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Palabras de presentación en la lectura de cuentistas latinoamericanos: Enza García y

Mario Morenza (USB).


Por Dayana Fraile

Buenas tardes.
Gracias a la invitación que me ha extendido Mariana Libertad Suárez y la editorial
Equinoccio, me encuentro en estos momentos presentándoles a dos viejos amigos: Enza
García y Mario Morenza.
Conocí a ambos en el pasillo que conecta las Escuelas de Filosofía y Letras de la UCV,
ese pasillo de las memorias ajenas de Mario. Los acompañé, de manera anónima,
durante sus primeros pasos escriturales cuando realicé mis pasantías académicas en
Monte Ávila Editores y tuve la oportunidad de participar en el proceso de edición de sus
primeras publicaciones: Cállate poco a poco de Enza y Pasillos de mi memoria ajena
de Mario. Debo confesar que quedé muy impresionada con ambos manuscritos y que en
ese momento la mejor de las disposiciones signó mi trabajo y mis lecturas. Siempre me
ha entusiasmado la narrativa joven que se produce en el país.
Enza García y Mario Morenza forman parte de esa avalancha de jóvenes narradores que,
actualmente, está transformando el paisaje de la tradición literaria nacional. Ambos, en
poco tiempo, se han convertido en voces centrales y paradigmáticas de esta generación
de relevo.
Así que fue una grata sorpresa encontrarme con los libros El bosque de los abedules y
La senda de los diálogos perdidos. Libros premiados en el Concurso Nacional
Universitario.
Corriendo el riesgo de parecer demasiado informal, diré que los relatos de Enza tienen
la virtud de movernos el piso y también las paredes. Nos dejan recogiendo fragmentos
de cerámica y yeso, después de un temblor de siete grados en la escala de Richter, como
si fuera posible devolverlos a su sitio con pega loca o con cola blanca marca elefante. A
través de su escritura, Enza deconstruye los imaginarios tradicionales y logra agenciarse
espacios bastante originales de creación y lectura de esos mismos imaginarios. Cállate
poco a poco y El bosque de los abedules materializan campos de batalla entre pulsiones
primordiales y prohibiciones ancestrales. Freud decía que todas las conductas se
presentan provocadas por el deseo y, precisamente, en El bosque de los abedules
podemos observar como se constituye una maquinaria del deseo en los territorios del
logos.
En El bonsái de Macarena apreciamos un manejo bastante interesante de las claves de
la construcción del sujeto femenino en estos tiempos posmodernos. La narradora
trasciende el recurso trillado de la victimización femenina, recuperándolo en tono
irónico, justo en el momento en que ha pasado a jugar el papel de victimario.
Simone de Beauvoir proponía que todo fenómeno sexual tenía un sentido existencial. El
bonsái de Macarena parece proyectar esta hipótesis, el deseo es el verdadero
desencadenante de las acciones de los personajes. El deseo trasciende las esferas de lo
carnal para redimensionarse y potenciarse en el plano ontológico del ser.
En este relato el tema de la trascendencia es importante. De ninguna manera, puedo
evitar recordar que Simone de Beauvoir también decía que el falo representa
carnalmente la trascendencia. La alusión que hace la protagonista al pene “pequeñito”
de su amante, podría ser entonces una metáfora de la imposibilidad de alcanzar la
trascendencia que padecen estos personajes. Esta imposibilidad, definitivamente,
termina por empujarlos a los territorios de la angustia, la desesperación y las conductas
antisociales.
Por otro lado, La Senda de los diálogos perdidos de Mario Morenza evidencia un
excelente manejo del humor y del sentido del absurdo. Sus personajes están insertos en
sus respectivas tragedias individuales, separados apenas por delgadas paredes. No
obstante, Mario utiliza el recurso de la parodia para delimitar infinitas posibilidades
lúdicas. Las tragedias terminan por convertirse entonces en tragicomedias, sin perder
por ello su sentido original y constitutivo. Quizás por eso todos los que hemos leído La
senda de los diálogos perdidos la recordamos con una sonrisa cómplice. La escritura de
Mario, a veces profunda, a veces experimental, a veces poética, tiene además la gran
virtud de hacernos reír.
Leer a Mario es como irse un fin de semana a la playa: es una experiencia renovadora y
fresca.
En Dos tazas de café antes del trigésimo paso encontramos algunas pistas de la poética
que sustenta el libro. El narrador comenta: “Me gusta apoyarme en el balcón y ver pasar
gente, ver la cara de la gente. Ver cómo se desencajan sus facciones. Me anima la
situación. Esta actividad, de algún modo, me recuerda a las válidas. Todos los
habitantes de Bloque 4 retornan y parten a sus propias carreras. Entre esos dos puntos
categóricos que establecen momentos, existen fenómenos de carácter concluyente. Una
historia. Y en sus bolsos o maletines y carteras llevan su porvenir fragmentado. Piezas
mínimas con las que construirán sus sueños o terminarán por destrozarlos. Se puede
llegar a decir que atestiguo principios y fines de jornadas”.
Efectivamente, las historias entrelazadas de los personajes, muchas veces sin nombre,
de Bloque 4, establecen una secuencia narrativa fragmentaria y cargada de emotividad.
Mario desde uno de los balcones de la imaginación reconstruye las vidas de unos
personajes que se debaten entre el peso aplastante de la cotidianidad y la esperanza
restauradora de cada puesta de sol.
En Adán y Oto, siameses Mario retoma el recurso literario del doble, arrancándolo del
reino de lo fantástico y depositándolo en los territorios de lo grotesco. El mito del doble
desde siempre nos ha recordado la fragilidad de nuestras identidades. Este mito
resignifica el dualismo que domina el pensamiento humano: cuerpo y alma, bien y mal,
vida y muerte.
Mario, en una entrevista que concedió a una reconocida página web, afirmó que quizás
la situación del país había permeado la escritura de este cuento. No obstante, declara
que su intención era hacer un homenaje a Historia Universal de la infamia de Jorge
Luis Borges y a Literatura nazi en América de Roberto Bolaño. Sin intenciones de
plantear lecturas reduccionistas se nos ocurre que esta historia, más allá del
resquebrajamiento efectivo del país de los siameses, pudiera tener una interpretación de
corte político, no tan evidente y, quizás, más profunda: el avatar de esos hermanos que
deben permanecer juntos, en contra de su voluntad, porque comparten órganos vitales.
Sin lugar a dudas, El bosque de los abedules y La senda de los diálogos perdidos
enriquecen y revitalizan el catálogo del Fondo Editorial Equinoccio. Con un abrazo de
papel, celebro a los autores y a sus editores.

Dayana Fraile
Caracas, 2010.

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