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El problema central de la crisis es el de la alternativa política.

Jesús Sánchez Rodríguezi

Los sindicatos franceses pusieron en tensión todas sus fuerzas al inicio del otoño con el
objetivo de evitar la aprobación parlamentaria de la ley del gobierno Sarkozy para
retrasar la edad de jubilación. Es difícil encontrar ejemplos de una movilización sindical
tan intensa en Europa occidental en las últimas décadas, posiblemente habría que
remontarse al mayo del 68 francés, el otoño caliente italiano de 1969, o la huelga de
los mineros ingleses en 1984. El sindicalismo francés había recogido el testigo pasado
por las movilizaciones griegas e intentaron cambiar la trayectoria del desarrollo de la
crisis económica en Europa, caracterizada por las políticas orientadas al recorte del
Estado de Bienestar en todos los aspectos, sin que las movilizaciones aisladas y de bajo
nivel desarrolladas hasta ese momento en distintos puntos y momentos lo hubiesen
conseguido.

Si había un país donde el movimiento obrero pudiera lanzar un desafío a la tendencia


imperante en Europa de recortes sociales, con alguna posibilidad de éxito, ese era
Francia. Los sindicatos franceses estaban menos desprestigiados y debilitados que en
otras partes de Europa y habían lanzado luchas generales en años anteriores con
algunas victorias importantes (en 1995 Alain Juppé tuvo que retirar su proyecto de
pensiones, en 2006 Chirac y Villepin tuvieron que retirar su proyecto de contrato de
primer empleo). Pero el reto lanzado por el movimiento sindical francés tenía un
evidente impacto europeo. Una victoria sobre el proyecto de Sarkozy, obligándole a
retirar su proyecto de ley de recorte de pensiones o a negociarle con los sindicatos
hubiese producido posiblemente una inflexión en la ofensiva contra el Estado de
Bienestar en toda Europa.

Ni al gobierno francés, ni al resto de los gobiernos e instituciones europeas se les


escapaba la trascendencia del reto lanzado en Francia por la que puede considerarse la
vanguardia del movimiento obrero europeo. Seguramente ésta haya sido la razón
principal de la intransigencia mostrada por el gobierno conservador galo. En otros
momentos y condiciones, con unas movilizaciones de menor intensidad el gobierno
había cedido como señalábamos más arriba. Tampoco estaba Sarzoky bajo la intensa
presión de los mercados internacionales como era el caso de los gobiernos griegos o
español. Por tanto, un cálculo político sencillo debería haberle llevado a entablar
negociaciones y hacer alguna concesión que permitiese a los sindicatos, al menos a los
más moderados de la alianza que impulsaba las movilizaciones, aceptar una reforma
rebajada y desactivar así las movilizaciones. Si Sarkozy ha persistido en su negativa a

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retirar o negociar esta ley, corriendo el riesgo de sufrir un fuerte desgaste político de
cara a las elecciones presidenciales de 2012, o de llevar la situación a unos límites
incontrolables tanto para el gobierno como para los sindicatos y de resultados
imprevisibles, es porque para la clase dirigente europea era inaceptable una victoria
sindical.

El resultado ha sido claramente una derrota sindical en su objetivo de evitar la ley para
retrasar las jubilaciones. Una vez aprobada ésta en sede parlamentaria y promulgada
por el Presidente de la república las movilizaciones decayeron rápidamente. Los
sindicatos eran conscientes que una cosa era presionar con todas las fuerzas a un
gobierno con el objetivo de hacerle desistir de un acto de voluntad política, su
intención de tramitar y aprobar una ley, y otra muy diferente enfrentarse a la voluntad
del parlamento expresada en la aprobación de una ley. Por muy fuertes que fuesen,
como lo han sido, las movilizaciones francesas, hasta la aprobación de la ley, se han
mantenido en los límites del juego de las democracias liberales. Pero persistir en el
nivel de movilización, e incluso incrementarle, para hacer que el parlamento se
retractase de su decisión era superar una barrera imposible tanto a nivel práctico,
porque hubiesen puesto en contra a una opinión pública que habían conseguido
mantener a su favor, como, sobre todo, porque sería ponerse al margen de la
legitimidad que impera en los regímenes democráticos, la de la voluntad popular
expresada en la representación parlamentariaii. El gobierno francés se blindaba con el
refrendo parlamentario, ganaba la batalla y se preparaba para la batalla electoral del
2012, para lo cual Sarkozy procedía poco después a realizar una remodelación
ministerial en clave más conservadora.

Haciendo un inciso, es necesario señalar que justamente por esta dinámica imposible
de no tener en cuenta, causa sorpresa la posición de los sindicatos españoles cuando
durante todo el proceso que desembocó en la contrarreforma laboral impulsada por el
gobierno socialista en este verano de 2010, dejaron pasar sin presión, primero el
período de negociación con la patronal y después el período de trámite parlamentario
de la ley para, finalmente, convocar una huelga general a final de septiembre, una vez
aprobada la contrarreforma por el parlamento. Su posición fue un disparate en
comparación con la de los sindicatos franceses. Llamaron a una huelga general para
cambiar una decisión justo cuando se acababa de convertir en ley, y con el objetivo a
medio plazo de evitar la derrota electoral del gobierno que había impulsado esa ley de
contrarreforma. En contraste con los franceses, los sindicatos españoles parecía que
hubiesen perdido el norte.

A sus colegas franceses les queda la posibilidad de mantener una situación de malestar
difuso con actos de protestas, con el objetivo de contribuir a la derrota presidencial de
Sarkozy en 2012. El objetivo ya no sería hacer retractarse a un gobierno legitimado por
el parlamento, sino traducir el apoyo público que los sindicatos han mantenido en un

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voto de castigo a la derecha. Esa es la batalla de ahora en adelante. Pero un castigo a
la derecha, a favor de la socialdemocracia francesa, tampoco es claro que sea la
solución dada la posición que han adoptado los partidos socialistas en Grecia o España.
El problema se va planteando, cada vez de forma más urgente, en términos políticos.
¿Son capaces las clases populares europeas de transformar su malestar por el castigo
que están soportando en la crisis en apoyo en opciones más a la izquierda de la
socialdemocracia? ¿Es capaz la izquierda en Europa en levantar alternativas
susceptibles de obtener un amplio apoyo popular?

Los datos no invitan al optimismo. No es que falten movilizaciones, fogonazos se


siguen produciendo y por diferentes motivos en Europa. En este mes de noviembre,
los estudiantes ingleses se han movilizado contra los recortes del gobierno
conservador de Cameron, los ecologistas franceses y alemanes contra un tren de
desechos nucleares, la izquierda española contra las graves violaciones de los derechos
humanos cometidas por la monarquía marroquí en la represión llevada a cabo contra
el pueblo saharauí y, también, contra la pasividad y condescendencia del gobierno
español. Pero las movilizaciones no se traducen en posiciones de fuerza, sino
finalmente en desencanto.

Al menos, esta es la conclusión que puede extraerse de las elecciones municipales y


regionales celebradas en dos etapas este mes en Grecia. Se esperaban como un test
para evaluar el comportamiento de los griegos después de la dura terapia de shock a la
que han sido sometidos por el gobierno del PASOK, que ganó las elecciones en
septiembre de 2009 justo con un programa totalmente opuesto al que puso en
práctica una vez en el poder.

Después de varios meses de intensas movilizaciones y huelgas generales llegaba el


momento de verificar si se había producido un desplazamiento político. La derecha de
Nueva Democracia fue derrotada por el PASOK debido a que su política corrupta había
llevado a la grave situación de crisis en que se halla sumida Grecia, pero el PASOK
aplicó unas recetas neoliberales de extrema dureza para las clases populares siguiendo
los dictados de las instituciones europeas y financieras internacionales.

Era difícil pensar que las clases populares griegas volviesen a votar al PASOK, partido
que está haciéndolas tragar una medicina tan amarga para salvar el capitalismo, pero
tampoco sería un comportamiento racional que su voto fuese a Nueva Democracia,
responsable de haberles llevado a la situación actual. Además, tras estos meses de
intensas movilizaciones, si se tratase de resolver un ejercicio de lógica, el resultado
debería ser un vuelco a la izquierda. Salvo que pensemos que el comportamiento
político de los pueblos es totalmente irracional, se debe encontrar una explicación al
hecho de que no se haya producido ese vuelco.

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El malestar se ha expresado, pero mayoritariamente en forma de abstención. Las
organizaciones a la izquierda del PASOK se han visto reforzadas, pero de manera
claramente insuficiente. Los socialistas han ganado entre el electorado que ha ejercido
su derecho al voto. Han conseguido el gobierno de 8 de las 13 regiones en juego y 91
municipios, entre ellos Atenas (un candidato independiente apoyado por los
socialistas), frente a 5 y 52 respectivamente de la derecha. Su porcentaje de votos
(entre quienes acudieron a votar) ha bajado un 9%, y cerca de un 1% la derecha, en
tanto que las organizaciones a la izquierda del PASOK han subido cerca de un 8%. Sin
minusvalorar este hecho, sin embargo, el desplazamiento es, repetimos, claramente
insuficiente dada la situación.

Una abstención tan fuerte, con cerca del 55% en la segunda vuelta, y casos puntuales
del 70% como en la región del Ática, cuando normalmente la participación electoral en
Grecia es cercana al 80%, indica la intensidad del malestar, pero también de la
decepción y el desencanto. Que el malestar de las clases populares se desvíe a la
abstención, y que puntualmente se produzcan fogonazos de protesta es una situación
perfectamente manejable para las clases dominantes, al terminar convirtiéndose en un
problema de orden público y no en un problema de alternativa política, que además
acaba por ser controlado mediante la represión y el cansancio. Una versión más radical
de esta situación fue la de Argentina en diciembre de 2001 con el famoso “¡qué se
vayan todos!”.

En paralelo a estos acontecimientos socio-políticos, el desarrollo económico de la crisis


ha seguido evolucionando en un sentido nada optimista para su superación. La Reserva
Federal de Estados Unidos anunció, nada más celebradas las elecciones legislativas en
EEUU, su prometida inyección de dólares a la economía mediante la compra de bonos
por un montante de 600.000 millones hasta junio, que podría llegar hasta los 900.000
si se tienen en cuenta las reinversiones. Esta cantidad se suma a los dos billones que se
destinaron a recomprar bonos durante la crisis financiera. La decisión fue criticada por
otros países que acusaron a Estados Unidos de contribuir a la inestabilidad de los
mercados mundiales y de realizar una devaluación encubierta del dólar que
beneficiaría a sus exportaciones. El hecho pues, se enmarca en la denominada guerra
de divisas, que enfrenta de manera especial a China y EEUU, y en las crecientes
tendencias al proteccionismo, como fue puesto en evidencia con el fracaso de la
cumbre del G-20 en Seúl.

Entretanto la situación volvía a empeorar en Europa con el riesgo más que probable de
la necesidad de un rescate de la economía irlandesa y posiblemente también de la
portuguesa, poniendo en evidencia que los problemas en la eurozona están lejos de
haber terminado.

Esta situación y las previsiones de crecimiento del FMI para los dos próximos años, en
las que señala que los países en desarrollo crecerán el triple que los países

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desarrollados (7,1% frente al 2,7% y 6,4% frente al 2,2%), indican que la fisonomía del
capitalismo está cambiando rápidamente.

Estos datos revelan también que la ofensiva contra el Estado de Bienestar en Europa
no es una situación coyuntural con posibilidad de ser revertida si en algún momento se
volviese a la senda del crecimiento económico. Ese Estado de Bienestar - fruto de un
pacto social entre la socialdemocracia y la derecha europea una vez acabada la
segunda guerra mundial, y bajo la presión de la fuerza de la izquierda en algunos
países europeos y la extensión del socialismo real en la Europa central y oriental - se ha
convertido hoy, en un mundo plenamente ocupado por el capitalismo en sus diversas
versiones, incluyendo el capitalismo de Estado en China, en una flor cada vez más
exótica. Si hace apenas dos años se pudo pensar en que podría desarrollarse en EEUU
bajo el impulso de Obama, hoy tras su reforma sanitaria light, su derrota en las
recientes elecciones legislativas y el crecimiento de las tendencias más derechistas a
través del Tea Party, esas esperanzas han dejado de tener fundamento.

En cuanto a los principales países en desarrollo que emergen como futuras potencias
económicas, es decir los países del BRIC, solamente Brasil está realizando esfuerzos
por reducir su pobreza y desigualdades, pero no se atisba en ellos, de momento, un
movimiento obrero que presione por alcanzar algo similar a un Estado de Bienestar. La
persistencia de una situación de bajos salarios, penosas condiciones laborales, escasas
prestaciones sociales y débiles sindicatos arrastrarán a medio plazo a una mayor
erosión del Estado de Bienestar en Europa. En lugar de convertirse éste en un modelo
a conseguir en los países mencionados, se puede terminar convirtiendo en la pérdida
de otra de las conquistas históricas de la clase obrera.

La lucha de la clase obrera europea no depende solamente de sus propias fuerzas


nacionales, lo que ya de por sí supone una situación difícil, sino de la evolución de la
situación en el seno de los núcleos principales del capitalismo mundial.

Las críticas al papel del G-20 han sido continuas desde la izquierda, bien por el papel
que este organismo ha intentado jugar como instancia coordinadora de los gobiernos
de las principales economías del mundo intentando buscar una salida capitalista en
perjuicio de las clases populares y los países no representados en el conclave, bien por
su ineficacia y su falta de acuerdos.

Pero al menos es evidente que supone, junto a otras instancias internacionales, un


esfuerzo por dar una respuesta a la crisis, en clave capitalista por supuesto. Sin
embargo la izquierda ni siquiera ha intentado ese esfuerzo. Justamente a finales de
noviembre se cumple un año desde que el presidente venezolano Hugo Chávez lanzó
el llamamiento para levantar una V Internacional socialista como “instrumento para la
unificación y la articulación de los pueblos para salvar este planeta”, este llamamiento
levantó expectativas que el paso del tiempo han enfriado. Tampoco nadie más ha

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realizado un esfuerzo serio por coordinar un amplio espectro de la izquierda a nivel
internacional para levantar un programa con el que enfrentarse a la crisis.

Puede que esta situación de la izquierda ayude a explicar resultados electorales como
los de Grecia ahora, los de Venezuela en septiembre pasado o, en general, su débil
papel en el desarrollo de esta crisis. Por muchas credenciales que se presenten de
compromiso con los más desfavorecidos o de voluntad de movilización, si no se
demuestra poseer un programa, una política y una organización convincentes como
alternativas al capitalismo, si no se acaba con la desconfianza entre las clases
populares, la respuesta será la abstención o el ¡qué se vayan todos!. El contraste
reciente son los ejemplos de Argentina en 2001 y de Venezuela. Y la pregunta que
sigue en el aire es ¿porque no fue en ambos casos ningún partido de izquierda el que
canalizó el descontentó como alternativa de gobierno, y porque no lo ha sido ahora en
Grecia? Los silencios o las respuestas falsas no solucionarán el problema.

i
Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog :
http://miradacrtica.blogspot.com/

ii
En un próximo artículo me gustaría ocuparme de este problema, que es más complejo de cómo ha sido
expuesto en estas pocas líneas, porque hemos asistido hace unos pocos años en América Latina a
insurrecciones populares que han tumbado varios gobiernos fruto de procesos electivos en regímenes
demo-liberales y que no solo no han desembocado en dictaduras, sino que han terminado reforzando la
democracia. El problema a discutir sería el de la residencia de las fuentes de legitimidad en las distintas
democracias burguesas, y cuando un gobierno o incluso un parlamento pueden perder su legitimidad.

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