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Joseph Stiglitz: Alternativas a la austeridad

Joseph Stiglitz

Después de la gran recesión los países se han quedado con déficits sin precedentes en tiempos de
paz y con preocupaciones crecientes por sus deudas nacionales que van en aumento. En muchos
países lo anterior está conduciendo a una nueva ronda de austeridad –políticas que con seguridad
producirán una economía nacional y global menos dinámica y una desaceleración sustancial en el
ritmo de la recuperación. Aquéllos que esperan que los déficits se reduzcan significativamente
estarán profundamente decepcionados porque la desaceleración económica presionará a la baja
los ingresos fiscales y aumentará las demandas de seguro de desempleo y otros beneficios
sociales.

Los esfuerzos para frenar el crecimiento de la deuda sirven para pensar cuidadosamente –obliga a
los países a enfocarse en las prioridades y a evaluar los valores. Es improbable que en el corto
plazo los Estados Unidos realicen grandes recortes al presupuesto, al estilo Reino Unido. Sin
embargo, el pronóstico de largo plazo –que es especialmente alarmante por la incapacidad de la
reforma del sistema de salud para reducir los costos médicos- es lo suficientemente sombrío que
existe un creciente esfuerzo bipartidista para hacer algo. El presidente Barack Obama ha
nombrado una comisión bipartidista de reducción del déficit, cuyos presidentes presentaron
algunos avances de lo que sería su informe final.

Técnicamente, reducir el déficit es un asunto simple: se deben recortar los gastos o aumentar los
impuestos. Sin embargo, es evidente que el programa de reducción del déficit, al menos en los
Estados Unidos, va más allá. Es un intento de debilitar la protección social, reducir el carácter
progresivo del sistema fiscal y recortar la intervención y tamaño del gobierno – todo ello sin
afectar intereses, como los del sector militar industrial.

En los Estados Unidos (y en otros países avanzados), cualquier programa de reducción del déficit
tiene que establecerse acorde con lo que ha sucedido en la última década:

· Un aumento masivo del gasto de defensa impulsado por dos guerras inútiles, pero que va más
allá,

· Un aumento de las desigualdades, en el que el 1% reúne más del 20% del ingreso del país,
acompañado de una clase media en declive –el ingreso familiar estadounidense ha caído más de
5% en la última década y estaba reduciéndose incluso antes de la recesión,

· Una inversión insuficiente en el sector público, incluida la infraestructura, puso de manifiesto de


forma dramática el colapso de los diques en Nueva Orleans y,

· El crecimiento de los apoyos corporativos, desde los rescates bancarios, los subsidios al etanol y
a los de la agricultura, aunque la OMC ha constatado que esos subsidios son legales.

Como resultado, es relativamente fácil formular un paquete de reducción del déficit que fomente
la eficiencia, impulse el crecimiento y reduzca la desigualdad. Se necesitan cinco ingredientes
principales. Primero, debe haber un aumento de las inversiones públicas de alto rendimiento.
Incluso si esto amplía el déficit en el corto plazo, a largo plazo la deuda nacional se reducirá. ¿Qué
empresa no aprovecharía oportunidades de inversión con rendimientos superiores al 10% si
pudiera obtener crédito –como lo puede hacer el gobierno estadounidense- con un interés menor
al 3%?

Segundo, se deben recortar los gastos militares –no solo los fondos para guerras inútiles sino
también para las armas que no funcionan contra enemigos inexistentes. Seguimos actuando como
si la Guerra Fría nunca hubiera finalizado, gastando tanto en defensa como el resto del mundo en
su conjunto.

Lo anterior es necesario para eliminar los apoyos corporativos. A pesar de que los Estados Unidos
han despojado a las personas de su red de seguridad, han fortalecido la red de seguridad de las
empresas, lo que ha quedado evidenciado claramente en la gran recesión con los rescates de la
IG, Goldman Sachs y otros bancos. Los apoyos a las empresas representan casi la mitad del
ingreso total en algunos sectores de las agroindustrias estadounidenses; por ejemplo, se conceden
miles de millones de dólares en subsidios al algodón a unos cuantos agricultores ricos- mientras
que los precios bajan y hay una pobreza creciente entre sus competidores del mundo en
desarrollo.

Además, se da un trato en una forma especialmente notoria a las empresas farmacéuticas. Incluso
cuando el gobierno es el comprador más grande de sus productos, no puede negociar precios,
fomentando así un incremento significativo en los ingresos corporativos –y en los costos del
gobierno- que se acerca al billón de dólares en la última década.

Otro ejemplo es la gran variedad de beneficios especiales previstos para el sector energético,
especialmente el petróleo y el gas, con lo que simultáneamente se roba al Tesoro, se distorsiona
la asignación de recursos y se destruye el medio ambiente. Después, están las dádivas que no
parecen tener fin de recursos nacionales –desde el espectro gratuito que se ofrece a los
organismos de radiodifusión, pasando por las regalías menores de las empresas mineras hasta los
subsidios a las compañías madereras.

También es necesario crear un sistema fiscal más eficiente y justo mediante la eliminación del
tratamiento especial a las ganancias de capital y dividendos. ¿Por qué aquéllos que trabajan para
vivir tienen que estar sujetos a impuestos más altos que los que viven de la especulación (a
menudo a expensas de los demás)?

Finalmente, con más del 20% de los ingresos totales que se concentran en el 1% de los que más
ganan, un pequeño aumento de 5%, por decir, en los impuestos cobrados efectivamente,
recaudaría más de un billón de dólares en una década.

Un paquete de reducción del déficit diseñado según estas directrices satisfaría las demandas
incluso de los halcones del déficit. Aumentaría la eficiencia, promovería el crecimiento y mejoraría
el medio ambiente y beneficiaría a los trabajadores de la clase media.

Solo hay un problema: solo beneficiaría a los que están hasta arriba, o los intereses especiales
corporativos y otros que han venido dominando el diseño de las políticas en los Estados Unidos.
Su lógica convincente es precisamente la razón por la que hay pocas probabilidades de que dicha
propuesta razonable se pueda llegar a adoptar.

Martes 7 de diciembre de 2010

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