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Muchas veces en nuestra vida diaria nos creemos autosuficientes. Nos da un ataque
de “ego” y pensamos que todo lo podemos hacer solos y que no necesitamos la mano
del que tenemos a nuestro lado.
Sin embargo, esos momentos no suelen ser muy largos. Pronto caemos en cuenta,
de que necesitamos a nuestra gente. Echas de menos esa mano amiga, ese apoyo y
confianza y ese cariño auténtico, que sólo llega de las personas que te quieren de
verdad.
Sería bueno recordarnos de vez en cuando, que vivimos en comunidad, que todos
somos una familia, y que es viviendo juntos, por los demás, como podremos vivir de
verdad el Evangelio que Jesús nos enseñó.
“Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos” Jn 15, 13
La iglesia de Jesús y las primeras comunidades
cristianas.
El movimiento socio-religioso iniciado por Jesús de Nazareth alrededor del año 30 d.C.
en Galilea y en Judea, cuyos elementos básicos se plasman en los evangelios y en el
libro de los Hechos, constituye una de las expresiones básicas del movimiento popular
que convulsionó la región de Palestina durante la ocupación romana.
La nueva teología de Jesús y los aspectos religiosos que le son inherentes no se
reducen al campo propiamente espiritual, sino tuvieron un profundo trasfondo
político. El principio del Reino de Dios respondía a la necesidad de una nueva y más
perfecta sociedad, libre de la dominación de los religiosos judíos (los maestros
fariseos) que ejercían el control social a partir del templo y de sus prácticas como
instrumentos de opresión del pueblo; su teología-ideología pretendía deslegitimar el
dominio que a través de la Ley se ejercía mediante los deberes religiosos, los que
Jesús cuestionó planteando la buena práctica de vida como un designio de Dios; y
contrario a una organización vertical y rígida, Jesús plantea el poder desde la propia
base promoviendo la creación de una comunidad organizada en función de relaciones
de hermandad y solidaridad, lo cual supone el rompimiento con la sociedad y el orden
vigente, e incluso la entrega de las riquezas y el abandono de la familia.
Las primeras comunidades cristianas.
Desde hace siglos, profetas y los primeros cristianos (hombres y mujeres), demostraron la
realidad de una vida inspirada por el amor y arraigada en la fe.
Nosotros confesamos a Cristo, el Jesús de la historia, y con él todo su evangelio, tal como fue
proclamado por sus apóstoles y practicado por sus discípulos. Por ende, somos hermanos y
hermanas de todos aquellos que a través del largo curso de la historia se juntaron para vivir en
comunidad.
Cuando el Espíritu del Padre, que rescata a Jesús de la muerte, llenándole de la vida divina, es el
que, derramado sobre la comunidad, la origina como comunidad de salvación.
Así descubrimos que la comunidad, fundamentada en la persona de Jesucristo y animada por el Espíritu
Santo, pasa a constituir la nueva comunidad de Salvación, y el origen de la Iglesia.
Cada comunidad cristiana ha de configurarse como comunidad de fe, de culto y oración, de relaciones
fraternales y de testimonio de amor, pues “En eso conocerán que sois mis discípulos: si os amáis los
unos a los otros” (Jn 13,35)
La futura unidad de la humanidad, cuando reinará Dios solo, está asegurada ya por el
Espíritu Santo, porque él es el futuro líder y Señor mismo; es lo único a lo cual podemos
aferrarnos en esta vida, lo único que podemos percibir de ese glorioso porvenir de amor y
de unidad. La fe en el Espíritu es la fe en la Iglesia y la fe en el Reino.
Celebrar la acción
Iluminar la vida con de Dios en la Vida
la Palabra de Dios La liturgia
La profecía