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Our Last Piece Of Sanity

Todo pertenece a Stephenie Meyer, yo solo juego con los personajes y la trama.

Capítulo I

-¿Sabes que día es hoy?-

Me encontraba frente a ella, sentado en una silla frente a su cama. Estaba seguro que debía
odiar que siempre, todos los días, le preguntaran lo mismo, pero, aunque nunca respondiera,
estaba obligado a interrogarla. Eran las nueve de la mañana y la lluvia golpeaba con fervor la
única ventana que había en este cuarto.

Sus preciosos ojos nadaban en la nada misma, mostrándome un océano chocolate. Su cabello
castaño se encontraba atado en una media coleta dejando que unos pocos mechones cayeran
libres sobre su rostro. Su semblante lucía sereno, como si no tuviera pensamientos que la
inquieten.

-Me llamo Edward Cullen, y estoy sustituyendo al doctor Hale- mencioné seriamente- durante
estos meses seré tu nuevo psiquiatra- observé sus ojos intentado detectar algún cambio pero
solo habitaba en ellos frialdad, una a la que al parecer me tendría que acostumbrar.

Continué en mi posición inicial, examinando las rosas blancas que estaban en un florero a un
lado de su cama. No tenía idea quién las colocaba allí, quizás su enfermera de turno. Para mi
gusto, aquellas flores eran las adecuadas para un lugar como este… transmitían paz.

El silencio caminaba entre nosotros disfrutando de su dominio mientras que recordaba mi


estadía en otros hospitales psiquiátricos. Nunca antes había tenido un caso como el de ésta
chica, al menos mis anteriores pacientes gritaban, lloraban, se enfurecían, pero no soportaban
el silencio ni la soledad. Pero ella…ésta joven, solo parecía disfrutar de todo esto. Daba la
impresión de que regocijaba de la soledad, la melancolía, e incluso lucia feliz de estar ahogada
en su propia mente.

Tratando de abandonar mis pensamientos, comencé a hojear la carpeta que tenía en mis
manos. En esas hojas se encontraba la poca información que se sabía sobre ella.

Isabella Marie Swan

Y empecé a leer…

Habían pasado tres meses desde mí llegada a este lugar, desde que conocí a la joven de ojos
chocolates, como comúnmente la llamaba, por supuesto, dentro de mi cabeza. Nada había
cambiado, yo no lo había hecho ni ella tampoco. Pasaba mas tiempo de lo acostumbrado en su
habitación, quizás intentando encontrar una respuesta a su estado o, solo para quedarme
sentado y observar sus preciosos ojos.

Isabella nunca dijo una palabra y mucho menos me observó, ella siempre mantenía la vista
perdida en pared. Aún recuerdo aquella noche en la que debía cumplir mi turno nocturno. Yo
me encontraba sentado a un lado de la cama, observándola dormir, cuando, de pronto, su
cuerpo comenzó a estremecerse durante unos segundos, pero luego continúo en su mundo de
sueños como si nada hubiera pasado.

Nunca comprendí que sucedió aquella noche, pero luego supe que siempre pasaba lo mismo.
Todas las noches su cuerpo se agitaba, mas nunca abría sus ojos. Ella… ella prefería vivir en
las pesadillas que despertarse en la realidad.

-¿Sabes que día es hoy?-

Pregunté al entrar en su habitación como todos los días. Isabella se encontraba sentada y con
la espalda apoyada en el respaldo de su cama. Vestía su habitual camisón blanco que hacía
resaltar la palidez de su piel y su oscuro cabello.

Tomé asiento en la silla a su lado y la observe, no parecía haber nada diferente en ella.
Empecé a tomar anotaciones en mi carpeta; el silencio que antes me sofocaba, ahora ya era
parte de mi rutina diaria. La pluma en mi mano se movía con rapidez en la hoja hasta que algo
que pensé que nunca sucedería pasó.

-La habitación necesita rosas-

Su suave y lisa voz recorrió el lugar a la velocidad de la luz para luego perderse por el aire. Mis
ojos la observaron sorprendidos y el silencio se marchó enojado ante la poca atención.

Sus ojos estaban fijos en la pared pero yo no podía correr mi mirada de ella. Jamás pensé que
su voz fuera tan bella…tan única. Estaba desconcertado, hacia tres meses que me encontraba
aquí y nunca había dicho palabra alguna, pero escuchar su voz fue, realmente, impactante.

En mi cabeza resonaron sus palabras por lo que vislumbré que el florero no tenía las rosas que
siempre estaban en el. En ese momento, recordé que la enfermera que colocaba aquellas
flores, había tomado un receso de unos meses.

-¿Por qué te gustan aquellas rosas?- pregunté lentamente con temor de que el silencio
retomara su lugar en el cuarto. Isabella parecía entretenerse solo con mirar la blanca pared.

-Quizás porque…- sus ojos abandonaron la pared para posarse en mí-…me recuerdan que
sigo viva- terminó en un delicado susurro.

Yo me levanté de la silla y caminé hacia la puerta, no podía estar mas en aquel cuarto, no
sabía por qué pero Isabella parecía estar rodeada de un aura rebosada de tristeza y no lograba
soportar todo aquello…era demasiado para mi.

-Si…si te traigo esas flores, ¿hablaras más seguido?- pregunté sin girarme a observarla.
-Si te hablo… ¿me seguirás tratando como a una demente?-

En ese instante no supe que decir, mi cuerpo se había quedado helado. Todo este tiempo…ella
siempre estuvo conciente. Tragué un poco de saliva y abrí mi boca.

-Solo…trata de no volverme loco- murmuré y me volteé unos milímetros para contemplarla. Ella
giró su cabeza y sonrió casi con cinismo.

-Aunque no lo notes…tú ya estás perdido. Disfrutas el silencio tanto como yo, ¿verdad?- mi
corazón comenzó a latir violentamente - avísame cuando ya no hables, porque en ese
momento… tendré un nuevo compañero de habitación…-

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