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Igualdad Desigual

José de Souza Silva1


Junio de 1998

Los editoriales y los artículos de los periódicos Latinoamericanos sobre la protección de la


propiedad intelectual (PPI) revelan dos aspectos comunes y preocupantes: la arrogancia de los
Estados Unidos en el manejo de sus intereses asociados al tema y la ingenuidad sobre el asunto
que prevalece entre muchos empresarios, políticos y oficiales del Gobierno de nuestros países. Por
un lado, los Estados Unidos desean obligar nuestros países a introducir leyes de PPI con la
velocidad que ellos quieren y en los términos que les interesan. Por otro lado, muchos de nuestros
representantes técnicos, empresariales y políticos asumen que para ser moderno hay que
introducir marcos legales para PPI en los términos que recomiendan los Estados Unidos.

Hace por lo menos dos décadas que tuvo inicio un movimiento mundial liderado por los Estados
Unidos para presionar los países en desarrollo a introducir marcos legales para PPI. Este
movimiento fue exitoso cuando consiguió introducir reglas en la Organización Mundial de Comercio
(OMC) que permiten la aplicación de sanciones económicas asociadas a la cuestión de la propiedad
intelectual. Afortunadamente, los países ricos no consiguieron que los marcos legales a ser
introducidos en nuestros países sean homogéneos como ellos querían. Hay una literatura ignorada
en nuestros países que revela evidencias sobre como marcos legales homogéneos solo benefician a
países más poderosos política y económicamente. Las acusaciones de los Estados Unidos sobre la
piratería asociada a la propiedad intelectual sugieren que aquel país nunca ha recurrido a esta
práctica. Sin embargo, ningún país que hoy se auto-denomina “desarrollado” introdujo leyes
fuertes para PPI mientras estaba él propio “en desarrollo”. Ahora que han establecido avanzadas
bases científicas, industriales y económicas, los países ricos quieren que todos adopten
procedimientos iguales para PPI. Obviamente, procedimientos iguales para capacidades
desiguales no es igualdad.

En acuerdo con la literatura, los Estados Unidos en la primera mitad y Japón temprano en la
segunda mitad del siglo XX estuvieron fuertemente involucrados en piratería tecnológica y de
productos. Por ejemplo, los países más ricos rehusaron introducir patentes farmacéuticas hasta que
sus industrias estuviesen muy bien desarrolladas: Francia en 1958, Alemania en 1968, Japón en
1976, Suiza en 1977 e Italia en 1978. Más recientemente, los cuatro “tigres” de Asia del Este—
Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong y Singapur—desarrollaron su industria con el apoyo de un débil
marco legal para PPI. Irónicamente, los Estados Unidos introdujeron patentes para los
microorganismos solamente a partir de 1980, para las plantas en 1985 y para los animales en
1987. Además, ese país continúa con la práctica de piratería de nuestros recursos filogenéticos. Por
ejemplo, “... en 1994, los Agrónomos Duane Johnson y Sarah Ward, de la Universidad del Estado de
Colorado, consiguieron la Patente Número 5,304,718 que les da el monopolio sobre las plantas
macho-estériles de la variedad “Apelawa quínoa” que ellos sacaron del Lago Titicaca de Bolivia. Un
robo cínico y una acción ilegal con consecuencias injustas para la sociedad Boliviana. Es para
indignarse.

Sin embargo, ahora, aprovechándose de la vulnerabilidad financiera de nuestros países, los Estados
Unidos quieren imponer sanciones económicas a las naciones que no aprueben apresuradamente
sus marcos legales de PPI. Bajo el concepto de competitividad convenientemente promocionado
como sinónimo de competencia, y bajo presiones directas e indirectas reforzadas por el FMI, Banco
Mundial y BID, los países Latinoamericanos deben ahora imitar aquellos países, pero solamente en
lo que les interesa. Por ejemplo, contradictoriamente quieren obligarnos a imitar sus leyes sobre
PPI, pero nos prohíben de imitarlos en la construcción de la bomba atómica. La cuestión
obviamente no es si debiésemos o no construir la bomba atómica sino la existencia de dos
conjuntos distintos y arbitrarios de criterios y procedimientos, unos para los más fuertes y otros
para los más débiles. Obviamente, nuestros países necesitan un marco legal para disciplinar y
orientar las cuestiones asociadas a PPI, pero no necesariamente en la fecha y bajo los términos que
más interesan a los Estados Unidos. Antes de su aprobación, proyectos de PPI deben ser expuestos
a un debate público más amplio para que pueda reflejar mejor las realidades, necesidades y
aspiraciones de nuestras sociedades, no los intereses de los países más poderosos en general y de
los Estados Unidos en particular.

1 José de Souza Silva es brasileño, Ingeniero Agrónomo, tiene Maestría en Sociología de la Agricultura y Ph.D. en Sociología
de la Ciencia y Tecnología, exGerente de la Secretaría de Gestión Estratégica de la Empresa Brasileña de Investigación
Agropecuaria (EMBRAPA), exOficial Principal de la FAO, Roma, para los Recursos Fitogenéticos de América Latina y el
Caribe, y actual Gerente de la Red Nuevo Paradigma para la innovación institucional en América Latina. Oficina regional en
San José, Costa Rica. E-mail: souzasilva2003@hotmail.com

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