Professional Documents
Culture Documents
El rayo
Por Juan Rincón.
Llueve y Jessica está llorando. O Jessica llora y está
lloviendo. No tuvo tiempo - ni intención- de coger un impermeable. En el suelo
pensó: “Me voy”, y esta vez lo hizo. Se levantó, dio una bofetada a su
corazón y un portazo al que había sido su hogar y se fue. Sola.
Y su cara, aún dolorida, reprime una sonrisa mientras mira hacia atrás
como buscando la sombra de su verdugo. Unos segundos más tarde, el
padre de todos los truenos desaloja de sus oídos los últimos, esta vez sí, los
Jadeando y aterido, se dejó caer contra el poste metálico que mostraba los
itinerarios. Estaba empapado, enfadado y… con chinelas de cuero. “¡Que me
parta un rayo si no le rompo la…” pensaba enfurecido mirándose los pies
mojados. En ese mismo instante, arriba, muy arriba, el bisturí de una centella
justiciera que buscaba el camino de la tierra rasgó el lienzo negro del cielo.
Apenas un segundo después, Iván sintió como la descarga eléctrica le
reventaba los ojos y el corazón. Ya era difunto cuando rodó por la zanja aneja
y se hundió en su agua cenagosa, bajo un nenufario de bolsas y restos de
basura. El trueno más feroz de la noche se superpuso al rumor con el que el
cenagal se tragó su cadáver. Sólo las babuchas volvieron, segundos después,
a la superficie y quedaron flotando bocabajo como parte del collage de la
inmundicia entre mondas de naranja y cartones de leche. En los alrededores
no se encendió ninguna luz, ni paró ningún coche. Siguió lloviendo y tronando
como si nadie – o todo el mundo - supiera que, en realidad, la posibilidad de
que un rayo fulmine a una persona solamente es de una entre tres millones.
Pero, a veces, basta.