You are on page 1of 3

De Francisco de Quevedo

Halla en la causa de su amor todos los bienes

Después que te conocí,


Todas las cosas me sobran:
El Sol para tener día,
Abril para tener rosas.

Por mi bien pueden tomar


Otro oficio las Auroras,
Que yo conozco una luz
Que sabe amanecer sombras.

Bien puede buscar la noche


Quien sus Estrellas conozca,
Que para mi Astrología
Ya son oscuras y pocas.

Gaste el Oriente sus minas


Con quien avaro las rompa,
Que yo enriquezco la vista
Con más oro a menos costa.

Bien puede la Margarita


Guardar sus perlas en conchas,
Que Búzano de una Risa
Las pesco yo en una boca.

Contra el Tiempo y la Fortuna


Ya tengo una inhibitoria:
Ni ella me puede hacer triste,
Ni él puede mudarme una hora.

El oficio le ha vacado
A la Muerte tu persona:
A sí misma se padece,
Sola en ti viven sus obras.

Ya no importunan mis ruegos


A los cielos por la gloria,
Que mi bienaventuranza
Tiene jornada más corta.

La sacrosanta Mentira
Que tantas Almas adoran,
Busque en Portugal vasallos,
En Chipre busque Coronas.

Predicaré de manera
Tu belleza por Europa,
Que no haya Herejes de Gracias,
Y que adoren en ti sola.
Solea del amor indiferente
Ni rencores ni perdón.
¡No me grites. No me llores!
¡lo nuestro ya se acabó!.

¿Rencores? ¿Por qué rencores?


¡No le da a mi señorío
guardarle rencor a un río
que fue regando mis flores!
Tú me diste los mejores
cristales de tu corriente,
y no sería decente
maldecirte por despecho
si sé que tienes derecho
a dar o a negar la fuente.

¡Debo estarte agradecido


por tu generosidad!
Tú me diste por bondad
lo que yo hice por cumplido:
Me brindaste tu latido,
tu boca nunca besada,
tu carne nunca estrenada,
tus ojos siempre esperando
con dos ojeras temblando
debajo de la mirada;
me diste el primer te quiero,
que es el que más atosiga,
y llenita de fatiga
me diste el beso primero.

Y hasta que llegó a tu alero


aquel maldito ladrón,
yo sé que tu corazón
fue mío por vez primera,
y sólo mía la seda
debajo de tu balcón.
Por eso, yo bien nacido,
no te odio ni te aborrezco,
¡al contrario!, te agradezco
todo cuanto me has querido.

No me importa si te has ido


con tu barca hacia otro mar,
que yo no te puedo odiar
por esta mala partida;
porque odiar es en la vida
un cierto modo de amar.

No vengas ahora a mi lado


para pedirme perdón,
el perdón es la razón
de volver a lo pasado,
¡y lo pasado acabado!
¿Qué pasó? ... ¿Por qué pasó?
¡Déjame que viva yo
sin perdón y sin rencores!
Porque por más que me llores ...
¡lo nuestro ya se acabó!

Autor: Manuel Benítez Carrasco

You might also like