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EL GOLPE MAESTRO DE SATANÁS

CAPITULO 1
Sabemos por el Génesis y mejor aún por Nuestro Señor mismo que Satanás es
el padre de la mentira. En el versículo 44, capítulo 8 del Evangelio de San Juan,
Nuestro Señor apostrofa a los judíos diciéndoles:

“El diablo es vuestro padre y vosotros queréis cumplir sus deseos. Desde
siempre él es homicida y permanece fuera de la Verdad, puesto que no hay
verdad en él, su palabra es mentirosa porque miente por naturaleza, ya que es
mentiroso y padre de la mentira...”

Satanás es homicida en las persecuciones sangrientas, padre de la mentira en


las herejías, en todas las falsas filosofías y en las palabras equívocas que están
en la base de las revoluciones, de las guerras mundiales, de las guerras civiles.

No cesa de atacar a Nuestro Señor en su Cuerpo Místico: la Iglesia. En el curso


de la Historia ha empleado todos los medios, de los cuales uno de los últimos y
más terribles ha sido la apostasía oficial de las sociedades civiles. El laicismo
de los Estados ha sido y es siempre un escándalo inmenso para las almas de
1os ciudadanos. Y es por ese subterfugio que ha logrado laicizar poco a poco y
hacer perder la fe a numerosos miembros de la Iglesia, a tal punto que esos
falsos principios de separación de la Iglesia y el Estado, de la libertad de las
religiones, del ateísmo político, de la autoridad que toma su origen de los
individuos, han terminado por invadir los seminarios, los preshiterios, los
obispados y hasta el Concilio Vaticano II.

Para hacer eso, Satanás ha inventado palabras claves que han permitido que
los errores modernos y modernistas penetraran en el Concilio: la libertad se ha
introducido mediante la Libertad religiosa o Libertad de las religiones; la
igualdad, mediante la Colegialidad, que introduce los principios del
igualitarismo democrático en la Iglesia y, finalmente, la fraternidad mediante el
Ecumenismo que abraza todas las herejías y errores y tiende la mano a todos
los enemigos de la Iglesia. El golpe maestro de Satanás será, por consiguiente,
difundir los principios revolucionarios introducidos en la Iglesia por la autoridad
d la misma Iglesia, poniendo a esta autoridad en una situación de incoherencia
y de contradicción permanente; mientras que este equívoco no sea disipado,
los desastres se multiplicarán en la Iglesia. Al tornarse equívoca la liturgia, se
torna equívoco el sacerdocio, y habiendo ocurrido lo mismo con el catecismo,
la Fe, que no puede mantenerse sino en la verdad, se disipa. La Jerarquía de la
Iglesia misma vive en un equívoco permanente entre la autoridad personal,
recibida por el sacramento del Orden y la Misión de Pedro o del Obispo y los
principios democráticos.
Es preciso reconocer que la jugarreta ha sido bien hecha y que la mentira de
Satanás ha sido utilizada maravillosamente La Iglesia va a destruirse a sí
misma por vía de la obediencia. La Iglesia va a convertirse al mundo hereje,
judío, pagano, por obediencia, mediante una Liturgia equívoca, un catecismo
ambiguo y lleno de omisiones y de instituciones nuevas basadas sobre
principios democráticos.

Las órdenes, las contraórdenes, las circulares, las constituciones, las cartas
pastorales serán tan bien manipuladas, tan bien orquestadas, sostenidas por la
omnipotencia de los medios de comunicación social, por lo que queda de los
movimientos de Acción Católica, todos marxistizados, que todos los fieles
honrados y los buenos sacerdotes repetirán con el corazón roto pero
consintiendo: ¡Hay que obedecer! ¿A quién, a qué? No se sabe exactamente:
¿a la Santa Sede, al Concilio, a las Comisiones, a las Conferencias Episcopales?
Uno aquí se pierde como en los libros litúrgicos, en los ordos diocesanos, en la
inextricable maraña de los catecismos, de las oraciones del tiempo actual,
etcétera. Hay que obedecer, con peligro de volverse protestante, marxista,
ateo, budista, indiferente, ¡poco importa! hay que obedecer a través de las
negaciones de los sacerdotes, la inoperancia de los Obispos, salvo para
condenar a quienes quieren conservar la Fe, a través del matrimonio de los
consagrados a Dios, de la comunión a los divorciados, de la intercomunión con
los herejes, etc. ¡hay que obedecer! ¡Los seminarios se vacían y se venden
igual que los noviciados, las casas religiosas y las escuelas; se saquean los
tesoros de la Iglesia, los sacerdotes se secularizan y se profanan en su
vestimenta, en su lenguaje, en su alma!.., hay que obedecer. Roma, las
Conferencias Episcopales, el Sínodo presbiteral lo quieren. Es lo que todos los
ecos de las Iglesias, de los diarios, de las revistas repiten: apertura al mundo.
Desgraciado sea el que no consiente. Tiene derecho a ser pisoteado,
calumniado, privado de todo lo que le permitía vivir. Es un hereje, es un
cismático, que merece únicamente la muerte.

Satanás ha logrado verdaderamente un golpe maestro: logra hacer condenar a


quienes conservan la fe católica por aquéllos mismos que debieran defenderla
y propagarla.

Ya es tiempo de encontrar de nuevo el sentido común de la fe, de reencontrar


la verdadera obediencia a la verdadera Iglesia, oculta bajo esa falsa máscara
del equívoco y la mentira. La verdadera Iglesia, la Santa Sede verdadera, el
Sucesor de Pedro, los Obispos en cuanto sometidos a la Tradición de la Iglesia,
no nos piden y no pueden pedirnos que nos volvamos protestantes, marxistas
o comunistas Ahora bien, se podría creer al leer ciertos documentos, ciertas
Constituciones ciertas circulares, ciertos catecismos que se nos pide que
abandonemos la verdadera Fe en nombre del Concilio, de Roma, etc.
Debemos negarnos a volvernos protestantes, a perder la Fe y a apostatar como
lo hizo la sociedad política después de los errores difundidos por Satanás en la
Revolución de 1789. Nos rehusamos a apostatar, aunque fuera en nombre del
Concilio, de Roma, de las Conferencias Episcopales.

Permanecemos adheridos, por sobre todo, a todos los Concilios dogmáticos


que han definido a perpetuidad nuestra Fe. Todo católico digno de este nombre
debe rechazar todo relativismo, toda evolución de su fe en el sentido de que lo
que ha sido definido solemnemente por los Concilios en otros tiempos dejaría
de ser válido hoy y podría ser modificado por otro Concilio, con mayor razón si
es tan sólo pastoral.

La confusión, la imprecisión, las modificaciones de los documentos sobre la


Liturgia, la precipitación en la aplicación, demuestran bien a las claras que no
se trata de una reforma inspirada por el Espíritu Santo. Esta manera de obrar
es de tal modo contraria a las costumbres romanas que obran siempre. Es
imposible que el Espíritu Santo haya inspirado la definición de la Misa según el
artículo VII de la Constitución y aún más inaudito que se haya sentido la
necesidad de corregirla enseguida, lo que es una confesión de chapucería en la
más importante realidad de la Iglesia: el Santo Sacrificio de la Misa.

La presencia de los protestantes para la reforma litúrgica de la Misa, es preciso


confesarlo, establece un dilema al cual parece difícil escapar. Su presencia
significaba o que estaban invitados a reajustar su culto según los dogmas de la
Santa Misa o que se les preguntaba lo que les desagradaba en la Misa Católica
para evitar que se dejara presente una expresión dogmatica que ellos no
podían admitir. Es evidente que esta segunda solución es la que fue adoptada,
cosa inconcebible y ciertamente no inspirada por el Espíritu Santo.

Cuando se sabe que esta concepción de la “Misa normativa” es la del Padre


Bugnini y que él la impuso tanto al Sínodo como a la Comisión de Liturgia, se
puede pensar que hay Roma y Roma, la Roma eterna con su fe, sus dogmas,
su concepción del Sacrificio de la Misa y la Roma temporal influenciada por las
ideas del mundo moderno, influencia a la que no ha escapado el propio
Concilio el cual, a propósito y por la gracia del Espíritu Santo quiso ser
únicamente pastoral.

Santo Tomás se pregunta en la cuestión de la corrección fraterna si conviene


que se la practique a veces con los Superiores. Con todas las distinciones
útiles, el Ángel de la Escuela responde que se la debe practicar cuando se trata
de la Fe.

Ahora bien, ¿quién puede con toda conciencia decir que hoy en día la Fe de los
fieles y de toda la Iglesia no está amenazada gravemente en la Liturgia, en la
enseñanza del catecismo y en las instituciones de la Iglesia?
Léase y reléase a San Francisco de Sales, y se hallará con asombro que tenían
que luchar contra los mismos falsos procedimientos. Pero esta vez el drama
extraordinario consiste en que estas desfiguraciones de la Tradición nos vienen
de Roma y de las Conferencias Episcopales; si uno quiere por consiguiente
guardar su Fe tenemos que admitir sí que algo anormal pasa en la
administración romana. Debemos, por cierto, sostener la infalibilidad de la
Iglesia y del Sucesor de Pedro, debemos también admitir la situación trágica en
que se encuentra nuestra Fe católica por las orientaciones y los documentos
que nos vienen de la Iglesia; la conclusión vuelve a lo que decíamos al
comienzo: Satanás reina por el equívoco y la incoherencia, que son sus medios
de combate y que engañan a los hombres de poca Fe.

Este equívoco debe ser suprimido valientemente para preparar el día elegido
por la Providencia en que será suprimido oficialmente por el Sucesor de Pedro.

Que no se nos tache de rebeldes u orgullosos, porque no somos nosotros los


que juzgamos, sino es Pedro mismo quien como Sucesor de Pedro condena lo
que él por otro lado fomenta, es la Roma eterna la que condena a la Roma
temporal. Nosotros preferimos obedecer a la eterna.

Pensamos con plena conciencia que toda la legislación emitida desde el


Concilio es, por lo menos, dudosa y, en consecuencia, apelamos al Canon 23
que trata de este caso y nos pide atenernos a la ley antigua.

Estas palabras parecerán a algunas injuriosas para la autoridad. Por el


contrario, son las únicas que protegen a la autoridad y la reconocen
verdaderamente, porque la autoridad no puede existir sino para lo Verdadero y
lo Bueno y no para el error y el vicio.

Capitulo 2 DESOBEDIENCIA APARENTE, PERO


OBEDIENCIA REAL
Querido Padre, hoy tenéis la alegría de celebrar la Santa Misa en medio de los
vuestros, rodeado de vuestra familia, de vuestros amigos, y con gran
satisfacción nos hallamos hoy cerca vuestro para deciros también toda nuestra
alegría y todos nuestros augurios para vuestro apostolado futuro, por el bien
que haréis a las almas.

Rezamos en este día especialmente a San Pío X, nuestro santo patrono, cuya
fiesta celebramos hoy y que estuvo presente en todos vuestros estudios y en
toda vuestra formación. Le pediremos que os dé un corazón de apóstol, un
corazón de santo sacerdote como el suyo.

Habríais podido ambicionar una vida feliz, quizás fácil y cómoda en el mundo,
puesto que habíais preparado ya estudios de medicina. Habríais podido, por
consiguiente, desear otro camino que el que habéis escogido. Y, ¿por qué en
Econe? Porque allí habéis encontrado la Tradición, porque allí habéis
encontrado lo que correspondía a vuestra Fe. Esto fue para vos un acto de
valentía que os honra.

Y es por eso que quisiera responder, con algunas palabras, a las acusaciones
que se han hecho estos últimos días en los diarios locales a raíz de la
publicación de la carta de Monseñor Rozier,¡Oh!, no para polemizar. Tengo
buen cuidado de evitarlo, no tengo por costumbre el contestar a esas cartas y
prefiero guardar silencio. Sin embargo, me parece que está bien el que os
justifique porque en esa carta estáis implicado igual que yo. ¿Por qué ocurre
esto? No a causa de nuestras personas, sino por la elección que hemos hecho.
Somos incriminados porque hemos elegido la supuesta vía de la desobediencia.
Pero se trataría de que nos entendamos precisamente sobre lo que es la vía de
la desobediencia. Pienso que podemos en verdad decir que si hemos elegido la
vía de la desobediencia aparente, hemos elegido la vía de la obediencia real.

Entonces pienso que aquéllos que nos acusan han elegido quizás la vía de la
obediencia aparente pero de la desobediencia real. Porque los que siguen la
nueva vía, los que siguen las novedades, los que se adhieren a unos principios
nuevos, contrarios a los que nos fueran enseñados en nuestro catecismo,
contrarios a los que nos fueran enseñados por la Tradición, por todos los Papas
y por todos los Concilios, esos tales han elegido la vía de la desobediencia real.

Porque no se puede decir que se obedece hoy a la autoridad desobedeciendo a


toda la Tradición. La señal de nuestra obediencia es precisamente seguir la
Tradición, ésa es la señal de nuestra obediencia. Jesucristo ayer, hoy y por
todos los siglos.

No se puede separar a Nuestro Señor Jesucristo. No se puede decir que se


obedece al Jesucristo de hoy y que no se obedece al Jesucristo. Por ello no
podemos decir: nosotros desobedecemos al Papa de hoy y por ello mismo
desobedecemos también a los de ayer. Nosotros obedecemos a los de ayer, y
por lo consiguiente, obedecemos al de hoy, y por lo consiguiente obedecemos
a los de mañana. Porno es posible que los Papas no enseñen la misma cosa, no
es posible que los Papas se desdigan, que los Papas se contradigan.

Y es por ello que estamos persuadidos de que siendo fieles a todos los Papas
de ayer, a todos los Concilios de ayer, somos fieles al Papa de hoy, al Concilio
de hoy y al Concilio de mañana y al Papa de mañana. Una vez más: Jesucristo
ayer, hoy y por todos los siglos.

Y si hoy, por un misterio de la Providencia, un misterio que para nosotros es


insondable, incomprensible, estamos en una aparente desobediencia,
realmente no estamos en la desobediencia, estamos en la obediencia.
¿Por qué estamos en la obediencia? Porque creemos en nuestro Catecismo,
porque tenemos siempre el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa,
los mismos Sacramentos, la misma oración: el Padre Nuestro de ayer, de hoy y
de mañana. He ahí por qué estamos en la obediencia y no en la desobediencia.

Por el contrario, si estudiamos lo que se enseña hoy en la nueva religión,


advertimos que ellos ya no tienen la misma Fe, el mismo Credo, el mismo
decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, ya no tienen el mismo
Padre Nuestro. Basta abrir los catecismos de hoy para darse cuenta de ello,
basta leer los discursos que se pronuncian en nuestra época para darnos
cuenta de que aquéllos que nos acusan de estar en la desobediencia, son ellos
quienes no siguen a los Papas, son ellos quienes no siguen a los Concilios, son
ellos quienes están en la desobediencia. Porque no se tiene el derecho a
cambiar nuestro Credo, a decir que hoy los Ángeles no existen, a cambiar la
noción del pecado original, a afirmar que la Virgen ya no es más la siempre
virgen, y así con lo demás.

No hay derecho a reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre; ahora
bien hoy ya no se habla sino de los Derechos del hombre y no se le habla de
sus deberes que constituyen el Decálogo. ¡Aún no hemos visto que en nuestros
catecismos dejamos reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre! Y
esto es muy grave. Se ataca a los Mandamientos de Dios, ya no se defiende a
todas las leyes que conciernen a la familia, y así con lo demás.

La Santísima Misa, por ejemplo, que es el resumen de nuestra Fe, que es


precisamente nuestro catecismo viviente, la Santísima Misa está
desnaturalizada, se ha vuelto equívoca, ambigua. Los protestantes pueden
decirla, los católicos pueden decirla.

A este propósito, nunca he dicho y nunca he seguido a quienes han dicho que
todas las Misas nuevas son Misas inválidas. No he dicho nunca cosa semejante,
pero creo que, en efecto, es muy peligroso habituarse a seguir la Misa nueva
porque ya no representa nuestro catecismo de siempre, porque hay nociones
que se han vuelto protestantes y cine han sido introducidas en la nueva Misa.

Todos los Sacramentos han sido, en cierta manera, desnaturalizados, se han


vuelto como una iniciación a una colectividad religiosa. Los Sacramentos no
son eso. Los Sacramentos nos dan la gracia y hacen desaparecer en nosotros
nuestros pecados y nos dan la vida divina, la vida sobrenatural No estamos
soIos en una colectividad religiosa puramente natural, puramente humana.

Por ello que estamos adheridos a la Santa Misa. Y estamos adheridos a la Santa
Misa porque es el catecismo viviente. No es únicamente un catecismo que está
escrito e impreso sobre páginas que pueden desaparecer, sobre páginas que
no dan la vida en en realidad. Nuestra Misa es el catecismo viviente, es nuestro
Credo viviente. El Credo no es otra cosa que la historia, yo diría, el canto en
cierta manera de la redención de nuestras almas por Nuestro Señor Jesucristo.
Cantamos las alabanzas de Dios, las alabanzas de Nuestro Señor, nuestro
Redentor, nuestro Salvador que se hizo Hombre para derramar su sangre por
nosotros y así dio nacimiento a su Iglesia, al Sacerdocio, para que la Redención
continúe, para que nuestras almas sean lavadas en la Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo por el Bautismo, por todos los Sacramentos, y para que así tengamos
participación de la naturaleza de Nuestro Señor Jesucristo mismo, de su
naturaleza divina por medio de su naturaleza humana y para que seamos
admitidos en la familia de la Santísima Trinidad por toda la eternidad.

He ahí nuestra vida cristiana, he ahí nuestro Credo. Si la Misa ya no es más la


continuación de la Cruz de Nuestro Señor, del signo de su Redención, no es
más la realidad de su Redención, no es más nuestro Credo. Si la Misa no es
más que una comida, una eucaristía, un reparto, si uno puede sentarse
alrededor de una mesa y pronunciar simplemente las palabras de la
Consagración en medio de la comida, esto ya no es más nuestro Sacrificio de la
Misa. Y si ya no es más el Santo Sacrificio de la Misa, lo que se realiza ya no es
la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.

Necesitamos la Redención de Nuestro Señor, necesitamos la Sangre de Nuestro


Señor. No podemos vivir sin la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. El vino a la
tierra para darnos su Sangre, para comunicarnos su Vida. Reinos sido creados
para eso, y nuestra Santa Misa nos da la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
Su Sacrificio continúa realmente, Nuestro Señor está realmente presente con
su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad.

Para esto El creó el Sacerdocio y para esto hay nuevos sacerdotes. Y es por ello
que queremos hacer sacerdotes que continuarán la Redención de Nuestro
Señor Jesucristo. Toda la grandeza, la sublimidad del Sacerdocio, la belleza del
sacerdote es celebrar la Santa Misa, pronunciar las palabras de la
Consagración, hacer descender a Nuestro Señor Jesucristo sobre el altar,
continuar su Sacrificio de la Cruz, derramar su Sangre sobre las almas por el
Bautismo, por la Eucaristía, por el Sacramento de la Penitencia. ¡Oh! la
hermosura, la grandeza del sacerdocio, ¡una grandeza de la cual no somos
dignos! de la cual ningún hombre es digno. Nuestro Señor Jesucristo ha querido
hacer esto. ¡Qué grandeza! ¡Qué sublimidad!

Y esto es lo que han comprendido nuestros jóvenes sacerdotes. Estad seguros


de que ellos lo han comprendido. Han amado la Santa Misa durante todo su
seminario. Han penetrado su misterio. No penetrarán nunca su misterio de una
manera perfecta incluso si Dios nos concediera una larga vida aquí abajo. Pero
aman su Misa y pienso que han comprendido y que comprenderán siempre
mejor que la Misa es el sol de su vida, la razón de ser de su vida sacerdotal,
para dar a Nuestro Señor Jesucristo a las almas y no simplemente para partir
un pan de la amistad en el cual ya no se encuentra Nuestro Señor Jesucristo. Y,
por consiguiente, la gracia ya no existe en unas Misas que serían puramente
una Eucaristía, puramente significación y símbolo de una especie de caridad
humana entre nosotros.

He ahí por qué estamos aferrados a la Santa Misa. Y la Santa Misa es la


expresión del Decálogo. ¿Qué es el Decálogo sino el amor de Dios y el amor del
prójimo? ¿Qué realiza mejor el amor de Dios y el amor del prójimo sino el Santo
Sacrificio de la Misa? Dios recibe toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo y por
su Sacrificio. No puede haber acto de caridad más grande hacia los hombres
que el Sacrificio de Nuestro Señor. El mismo, Nuestro Señor Jesucristo, lo dice:
¿hay un acto más grande de caridad que dar su vida por aquéllos a quienes se
ama?

Por consiguiente, se realiza en el Sacrificio de la Misa el Decálogo: el acto más


grande de amor que Dios pueda tener de parte de un hombre y el acto más
grande de amor que podamos tener de parte de Dios para con nosotros. He ahí
lo que es el Decálogo: es nuestro catecismo viviente. El Santo Sacrificio de la
Misa está allí continuando el Sacrificio de la Cruz. Los Sacramentos no son sino
la irradiación del Sacramento de la Eucaristía. Todos los Sacramentos, son, en
cierta manera, como satélites del Sacramento de la Eucaristía. Desde el
Bautismo hasta la Extremaunción, pasando por todos los demás sacramentos,
no son sino la irradiación de la Eucaristía, porque toda gracia viene de
Jesucristo que está presente en la Sagrada Eucaristía.

Ahora bien, el sacramento y el sacrificio están íntimamente unidos en la Misa.


No se puede separar el sacrificio del sacramento. El Catecismo del Concilio de
Trento explica esto magníficamente. Hay dos grandes realidades en el
Sacrificio de la Misa: el sacrificio y el sacramento, el sacramento dependiente
del sacrificio, fruto del sacrificio.

Esto es toda nuestra santa religión y por ello estarnos aferrados a la Santa
Misa. Comprenderéis ahora mejor quizás de lo que lo comprendisteis hasta hoy
por qué defendemos esta Misa, la realidad del Sacrificio de la Misa. Ella es la
vida de la Iglesia y la razón de ser de la Encarnación de Nuestro Señor
Jesucristo. Y la razón de ser de nuestra existencia es unirnos a Nuestro Señor
Jesucristo en el Sacrificio de la Misa. Entonces, si se quiere desnaturalizar
nuestra Misa, arrancarnos en cierto modo nuestro Sacrificio de la Misa,
¡comenzamos a gritar! Estamos siendo desgarrados y no queremos que se nos
separe del Santo Sacrificio de la Misa.

He aquí por qué mantenernos firmemente nuestro Sacrificio de la Misa. Y


estamos persuadidos de que nuestro Santo Padre el Papa no lo ha prohibido y
no podrá nunca prohibir que se celebre el Santo Sacrificio de la Misa de
siempre. Por otra parte, el Papa San Pío Y dijo de manera solemne y definitiva,
que suceda lo que suceda en el futuro no se podría nunca impedir a un
sacerdote la celebración de este Sacrificio de la Misa y que todas las
excomuniones, todas las suspensiones, todas las penas que podrían sobrevenir
a un sacerdote por el hecho de celebrar este Santo Sacrificio serían nulas de
pleno derecho.

Por consiguiente, tenernos la conciencia tranquila, pase lo que pasare. Si


podemos estar con la apariencia de la desobediencia, estamos en la realidad
de la obediencia. He aquí nuestra situación. Y conviene que la digamos, que la
expliquemos, porque somos nosotros los que continuamos la Iglesia. Los que
desnaturalizan el Sacrificio de la Misa, los Sacramentos, nuestras oraciones, los
que ponen los Derechos del hombre en lugar del Decálogo, que transforman
nuestro Credo, son ellos quienes están en la realidad de la desobediencia.
Ahora bien, esto es lo que se hace por los nuevos catecismos de hoy. Es por
eso que sentimos una pena profunda de no estar en perfecta con los autores
de estas reformas ¡y lo lamentamos infinitamente! Quisiera ir de inmediato a
ver a Monseñor Rozier para decirle que estoy en perfecta comunión con él.
Pero me es imposible, si Monseñor Rozier condena esta Misa que celebrarnos,
poder estar en comunión con él, pues esta Misa es la (le la Iglesia. Y los que
rechazan esta Misa ya no están en comunión con la Iglesia de siempre.

Es inconcebible que Obispos y sacerdotes que fueron ordenados para esta Misa
y con esta Misa, que la han celebrado durante quizás veinte, treinta años de su
vida sacerdotal, la persigan ahora con un odio implacable, nos echen de las
iglesias, nos obligen a decir Misas acá, al aire libre, cuando están hechas para
ser celebradas, precisamente, en esas iglesias construidas para decir esas
Misas. Y, ¿no es verdad que Monseñor Rozier mismo dijo a uno de vosotros que
si fuéramos herejes y cismáticos nos daría iglesias para celebrar nuestras
Misas? Es una cosa inverosímil. Y por consiguiente, si ya no estuviéramos en
comunión con la Iglesia y fuéramos herejes, Monseñor Rozier nos daría iglesias.
Así pues, es evidente que estamos todavía en comunión con la Iglesia.

He ahí una contradicción en su actitud que los condena. Saben perfectamente


que estamos en la verdad, porque no se puede estar fuera de la verdad cuando
se continúa lo que se hizo durante dos mil años, porque se cree únicamente en
lo que se creyó durante dos mil años. Esto no es posible.

Si estoy con el Jesucristo de ayer, estoy con el Jesucristo de hoy y estoy con el
Jesucristo de mañana. No puedo estar con el Jesucristo de ayer sin estar con
Aquél de mañana. Y porque nuestra Fe es la del pasado lo es también la del
futuro. Si no estamos con la Fe del pasado, no estamos con la Fe del presente,
no estamos con la Fe del porvenir. He ahí lo que es necesario creer siempre, he
ahí lo que es necesario ‘mantener a toda costa y sin lo cual no podernos
salvarnos.
Pidámoslo hoy de manera particular para estos queridos sacerdotes, para este
querido Padre, que tanto amo la Cruz —fue ella quien trajo aquí, a esta tierra
de Francia la primera reliquia de la verdadera Cruz; ella amaba la Cruz y tenía
una gran devoción por el Sacrificio de la Misa— y, finalmente, al Cardenal Pie
que fue un admirable defensor de la Fe católica durante el siglo pasado.
Pidamos a estos protectores del Poitou nos concedan la gracia de combatir sin
odio, sin rencor.

No seamos nunca de aquéllos que buscan polemizar, desunir y dañar al


prójimo. Amémoslos de todo corazón, pero mantengamos nuestra Fe.
Mantengamos a toda costa la Fe en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Pidámoslo a la Santísima Virgen María. Ella no puede no haber tenido la fe


perfecta en la divinidad de su Divino Hijo. Ella lo amó con todo su corazón, Ella
estuvo presente en el Santo Sacrificio de la Cruz. Pidámosle la Fe que Ella
tenía.

CAPITULO 3 ENSAYO DE SÍNTESIS DE LOS ERRORES EN


CURSO EN EL INTERIOR DE LA IGLESIA DESDE EL
CONCILIO VATICANO 2
Después de los doce años de período posconciliar, es más fácil realizar un
ensayo de síntesis de los graves errores que ya en el Concilio y desde el
Concilio infestan a la Iglesia y condicionan la actitud de aquéllos que tienen las
más grandes responsabilidades en la Iglesia, a tal punto que para buen número
de ellos uno puede legítimamente preguntarse si tienen todavía la fe católica y,
en consecuencia, si tienen todavía su jurisdicción.

Me parece que se puede, razonable y objetivamente, pensar que los autores de


esta mutación aparecida en, la Iglesia con el Concilio Vaticano II han buscado
con vigor este cambio teniendo como objetivo un nuevo humanismo, como lo
querían ya los pelagianos, como lo hicieron los autores del Renacimiento.

Esas personas, ya antes del Concilio, Cardenales Frings, etcétera, estimaron


que se debía buscar una vía nueva para universalizar a la Iglesia, para hacerla
aceptable al mundo moderno tal como es con sus falsas filosofías, sus falsas
religiones, sus falsos principios políticos y sociales.

Prefirieron dejar en la sombra la vía de la Fe, demasiado intolerante para el


error y el vicio, demasiado ventajosa para la Iglesia Católica Romana y, en
consecuencia, demasiado exigente, que obliga a un combate y a una vigilancia
continuos al ubicar a la Iglesia y al “mundo” en un estado de perpetua
hostilidad.
Esa vía nueva no podía ser sino un renacimiento de un humanismo acogedor
para todo lo que es o aparece humanamente bueno y aceptable en el error y el
vicio. Bajo esta óptica, podría realizarse una unión universal de todas las
culturas y las ideologías bajo la égida de la Iglesia.

Se imagina inmediatamente lo que representa como alejamiento de la Fe, hay


que desdibujar el pecado original, abandonar la idea de que únicamente la
Iglesia Católica es la Verdad y la posee, que Ella es la única vía de salvación;
que ningún acto es meritorio sin la unión con Nuestro Señor.

La Verdad no será más el criterio de la Unidad sino un fondo común de


sentimiento religioso, de pacifismo, de libertad, de reconocimiento de los
derechos del hombre...

No se sabría insistir demasiado para mostrar cómo este nuevo humanismo no


es sino el término de aquél del Renacimiento; después de varios siglos de
naturalismo y, especialmente desde el siglo XVIII, los filósofos subjetivistas y
ateos, al rechazar el pecado original y en consecuencia la necesidad de la
Redención y de la Encarnación, negaron la Divinidad de Nuestro Señor,
juntándose a muchas sectas protestantes.

El liberalismo católico o sedicente católico ha obrado a modo de “caballo de


Troya” para hacer penetrar esos falsos principios en el interior de la Iglesia.
Quisieron “desposar a la Iglesia con la Revolución”. Esos esfuerzos se abrieron
camino ayudados por las sociedades secretas y los gobiernos laicos y
democráticos; los miembros más eminentes de la Iglesia fueron contaminados:
teólogos, Obispos, Cardenales, seminarios, universidades han sido atraídos
poco a poco por esas ideas universalistas, opuestas fundamentalmente a la fe
católica.

Para la realización de este universalismo, es preciso suprimir lo que es


específico de la Fe católica, que se opone necesariamente a ese “fondo
común” que permite la unión universal.

El medio preconizado es “el ecumenismo”.

El ecumenismo permitirá a todos los grupos humanos importantes


representativos de una religión o ideología, entrar en contacto con la Iglesia y
manifestar a la Iglesia las condiciones que estiman deben exigir de la Iglesia
para una unión universal.

Los mayores obstáculos son aquéllos que afirman y expresan la Verdad de la


Iglesia, su unidad, la absoluta necesidad de la unidad en la Fe católica; que la
Iglesia es la única vía de salvación; que posee el único Sacerdocio de Cristo;
que proclama la necesaria Realeza social de Nuestro Señor Jesucristo.

En consecuencia:
Hay que modificar la Liturgia;

Hay que modificar el Sacerdocio y la Jerarquía;

Hay que modificar la enseñanza del catecismo, la concepción de la Fe católica;


de ahí el cambio del magisterio en las universidades, seminarios, escuelas,
etc.;

Hay que modificar la Biblia y constituir una Biblia “ecuménica”

Hay que suprimir los Estados católicos y aceptar el “derecho común”;

Hay que atenuar el rigor moral reemplazando la ley moral por la Conciencia.

El principio que ayudará a reducir los obstáculos será el de la filosofía


subjetiva, porque la filosofía del ser, la filosofía escolástica, obliga a la
inteligencia a someterse a una realidad exterior, a Dios, a sus leyes, como la fe
católica exige la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas, al Credo,
al Decálogo, a las instituciones divinas.

La filosofía subjetiva deja la Verdad y la moral a la creatividad y a la iniciativa


personal de cada individuo. Nadie puede ser obligado a adherir a la Verdad y a
seguir la ley.

Esta concepción de la Verdad y de la ley moral vuelve las realidades relativas a


las personas, a las sociedades, a las épocas. Ella está en la base de los
Derechos del hombre. Se puede advertir esta concepción en los documentos
oficiales de la Iglesia y de los Episcopados.

La concepción de esta Fe subjetiva, conforme a la doctrina modernista, se


encuentra en la mayoría de los nuevos catecismos, en los documentos de
catequesis, en la nueva eclesiología:

Iglesia viviente sumisa al Espíritu que la adapta a las condiciones modernas.

El Espíritu se manifiesta en cada individuo de una manera diferente.

Las reformas que han sido impuestas a la Iglesia desde el Conflicto se han
realizado con este nuevo espíritu: la investigación, la creatividad, el pluralismo,
la diversidad; espíritu que se opone radicalmente a la verdadera concepción de
la Verdad y de la Fe, de tal modo, que únicamente esta concepción será
combatida y considerada como inadmisible.

Porque es evidente que la Verdad es intolerante con el error, que la virtud no


tolera al vicio, que la ley no tolera la Licencia. Es preciso hacer una elección.
Hay que juzgar de esta manera todas las reformas cumplidas en nombre del
Concilio y a justo título en nombre del Concilio, porque el Concilio ha abierto
horizontes hasta entonces prohibidos por la Iglesia:

Admisión de los principios de un falso humanismo;

Libertad de cultura, de religión, de conciencia;

Respeto, cuando no es admisión del error, al mismo título que la verdad.

La suspensión de las excomuniones concernientes al error y la inmoralidad


públicos es un estímulo cuyas consecuencias son incalculables.

Sería necesario estudiar cada reforma en particular para descubrir la aplicación


de esos falsos principios en lo concreto.

Una de las más graves y más características es el cambio de actitud de la


Santa Sede frente a la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo. La
modificación de los textos litúrgicos de la fiesta de Cristo Rey es significativa.
El aliento a la laicidad de la Sociedad civil es una consecuencia inmediata de
ello.

CAPITULO 4 ENUMERACIÓN DE LOS HECHOS


Enumeración de los hechos que, tomados separadamente, pueden parecer
insignificantes, pero que, vistos a la luz del nuevo humanismo, toman una
significación que causa estupefacción:

Visita a la ONU y apoyo aportado a esta organización masónica, enemiga de


todo lo que es católico.

Visita a la sala de cultos de la ONU, verdadero templo masónico,

Abandono de la tiara, signo del poder del pontificado.

Negativa a condenar el comunismo en el Concilio.

Presencia molesta de observadores de todas las religiones en las sesiones del


Concilio.

Nombramiento de los cuatro moderadores.

Intervención de una mujer en el Concilio.

Viaje a Israel. Contacto con el Gran Rabino.

Decreto para los matrimonios mixtos, sin exigir el bautismo católico de los
hijos.
Nombramiento de una comisión para la píldora, ¡con espera de dos años para
decidir!

Decreto sobre la hospitalidad eucarística, que permite a los protestantes recibir


la Eucaristía.

Secretariado para la unidad con declaraciones filo-luteranas.

Secretariado para los no-cristianos.

Supresión de las fiestas de precepto.

Supresión del ayuno eucarístico.

Supresión de la abstinencia.

Autorización de las Misas del sábado para el domingo.

Autorización para la incineración.

Concelebración de pastores anglicanos en el Vaticano.

Bendición a los pentecostalistas danzando y aullando en San Pedro.

Besos de pies a la ortodoxia.

Entrega a los musulmanes de la bandera de Lepanto.

Entrega de la cabeza de Santiago Apóstol a los ortodoxos.

Y todas las grandes reformas:

Reforma litúrgica.

Reforma de los seminarios.

Democratización de las instituciones: sínodo de Obispos en Roma; conferencias


episcopales sin delimitación precisa de poderes; consejos presbiterales
diocesanos.

Reforma de la Curia Romana y especialmente del Santo Oficio. Centralización.

Reforma del nombramiento de los Obispos.

Revisión y modernización de todas las Constituciones de las sociedades


religiosas.

Dimisión obligatoria de los Obispos a los 75 años.

Evicción para el Cónclave de los Cardenales de 80 años.


CAPITULO 5 ECÓNE FRENTE A LA PERSECUCIÓN
A todos los que se interrogan sobre nuestra obra, sobre el Seminario de Econe,
sobre nuestra actitud en la persecución que soportamos por parte de los
Obispos, y ahora de Roma, les pedimos responder a estas cuestiones tan
sencillas para unos fieles de la Iglesia Católica: ¿Por qué la Iglesia? ¿Por qué el
sacerdocio, el Santo Sacrificio de la Misa, los Sacramentos?

Si su respuesta es conforme a la doctrina de la Iglesia tal como siempre ha sido


enseñada, tendrán la respuesta al por qué de Econe.

Esta es la primera respuesta esencial y fundamental.

Un segundo problema se nos ocurre de inmediato: ¿cómo es concebible que la


Jerarquía actual pueda contradecir esta doctrina?

La primera respuesta es ciada por nuestra Fe católica, la segunda es dada por


la historia religiosa de los últimos siglos que han sufrido la influencia del
protestantismo.

El protestantismo, por sus teorías liberales, suscitó en todos los campos una
revolución total contra la cristiandad, concebida según los principios de la sana
filosofía y de la Fe católica.

Las teorías resumidas en las tres palabras: Libertad,

Igualdad, Fraternidad, concebidas contra la autoridad de

Dios y contra toda autoridad, han traído la ruina de la sociedad civil católica, la
ruina de la economía organizada, y poco a poco, la laicización de los Estados
con todas las Consecuencias inmorales, enemigas de la ley de Dios y de la
Iglesia.

Ahora bien, estos mitos sanguinarios del liberalismo han seducido siempre a
unos católicos sentimentales y cuya fe era poco ilustrada. Las filosofías
liberales, las organizaciones revolucionarias han tenido también un fuerte
poder de atracción sobre los medios intelectuales y populares
descristianizados.

El liberalismo persigue con encarnizamiento un maridaje imposible entre la


Verdad y el Error, la Virtud y el Vicio, la Luz y las Tinieblas, entre la Iglesia
Católica y el mundo con todos sus desenfrenos. Los Papas lo comprendieron
bien hasta Juan XXIII y si uno u otro cedieron a veces a las presiones de los
liberales como León XIII y Pío XI, lo lamentaron enseguida y sus sucesores
procuraron reparar los errores cometidos.
Ahora bien, es evidente que el Concilio Vaticano TI permitió a las ideas
liberales tener derecho de ciudadanía en la Iglesia. Las ideas de libertad, de
primacía de la conciencia, de fraternización con el error por el ecumenismo, la
libertad religiosa, la laicización de los Estados, pueden encontrar apoyo en la
orientación general del Concilio.

Ahora bien, lo propio de los liberales es afirmar la tesis y obrar según la


hipótesis sin acordarse más de los principios afirmados, de dónde esa doble faz
ortodoxa y heterodoxa. Así en la práctica, los liberales no tienen enemigos a la
izquierda, pero luchan encarnizadamente contra los defensores de la ortodoxia,
contra los que obran en conformidad con los principios católicos.

Y esto nos explica por qué Econe y todos los verdaderos católicos son
duramente perseguidos por la Roma ocupada por los liberales.

Puesto que nombrarnos a Roma, ¿cómo conciliar la difusión y la ejecución de


los errores liberales por Roma y la infalibilidad de la Iglesia y del Papa?

Esto será un tena de tesis para los futuros doctores en teología. Se necesitaría
sí hallar una solución y ya algunos han tratado de darla, pero yo diría de buena
gana que eso nos importa poco cuando se trata de juzgar hechos o escritos. La
malicia de los actos o de las afirmaciones contrarias a la Fe no se juzgan con
relación a la infalibilidad. Cuando alguien escribe que la libertad religiosa pide
que los grupos religiosos no sean impedidos de manifestar libremente la
eficacia singular de su doctrina para organizar la sociedad y vivificar toda la
actividad humana, me veo obligado a concluir que esta persona profesa el
indiferentismo religioso condenado por la doctrina y

El magisterio de la Iglesia. Ahora bien, esto es un ejemplo y de los menores de


lo que profesa el Vaticano II. Se podrían citar páginas enteras de textos
imbuidos de los errores liberales.

Ante esta difusión de los errores liberales por los organismos oficiales de la
Santa Sede y, lo que está en la lógica del liberalismo incluso católico, ante la
persecución violenta contra los fieles ortodoxos, ¿qué hacer?

Mantener la Fe católica y las instituciones divinas o tradicionales para la


conservación y la propagación de la Fe católica y de la vida divina en las
familias, familias católicas, escuelas católicas, parroquias católicas, seminarios
católicos, facultades católicas, esperando que Roma sea liberada de los
liberales que la ocupan.

Vivir de la Fe sobrenatural en la oración, en el Santo Sacrificio de la Misa, los


Sacramentos, la oración constante, una confianza indefectible en Nuestro
Señor y la Virgen María.
Predicar la Fe, es decir, a Nuestro Señor Jesucristo, en todas las ocasiones,
especialmente por ejercicios espirituales.

¿Que hará el Seminario de Ecóne y su Fraternidad?

Ellos continuarán y continúan, porque la Iglesia liberal y modernista que ocupa


la verdadera Iglesia amordazada no tiene ningún derecho a ser obedecida, más
aún, se debe desobediencia al no ser sus órdenes y sus orientaciones las de la
Iglesia Católica. Ellos destruyen a la Iglesia. No podemos colaborar en la
destrucción de la Iglesia, no queremos volvernos protestantes.

¿Qué harán más tarde los sacerdotes de Ecóne?

Multiplicarán los seminarios para la conservación y la multiplicación del


sacerdocio católico, porque éste es el fin principal de la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X.

Luego, se harán misioneros en los prioratos, donde agrupados de a tres o


cuatro, rezarán juntos, irradiarán sobre una región para predicar a Nuestro
Señor Jesucristo y llevar los Sacramentos, especialmente el Santo Sacrificio de
la Misa.

Sostendrán espiritualmente las escuelas verdaderamente católicas.

En el priorato, una casa de ejercicios espirituales les permitirá santificar a los


fieles de toda edad y de toda categoría. Las religiosas y los hermanos los
ayudarán en este apostolado.

De esta manera, reconstruirán la cristiandad, establecida sobre una Fe viva y


actuante.

Para la gloria de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, para el
honor de la Iglesia Católica, para el honor del Sucesor de Pedro, para la
salvación de las almas, suplicamos a los sacerdotes que tienen conciencia de la
gravedad de la crisis que padece la Iglesia, se unan a nosotros para salvar el
sacerdocio católico, la Fe católica y para la salvación de las almas.

Mantener la Fe y las instituciones que durante dos mil años han santificado a la
Iglesia y a las almas no puede ser en ningún caso una causa para romper la
comunión con la Iglesia; al contrario, éste es el criterio de la unión con la
Iglesia y con el Sucesor de Pedro. Es, por otra parte, este mismo criterio el que
juzga de la legitimidad de la sucesión sobre la sede de Pedro y las sedes
episcopales.
CAPITULO 6 LOS TRES DONES PRINCIPALES QUE DIOS
NOS HA HECHO EL PAPA, LA SANTÍSIMA VIRGEN Y EL
SACRIFICIO EUCARÍSTICO
Queridísimos hermanos, queridos amigos:

La Providencia tiene delicadezas, pues ha querido que este nuevo comienzo de


cursos del seminario coincida con el aniversario de mi consagración episcopal,
que tuvo lugar el 19 de setiembre de 1947 en mi ciudad natal. A pedido de
amigos, hemos querido festejar de una manera particular este aniversario.

Ahora bien, esta mañana leíamos en el breviario las lecturas de Tomás. Se


decía que el joven Tobías, cuando se encontraba rodeado de judíos, de
hombres de su raza que adoraban los becerros de oro establecidos por el
mismo rey de Israel, él, por el contrario, iba fielmente al templo y ofrecía los
sacrificios previstos por la ley tal como Dios mismo lo había pedido. El era,
pues, fiel a la ley de Dios.

Y bien, esperemos que nosotros seamos también fieles a Dios, fieles a Nuestro
Señor Jesucristo. Y Tobías fue luego llevado en cautividad a Nínive, y allí, dice
la Sagrada Escritura, cuando todos sus compatriotas se sometían al culto
pagano que los rodeaba, guardó igualmente la Verdad. El conservó la Verdad.
Creo que es una lección que nos da la Sagrada Escritura, y esperamos que
nosotros también seamos fieles como Tobías lo fue, fiel en su juventud, fiel
más tarde en la cautividad. No es verdad que hoy en día estamos, en cierta
manera, en una cautividad que nos rodea por todas partes, se manifiesta por
todas partes, nos es impuesta por los que se someten al espíritu maligno, en el
mundo y hasta en el interior de la Iglesia, por los que destrozan la Verdad, la
tienen en esclavitud en lugar de manifestarla, de mostrarla. Estamos en un
mundo esclavo del demonio, esclavo de todos los errores de este mundo.

Pero queremos guardar la Verdad, querernos seguir manifestándola. ¿Y cuál es,


por consiguiente, esta Verdad? ¿Tenemos nosotros su monopolio? ¿Somos a tal
punto presuntuoso que podemos decir: nosotros tenemos la Verdad, los otros
no la tienen? Esta Verdad no nos pertenece, no viene de nosotros, no ha sido
inventada por nosotros. Esta Verdad es conocida, está en nuestros libros, en
nuestros catecismos, en todas las actas de los Concilios, en las actas de los
Sumos Pontífices, está en nuestro Credo, en nuestro Decálogo, en los dones
que el Buen Dios nos ha concedido: el Santo Sacrificio de la Misa y los
sacramentos. No somos nosotros quienes la hemos inventado. No hacernos
sino perseverar en la Verdad.

Porque la Verdad tiene un carácter eterno. La Verdad que profesamos es Dios,


Nuestro Señor Jesucristo que es Dios, y Dios no cambia. Dios permanece en la
inmutabilidad, San Pa- 1)10 es quien nos lo dice. No hay ni siquiera una sombra
de vicisitud en El, una sombra de cambio en Dios. Dios es inmutable, siempre
el mismo. El es, por cierto, El, la fuente de todo lo que cambia, de todo lo que
se mueve en el universo, pero El es inmutable.

Y por el hecho mismo de que profesamos a Dios corno Verdad, entramos, de


alguna manera, por la Verdad en la eternidad. No tenemos derecho a
cambiarla, esta Verdad no puede cambiar, no cambiará jamás.

Los hombres han sido puestos en este mundo para recibir un poco de esta luz
de la eternidad que desciende sobre ellos. De algún modo se vuelven, ellos
también, eternos, inmortales, en la medida en que se aferran a la Verdad de
Dios. En la medida en que se aferran a las cosas que cambian, a las cosas
mudables, no están más con Dios. Y de esto es de lo que sentimos necesidad.
Todos los hombres sienten esa necesidad. Tienen en ellos un alma inmortal
que está ahora en la eternidad, alma que será feliz o desgraciada, pero esta
alma existe, ya no morirá, esto es definitivo.

Los hombres, todos los que han nacido, todos los que tienen un alma han
entrado en la eternidad. Y por ello tienen necesidad de las cosas eternas, de la
verdadera eternidad que es Dios. No podemos privarnos de Él, esto forma
parte de nuestra vida, es lo que hay más esencial en nosotros. Los hombres
buscan la Verdad, la eternidad, porque tienen en sí mismos una necesidad
esencial de eternidad.

¿Y cuáles son los medios mediante los cuales Nuestro Señor nos ha dado la
eternidad, nos la comunica, nos hace entrar en nuestra eternidad, incluso aquí
abajo? A menudo, cuando atravesaba esos países de África, cuando se me
pedía ir a visitar las diócesis, elegía un tema que me era caro, muy sencillo por
otra parte y que habéis oído ya muchas veces pero que concretizaba, para
esos pueblos simples a quienes tenía que hablar, la Verdad. Yo les decía: pero
¿cuáles son los dones que Dios nos ha dado que nos hacen participar de la vida
divina, de la vida eterna y que comienzan a ponernos en la eternidad?

Hay tres dones principales que Dios, que Nuestro Señor nos ha hecho: el Papa,
la Santísima Virgen y el Sacrificio eucarístico.

El Papa

Y, en efecto, es un don extraordinario que hizo Dios al darnos el Papa, al


darnos a los sucesores de Pedro, al darnos justamente es perennidad en la
Verdad que se nos comunica por los sucesores de Pedro, que debe ser
comunicada por los sucesores de Pedro. Y parece inconcebible que un sucesor
de Pedro pueda faltar, de alguna manera, a la comunicación de la Verdad que
debe transmitir, porque no puede ,sin casi desaparecer de la progenie de los
Papas, no comunicar lo que los Papas han comunicado siempre: el depósito de
la fe, que no le pertenece tampoco.

La Verdad del depósito de la Fe no pertenece al Papa. Es un tesoro de Verdad


que ha sido enseñada durante veinte siglos. Y él debe transmitirlo fiel y
exactamente a todos aquéllos a los cuales está encargado de hablar, de
comunicar la Verdad del Evangelio. El no es libre.

Y, por consiguiente, en la medida que sucediera. Por circunstancias


absolutamente misteriosas que no podemos comprender, que superan nuestra
imaginación, que superan nuestra concepción, si sucediera que un Papa, que el
que está sentado en la sede de Pedro viniera a oscurecer de alguna manera la
Verdad que debe transmitir, o a no transmitirla ya fielmente, o a dejar difundir
la oscuridad del error, a esconder en cierto modo la verdad, en ese caso
debemos rogar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, para
que se haga la luz en el que está encargado de transmitirla.

Pero no podemos cambiar de Verdad por eso, caer en el error, seguir al error,
porque aquél que ha sido encargado de transmitir la Verdad fuese débil y
dejara difundir el error alrededor suyo. No queremos que nos invadan las
tinieblas. Queremos permanecer en la luz de la Verdad. Permanecemos en la
fidelidad a lo que ha sido enseñado durante dos mil años. Porque es
inconcebible que lo que ha sido enseñado durante dos mil años y que es, como
os lo he dicho, una parte de eternidad, pueda cambiar.

Porque es la eternidad la que nos ha sido enseñada, es Dios eterno, es


Jesucristo Dios eterno, y todo lo que está fijado en Jesucristo está fijado en la
eternidad, todo lo que está fijado en Dios está fijado para la eternidad. Nunca
se podrá cambiar la Trinidad, nunca se podrá cambiar el hecho de la obra
redentora de Nuestro Señor Jesucristo por la Cruz, por el Sacrificio de la Misa.
Son cosas eternas que pertenecen a la eternidad, que pertenecen a Dios.

¿Cómo alguno aquí abajo podría cambiar estas cosas? ¿Cuál es el sacerdote
que sentiría el derecho de cambiar estas cosas, de modificarlas? ¡Imposible,
imposible!

Cuando conservamos el pasado, conservamos el presente y conservamos el


porvenir. Porque es imposible, yo diría metafísicamente divinamente imposible,
separar el pasado del presente y del porvenir. ¡Imposible! ¡O Dios no es más
Dios! ¡O Dios no es más eterno! O Dios no es más inmutable.

Y entonces no hay nada más que creer, estamos en el error, completamente.

Es por eso que, sin preocuparnos de todo lo que pasa en torno nuestro hoy en
día, debiéramos cerrar los ojos ante el horror del drama que vivimos, cerrar los
ojos, afirmar nuestro Credo, nuestro Decálogo, meditar el Sermón de la
Montaña que es nuestra ley igualmente, aferrarnos al Santo Sacrificio de la
Misa, aferrarnos a los Sacramentos, esperando que la luz se haga de nuevo
alrededor nuestro. Eso es todo.

He aquí lo que debernos hacer y no entrar en rencores, en violencias, en un


estado de espíritu que no sería fiel a Nuestro Señor, que no estaría en la
caridad.

Quedemos, permanezcamos en la caridad; oremos, suframos, aceptemos todas


las pruebas, todo lo que nos pueda acontecer, todo lo que el Buen Dios pueda
enviarnos. Hagamos como Tobías: todos los suyos lo habían abandonado, ellos
adoraban los becerros de oro, adoraban los dioses paganos, él permanecía fiel.

Y, sin embargo, él mismo debía quizás pensar que estando completamente solo
en la fidelidad, se arriesgaba a faltar a la verdad. Pero no, él sabía que lo que
Dios había enseñado a sus padres no podía cambiar. La Verdad de Dios existía
y no podía cambiar. Nosotros también debernos apoyarnos sobre la Verdad que
es Dios, ayer, hoy y mañana.

Y por eso yo diría: debemos guardar la confianza en el papado, debemos


guardar la confianza en el sucesor de Pedro, en cuanto es sucesor de Pedro.
Pero si por ventura él no fuera perfectamente fiel a su función, entonces
debernos permanecer fieles a los sucesores de Pedro y no a quien no sería el
sucesor de Pedro. Esto es todo. En efecto, él está encargado de transmitirnos
el depósito de la Fe.

La Santísima Virgen María

El segundo don es el de la Santísima Virgen María.

La Santísima Virgen María, Ella, no cambió nunca. ¡Imaginad que la Santísima


Virgen María haya podido cambiar sobre la idea que podía hacerse de la
divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, su Divino Hijo, sobre el sacrificio de la
Cruz que El debía padecer, sobre la obra de la Redención! La Santísima Virgen
¿pudo cambiar un ápice en su Fe? ¿Pudo, en alguna época de su vida, tener
dudas, caer en el error? ¿Pudo dudar de la divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, dudar de la Santísima Trinidad, Ella que estaba llena del Espíritu
Santo? Imposible, inconcebible!

Ella estaba ya aquí abajo en la eternidad. La Santísima Virgen María, por su Fe,
una Fe inmutable, profunda, no podía ser turbada de ninguna manera, esto es
evidente. A esta santa Madre debemos pedirle que tengamos su fidelidad,
Virgen fiel.
No nos dejemos llevar por los ruidos que nos rodean; fidelidad, fidelidad, como
la Santísima Virgen María.

Y añadiría a propósito de la Santísima Virgen María una cosa que me parece


importante para nosotros en el momento que vivimos actualmente. A cada
momento se nos dice: la Virgen ha dicho esto, aquello, la Virgen se ha
aparecido aquí, la Virgen ha comunicado tal mensaje a tal persona. Por cierto,
no estarnos en contra de la posibilidad de una palabra que la Santísima Virgen
pueda dirigir a personas de su elección, evidentemente. Pero estamos en un
período tal, en este momento, que debemos desconfiar, debernos desconfiar.

El lugar de la Santísima Virgen María en la teología de la Iglesia, en la Fe de la


Iglesia, es, en mi opinión, infinitamente suficiente para que la amemos sobre
todas las creaturas después de Nuestro Señor Jesucristo, y para que tengamos
hacia Ella una devoción que sea tina devoción profunda, continua, cotidiana.

No es necesario para nosotros que tengamos que recurrir constantemente a


mensajes de los cuales no estamos absolutamente ciertos vengan o no de la
Santísima Virgen. No hablo de las apariciones que han sido y son abiertamente
reconocidas por la Iglesia. Pero debemos ser muy prudentes en lo que
concierne a los rumores que oímos hoy por todos lados. A cada instante recibo
personas o comunicaciones que me serían enviadas de parte de la Santísima
Virgen, o de Nuestro Señor, un mensaje recibido acá, otro recibido allá.
Deseamos que la Santísima Virgen esté entre nosotros todos los días.

Nuestra devoción a la Santísima Virgen debe ser profunda, perfecta, pero no


debe depender de algún mensaje particular.

El Sacrificio Eucarístico

Finalmente, el tercer don de Nuestro Señor Jesucristo: el Sacrificio Eucarístico.

Dios, Jesucristo, se da El mismo a nosotros mediante el Sacrificio Eucarístico.


¿Qué podía hacer más hermoso? y ¿a qué debemos estar más aferrados sino al
Santo Sacrificio de la Misa? Que nuestros espíritus, nuestros corazones,
nuestros cuerpos sean como cautivados por el gran misterio del Santo
Sacrificio de la Misa. Y, en la medida en que comprenderemos mejor este gran
misterio del Sacrificio de la Misa y de la Eucaristía, porque el Sacrificio y el
Sacramento están unidos, son las dos grandes realidades del Sacrificio de la
Misa; en la medida en la cual profundizaremos estas cosas, comprenderemos
mejor también lo que es el sacerdocio, la grandeza del sacerdocio.
Porque está unido íntimamente, yo diría metafísicamente, al Sacrificio de la
Misa. Y esto es muy importante en la época actual.

Tenemos necesidad de esto, mis queridos amigos. Tenéis necesidad de estar


prendados por esta espiritualidad del Santo Sacrificio de la Misa. No sólo los
sacerdotes, por otra parte, sino también nuestros religiosos, nuestros
hermanos, nuestras religiosas y todos los laicos hoy, todos nuestros queridos
fieles que están aquí presentes. Debemos tener por el Santo Sacrificio de la
Misa una devoción más grande que nunca, porque ella es el fundamento, la
piedra fundamental de nuestra Fe.

En la medida en que ya no tenemos esta devoción hacia el Santo Sacrificio de


la Misa, en la medida en que hacemos de este Sacrificio una simple comida, en
la medida en que las ideas protestantes se introducen entre nosotros, en esta
medida arruinamos nuestra santa religión.

No me atrevo a citaros el ejemplo de lo sucedido en Chile durante los tres días


que he pasado allí. Pero, sin embargo, puesto que eso me viene a la mente, os
lo digo muy simplemente para mostraros hasta dónde ha llegado la
degradación de la idea del Santo-Sacrificio de la Misa en las personas más altas
y más elevadas de la Jerarquía católica. En el curso de nuestra permanencia en
Santiago de Chile, apareció en la televisión una concelebración presidida por el
Obispo auxiliar de Santiago de Chile, rodeado —yo no he visto la televisión
pero esto me lo han dicho numerosas personas que asistieron— de quince o
veinte sacerdotes que concelebraban con él. Durante esta con- celebración, el
Obispo auxiliar explicó a los fieles, por o tanto, a todos los que lo veían por
televisión, que era una comida, y que, por consiguiente, no veía inconveniente
en que se fumara durante esa comida. Y él mismo fumó durante esta
concelebración.

¡He ahí a lo que se llega! ¡a qué degradación, a qué sacrilegio puede llegar un
Obispo delante de toda su feligresía! ¡Esto es inaudito, inconcebible! Habría
que hacer reparación de cosas semejantes durante años, esto es un escándalo
inimaginable. Pero eso nos muestra a qué nivel se puede llegar cuando ya no
se está en la Verdad.

Entonces debemos estar aferrados al Sacrificio de la Misa como a la pupila de


nuestros ojos, a lo que hay de más querido en nosotros, de más respetable, de
más santo, de más sagrado, de más divino. Es lo que es este seminario.

Se dirá todo lo que se quiera del seminario, se lo criticará de todas partes: el


seminario es esto, el seminario es aquello, se ha decidido en el seminario esto,
se ha decidido en el seminario aquello. No se ha decidido nada en absoluto. No
se ha cambiado nada en absoluto. El seminario continúa siendo lo que es.
Continúa siendo lo que era y aquello para lo cual ha sido fundado. El seminario
continúa siendo un seminario católico. Y si Dios me concede vida, el seminario
no cambiará. Moriré antes que cambiar alguna cosa a la doctrina católica que
debe ser enseñada en el seminario.

Queremos guardar la Fe, queremos hacer sacerdotes católicos, acabo de


explicároslo, por las tres cosas principales de la Iglesia Católica, el Papa, la
Santísima Virgen María y del Santo Sacrificio de la Misa. Estos son los
fundamentos de nuestra devoción aquí en Econe.

Y suceda lo que suceda no cambiaremos, con la gracia de Dios. Entonces que


se diga lo que se quiera; el seminario ha cambiado, el seminario ha tomado
una nueva orientación, el seminario tiene esto, el seminario tiene aquello; es el
diablo quien lo dice, porque quiere destruir el seminario. Evidentemente, no
puede soportar a unos sacerdotes católicos, no puede soportar a unos
sacerdotes que tienen la Fe.

Y acá es menester decirlo claramente: alrededor nuestro, un poco en todos los


países, pero particularmente en Francia, hay tales divisiones entre los que
quieren guardar la Fe católica, que estallan entonces las calumnias, las
murmuraciones, las palabras exageradas, unas reflexiones insensatas,
injustificadas. No nos ocupemos de todo eso. Dejemos hablar, obremos bien;
hagamos la voluntad de Dios, según la voluntad de la Iglesia Católica,
continuando lo que nuestros predecesores y nuestros antepasados hicieron, lo
que el Concilio de Trento pidió que los Obispos hagan, continuando la
formación que siempre se ha dado a los sacerdotes y tendremos la certeza de
estar en la Verdad.

Eso es todo. Permanezcamos en la serenidad, permanezcamos en la Fe. Y si,


por Ventura, nosotros no enseñásemos la Fe aquí, entonces dejadme, si no os
enseño aquí la Verdad católica, partid, queridos seminaristas, ¡no os quedéis!
Es un deber vuestro. Pero si yo enseño la Fe católica, si ella es enseñada aquí,
tenéis toda la biblioteca a vuestra disposición para verificar si nosotros damos
la Fe católica o si no la damos, entonces tened confianza en nosotros.

Pero nosotros haremos todo para que la Fe católica continúe siendo enseñada
aquí, en su integridad, para que podáis, vosotros también, llevar esta verdad
que es tan fecunda de gracia y de vida, porque la Verdad es también fuente de
vida, fuente de gracia. Tenemos necesidad de esta vida, los fieles la reclaman.

¿Por qué tenernos pedidos le todas partes para tener sacerdotes? Porque los
fieles tienen sed de la Verdad, sed de la gracia de Nuestro Señor, sed de la
vida sobrenatural, sed de esta vida divina, sed de esta eternidad a la cual se
dirigen.

Entonces tengamos confianza en lo que la Iglesia hizo siempre, no confianza en


Monseñor Lefevbre. Soy un pobre hombre como los demás, no tengo la
pretensión de ser mejor que los demás, muy al contrario. No sé por qué el
Buen Dios me ha permitido tener treinta años de episcopado. Pienso que si
juzgase humanamente, hubiera preferido quedarme como misionero en los
matorrales del Gabón, aislado, y no habría tenido todos los problemas que tuve
durante mis treinta años de episcopado.

Pero el Buen Dios lo ha querido y el Buen Dios continúa probándonos,


haciéndonos llevar la cruz. Y bien, si es su voluntad, que se haga. Continuemos
llevando la cruz. No es porque el Buen Dios nos imponga cruces que debemos
abandonarlo. No tenemos que abandonar a Nuestro Señor, ¡al contrario!

Debemos seguirlo.

Entonces, mis queridos amigos, sed fieles, fieles a Nuestro Señor, fieles a la
Santísima Virgen María, fieles al Papa, sucesor de Pedro, cuando el Papa se
muestra verdaderamente sucesor de Pedro, porque eso es él, de él tenemos
necesidad. No somos gente que quiera romper con la autoridad de la Iglesia,
con el sucesor de Pedro. Pero tampoco somos gente que quiera romper con
veinte siglos de tradición de la Iglesia, con veinte siglos de sucesores de Pedro.

Hemos elegido. Reinos elegido ser obedientes en la realidad a todo lo que los
Papas enseñaron durante veinte siglos, y no podemos creer que el que está en
la sede de Pedro no quiera enseñar esas cosas, no lo podemos imaginar. Si por
azar lo hiciera, pues bien, Dios lo juzgará. Pero nosotros no podemos ir al error
porque haya una especie de ruptura en la cadena de los sucesores de Pedro.

Nosotros queremos permanecer fieles a los sucesores de Pedro que nos


transmitan el depósito de la Fe. Y es en esto en lo que somos fieles a la Iglesia
Católica, que permanecemos en la Iglesia Católica y que no haremos nunca
cisma. Esto es imposible, porque en la medida en que estamos aferrados
precisamente a esos veinte siglos de Tradición de la Iglesia, no podemos hacer
cisma. Eso es lo que nos garantiza que tenemos el presente y el futuro cómo os
lo he dicho. Imposible separar el pasado del presente y del futuro.
Apoyándonos en el pasado estamos seguros del presente y del futuro.

Así pues, tengamos confianza, pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude en
todas estas circunstancias. Ella es fuerte como un ejército ordenado para la
batalla, Ella que ha sufrido el martirio, Reina de los mártires, en la Cruz de
Nuestro Señor Jesucristo. Pues bien, ¿acaso no seguiremos a nuestra Santa
Madre, acaso no estaremos con nuestra Santa Madre, listos para sufrir también
el martirio para que la obra de la Redención continúe?

CAPITULO 7 RESPUESTAS A DIVERSAS CUESTIONES DE


ACTUALIDAD
1 ¿Cuál debe ser nuestra actitud respecto del Papa Pablo VI?
Esta actitud será diferente según la manera como se defina al Papa Pablo VI,
porque nuestra actitud hacia el Papa, como Papa y sucesor de Pedro, no puede
cambiar.

La cuestión es, pues, en definitiva: ¿el Papa Pablo VI ha sido o es todavía el


sucesor de Pedro? Si la respuesta es negativa, Pablo VI no ha sido nunca Papa
o ya no lo es, nuestra actitud será la de los períodos de sede vacante; eso
simplificaría el problema. Algunos teólogos lo afirman, apoyándose en las
afirmaciones de los teólogos del tiempo pasado, admitidas por la Iglesia, y que
han estudiado el problema del Papa hereje, cismático o que abandona
prácticamente su cargo de Pastor supremo.

No es imposible que esta hipótesis sea algún día confirmada por la Iglesia.
Porque tiene en su favor argumentos serios. En efecto, son numerosos los
actos de Pablo VI que, realizados por un Obispo o por un teólogo hace veinte
años, hubiesen sido condenados como sospechosos de herejía, que favorecen
la herejía. Ante el hecho de que el que realiza esos actos es quien ocupa el
trono de Pedro, el mundo aún católico, lo que queda de l, estupefacto, perplejo,
prefiere callar más bien que condenar, prefiere asistir a la destrucción de la
Iglesia antes que oponerse a ella, a la espera de días mejores.

Sin embargo, queda por saber en qué medida el Papa es el verdadero


responsable de esos actos que favorecen la herejía. Algunos responden que no
lo es en absoluto, que está drogado, prisionero, etcétera. Es una respuesta que
no parece admisible. El Papa se muestra en plena posesión de sus medios, muy
consciente de su firme deseo de hacer aplicar el Concilio y las reformas que de
él derivan.

Entre las dos hipótesis, la del Papa hereje y que ya no es, Papa, y el Papa
irresponsable, incapaz de cumplir su cargo por la tiranía ejercida por los que lo
rodean, ¿no hay una respuesta más compleja pero quizás más real: la de Pablo
VI, liberal, en un grado muy profundo? Su liberalismo toma sus raíces en
Lutero.

Esta incoherencia esencial del liberal le da un doble rostro, una doble


personalidad, una dualidad constante que provoca la autodestrucción.

Se puede decir que no hay peor mal que el de tener en la Sede de Pedro a un
liberal convencido. De ahí la alegría de los enemigos de la Iglesia, quienes la
manifiestan públicamente. De ahí también el bloqueo de las reacciones de los
católicos fieles por el rostro aparentemente tradicional del Papa.

Me parece que esta respuesta corresponde mejor a la historia del liberalismo y


a la del propio Pablo VI. Ella explica mejor todo lo que hizo y sigue haciendo.
Ella ilumina el Concilio Vaticano y el período posconciliar. Echa una luz lóbrega
sobre el Vaticano y los agentes que allí operan, de conformidad con lo que han
hecho los verdaderos liberales durante dos siglos.

Nuestra conclusión, en este caso, es la siguiente: estamos con Pablo VI,


sucesor de Pedro cuando cumple su papel; nos negamos a seguir a Pablo VI,
sucesor de Lutero, de Rousseau, etcétera.

El Magisterio oficial y perpetuo de la Iglesia nos permite ver cuándo Pablo VI


obra de una manera o de otra.

Estimamos nulos todos los esfuerzos, todas los actos, todas las contrariedades
que nos vienen de él para obligarnos a seguir a Pablo VI liberal y destructor de
nuestra Fe; aceptamos, por el contrario, todos los actos tendientes a sostener
nuestra Fe católica, porque en la Iglesia, por voluntad de su Fundador y por la
naturaleza misma de la Iglesia, todo está ordenado a la Fe, prenda de la vida
eterna: todos los poderes, todas las leyes están ordenados a ese fin. Utilizar
esos poderes y esas leyes para la ruina de la Fe y de las instituciones de la
Iglesia es un evidente abuso de poder y una abierta desobediencia a Nuestro
Señor. Colaborar con esta ruina, sometiéndose a un mandamiento inmoral, es
contribuir a la desobediencia a Nuestro Señor.

Si pareciera imposible, como lo afirman los progresistas y los que siguen a


Pablo VI con los ojos cerrados, que el Papa Pablo VI sea verdaderamente Papa
y favorezca al mismo tiempo la herejía, y, por consiguiente, si pareciera que es
contrario a las promesas hechas por Nuestro Señor Jesucristo que un Papa sea
profundamente liberal, entonces sería preciso adherir. Pero eso no parece
evidente. De todas maneras, debemos rezar mucho por el Papa para que
guarde fielmente el depósito de la Fe que le ha sido confiado.

2 ¿Cuál debe ser nuestra actitud respecto de la nueva Misa, y por este hecho,
respecto de toda la reforma litúrgica, incluyendo la reforma del breviario, del
calendario litúrgico, del rito de los difuntos, etcétera?

Acá también nuestra actitud dependerá de la definición que demos de esta


reforma.

Si estimamos esta liturgia reformada como herética e inválida, ya sea a causa


de las modificaciones introducidas en la materia y en la forma, ya sea a causa
de la intención del reformador inscrita en el nuevo rito y contraria a la
intención de la Iglesia Católica, es evidente que nos está prohibido participar
en esos ritos reformados: participaríamos en una acción sacrílega.

Esta opinión se apoya sobre razones serias, pero no absolutamente evidente.


Por, ello, me parece imprudente afirmar que pecan gravemente todos los que
participan, de cualquier manera que sea, en un rito reformado.
Dejando de lado las personas que confieren los sacramentos según este nuevo
rito, si se considera la reforma general en los textos publicados por Roma, nos
vemos obligados a decir, con los. La preocupación de un ecumenismo
exagerado aproximó de tal manera esta reforma a la reforma protestante que
de ello resulta un grave peligro de disminución de la Fe y hasta de pérdida de
la Fe para quienes usan esos ritos de manera habitual y constante, y esto
incluso en el caso de quienes se esfuerzan por guardar las apariencias de la
Tradición.

Este juicio se emite sobre los textos reformados oficiales.

Esos textos concluyen pues por ejercer tina influencia sobre la intención de
muchos sacerdotes, sobre todo de los jóvenes, alejándolos de la intención de
hacer lo que hace la Iglesia Católica, de ahí los riesgos de invalidez.

En efecto, los textos nuevos han eliminado las alusiones al Sacrificio


propiciatorio, han aumentado la atmósfera de comida, decena, en detrimento
del Sacrificio; han disminuido la adoración, las señales de la Cruz.

Todo en el nuevo rito tiende a reemplazar el dogma católico sobre la Misa y


definido por el Concilio de Trento, por las nociones protestantes.

De esta manera, la intención terminará por aplicarse a un rito protestante y ya


no a lo que hace la Iglesia de siempre y para siempre hay que añadir las malas
traducciones, las adaptaciones, la creatividad, etc., otras tantas causas de
invalidez posible, y, en todo caso, de sacrilegios.

La conclusión es evidente: es un deber abstenemos habitualmente, no aceptar


asistir sino en casos excepcionales: casamiento, entierro, y cuando se tiene la
certeza moral de que la Misa es válida y no sacrílega.

Y esto vale para toda la reforma litúrgica.

Es mejor no asistir sino una vez al mes a la verdadera Misa y si fuera necesario
incluso de manera más espaciada todavía, antes que participar en un rito que
tiene sabor protestante, que nos priva de la adoración debida a Nuestro Señor
y tal vez hasta de Su presencia.

Los padres deben explicar a sus hijos por qué prefieren rezar en casa antes
que concurrir a una ceremonia peligrosa para su Fe.

3 Sobre la jurisdicción para los jóvenes sacerdotes de la Fraternidad.

Las leyes naturales y sobrenaturales, es decir, el Decálogo y el Derecho


Canónico, están todas ordenadas a la vida. Por eso, el legislador ha previsto
que, en peligro de muerte y, sobre todo, de muerte sobrenatural, o incluso en
los casos urgentes en que se requiere el empleo de los medios necesarios para
conservar la vida sobrenatural, los poderes son concedidos por el Derecho a
quienes tienen la facultad radical de adquirirlos

En el ambiente de la reforma litúrgica, las dudas sobre la validez de los


Sacramentos se tornan mes a mes más numerosas. Los propios ritos nuevos
llevan en sí serias dudas. Las almas están en una situación de continuo peligro
de muerte.

Es pues normal e incluso necesario que los sacerdotes utilicen esos poderes
excepcionales para ir en socorro de esas almas abandonadas y que
languidecen.

La censura en que hubieran incurrido, incluso si fuese válida, no podría


dispensarlos de ir en socorro de las almas que les suplican les comuniquen la
gracia que les es necesaria para su vida sobrenatural y que están ciertas de
recibir por el ministerio de esos jóvenes sacerdotes, puesto que ellos utilizan
los ritos milenarios que la Iglesia Católica ha empleado siempre para transmitir
la racia.

Eso vale para los bautismos, confesiones, extremaunción.

Para el matrimonio, son los propios futuros esposos quienes reciben esta
autorización por el Derecho, y el sacerdote que no es delegado oficialmente
debe, sin embargo, ser testigo del Sacramento del matrimonio si está cerca y si
ningún otro sacerdote puede o quiere asistir.

Lo que interesa gravemente es que en cada priorato se lleven con exactitud los
registros concernientes a la recepción de los Sacramentos, para que cuando se
vuelva a una situación normal esos registros sean colocados en los archivos de
las diócesis, al menos una copia. Deben redactarse siempre en ejemplar doble,
de los cuales uno debe remitirse a los archivos del Distrito cuando esté
completo.

4 ¿Cómo considerar el retorno a una situación normal?

del porvenir, sabemos que pertenece a Dios que es, pues, difícil hacer
previsiones.

Sin embargo, comprobemos en primer lugar, que la anomalía en la Iglesia no


vino de nosotros, sino de aquéllos que se por imponer una orientación nueva a
la Iglesia, orientación contraria a la Tradición e incluso condenada por

Magisterio de la Iglesia.

Si parecernos estar en una situación anormal es porque aquéllos tienen la


autoridad en la Iglesia queman que antes habían adorado y adoran lo que
antes era quemado.
Los que se han apartado de la vía normal y tradicional son quienes tendrán que
volver a lo que la Iglesia ha enseñado siempre y a lo que siempre ha realizado.

¿Cómo podrá hacerse esto? Humanamente hablando, parece sí que sólo el


Papa, digamos un Papa, podrá restablecer el orden destruido en todos los
campos.

Pero es preferible dejar estas cosas a la Providencia divina.

Sin embargo, nuestro deber consiste en hacer todo para conservar el respeto
de la Jerarquía en la medida en que sus miembros aún forman parte de ella, y
saber hacer la distinción entre la institución divina a la cual debernos estar
muy aferrados, y los errores que pueden profesar unos malos pastores.
Debemos hacer cuanto sea posible para iluminarlos y convertirlos por nuestras
oraciones, y nuestro ejemplo de mansedumbre y firmeza.

A medida que se fundan nuestros prioratos tendremos esta preocupación de


insertarnos en las diócesis mediante nuestro verdadero apostolado sacerdotal
sometido al sucesor de Pedro, como sucesor de Pedro, no como sucesor de
Lutero. Tendremos respeto e incluso afecto sacerdotal por todos los
sacerdotes, esforzándonos por darles la verdadera noción del Sacerdocio y del
Sacrificio, por acogerlos para retiros, por predicar misiones en las parroquias
como San Luis María predicando la Cruz le Jesús y el verdadero Sacrificio de la
Misa.

Así, por la gracia de la Verdad, de la Tradición, se desvanecerán los prejuicios a


nuestro respecto, al menos de parte de los espíritus todavía bien dispuestos y
nuestra futura inserción oficial se verá, por ello, grandemente facilitada.

Evitemos los anatemas, las injurias, las pullas, evitemos las polémicas
estériles, recemos, santifiquémonos, santifiquemos las almas que vendrán a
nosotros cada vez más numerosas, en la medida en que encuentren en
nosotros aquello de lo cual tienen sed: la gracia de un verdadero sacerdote, de
un pastor de almas, celoso, fuerte en su Fe, paciente, misericordioso, sediento
de la salvación de las almas y de la gloria de Nuestro Señor Jesucristo.

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