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La pedagogía y las ciencias del deporte han investigado en las últimas décadas
minuciosamente la relación existente entre educación y deporte, sin desconocer todas las
miradas posibles, mediante métodos de investigación muy avanzados y evitando demonizar o
sacralizar sus distintas expresiones.
De tales estudios se desprende una idea simple: como ocurre en otras actividades de la vida,
los valores socialmente aceptados suelen tener sus antivalores paralelos. Unos y otros han sido
estudiados exhaustivamente. Y hay una constante: si los procesos de reflexión que se instauran
en este contexto son críticos y analíticos, el mero debate que se puede gestar en la academia o
en los medios de comunicación colabora ya mucho a favor de tales valores.
Cuando hablamos de los valores del deporte estamos refiriéndonos no sólo a su práctica o a su
enseñanza sino también a su seguimiento cuando se convierte en espectáculo de masas. El
simple espectador de un gran acontecimiento deportivo participa también, lo quiera o no, de
valores que son intrínsecos al deporte: todos reconocemos, por ejemplo, que la victoria
deportiva es el resultado del entrenamiento, del esfuerzo, de la constancia.
Tampoco desconocemos, como se acaba de decir, que el deporte espectáculo puede fomentar
la violencia, el sectarismo, el racismo, etc. Hay ejemplos de sobra para ilustrar esto.
Como afirma García Ferrando, “cuando las manifestaciones sociales y políticas del gran
deporte, esto es, del deporte-espectáculo de las ligas de ámbito nacional e internacional y del
deporte de alto nivel, ponen continuamente de manifiesto el cúmulo de intereses, no
precisamente deportivos, que giran en torno del mismo, puede parecer atrevido e irreverente
afirmar que el deporte es cultura, que forma parte sustancial de la cultura de masas de nuestras
sociedades, y que es preciso orientar y desarrollar el deporte para que su práctica sea incluida
de una forma espontánea, pero disciplinada, en el cotidiano vivir de las gentes" (14).
Pero también es cierto que los valores sociales del deporte están tan consolidados que cuando
aparecen esos antivalores suelen generar escándalo, debate y repulsa. Como añade el mismo
autor, “la calidad de vida de los pueblos pasa necesariamente por un adecuado desarrollo de la
educación física en todos los ciudadanos, y por la práctica generalizada de juegos y deportes,
como forma creativa y espontánea de utilización del ocio y del tiempo libre” (15).
El deporte permite el disfrute del tiempo libre. La sociedad industrial, marcada por objetivos
como la eficacia, el trabajo, la competitividad, el pluriempleo, los trabajos no deseados, etc., se
orienta hacia una "sociedad del ocio" que recupera el espíritu lúdico de la vida. El deporte está
presente en este nuevo tipo de sociedad y, al mismo tiempo, prepara para vivirla. Actúa como
contrapeso del sedentarismo.
Esta dimensión social del deporte contrarresta algunos importantes problemas de integración
de las sociedades modernas: asociacionismo deportivo contra pandillas en grupos marginales,
ejercicio físico contra drogadicción; aventura, riesgo y competición contra delincuencia y
violencia; participación contra apatía social.
Incluso el deporte permite el logro de valores personales como la autonomía, la percepción de
la individualidad, la creatividad, el autocontrol, la autodisciplina, el mantenimiento y mejora de la
salud, el espíritu de sacrificio, la constancia, el juego limpio y la elegancia en el trato, la
humildad, la autorrealización, la aceptación del propio cuerpo, el desarrollo psicomotor, la
expresión no verbal.