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Córdoba, 2010
2
La mirada del escritor es una mirada especial. Está
acostumbrada a ver lo que a otros les pasa inadvertido.
Encuentra historias que contar en gestos, en pequeños detalles,
en un simple posar las manos o en un brillo a contratiempo en
los ojos. El escritor ve el mundo de un modo diferente que
ayuda al lector a comprenderlo. Quizá esa sea una de las
funciones del escritor, cuando no su principal tarea: hacer ver
la realidad del mundo a los demás a través de la ficción que ha
creado.
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voces masculinas y llevarnos de la mano al mar de la
melancolía. Le gusta el surrealismo para procurarle una evasión
al lector que se adentre en sus palabras. Otro mundo, pero
también mundo, es posible.
Al otro lado del espejo se asoma una realidad paralela que les
sorprenderá.
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6
Se llama Ignacio Sánchez Casares. Ante un mísero sueldo,
tres hijos y la mirada perdida por el alcohol, decide acabar
con todo y acercarse más aún a la persona que ayer mismo
le condujo, por última vez, a la más ardiente soledad. Su
nombre es Silvia. Parece mayor de edad cuando él la mira
largo rato. Es la primera vez que su silueta se desdibuja
bajo otra sombra.
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Exangüe, la palabra en cuestión es exangüe. Vaya donde
vaya ahí está, arrogante, altiva, burlándose de un pobre
inocente como yo. Se le olvida, a la muy engreída, que ha
sido creada por mí, por nosotros los humanos; se cree que
la ha parido el diccionario solito.
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ilusión que, la verdad, nunca lograré entender:
“Exabrupto: cosa dicha bruscamente”. Javi salió corriendo
como si nada en el mundo tuviese interés para él o exigiese
su presencia, y ahí me quedé yo, solo ante las páginas
doscientos setenta y ocho y doscientos setenta y nueve. Por
curiosidad, examiné las palabras que allí se me ofrecían
como todo un descubrimiento. Exacerbar, exacto, exaltar,
examen... exangüe, la palabra me produjo un cierto
cosquilleo momentáneo. Cerré el diccionario. Exangüe,
pensé, qué palabra más rara. Lo abrí de nuevo y examiné
su definición: “Exangüe: desangrado, aniquilado, sin
fuerzas”.
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en los cuadernos de caligrafía de mi hijo, en los locutores
de radio, en los telediarios, incluso se había apoderado de
mi suegra. Los diccionarios deberían llevar una etiqueta
adjunta para advertir a posibles incautos como yo de los
peligros de las palabras, sobre todo de su facilidad para
adherirse a los humanos.
Tengo miedo.
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Comenzamos con la mermelada. Cada miembro del grupo
escoge un sabor, dependiendo de su preferencia por el licor
de manzana, melocotón o cualquier otro. Es una decisión
importante porque, si no eliges bien el sabor que más se
adapta a tu adicción, el resto del programa se viene abajo.
Puedes tomarte todo el tiempo que necesites para ello, ya
que tu curación dependerá de la sinceridad de tu respuesta.
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Una vez alcanzado el nivel en el que llevamos a cabo la
sustitución por paté, el peligro de recaer habrá disminuido
considerablemente y la mitad del programa habrá sido
felizmente superado. La elección de los productos se
realizará en función, sólo y exclusivamente, de nuestro
gusto personal en cuanto a la preferencia de unos por el
vino u otros por el whisky, en este caso de mayor
dificultad.
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milagrosamente; nos sentimos reconfortados y alegres,
totalmente rehabilitados.
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Le conocí en otoño. Yo tenía catorce y él cuarenta y dos, en
mayo cumpliría cuarenta y tres. No sé cómo ni dónde nos
conocimos, pero eso tampoco importa. No sé si me quería,
ni si yo sabía lo que era el amor; nada de eso importaba.
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Sucede que María le dijo que no. Que a pesar del vestido y
las apariencias, si estaba sola en aquella fiesta, alguien
guardaba su lugar en la cama de alguna ciudad extranjera.
En fin, que “no”, pero lo dijo tarde, demasiado tarde y
Pablo creyó, como es común en estos tiempos, parece ser,
que aquello era un asunto de alta traición en toda regla. Y
es que si una mujer acude sola a cualquier
“emplazamiento” (con alevosía, si el motivo es festivo),
algo anda buscando. Si además fuma o bebe de un modo
determinado, la cosa se complica, y no digamos ya, si a la
hora de bailar se contonea con un cierto “tonito” al modo
de ver masculino, un tanto guerrero (que, por otra parte, es
el mismo que ella emplea en su casa cuando a solas
escucha esa salsita que tanto le gusta, o cuando le enseña a
su sobrino Luismi como no caer en el más absoluto ridículo
o, al menos, mantenerse dignamente cuando le llegue el
momento de lucir y menear esqueleto), pues bien, todo
parece indicar que la chica está sedienta.
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Procura ser agradable, por cortesía.
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ilusiones de las respectivas partes inferiores de los allí
presentes.
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El aeropuerto es un lugar fantástico para recordar mientras
esperas.
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llenado ese vacío de tantos años con algo que, por primera
vez en su vida, jamás la abandonaría.
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Después de diez años, aquellos días en el lago se tornan
algo borrosos, como si todo se conservase intacto en el
interior de un espejo. Cuando uno es joven se vuelve un
poco loco y temerario y, no sé, visto desde ahora, desde la
perspectiva que te dan los años, quizá no hubiese
reaccionado tan alegremente; quizá no, seguro. Recuerdo
sobre todo las noches larguísimas, la dipsomanía que más
bien nos afectaba a todos, en mayor o menor medida, y
Chucho con sus cosas de la Argentina y su insistencia en
acompañarle al lago, el dichoso lago. Nunca suelo recordar
los momentos malos o más difíciles de aquellos años en la
universidad, tal vez por ello se queden ahí parados,
paradisíacos, perfectos, utópicos, porque me niego a
recordar lo oscuro y, por supuesto, hubo una parte oscura.
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- Les presentaré a mi abuelo, muchachos. Ya verán, él era
un argentino de mucha pompa. ¡Era un intelectual, vos
deberías saber qué es eso, Pablito!
- Tu abuelo está muerto, Chucho, no bromees con eso-
respondía yo algo agitado. A mí los muertos siempre me
han dado mucho miedo.
- Yo me entiendo, Pablito.
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- ¿Por qué tengo que ser yo justamente el que la vaya a
ocupar?
- ¿Eh?
- ¡Que yo no quiero dormir en esa habitación! ¡Que duerma
David o Sergio!
- Al abuelo le hubiera gustado. Le hubiera gustado mucho
conocerte. ¡Vos sos un intelectual como él, Pablito!
- Sí, ya...
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- Sí. ¿Y qué pasa por eso, ah? Yo soy muerto, pero no tonto.
Yo soy un intelectual de la Argentina y los comunistas no
nos vamos tan pronto para el otro lado, Pablito. ¿Te llamas
así, no es eso?
- Sí, me llamo Pablo.
- Pues bien, Pablito, ¿tú sabés quién es mi ídolo? Yo te voy
a dar pistas. Tiene barba y bigotillo de guerrillero, el pelo
oscuro, los ojos negros... ¡Fuma mucho mi ídolo! Y, por
supuesto, es latinoamericano. Él es un revolucionario
todavía. ¿Sabés de quién te estoy hablando?
- Claro que lo sé, de Julio Cortázar.
- ¡Sos imbécil, nenita! ¿Vos sos loco? Es el Che. El Che
Guevara, boludo.
- Ah, perdón.
- Pero que perdón, ni nada, nenita. Vos sos un reprimido,
seguro. Aunque no andabas muy descaminado con lo de la
adivinanza... ¿Tú sabés qué me gustaba a mí de pequeño?
Las papas, nenita. Las papas con una buena salsita
sabrosa.
- ¡Pero ahora estás muerto!
- Sí, pero no me lo recuerdes más, boludo. Yo soy
revolucionario, tú sabes...
- Sí, comprendo.
- ¿Tú sabés qué yo echo de menos acá arriba? El
Surrealismo, compañero. Acá todo es tan blanco, tan
limpio, acá ya no se puede revolucionar nada, ni tan
siquiera hay donde escupir... Echo de menos la vida,
muchacho.
- Entiendo.
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- Cómo que entendés? Vos sos un inculto, seguro. Pablito
era tu nombre, ¿no? Vos no podés ser nada llamándote así.
¡Qué cruz, nenita, qué cruz! Vamos a ver, muchacho, ¿tú
conocés quién es Cavafis, nenita?
- Pues no, ni quiero.
- Sos un impresentable, boludo. No tenés remedio. Vos no
querés aprender nada, sos peor que el zángano de mi nieto.
Tiene razón acá el amigo cuando dice que los crea para
después juntarse ellos. Aquí abajo ya no hay
revolucionarios, allá no se puede y acá no se quiere...
- Yo comprendo lo que usted me dice, per...
- ¡Qué vas a entender vos, nenita! Tenés veinte tacos, tan
sólo.
- Ya, pero yo...
- Mirá, mejor será que se duerma y mañana le traigo una
encuesta para me la responda. Así sabremos arriba si hay
esperanza de revuelta o no acá abajo. ¡Es que no tenés
ideales, che! Y eso no puede ser. Ahora dormíte.
- Creo que ya me he desvelado.
- Dale, Pablito. Dormíte de una vez. ¿Vos no sabés cumplir
una orden?
- Bueno, está bien, lo intentaré. Una oveja, dos ovejas, tres
ovejas, cuatro ovejas, cinco...
- Sos un poco sonso, nenita, pero a su edad es lo más
normal. Dormíte, pues, dormíte.
- ...
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creyeron. Nunca volvimos a hablar de ello. Sergio y David
regresaron un par de veces más al lago. Supongo que es
bastante probable que alguna de sus estancias allí explique
de alguna manera su drástica decisión de enrolarse en la
guerrilla zapatista, aunque quizá sólo sean conjeturas
mías. A veces he llegado a pensar en la posibilidad de que
el abuelo de Chucho no sea el único espíritu revolucionario
que anda por ahí suelto, y que la misma historia se repita a
lo largo de los siglos. Así, si cambiamos a Sergio por Silvio,
y añadimos otro Pablo, no yo, nos daríamos cuenta de lo
agradecidos que deberíamos estar a todos los abuelos
revolucionarios que siguen entre nosotros. Qué habría
sido, sino, de la trova cubana.
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En el mundo de los decúbitos pronos, Silvia era toda una
novedad. Aparecía en cualquier momento, encima de un
árbol, en el cielo y a veces se hacía invisible.
26
Claudia es alta y flaca, y a veces luce tacones de mujer
fatal. Me gusta ver sus ojos negros mientras le beso el
cuello. En el fondo no es tan fría como parece. Carlos y los
demás dicen que estoy chalado, pero a mí me gustan sus
piernas. Ahora ya no me importa Julia ni sus infidelidades
(si es que puede llamarse infidelidad al borde de Luis) y
casi no recuerdo a la dulce María con su carita de mazapán
y sus mentiras. Nunca volverán a dejarme con mis botas
nuevas y mi chaleco de piel de seductor frente al cine
“Paraíso”, después de haber agotado mis esperanzas y mis
cigarrillos. Ya no habrá más Julia ni María, ni sábados de
Ana o Belén.
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Ocurrió hace un par de días. Me enamoré de él por su voz,
así, de repente. Dijo: Muy buenos días, soy el cartero, ¿me
abre, por favor? Yo, por supuesto, respondí con un: Sí, sí,
sí, sí, sí... Y me enamoré. Sin conocerlo.
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Al día siguiente, creí necesario conocernos más a fondo y,
ni corta ni perezosa, así se lo hice saber. Cedió con
bastante rapidez, aunque tampoco le dejé escabullirse.
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Salimos del portal, abrazados y muy contentos. Mi madre
gritaba desde el balcón: ¡Susana, sube las cartas de una
vez! Pero… ¿quién es ése que va contigo? ¿Pero dónde va
esta niña con el cartero? ¡No ves que llevas el pijama
puesto...!
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A la sombra del baobab todo se ve diferente. Aquí nunca
llueve ni hace frío, pero tampoco hace calor. Sólo
oscuridad. Oscuridad placentera, como de andar por casa.
El baobab es como un poblado muy cosmopolita, la gente
va y viene de sus vidas, pero sólo yo permanezco aquí
inmóvil. Todo es diferente. Los que van y vienen saben que
aquí hay un mundo, pero el resto de las personas de ahí
fuera no tienen tanta suerte: creen que el baobab es sólo
un árbol.
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Ser el último ujier del mundo requiere una capacidad
especial para perderse; no sólo conocer cuál es el momento
apropiado de hacerlo, sino cómo y cuándo debe suceder.
Olvidarse es fácil, pero para perderse se necesitan años de
práctica. No todo el mundo puede hacerlo. Si no hubiese
sabido perderme seguramente nuestra raza se habría
extinguido y eso sería muy peligroso, porque después
vendría la desaparición de razas tan antiguas como la de
los ministros grises o los jueces.
32
En Charlestón las nubes son pocas y el viento escaso. Los
escritores se acobardan mucho ante tal panorama. No hay
mucho que describir, lo siento, tienen razón.
33
correspondencia, de un modo bastante desagradable. Es
muy penoso, sobre todo para los escritores que aguardan
en su cornisa.
34
Fíjense en todas esas muchachas ahí desparramadas y
desparramándose por todas partes, por todo el escenario, o
pasarela, o lo que sea.
35
los martes a eso de las ocho, con el pobre GOBIO que nada
(y esto con segundas) tiene que ver conmigo. La telaraña
lingüística me deja en cueros de nuevo. Me sumerjo en un
profundo desconcierto...
36
imaginar Nueva Zelanda, sus paisajes, sus gentes y, sobre
todo, su fauna. El mal sabor de boca me duraba días.
37
- Mira ésa, Tomás. No me gusta tanto como la otra, va toda
pintada.
- No digas eso, Conchita, pobre niña, no hace falta que la
llames gallinácea. Tampoco es para ponerse así...
- Tomás, creo que pasas demasiado tiempo con ese
diccionario.
***
Epílogo
38
KIWI: Ave corredora de Nueva Zelanda, de alas casi inexistentes,
plumaje pardo, pico largo y barbas desordenadas, que mide unos
30cm de altura. Fruta de corteza marrón pilosa y pulpa de color
verde.
39
Los frikis son seres diminutos. Tienen tres pelos con tres
nombres respectivamente: Joaquín, Mauricio y Arévalo.
Pueden ser de distintos tipos: pobres y ricos. Los frikis
pobres nunca van a la escuela, y los frikis ricos son muy
inteligentes porque van siempre. Hay frikis muy testarudos
que se empeñan en aplastar a los frikis pobres y éstos, por
lo tanto, se ven más diminutos de lo que en realidad son.
40
El Gran Freak y lo suyos son totalmente desgraciados, en
cambio, los frikis pobres siempre están de buen humor y
siempre sonríen. Es una de las muchas circunstancias a
explicar en la sociedad friki.
izquierdasocialismocomunismoanarquiapeligropel
igropeligropeligropeligropeligroso...
41
Julia había sido siempre una jovencita alegre y orgullosa.
Cuando paseaba del brazo de su novio por el parque los
muchachos la miraban con disimulo y se les encendían los
ojos; siempre esperaban a que estuviese sola para
piropearla y mandarle guiños.
42
A las ocho sonó el despertador un poco despistado. Julia se
levantó más triste que nunca, como si viniese de algún
terrible sueño lejano. Se vistió y fue hacia el espejo para
peinarse.
43
Bien. Todo va bien. Nada malo va a suceder. Tranquila, K.,
tranquila. Todo va bien...
44
tres monedas reproduce sonidos y vibra. Esa noche
comprendí.
45
con las manos bajo tierra y no tenemos raíces, solamente
huellas. A los otros las heridas les cicatrizan y a mí se me
quedan abiertas, siempre disponibles.
46
Cielo azul, radiante sol e incluso cierto ligero aroma a
salitre y roca. Camino despacio mirándolo todo, recuerdo
algo de un gato curioso que murió hace mucho tiempo o
algo así, pero sigo mirando, observo las casitas de planta
baja, el dorado trigo, los árboles... Ahora siento un nudo en
el estómago, esa sensación de que algo importante anda
cerca. Me paro. Creo que no debo seguir. Lo mejor será que
dé media vuelta y deje la aventura para los aventureros,
alguien me dijo un día que un gato se había muerto por
curioso. Decidido, regresaré por donde he venido.
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acercando alcanzo a ver dos palabras. Creo leer “no tocar”
o “no saltar”. Tendré que acercarme más...
***
48
Hacia arriba:
Hacia abajo:
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muebles de madera o acariciar la lavadora. Tendremos en
cuenta siempre la posibilidad de desplomarnos en cualquier
momento, esto nos mantendrá muy despiertos.
En horizontal:
En vertical:
50
cerraremos la boca e introduciremos un guante por la nariz. De
este modo la concentración será máxima. Sin perder el
equilibrio respiratorio, cogeremos el martillo y mantendremos
fija la mirada en él durante tres minutos. En el momento justo
de alcanzar el clímax expulsaremos mediante un bufido el
guante de nuestra nariz, con la fuerza necesaria para que el
mismo vaya a caer sobre el martillo, encajándose en el hierro.
Mantendremos, ahora, la mirada sobre el guante durante tres
días. Al cuarto día, al amanecer, estaremos preparados para
emprender el viaje.
51
Los tarandelos son una especie en extinción. El último
tarandelo con vida fue visto a orillas del Sena el catorce de
mayo del año tres mil novecientos noventa y seis. Esto sólo
ocurre en ocasiones muy especiales, son muy rigurosos en
cuanto al número de visitas a su ciudad natal. Vagan por el
mundo de un sitio para otro hasta que les llega el momento
de la transformación. Después son libros para siempre. De
ahí el dicho popular: “este libro parece tener vida propia”.
La explicación es bastante evidente, cuando un tarandelo
llega a nuestras manos ya ha sido transformado y, por
tanto, no podemos ver su mirada, ni sus pies, ni su larga
cola dorada.
52
tendrían que darse unas condiciones atmosféricas que ya
no existen porque el sol se apagó hace mucho tiempo y
porque no hay oxígeno. La tierra se secó del todo en el dos
mil. Sólo quedan los libros. Pero aún cabe la esperanza de
que el tarandelo del Sena se reproduzca antes de
convertirse en libro y nazcan unos cuantos humanos que,
bien alimentados, pueden llegar a tarandelos a los noventa
y cinco, o ciento tres años. Crucemos los dedos.
53
El verano se había ido deslizando, poco a poco, hacia ese hueco
estacional de hojas secas que es el otoño. Ahora los años
pesaban más que nunca para Alfonso Tresto.
54
La abuela siempre nos decía que tres cuartos de hora son mucho
menos que media hora y que los gatos no tienen siete vidas
porque nacen ya muertos del todo, son espíritus del más allá y
por eso tienen los ojos tan grandes y tan verdes.
Papá nos explicaba que todo eso que nos causaba tanto
desconcierto eran “cosas de la abuela” y con eso nos
conformábamos. Así crecimos mis hermanos y yo creyendo todo
lo que nos decía papá.
55
Sentado en el retrete, mientras escucho a Beethoven,
pensando en la última buena explosión que he escuchado,
me pregunto: ¿Y a mí qué me importan los transeúntes? La
vida hay que vivirla, chaval, pese a quien pese. Aquélla sí
que fue gorda, una buena monté aquel día. Ya no se hacen
explosiones como las de antes. ¡Ay, la del treinta y nueve,
qué tiempos aquellos!
56
Después nos felicitamos mucho por nuestra tarea y nos
fuimos a casa. A veces cogemos el walkman y nos
deleitamos con las tres o cuatro estaciones esas tan
famosas y tan clásicas, primero yo y después el “chuleta”.
De vez en cuando vemos una Heli de acción.
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María tenía largas trenzas y sonrisa de niña buena. Podríamos
decir que era una niña de ésas, dulce y sonrosadita.
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Y es que nunca le había apetecido nada realmente, ni tan
siquiera ser feliz de algún modo.
59
Como cada tarde, Miguel Lombardia salía con prisa de su
trabajo de ocho a cinco, mientras esperaba ansioso el
momento de liberarse de su fiel corbatita rayada. No era una
tarde demasiado especial, ni fría ni calurosa, simplemente
otra tarde en una ciudad cualquiera.
60
Cruzó la calle y, ahí, se lo encontró, con su mirada y su
sabiduría. Cuántas historias había vivido aquel portal,
cuántos besos robados a su amparo y, cómo no, cuántas
lágrimas...
61
Observó con atención aquel pequeño trozo de acero.
Imposible, pensó.
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Al igual que un personaje más de cualquier historia
fantástica bajó las escaleras como si nada hubiese ocurrido.
Se mintió una y otra vez. Se negó. Se reprendió a sí mismo
por sus locuras.
63
Ahora estará con cualquiera de ellos, con aquel moreno de
ojos saltones que la buscaba con la mirada desde la
pescadería, o con aquel otro de aquel verano; seguramente
seguían viéndose. Le besará la nuca para luego descender a
sus muñecas, le dirá palabras que yo no supe decirle al
oído, acariciará su pelo mientras ella sonríe.
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volvería rápido, muy rápido, sólo sería un momento. Pero
yo sabía que no era así y en aquel instante me dejé llevar
por sus ojitos diminutos y por ese gesto de su pelo al girar
la cabeza. Y ahora estará en sus brazos, en los de algún
otro que no soy yo y alguien le robará esa sonrisa que me
gusta tanto.
Tengo que contar las balas, una, dos, tres; sí, hay
suficientes. Debo bajar ya.
65
Ahí están, creo que está tras la puerta. Si disparo ahora
mismo la bala le alcanzará, la madera es muy fina en la
cocina. Ahora o nunca.
66
Caminaba durante horas, días, buscando un no sé qué por
las esquinas de los bares y las confiterías, las bibliotecas y
los andamios, hasta en los lugares más íntimos del
ayuntamiento. “Impepinable, totalmente impepinable...”,
murmuraba. La parafernalia propagandística había tomado
la ciudad, los candidatos del PAU, el MNUNIDOS y el
YOPROMETO sonreían impúdicos en los carteles.
“Impepinable”, se repetía.
67
“Impepinable”, pensó, pero en voz muy baja. Manuela tenía
mal carácter, las uñas muy largas y a medio pintar, pero la
lengua rápida e hiriente como un cuchillo. Al pobre Tomás
le daba ansiedad sólo de pensar en ella. Se dejaba
maltratar porque eso era lo único que podía darle, su única
contribución posible a la felicidad de esta pavorosa mujer.
Y caminaba.
68
uñas rojas... Y ya estaban aquí otra vez las elecciones, los
candidatos, D. Bartolomé, aquel doce de septiembre.
“Impepinable”, pensó.
- ¡Atroz! - añadió.
69
De nuevo ante el espejo, como cada mañana de ayer y del resto de
mi vida, con esa medio sonrisa melancólica del día siguiente, del
“después de una noche de ésas”, hice unas cuantas muecas de
desamparo y me burlé de mí mismo, no sin cierta tristeza de
fondo, de volver a la rutina.
Conseguí salir al fin de mi casa, más tarde que nunca. Con mi traje
impecable y mi corbata parecía notarse menos el largo listín de
irregularidades de mi rostro. Como siempre, llegaría tarde a la
oficina y el jefe me miraría a través de sus gafas, como mira el
león al ciervo que se queda rezagado del resto y me miraría largo
tiempo, como siempre, y no porque sintiese una irremediable
atracción por mí que le llevara a imaginar tórridas escenas de
amor, vistas por alguien a través de algún cristal, sino con esa
mirada de león que desprecia la carne a la que va a engullir de un
momento a otro a través de la cola del paro.
70
A esas horas, el tráfico hacía un ruido espantoso y la calle estaba
completamente abarrotada de personas como yo, con traje y
corbata y caras descomunales.
71
Crucé la calle como si en ello me fuese la vida y continué
caminando deprisa, muy deprisa, con la seguridad de que aquel
hombre me seguía.
72
descomunal y ahora húmedo. Miraba a las personas que pasaban a
mi lado y me parecía imposible que nadie se percatase del peligro.
Quisiera haber gritado, haberles advertido de sus enormes manos
y de su aún desconocido utensilio largo y afilado, y de seguro
certero.
73
- Puf. Buf, ay... No sé porqué me tiene que pasar esto a mí; en
fin, resignación. ¿A quién se le ocurre salir de casa sin el
pararrayos puesto? No sé por qué me tiene que pasar esto a
mí...
74
poco, a ver si se te pasa la tontería, imbécil. Este Carlos es
tonto de raíz, lo lleva en la sangre”.
Ahora que lo pienso, el relato es mío, así que puedo hacer con él
lo que me dé la real gana, ¿no? Bien, pues, borramos a Mario y
comienzo de nuevo:
- Talué, Carolina.
- Taluego, Imanol
75
- He vis a tu mu, y l he dich: Talué. Y ell me ha contestá: Talué,
Imán.
- Ah, qué bié. Me alegr que me l hay contá, pero ahor teng que
ir. Taluego.
- Talué.
76
Y aquí concluye el relato y todos mis relatos para siempre. Lo
dicho: si eso ocurre, dejaré de escribir. Y, eso, ha ocurrido.
Hasta luego.
77
Hola, soy Tony Bonaro, de los Bonaros de Segovia, pero...
¡Schssssss!, no me escuchen tan alto. Me he escapado de uno
de sus relatos; no, no se vayan a creer que soy un friki, ni un
tarandelo, ni ningún bicho raro de ésos de los que escribe,
vengo de otro lado. Pasaba por allí cuando vi a un hombre
con un diccionario en la mano en lo alto del edificio “Los
Jilgueros”. Advertía de un modo apocalíptico los ocultos
peligros del diccionario y afirmaba ser perseguido por una
palabra, lo cual me pareció insólito y ridículo por su evidente
corpulencia; no obstante, me produjo cierto malestar. La
llegada del trágico momento final era inevitable, así que me
quedé a esperar un rato. Entonces me vio ella, la que monta
todo este tinglado y, de repente, mientras observaba todo
desde una esquina, abrió su enorme boca y, simplemente, me
absorbió. En seguida pasé a su cerebro y allí me incorporé al
resto, donde, dicho sea de paso, había de todo.
78
Me acerqué hasta unos señores muy altos con bigote y traje
oscuro cuyas orejas no me decían prácticamente nada.
Llevaban gafas oscuras y el pelo muy quieto, muy quieto. Les
pregunté:
Como ya eran casi las cinco y yo, pase lo que pase, suelo
merendar siempre para ser voluminoso, me acerqué hasta el
biasalariado para interrogarle:
79
- ¿Y mujer?
- Pues no.
- ¿Y criado?
- Pues no.
- Y, dígame, ¿a veces sueña que es un pez globo muy grande,
muy grande, y no cabe en la pecera?
- Pues sí, con cierta regularidad.
- Sí, ya me lo temía... En fin, ¡Qué le vamos a hacer...! Oiga,
¿Sabe usted si podría salir un momento para comerme mi
bocadillo de albóndigas de un modo más íntimo?
- Pues... Sí, digo que sí, contesto que sí, que debe hacerlo,
puede hacerlo, siempre, siempre que usted prometa
firmemente volver a su lugar una vez digerido el alimento.
¿Qué le parece? ¿Soy o no soy un honorable, atento y
despierto biasalariado?
- Sí, debo decirle que sí a todo, puesto que yo pretendo
escaparme y disculpe usted la franqueza, pero he de burlar su
disciplinado comportamiento.
- Sus ulteriores propósitos no me incumben en absoluto, sólo
los más recientes y, en todo caso, reincidentes. Quiera Dios
que eso no llegue a ocurrir.
- Bien.
- Pues vale.
80
diseñador, todo ello para provocarme una plácida digestión
lenta y acogedora.
81
patos con afán de protagonismo y, por qué no, te inventas
algo nuevo y esas colas tan largas en el paro y por qué. Ay,
qué vida tan miserable, la del personaje, y es que no es
justo... ¡Quiero ser libreeeeeeee!
82
83
Prólogo, por Esteban Gutiérrez Gómez 3
Sombras 7
Exangüe 8
Mermelada de manzana 11
Su niña 14
Calefacción central 15
El aeropuerto 18
El cuarto oscuro 20
Decúbito supino 26
Claudia 27
El cartero 28
A la sombra del baobab 31
El último ujier 32
Charlestón 33
Cavilaciones de Don Tomás Segovia 35
Los frikis 40
La sonrisa de Julia 42
La calle 44
No soñar 47
Formas y modos de entender el mundo 49
Tarandelos 52
La tristeza 54
Las cosas de la abuela 55
Explosiones 56
María 58
63 60
Sólo mía 64
Exteriores 67
Sin mirar atrás 70
Microcosmos 74
Interiores 78
84
Ana Vega (Oviedo, 1977)
85