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Israel García Plata

israelgarciaplata@gmail.com

La representación y la conexión necesaria:

El problema de la representación de la realidad objetiva

El problema de la representación es un viejo –pero no por eso anacrónico-


problema en la historia de la filosofía. Fundamentalmente, se plantea con ello un
problema epistemológico que parece estar vigente en la discusión filosófica y que
parece ocupar un lugar distintivo por las implicaciones conceptuales que de este
problema se derivan. En el presente ensayo pretendemos, sobre todo, abordar la
pregunta por el cómo se producen esas representaciones a partir de las aportaciones de
dos filósofos, Charles Peirce y Hilary Putnam. En ambas propuestas -antagónicas en
algunas de sus premisas-, subyacen una serie de razonamientos acerca de la naturaleza
de los acontecimientos mentales y de las conexiones con aquello que las suscitan.
Partimos en este ensayo de la premisa principal de que esta discusión acerca del
problema de la representación y su conexión necesaria con los objetos a los que refiere,
parece apuntar hacia la aprehensión de un conocimiento tal que pueda dar cuenta de la
realidad objetiva, lo cual supone una serie de problema s de difícil o tal vez inasequible
solución, y que por tanto, supone de inicio un escepticismo distintivo.

Putnam, por ejemplo, al reflexionar sobre si una hormiga que al andar sobre la
arena forma líneas que se asemejan a Winston Churchill, se pregunta: “[h]ow can
thought reach out and 'grasp' what is external?” (Cfr. BV2iiiv); la cuestión está entonces
orientada hacia el vínculo que hace posible aprehender lo externo, es decir, la realidad
objetiva. El pensamiento busca comprender y aprehender lo que está fuera. Por ello,
debemos partir de la reflexión sobre la estructura de nuestra mente y cómo opera al
experimentar los objetos por medio de las sensaciones. Sin embargo, esta pretensión del
autor por consolidar una epistemología que se acerque a lo externo, parece plantear en
primera instancia, un escepticismo insuperable.

Para Putnam, el fenómeno de la representación o la referencia, de ser posible, no


puede acontecer desde la simple similitud de la imagen mental que nos produce un
objeto: “similarity is not necessary or sufficient to make something represent something
else” (Cfr. BV2io). Es el caso por ejemplo de la onomatopeya, es decir, de la imitación
de sonidos para transmitirnos una idea. Hacer el sonido “tic tac”, nos conduce a la idea
–al menos a la mayoría de las personas- de un reloj. Sin embargo, para Putnam, la
imitación de sonidos, o como él lo señala, la similitud, no es suficiente para que algo
represente otra cosa. Los contraejemplos a los que recurre Putnam para refutar la
representación por simple similitud suelen ser lógicamente posibles; en respuesta a esta
onomatopeya, Putnam diría por ejemplo que, este mismo sonido que tiene sentido para
nosotros, no lo tendría para una persona que haya vivido antes de la invención del
objeto-reloj, por lo que sostiene además, “[n]o physical object can, in itself, refer to one
thing rather than to another” (Cfr. BV2ivm). No sólo la similitud es suficiente para
hacernos de una representación sino que tampoco es posible que el objeto físico pueda
referirnos por sí solo a otra cosa. Escuchar “tic tac” no refiere a nada para algunas
personas –que hayan vivido en otro tiempo, o que simplemente estén sordas-, y no así
por que no se cumpla la condición de similitud sino porque el objeto físico mismo (sea
el sonido o el reloj) no tiene una conexión implícita necesaria co n otra cosa. En sí
mismos los objetos naturales no refieren a nada, no representan nada. Pero la pregunta
realmente importante en estas reflexiones, a nuestro entender está dirigida hacia el “en
sí mismo”, pues parece tratarse de una instancia a la que nuestra mente o nuestra
posibilidad de pensamiento no puede acceder, lo que nos conduciría al escepticismo
epistemológico antes mencionado.

“What is important to realize is that what goes for p hysical [objects] also goes
for mental images, and for mental representations in general; mental representations no
more have a necessary connection with what they represent than physical
representations do.” (Cfr. BV3iio). Así pues, ni los objetos físicos y ni las imágenes
mentales en sí mismas pueden decirnos algo sobre otra cosa, no cabe en ellas una
representación inmanente. Sin embargo, dice Putnam, la representación de ser posible,
tendría que pasar por una cierta intencionalidad: “[s]o it may seem that what is
necessary for representation, or what is mainly necessary for representation, is
intention.” (Cfr. BV2iiio). Y además, esta intencionalidad parece ser una atribución o
una dotación de la mente al objeto: “[t]houghts have the characteristic of intentionality -
they can refer to something else; nothing physical has 'intentionality', save as that
intentionality is derivative from some employment of that physical thing by a mind.”
(Cfr. BV2ivv). La mente “da uso”, “emplea” de manera determinada y persiguiendo
determinado fines el objeto, ahí pues radica su intencionalidad, y en razón de ello es
posible hablar de un fenómeno de representación o referencia. La hormiga que camina
sobre la arena y que dibuja por puro azar, de manera involuntaria y sin intención de por
medio la cara de lo Winston Churchill, no puede entonces ser una representación o
referencia de Winston Churchill en sentido estricto, pues la hormiga no persigue
intención alguna, se trata sencillamente de una casualidad. Ahora, que podamos afirmar
que lo que la hormiga ha dibujado por mero accidente se trate de la cara de Winston
Churchill, es prueba de la intencionalidad, del uso y empleo de una mente que encuentra
semejanza en el dibujo –que de hecho son las huellas del paso de la hormiga- con la
cara de un hombre. Ahora, que hayamos dicho “un hombre”, que sepamos a que hombre
se parece ese azaroso dibujo, es prueba ahora de que tenemos conocimiento de alguien
quien le es parecido el dibujo, ese acto es propia de una mente que asocia imágenes
mentales y diversos datos que le permiten encontrar relaciones y, en este caso, parecidos
físicos. Esta intencionalidad, asociación y causalidad de la mente refieren a atributos
facultativos de la estructura de nuestro pensamiento, que son independientes al mundo
externo y que por lo tanto, hace suponer a Putnam que la mente y los objetos físicos,
están constituidos por una naturaleza distinta: “[s]o thoughts (and hence the mind) are
of an essentially different nature than physical objects.” (Cfr. BV2ivm). Por una parte,
en los objetos físicos y en las imágenes mentales no hay intrínseca un intencionalidad,
causalidad ni referencia a cosa alguna; por otro lado, la mente parece asociar y ordenar,
encontrando relaciones y semejanzas en lo que hay en ella de forma causal e
intencionada. Esta es pues una característica esencial de la estructura de nuestra mente.

Para Putnam sin embargo, al afirmar que no hay conexiones intrínsecas en los
objetos físicos que remitan a una idea o a otra cosa, y tampoco en las imágenes
mentales, sobreviene al mismo tiempo una imposibilidad – igualmente insuperable
como su ejemplo sobre los cerebros en una tina-, de fundamentar la representación en
una realidad objetiva, independiente de nuestra mente. Las representaciones, según el
modelo de Putnam y strictu sensu, son lógicamente imposibles pues en ellas no hay
conexión alguna con el objeto al que refieren. No es posible erigir entonces una
comprobación de que efectivamente tengamos representaciones objetivas del mundo o
no –otra vez, como en el caso de los cerebros en una tina en donde dada la complejidad
de la alucinación colectiva, nos es imposible afirmar que “realmente” nos encontramos
en esa situación, como él mismo lo señala en el texto- puesto que nuestra posibilidad de
comprender tan complejo fenómeno (el en sí mismo), es precisamente la de valernos de
la información, las relaciones causales o asociaciones y la intencionalidad de nuestra
mente para comprender un fenómeno que al parecer, no puede, por imposibilidad
lógica, transcender el plano eidético.

Por su parte, para Peirce, “todo razonamiento es interpretación de signos de


algún tipo” (Cfr. QS1io). Por lo que parece haber cierta concordancia con lo expresado
por Putnam en el sentido de que nuestra mente o nuestro cerebro opera asociando u
organizando –interpretando, dice Peirce- imágenes mentales, a las cuales llama
“signos”. Sin embargo, la distinción fundamental que encontramos en este segundo
autor, es que postula un modelo mayormente asequible al tratar el problema de la
epistemología cognitiva pues su tratamiento de la representación y los vínculos que de
ella se derivan, encuentran su estructura y significación en el plano de las ideas, por lo
que a diferencia de Putnam, no busca transcender en sus investigaciones hacia un
conocimiento o aprehensión de la realidad objetiva, pues por el contrario, afirma que
existe, en primera instancia, una conexión necesaria entre los objetos físicos y los
signos, una relación inmanente entre las ideas y las cosas.

Para Peirce, “[o]ur ideas have also a causal connection with the things that they
represent without which there would be no real knowledge.” (Cfr. ONS143o). Es decir,
debemos dar por sentado, en primer lugar, que la conexión entre la idea y la cosa a la
que refiere debe ser una conexión necesaria y además causal, pues de lo contrario,
caeríamos en la duda escéptica que plantea Putnam, a partir de la cual, tendríamos que
dudar si nuestras representaciones refieren a la esfera de lo real u objetivo o no, si se
trata de un conocimiento real del mundo o no. Por el contrario, decíamos que para
Peirce, esa conexión es intrínseca y además, necesaria. “There is to be such a physical
connection between every sign and its object. Take a painted portrait. It is the sign of
the person for whom it is intended.” (Cfr. ONS141ivv). Un fotografía pues, es ejemplo
de un signo que nos refiere una idea, o bien, la idea que nos produce alguna fotografía
es el signo de su objeto. Este hecho se prueba, según Peirce, por “aplicación
demostrativa” esto es, “[a sign] produces a certain idea in the mind which is the idea
that it is a sign of the thing it signifies and an idea is itself a sign, for an idea is an object
and it represents an object. The idea itself has its material quality which is the feeling
which there is in thinking.” (Cfr. ONS142im). Lo que parece probar que, los objetos, al
generar ideas en nuestra mente por medio de nuestras sensaciones, llevan implícito un
vínculo o una conexión que las liga a nuestro entendimiento de forma necesaria y
causal.

Ahora, no todos los signos producen en nuestra mente el mismo acontecimiento.


Según Peirce, hay tres clases de signos o representaciones –para el autor son lo mismo- :
“[e]n primer lugar, hay semejanzas o iconos; que sirven para transmitir ideas de las
cosas que representan simplemente imitándolas. En segundo lugar, hay indicaciones o
índices; que muestran algo sobre las cosas por estar físicamente conectados con ellas.
[…] En tercer lugar, hay símbolos, o signos generales, que han sido asociados con su
significado por el uso.” (Cfr. QS2ivo). Para el caso de los primero tipos de signos, las
semejanzas o iconos, podemos aducir como ejemplo a una pintura renacentista. Dicha
obra de arte, es una representación por semejanza –dando por hecho una pintura
realista- y por tanto, funciona como signo o icono de aquello que representa, se cumple
pues en este ejemplo una función imitativa del signo. Sin embargo, “los dibujos solos
[como una pintura renacentista] -semejanzas puras-, nunca pueden transmitir la más
mínima información.” (Cfr. QS3iiio). Al igual que Putnam, Peirce sostiene que en sí
mismos, los dibujos solos –como puede ser el de la hormiga en la arena o la pintura-, y
además, “[n]inguna combinación de palabras (excluyendo los nombres propios, y en
ausencia de gestos u otras concomitancias indicativas del habla) puede transmitir la más
mínima información.” (Cfr. QS3iv). Para los dos pensadores, las imágenes mentales,
como los objetos físicos no pueden transmitir información alguna por sí mismos, pues
es necesario el papel del “interpretante” de este tipo de signos. Así también sostiene
Putnam: “[t]hought words and mental pictures do not intrinsically represent what they
are about.” (Cfr. BV5iiv). A pesar de ello, para Peirce, quedan excluidos los nombres
propios, los gestos y acciones indicativas del habla, pues considera que éstos, siempre
refieren a algo en particular, llevan implícito el objeto del que son signo. Tal afirmación
resulta para Putnam equivocada, pues es posible que el nombre propio “Juan” no refiera
a una persona en concreto debido a que muchas personas portan ese nombre, o bien, que
guiñar un ojo pueda significar un acto de coquetería o simplemente que ese ojo guiñe
por razón de un tic nervioso. Para Putnam, esta polisemia en la interpretación de los
signos es prueba de la ausencia de conexiones intrínsecas y causales de los signos o
representaciones con las cosas; mientras que para Peirce, debido a que ciertas palabras o
gesticulaciones determinadas siempre son signo de algo, no importando la polisemia de
su interpretación, se cumple la función originaria que estos tienen, que es la transmitir
una idea a la mente.

Para la segunda clase de signos, los indicadores o índices, podemos recurrir a la


onomatopeya anteriormente utilizada. Peirce afirma que los signos de esta clase, nos
remiten ideas sobre otra cosa por conexión física, el “tic tac” de un reloj, es decir, el
objeto físico (sonido) tiene una conexión con aquello que refiere pues evoca en nuestras
mentes la idea del reloj. Pero, ¿qué sucedería si ese sonido es interpretado por un
hombre del siglo V como la caída y el rebote de una piedra sobre el suelo?, ¿tendría
sentido afirmar entonces que “tic tac” refiere únicamente a un signo o representación de
un reloj? Evidentemente la respuesta sería no, pero finalmente se cumpliría, siguiendo a
Peirce, la función como signo imitativo de un objeto físico, el mismo que a su vez nos
genera en nuestra mente la idea del reloj, o bien de la caída de una piedra sobre el suelo;
de cualquier modo se trata de mera aplicación demostrativa, en donde la similitud es
criterio para hablar de representaciones. Se me ocurre ejemplificar, además, esta
segunda clase de signos con la siguiente situación: un chimpancé – al cual le podemos
confiar cierta capacidad desarrollada de su cerebro- se acerca a beber agua de un
estanque y éste al inclinarse lo suficiente se mira reflejado en el agua (está comprobado
que los chimpancés reconocen su reflejo). Las consecuencias por aplicación
demostrativa de este evento nos conducen a afirmar, siguiendo a Peirce, que el reflejo,
aún cuando no parece haber mente (facultad exclusivamente humana) interpretante que
“relaciona” o “asocia” el reflejo del agua como imagen del chimpancé que se inclina, es
finalmente un signo o representación de algo, en este caso el reflejo es representación de
un chimpancé –independientemente de que éste se reconozca o no en el agua-. No
habiendo incluso intencionalidad del chimpancé por querer reflejarse en el agua.

Ahora, en función del ejemplo sobre el chimpancé, ¿será posible llevar más lejos
esta reflexión, y sostener que existe incluso representación o signo en la realidad
objetiva, independientemente de una mente (humana al menos) que pueda interpretar
esos signos? ¿Es posible hablar de signos y representaciones fuera de la mente (humana
al menos) a la que éstas refieren? ¿De ser posible que un chimpancé reconozca su
reflejo en el agua podría afirmarse que el animal interpreta signos y se representa el
mundo, por consiguiente que está pensando y tal vez muestre rasgos de conciencia?
Estas suposiciones no parecen ser del todo absurdas, pues las investigaciones biológicas
parecen probar que, independientemente de la mente humana, algunas especies se
representan el mundo, interpretan signos (graznidos, cantos, danzas, etc.), lo cual
contribuye a sustentar la idea de que los signos y las cosas que representan, tienen una
conexión intrínseca necesaria y causal, la cual hace participar a la mente humana o
animal, si se permite la expresión, del mundo de las representaciones y las referencias.

Llegados a este punto, una vez abordados los dos primeros tipos de signos a los
que Peirce refiere, es necesario tratar el tercero que pertenece a una clase muy particular
y con la que encontramos cercanía con la teoría de Putnam. Tal es el signo general o el
símbolo, y que como hemos mencionado se relaciona con una noción importante en
Putnam como lo es el concepto. Es justo en este aspecto de ambas teorías en donde
encontramos la posible solución al problema de la epistemología cognitiva que busca
aprehender la realidad objetiva y que pretende, además un conocimiento real.

Un símbolo para Peirce, es “un signo convencional, o el de uno que depende de


un hábito (adquirido o innato), sea tanto un nuevo significado como un regreso al
significado original.” (Cfr. QS4iiiv-5io). Como ejemplo de símbolos dice Peirce, “son la
mayor parte de las palabras, y las frases, y el discurso, y los libros, y las bibliotecas.”
(Cfr. QS2ivv). Se trata entonces de signos de uso común, convencionales, que se
generan por el uso y el empleo de la mente que interpreta el signo y que acaban por
codificar una interpretación del mismo más o menos de la misma manera. Dice Peirce:
“[e]n Grecia, un reloj de fuego es un "símbolo", esto es, una señal acordada; un
estandarte o una bandera es un "símbolo", una contraseña es un "símbolo", una insignia
es un "símbolo"; el credo de una iglesia se llama símbolo, porque sirve como insignia o
lema; una entrada de teatro se llama "símbolo"; todo ticket o cheque que le da a uno
derecho a recibir algo es un "símbolo". (Cfr. QS5im). Se trata pues, como vemos en los
ejemplos citados, de una serie de “acuerdos”, “convencionalismos”, “signos generales”
que parecen conectar con su objeto de manera más directa. Para Putnam, respecto de la
noción de concepto que señala, “[c]oncepts are signs used in a certain way” (Cfr.
BV18iv), puede postularse una superación del problema que el mismo ha planteado en
la epistemología cognitiva y que parece ser salvable desde lo sostenido en la cuestión
del símbolo por Peirce, y lo señalado por Putnam sobre el concepto: “[i]f there are
mental representations that necessarily refer (to external things) they must be of the
nature of concepts and not of the nature of images.” (Cfr. BV17iim). Se señala en
principio una dualidad en la naturaleza del concepto como de la imagen. Podemos
afirmar entonces que puesto que la imagen depende de un interpretante que la acoja en
su mente, no así con el concepto, que más bien parece depender de una instancia que
trasciende la esfera de la mente individual, pues “the determination of reference is social
and not individual.” (Cfr. BV18iim). Los símbolos y los conceptos, parecen entonces
apuntar hacia el mismo problema, que es posible la objetivación de las representaciones
o la objetivación del signo, que en función de la dialéctica entre símbolos y conceptos,
el pensamiento que los genera puede alcanzar la realidad objetiva. Dice Peirce, “[l]os
símbolos crecen. Llegan a existir mediante el desarrollo de otros signos, particularmente
de las semejanzas o a partir de signos mixtos que tienen algo de la naturaleza de las
semejanzas y de los símbolos. Pensamos sólo con signos. Estos signos mentales son de
naturaleza mixta; las partes simbólicas de ellos se llaman conceptos. Si un hombre hace
un nuevo símbolo, es mediante pensamientos que implican conceptos.” (Cfr. QS5viv-
6io). Por su parte, como hemos citado ya, Putnam señala que es precisamente a partir
del concepto que es posible referir al mundo exterior. Los conceptos manifiestan una
forma particular de ser que se aparta de las meras imágenes mentales: “concept is not a
matter of possessing images (say, of trees -or even images, 'visual' or 'acoustic', of
sentences, or whole discourses, for that matter) since one could possess any system of
images you please and not possess the ability to use the sentences in situation ally
appropriate ways (considering both linguistic factors -what has been said before -and
non- linguistic factors as determining 'situational appropriateness').” (Cfr. BV19io). La
preocupación de Putnam está orientada a hacer ver que las imágenes mentales, como ha
supuesto buena parte de la historia de las ideas al respecto de este problema, no refieren
al mundo exterior. Sin embargo, como hemos tratado de probar tanto con Charles Peirce
como con Hilary Putnam, el pensamiento parece alcanzar la esfera de la objetividad en
función de una dialéctica de símbolos y conceptos, en donde al mismo tiempo, se hace
confiable y más aun asequible el conocimiento de lo real, echando por tierra las
argumentaciones escepticistas que plantean la imposibilidad fáctica y conceptual de tal
fenómeno.

Bibliografía

“On the Nature of Signs in Peirce” in Signs: Writings on Semiotic. Contributors:


James Hoopes - editor, Charles Sanders Peirce - author. Publisher: University of
North Carolina Press. Place of Publication: Chapel Hill, NC. Publication Year:
1991.
Brains in a vat, PUTNAM, H.
¿Qué es un signo? PEIRCE, Ch. 1894. Traducción de Uxía Rivas 1999.

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