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EL CUENTO DE LAS MIL PALABRAS:

Por: Timoteo Ríos Valdés

Serapio Ardiles Zapata era un buen muchacho, de padres procedentes de


la provincia. El papá era carpintero y su mamá ama de casa. De chico
Serapio se destacó por gustarle la música, los libros y la religión. Quería
ser monje y todas las noches buscaba encontrar una cama sin colchón
para dormir, buscando el sacrificio y el rigor propio de un modelo austero,
que formara su carácter y lo preparara para el mundo real, con problemas
y dificultades.

Se levantaba con dolores en el cuerpo, pero lo consideraba parte del


sacrificio, propio de una vida dura en el medio urbano, en donde se
cumplía: “el sálvese quién pueda”

Su familia no lo entendía, y creía que dichas locuras venían de los libros


que se devoraba, emulando a su abuelo, que fue bibliotecario del
Congreso. Serapio leía todas las noches con un lamparín, estudiaba los
textos que apoyaban sus ideas y que lo hacían soñar en convertirse en
un místico, amante de las religiones y futuro sacerdote o pastor de un
amplio rebaño de hombres y mujeres. No imaginaba lo que la vida le
deparaba.

De místico se volvió más práctico.

En un segundo momento, se soñó líder o diputado, y que por eso debía


estudiar mucho, a la manera como escuchó que un Presidente de México,
de origen pobre, se convirtió en un prócer nacional. Ya sabía que un
presidente peruano de pequeño vendió tamales y que un ex presidente
del Banco Central había contado que de chiquito fue lustrabotas.

Sus sueños no lo dejaban tranquilo, ya que sus aspiraciones hacían que


estudiara mucho, despreciara los trabajos manuales y adorara las
actividades intelectuales. Su papá le decía “tú eres puro libro”. El se lo
creyó y siguió estudiando, tanto que decidió, terminado su quinto de
secundaria, postular a la UNI, la más difícil Universidad del Perú. La UNI
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era muy estricta y a ella solo entraban los cerebritos, pero él terco, se
preparó en varias academias y postuló a fines de los sesenta a dicha
institución.

Por supuesto, como era de colegio fiscal y de Gran Unidad Escolar, no


dominaba tanto el algebra, la aritmética, la física y la química, como para
ingresar a dicha Casa Superior de Estudios.

En su primera postulación le faltaron aproximadamente cincuenta puntos


y no ingresó. Su fracaso fue explicado porque “las computadoras se
equivocaron” y calificaron mal su examen. Llorando por su derrota,
prometió volverse a presentar e ingresar el próximo año, cosa que pudo
cumplir, con rumbo a ser un magnifico ingeniero, de los ochenta del Siglo
XX.

Fue en esa época, que leyendo la “Historia de Mayta”, aumentó su amor


por las causas de los más pobres.

¿Qué no hizo para estar cerca de su vocación social, que vino impulsada
por los cambios universitarios de los setenta?

La UNI era de izquierda y todos los estudiantes eran considerados


comunistas. Serapio estaba orgulloso de que el pueblo de Lima y del
Rímac los llamaran los: “comunistas de la UNI”.

El ómnibus empezaba su recorrido en el puente Santa Rosa y de allí por la


Avenida Túpac Amaru, enrumbaba a la UNI. Ser de la UNI ya era un logro
importante y aunque Serapio tenía formación de Letras y vocación por las
ciencias sociales, terco como era, quiso estar en la UNI, y estudiar la
carrera de Electrónica, a la cual ingresó en los primeros trescientos
lugares. En esa época los Estudios Generales eran de tres semestres.

En 1969 la carrera del futuro era la electrónica. Nadie se imaginaba que


iba existir internet, que se iban a usar laptop y que los jóvenes iban a
tener un celular. No se podía avizorar el futuro y a lo más que se llegaba
era creer que el hombre había llegado a la Luna, cosa que vivió
entusiasmado, creyendo que efectivamente, en 1969, el hombre había
posado sus pies en el único satélite que registra la tierra. Kúbrick se llevó
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el secreto a la tumba, y su “odisea en el espacio”, será siempre una


película importante.

El espíritu idealista de Serapio, chocó contra las prácticas de la


Universidad. Se le incendiaban las probetas en el laboratorio de química,
era malo para los experimentos de física, ni qué hacer cuando lo llevaron a
estudiar las rocas en la Herradura. El perfil de Serapio no era de ingeniero,
le afectaba el olor de la gasolina, era tosco con las máquinas y su
personalidad no se ajustaba a una universidad técnica, que sacaba los
mejores ingenieros del país.

El primer dilema de Serapio, de veinte años, fue decidir ahora qué estudio
luego de acabar el tronco común en la UNI? Ocultaba en su pensamiento
la idea fuerza de cambiarse de Universidad.

Primero pensó en San Marcos, luego La Católica, que se ubicaba en la


plaza Francia. Dijo: “ya sé estudiaré Sociología y así estaré cerca de los
más pobres”.

Luego de terminar sus Estudios Generales y de conversar con profesores y


llevar algunos cursos formativos, decidió estudiar Economía en la
Universidad de Ingeniería. Esa decisión lo marcaría toda la vida. Terco,
como era, dijo: “para bien o para mal estudiaré economía en la UNI”. Y así
fue.

Lo grato del inició de su carrera, fue que en su primer examen, sobre


Economía, le fue bien y sus compañeros lo bautizaron como Keynes, creo
que Giusseppi fue el que le puso ese nombre…. parece vigente… tanto
que la hija de Serapio, Chana, se enteró del nombre, cuando tenia 25
años. Lo que es la vida:….. Fue su nombre secreto en la Facultad.

La vida a plazos de Serapio, lo llevó del “tingo al tango”. Conoció los


puertos, trabajó en el Congreso, en donde por tensiones, se enfermó de
psoriasis, laboró en el Banco Popular, la hizo de planificador, organizó un
programa de radio, fue profesor universitario y tuvo tres hijos. Por
supuesto, que amó a varias mujeres, y se graduó con honores en la vida.
Ahora, ya con sesenta, es un ángel.

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