe.
Ramos: ob. cit., p. 328.

7 Es la llamada por Demetrio Ramos “tesis de las fundaciones sucesivas de Losada…” o


“de sucesivas poblaciones…” en el valle de San Francisco. Ramos: ob. cit., pp. 304 y
311.
Su crítica sobre ella es brillante, pero como para nosotros Bermejo propone la fecha
correcta al igual que Febres, 1568, la argumentación de Ramos está a su vez minada
en la base.
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JUAN GANTEAUME

La tesis de J. Febres, no obstante los errores de análisis que a nuestro juicio contiene,
y que Ramos “tan inteligentemente descubre los puntos débiles que pueden existir”,
se acerca mucho a las ideas de esta nuestra tesis. Febres considera, al igual que
nosotros “…que es después de haber fundado Caraballeda, cuando Losada regresa
al interior…” y funda Santiago de León en 1568. Ramos: ob. cit., p. 306.

8 Ibíd., p. 309.
Ramos se refiere a la Carta al rey publicada por N. María en su obra sobre la funda-
ción de Caracas, la cual usa María para “probar” una supuesta “fundación” de
Santiago de León en 1567.
La Historia del hermano Nectario María —que sigue fundamentalmente a Oviedo
aunque lo critique tenazmente a cada paso— permanece como el mejor trabajo
hasta la fecha sobre la conquista y fundación de Caracas, exceptuando quizás el
clásico de Oviedo y Baños. Sirve de rico complemento documental sobre el área y
el período, aunque se orienta a tratar de apoyar la tesis del historiador provincial
Oviedo y Baños de una fundación de Santiago de León en 1567.
El trabajo de Jerónimo Martínez es, a su vez, un análisis específico de las pruebas
que presenta el hermano María a favor de la tesis de Oviedo.
Demetrio Ramos por su parte hace un estudio profundo y serio de todo el
problema, incluyendo y rebatiendo la hipótesis revisionista. Su análisis lo lleva, sin
embargo, a aceptar también la tesis tradicional de fundación en 1567.

9 Demetrio Ramos, en su trabajo, arrima bizarros ejemplos extremos de fundaciones


en Indias: Cabildos o “repúblicas” ambulantes dentro de barcos u otras ciudades;
poblaciones asentadas —con Justicia y Regimiento, vecinos y solares— pero no
fundadas aún, después de años de establecidas; o fundaciones previas que nacen
antes que la expedición conquistadora salga a la Jornada de conquista y fundación.
Ello para probar que la ciudad jurídica castellana puede existir independientemente
de su real estado físico. Vid. Ramos: ob. cit.

10 M. Briceño Perozo. Temas de historia colonial venezolana, BANH-182, p.605.

11 La historia de Nirgua, por ejemplo, es una sucesión de poblaciones “por mandato”:


en una declaración en Valencia fechada en 1590 Cristóbal Ruiz declaró al serle inte-
rrogado cuáles capitanes habían intentado poblar Nirgua, que “...él conoció a
Ramírez, Carmona, Olea, Juan de Mora, don Pedro de Agreda, Juan Bautista y que
sabe que cada uno de estos capitanes poblaron su pueblo en la provincia de Nirgua
e hincaron su rollo, eligieron justicia y regimiento en nombre del Rey, nuestro
Señor...”. AGI. Sto. Domingo, leg. 193. en AGN.Traslados, t. 609. Indios de
Nirgua.

12 Ramos: ob. cit., pp. 278 y 323.

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La Jornada de Caracas

13 Que al parecer se extravió. Consta de su carta que se envió a la metrópoli, sin


embargo.

14 Un conocido testimonio de que se trabajaba ya desde antes de la fundación en la


reedificación del poblado para su fundación formal, nos lo da una información de
méritos para una encomienda, en la que se alude a Diego de Henares: “...y por ser
el susodicho persona de gran capacidad e ingenio, el dicho general Diego de Losada,
cuando pobló esta ciudad, le remitió y encomendó que la trazase y anivelase para
su fundación, y lo tomó a su cuidado; dispuso y señaló la plaza, calles y solares de
la forma y manera que hoy permanece…”. AGN. Encomiendas, XLVII, f. 65, según
Briceño: ob. cit., p. 467.
Y Sancho del Villar habla incluso de “...les terminar los barrios…” a la población
antes de entregarse los títulos de solares y repartirse las encomiendas, esto es, de
fundar. Bermejo: ob. cit., p. 52, citando AGN. Encomiendas, t. III, f. 214.
Garcí González de Silva, uno de los “pilares republicanos” de la ciudad, en 1594 en
un alegato ante el gobernador para demostrar la legitimidad de sus tierras y el solar
que adquirió de uno de los primeros vecinos, distingue perfectamente el proceso de
poblamiento y fundación, y su secuencia: “...así mismo yo tengo y poseo desde que
esta ciudad se fundó y pobló uno de los solares que se dieron y repartieron a los
vecinos y pobladores desta dicha ciudad para la fundación della, que es el que al
presente tengo poblado y en el que tengo las casas de mi morada...” Armas Chitty.
Caracas, Origen y trayectoria de una ciudad, Caracas, t. II, p. 131.

15 Ramos: ob. cit., p 316.


Agregaríamos que a la declaración de “fundada” el capitán poblador antepone un
nombre, como Santiago de León, para darle personalidad a la ciudad que está
creando.

16 “Pacificar” y “allanar” son dos términos usados continuamente en las declaraciones y


testimonios relacionados con una jornada de conquista.
Pacificar una parcialidad indígena o territorio era lograr que sus aborígenes “dieran la
paz”. Este era un acto definido, protocolar y público —a veces muy solemne— que
se programaba para una fecha determinada luego que los indios manifestaban su
voluntad de aceptar al rey español a través de su capitán conquistador. Se obtenía la
Pacificación por vencimiento o por convencimiento, esto es, podía darse por derrota
bélica o por aceptación “voluntaria” del cacique o caciques de la zona a pacificar.
Allanar es parecido, pero no igual. Era lograr el “cese total de hostilidades” o manifes-
tación bélica enemiga de una provincia alzada, por la vía directa de la fuerza. Se conse-
guía generalmente con expediciones de respuesta o “entradas” o “trasnochadas” o
“albazos” (entrar al alba) de castigo contra el cacique que, luego de “dar la paz”, trai-
cionaba o violaba su palabra, usualmente matando a un “cristiano”.
Una provincia podía estar así, bélicamente hablando, “pacificada” pero “no del todo
allanada”, o “allanada” pero “aún no pacificada”, o perfectamente “allanada y pacifi-
cada”.
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JUAN GANTEAUME

17 Tratando sobre poblar y reedificar Ramos P. distingue certeramente entre ambos:


“...ya que la ciudad no es la materialidad geográfica, sino la república de vecinos…”.
Ramos: ob. cit., p. 324.
Pero un ejemplo cualquiera de su ambigüedad acrítica de estos conceptos en cuanto
a poblar y fundar es su juicio y opinión de la carta de Ponce de León de 1567: “...pieza
de valor fundamental, por ser ella en la que se daba noticia al monarca de la funda-
ción hecha por Diego de Losada…”. Ibíd., p. 292.

18 Estas declaraciones excéntricas también las expone Bermejo en su cuadro original,


reformulado sin ellas en este trabajo para fines de esta exposición y no las presenta-
remos aquí. Vid. Bermejo: ob. cit.
No obstante, creemos que la declaración de Infante de 1589 es error de escribano,
lapsus calami o error de traslado. Para nosotros es evidente, siendo como fue Infante
primer alcalde de Santiago de León y conocer perfectamente cuando se fundó la
ciudad. Aunque es el texto más claro, paleográficamente, de los testimonios trans-
critos en el documento en el que está registrado, el estar tan en contradicción con la
fecha que ofrecen otros declarantes coetáneos del mismo hecho nos mueve a sospe-
chas en cuanto al traslado veraz de su testimonio, el cual fue hecho en 1614.
La sesión del cabildo de 1590 presenta la duda, como pudimos constatar en los libros
originales, de estar inserta en otro libro —el Segundo Libro de Cabildo— alejada
secuencial y cronológicamente de las sesiones de ese año 1590. Ello también es
sospechosoLa declaración de Alonso Ruiz Vallejo debe también revisarse en sus
fuentes originales, pues por ejemplo la de Garcí González que adelante presentaremos
está fechada en 1608 en la edición de la recopilación sobre fuentes documentales de
la fundación de Caracas, de M. Briceño P., siendo que en los originales de
Encomiendas Garcí González declara en realidad en 1624. Vid. [28].

19 No recoge todas. Faltan, por ejemplo, la del propio Ponce de León de 1567 y las del
obispo Agreda de 1569 y 1574. Vid. Bermejo: ob. cit., p. 28.

20 María: ob. cit., p.120.

21 Ibíd., p. 123. Copiamos la versión de este por parecernos más completa y fiel que la
de Bermejo.

22 Ibíd., p. 119.

23 “Repartir la tierra” —por el contexto— en este testimonio es encomendar. Si el


obispo estuviera diciendo “repartió las tierras”, “repartió tierras” o que efectiva-
mente ese hubiera sido el sentido de su frase, el reparto de lotes de tierra a los vecinos
también se hizo, según documentos, en 1568, por lo que Agreda no puede estar
refiriéndose únicamente al año 67 en su declaración, sino a un lapso más amplio
de tiempo que incluye la secuencia de toda la Jornada, como se explicó. Vid. María:
ob. cit., p. 316.
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24 J. de Oviedo y Baños: Historia de la conquista y población de la provincia de


Venezuela, lib. V, cap. VII.

25 AGN. Encomiendas, t. XXIX, f. 166, citado por María: ob. cit., p. 316.

26 No era, al parecer, una norma absoluta sin embargo: En el primer y segundo cabildo
de Santafé de Bogotá, (fundada el 6 de agosto de 1538 y cuya formulación jurídica,
como Borburata, se hizo por etapas, perfeccionándose en dos años sucesivos), repi-
tieron los alcaldes.
Lo vetado era que todo el cuerpo edilicio, incluyendo regidores, perdurara al
siguiente año electivo. Más aún hacia 1567, en el que las leyes de Indias sobre este
aspecto regían con más orden. Años después en Caracas se crearán por gracia real
particular algunos regidores perpetuos y otros hacia 1594 se harán vendibles.

27 María: ob. cit., p. 291-292 citando AGI. Justicia, 93, f. 911ss. Nombramiento de
Gutierre de la Peña para jefe de la expedición contra los indios Caracas. Coro, 18
de enero, 1564.

28 Ibíd., p. 294-295 citando AGI. Santa Fe, 81, documento anterior, f. 5.


Nombramiento que Alonso Bernáldez otorga al Capitán Juan Maldonado para la
jornada de Caracas. Coro, 29 de enero de 1565.

29 AGN. Encomiendas, t. XXIX, f. 173. Resaltado nuestro.


La declaración de Juan Fernández Trujillo tiene fecha de 1608 en una probanza para
optar a una encomienda de Francisco Infante. Las siguientes declaraciones de
testigos del mismo interrogatorio en el mismo legajo tienen fecha de 1624 en la
probanza, señal que se interrumpió el proceso hasta esa fecha. Briceño P., en su
obra, les da tácitamente la misma fecha a todas las declaraciones, en base a la
primera registrada de Fernández Trujillo, pues efectivamente están insertas
todas en un solo documento.

30 Ibíd., f. 175 vto. Caracas, 22 de octubre de 1624. Resaltado nuestro.


Esta es la fecha correcta para este testimonio, aunque en el texto de Briceño se
dé la de 1608. Vid. Briceño: ob. cit.
La edad de Garcí González para 1624 debía ser de alrededor de 80 años, visto
que el 12 de septiembre de 1619 declaró tener 75 años: “...y no firmó por estar
impedido de las manos y declaró ser de edad de setenta y cinco años”. Ref.:
AGN. Testamentarías, 1614-1634, Cefmsu, Bienes de Pedro de Valenzuela
reclamados por Helena Eslín.

31 Según lo declara el mismo Garcí González en el interrogatorio citado. Vid.


AGN. Encomiendas, t. XXIX: ob. cit.
Garcí González vivía colindando al norte con Infante. Su solar en la esquina
de Padre Sierra, NE.
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JUAN GANTEAUME

32 Así lo declara el mismo García Pineda: “…como escribano que he sido por S.
M. en esta ciudad y gobernación, he tenido en mi poder y tengo los Registros
Generales que se hicieron por el dicho capitán Diego de Losada al tiempo que
pobló las dichas ciudades y repartió los naturales y lares y tierras en nombre
de su majestad…” AGN. Encomiendas, t. XLV, f. 118 citado por Bermejo: ob.
cit., p. 20.

33 AGN. Encomiendas, t. XXIX, fs. 177ss. 22 de octubre de 1624. Resaltado


nuestro.

34 “Entonces hace Losada los Registros Generales que son propiamente el Acta
(o sea todo lo actuado)”. Bermejo: ob. cit., p. 53.
Estos autos fundacionales estuvieron en manos de Andrés de San Juan, Garcí
González de Silva, Pablo de Ponte y Alonso García de Pineda, entre otros escri-
banos y regidores.

35 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. XII. Resaltado nuestro.


Este breve comentario dado al paso —de consecuencias tan perturbadoras para
la historiografía de Caracas — ofrecida por el historiador provincial entre
paréntesis propios en su narración, pareciera haber sido tomada por “jurídica-
mente válida, si Oviedo lo dice…” por todos los que le siguen.
Bermejo sugiere que los paréntesis en la obra de Oviedo son propios de él y
por ende extraños a un supuesto poema desconocido, en romance, atribuido
a un fugaz Ulloa. Bermejo: ob. cit., p. 17.
No creemos en el poeta soldado Ulloa como fuente accidental o principal de
la obra de Oviedo por razones como la que acabamos de mostrar y otros hechos
documentalmente probados que iremos analizando en detalle en el desarrollo
de este trabajo.

36 Vid. [73].

37 [24].

38 [25].

39 La encomienda de Caraballeda, expuesta actualmente en el Salón de Objetos


Históricos del Cabildo de Libertador, en Caracas, es el único título original de enco-
mienda firmado de la propia mano de Losada que se sepa ha sobrevivido hasta hoy.

40 AGI. Santo Domingo, leg. 78, citado por A. Rumeu de Armas. Viajes de Hawkins
a América, p. 425.

41 Ibíd., p. 184.

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La Jornada de Caracas

42 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. I.


María afirma de Oviedo refiriéndose al cargo de teniente de gobernador de Alonso
Díaz Moreno que “...es una afirmación inexacta…”. María: ob. cit., p. 84.
Pone a cambio como teniente de gobernador —para Valencia— a Francisco de
Madrid, suponemos que en base al cargo de teniente que este Madrid ocupaba el
año anterior, 1566, del cual se tiene información documental para Valencia a través
de los juicios de residencia que Ponce de León hace a la gestión de Bernáldez ese
año.
Francisco de Madrid está registrado como conquistador de Caracas en la lista de
Oviedo y en la propia de María, por lo que si fue teniente de gobernador, como
este afirma, no lo sería en 1567, sino en 1566. Para alistarse en la Jornada de Caracas
debió quizás rescindir su cargo o pedir su sustitución a favor de Díaz Moreno.
No hay, hasta ahora, constancia sino indirecta —aparte de la noticia de Oviedo—
de que Alonso Díaz Moreno fuera teniente de gobernador en Valencia para la fecha
de la expedición. En una oposición a encomienda de uno de sus descendientes, este
afirma que Díaz Moreno tuvo cargos de teniente de gobernador tanto en Caracas
como en Valencia. En Caracas lo fue en 1591. Vid. Briceño: ob. cit., p. 410.
Lo que sí consta por declaraciones es que no participó en la Jornada y Madrid sí.
Siendo Díaz Moreno de igual edad que otros vecinos ricos de Valencia como
Vicente Díaz Pereira y el propio Madrid y tan capaz de portar armas y caballo en
la conquista como ellos, así como tan prominente y servidor del rey ¿por qué no
fue a la Jornada?

43 Vid. Ramos: ob. cit., p. 325.

44 María: ob. cit., p. 116.

45 En este detalle, es donde enmudecen en sus análisis probatorios María, Martínez,


Núñez y Ramos.

46 Adelante ofreceremos una hipótesis sobre la causa del nombre de Santiago de León
que se escogió para la ciudad.

47 La tesis tradicional sobre la imposibilidad de vigencia legal de —a al parecer jurí-


dicamente viva— San Francisco la plantea entre otros D. Ramos, quien la consi-
dera como totalmente extinta, luego de 1562, cosa que no parece ser el estatus legal
de San Francisco para la corona por esas fechas, por lo que se ve. Vid. Ramos: ob.
cit., p. 292.

48 Trujillo de Venezuela, sin ir muy lejos, es uno de estos casos: fundada como ciudad
castellana más de una vez, con varios cambios de nombre, despoblada y hasta
mudada de sitio, aún reclama como fecha de su fundación 1557, la más antigua.
Nosotros nos inclinamos por enfatizar en todo este caso la importancia que adquiere
el cambio de nombre de un asentamiento como forma de definir en aquella época
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JUAN GANTEAUME

su “juridicidad” legal como ciudad nueva castellana sobre la cual actuará el Cabildo
que la represente oficialmente en adelante.

49 Vid. [21].

50 Briceño: ob. cit., p. 231.


Briceño fecha esta declaración en 3 de “enero” de 1589. Bermejo la fecha en febrero.
Bermejo: ob. cit., p. 28.
Nos parece más probable febrero. Puede haber un error de trascripción en Briceño
de “hevrero” por “henero”, como hemos visto que a veces ocurre en documentos
manuscritos llevados a imprenta. En el interrogatorio del juez Leguizamón todos
los otros testigos —en la obra de Bermejo— aparecen declarando en febrero de
1589, mientras Briceño en su extracto no incluye la fecha de las declaraciones de
los otros testigos (aparte de la de Díaz de Alfaro), obviándolas.
Caraballeda —efectivamente— se despuebla del todo hacia 1586.

51 Vid. [30]

52 Briceño: ob. cit., p. 237.


Garcí González está probablemente incluyendo a los quince soldados adicionales
que llegaron con Juan de Salas a fines de mayo de 1567.

53 Vid. [27] y [28].

54 AGN. Traslados, Residencia al gobernador Mazariegos, t. I, p. 110.

55 Ibíd., p. 82.

56 Esta fecha la tomamos de Bermejo: ob. cit., p. 28.

57 En 1571 se recoge su opinión en este sentido, dado en Caraballeda. AGN.


Traslados, 1391, t. III, p. 1493 ss. Juicio de Residencia a Hernández de Chaves.

58 Briceño: ob. cit., p. 232.


Hemos visto la copia del traslado que reposa en el AANH y la trascripción de
Briceño es fiel.

59 María: ob. cit., p. 374. Ortografía moderna.


Al legajo que publica el hermano María tan sólo se trasladaron, por razones del pleito,
la parte declarativa inicial y los asientos que registran las encomiendas otorgadas por
Losada de los interesados en la querella. El Registro General de Santiago de León
debió incluir, ciertamente, el registro de todos los que recibieron encomienda por
vecindad, como primeros pobladores, por lo que si se hallara —o su traslado— indi-
caría precisamente quiénes habitaron desde su origen Santiago de León.
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La Jornada de Caracas

El título de Cabeza de Registro. Encomienda General es el dispuesto en este legajo


para el listado que usualmente era conocido como Registro General de Encomienda
o Data General de los indios encomendados de Caracas.
El legajo en sí mismo es una copia o traslado de escribano hecho en 1595, pues el
documento del pleito completo original se perdió en aguas de Cuba, cuando era
enviado al Real Consejo de Indias, por haber sido tomado por piratas el navío donde
se le transportaba a Sevilla.

60 “...el cual entró por marzo del sesenta y siete años…”. Relación de Pimentel. Caracas,
1578. María: ob. cit., p. 122.

61 Que el encabezado que María está reproduciendo es el Registro General de Santiago


de León se constata con su concordancia de fechas en el siguiente testimonio de esa
época, de Andrés de San Juan: “...e hice sacar el dicho traslado de las partidas del
Registro General, el cual por él parece que se comenzó a hacer a cuatro días del mes
de marzo y se publicó a cinco días del dicho mes…” AGN. Encomiendas, t. III,
f. 178 citado por Bermejo: ob. cit., p. 53.

62 AAC. Varios, carp. No. 1, 1626.

63 Copiada ex profeso textualmente, sin acentuación ni ortografía. Briceño: ob. cit.,


p. 238.

64 Bermejo: ob. cit., p. 28.

65 “...Sobre el día y el mes de la fundación no han dado luz los documentos…”. G.


Morón. Historia de la provincia de Venezuela. Caracas, 1977, p. 347.

66 En rigor, haría falta, quizás, algo más que una declaración de Vásquez, Silva o Pineda.
Una copia del protocolo o acta primera de erección del cabildo de 1568. Pudiera
existir trasladado en otro legajo de pleito por encomiendas, solares o tierras, en
Caracas, o en Sevilla. Si se sabe el año cierto, como ahora, quizás sea más fácil ubicarlo.
No obstante, si se aceptan declaraciones y testimonios como pruebas de una supuesta
fundación en 1567, estas de Pineda, Vásquez y Sánchez de Córdoba son igual de
buenas, así como las de Garcí González y Fernández Trujillo. Con el agregado de que
refuerzan y precisan otras pruebas deducidas de hechos constatados y documentos
fidedignos —hasta con la propia declaración de Ponce de León— que impiden situar
la fundación en 1567.

67 Vid. cap. La Batalla de Maracapana, más adelante en esta obra.

68 Sobre la vida de los Desque, tenemos en prensa un trabajo en prensa de título Chuao
antes de la Obra pía: 1567-1671 donde ofrecemos una biografía lo más completa
posible de estos personajes. Vid.
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JUAN GANTEAUME

69 Algunos aún debaten sobre quién fundó y cuándo San Francisco, pero nadie discute
que Fajardo fundó El Collado, y que lo hizo antes. Aceptarlo no tiene consecuencia
histórica que altere el esquema usual aceptado de la fundación de Caracas.

70 Oviedo dedica el primer párrafo del capítulo X, libro V, a Caraballeda. Expone los
motivos que le parecen apropiados para justificar su fundación; describe la compo-
sición de su primer cabildo, e inmediatamente pasa a las supuestas causas de su
extinción, sin fecharla. Es todo.
No lo hacen mejor María ni los otros autores que estudian la Jornada de Caracas.
Manuel Pérez Vila analiza con más seriedad la historia de Caraballeda, obligado por
el tema, los orígenes de La Guaira. Vid. M. Pérez Vila. Orígenes Históricos, en la
obra La Guaira, Ediciones Armitano. Caracas, 1981.

71 Por ejemplo: “...Diego de Losada conoció muy bien la necesidad de tener un puerto
en las costas del mar Caribe para las relaciones con Santo Domingo, con el mismo
Coro y Borburata, y decidió proceder a su fundación sin la menor demora...”.
María: ob. cit., p. 137.
Pérez Vila. niega por fin que Caraballeda tuviera su causa de origen como puerto
de Santiago de León. Era pues Caraballeda una ciudad, —la ciudad, a falta de
otra— que había que fundar por mandato de real cédula, simplemente. De ahí su
origen.

72 Bermejo: ob. cit., p. 55.

73 Ibíd., citando “Libro de Noticias e Índice General de las cosas más particulares…”
de Oviedo y Marcos José Rivas. Debe ser el comúnmente conocido como Tesoro
de Noticias.

74 Rumeu: ob. cit., p. 427.

75 Juan Fernández Trujillo, que conocía la lengua de estos indios de Caracas declaró:
“...cuando este testigo entró a la conquista de esta provincia con Diego de Losada
que vino por general de ella, oyó y entendió la grita y algaraza que les daban,
diciendo en su lengua «a qué venís acá, que os hemos de comer como a vuestros
compañeros»…”. Briceño: ob. cit., p. 684.
La antropofagia ritual como forma de apropiación de la fuerza o espíritu del
enemigo vencido está ampliamente probada y explicada para pueblos de todas las
épocas y regiones del mundo.
En este caso de la declaración de Fernández Trujillo ni siquiera es prueba conclu-
yente de que así haya sucedido: Puede concebirse lo oído por Fernández Trujillo
como “guerra psicológica”, otra forma de lucha más de estos guerreros Caracas, para
quebrar la moral de los expedicionarios en su intento de entrada, como probaron
exitosamente con Bernáldez en su fracasada expedición que se devuelve a Valencia
por miedo, dos años antes que Losada.
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La Jornada de Caracas

Una confesión concreta de antropofagia: Un cacique de Nirgua, preso en 1570 por


matar tres españoles declaró: “…y que cuando comían a los dichos cristianos, que
a los mozos les hizo mal la carne y a los viejos no…”. Residencia a Hernández de
Chaves, 1571. AGN: ob. cit., f. 458.

76 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. XII.

77 Ibíd., cap. X.

78 Ibíd.
Nótese en su obra que el paréntesis —propio— en la frase de Oviedo es sobre el
año, no sobre el mes.

79 María: ob. cit., p. 374.

80 Ibíd., p. 365. Resaltado nuestro.

81 El documento del Anexo de María en AGI. Escribanía de Cámara, Sto. Domingo,


leg. 2B. Copia en la Academia de la Historia, AANH. Traslados, Fray Froilán de
Ríonegro, t. II 12.
Desconocemos si existe intención o planes de publicar este valioso legajo pero
prevenimos que el contenido del mismo, por la importancia de las noticias que los
pocos documentos y declaraciones dejan entrever es quizás tan valioso para la
temprana historia de Caracas como los datos —notables e interesantísimos sin
duda— que aportan sobre el destino de los Teques como indios encomendados.

82 María: ob. cit., p. 380.

83 Ibíd., p. 407.

84 Ibíd., p. 409.

85 Domingo Giral: “Le vido morir este testigo en su tierra y nación…”. Ibíd., p. 360.
Indio Almere: “donde el dicho Guaicaipuro vivía y donde lo mataron…”. Ibíd.
Indio Arue: “Suruapo, que es donde lo mataron los cristianos…”. Ibíd.

86 Ibíd., pp. 393 y 402.

87 Ibíd., p. 380. Pedro Mateos quedó vecino en Barquisimeto y allí finalizó su vida
como prominente miembro de la élite social de esa ciudad.
En el pleito por los indios de Guaicaipuro, esta encomienda se le otorga seguida-
mente (aparentemente por el crédito de su mujer, Isabel de Trujillo, según declara-
ciones) al portugués Andrés González, de nula figuración social hasta entonces, que
no fue caudillo o capitán, y quien ni siquiera fue de los conquistadores que entraron
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JUAN GANTEAUME

con Losada: “...siempre ha andado de rancho en rancho, sustentándose a costa


ajena...”: AANH. Traslados, Fray Froilán de Ríonegro, t. II-12, f. 35, pregunta 10
del interrogatorio de Cobos.
Aunque la asignación de encomiendas no se regía por la importancia del cacique
que a ojos de los castellanos comandaba tal parcialidad, es difícil creer que los Teques
de Guaicaipuro fueran un grupo marginal, asignable a un vecino poco notable en
hechos de conquista como fue el portugués Andrés González, pues es el prominente
Cobos precisamente quien pretende esta encomienda: “...porque como es notorio,
antes que el dicho Andrés González pensase venir a esta tierra, Cristóbal Cobo tenía
ya los huesos molidos de servir a S. M. en ella como buen soldado y con oficios y
cargos muy prominentes de caudillo y capitán, y otros cargos honrrosos...”. AANH:
ob. cit., f. 52.

88 Se lamentaba sobre ello Bermejo: “…parece que no hubo interés en investigar y


sacar a la luz los verdaderos héroes de la resistencia…se ha dado pábulo a leyendas
anónimas, inciertas y relativamente modernas que incluyen elementos extraños,
más propios de un Tamerlán”. Bermejo: ob. cit., p. 61.

89 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. VII.

90 A él no le aplican lo que el propio autor señala a Gil González Dávila: “…no dudo
erraría el día quien con tanta claridad erró el año…”. Ibíd.

91 “…como Oviedo y Baños apunta el 8 de septiembre, podría haber sido en dicho


día, pero no en el año de 1568, como erróneamente anota, sino en el de 1567, que
es el verdadero…”. María: ob. cit., p. 138.
Aunque Morón no se pronuncia, le atrae también la fecha del 8 de septiembre, al
insinuar en su pregunta que algo debe significar dicha fecha. Acepta el año de 1567
como el de la fundación. Le da crédito a Oviedo: “…Fuera de la fecha, finales de
1567, vuelve Oviedo y Baños a quedar como buen historiador cuando da la pobla-
ción a Losada… Dice don José que la fundación fue el 8 de septiembre de 1568
¿Por qué tan tajantemente?...”. Morón: ob. cit., p. 353.

92 Oviedo: ob. cit., lib. V.

93 “…Oviedo pareciera ejercer una especie de poder mágico sobre quienes le estudian
y citan…”. A. Lemmo. Historiografía colonial de Venezuela, 2ª ed. Caracas, 1982,
p. 114.
“…Hay cientos de artículos y monografías sobre el autor y su obra con una carac-
terística que se convierte en “constante” en la historiografía colonial: escasa elabo-
ración conceptual…”. Ibíd., p. 110.

94 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. VI.

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95 Ibíd.

96 La Hipótesis Ulloa es de Cristóbal Rojas, y ha sido acogida con escaso examen y


ligera aprobación por casi todos:
“…anecdótico, curioso y detallado del relato, imposible de derivar exclusivamente
de fríos testimonios documentales…”. Bermejo: ob. cit., p. 16.
“Que la fuente de Oviedo para los capítulos de la conquista y población del Valle
de Caracas fue un fragmento de la Crónica del Poeta Ulloa es casi evidente…”.
Ibíd., p. 19.
“…resalta indiscutible que a través de Ulloa —que a los 26 años de la conquista
recogió las versiones directas de los viejos pobladores—, Oviedo y Baños nos
proporciona un relato testifical…”. Ramos: ob. cit., p. 312.
La rigurosa Lemmo también considera factible un Ulloa como fuente de Oviedo:
“Se equivocó Rojas [Cristóbal], pues el primer historiador de Venezuela fue
Aguado, pero no en cuanto a señalar cómo Oviedo utilizó a Simón y los manus-
critos de Ulloa…”. Lemmo: ob. cit., p. 114.

97 Oviedo: ob. cit., “Prólogo al Lector”.

98 AGN. Encomiendas, t. XLVII, f. 153 vto.

99 Otra vez parece acertar Julio Febres, quien rechaza de plano por parecidas razones
la susodicha crónica: “…pero esa fuente no fue seguramente la pseudo epopeya de
Ulloa, sino algún cuaderno o diario de escribanos…”. Febres: ob. cit., p. 20,
Febres, además, previene sobre la data cronológica incierta de la Batalla de la
Quebrada: “…La posterior expedición de Rodrigo Ponce contra los Tarmas no es
posible fijarla bajo ningún aspecto, ya que las débiles muestras cronológicas que ha
venido ofreciendo Oviedo, faltan totalmente de ahora en adelante en cuanto se
refieren esos sucesos a la conquista del valle y fundación de Caracas…”. Ibíd.,
p. 55.

100 Oviedo: ob. cit., loc. cit.

101 No todos. Montenegro defiende la tesis de la fundación fajardista de Caracas. Vid.


J. E. Montenegro. Francisco Fajardo. Origen y perfil del primer fundador de
Caracas, Caracas, 1974.

102 Ver el título de encomienda en: Manuel Pinto. Los ejidos de Caracas, Caracas,
1968, p. 78 y 79 citando AGN (repositorio actual del documento, por traslado del
anterior). Tierras, “M”, No. 1, de 1770, Autos seguidos por José Antonio Mendoza
con los indios de Baruta. Las declaraciones de Carrasco y Martín, vivos aún en 1596
en Margarita, y su actuación con Fajardo en: Montenegro: ob. cit., p. 267 reprodu-
ciendo AGI. Santo Domingo, leg. 20.

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JUAN GANTEAUME

103 Desconocemos la fuente documental del supuesto nombre de “Fernán” para Ulloa,
que algunos le asignan. En nuestro trabajo continuo de investigación sobre los más
mínimos personajes de Caracas de fines del XVI no hemos hallado, fuera de la mención
de esta Acta de Cabildo, ningún rastro de vida de algún Ulloa entre vecinos, “mora-
dores” o “estantes” de la ciudad por esas fechas.
Bermejo se atreve hasta a reconstruir —con intención de prueba— los que para ella
son vestigios de un romance del siglo XVI, escondido en la construcción sintáctica de
la prosa de Oviedo, al tratar este de la Jornada de Caracas. Bermejo: ob. cit.
Es posible, desde luego. Pero confesamos que no lo vemos claro:
El elegante y rítmico “estilo Oviedo” lo percibimos a lo largo de toda su narración (al
menos nosotros que, como legos, leemos a Oviedo como leemos a Cervantes o Lope
de Vega, sin profundizar en detalles de métrica).
Este estilo cultista y barroco, propio de Oviedo, quizás se enfatiza ciertamente en el
tema de Caracas, que evidentemente es su preferido, pero no por ello deja de estar
presente en toda la obra, que tendría que pasar —en rigor— por similar análisis
métrico de supuestas reliquias octosílabas ocultas.
En todo caso quedan los graves interrogantes expuestos arriba, que no apuntan a lite-
ratura sino a historia, que pensamos tocan concretamente el fondo del problema de las
fuentes en Oviedo y que no son hipótesis sino inconsistencias muy patentes que deben
ser por fuerza explicadas primero desde su faceta historiográfica, como corresponde, si
se quiere especular luego —sin contradicciones— sobre un supuesto poema subya-
cente coetáneo que haya guiado su obra.

104 Suscribimos sus palabras al inicio de esta Segunda Parte. Vid.

105 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. III.

106 Oviedo: ob. cit., lib. VI, cap. XII y XVIII.

107 “…y en Salamanca [valles del Tuy] le dieron a Francisco Infante trece heridas muy
penetrantes los indios y a este testigo otras seis o siete, y mediante el favor de Dios este
testigo con una espuela jineta, que atado pudo tomar, se defendió y quitó al dicho
Francisco Infante e a los demás de poder de los dichos indios y se fueron retirando a
otra provincia de indios que llaman los Teques…”. AGN. Encomiendas, t. XXXIX,
f. 176 vto.

108 Más aún, se comprueba que este hecho heroico de Garcí González no formó parte del
supuesto poema de Ulloa desde que el mismo Oviedo afirma que tuvo noticia del caso
en documentos coetáneos, que deben ser los mismos que presentamos aquí como refe-
rencia. Expresa pues Oviedo, explícitamente, el origen de esta singular noticia, por lo
que no puede ser Ulloa su fuente, en este caso al menos. Vid.

109 AGN. Traslados, Residencia a Hernández de Chaves, t. III, f. 448.


Biord Castillo en su trabajo se adhiere a la tesis ulloana de Bermejo en base a un
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La Jornada de Caracas

novedoso parámetro de análisis referido a la “calidad de información” presente en


la obra de Oviedo y Baños sobre las etnias que poblaban la provincia de Caracas
que a su juicio puede explicarse como consecuencia de una inédita “fuente
coetánea” a los hechos, por la validez y precisión que pareciera mostrar el aspecto
etnológico del relato de Oviedo. Para Biord: “...la crónica tendría información de
primera mano proporcionada por testigos directos...”. Horacio Biord C. Los aborí-
genes de la región centro-norte de Venezuela (1550-1600), Caracas, 2001, p. 173.
Las contradicciones que hemos mostrado en Oviedo parecieran indicar la ausencia
de un Ulloa coetáneo u otro texto testimonial que hubiera podido guiar con más
veracidad su narración. A nuestro juicio, las etnias o “naciones” presentes en la
provincia al tiempo en que Oviedo escribió su historia existían aún en su mayoría,
muy disminuidas y aculturadas, pero no olvidadas. Es el caso de los guarenas,
teques, quiriquires, meregotos, tomuzas o tarmas. Otras, quizás ya extintas para
1723, como los guaiqueríes de la costa, mariches o chagaragatos de Chuspa podían
fácilmente consultarse aún en infinidad de documentos de encomiendas o doctrinas
y otros papeles e informes eclesiásticos u oficiosos del siglo XVII, como nos ha
ocurrido hallar, aún hoy día.
Estarían estas etnias también por entonces mucho más presentes en el ordinario
recuerdo colectivo tradicional de los vecinos descendientes que Oviedo interrogaría,
vecinos quienes le orientarían sin dificultad sobre la ubicación “a grandes rasgos”
de esas parcialidades en su antigüedad. No presentarían pues, a nuestro juicio, difi-
cultad para un historiador del siglo XVIII curioso por informarse de este aspecto
en la reconstrucción de su épica de conquista.
Se requiere estudiar, con particular análisis, la mezcla de fronteras culturales o
lingüísticas que parece ser el área centro norte, y en concreto Caracas, entre caque-
tíos y caribes.
De entre los escasos nombres sobrevivientes para el área de Caracas, vocablos que
pudieran afirmarse posiblemente caquetíos como Amanaure, Terepaima, bariquizas
(de igual raíz significante que Bariquisimeto), Tamanaco, etc., ofrecen indicios que
pudieran motivar, quizás, un replanteo de lo hasta ahora publicado en cuanto a
fronteras lingüísticas o culturales de estos troncos, y dónde terminaban.
Deben estudiarse, adicionalmente, ciertos testimonios ilustrativos —al parecer no
bien ponderados— que revelan algo de lo que podía quizás ser la situación en esa
época, en cuanto a naciones o troncos étnicos, tales como la declaración de
Bartolomé Núñez en 1553, en Borburata:
“Fue preguntado si los indios que este testigo traxo y cargó de sal si entendieron a
los indios de las Caracas lo que dixeron, dixo que la lengua de las Caracas es dife-
rente a la de los dichos indios porque unos son taguanos [sic, ¿por tacariguanos?] y
los otros caracas, y es diferente una lengua de la otra y solo este testigo fue el que
entendió lo que los indios de las dichas Caracas le dixeron”. AANH. Residencia a
Juan Pérez de Tolosa..., pp. 65-74.
Según esta declaración existiría pues, como parece evidenciarse, al menos un caso
de una clara barrera lingüística entre los indios de Caracas y los de la comarca valen-
ciana de donde eran los indios que llevó a Patanemo Bartolomé Núñez, insertas
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ambas áreas, para esa fecha, en la misma provincia cultural caribe, según la antro-
pología etnohistórica usualmente aceptada hasta ahora.

110 Fray Jacinto de Carvajal. Descubrimiento del Río Apure, Madrid, 1985.
Morón en una nota en su obra reconocía en 1977 la urgencia de una edición crítica
de la Historia del clásico cronista caraqueño. Informaba que la delicada misión se
había encomendado a un historiador hispano, Demetrio Ramos, de cuyo análisis
crítico de la fundación de Caracas algo hemos comentado. Esperamos por tal
edición, mientras se consigue algún mediano historiador criollo capaz, que debe
haberlo —sin duda—para esta tarea. Morón: ob. cit., p. 353.

111 María: ob. cit., p. 307.

112 La constancia de que esta fundamental Residencia a Ponce de León se realizó nos
la dan varios testigos. Uno de ellos Martín de Arteaga, antiguo vecino que habría
sido nombrado como teniente de gobernador en Coro en 1568, cuando Ponce
emigra a Barquisimeto, por lo que estuvo sujeto a residencia como integrante de la
gestión de Ponce de León. Declaró posteriormente que había sido teniente de
gobernador en Coro de Pedro Ponce de León y que Andrés de San Juan había ido
como juez de residencia “…y tomó a este testigo la residencia… y que tomada la
residencia se fue con ella…”. Residencia a Pedro Ponce de León y don Francisco de
Chaves. Coro, 1571. AGI. Justicia, leg. 87 en AGN. Traslados, No. 1391, t. III,
f. 518.
Otro testimonio: “…y porque el dicho Francisco de Chaves fue proveído por el
audiencia real de Santo domingo por gobernador…por fin y muerte del dicho don
Pedro Ponce de León y tomó la dicha residencia al dicho don Pedro e a sus
oficiales…”. Pedro Pérez, 40 años, vecino de Valencia, febrero 1571. AGI. Justicia,
leg. 87. Residencia a Chaves en AANH. Traslados, colección Caracas, N° XX-54,
t. II, f. 293.

113 Mazariegos llega a Coro el 5 de diciembre de 1570. AGI. Justicia, leg. 87.
El título completo de los traslados según las copias en la Academia de Historia vene-
zolana y en el Archivo General de la Nación es el siguiente: Residencia Tomada a
Don Pedro Ponce de León y Don Francisco de Chaves, Gobernadores que fueron
de la provincia de Venezuela y a los Justicias de su tiempo, por Diego Mazariegos,
año de 1571.

114 María: ob. cit., p. 83. Sigue a Oviedo.


La codicia antigua del esclavista Juan de Salas por hacerse con parte de estos
indios libres —como miembro de la élite margariteña, élite que aún añoraba los
siniestros métodos expeditos de la fenecida Cubagua— se manifiesta palpable-
mente en la expedición previa de Alonso Bernáldez a Caracas en 1565, pues
pensando Salas que el gobernador Bernáldez ya había entrado y conquistado la
provincia, aporta con sus piraguas un día en Borburata —sorpresivamente—
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para participar en el botín humano: “...hallé nueva que a Borboroata [sic]había


llegado un Juan de Salas con ciertos soldados de la Margarita los cuales habían
venido a fama que los indios Caracas eran esclavos, y no venían prevenidos para
más que coger los indios que pudieran en la costa de Caracas por la mar y llevarlos
a su isla puestos en cadenas y grillos...”. Exposición de Alonso Bernáldez sobre dife-
rencias con Gutierre de la Peña en la jornada al valle de los Caracas, 1566. AGI.
Justicia 93, reproducido en J. A. de Armas Chitty. Caracas: Origen y trayectoria de
una ciudad, Fundación Creole, 1967, t. II, p. 104.

115 El viaje realizado por el patrón John Hawkins. H. Georget y E. Rivero. Herejes en
el paraíso, Caracas, 1992, p. 83.
Se trata del primer viaje a las costas venezolanas de Hawkins, en 1565. Adelante
se verá por qué a Hawkins estos indios de Caracas —sin duda— le hubieran
tratado magnánimamente, buscando la alianza del corsario, enemigo de sus
enemigos.
Cuando Hawkins llega al puerto de Borburata, comentando el suceso, los vecinos
ladinamente componen a su favor la evidente debilidad que implicaba no poder
controlar como españoles una costa tan cercana, acusando a estos indios de atacar
“toda nave de cualquier nación”, indiscriminadamente.
Era un doble juego: aparentando prevenir a visitantes peligrosos que amenazan
quemar Borburata, estos vecinos, mostrándose leales amigos, buscaban en realidad
alejar a los corsarios de alianzas con estos indígenas enemigos de los españoles. Los
de Hawkins creyeron el cuento, como se ve. Otra referencia adicional de ataque a
buques en esa costa en 1567 en Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. II.

116 No es casual que los primeros pobladores habitantes de Caraballeda hayan sido en
su inmensa mayoría vecinos de Borburata o Margarita, antiguos pobladores de El
Collado.
Entre estos vecinos iniciales estuvieron Lázaro Vásquez, Abrahán Desque, Justo
Desque, Gaspar Tomás, Gaspar Pinto, don Julián de Mendoza, Andrés Machado,
Andrés González, Juan Ramos, Juan Fernández de León, Jorge Pimienta, Juan
Fernández Trujillo, Juan de San Juan, Alonso Pérez de Valenzuela, Juan Pérez de
Valenzuela, Luis de Seijas, Pedro Martín de Neira. Antonio de Acosta, Pedro de
Montemayor y Antón Carrasco, que con Fajardo llegó a tener encomienda en San
Francisco, (Vid. [102]) pero que al parecer no permaneció como vecino en la nueva
Caraballeda.

117 Fajardo se abasteció de armas en Margarita, así como de los valientes guaiqueríes
aliados, que hablaban el idioma de esa costa. Su última y fallida expedición en
1564, según declaración de testigos en Margarita posteriormente, estaba prevista
realizarse por tierra, siguiendo la ruta de Villegas y Díaz Pereira. Vid. Montenegro:
ob. cit., Anexo II.
Esta fallida expedición estaba tan bien apertrechada de implementos de guerra que
suscitó la envidia de Alonso Cobos, teniente de gobernador de Cumaná por
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entonces, quien por apoderarse de estos pertrechos e intentar él la conquista de los


Caracas, asesina a Fajardo. Vid. Ibíd.

118 “Taramaina” como nombre de etnia de Oviedo es sospechosamente parecido a


Toromaima, esta sí etnia histórica documentada en la Relación de Pimentel.

119 Según se desprende de testimonios judiciales en Borburata del capitán Pedro


Álvarez en 1553, este tenía “pacificado” por el lado de los valles de Aragua, al
naciente, hasta el valle de Cáncer, esto es, hasta la comarca de los Meregotos, en la
culata oriental de los valles de Aragua; y por el lado de la costa hacia el este había
logrado reducir las tribus hasta “...los yndios chagaragotos que avra desta cibdad a
ellos quarenta leguas, los quales chagaragotos an venido a esta cibdad a servir…”.
AANH. Traslados. Residencia a Juan Pérez de Tolosa, pp. 428-441.
Oviedo y Baños los llama “Chagaragatos” en su historia. Oviedo: ob. cit., lib. III,
cap. X.
De Borburata hasta el cabo Codera hay cerca de cuarenta leguas. Por lo que alegaba
Perálvarez en su declaración que estaba “de paz” toda la costa central. Es indicio,
además, de hacia donde se ubicaba esta parcialidad: En Naiguatá, Chirimena u Osma,
quizás. En documentos hemos hallado indios “Charagatos” desde Naiguatá hasta
Osma.
Gaspar Pinto, alcalde de Caraballeda, muere flechado por indios Charagatos en 1570
en una entrada conjunta de vecinos de Caraballeda con soldados de Santiago de León
para reducirlos, que termina en fracaso. En dicha expedición no intervino Lázaro
Vásquez, que se hallaba en Barquisimeto para ese momento, ni Justo Desque, el otro
alcalde, quizás por ser baldado de torturas de piratas cuando fue justicia en Borburata.

120 “…y quedando acordado entre los dos el tiempo en que se habían de juntar en la
Borburata, se partió [Juan de Salas] a poner por obra su promesa, dejando a Losada
muy gozoso por la felicidad que prometían tan favorables principios…”. Oviedo: ob.
cit., lib. V, cap. I.

121 Una estrategia combinada idéntica por mar y tierra fue la que aplicaron Garcí
González y Cristóbal Cobo en sus respectivas jornadas de conquista de los
Cumanagotos, algunos años más tarde.

122 Testigos registran que Alonso Pérez de Valenzuela, vecino de la élite, había comen-
zado a construir por su cuenta un reducto: “…y que Alonso de Valenzuela comenzó
a hacer una cerca de piedra que al parecer fuera harta defensa para este pueblo si se
acabara… porque se recogería allí el pueblo con sus haciendas; especialmente sería
bastante defensa para los indios…”. Amador Montero, 70 años. Coro, abril 1565.
AGI. Justicia, leg. 93, f. 459 vto.
La ubicación de la antigua ciudad de Borburata se ha querido situar en el ancón
donde actualmente se hayan los astilleros navales nacionales. Pensamos, por los
indicios documentales —que describen algo del área de la primera ciudad—, que
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sigue yaciendo bajo el sitio de la moderna población de Borburata, pues


concuerdan.

123 La célebre carta de Aguirre a Felipe II resume en un singular párrafo arquetípico el


deseo del conquistador del siglo XVI y su queja: “…Mira, mira, Rey español, no
seas ingrato a tus vasallos; pues estando tu padre el Emperador en los reinos de
Castilla sin ninguna zozobra, te han dado a costa de su sangre tantos reinos y seño-
ríos como tienes en estas partes; y mira Señor que no puedes llevar con el título de
Rey Justo ningún interés de estas partes, donde no aventuraste nada, sin que
primero los que en ella trabajaron sean gratificados…”. Carta al rey de Lope de
Aguirre. Valencia, septiembre de 1561. Oviedo: ob. cit., lib. IV, cap. VII.
Otro ejemplo de este rencor general a la real ingratitud, de un vecino de Borburata:
“…porque es público y así se trata entre muchos, que hace más Su Majestad por
los naturales que por sus españoles...”. Abrahán Desque. Borburata,14 de abril
1565. AGI. Justicia, leg. 93, f. 437 vto.

124 E. Arcila Farías. Libros de la hacienda pública de Nueva Segovia 1551-1557. Serie
Proyecto Hacienda Pública Colonial Venezolana, vol. III, p. 98.

125 María: ob. cit., p. 310.

126 Carta al rey de Ruiz Vallejo. Barquisimeto, 21 de abril de 1568. AGI. Santo
Domingo, leg. 78.

127 Ponce de León, a pesar de lo que luego diría el obispo Agreda, fue un caso singular
de temeraria resistencia al chantaje clásico del corsario: “la plata o la plaza”.
Niega como un virrey el pago por este concepto a todas las escuadras “piratas” que
ese año de 1567 hacen turismo de aventura por su temible gobernación.
Sólo cuando se descubre él mismo una noche estrellada montado en un jadeante
caballo que hace de residencia ahora del gobernador, mirando de soslayo al arcabu-
ceado obispo que aprieta un cáliz salvado de su catedral de paja, aferrado a las crines
de un burro por palacio episcopal, teniendo entonces Ponce de León que aceptar
por fuerza que no son cantos de victoria a la distancia los polifónicos alaridos de
casi veinte vecinos rehenes colgados de los dedos de los pies, para escarmiento de
sus desvelos, y que los miserables desnudos en cueros que a su espalda le claman
por Cristo transarse con los franceses no son indios de guayuco en la oscuridad,
sino vecinos españoles huidos y esquilmados —a resguardo en el espinar, de las
balas de los corsarios que han tomado por sorpresa Coro— es que accede a tratar
términos de mejor acuerdo con estos “caballeros” y al pago del rescate del pueblo
—la plata por la plaza—, rescate que reparte equitativamente entre los interesados
y afectados, logrando reunir 2.300 pesos que entregan con muchas venias los expo-
liados a monsieur l´Corsaire el 10 de septiembre de 1567.
Vid. F. A. Maldonado. Seis primeros obispos de la iglesia venezolana en la época hispá-
nica. 1532-1600. BANH-117, p. 200 ss.
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128 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. I.


Flechas que entre los tercos Caracas tenían la horrible virtud de estar tan conjuradas
de odio, o tan envenenadas de sapos y culebras, extractos de malas yerbas, insectos
ponzoñosos, sangre menstrual, heces humanas y carroña rechazada hasta por
zamuros, que eran usualmente llamadas “flechas de veinticuatro horas” porque el
que sin desearlo probara en cuerpo propio este eficaz plaguicida autóctono “moría
rabiando y sus carnes cayendo a pedazos”, sin ningún remedio, en más o menos ese
tiempo.
Algunos “afortunados” como el conquistador Diego de Paradas sobrevivían algo
más, en su caso seis días. De allí la misa preventiva. Vid. [156]. El temor a morir
de esta incómoda forma entre “indios herbolarios” cambió para muchos en
Venezuela la rígida coraza de metal del siglo XVI, el reluciente casco emplumado y
la pesada malla de acero por el modesto “escaupil”, un grosero cobertor de algodón
que era mejor escudo mientras más cubriera, cosido de retazos de dispares colores,
por la escasez de telas: “…unas caperuzas muy viejas y mugrientas, hechas de
pedazos de paños de colores, con dos o tres aforros de mantas de algodón con
hechura casi de sombreros: la copa de cuatro cuartos cada uno de su color, y la falda
que ceñía a la redonda, de otros cuatro colores, que verla era más materia de risa y
entretenimiento que de confianza para alguna defensa, y … la estimaban más que
gorras de terciopelo…”. P. Simón. Noticias Historiales BANH- 67, p. 457.
El bizarro aspecto de estos conquistadores y “soldados del rey” —que obligados por
el hostil medio nativo más parecían bufones arlequines estofados al sol tropical,
arropados hasta la cabeza— quedó registrado para la historia en el sardónico
comentario que de ellos hace un conquistador venido del Perú, Aguirre, no acos-
tumbrado a ver tal estampa: “…porque en las muestras que en la tierra hemos visto
nos han puesto alas y espuelas para no parar en ella, que por unas caperuzas y lanzas
que por huir unos soldados de Usted dejaron en el camino, hemos visto cuán
medrados están los demás…”. Oviedo: ob. cit., Lib. IV, cap. VIII.
No obstante, estos “sayos de armas” eran tan efectivos que a veces sus múltiples
colchas de algodón resistían las balas de entonces —como lo hicieron en esta opor-
tunidad irónicamente contra las de Aguirre en su derrota en Barquisimeto—, bajo
el mismo principio del chaleco multicapa antibalas moderno.

129 L. Britto García. Demonios del mar. Piratas y corsarios en Venezuela, 1528-1727.
Caracas, 1998, p. 217.

130 Ibíd., p. 219.

131 Así opina Britto. Britto: ob. cit., p. 219.


Castellanos al describir su actuación en Margarita no señala esa quema. Siendo reli-
gioso no hubiese —a nuestro juicio— dejado pasar el hecho, pues detalla lo demás.
J. de Castellanos. Elogio de las islas orientales. Caracas, 1972, p. 69-71, citado por
Britto.

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La Jornada de Caracas

Valier, francés, protestante hugonote y anticlerical, también destruye ese año con
igual saña la iglesia de Coro. Pudo ser Valier en vez de Sores el destructor de
Margarita.

132 Carta al rey de Ruiz Vallejo. Barquisimeto, 1568. AGI: ob. cit.
El contador está mencionando tan sólo el pago registrado en dinero. Sumado al
robo de bienes se estimó todo en 4.000 pesos, según testigos.

133 Este es el primer robo que sufre el obispo, el segundo será con Valier en Coro, unos
meses más tarde.

134 Obispo Agreda. Coro, 3 diciembre 1567. Maldonado: ob. cit., p. 206.

135 Hernando de las Viñas. Coro, 1572. AGN. Traslados, Colección Caracas, n. 535,
p. 110-111.
Britto afirma que la flota se componía de cinco naves a Indias pero que en una
tormenta pierde cuatro, “...y con la nave capitana y algunos pataches auxiliares cae
sobre Margarita…”. Britto: ob. cit., p. 218.
Testigos afirman que eran dos las naves corsarias: “...y estando en la ciudad de
Borburata confirmando [el obispo Agreda], llegaron dos navíos corsarios franceses
y robaron el pueblo y al dicho señor obispo…”. Juan de Villarroel. Coro, 3
diciembre 1567. Maldonado: ob. cit., p. 215.

136 Declaración del obispo Agreda. AANH. Traslados, vit. II Salón144, p. 18. Relación
de los robos de los corsarios y piratas desde 1559.

137 Según María T. Bermejo, Losada funde oro en Borburata el 7 de febrero. Quizás Sores
había partido ya. Bermejo: ob. cit., p.17.
Según testimonio de “Artigas” en Coro en 1572. Puede ser mala trascripción por
Martín de Arteaga, prominente vecino de Coro. Briceño: ob. cit., p. 614.
Este testigo declara además que acompañó a Losada en la Jornada y confirma de pasada
que la fundación de Santiago de León fue “en marzo” (la edición extractada de Briceño
lamentablemente no reproduce textualmente esta parte de su declaración. Se limita a
mencionarlo. Faltan en dicha obra las referencias específicas para su localización en
Traslados del AGN).
Curiosamente ni un Artigas ni un Martín de Arteaga se incluye en ninguna de las listas
de Oviedo o María de los que entraron con Losada, aunque evidentemente fue uno
de ellos.

138 La cuenta en la Relación de Pimentel y en otros testimonios y documentos es concor-


dante en este número.
Oviedo hace el número en 150 soldados: 20 de a caballo acaudillados por Francisco
Ponce, hijo del gobernador, 50 arcabuceros y 80 rodeleros mas 800 personas de
servicio, entre ellos indios ladinos y esclavos de ambos sexos, 200 bestias de carga, 4000
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JUAN GANTEAUME

carneros y muchos puercos. Catalina de la Cerda, madre de Cristóbal Cobo, Hernando


de la Cerda y Juan de Gámez, también entró al parecer, con sus hijos. Oviedo: ob. cit.,
lib. V. cap. I.

139 “...y considerando que el aguardar a Juan de Salas era malograr la oportunidad que le
ofrecía el tiempo favorable…”. Oviedo: Ibíd.

140 Alonso Ruiz Vallejo. AGN. Encomiendas, t. XLVI, f. 150 ss citado por Bermejo: ob.
cit., p. 59.

141 “Arriban el 17 de abril y entregan la rutinaria carta a las autoridades solicitándoles


licencia para comerciar…”. Britto: ob. cit., p. 225.

142 La de Barca es una de las cinco armadas que ese año visitan Borburata, según la infor-
mación de Vallejo: “…han venido cinco armadas al puerto de Borburata…”. Rumeu:
ob. cit., p. 425.

143 Carta al Rey de Ruiz Vallejo. Rumeu: Ibíd.

144 “...ha oído decir que el dicho Andrés de San Juan rescató dos negros o negras de un
corsario francés que se decía Pedro Barca, los cuáles dicen que llevó a Santo Domingo
a vender…”. Martín Sánchez. Coro, 1571. Residencia a Hernández de Chaves. AGN.
Traslados, 1391, t. III, f. 516.

145 Oviedo: ob. cit., loc. cit.

146 María: ob. cit., p. 280.

147 AGN. Encomiendas, t. XXXIX, f. 166.

148 Vid. [112].

149 Oviedo. Ibíd., cap. II.

150 Ibíd., cap. IV.

151 De la siguiente forma: Tres días de marcha hasta el Valle del Miedo —o de Cáncer—
según narra. Tres días de espera por la expedición de reconocimiento de Pedro García
Camacho. Un día de ascenso hasta las “sabanas altas” de la loma de Terepaima. Otro
hasta Las Lagunillas. Al día siguiente es la Batalla de San Pedro. Oviedo. Ibíd.,
cap. III.

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La Jornada de Caracas

152 Lázaro Vásquez había sido alcalde de El Collado con Fajardo y es uno de los que,
cuando esta se despuebla, pasa a Borburata. Andrés Machado “...era frecuentador
de jugadores e tahúres e que en el puerto de la Borburata tenía taberna pública…”.
Residencia a Hernández de Chaves. Barquisimeto, enero 1571. AGI. Justicia,
leg. 87 en: AANH. Traslados, t. 53 a 55. f. 427.

153 Bermejo: ob. cit., p. 43.


La referencia que da es: AGI, Caracas Dº 971. Servicios de Juan Fernández de León.

154 Ibíd., citando textualmente: “Carta de los Oidores al rey del 12 de mayo de 1567.
53-6-5, t. II f. 438 Arch. Indias”.
Britto reproduce parte de una carta que quizás es la misma: “...Agora tuvimos aviso
de la Margarita cómo después de haber llegado allí cinco navíos franceses, llegaron
allí doce navíos, los cuatro franceses y ocho yngleses, muy bien aderezados de armas
y artillería, y con rescates y negros…”. Britto: ob. cit., p. 169, citando a: Manuel
Pinto. Visión documental de Margarita y este a su vez: AGI. Santo Domingo, leg.
71 “A Su Majestad del Audiencia de Santo Domingo, XIIII de mayo de 1567”.

155 N. María registra varias declaraciones de testigos en que vieron a Lázaro Vásquez
embarcarse en Borburata en la expedición de Juan de Salas: “…y vio esta testigo
como el dicho Lázaro Vásquez salió por la mar en piraguas de hacia la Borburata,
el susodicho y otros soldados con armas y municiones, y se vino a encontrar con el
dicho capitán Diego de Losada y le dio la obediencia…”. Leonor de la Cueva.
María: ob. cit., p. 136 citando: Información de Fernando de Saavedra. AGI.
Escribanía de Cámara, leg. 678 B, pieza 14 fs. 200, 2003 ss.

156 La espera tuvo que ver quizás con el estado de Diego de Paradas, mal herido en el valle
de La Pascua. Es un hecho registrado del que se dispone de documentación: “...y
nombraron por capitán un indio que llamaron los españoles El Jirahara el cual vino
sobre los españoles en el valle que dicen de La Pascua e mató al capitán Diego de
Paradas…”. Residencia a Mazariegos. Caracas, 1576. AGN. Traslados: ob. cit., t. I,
p. 313.
El Jirahara, según Oviedo, era Guayauta. Es apresado y mantenido por Losada casi
un año, para liberarlo posteriormente, al creerlo ya amigo. Fue un error. Les hace una
guerra sin cuartel con muerte de dos españoles, una decena de indios ladinos y dieci-
siete caballos. Vid. Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. IV.

157 Lázaro Vásquez. Caracas, febrero de 1589. [45], citando AGN. Encomiendas, t. IV.

158 Diego Ruiz Vallejo. Barquisimeto, 18 de abril 1568. Rumeu: ob. cit., p. 425.

159 Ibíd.

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JUAN GANTEAUME

160 “…los que más padecieron fue un Ancona e un Santos de Vergara, el uno vecino del
dicho pueblo [Borburata] y el otro vecino del Nuevo Reino…”. Juan de Villarroel.
Coro. AANH. Traslados, vit. II 144, p. 61.
Agustín de Ancona pues, tampoco entró con Losada por la loma de Terepaima,
aunque así lo registren las listas de Oviedo y María: Vid.

161 No fue nada desventajosa la operación para estos mercaderes. Cada esclavo salió a
menos de cien pesos. Una ganga si se tiene en cuenta que su precio de venta normal
generalmente superaba los 200 pesos.

162 Britto: ob. cit., p. 226.

163 Ibíd.

164 Que como alcalde de Nueva Xerez de Nirgua acababa de hacer un enorme castigo
sobre los Jiraharas de esa zona por haber muerto unos soldados bisoños que vagaban
por esos lugares (de los huidos —como Garcí González— del insufrible carácter de
Pedro Maraver de Silva, que pasó por Valencia en su trágica expedición a El Dorado).
San Juan aprovechó la excusa para cautivar un grupo de 28 indios, entre jóvenes,
mujeres y niños que llevaba encadenados en colleras a vender ilegalmente a Coro. Por
este crimen fue posteriormente condenado ejemplarmente en juicio de residencia.

165 Alonso Gómez, 36 años. Barquisimeto, 1571. AANH. Traslados, Residencia a


Hernández de Chaves: ob. cit., t. II, p. 881.

166 Ibíd., p. 227.

167 “…e oyó así mismo decir por muy cierto que los mesmos habían quemado la villa
de Cumaná…”. Juan de Frías. Coro. AGN. Traslados, Colección Caracas, t. 535,
p. 104.
Juan de Frías fue al parecer alcalde de Coro junto con Bartolomé García en 1567,
según declaró Domingo Martín. Coro, 1571. AGN. Traslados, Residencia a
Hernández de Chaves: ob. cit., t. III, f. 493.

168 Diego Ruiz Vallejo: Coro, 1568. Rumeu: ob. cit., p. 426.

169 Hernando de las Viñas, 30 años. Coro 1572. AANH. Traslados, vit. II 144, p. 33.

170 Rumeu: Ibíd.

171 Oviedo: ob. cit., lib. III, cap. VI.


El año debe entenderse 1567, según el error de Oviedo mencionado.

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La Jornada de Caracas

172 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. X.

173 Vid. [44].

174 “...vio esta testigo cómo salió Lázaro Vásquez de la dicha Borburata por la mar en
piraguas con soldados a su costa, con armas y municiones y se vino a encontrar con
el dicho capitán Diego de Losada en Maiquetía...” Declaración de Juliana
Hernández. María: ob. cit., p. 282 (s/f )

175 Rumeu: ob. cit., p. 405 citando AGI. Justicia, leg. 93.
Cuando en 1569 llega la Real Cédula para investigar los robos que los piratas y
corsarios habían hecho en la provincia y castigar culpados cómplices como Pacheco,
este ya había huido.

176 Hernando de las Viñas: Ibíd.

177 Losada ya para entonces sabía que Borburata había sido quemada por Valier, según
la declaración de Viñas que estaba presente cuando estos llegan a Maiquetía: “…los
cuáles o parte dellos se decía por muy público habían robado cantidad de moneda
e hacienda en el puerto de Borburata y lo habían quemado del todo…”, Ibíd.

178 Real Cédula. Madrid, 3 febrero 1569. AGI. Santo Domingo, 899-H-2 citado por
María: ob. cit., p. 307.
La cédula habla de un hijo de Ponce de León. O se embarcaron los tres hijos con
Valier a Coro, o dos de ellos no participaron en la Jornada de Caracas, a pesar de
lo que registran las listas de Oviedo y María, pues cuando el enfurecido Valier ataca
finalmente Coro, el 8 de septiembre, consta que junto a Ponce de León se hallaban
todos sus hijos: “…el gobernador y sus hijos e hijas se escaparon con mucho
riesgo…”. Diego Ruiz Vallejo. Barquisimeto, 1568. Rumeu: ob. cit., p. 426.
Un testigo afirmaría luego: “…don Rodrigo Ponce de León se hallaba en Coro con
su padre cuando los corsarios atacaron…”. Juan Gil. Coro, 1572. AGN. Traslados,
Cartas de Gobernadores, t. 535, p. 123.

179 Rumeu: ob. cit., p. 426.

180 Ibíd.

181 Residencia a Hernández de Chaves, 1571. AGN. Traslados: ob. cit., t. III, p. 1148.

182 Real cédula de 1569. AGI. Santo Domingo, 899-H-2, citado por María: ob. cit.,
p. 308.

183 Pérez Vila: ob. cit., p. 259.

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JUAN GANTEAUME

184 Ponce de León. Carta al Rey, Coro, diciembre 1567. María: ob. cit.
“Poblazón”, aunque generalmente se transcriba como “población” tiene en este caso
quizás un sentido que tira más hacia “poblamiento” como proceso.
“Pláticos” se ha trascrito usualmente como “prácticos” en el sentido de experimen-
tados. Pero quizás deriva de “plática” o conversación, en el sentido de saber estos
indios de la costa cómo comunicarse con los corsarios desde tiempo atrás. A esto
nos referíamos en nota arriba cuando comentamos el paso de Hawkins por esta
costa y lo que le dijeron luego los vecinos de Borburata. Vid. [115].

185 Oviedo: ob. cit., Lib. V, Cap. IX.

186 Ibíd., Cap. III.

187 Vid el capítulo. 1567 y “El Factor Oviedo”, arriba.

188 Oviedo: ob. cit., lib V, cap. VI.

189 Vid [178].

190 Ibíd., cap. IX.

191 Para Oviedo, mantuano por matrimonio y educación, y empeñado como él mismo
confiesa en rescatar las gestas épicas de los fundadores de Santiago de León, la sola
sospecha (que quizás trasciende de los vagos documentos que está manejando) de
no ser ésta la ciudad primada de Losada (sino la olvidada Caraballeda), pareciera
haber hecho una desagradable mella a la gloria con que intenta enaltecer la pobla-
ción de su adoptada Caracas. A nuestro juicio ello quizás le lleva a variar su esquema
preformado de fundación y ubicar el famoso capítulo VII —que si se examina aten-
tamente se concluirá que puede insertarse casi en cualquier parte de su gesta—
significativamente antes de la Batalla de Maracapana.

192 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. IX.


De estos nombres de caciques de la costa —aparte de Macuto y Naiguatá—
creemos reconocer, con las precauciones del caso, caciques de sitios del litoral que
aún conservan topónimos indígenas como Uria (Uripata), Anare (Anarigua) y “La”
Guaira (corrupción de Araguaire).

193 Ibíd.
Baruta era de nación Teque, quizás hijo de Guaicaipuro, según algunos. No se
nombra, como se ve, a Carapaica, que era de nación Mariche, según declaró Garcí
González.

194 Ibíd.

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La Jornada de Caracas

195 Ibíd.

196 Título de encomienda a Jácome Fanton. Santiago de León, 1589. AGN.


Encomiendas, t. V, f. 139.
Hemos examinado el título original y es difícil distinguir —pues el débil registro
de la tinta no lo permite— si lo que dice el texto es “anmaracacurinare”, “eremara-
cacurinare” u otro prefijo en lengua aborigen, del cual además desconocemos su
primitivo significado. En todo caso es un topónimo muy sugestivo.
El sufijo “curina-re” es muy usado en el área de Caracas en este período para señalar
una quebrada. De hecho “curina re” está relacionado con “curiana” castellanización
de la región de la costa a partir del cabo Codera explorada por Alonso de Ojeda en
1599 y de cuyo nombre algunos autores clásicos y otros modernos afirman se genera
el de Coro, en una supuesta Curiana occidental. Curiana como topónimo de la
costa central existe aún, preservado en el nombre de una remota hacienda en la costa
entre Chichiriviche y Puerto Cruz, al oeste de La Guaira.
‘Maraca-pana’ puede concebirse como el asiento donde se situaba la quebrada
Maraca-curinare. El sitio como se observa era parte del área donde habitaba el gran
cacique Guaicamacuto, personaje histórico y uno de los primeros caciques en dar
la paz a Losada posteriormente, según Oviedo. La trascripción que hace María,
tiene leves diferencias con el original que reproducimos. Vid. María: ob. cit., p. 319.

197 Los españoles que registra Oviedo actuando en una u otra forma el día de la Batalla
de Maracapana son los siguientes:
Pedro Alonso Galeas, Gabriel de Ávila, Francisco Maldonado, Antonio Pérez, “El
Africano”, Sebastián Díaz de Alfaro, Alonso Andrea de Ledesma, Juan de Gámez,
Miguel de Santacruz, Juan Gallego, Juan de San Juan (el del pleito con Bontemps),
Alonso Ruiz Vallejo y Gaspar Pinto. Oviedo: Ibíd.

198 Real cédula de 1569. María: ob. cit., p. 308.

199 Ibíd., p. 116 y 119.

200 Oviedo: Ibíd.

201 Ibíd.

202 “Hay una ley crítica histórica que concede mayor fuerza probatoria al testimonio o
testimonios inmediatos al suceso que se investigue, si estos tienen autoridad y
garantía, sobre los testimonios más alejados del hecho…”. Ramos: ob. cit., p. 299.

203 Oviedo: Ibíd.

204 Ibíd.

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JUAN GANTEAUME

205 Oviedo: ob. cit., lib. V, cap. X.

206 J. de Carvajal. Jornadas náuticas..., ob. cit., 1648, Madrid, 1956, p. 72.

207 Según informa Ruiz Vallejo. Rumeu: ob. cit.,

208 Diego Ruiz Vallejo, 18 abril 1568. Rumeu: ob. cit., p. 426.
Los hijos e hijas documentados de Ponce de León que lo acompañaron en su viaje
a la gobernación de Venezuela en 1566, acabada de morir su madre horas antes de
iniciar su viaje, fueron: Francisco, María, Alonso, Rodrigo, Pedro, Juana y Eulalia.
Un octavo hijo, Juan Ponce de León logrará quizás llegar a la provincia posterior-
mente, a inicios de1569, poco antes de la muerte de su padre en mayo. José Eliseo
López. La Emigración desde la España Peninsular a Venezuela en los siglos XVI,
XVII, y XVIII, Caracas 1999, tomo I, p. 335, reproduciendo asientos de AGI.
Contratación, III-100.

209 Libros de la Real Hacienda en Nueva Segovia. 1568. E. Arcila Farías: Hacienda
Pública en Nueva Segovia 1551-1557 y Caracas 1581-1597, BCV, Caracas, p. 9.

210 El juicio valorativo sobre su gestión y persona lo hace el asaltado obispo Agreda, en
un curioso epitafio, pidiéndole al rey a Losada como gobernador: “No tengo por
ahora otra cosa que dar aviso a vuestra Majestad más de suplicar por gobernador
que convenga y tenga brío, del cual carecía el que murió…” AGI. Santo Domingo,
leg. 218, citado por Bermejo: ob. cit., p. 36.

211 Así al menos sostiene con convincente lógica, Dobrudca González, en trabajo
inédito.

212 Declaración de Juan de Angulo. N. María: Orígenes de Valencia. Madrid, 1970,


p. 137.

213 “…que el capitán Diego de Losada fue repartido (sic) los naturales que se saben que
había desde el dicho morro de Unare hasta el de Maracapana y los encomenderos
dellos algunos se han servido de sus encomiendas en esta provincia de Caracas, en
especial e particular de los indios de la provincia de Píritu y de los Querequerepes
y Caravana…”
Alonso Cobo, 30 años. 18 junio 1576. AANH. Traslados, Residencia a Mazariegos:
ob. cit., t. I, p.27.
Tal vez la fecha expuesta en la Encomienda de Caraballeda a Desque, 14 de febrero,
indique indirectamente la fecha —o un día muy cercano— de fundación de
Caraballeda. Teniendo quizás el escribano Ortiz todo listo esperando la firma —pues
tiempo de sobra tuvo para prepararlo— no hay causa para pensar que el trámite del
título en forma expedido a Justo Desque se hubiera hecho en día posterior o dife-
rente al de los autos de fundación.
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La Jornada de Caracas

214 Pensamos que el día que eligió, tuvo que ver adrede con el día de su partida desde
Valencia, inicio real de la Jornada desde que ya no había posibilidad de recoger más
expedicionarios y, en consecuencia, estaban todos los que iban a participar en ella.
En el santoral castellano el 1 de marzo es, significativamente, el día de San León
que para nosotros es indicio significativo de la fecha escogida para la fundación. Al
final de esta obra haremos un comentario sobre ello.

215 “…el árbol de justicia que está fecho de ladrillo en la plaza…”. Caracas, junio de
1575. Residencia a Mazariegos, AANH. Traslados: ob. cit., t. I, p. 50.

216 Contaba con facultad para ello, según las Instrucciones dadas a sus predecesores:
“…tomará repartimiento moderado en cada pueblo que poblare, como es
costumbre…”. María: ob. cit., p. 291.
La prueba de que así hizo nos la da el testimonio de Gaspar Tomás: “…y que por
muerte y fallecimiento del ilustre señor don Pedro Ponce de León, gobernador, vacó
un repartimiento de Diego de Losada y le encomendaron a este testigo parte dellos
y después Francisco de Chaves se los quitó…”. Caraballeda, 1571. AGN. Traslados,
Residencia a Chaves: ob. cit., p. 1502.
Lo que en realidad está afirmando Tomás es que con la muerte de Losada, hacia
septiembre u octubre de 1569, quedaron por alguna causa vacantes sus enco-
miendas en Caracas. Es al menos extraño que así haya sido. Pues Losada tuvo hijo
en quien heredar legalmente dichas encomiendas “en segunda vida”, como dispo-
nían las leyes de Indias.
Losada para la fecha también disfrutaba de encomiendas estables, maduras y
productivas en El Tocuyo. Quizás estas de Caracas vacaron desde que su heredero
prefirió las de El Tocuyo.
Es posible que por alguna causa estas encomiendas de Caracas al momento de la
muerte de Ponce de León estuvieran en litigio o proceso de anulación por parte de
este gobernador contra Losada por alguna causa. Al morir Ponce, y casi de inme-
diato Losada, cobra sentido la declaración de Tomás.

217 Aunque poco se sabe de la actuación legal de Losada en apego al cumplimiento de


las Leyes de Indias a favor de los naturales —si no es en su demérito como compa-
ñero de Villegas en 1543 en su expedición esclavista a la Maracapana de oriente—
consta en la siguiente declaración que Losada les reservó desde el comienzo de la
fundación tierras de resguardo a los indios aledaños que quisieran acercarse al
poblado español:
“...que habiendo el capitán Diego de Losada señalado desde el empalado para arriba
por tierras para los naturales de este valle, siendo regidor Domingo Giral prove-
yeron (al) dicho Domingo Giral cierta cantidad de tierra en las tierras que se dejaron
a los naturales lo cual fue [hecho por] Diego de Henares e Sancho del Villar, e
Francisco Infante e Francisco Riberos, siendo alcaldes...” AGN. Traslados,
Residencia a Mazariegos: ob. cit., t. I.

127
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JUAN GANTEAUME

Algo ominoso el nombre de ‘El Empalado’. Pudo ser un vallado defensivo, aunque
más bien pudiera probar ser el sitio donde se ejecutaron por empalamiento veinti-
tres indios espías, que en detalle narra Oviedo y Baños, aunque yerra en año y
autores del ajusticiamiento. Ver Oviedo: ob. cit., cap. XIII.
Diego de Henares y Sancho del Villar fueron alcaldes en 1569. Francisco Infante
lo fue en 1568 y 1572 al menos y quizás en 1568 también lo fuera Francisco
Riberos, al abandonar el alcalde Gonzalo de Osorio Santiago de León ese año, en
solidaridad contra la salida por deposición de su tenientazgo, también documen-
tada, de Losada hacia julio o agosto, que genera una crisis de despoblación inmi-
nente hasta que el año siguiente de 1569 se trae la tropa “de socorro” de Garcí
González, desde Valencia.

218 “…que proveían y proveyeron las tierras que están en este río que pasa por bajo de
esta dicha ciudad, a los vecinos que son de ella, conforme a esta memoria en este
libro contenida, todas las cuales dichas tierras dijeron que repartían y tomaban
desde la punta del cerro gordo que entra más adentro hasta el río abajo, de sierra a
sierra, … se entiende que se han de medir dende la data del señor general para arriba,
sucesivas, según y como van en la dicha memoria y a las personas en ella contenidas,
todas las cuáles dichas tierras toman para la servidumbre de esta ciudad, por cuanto
están despobladas y no se labran de naturales…”. AGN. Encomiendas, t. XXXIX,
f. 166, reproducido por María: ob. cit., p. 316.

219 Nos atrae la romántica idea que Diego de Losada no muere en Borburata o El
Tocuyo como se ha especulado, sino en Nuestra Señora de Caraballeda, la ciudad
que él fundó en la costa de Caracas en 1568.
Si aceptamos que venía al parecer ya enfermo de Santo Domingo, de regreso en
septiembre de 1569 de su frustrada petición de la gobernación de Venezuela ante
la Real Audiencia de Santo Domingo, es de imaginar que al llegar al puerto de
Borburata, que ya no estaba habitado por haber sido quemada su ciudad en 1567
por el corsario Valier y despoblada, y ante la disyuntiva de tener que tramontar
a pie o caballo tan amplia y alta serranía que es la que separa a Borburata del
interior donde se ubicaba El Tocuyo, teniendo además que seguir un largo trecho
de más de doscientos cincuenta kms adicionales hasta esa ciudad para reunirse
con su mujer e hijos, enfermo como se dice estaba, quizás se lo pensó mejor y
tal vez decidió seguir por mar a Caraballeda, a menor distancia, costera, poblada
y atractivamente accesible, para reunirse como capitán fundador que había sido
hasta el año anterior con sus compañeros vecinos que le darían solícito cuidado
mientras se recuperaba, puesto que como a un padre le tendrían, además de
obtener de este modo noticia cierta del estado de los indios frente a los nuevos
colonos.
Losada, al llegar a Caraballeda o poco después, moriría y quizás esté por esta
causa enterrado en la hasta ahora desconocida ubicación de este efímero poblado
original, que recuerda su patria chica en Venezuela.
Consta que los vecinos de Caraballeda fueron fieles a su capitán por encima de
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La Jornada de Caracas

las intrigas de su rival tramontana, Santiago de León, que condujeron a su depo-


sición.
Caraballeda se despuebla a su vez como ciudad dos décadas después, en 1586.

220 Pedro Pablo Barnola. ¿Por qué Caracas se llama Santiago de León de Caracas?,
Caracas, noviembre, 1958.

221 Santiago proviene del bajo latín Sanct Iagus, que es el Sant Jaume provenzal o Saint
James británico. Iagus o Iago es Yago o Yego. Diego, en fin.

222 Caraballeda evidentemente es una corrupción popular local del original


“Carballeda”, nombre de la virgen de Ríonegro en Zamora, España. Mas este
cambio de nombre sería de lo más temprano, pues en el original manuscrito de la
Relación de Pimentel de 1578 ya se habla de “Caraballeda”. Vid.

223 Así lo hizo por ejemplo, Juan de Villegas con su Nueva Segovia de Barquisimeto y
Cristóbal Cobo con San Cristóbal de la Nueva Ecija de Cumanagotos; la primera
honra la provincia natal de Villegas y la segunda el nombre de Cobos y su lugar de
nacimiento.

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Siglas

AAC Archivo Arzobispal de Caracas.


AANH Archivo de la Academia Nacional de la Historia, Caracas.
AGI Archivo General de Indias, Sevilla.
AGN Archivo General de la Nación, Caracas.
BANH Colección “Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia” Serie
Fuentes para la historia colonial de Venezuela, Caracas.
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Índice

NOTA INTRODUCTORIA 9

En el valle de Cáncer (preludio a la Jornada) 11

PRIMERA PARTE: EL AÑO DE LA FUNDACIÓN 13

El problema concreto de la fecha de la fundación. Estado incierto


de la cuestión 15
Prueba A: Capitularidad pro tempore 24
Prueba B: Quo vadis 30
Prueba C: Ponce dixit 32
El huevo o la gallina... 35
Prueba D: Declaraciones de testigos. Data de la fundación 37
Caraballeda, la primogénita 42
Indicios adicionales 43
Guaicaipuro manso 48

SEGUNDA PARTE: EL AÑO DE 1567 51

1567 y el “Factor Oviedo” 55


Las fuentes 62
El plan de la conquista 62
Indios, corsarios y conquistadores, todos en pos de la costa 67
Bontemps & Lovell, Ltd 73
Valier quema Borburata 75
Valier pretende derechos de conquista 78
La batalla de Maracapana 82
Finalmente, San Francisco 89
En Caracas, Santiago no es santo de devoción 94

NOTAS 99

SIGLAS 130

BIBLIOGRAFÍA 131
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Impreso en septiembre de 2006


en los talleres de Switt Print, Caracas, Venezuela.
La edición consta de 2.000 ejemplares
impresos en papel Ensocreamy 55 grs.
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