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RIVERO
LA SUBLEVACIÓN DE LLOSA G.P.
Esta rebelión, totalmente intrascendente, era sin embargo una advertencia: los altos
mandos militares, descontentos con el gobierno, no tardarían en actuar más
efectivamente.
Temió, con razón, que el aplastamiento del motín significaría la persecución del partido
y el triunfo, a corto plazo, de una conspiración reaccionaria. Según parece, entre los
organizadores del “pronunciamiento institucional”, predominó la idea de “aplastar
primero el motín” y luego hacer la revolución contra Bustamante. Así sucedería, pero
serían otros los que lo realizarían. La suerte del PAP estaba ya echada.
El gobierno, como era de esperar, culpó al PAP del motín, acusándolo de querer asaltar
el poder con una insurrección armada. Por decreto, Bustamante declaró que el Apra “se
ha colocado fuera de la ley”. Locales y periódicos apristas fueron clausurados. Se
anunció que se procesarían a sus líderes políticos. Perseguidos, estos tuvieron que
ocultarse o asilarse. Se confiscaron los bienes de las sociedades anónimas como la
“Casa del Pueblo”, “La Tribuna”, la “Compañía Editora Peruana”, etc., y se embargaron
—para cubrir los gastos que la revolución causó al Estado— los bienes de todos los
encausados y los del partido. Los de Haya fueron saqueados. Su casa fue casi demolida
y robados sus valiosos enseres.
Para los apristas, el fracaso de la experiencia democrática, entre 1945 y 1948, era
responsabilidad de Bustamante y Rivero, quien –pese a ser elegido con votos apristas–
trató de reducir permanentemente la influencia de ese partido y, finalmente, optó por
apoyar a la oligarquía e ilegalizar lo que era su base cierta de apoyo: el PAP. El error de
los apristas había sido su ciega confianza en Bustamante.