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La sombra y la apariencia.

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Andrés Sánchez Robayna

LA SOMBRA
Y LA APARIENCIA
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ÍNDICE

INICIAL , O FRACTURAS DE UNA INVITACIÓN IMPERIOSA


Tú que has amado el sol, 19
A las imágenes de la meditación, 21
Chillida Leku, 2002, 23
Islas desconocidas en el horizonte, 25
Blinky Palermo, 27
La alianza, 29
Capella Cornaro, 33
La luz del sol en un café, 35
La latencia sin fin de todo nombre, 37
Sepulcro de Juan de la Cruz, 39
Una pálida niebla invade el aire, 41
A una hoja seca, 43

CORRESPONDENCIAS
Verás, incomprensible, 47
Madera de una silla rota, 49
Tu cuerpo ya para siempre tendido, 51
Homenaje, 53
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Una sombra, 55
El niñodiós anduvo, 57
Gerberas amarillas, 59
Cementerio del Testaccio, 61
Madrid, para una elegía, 63
Tras las columnas, el vacío, 65
Sobre un trono de piedra, 67
La calle blanca, 69

SOBRE UNA CONFIDENCIA DEL MAR GRIEGO


Dos o tres nubes, 73
Era la espera, el mar de amanecer, 75
Escuchaste, 77
Y poco a poco el sol, en su dominio, 79
En la isla, perpetuo, 81
¿Cada cosa tenía un dios, dijiste?, 83
Las velas se aproximan o se alejan, 85
En la capilla diminuta, exvotos, 87
La luz cegaba, 89
Ni la cal, 91
No un punto inmóvil, 93
Había un cementerio, 95
Era otra aurora, 97
Menos aún que el punto destellante en las aguas, 99
Caiques y velas atraviesan, 101
Todas viven aún, las madres de los héroes, las islas, 103
Cálices y palomas, 105
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El pulpo, 107
Son las cigarras, las conoces. Parece que dialogan, 109
Que una serenidad, en el aire que hierve, 111

EN EL CENTRO DE UN CÍRCULO DE ISLAS


Exordio, 117
Llega a un lugar de encuentro
con el comienzo de lo terrible, 119
Lo abierto, 121
Cero, origen, turbión o remolino, 123
Septiembre, el lugar, 125
De una danza, 127
Hydra, septiembre, 129
En el centro de un círculo de islas, 131
Ierí Limni, 137
A. trae un nuevo y hermoso callao,
en la luz que sonríe, 139
Al dios de Delos, 141
Díptico de la piedra, 143
Y de qué mal habrías de protegerme tú, 145
Una rama de olivo sobre el agua, 147
El vilano, 149

REFLEJOS EN EL DÍA DE AÑO NUEVO


No es nada. Es solamente la vibración errátil, 153
No es nada, es solamente el cielo que se teje, 155
Del corazón del sol brotan extensos, 157
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Manchas del sol, no los reflejos grises, 159


Dicen nada. Es la nada, 161
Tiembla, con un temblor que no podemos, 163
Rompe en el aire, 165
La quietud de esta hora, 167
Esos reflejos, límpidos, en la tela que toma, 169
No es nada, son tan sólo, 171
Nada, la nada, la sedienta, 173
Mira, comienza el año, recomienza, 175
Vístete de esa nada, cuerpo en sombra, 177
Pronto desaparecen, es el viento, 179
No quieras poseerla, 181
¿Qué es lo que arde?, 183
No apenas nada, o poca cosa, o algo, 185

DEL LUGAR DEL ZUNZÚN


Del lugar del zunzún, 189
El pez de oro en el centro de La Habana, 191
Salutación en Trocadero, 193
En la luz insular del dolor, 197
Viñales, 199
Amanece, 201
María Zambrano, 1939, 203

URNAS Y FUGAS
Tú dices, madre, 207
El rayo verde, 209
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La isla de la noche, 211


En la tumba de Stéphane Mallarmé, 213
Variación sobre Bach-Siloti, 215
Tumba de Jorge Luis Borges, 217
Patmos, 219
Para llegar a Lipsí, 225
Columnata de Lindos, 227
En la muerte de Haroldo de Campos, 229
Breve meditación sobre la cal y el tiempo, 231
Viene del mar la integridad de más allá del mar, 233
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TÚ que has amado el sol


y el centro, y que deseas
adentrarte en la luz,
la roca y la presencia,

desnudas, invencibles,
y que sobre la arena
escuchas los latidos
del cuerpo y de la tierra

visibles, invisibles,
di también, entreabiertas,
en la luz de los mundos,
la sombra y la apariencia.

[19]
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A LAS IMÁGENES DE LA MEDITACIÓN

EL sol está en el centro mismo de su metamorfosis, y un re-


baño de cabras pasta en la rada de callaos. Piensas entonces,
bajo el hervor del mediodía, que el pedregoso sendero que te
ha traído a esta playa lejana se inició en realidad hace mu-
cho, en tu infancia, en los pliegues oscuros de tus primeros
sueños. Viste, antes de iniciar el camino, al pescador que
tensa su cordaje sobre la horizontal del mar echado. Su ima-
gen reflejada sobre la lisa superficie de este mar de septiem-
bre interroga los mundos: no sabrías decir dónde encuentra
su ser más realidad, si en el aire o en el agua. Y también las
montañas apacibles, y hasta la sombra de las redes. Lo visi-
ble se cubre de dobles, de espejeos, de ramificaciones. Oh
apariencia, tu cuerpo es engañoso. Te muestras con una rea-
lidad que parece anular la destrucción del tiempo. Y ahora,
en esta playa que acarician las algas bajo el cielo sin nubes,
todo parece alejado de la erosión de las horas, los días y los
años. Y nada puede estarlo, reconoces. Armonía del mundo,
que la paz de esta hora nos permita escuchar tus sones sose-
gados. Que la quietud de este día de septiembre nos lleve

[21]
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poco a poco al lugar de concordia, a la clara unidad de los


mundos. Nítidos, en el mediodía, el sol hiriente, las monta-
ñas, las sombras de las redes.
Y más allá de toda comprensión, el mar.

[22]
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CHILLIDA LEKU , 2002

ÍBAMOS , en la tarde,
bajo las nubes grises.
(Tú tocabas el límite.)

Íbamos en silencio
contemplando las piedras
alzadas de la tierra.

El húmedo rumor.
(Se escuchaba el magnolio
suave en el aire solo.)

En el lugar vacío,
rompiendo el aire, dije:
Dime, señor del límite.

[23]
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ISLAS desconocidas en el horizonte, casi próximas, sombras


que se recortan sobre el mar. El pensamiento las habita de
pronto, las puebla de arenales y barrancos, de palmeras y
vientos que circulan por sendas invisibles, de blancos ca-
seríos, de caminantes ávidos por playas bajo el sol. Una
sed no saciada, una sed en verdad inagotable es tu nombre,
conciencia. ¡Palmeras, límites de fulgores en el negro ro-
quedo, brotando en la mañana crepitante, dando sombra a
la cal de las casas, junto al vaso del mar, o en la delicia lá-
bil de la noche caliente! Armonía del mundo, dame el mis-
terio último de la isla no hallada.

[25]
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DOS o tres nubes.


Y luego la extensión del aire trémulo,
en la niebla del alba.

Brotaban
los párpados del mar.
Brotaban, golpeaban.

Golpeaban
los flancos de la luz.

Esos signos herían.

[73]
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ERA la espera, el mar de amanecer,


las costas
avizoradas, solas,
desiertas,
la pupila solar.

Cómo brotó, pudiste


abrirla, una pupila
enhebrada a la otra, avizorar
las costas, enhebrada
luz que se vierte de remotas piedras
y atraviesa la brisa,
llena el espacio, colma
esta dispersa teoría de islas.

[75]
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ESCUCHASTE ,
casi inaudible, sumergido
al fondo de los pozos de la luz,
un rumor, una sílaba casi,
entre las aguas.

Caía, desde el tímpano,


en el espacio
de lo no dicho, de lo indecible acaso,
caía, breve
rumor salino, en el silencio.

Lo escuchabas nacer
a lo decible, desde lo impronunciado.

[77]
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CERO , origen, turbión o remolino, interminable círculo,


¿cómo fijar tu vértigo, según dijo el amado designio, apre-
hender tu espiral? Ojo del tiempo, somos tu obra. Sólo el
mar quedará cuando volvamos a la entraña del astro. Qué
lejos hoy, en esta playa, solo, de tu círculo ciego. El mar
entrega sebas y maderos, restos de naufragada eternidad.

[123]
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SEPTIEMBRE , EL LUGAR

CAMINARÁS , el sol
del final de verano
sobre la tierra
casi sin sombra alguna,

por las piedras hirvientes


que recogen
la luz, inmensurable,
y la destruyen.

Habrá pasado el tiempo.


Allí, junto al olivo,
alguna cosa,
tal vez una esperanza,

te será dada.
Y caerás, de pronto,
en los fosos fulmíneos
de la quietud.

[125]
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II

Algo, tal vez un signo,


una espiga,
junto al olivo
que desnuda la tierra,

algo que no está allí


y está, como los muertos
y el sol,
en lo perpetuo,

junto al olivo negro,


tal vez la luz
que muere, el eco,
el tiempo destruido.

[126]
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DE UNA DANZA

FUISTE llamado a la celebración, y una danza te llevó a la


raíz de lo infinitamente circular. Primero fue la espera activa
(el movimiento ya de algún modo engendrado). Anochecía.
Salieron los danzantes, ellas con pasos lentos, apretadas las
unas a las otras como grumo o racimo y con pies que to-
caban ligeros no se sabe qué extremos imposibles de la
delicadeza; ellos, desatada cintura y hombro ahincado, con
pasos minuciosos en lo abierto. Restallaban la viola, el bou-
zoúki, el sandoúri. Súbitamente, entonces, el grumo se volvió
una rápida rueda de faldas fusiformes, los pasos se agitaron
sobre el entarimado. Ardían las estrellas. Los pies de los
danzantes se izaron hacia el cielo como brusco oleaje y to-
caron los bordes de la noche hasta volver al mar con exac-
to reflujo. Círculo de la danza. Apareció un pañuelo sin
adiós, sólo para la unión de manos hermanadas. Collar del
aire, corro, gargantilla nocturna. Era el límite justo de todo
movimiento, eco puro del dios y lo estelar.

[127]

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