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El libro de los breves instantes

Omar Macías

El libro de los breves


instantes

Barcelona
Título de la edición original:
El libro de los breves instantes
Editorial M
Barcelona, 2010

Diseño de la colección: Omar Macías


Ilustración: © Laurë L. Gascó

Primera edición: noviembre 2010


Segunda edición: diciembre 2010
Tercera edición: enero 2011

© Omar Macías
© Editorial M

ISBN XX―XXX―XXXX―X
Depósito Legal: B.XXXX―2010

Printed in Spain
Dedicado a mis conocidos y desconocidos

Un libro hermoso es una victoria ganada en todos


los campos de batalla del pensamiento humano.
Honoré de Balzac (1799―1850)
EL OBJETO MÁGICO

Hubo una vez un niño que poseía un tesoro. Sin duda, el


más valioso de los tesoros que un niño puede poseer. Esa
riqueza transmitía unos poderes increíbles y no presentaba una
forma concreta, precisamente, disponía la capacidad de
transformarse en cualquier cosa a la velocidad del pensamiento de
su dueño.
El niño era el dueño de ese valioso elemento, sabía que tenía
en su poder un objeto único y debía mantenerlo a buen recaudo.
Además no se preocupaba por conservarlo, puesto que nadie se
lo podía arrebatar. Afortunadamente, ese talismán era
completamente invisible ante los ojos de un extraño y sólo lo
podía visualizar una persona bondadosa e imaginativa. Además
no podía perderse, dado que bastaba con pensar en él con
confianza para que apareciese en cualquier lugar de inmediato. A
fin de mantener esa propiedad, el niño debía evitar a toda costa
que el tesoro entrara en desuso y que por ello, cayera en el pozo
del olvido. Si eso sucedía, difícilmente podría recuperarse.
Así pues, el niño lo iba usando a diario y lo transformaba en
objetos de toda clase para inventarse todo tipo de juegos.
Un día lo transformó en un enorme globo aerostático e hizo la
vuelta al mundo volando con él. Por el cielo se hizo amigo de un
montón de aves migratorias y las nubes le indicaron el mejor
camino. Otro día, lo trasformó en un submarino amarillo y se
sumergió hasta las profundidades del Océano Gigántico en busca
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

de botines perdidos y de barcos pirata hundidos. En otra ocasión,


lo transformó en un monopatín volador y seguidamente en un
inmenso balón hinchable que usó para sentarse encima y saltar
por encima de los árboles y de las montañas.
Ciertamente, la vida del niño era fantástica, cada día llamaba a
la puerta una nueva aventura, un episodio mágico por resolver,
un nuevo romance imaginario. Cada tarde, resumía la jornada con
una porción de felicidad y al anochecer realizaba un profundo
suspiro de satisfacción. El niño disfrutaba a menudo
imaginándose nuevos juegos para no caer nunca en el
aburrimiento. Incluso cuando jugaba con sus amigos, la mayoría
accedían a entretenerse con él, sin ver siquiera el objeto mágico,
aunque algunos, los más imaginativos, podían ver la forma del
objeto y sus múltiples transformaciones.

Sin pausa, el niño se hizo adolescente y seguía ilusionado por


su interesante posesión, lo usaba a diario con dedicación y
entusiasmo. Precisamente por ese motivo los compañeros de su
colegio se burlaban a menudo de él por practicar actividades tan
infantiles. Contrariamente a su voluntad decidió usar el objeto
mágico únicamente cuando estuviera en casa.
Pero en su casa también había un problema. Sus padres y sus
hermanos menospreciaban su faceta lúdica y le advertían que las
cosas no le iban a ir nada bien si seguía con esa actitud.
Afirmaban rotundamente que debía dejar esos estúpidos juegos
de niños y dedicarse a los asuntos de mayores. Reiteraban que ya
no era un niño y que los estudios eran prioritarios en esa etapa de
su vida.
Así fue, el niño adolescente decidió usar el objeto mágico a
solas en casa, a escondidas de su familia. Pero las burlas y los
castigos habían calado hondo en su subconsciente y se vio a sí
mismo inculpándose de inmaduro y se sintió solo, tuvo miedo.
Decidió convertir el objeto mágico en una diminuta pepita para

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EL OBJETO MÁGICO

poder llevarla siempre encima. La guardó dentro de una pequeña


cartera, pero nunca más tuvo la intención de volver a usarla.
Pasaron unos meses de olvido, el chico se centró en sus
estudios y en los asuntos relacionados con su futura y cercana
etapa laboral. Pero una mañana soleada se acordó de su objeto
mágico, miró inmediatamente en su cartera pero ya no estaba,
había desaparecido. Estuvo días buscando pero la pepita no
apareció. Quizás se le cayera en cualquier momento. Quizás la
perdiera en casa, quizás se le cayó en el parque. Trató de pensar
fuertemente en el objeto para que apareciese de nuevo por arte de
magia, pero había perdido la confianza y la convicción, así que la
pepita mágica no apareció. Ese día supo que había dejado atrás su
adolescencia.

Hubo una vez un hombre que perdió un tesoro. Sin


duda, el más valioso de los tesoros que un hombre puede
perder. En efecto, aquel chico se hizo de repente mayor. Dejó de
ser aquella persona imaginativa y alegre que fue en sus tiempos de
infancia. Entonces tenía los pies en el suelo, ganaba el suficiente
dinero para vivir cómodamente ya que había encontrado un buen
trabajo gracias a los consejos de sus padres. Vivía solo, en un piso
del centro de la ciudad. Las cosas le iban realmente bien; nadie se
burlaba de él, el mundo le respetaba y su familia admiraba su
próspera situación. Eso sucedía de puertas para afuera, pero en su
interior ese hombre era completamente infeliz. En su casa se
respiraba un aire impregnado de tristeza. Un ambiente grisáceo
que contrastaba con el colorido de unas antiguas fotos de su
infancia que tenía expuestas en su escritorio. Las estuvo mirando
durante varios minutos y se acordó entonces que en una época de
su vida fue feliz. Fue una etapa en la que no le importaba la
opinión de los demás, en la que hacía lo que sentía en cada
momento y la sinceridad imperaba en sus actos. Fueron
momentos maravillosos y él así lo recordaba. Pero claro, habían

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EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

cambiado las cosas, ya era mayor. Tenía responsabilidades, no se


le pasaba por la cabeza buscar ese tesoro perdido. Apenas lo
recordaba. No quiso luchar contra sí mismo ni quiso saber lo que
en verdad había perdido, dado que sospechaba que precisamente
se había perdido a sí mismo. Pero su propia vergüenza impidió
reencontrarse y siguió su camino como si nada hubiera sucedido.
Pasaron los años lenta y tristemente y el hombre se convirtió
en un anciano.
Un día, revolviendo un cajón, encontró las fotografías de su
juventud y se fijo en una de ellas donde aparecía él de pequeño,
en un parque del barrio. El anciano sonrió. Por los acartonados
músculos de sus mejillas pudo deducir que llevaba mucho tiempo
sin sonreír y decidió dar un paseo hasta el parque donde antaño
tantos juegos había realizado.
Llegó al sitio y se sorprendió de que nada hubiera cambiado
allí. Curiosamente ese parque había mantenido la misma
estructura que hacía setenta años. Incluso estaba lleno de niños
jugando a juegos increíbles, juegos mucho más intensos y
fascinantes que cuando él era joven. Los demás parques de la
ciudad eran completamente aburridos, tenían unos columpios
rarísimos y modernos que nadie usaba. Todos aquellos parques se
habían quedado desiertos e inertes, pero ese no. El mundo entero
había cambiado pero ese pequeño trozo de montaña permanecía
intacto. Le llamó la atención un gran árbol que había justo en el
lugar donde antes jugaba y se acercó para verlo de más cerca. Ese
árbol no lo recordaba. No estaba allí cuando era joven, no
obstante parecía un árbol milenario. Era un árbol frutal enorme
que tenía unos frutos muy curiosos ya que parecían peras, pero
presentaban un color anaranjado. El anciano arrancó una pieza y
le dio un mordisco sin pensarlo.
Era un sabor dulce, acaramelado que su boca nunca antes
había probado, pero sin embargo le recordó intensamente a algo.
Sin duda, ese sabor le trajo recuerdos de su infancia y de repente
volvió a sonreír. Fue en ese preciso momento cuando recobró

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EL OBJETO MÁGICO

algo mucho más valioso que el propio recuerdo, recupero la


confianza y la convicción en sí mismo. Seguidamente intentó
recuperar su antiguo tesoro pensando en él intensamente a fin de
que reapareciera de nuevo. Pudo rememorar el objeto mágico con
confianza y fe, pero no apareció. Lo reintento varias veces y el
anciano pudo rozar el éxito, notó por un momento esa magia
cercana, pero se esfumó. El anciano desistió al décimo intento.
Pensó que ya era demasiado tarde, que había pasado excesivo
tiempo. Le dio cuatro o cinco bocados más a esa deliciosa fruta y
cuando llegó al corazón de la pieza lo entendió todo. De repente
vio en el corazón de esa fruta una pequeña pepita igual que la que
perdió hacía tanto tiempo.
El anciano abrazó fuertemente al árbol mágico durante varios
minutos. Le cayó una lágrima de alegría y se sintió de nuevo en
casa. Entendió que ese árbol había crecido gracias a su mágico
tesoro y que de su magia se habían nutrido tantos y tantos niños
que ilusionados correteaban por el parque con multitud de juegos
imaginarios y objetos fantásticos. Ese enorme árbol al que aún
abrazaba le había retornado la felicidad. De repente una señorita
se dirigió al anciano y le dijo:
―Perdone señor! ¿Se puede saber lo qué está usted haciendo?
―Abrazar el árbol.―dijo el anciano con una sonrisa sincera.
―Aquí no hay ningún árbol, señor. ¿Se encuentra bien?― dijo
con ojos extrañados la mujer.
―Perfectamente señora, perfectamente.
El anciano se acercó a la señora y le puso una pepita mágica en
el bolsillo mientras le dijo al oído.
―Lo que ocurre es que usted no lo ve―susurró el anciano.
―No diga bobadas― dijo con los ojos cerrados y con aires de
superioridad mientras se apartaba del viejo.
Cuando esa mujer volvió a abrir los ojos no pudo evitar abrir
la boca sorprendida de ver como aquel inmenso árbol frutal
aparecía en su vista como por arte de magia. Y aún sorprendida,
se quedó sin palabras mientras miraba extrañada al anciano.

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EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

El anciano se guardó otra de esas pepitas e inmediatamente la


convirtió en un carruaje fantástico con dos caballos blancos
hermosísimos. Sonriente se despidió de la mujer y se fue
cabalgando hasta su casa felizmente. El anciano hizo uso del
mágico tesoro hasta el fin de sus días. Usó de nuevo su
imaginación con confianza y su alegría y sus recuerdos regresaron
para siempre.
Hubo una vez un hombre que recuperó un tesoro. Sin
duda, el más valioso de los tesoros que un hombre debe
mantener.

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LA FLOR DEL CACTUS ROJO

Cuenta la leyenda que en la comarca de Lujonia había un


pantano mágico escondido en un bosque donde se hallaban los
secretos de la naturaleza y el remedio de todos los males. Ese
lugar solo lo conocían algunos seres privilegiados y que evitaban
a toda costa revelar su ubicación. Uno de esos afortunados
hombres era un jardinero que trabajaba un enorme palacio
situado en la cima de una de las montañas más altas de la
región. Ese palacio tenía una infranqueable muralla que rodeaba
el perímetro, así como un enorme puente levadizo que presidía
aquella gran fortificación. En el interior había un hermoso
camino de piedra tallada, cuyo recorrido estaba perfilado por
una serie de setos podados deliciosamente y cuidados con suma
delicadeza. Antes de llegar a la entrada del castillo, se podía
divisar un inmenso jardín multicolor con árboles frutales, flores
de todo tipo y varias fuentes distribuidas por ese extenso
terreno de vistas privilegiadas. Además una fina y verde capa de
césped revestía el suelo y otorgaba a ese maravilloso lugar un
aroma de felicidad y buenaventura.
El rey de Lujonia era el dueño de toda esa fortuna y tenía un
hijo de doce años que se llamaba Elio, futuro heredero, cuya
familia le había educado bajo una estricta disciplina. A su edad
ya dominaba la astrología, el cálculo, la física y varios idiomas,
pero la asignatura que más le gustaba era la geografía. Conocía
el nombre y las principales características de todos los ríos,
montes y senderos que pudieran divisarse desde el punto más
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

alto de cualquier monte del país. Tenía también en posesión


mapas topográficos y astrológicos actualizados con los
descubrimientos más recientes cuya información memorizaba
con precisión y detalle. A ese chico le encantaba presumir de su
inteligencia e interrumpía a menudo las labores de los
trabajadores del palacio para alardear de sus conocimientos,
mientras ellos alababan al niño por ser hijo del poderoso rey.
Elio necesitaba demostrar su sabiduría a todo el mundo y
disfrutaba escuchando las alabanzas dirigidas hacia él de toda
esa gente.
Una hermosa mañana, paseando por el jardín del palacio,
coincidió con un chaval de su misma edad. Parecía el hijo de un
humilde campesino, iba descalzo, llevaba un sombrero medio
roto y estaba subido a un naranjo.
―¿Qué haces ahí arriba? ¡Baja ahora mismo! Obedece. Soy
Elio el hijo del rey de Lujonia― ordenó.
El otro chico pegó un gran salto desde el árbol hasta el suelo
y cayó enfrente del heredero.
―¿Ah, sí? pues yo soy Teo, el hijo de mi padre―replicó.
―¿Quien es tu padre?―se extrañó Elio ante tal osada
contestación.
―El jardinero de éste extraño lugar.―respondió orgulloso
Teo.
―¿Y quien te ha dado permiso para estar aquí?―atacó Elio
―Déjame en paz.
Elio empezó a incordiarle con sus conocimientos sobre
ciencia y otros asuntos que a Teo no le importaban en absoluto.
Siguió explicándole la cantidad de tierras y bienes que iba a
heredar en un futuro, cosa que tampoco parecía importarle
demasiado al misterioso chaval, que no quería, por nada del
mundo, que nadie le fastidiase ese fantástico día soleado. Así
que Teo optó por marcharse hacia otro lugar evitando así la
presencia de Elio, pero éste le perseguía con sus cansinas
explicaciones allí donde fuera.

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LA FLOR DEL CACTUS ROJO

Le empezó a hacer preguntas acerca de ciertas estrellas y


constelaciones así como de unos ríos y senderos que se situaban
muy lejos de la comarca. Al ver que Teo le ignoraba, insistió
haciéndole otra serie de impertinentes preguntas de ciencia ante
los trabajadores con la intención de humillarle en público.
Obviamente Teo no conocía ninguno de esos datos y los
trabajadores junto con Elio se burlaron de él por ignorar tales
cosas.
―¿A quién le importa el nombre de un río tan lejano? Lo
siento, yo me preocupo por otro tipo de cosas.
―¿Por ejemplo?―Se preguntó Elio.
―Pues de la gran variedad de plantas que existen, sus
funciones curativas, los secretos de la pesca y la caza en cada
lugar, el momento de abundancia de especies en cada estación.
Todo este tipo de cosas.
―Pues yo tengo a mi disposición cazadores, pescadores,
leñadores, zapateros y todo lo que me haga falta. ¿Para qué
necesito yo esos conocimientos? Tengo poder.
―Si tienes poder, ¿por qué tú no puedes hacer nada solo?
―¡Tú si que no puedes hacer nada!¡Mírate, vas descalzo y
lleno de barro!―exclamó el futuro heredero.
―Yo puedo llegar a mover las estrellas porque conozco los
secretos del bosque y además conozco el lugar donde se
encuentra el pantano mágico―confesó Teo
―Bobadas, ese pantano no existe, se ha demostrado y
además nunca apareció en ningún mapa.
―Yo te puedo demostrar que sí, no está muy lejos.
―Pues si así es, llévame allí, mentiroso.
A la mañana siguiente partieron, no tardaron más de dos
horas en atravesar el denso bosque de las ranas voladoras con
ciertos problemas ya que una de esas ranas amarillas podía
atacarte desde el aire como un halcón, convenía ser sigiloso en
ese tramo. Luego cruzaron el campo de los girasoles gigantes al

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EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

atardecer, cuando sus enormes flores se orientaban hacia el


oeste, era especialmente peligroso porque su posición favorecía
la caída de sus gigantescas pipas, los chicos debieran vigilar
también entonces. Durante todo el trayecto Elio iba anotando
apuntes en una libreta y haciendo una especie de mapa del
itinerario y Teo se dio cuenta.
―No te servirán de nada los mapas para llegar al pantano.
Solo tu instinto te puede guiar. Hay que escuchar la voz del
pantano.
―No me cuentes cuentos, los mapas son esenciales. Lo dices
para que no revele a nadie tu secreto. La ciencia hay que
compartirla con el mundo- dijo Elio enfadado.
―Tú que sabes tanta ciencia ¿conoces los peces luciérnaga?
Elio empezó a reír porque sabía que esa especie no existía.
―Conozco el pez enormitaurus, el pez espadachín y el pez
burbuja, pero el pez luciérnaga es un animal mitológico. Venga,
no intentes impresionarme a mi, soy el hijo del rey de Lujonia.
Al cabo de cien suspiros, después de superar un tramo de
lianas y densos matorrales, llegaron a su mágico destino.
―Aquí es―dijo Teo satisfecho.
―Esto no es un pantano, es una miserable charca, no mide
ni treinta metros de largo ¿y qué tiene de mágico esta charca?
―Puedes pedirle un deseo si coges un puñado de arena del
fondo.
―¿Me estás tomando el pelo?―dijo Elio mientras metía el
brazo en el pantano para intentar conseguir un puñado de
tierra.
―Ni lo intentes, está bastante profundo.
―Consígueme tú un puñado de arena―exigió.
―No sirve. Solo se cumple el deseo si es uno mismo el que
consigue el puñado de arena y además solo puedes pedir uno en
toda tu vida.

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LA FLOR DEL CACTUS ROJO

―Entonces pide tú mi deseo. Quiero ser el rey mas


poderoso del país, o mejor aún, ¡el rey mas poderoso del
mundo entero!
―El deseo tiene que ser sincero e íntimo. No puedo pedir
tus deseos.
―¿Qué profundidad hay?―preguntó Elio
―Unos veinte o treinta metros.
―Es imposible―negó Elio.
―Yo lo hice.
―No me lo trago. Volvamos.
Estaba anocheciendo velozmente. El cielo azul se tiñó de
negro en pocos minutos, estaban los dos niños cruzando el
campo de los girasoles gigantes, con la única luz de luna
iluminando el camino de vuelta, cuando de repente Elio fue
mordido por una serpiente venenosa. El niño gritó porque el
dolor de la mordedura fue muy intenso y rápidamente notó los
efectos del veneno. Su rostro empezó a palidecer y empezó a
notar escalofríos por todo el cuerpo. Teo cogió la serpiente por
la cabeza y la observó bien, después de identificarla la lanzó lo
mas lejos que pudo.
―Elio, es una serpiente muy venenosa, aguanta aquí un rato,
me voy a buscar el antídoto de su veneno. No te muevas amigo,
te salvaré.
―No. No me dejes solo que me muero, de verdad, estoy
notando los efectos de la mordedura. Me encuentro fatal.
―Tranquilo, ahora vuelvo― dijo Teo mirándole fijamente a
los ojos.
En ese mismo instante Teo arrancó a correr ardorosamente
y desapareció entre la penumbra. Elio no podía andar, estuvo
agonizando durante casi dos horas hasta que regresó su
salvador con unas flores muy extrañas. Eran las flores de unos
cactus rojos que había conseguido en lo más alto de un
acantilado relativamente cercano. Milagrosamente Elio se
recuperó después de ingerir esas flores de desagradable sabor.

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EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

―¿Como lo has conseguido? ¿Has ido al pantano mágico?


―No, cogí las flores del cactus rojo en el acantilado.
―No existe la magia ¿verdad Teo?
―La magia existe, cuando el temor se va.
Juntos volvieron a casa sanos y salvos.
Unas cuantas lunas después cuando ya todo había vuelto a la
normalidad, sucedió el desafortunado suceso. El rey junto a su
hijo estaban paseando por uno de sus jardines. El padre le
contaba al hijo las mil y una batallas que había habido en los
últimos años, cuando de repente, de imprevisto la historia se
repitió, una serpiente picó al rey en la pierna derecha. Según
Elio esa serpiente era de la misma especie que le mordió a él
días atrás. El rey empezó a notar los síntomas de inmediato, la
suerte no estaba de su lado y la lluvia empezó a precipitarse.
Elio fue corriendo en busca de Teo para que le acompañara a
recoger el antídoto del cactus rojo.
Corrieron apresurados con la dirección fijada en el inmenso
acantilado. Una vez en los pies del precipicio vieron en lo alto
las flores curativas, Teo le advirtió que tardaría una hora en
subir y volver a bajar por el sendero con el preciado antídoto.
Elio le dijo que no había tiempo obligándole a escalar desde ese
mismo lugar y a pesar de que a Teo le pareció una hazaña
peligrosa, se dispuso a llevarla acabo dada la urgencia de la
misión. Empezó a escalar, el niño tenía muchísima habilidad,
pero la lluvia dificultaba el ascenso. No obstante consiguió
llegar a lo más alto y obtuvo las flores del remedio, pero en el
descenso, un fragmento de la roca que pisaba con el pie
izquierdo se desprendió y a la vez, cayó también el cuerpo de
Teo hasta impactar en el suelo, delante de su amigo Elio.
―¡Teo! ¿Estás bien?
―Ve al palacio ahora. Aguantaré.
―Es culpa mía, lo siento Teo de verdad, no tendría que
haberte obligado a….

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LA FLOR DEL CACTUS ROJO

―Corre, llévale esto a tu padre― dijo Teo herido de


gravedad, ofreciéndole la flor del cactus rojo.
―Pero… ¿y tú?
―¡Corre! –gritó Teo.
―¡Gracias! Volveré pronto, AMIGO.
Elio corrió entre la lluvia como nunca antes lo había hecho.
No se reconocía a sí mismo, pero era urgente su cometido y su
cuerpo respondía a tal efecto.
Llegó a palacio con el apreciado antídoto salvando así a su
padre de una muerte segura. El rey notó la mejora
instantáneamente y al cabo de un rato estaba completamente
recuperado. Agradeció a su hijo la hazaña, pero no entendía
porque el niño estaba aún tan preocupado.
Elio regresó al bosque en busca de su amigo herido, pero
cuando llegó ya era demasiado tarde. Teo había muerto a los
pies del acantilado con una mano extendida llena de restos de
pétalos rojos. Lágrimas brotaron del corazón de Elio, pero una
de sus lágrimas saladas cayó en la mano inerte de Teo cuando
Elio decidió remediar la tragedia. Por suerte llevaba encima la
libreta con las anotaciones del camino del pantano mágico y se
dispuso a seguirlo inmediatamente al pie de la letra. Después de
cruzar el bosque de las ranas voladoras y el campo de girasoles
gigantes se preparó para superar el tramo de lianas y de los
matorrales pero ahí no había ningún pantano. Ahí no había
nada, la lluvia no cesaba y las fuerzas empezaron a
desvanecerse. No entendía porqué ese pantano había
desaparecido, ya que según el mapa, se encontraba en el punto
justo donde se situaba la última vez.
Elio empezó a temer pero de repente le vino a la cabeza la
frase que Teo mencionó cuando por primera vez fueron al
pantano. “No te servirán de nada los mapas para llegar al
pantano. Solo tu instinto te puede guiar. Hay que escuchar la
voz del pantano.”

21
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Eso hizo, de inmediato cerró los ojos y se empezó a


concentrar. Intentó apartar de su conciencia todos sus
conocimientos científicos y desarrolló un sexto sentido para
escuchar esa voz que le guiaría hasta su destino. Era una voz
aguda y agradable, susurrante y melodiosa que penetraba en el
subconsciente llenando de calma el espíritu y alejando el temor.
Empezó a dar pasos instintivamente a ciegas mientras
escuchaba el susurro lejano. De repente apareció enfrente del
pantano y dejó de llover. Había recorrido en un tiempo mínimo
el trayecto hasta ese lugar, pero ahora le quedaba la parte mas
complicada de la misión. Precisamente fue cuando le entró el
miedo y pensó otra vez en los dichosos datos. Sabía
perfectamente que una persona normal era incapaz de
sumergirse a treinta metros sin más, y menos tratándose de un
niño sin experiencia en inmersiones acuáticas. Recordó
entonces otra de las últimas frases que Teo mencionó “La
magia existe cuando el temor se va”. Inspiró fuertemente, hizo
un gesto de valentía, cerró los ojos y se dejó caer en el pantano
con los brazos extendidos. El agua estaba totalmente cristalina y
tenía una temperatura muy agradable. Cuando apenas había
bajado seis o siete metros sus pulmones y su corazón no podían
resistir más esas condiciones después de tanto esfuerzo y fue en
ese instante cuando se relajó. Fue sorprendente la sensación de
bienestar que sintió cuando se dio cuenta que en las
profundidades de ese pantano mágico se podía respirar debajo
el agua tranquilamente y vio además que el fondo se iluminó
con un montón de lucecitas azules. Siguió bajando unos
cuantos metros cuando se dio cuenta que miles de diminutos
peces brillantes estaban nadando a su alrededor mientras le
seguían hasta el fondo del pantano. Eran los peces luciérnaga
azules que habían iluminado el fondo para que Elio pudiese
agarrar un buen puñado de arena para hacer efectiva la
concesión del deseo.

22
LA FLOR DEL CACTUS ROJO

Subió a la superficie con el puño bien cerrado y le pidió al


pantano que resucitara a su apreciado amigo porque le echaba
muchísimo de menos y se sentía culpable de su muerte. Al
terminar esas oraciones lanzó la arena de nuevo al pantano y
Teo apareció.
―Gracias, Elio―dijo Teo aún desubicado.
―¿De verdad bajaste alguna vez al pantano?―preguntó Elio
―Si, no hace mucho tiempo, me lo enseñó mi padre.
―¿También lo conocía? ¿Que deseo pidió él?
―Pidió la flor del remedio de todos los males.
―¿El cactus rojo?―acertó Elio
―Si―confirmó
―¿Y tú que pediste?
―Un amigo de verdad.
Elio se deshizo de sus zapatos lanzándolos muy lejos y
seguidamente, de un solo gesto le quitó el sombrero a Teo y
empezó a correr. Teo lo perseguía mientras ambos se reían a
carcajadas por el camino de vuelta a casa.

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A TODA VELA

Los recuerdos más latentes que guardo de mi infancia


evocan los momentos que pasaba con mi juguete favorito, un
globo terráqueo giratorio. Disfrutaba durante horas, en la
habitación de mi casa, dando vueltas a aquella esfera azul y en el
momento que lograba alcanzar la mayor velocidad de giro, la
detenía con el dedo índice señalando un nuevo destino
imaginario. Desgraciadamente, no siempre podía jugar a esos
fascinantes juegos, ya que según mi familia, otras muchas
obligaciones debían tener prioridad en mi vida.
Pero entonces ya había elegido mis principales propósitos.
Deseaba dejar atrás las cuatro paredes de mi habitación y surcar
los mares de aquel grandioso mundo aún por descubrir. Pero
como por aquel entonces era pequeño, ciertos inconvenientes
logísticos frenaban mi paso, empezando por la carencia de
dinero y siguiendo por el escaso poder que disponía para llevar
a cabo mis propias decisiones. A pesar de que nadie tomaba en
serio mis reflexionados propósitos en mi mente permanecían
claros, así que en un día de esperanza lancé al mar una botella
con un mensaje… con un deseo. ‘Deseo escapar de este lugar y
encontrar la libertad’. Le pedí al viento que llevara esa botella bien
lejos, pero esa suplica se perdió en el océano para siempre.
Por suerte, el tiempo fue avanzando sin pausa pero con prisa
hasta que me llevó a la edad adulta. Fue el momento en el que
hice un análisis de mi pasado y reconocí que nunca me había
sentido acogido en la ciudad en la que me crié, no culpaba a
A TODA VELA

nadie, simplemente, me sentía prisionero de una conducta social


irreal e incómoda y yo anhelaba encontrar la libertad.
Ahorré lo suficiente para comprar un pequeño barco de vela
y aprendí a navegar. Fui adquiriendo experiencia durante los
primeros años de navegación convirtiéndome con el paso del
tiempo, en un experto marinero. Adoraba el mar y todo aquello
relacionado con la naturaleza marina hasta el punto de forjar
una firme amistad con el viento. A diario trabajábamos mano a
mano para viajar a puertos desconocidos.
Aparte de vender algo de pescado en los mercados cuando
había suerte, amarraba en puerto y paseaba por tierra firme
hasta encontrar un lugar de paso donde instalar mi pequeño
negocio ambulante. Me bastaba con una silla, una mesa y mi
maletín de pinturas con las que retrataba a los turistas que
solicitaban mis servicios. No me disgustaba ese trabajo, pero era
inevitable plasmar en cada cuadro la sensación que me
transmitían todas aquellas personas. Se trataba de una sensación
gris que me hacia verlos como tristes prisioneros de una cárcel
invisible. Yo escapé de esa cárcel desde el momento en el que la
reconocí como tal. Quizás fue eso lo que me llevó a romper con
todo y viajar rumbo fijo a ningún lugar.
Llegué a un pueblecito costero llamado La Blanca Bahía, me
gustó tanto a primera vista que decidí quedarme unos días allí.
En una de las plazas de ese hermoso pueblo instalé mi taller
ambulante y conocí a una mujer de la que me enamoré
ciegamente desde el día que oí su voz por primera vez.
―¿Puedo sentarme? Dicen que dibujas de maravilla.―dijo
ella.
―Bueno, intento hacerlo lo mejor que puedo. ¿De donde
vienes?
―No vengo, me voy.―dijo ella.
―¿A donde?
―Busco el faro del norte. Dicen que está muy lejos, más allá
del horizonte.

25
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

―¿Que hay allí?


―Un lugar donde cada cual encuentra lo que busca. Y tú, ¿a
donde vas?
―Pues la verdad es que no lo sé, yo voy perfilando la costa y
cuando encuentro un sitio agradable me quedo y cuando me
canso de pisar el suelo firme, navego. La verdad es que no
tengo ningún rumbo concreto, solo sé donde no quiero
regresar.
―Huyes, pero no sabes hacia donde, ¿verdad?
Me quedé muy sorprendido con esa afirmación. Desubicado
saqué un lienzo en blanco y empecé a hacer bocetos de su
agradable presencia. Podía dibujarla incluso con los ojos
cerrados porque su hermoso rostro me quedó grabado
fijamente en mi consciencia. La observé con atención, ella se
sonrojo y yo inspiré profundamente y me dispuse a cerrar los
ojos un instante reflexivo. No había disfrutado nunca de un
perfume como el suyo, era parecido al de una desconocida flor
de color verde turquesa, como una suave ola acariciando mi
presencia, abrazando sutilmente mis cinco sentidos. Cuando me
recuperé de esa fascinación pasajera, volví a abrir los ojos
ilusionado y sonriente. Pero ella ya no estaba, se había
esfumado como la espuma silenciosa de una ola rota que se
diluye en el mar. Nunca supe si fue la realidad o fue un
espejismo.
Estaba anocheciendo y las estrellas aparecían como broches
brillantes de un cielo inconmensurable. Qué hermosa era.
Recogí mi maletín y el lienzo a medio acabar y fui rápidamente
hacia el amarre de mi embarcación.
―¿Habéis visto una mujer como esta? –exclamé a los
trabajadores del puerto enseñando los bocetos de su rostro.
―¿Habéis visto una mujer como esta?―repetí― Dijo que
zarpaba hacia el faro del norte ¿Alguien sabe donde está
eso?―volví a preguntar desesperado.

26
A TODA VELA

― Tranquilo chaval, tranquilo. Por aquí no ha pasado


ninguna mujer, pero escúchame, el faro del norte no es ningún
faro como los que se conocen comúnmente. Se le llama así a la
estrella polar. Mira es esa de ahí.
Me sorprendió la precisión de la respuesta e inmediatamente
agarré la brújula y anoté sus coordenadas. No se porqué sonreí
y me tranquilicé. Decidí terminar con esmero el cuadro esa
misma noche. La forma de sus mejillas me cautivó y estuve
horas pintando e iluminando ese rostro de una manera
sorprendente. Nunca había dedicado tanto amor a ninguna de
mis obras. Parecía tan real su mirada embriagadora y su sutil
sonrisa parecía la de un mar en reposo. Mi pincel acariciaba el
lienzo como el agua acaricia la madera de un barco amarrado,
calmada y paciente. En cada pincelada se coloreaba una sombra
y en cada sombra se escondía una luz. Amaneció y pude
observar mi obra de día, con el tono amarillo que imprime el
sol. Era perfecta. Le di siete capas del mejor barniz, mi creación
precisaba la mayor protección.
Zarpé sin dormir, no me importó, después de elaborar esa
obra, mis fuerzas se habían multiplicado por diez y tenía un
solo objetivo en mi mente. Tenía que llegar al sitio donde se
encontraba ella y algo en mi interior me decía que lo iba a
lograr. Quizás la había estado buscando toda mi vida y no sabía
porqué. Esa mística mujer desprendía un aire mágico que me
recordaba a una sensación pura que experimenté en mi infancia
más lejana.
Estuve pensando en mi pasado y en mi futuro. En realidad,
el único hogar en el que alguna vez me había encontrado a
gusto bien era mi humilde embarcación y la sensación de
deambular por el mundo era satisfactoria, pero a la vez me
invadía la soledad y tristeza. Lo único que tenía claro era que no
quería regresar a la cárcel de cemento en la que nací y notaba
que cada soplido de viento que rozaba mi cara me hacía sentir
un poco más libre.

27
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Pasé semanas siguiendo el mismo rumbo. La única luz de la


noche a la que me rendía era la estrella polar, inmóvil, con un
sutil parpadeo, permanecía acostada en un mar plateado por la
luna menguante. Llevaba días en los que apenas dormía, así que
esa tarde decidí amarrar en el puerto de un pueblo cuyo nombre
aún nunca he podido recordar. Dormí placidamente esa noche.
Me desperté y saludé al rostro de mi apreciada mujer sin
nombre. Después de comprar varios quilos de fruta decidí
zarpar de nuevo. El día nació soleado, pero los pescadores más
expertos olían las veloces nubes. Estaba preparando las velas
cuando se acercó un pescador de unos sesenta años que me
dijo:
―¿No vas muy lejos verdad?
―Puede ser lejos para algunos y cerca para otros ¿porque lo
dice?
―Se avecina una tormenta, una gran tormenta.
―¿Está seguro, no ha visto el día que hace? Mire ese sol. No
hay ni una nube a la vista. Con el debido respeto señor, pero
creo que se equivoca.
―No suelo equivocarme ―dijo el pescador mientras se
perdía en la oscuridad de un almacén cercano.
Partí siguiendo las coordenadas del faro del norte. Cuando
llevaba aproximadamente dos o tres horas navegando, no había
ninguna nube a la vista, no obstante, tuve una ligera sensación
de sospecha. La duda me asaltó entonces, cuando la corriente
cambió de dirección y la temperatura empezó a bajar
delicadamente. Aquella no era una buena señal. El viento se
agitó en contra y la primera nube me alcanzó rápido. Iba
seguida de otras enormes nubes que teñían la mitad norte del
cielo de un color gris oscuro. Empezó a diluviar y la tormenta
me atrapó de improvisto. Las gigantescas nubes no dejaban ya
ni un pequeño resquicio de sol en el cielo. El viento cada vez
soplaba más fuerte y las olas iban creciendo hasta tomar unas
medidas descomunales. Nunca había estado en una tormenta

28
A TODA VELA

tan feroz. Mi embarcación sufría golpes y sacudidas como si


fuera un barco de papel en un río. Los rayos me desorientaban
rompían la oscuridad creando multitud de porciones irregulares
de cielo. Me pareció ver a lo lejos la diminuta luz naranja
intermitente de un faro, pero estaba tan lejos que dudaba de su
existencia. La lucha parecía interminable y cada vez el mar
estaba más bravo y feroz. Los truenos no paraban de estallar,
estaba en el mismo ojo de la tormenta y cada minuto que
pasaba se volvía más intensa. Intentaba con todas mis fuerzas
no caer, cuando de repente oí que el mástil crujió y se desplomó
impactando sobre timón. Presentí que ya no había nada que
hacer, cuando vi que la proa se estaba partiendo en dos. Bajé al
camarote en busca del único chaleco salvavidas que disponía,
mientras notaba que mi humilde embarcación se hundía sin
remedio, junto con mis esperanzas de salir vivo de esa. Salté al
agua y vi como mi embarcación desaparecía. Me encontraba a
merced de la inmensidad de un océano salvaje que jugaba
conmigo como si fuera un muñeco en las zarpas de un león.
Indefenso, impotente… triste. La última gota de lluvia que cayó
al mar fue una lágrima que afloró de mis ojos en cuanto finalizó
la tormenta y llegó la calma. Solo entonces sentí
verdaderamente el miedo.
Mientras estaba flotando en medio de la nada, tuve ciertos
recuerdos, todos eran de ella. Recordaba el andar de aquella
chica, cuando la veía acercarse con un vestido holgado, de color
claro, con la tela bailando al viento. Tenía una larga melena
castaña que le llegaba a la cintura, una sonrisa que muchas
querrían tener y una mirada con la que muchos querrían soñar.
Sus ojos eran de un color indescriptible, nuevo, un color
iluminado que nunca pude olvidar. Ciertos destellos de luz
sobresalían de su silueta, era una mujer inolvidable. Al rato abrí
los ojos y volví otra vez a la cruda realidad, estaba esperando el
momento de mi muerte en un lugar remoto en medio del mar y
vi un objeto que me rescató de la desesperanza. Era el lienzo de

29
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

mi obra, flotando en la calmada mar acercándose a mí como si


fuera un ser vivo. Parecía intacto, lo contemplé durante unos
segundos. Que hermosa era. Ya podía esperar el fin, tranquilo y
satisfecho.

Recuerdo una sábana limpia una almohada blanda y con el
grosor adecuado, un aire puro y fresco. Recuerdo una agradable
voz, unas palabras atentas, no sé bien lo que decían, estaba muy
cómodo, reinaba una temperatura perfecta. Intenté moverme
pero me dolía todo. No obstante me gustaba sentir aquello,
parecía ser que estaba vivo, no sabía como me había salvado ni
donde me encontraba. Sonreí y me extrañé, quizás había
muerto y estaba en el cielo, me daba igual eso. Una voz me
habló.
―Te has despertado, me alegro.
―¿Donde estoy?―dije. Tenía la visión nublada y no
conseguía ver nada.
―En mi casa, te encontré en la playa.
―Perdí mi embarcación―dije frotándome los ojos de nuevo.
―Lo sé. ¿A donde te dirigías?
―Buscaba el faro del norte―dije.
―Pues te felicito―respondió su voz.
―¿Porqué?
―Llegaste a tu destino. Estas en la isla del faro del norte.
De repente mi visión se estabilizó i le pregunté algo
―¿Eres tú?
―¿Como?― se extrañó ella
―La mujer a la que retraté… ¿eres tú?
―Perdona, pero creo que te confundes.
Estaba seguro que era ella, tenía el mismo rostro de
inconfundible mirada y ese olor maravilloso la delataba.
De repente miré por la ventana, se veía el mar y la arena. Eché
una ojeada en la habitación en la que me encontraba y vi una
cosa que me sorprendió muchísimo. Me acerque a una

30
A TODA VELA

estantería en la que había una botella que me recordó a mi


infancia. Dentro había un mensaje. Me dispuse a abrirla y no
podía creerlo. En ese antiguo papel amarillento había un
mensaje cuyas palabras parecían escritas por un niño. Era un
mensaje de mi puño y letra. ‘Deseo escapar de este lugar y encontrar la
libertad’
―¿De donde has sacado esto?― Pregunté boquiabierto.
―Me lo trajo el viento de tu parte. Me dijo que algún día
vendrías a verme.
Sonreí, no lo entendía y le di un abrazo pero inmediatamente
me acordé de algo. Busqué en la cama donde había dormido y
en el suelo, luego registré todas las habitaciones de la casa y al
no encontrar el objeto que buscaba, salí por la puerta y corrí
dirigiéndome a la playa.
―¿Pero donde vas?
―He perdido algo muy valioso.
La arena era muy clara, casi blanca y cuando llegué al agua
seguí buscando. Recorrí toda la orilla de esa pequeña playa y
por suerte lo encontré. Ahí estaba, en la arena, como yo,
superviviente.
Me giré, desde la orilla veía esa casa a lo lejos y la mujer que
me salvó me miraba extrañada desde la puerta. Me agaché, cogí
el objeto perdido y grité:
―¡Lo he encontrado! ¡Lo he encontrado! ¡Si! –gritaba yo
mientras me acercaba a ella corriendo con el objeto en las
manos. Sonrió al verme contento y eufórico, pero seguía
profundamente extrañada. Cuando llegué hasta ella la abracé y
le di un beso.
―Ves, eres tú, te retraté en La Blanca Bahía.―afirmé
mostrándole el lienzo con su retrato que acababa de recuperar.
―Nunca he estado allí ―dijo con la voz rota mientras
sorprendida se reconocía hermosa en el cuadro.
―Quizás siempre estuviste dentro de mí y nunca te supe
encontrar. ¿Cuál es tu nombre?― pregunté.

31
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

―Mi nombre es Libertad ¿y el tuyo?


―No importa.

32
HUBO UNA VEZ UN HOMBRE

Hubo una vez un hombre que tenía todo lo necesario para


ser feliz. Gozaba de buena salud, vivía junto a su mujer,
disfrutaba diariamente de la compañía, de la complicidad de un
semejante. También poseía un hogar donde dormir, una cama
donde soñar y una mesa donde poder comer. Asimismo, tenía
un buen trabajo que le permitía pagar los gastos que
conllevaban todas aquellas posesiones. Trabajaba en una oficina
y tenía un horario muy común entre los de su gremio, de lunes
a viernes de ocho de la mañana a seis de la tarde y uno o dos
sábados cada mes. No obstante ese hombre vivía desganado
con una enorme apatía.
En su oficina los lunes había un clima tenso, objetivos por
cumplir, presiones que ejercer y esperanzas que olvidar. Los
martes se respiraba un clima temperado, los superiores
valoraban rendimientos y exigían resultados, los miércoles
reinaba la apatía y la desidia, los jueves el piloto automático ya
estaba en marcha y los viernes se instalaba el miedo. Nadie
quería ser el elegido para trabajar el sábado. El domingo casi
nunca llegaba y si llegaba se marchaba veloz. El oficinista
pasaba seis días esperando el séptimo y once meses esperando
el doceavo. El ansiado mes de vacaciones en el que se
acentuaban los problemas conyugales que durante el resto del
año eran habituales.
Las discusiones constantes, el stress, la monotonía y el
aburrimiento eran probablemente la causa de sus agudos
dolores de cabeza. Aquel hombre no era feliz.
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Cada tarde el oficinista volvía a casa con el cuello agachado,


los brazos caídos y la mente enterrada debajo de un enorme
lastre de problemas abstractos por resolver.
Aquella tarde se dirigía hacia su casa después de un duro día
de trabajo humillante. Andaba como siempre, cabizbajo y con
desidia cuando de repente un hombre un poco más mayor que
él le gritó:
―¡Cuidado Señor! ―exclamó mientras empujaba al oficinista
hacia atrás.
El conductor del coche no había visto el semáforo en rojo e
hizo un tremendo frenazo, pero el vehículo no tuvo tiempo de
detenerse y se llevó por delante al salvador del oficinista. El
conductor del coche bajó preocupado y vio el cuerpo tendido
en el asfalto. Se formó un corro y un médico que pasaba por ahí
le practicó la respiración asistida y de inmediato se lo llevaron
en una ambulancia.
El oficinista nunca averiguó la gravedad del accidente del
hombre que le salvó. El sobresalto le situó con los pies en la
tierra. Se sentía más vivo que nunca y ese mismo día decidió
tomar las riendas de su vida. Fue a la oficina reclamando una
reducción de jornada, petición que de inmediato denegaron. A
punto estuvo de ceder y acatar el dictamen, pero veinticuatro
horas mas tarde volvió a dialogar con su jefe planteándole la
misma propuesta.
―¿Una reducción de horario? ¿Pero tú quien te has creído
que eres? ¿Te has vuelto loco? ¿Que pasa, que tú eres especial o
qué? ¿Que te crees, que mereces mejor trato que el resto de tus
compañeros? Vergüenza debería darte. Venga hombre, ve ahora
mismo a tu puesto y no te quejes tanto, ¡que muchos darían la
vida por tener tu trabajo!
―Pero es que…
―¡Ni peros ni nada! ¡Marchando!

34
HUBO UNA VEZ UN HOMBRE

Odiaba su trabajo y en ese preciso instante decidió no volver


a pisar esa oficina. El domingo llegó, su día esperado, pero tuvo
otra pesada discusión con su mujer y después de quince eternos
minutos de gritos y disputas, llegó la calma. Seguían los
profundos dolores de cabeza y esa misma noche él quiso hablar
con ella.
―Paz, Cariño―dijo él.
―Que.
―Ya no te quiero.
―¿Qué?―dijo ella sobresaltada.
―No sé porqué, pero ya no te quiero. Recogeré mis cosas
mañana.
―¿Pero que dices, donde piensas ir? ¿Qué te pasa, cielo?
A la mañana siguiente se hizo una maleta con lo
imprescindible y salió a la calle. Era un lunes precioso, vio el sol
brillar como nunca, las palomas volaban, los niños saltaban y
jugaban. Le dieron unas ganas locas de hacer lo mismo. Pues
bien, hizo unos estiramientos de piernas y de espalda y se puso
de inmediato a correr con los chicos. Se dio cuenta que la
costumbre le había traicionado, llevaba atada la corbata, así que
lo primero que hizo fue quitársela y tirarla a la basura,
seguidamente se quitó los zapatos para poder andar descalzo
por el césped. Los niños se divirtieron muchísimo con él
cuando los perseguía por el parque y sobretodo, cuando los
hacía volar agarrándolos de los brazos mientras les daba vueltas.
Por la tarde los niños se fueron a sus casas y él se sentó en un
banco satisfecho. Cada tarde la mayoría de esos niños repetía
los mismos juegos con el oficinista. Respiró muy hondo y
sonrió. Se dio cuenta que ya andaba recto y que a penas le dolía
la cabeza. Incluso se miró en el espejo de un escaparate y se vio
diez años más joven y curiosamente diez veces más feliz. Se
había quitado recientemente varios lastres que sobrecargaban su
vida y no entendía como había tardado tanto en hacerlo. Ahora
se sentía bien. Catorce días más tarde, investigando en

35
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

profundidad ese parque tan maravilloso y a la vez desconocido,


se puso a pasear por uno de los jardines que estaba lleno de
vegetación y encontró en el suelo, al lado de un montón de
flores amarillas, una libreta de color azul. La hojeó y vio que era
una especie de diario y su curiosidad no pudo impedir que
empezara su lectura. A medida que leía las páginas de ese
cuaderno abandonado, iba descubriendo que su antiguo dueño,
era un buen escritor. Empezaba así.
‘Soy un hombre que carezco de todo lo necesario para ser feliz. No tengo
esposa ni amigos, no tengo casa ni trabajo y además padezco una grave
enfermedad incurable. Tengo la siguiente visita en breve pero hace diez
meses me dieron dos años de vida. ¿Como le sienta a uno oír eso? Mi vida
es un sinsentido que va en dirección opuesta a todo. Soy un salmón que
anda a contracorriente y no tengo nada a lo que aferrarme. Así me van las
cosas. Cada vez tengo menos anhelos e incluso a veces siento que me aburre
escribir. Y es que la vida no me ha tratado muy bien, ni yo a ella, lo
confieso, pero la verdad es que las fuerzas se me están agotando, no aguanto
más. Le pido al cielo que me ayude….’
A medida que iba leyendo la historia de ese hombre, se
preguntaba si sería verdadera y a pesar de que el oficinista no
había escrito nada en su vida, le entraron unas tremendas ganas
de ponerse a redactar de inmediato. Tenía la necesidad de
expresar multitud de sentimientos que desde hacía años tenía
encerrados bajo llave en su interior. Empezó a descubrir el
apasionante mundo de la escritura, de pronto se vio capaz de
crear personajes extravagantes, describir un mundo ideal, un
nuevo universo inconmensurable. Pero su primera inspiración,
su primer texto, no fue una mágica historia de dragones y
guerreros, sino que fue una sencilla carta dirigida a su exjefe. Se
la entregó personalmente nada mas finalizarla y repartió una
copia a cada uno de sus excompañeros. Esa fue la última vez
que pisó la oficina.

36
HUBO UNA VEZ UN HOMBRE

“Estimado Director.
En primer lugar, gracias por haber explicado la realidad tal y como NO
es. De ese modo he comprendido el profundo mal que causa la ignorancia
que le rodea a usted y a toda la oficina. En segundo lugar le aconsejo que
no tenga tan mala uva, eso se contagia y que sepa que lo más probable es
que se gire en su contra tarde o temprano. Por último no me quería
despedir sin expresarle, en clave irónica, mis recomendaciones.
Siga así, siga disfrutando de su tiempo como lo esta haciendo hasta ahora.
Muy bien. Sé que lo único que busca es el camino hacia la felicidad para
poder recorrerlo con sus seres más cercanos. Qué gracia me hace usted señor
director. La vida es eso, ¿verdad? Dinero, poder, abuso y traición. ¿En qué
colegio le enseñaron todo eso? ¿Reconoce su propia miseria? Espero que en
su casa no siga las mismas normas porque de no ser así, no querría estar
en su pellejo cuando le devuelvan todo lo que usted ha dado. Hasta nunca.
Un hombre feliz”
Algunos días más tarde, mientras paseaba por el barrio, se
encontró a un gran amigo suyo al que había dejado de ver por
falta de tiempo y le contó su actual situación. Su amigo le dijo
que justamente andaba buscando a alguien que le ayudara en las
labores rurales de su huerto y que a cambio le ofrecía hospedaje
y comida. El oficinista aceptó la proposición ilusionado. Le
encantaba el campo, era una labor que durante toda su vida le
había atraído, pero nunca había tenido la oportunidad de
ejercer.
El oficinista se sentó debajo de un olivo después de una
jornada en su nuevo trabajo. Le encantaba trabajar en el huerto
de su amigo. Estaba sumamente feliz y se moría de ganas de
seguir leyendo aquella misteriosa libreta un hombre sin nombre.
Abrió al azar otra página.
‘...Hace dos semanas conocí a la mujer de mis sueños, es enfermera en un
hospital de la ciudad. La verdad es que ella es una mujer muy amable, el
mismo día que la conocí me invitó a su casa a tomar el te y cuando oí su
voz me enamoré completamente de ella. ¡Que maravilla! Quizás el cielo me
escuchó. Compartíamos las mismas penas, se sentía muy sola, y también

37
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

había fracasado en sus anteriores relaciones sentimentales. Me he instalado


a vivir con ella y ha sido una sensación maravillosa. Ahora tengo
compañía, tengo un hogar, un espacio íntimo y he encontrado mi verdadero
amor. Sé que ella siente lo mismo por mi. Soy verdaderamente feliz.’
El oficinista se alegraba de ver que el hombre sin nombre
redirigía su vida, se sentía bastante identificado con él ya que en
esos momentos, estaba viviendo una situación muy similar y
como dato curioso; su mujer también fue enfermera. No era
algo tangible sino una sensación íntima. Por fin el oficinista fue
feliz. Tenía tiempo libre, un amigo que le quería y además
recuperó la esperanza y el amor propio que había perdido.
Ahora que trabajaba en el campo, se dedicaba a unas tareas muy
agradables, estaba en contacto con la naturaleza y el sol empezó
a dorar su piel y a darle energía de sobras para volver a sonreír.
No pudo evitar leer la última página escrita de esa libreta.
‘…Hoy es el último día que escribo en esta libreta. Mi mujer me escucha
siempre, así que, ya no necesito este cuaderno. Ahora mismo estoy en el
parque. Acabo de venir del hospital y me han comunicado la mejor noticia
de los últimos años. No saben cómo, pero mi enfermedad ha desaparecido,
se ha diluido. Quizás ha sido ella, su amor, quizás fue su magia, pero lo
que ahora importa es que estoy sano y lo valoro enormemente. Soy feliz.
¡Como es la vida! Si yo no hubiese salvado a aquel pobre oficinista, no me
hubiesen atropellado a mí aquel día, nunca hubiese ido al hospital y
tampoco hubiese conocido a mi actual pareja Paz.’

38
TAXI

Se predecía una jornada tranquila y sin excesivo trabajo.


Siempre partía de la plaza mayor y solía inaugurar la velada con
un poderoso desayuno en el bar de siempre. Ese delicioso
almuerzo se presentaba como la principal motivación para
despertarme a esas horas cada maldita mañana.
Desafortunadamente ese día no pude desayunar donde siempre.
Justo antes de detenerme ante el bar, el primer cliente me
levantó el brazo dándome orden de detención. Mi rutina
siempre había sido inquebrantable, pero las largas piernas de
aquella hermosa mujer me obligaron a detenerme de inmediato.
Era una mujer espectacular, su aspecto era inmejorable, no
aparentaba tener más de treinta años, pelo largo, rubio y
semiondulado. Entró en el taxi y la sentí en la proximidad, olía a
flores y lucía un vestido elegante de color carmín. Era la mujer
perfecta. Era ese tipo de mujer de la que nadie querría separarse
jamás.
―Buenos días señorita ¿a donde la llevo?
―A la calle Pasarela número 1.
No había mucha luz, no obstante sus ojos estaban cubiertos
por unas gafas de sol que dejaban a mi ingenio la opción de
imaginarme la forma y el color de sus ojos. Seguro que eran
verdes y un poco rasgados, seguramente poseían una mirada
profunda e hipnótica. Decidí comprobarlo. Yo llevaba muchos
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

años trabajando en el gremio y digamos que había adquirido


facultades para suscitar al cliente a hacer lo que yo quisiese.
―La conozco de algo, ¿verdad?
Ella se bajo las gafas para mirarme y confirmé mi suposición.
Efectivamente, tenía los ojos verdes, semirasgados y con una
mirada más penetrante de lo que había imaginado. Había
aprendido más en los últimos tres años como taxista, que en
toda mi carrera universitaria.
―Juraría que no nos conocemos― dijo ella.
―Ah, perdone. Quizás me haya confundido.
―No pasa nada.―contestó.
―¿Que va a trabajar?―pregunté.
―No, voy a mi casa dormir, esta noche ha sido muy larga.
―Qué bien os lo pasáis la juventud-afirmé.
―La verdad es que necesitaba algo así.
―Bueno, perdone mi indiscreción pero ¿debo suponer que
se lo ha pasado bien…en buena compañía, esta noche?
―Quizá eso deba suponer.―dijo sonrojándose.
―Y que ¿vive sola?
―No. Con mi marido, pero está de viaje.
―Uy ,uy, uy, no quiero saber más.
―No se preocupe, me da igual. Mire, no me gustan las
infidelidades, pero llega un momento que una ya no puede
aguantar más. Si viera en la relación que estoy metida, lo
entendería.
―¿Por qué lo dice?
―Mi marido tiene muchísimo trabajo, muchísimo dinero y le
presta exclusiva atención a todo eso. Se ha olvidado de la
hermosa mujer que tiene a su lado cada día y ¿sabe que le digo?,
que no me arrepiento para nada de lo que estoy haciendo. Se lo
tiene merecido.
―Bueno mujer, al menos no lo haga por venganza.
―No, no realmente me gusta mucho mi ‘nuevo amigo’.
Bueno, no es tan nuevo, llevo cerca de cuatro meses con todo

40
TAXI

esto. Es un hombre soltero, trabaja de oficinista en el centro, es


mas joven, más atractivo y más amable que mi marido. Es que
mi marido ha olvidado hasta su propia imagen, se ha engordado
una barbaridad, se ha dejado bigote y ya nunca sonríe.
―Bueno pues, háblelo con él, quizás aún se pueda arreglar.
―No, no. Ya está decidido. Y encima, quizás, pronto tenga
otra sorpresa. Yo y mi amante planeamos irnos de viaje con los
gastos pagados― Dijo mirando al cielo por la ventanilla
mientras sonreía.
Pasaron unos minutos de silencio hasta que llegamos a su
destino.
―Es aquí―dijo ella
―Una pregunta señorita…
―…Alan. Jessica Alan
―¿Sabe usted donde puedo desayunar a estas horas por aquí,
señorita Alan?
―Aquí mismo, a dos manzanas hay un bar donde se
desayuna de maravilla.
―Gracias y… no sea mala.¿Por cierto donde vais de viaje?
―¿Conoce las islas caimán?― dijo ella.
―No, y no creo que vaya nunca.
―Usted se lo pierde. Ciao.
Aún no eran las siete de la mañana cuando aparqué enfrente
del bar recomendado por la señorita Jessica Alan y desayuné
realmente bien. Tardé unos 15 minutos en desayunar y de
inmediato regresé al taxi, aún era oscuro y justo cuando pasaba
por delante de la casa de la señorita Alan me paró otro cliente.
Era un hombre fuerte, de unos 45 años, con una gabardina
larga, parecía esconder algo ahí dentro, pero me arriesgue y me
detuve. Llevaba bigote y cara de pocos amigos, así que decidí
ser un poco seco con él.
―A la Plaza Mayor.―Parecía nervioso y conmocionado.
―Marchando.

41
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Puse un poco de música para romper el silencio, ya que se


había creado una atmósfera muy incómoda entre él y yo. Yo
apenas le miraba por el retrovisor, ya le había observado
suficiente antes de que entrara en mi vehículo.
―¿Tiene usted familia?― me preguntó con la voz suave y
rota.
―Si― Mentí. Yo era soltero, sin hijos, pero pensé que una
mentira piadosa me acercaría un poco más a esa persona. Solía
hacer ese tipo de cosas para no aburrirme en el trabajo.
―¿Mujer e hijos?
―Si, si ¿y usted?―reiteré.
―Si, estoy casado, pero nunca tuve hijos con mi mujer.
―Aún está a tiempo, hombre.
―Creo que ya es demasiado tarde. Digamos que se ha
terminado nuestra relación.
―Ostras, lo siento mucho―dije yo.
―Cosas que pasan, ¿verdad? Dígame quiere mucho a su
mujer.
―Muchísimo―contesté.
―¿Tanto como para llegar a hacer una locura?
―No sé por donde va. Cada situación es muy personal.
―Si. Cada situación es muy personal.
― ¿Trabaja por la plaza mayor?―pregunté.
―No, solo voy a hacer un recado. Me dedico a los negocios
y ya sabe usted, que hay ciertos asuntos que requieren una
atención personalizada―me dijo.
―Si, la verdad, yo con este taxi he tenido muchísimos
problemas y normalmente hay que solventarlos uno mismo―
dije en un semáforo en el que aproveche para mirarle por el
retrovisor.
No pude evitar fijarme que su rostro de tristeza tenía un
arañazo y algún golpe.
―Tiene una herida allí, tome un pañuelo.

42
TAXI

―Me he dado con un árbol justo antes de coger el taxi. Es


que de noche no se ve nada por mi calle, de verdad, a ver
cuando la iluminan decentemente.―Yo sabía perfectamente que
estaba mintiendo.
―Si, ya me he fijado, ese barrio es de gente de dinero, pero
hay un par de calles que están muy mal iluminadas.
Cogió el pañuelo con la mano izquierda, ya que la derecha la
llevaba escondida debajo de su gabardina y no la mostró en
ningún momento. Ese hombre no me daba buena espina, pero
por suerte llegamos pronto a su destino. Curiosamente muy
cerca del bar donde desayunaba a diario. Me pagó lo que me
debía y me dijo.
―Deje el taxímetro puesto, que vuelvo en 5 minutos. Subo
un momento a… recoger un paquete y ahora mismo bajo.
―De acuerdo.
Me hizo parar enfrente de un edificio enorme, el número 9
de la plaza mayor, bajó del taxi y entró en esa gran construcción
con la mano escondida debajo de esa misteriosa gabardina. Miré
el reloj, ya habían pasado cuatro minutos y vi que en el asiento
de atrás había manchas de sangre. Cuando volví a mirar hacia
adelante había un tipo joven alocado que salió de ese mismo
edificio y que quería subir al taxi.
―Taxi. A la calle Pasarela―dijo muy alterado.
―Esta ocupado. Estoy esperando un cliente.
―Le doy 500 pavos si me deja entrar ahora mismo y
conduce deprisa.
Abrí la puerta y le dejé pasar.
―¡¡Calle Pasarela, rápido!!
Puse la mano hacia atrás para recibir mis incentivos y
efectivamente pagó de inmediato. Esa cantidad daba para
apretar un rato el acelerador. Hacía meses que no me
destinaban a la calle Pasarela y ese día ya había viajado dos
veces.
―Cálmese ya está a salvo.

43
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

―¿Seguro? ¿No nos sigue nadie?―dijo con verdadera


preocupación.
―¿Qué le pasa? ¿Se encuentra bien?
―Han intentado matarme. Ahora estoy mejor― dijo
conmocionado.
El joven cliente hizo una llamada de teléfono. Parecía
urgente.
―Jessica cariño, cuando escuches este mensaje, llámame
urgentemente, Carl lo sabe todo, ha venido a por mi. Pero ¿no
estaba de viaje? Estoy de camino a tu casa.
Llegamos a la calle Pasarela número 1
―Espéreme aquí por favor voy a recoger un maletín. –Dijo
él―Tome 100 pavos más.
Llevaba un enorme manojo de llaves entre las manos y se
dispuso a abrir la verja de la mansión. Probó con cinco o seis
llaves y ninguna abría. Se puso nervioso y saltó esa verja para
entrar en el interior.
Aquella calle era oscura y silenciosa y lo vi desaparecer
dentro de los jardines de aquel palacio. Al poco rato oí un grito
de desesperación desde dentro de aquella mansión y mi alocado
cliente salió de la casa al cabo de un minuto saltando de nuevo
la verja.
Sus manos sujetaban un maletín de color marrón oscuro y
sus ojos lloraban lágrimas amargas de aflicción.
Entró de nuevo en el taxi.
―¿Todo bien?―pregunté
―No… Todo mal. Ha matado a Jessica.
―¿Pero quien?―pregunté
―Vamos al aeropuerto―dijo con la voz rota.
Ese chico estaba conmocionado y no paraba de llorar. Se
calmó al cabo de unos quince minutos, cogió el teléfono y
llamó a alguien.
―¿Ya está usted allí?, espéreme en la terminal dos, puerta de
embarque siete. Llegaré con la mercancía en diez minutos.

44
TAXI

Colgó el teléfono y me dijo.


―¿Quiere un billete de avión a las islas caimán? Se lo regalo.
―¿Y eso?
―Quería ir acompañado, pero no va a poder ser. Es un
billete abierto a toda esta semana, solo tiene que identificarse en
las oficinas y se lo validarán al instante.
―De acuerdo, nunca se sabe. Muchas gracias―dije.
―A usted. Me ha salvado de una buena. Ciao―se despidió
con las prisas y bajó apresuradamente dando golpes en la puerta
de mi taxi.
El chico bajo del taxi con el maletín y desapareció.
Bajé también y me dirigí a las oficinas de información para
comprobar que ese chico no me había tomado el pelo. Y me
dijeron que todo era correcto. Estupendo, porque ese billete me
hubiera costado cerca de 800 pavos. Al cabo de quince minutos
volví al taxi y un ejecutivo solicitó mis servicios de transporte.
Eran las 8.30 de la mañana cuando me paró ese hombre. Era
alto, con traje y corbata, llevaba unas elegantes gafas de sol, y
parecía un ejecutivo. Llevaba el mismo maletín de color marrón
oscuro, idéntico al de mi anterior cliente.
― Al hotel Delux por favor.
― Allá vamos.― Puse primera y arranqué
Al ejecutivo se le veía con cara de satisfacción,
―¿Qué buen día hace hoy verdad?―dijo él
―Pues la verdad es que sí y en la predicción decían que iba a
llover.
―Pues mire nunca se sabe.
El ejecutivo del maletín recibió una llamada.
―Hola…. ¿me preguntas que cómo ha ido?― se rió―
Perfecto, los tengo aquí conmigo. Se los acabo de comprar a un
joven que no sabía lo que tenía en su poder― dijo dándole un
manotazo al maletín―Cuando se entere el jefe me va a felicitar
por el trato. O sea, se los he comprado por 150 de los grandes,

45
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

cuando el precio en el mercado supera los 2 millones. La


operación del año. Venga, nos vemos ahora.
Después de que el ejecutivo colgara intervine.
―Yo también invertía en bolsa –mentí para a ver que le
podía sonsacar― claro, que yo invertía pequeñas cantidades de
dinero, pero alguna vez había ganado un pellizco importante.
―No es exactamente invertir en bolsa a lo que me dedico.
Pero también me llevaré un pellizco importante. Tengo unas
ganas locas de explicarle la operación a mi superior. Una
operación fácil, limpia, rápida y eficaz. Vamos, la operación
perfecta.
―Perdone si me entrometo pero ¿de que se trata? ―Le
pregunté
―Acabo de comprar una mercancía muy valiosa―soltó una
ligera carcajada― y no intente nada que voy armado―mientras
se reía y ponía la mano en el interior de su chaqueta.
Yo también reí luego. No tenía ninguna intención de hacer
nada extraño y menos después que dijera que iba armado, ya
que tampoco quería comprobar si era cierto o no.
Estábamos a punto de llegar al hotel cuando sonó de nuevo
su teléfono y me dijo
―Perdone, es mi jefe.
―Atiéndale, por favor―contesté.
Descolgó el teléfono.
―Carl, ¿como estas? ¿has visto que día más bueno que
hace?―dijo con mucha alegría.
De repente se puso nervioso y siguió hablando con Carl
―¿Como? que te han dado una paliza, pero…. ¿Quién?,
¿Cómo ha sido?… Ahora mismo te vengo a buscar. Espera que
apunto…Plaza mayor número 9, planta 15, habitación 28. OK.
Tardo 10 minutos.
Colgó el teléfono, pero no pude evitar estar totalmente
intrigado. ¿Qué demonios sucedía en ese edificio donde había
estado hacía un par de horas? ¿Qué había en ese maletín?

46
TAXI

―Hemos llegado al hotel―dije yo.


―Gracias. Déjeme en el parking que tengo que coger mi
coche.―Dijo el ejecutivo apresurado mientras se despedía.
Eran las 9.45 cuando paré el taxi en el parking de ese hotel
llamado Delux, mi cliente bajó con el maletín de color marrón
oscuro y lo vi entrar en un coche de lujo negro con unas ruedas
increíblemente anchas. Apretó gas delante de mí y se fue. Me
encantaba ese coche y como llevaba el taxi libre y me picaba la
curiosidad, decidí seguirlo. Tardó menos de diez minutos en
llegar al número 9 de la plaza mayor, lugar donde había
quedado con su jefe. Era la tercera vez que yo iba a esa plaza en
lo que llevábamos de mañana. Pero al fin y al cabo mi trabajo se
basaba en dar vueltas por la ciudad. Se detuvo en frente del
mismo edificio en el que yo había dejado al cliente del bigote
hacía un par o tres de horas, y en efecto, era quien le estaba
esperando en la puerta del número 9 de la plaza mayor. Su jefe
era aquel tipo fuerte, de unos 45 años, con una larga gabardina,
con bigote y con cara de pocos amigos. Estaba malherido,
parecía que hubiese recibido una paliza, lo estaba mirando
cuando de repente cogió su teléfono e hizo una llamada.
De repente sonó un teléfono en el asiento de atrás de mi
taxi, alguien se lo había olvidado.
En la pantalla ponía ‘Llamada de Carl’
Lo cogí:
―Si― dije.
―Hijo de puta, no solo te follas a mi mujer, si no que me
robas en mi propia casa y le vendes mis diamantes a uno de lo
míos. Eres muy espabilado, pero acabas de firmar tu pena de
muerte.―dijo muy enfadado el señor Carl.
―¿Perdón?― dije yo
―Mira imbécil, me alegro que al menos sé que a Jessica ya
no me la volverás a robar porque la he matado con mis propias
manos y tú vas a ser el siguiente. Te arrepentirás de no haber
acabado conmigo cuando has tenido la oportunidad.

47
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Colgué de inmediato. No quería problemas.


Vi que aceleraban el coche y que se metían en la carretera
nacional dirección al aeropuerto. Esa carretera me la conocía
como la palma de mi mano y por mucho que ellos tuvieran un
coche mas rápido yo no los perdería. Iban bastante veloces en
las curvas de subida, pero llegaron las de bajada. En una de las
curvas su coche perdió el control, se dio con el quitamiedos en
el lateral y salió de la vía chocando frontalmente contra un árbol
al borde de un precipicio. No sabía si parar o no. Al final lo
hice. Vi que los dos cuerpos estaban inertes y me llevé ese
misterioso maletín marrón oscuro. Llamé a la ambulancia desde
el móvil que acababa de encontrarme y me fui. Entré en el taxi
y abrí el maletín. En cuanto lo abrí aluciné. Estaba lleno de
enormes diamantes de incalculable valor, así que lo primero que
hice fue guardármelos bien, coger mi coche e ir de nuevo al
aeropuerto a validar mi billete destino las islas caimán.
Todo eso sucedió justo antes de que me detuviera la policía.
Y eso es todo lo que pasó, señor juez. Lo juro. No tuve nada
que ver con la muerte de Jessica Alan.―dije al ver que mi
historia no había convencido a ningún miembro del jurado.
―Su historial delictivo no le favorece 14 agresiones, 2
violaciones, un intento de asesinato. Me parece que tiene usted
mucha imaginación, no me creo nada de lo que ha dicho. ¿Y
como explica que el lugar del crimen estuviera repleto de sus
huellas dactilares? ¿Y qué me dice de las imágenes que grabaron
las cámaras de seguridad, donde claramente salía usted
atestándole 25 puñaladas a la señorita Alan?―dijo el juez justo
antes de dictar sentencia― ¡Culpable de asesinato en primer
grado!

48
LOS REEMPLAZADOS

Esa época fue maravillosa. En la ciudad se respiraba


esperanza y bienestar. En cada calle había una plaza, en cada
plaza un juego y en cada juego la ilusión de un niño junto a
otros muchos que se divertían. Sin duda, cuando ella era niña
amaba a su padre, le quería como a nadie en el mundo y sentía
que ese amor era totalmente correspondido. La felicidad llenaba
cada rincón de su hogar. Ella se llamaba Luna y tenía nueve
primaveras. Sin duda, en las noches de verano, les encantaba
tumbarse en el balcón para observar el cielo y contar las
estrellas mientras les ponían nombres a cada una. En las noches
de invierno, les encantaba notar el calor del fuego y observar las
hipnóticas figuras rojas en constante movimiento. El padre, la
madre y Luna formaban un único ser indivisible. Tenían un
sentimiento de unidad fortalecido por el amor que crecía cada
minuto que pasaban juntos. Eso le pasaba también a la gran
mayoría de familias en esa ciudad.
En aquel agradable lugar, los tiempos cambiaron lentamente,
al igual que el anochecer tiñe de negro la tarde, el olvido
impregnó las calles con un aire amargo. La ciudad entera
presentía cerca un cambio indeseado. Las plazas quedaron
desiertas, inertes, las familias se encerraron en las casas y los
barrios quedaron en silencio.
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Los avances tecnológicos trajeron un nuevo invento. Era


una especie de cubo de plástico negro con una pantalla, se
conectaba a la red eléctrica y transmitía imágenes y sonidos
provenientes de lugares remotos del mundo. En cuestión de un
lustro, ese misterioso aparato se comercializó hasta ocupar el
espacio central las casas del planeta. Era una especie de
máquina de absorción de tiempo y de inoculación de órdenes.
Órdenes subliminales imposibles de ignorar, puesto que
penetraban hasta lo más profundo del individuo y arraigaba sus
propósitos en el subconsciente de las personas. A los niños no
les gustaba nada ese elemento invasor, pero los padres estaban
maravillados con los colores y las luces en movimiento que
emanaban de esos aparatos. Incluso algunos alardeaban de
poseer los últimos modelos de ese perjudicial invento.
Llegaron unos extraños hombres, iban vestidos con traje y
corbata y llevaban siempre un elegante maletín. Se llamaban los
substitutos y decían que en ese maletín guardaban tres grandes
virtudes: generosidad, nobleza y prosperidad. Pero en tal
maletín no guardaban lo que decían, sino que escondían codicia,
traición y decadencia.
Esos extraños hombres fueron reemplazando a los
verdaderos padres de las familias y desbancando a todos los
hombres de bien, que hasta ese momento, habían habitado las
ciudades y habían cuidado de sus familias. Los substitutos, en
realidad, estaban dirigidos por aquella perjudicial máquina de
transmisión de imagen y eran miembros de un ejército
poderosísimo llamado Fortuna.
Fortuna era un ente abstracto que se auto alimentaba. Había
conseguido captar un poderosísimo ejército de hombres a su
servicio y sus miembros eran capaces de morir siguiendo sus
órdenes y acatando el sistema.
Los hombres de bien fueron desbancados de la sociedad
poco a poco, sin que nadie se diese cuenta y se vieron obligados
a desplazarse hasta las afueras de las ciudades, donde malvivían

50
LOS REEMPLAZADOS

desmoralizados y sin ningún tipo de organización. Sabían que


los soldados de ese maléfico ejército les habían robado las casas
y las familias, pero no tenían fuerzas para combatir. Todos
aquellos hombres, de alguna manera, se sentían culpables del
abandono de sus familias y excusaban su cobardía con lamentos
de tristeza. Las mujeres de la ciudad no se dieron cuenta de que
sus antiguos amores habían desaparecido y habían sido
reemplazados por otros hombres, los substitutos que gozaban
de una apariencia idéntica a sus antiguos maridos.
Luna sospechó algo desde el mismo instante que su padre
fue sustituido por otro señor muy parecido.
―¿Mama donde ha ido papa?
―Esta allí, en el comedor. ¿No le ves?
―Ese no es papa―dijo la niña.
―¿Luna, te encuentras bien?
―¡Ese no es papá!
Luna arrancó a correr y se fue a su habitación llorando, sabía
que aunque lo pareciese, ese no era su auténtico padre. Según
las noticias todo parecía estar en orden, pero cada una de las
mujeres notaba una pequeña sensación de vacío que no podía
expresar con palabras. Sus nuevos maridos las trataban
excelentemente bien, pero algo extraño les incomodaba. No se
sentían amadas, ya no se sentían deseadas y además se
autoinculpaban de ese sentimiento. Los niños eran los únicos
que veían que algo extraño estaba pasando, pero nadie les
atendía. Los miembros del ejército Fortuna ignoraban la
presencia de los hijos y camelaban a las mujeres, así que poco a
poco, hubo un distanciamiento entre los niños y los mayores.
Mientras tanto los hombres de bien que habían sido
sustituidos se sentían excluidos y enojados. En las afueras se
preveía una pequeña revolución. Hubo uno de ellos que
convocó la primera reunión de los Reemplazados. Así se
llamaban aquellos que perdieron a sus familias. Llevaban
demasiados meses allí, sin ver a sus hijos. Algunos los habían

51
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

olvidado, pero la mayoría mantenían latente el recuerdo.


Empezaron a buscar una estrategia para volver a sus casas.
Todos estaban de acuerdo en que debía ser una acción no
violenta e intentaron primero determinar las causas por las
cuales habían sido apartados.
―¡Yo quería a mi mujer, y ese imitador me la quitó!― dijo
uno de ellos.
―¡Yo también amaba a mis hijos!
―¿Recordáis cuando empezaron a reemplazarnos?―dijo el
convocante de la reunión― A ver tú, el del brazo extendido,
¿cuando fue?
―Recuerdo que todo nos iba fenomenal, estábamos
ahorrando para comprarnos un coche nuevo y poder viajar de
vacaciones. He trabajado muy duro para mi familia.
―Y tú, el del chaleco rojo, cuéntanos.
―Yo, había estado mucho tiempo luchando por un nuevo
trabajo y lo conseguí, había conseguido tener un sueldo
importante. No me explico qué pudo suceder.
―Pues yo acababa de firmar la compra de la casa de nuestros
sueños. Todo iba fenomenal y de repente acabé aquí con
vosotros.
―El ejército de la Fortuna nos engañó y nosotros nos
dejamos llevar.
―Hemos sido derrotados por el capital.
La fuerza de los Reemplazados empezó a crecer y se forjó
una unión entre ellos mientras descubrían las causas de su
aislamiento. Querían recuperar lo que les habían robado. Esa
reunión duró toda la noche y llegaron a varias conclusiones
acerca de tal alejamiento.
―Quizás no les hemos prestado mucho tiempo a nuestros
hijos.
―Es verdad, después del trabajo solía tumbarme a descansar
ante el televisor.

52
LOS REEMPLAZADOS

―Yo incluso desatendía a mi mujer y a mis hijos sin darme


cuenta.
―Yo me empecé a obsesionarme con ganar más dinero para
cubrir mis deudas.
―Si, yo tambien tenía esa maldita obsesión.
―Ese maldito aparato nos apartó de los nuestros.
―La verdad es que estábamos completamente enganchados
a ese dichoso invento.
El improvisado líder de los Reemplazados se detuvo esa
noche a mirar las estrellas. Solía tumbarse en el balcón de su
casa con su hija y miraba el cielo durante horas. De repente una
grandiosa estrella fugaz partió el cielo por la mitad.
En el otro lado de la ciudad…
―¿Mamá, has visto eso? Era una estrella fugaz enorme―dijo
Luna ilusionada desde su balcón― Seguro que papá la ha visto
también―pensó en voz alta.
―Hija, papa esta en el comedor viendo las noticias, no ha
podido ver la estrella.
―Ese señor no es mi papá. Papá jugaba conmigo, papá me
hacía reír y me quería. ¡No entiendo como no lo ves, mamá!―
Dijo justo antes de echar a correr hacia su habitación.
Mamá miró a papá y le dijo
―Es la edad, cariño no le hagas caso.
―No me importa lo que diga la niña, tranquila. Dame la
mano.
Una sutil sensación fría recorrió el cuerpo de la madre de
Luna. La mirada de su marido estaba perdida en esa caja
cuadrada e incluso notó que su mano estaba helada. Su marido
nunca había tenido las manos frías.
El líder de los Reemplazados ideó un plan para volver a casa.
Estaba claro que les había llevado hasta allí la desatención a sus
familias y la obsesión por el capital. Por culpa de ese maldito
aparato se anularon los deseos reales y se crearon estúpidas
necesidades y ambiciosas aspiraciones. Se rompieron muchas

53
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

familias por no poder pagar los gastos de todas esas inútiles


necesidades. Así que pensó como hacerlo para que toda la
ciudad escuchara un mensaje. Estuvo un día sin dormir
pensando en ello, debía conseguir cortar la transmisión de
imágenes de todas las televisiones, al menos durante unos
instantes, de ese modo, la gente atendería a razones al menos
durante un breve periodo.
Cada uno de los Reemplazados escribió una carta de amor a
sus familias, en ese escrito estaba reflejado el afecto real que
tenía cada cual hacia sus familias y el anhelo que tenía cada
hombre por volver a su hogar con su mujer y sus hijos.
Reconocían haberse perdido por asuntos económicos y
ascensos banales, admitiendo la falta de atención por sus
allegados por abstraer su mente ante las órdenes de un televisor.
Se habían dado cuenta demasiado tarde que lo único que
realmente les importaba era el amor hacia sus seres queridos.
Se pusieron cerca de la enorme hoguera que les daba el calor.
Leyeron las cartas en voz alta y al finalizarlas las arrojaron a la
enorme hoguera para que se fundieran en un solo mensaje de
anhelo. El humo del papel de cada carta transportaría sus
mensajes hasta los oídos de sus mujeres. Esa enorme nube de
humo tapó el cielo de la ciudad. Era tan densa que oscureció el
cielo por completo y evitó durante unos instantes las
transmisiones y emisiones de todas las máquinas. Empezaron a
retumbar las voces de los Reemplazados por todo el cielo cada
vez más y más fuerte y los hombres sustitutos fueron
debilitándose. Empezó una tormenta de mensajes de amor de
los padres que se habían dado cuenta de lo que en realidad
querían. Era la llamada del anhelo del regreso. Toda la ciudad
pudo escuchar esas voces. De repente los reemplazados
desaparecieron de los aledaños y las nubes, del cielo. Paró la
tormenta, regresó el sol y de repente cada uno de los
Reemplazados apareció en su casa con su familia. Los hijos de
cada uno empezaron a correr para abrazar a sus verdaderos

54
LOS REEMPLAZADOS

padres y lloraron de alegría. Las madres no entendían nada de lo


que estaba pasando pero sin embargo se volvieron a sentir
amadas de verdad.
La madre de Luna le dijo a su esposo:
―No lo entiendo, ayer no quería saber nada de ti y ahora te
abraza como si hubieras pasado fuera meses.
―Y tiene razón. Hoy he vuelto con vosotros para siempre.
―Si, ahora que lo dices, yo también me siento mucho mejor.
Agarró la mano de su marido, que estaba caliente, y se
dieron un beso de amor sincero.

55
LA HISTORIA DE SED

La luz entrecortada de la única farola situada a la altura de un


balcón, iluminaba deficientemente el suelo mojado y el solitario
trecho que discurría entre sus paredes desconchadas. Los
abarrotados contenedores rodeados de basura apilada
desprendían un fuerte olor a putrefacción. Parecía aquella, la
calle más olvidada de toda la ciudad. Una ciudad gris donde la
oscuridad reinaba de día y la tristeza amparaba la totalidad de la
noche. El único ruido que se manifestó fue el de dos roedores,
de un tamaño intimidatorio, cruzando la calle velozmente,
desde una alcantarilla hasta una zona oscura ideal para
desaparecer. Al final de ese tramo había un letrero iluminado de
donde se fugaba la silenciosa luz de la condena. Había un
hombre desamparado al principio de ese callejón, descartó la
opción de regresar pronto a casa ese día y decidió tomar una
copa rápida en cualquier lugar cercano. Ese hombre llevaba una
larga gabardina gris, la cabeza agachada y un enorme lastre en
sus espaldas que de ningún modo podía sostener. Estaba triste y
una lágrima botó de sus ojos, que no escondían nada más que la
impotencia que sentía al no ver el modo de sacar adelante una
familia condenada al fracaso. Apresurada decisión tomó el
hombre de gris cuando pensó en dirigirse hacia esa calle oscura
en busca de un bar abierto. Ese hombre no aparentaba tener
más de veinticinco años, pero su complexión era fuerte y su
mentalidad seria y madura como la de cualquier otro hombre.
LA HISTORIA DE SED

La única finalidad de entrar en ese antro era poder sumergir su


cabeza y su dignidad en un vaso de alcohol.
A merced de las adversidades económicas, su esperanza
mostraba síntomas claros de flaqueza y su desaliento fue el
encargado de abrir la puerta de ese degradado establecimiento.
Sin demora, se sentó en un taburete inestable de la barra, junto
con otros individuos que tampoco transmitían demasiado
esplendor. Se pidió un whisky con hielo mientras se prendía un
cigarro. La comunicación en ese lugar se basaba en la mínima
expresión verbal y rara vez se oían palabras amables, pero
parece ser que la presencia del hombre de gris incitó a su vecino
de barra a inaugurar la primera charla de la noche.
―¿Qué te trae por aquí forastero? No me lo digas.
¿Problemas con las mujeres? ¿Líos de faldas?
―Ojalá fuera eso―dijo asintiendo sutilmente con la cabeza
mientras suspiraba.
―En éste mundo sólo hay tres tipos de problemas a
considerar: las mujeres, el dinero y las drogas. Y no te veo yo
con problemas serios con las drogas.― dijo el curioso vecino.
―Bueno, tomar una copita de vez en cuando no me
convierte en un drogadicto ¿verdad?―dijo el hombre de gris
mostrando una pizca de ánimo―Mi humilde negocio familiar
no funciona y no sé que hacer. Como no cambien mucho las
cosas me veré obligado a cerrar y eso no sería bueno.
―¿No eres muy joven para llevar un negocio tú solo?
―No mucho más joven que tú. Mi padre cayó enfermo y
hace tres años que me encargo de todo.
―Entiendo. Mi nombre es Miser― dijo su vecino de barra.
―Encantado, puedes llamarme Sed― dijo el hombre de
gris― pues eso, se avecinan serios problemas económicos,
¿pero qué más da, a quien le importa eso? Salud― dijo
inclinando su copa
―Sabes Sed, me caes bien. Veo sinceridad en tus ojos. No sé
si nuestro encuentro es casual o a qué se debe, pero justamente

57
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

andaba buscando a alguien para emprender un nuevo negocio.


Buscaba a alguien que tuviera tiempo, ganas y valor.
―Te escucho.
Miser le contó sus recientes experiencias comerciales con el
transporte de maletines de misterioso contenido. Le dio a
entender que las cifras que manejaba él en un transporte eran
superiores a las ganancias que el hombre de gris podía percibir
en un mes. Las dudas acechaban la debilitada moral del hombre
de gris, pero el deseo de sufragarlas cómodamente ahuyentó
cualquier resquicio de prudencia.
Tuvieron más citas en ese mismo lugar, y perfilaron sus
estrategias mercantiles. El experto le contó al novato todos los
trucos y secretos que arrastraba su experiencia. Le hizo un
extenso resumen del libro de las leyes no escritas y le advirtió
acerca de ciertos asuntos prohibidos en el mundillo en el que se
adentraba.
Poco a poco, forjaron una amistad superflua y el negocio
empezó a rodar. Al principio Miser y el hombre de gris
prefirieron tocar menos volumen de mercancía vendiendo al
detalle y con un reducido margen de beneficio. A medida que
crecía el número de sus clientes fueron delegando faenas y se
vieron obligados a formar un pequeño equipo compuesto por
chavales instruidos en asuntos de esa índole y grandes
conocedores del mercado de calle. El hombre de gris en pocos
meses vio el rendimiento que generaba tal actividad y poco a
poco, sin darse cuenta fue adquiriendo un modo de vida
inclinado hacia el lujo y el derroche. Al tema de su antiguo
negocio de barrio ya no le prestaba la menor importancia. En
unos meses vio como sus antiguos amigos desaparecían siendo
reemplazados por gente nueva y de otra escala social muy
distinta. El glamour, el reconocimiento y el éxito fueron valores
en alza que el hombre de gris distinguió rápidamente y que
plácidamente quiso saborear.

58
LA HISTORIA DE SED

Su precaución prohibía mencionar a la blanca mercancía por


su nombre. No fue tanta la prudencia que tomó en cuanto al
consumo de tal sustancia, ya que su dependencia entonces era
tan evidente para todos como renegada era por su
inconsciencia.
Aquel día el hombre de gris visitó la casa de Miser. Era una
bonita casa con jardín y vistas a la sierra del suroeste. Entraron
en el salón y en la mesa central hicieron los honores de una
nueva mercancía, antes de llevar a cabo una conversación de
suma importancia.
Miser le propuso al hombre de gris que fuese a visitar a un
nuevo cliente potencial, un poderoso dirigente italiano, para
proponerle una oferta de difícil rechazo. No obstante, no le
resultó sencillo progresar en el dificultoso arte de combinar el
delito con la diplomacia y, dado que él poseía un don de gentes
más refinado que el de su apreciado maestro Miser, vio
coherente encargarse de tal asunto. Así fue como lo hizo.
Esa misma tarde, el sol se iba escondiendo a lo lejos, entre
las montañas y dejó por unos momentos una luz anaranjada e
inspiradora. Miser y el hombre de gris tomaban una copa
disfrutando de las hermosas vistas que se contemplaban desde
el jardín del anfitrión. De repente una corazonada motivó al
hombre de gris a sonreír. Se levantó del banco en el que estaba
sentado justo delante del garaje. Allí siempre finalizaban sus
reuniones y amenizaban sus conversaciones admirando sus
lujosos vehículos y charlando de cosas más banales. El hombre
de gris vio como su cigarrillo se consumió en su mano,
momento en el cual decidió partir para llevar a cabo su
propósito.
Cogió el mejor coche del garaje; un Jeep rojo Clase A y con
buenos presentimientos se dirigió hacia la mansión del Sr.
Apetti. Serían las ocho de la tarde cuando el guarda le abrió la
verja, después de verificar la identidad del visitante.

59
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Aquella mansión era espectacular, durante el recorrido con el


coche desde la entrada hasta la puerta de la casa, pudo divisar
una enorme piscina, un jardín inmenso y maravilloso, lleno de
flores ordenadas por colores, una fontana redonda con una
escultura central iluminada. Sacó una cámara de fotos que Miser
le había regalado recientemente y fotografió todo aquello para
que Miser pudiera ver las fantásticas vistas que se apreciaban
desde aquel lugar. Al entrar en la mansión, dos enormes
columnas presidían la sala del recibidor donde el hombre de gris
se presentó ante el Sr. Apetti. Llegaron a su despacho después
de dar veintiocho pasos a lo largo de un pasillo repleto de
cuadros.
El desarrollado don de gentes del hombre de gris causó
agrado y amenizó el encuentro desde el principio. Después de la
amigable conversación, el hombre de gris consiguió la venta y
otra cuestión muchísimo más importante para el negocio: La
confianza del Sr. Apetti.
A partir de entones las visitas fueron de frecuencia regular
incrementando de una manera sustancial los ingresos de la
empresa. Cada semana visitaba la mansión con un nuevo
maletín lleno de mercancía blanca como la fría nieve.
Para acreditar seriedad y mantener la confianza que el nuevo
cliente había depositado en él, siempre le visitaba con un
perfecto afeitado, conveniente vestimenta, con el Jeep rojo y su
mayor inspiración en la oratoria.
Un buen día el rico italiano le invito a una sala que el
hombre de gris nunca había pisado.
Un enorme ventanal daba paso a la luz del atardecer y un
cuadro familiar encabezaba un enorme escritorio dotado con un
orden exquisito. Sacó dos vasos mientras se encendía un
habano excepcional. Ese puro era un Cohíba "Behike", llamado
así por un jefe tribal de la tribu indígena cubana de Taino, sólo
podía comprarse en humidores especiales y valía una fortuna.

60
LA HISTORIA DE SED

Para dar fe de la confianza y del aprecio que le guardaba, el


Sr. Apetti le dio a probar un excelente whisky, esa botella de
etiqueta blanca y un precioso cuerpo femenino de cristal, la
tenía guardada bajo llave en una ostentosa vitrina para
especiales ocasiones. Era un Talisker 18, el mejor whisky de
malta dieciocho años de maduración y embotellado hacía
veintisiete años. Ese día bebieron sobradamente para celebrar la
culminación de un nuevo pacto de dimensión mayor. Le había
propuesto, ni más ni menos, de que él fuera quién llevase la
distribución exclusiva de mercancía de la zona alta de la ciudad,
lo cual no era una gesta de carácter menor. Después de una
excelente celebración, el hombre de gris se despidió
amablemente del apreciado Sr. Apetti que le acompañó hasta la
salida.
Arrancó su coche para regresar al centro de operaciones y
para ir a contarle la gran noticia a su socio. Cuando llevaba no
más de quince minutos al volante vio en la carretera las
intermitentes luces de emergencia de un vehículo averiado,
estacionado en el arcén. Parecía no haber ninguna persona en
sus cercanías. Iba demasiado rápido para detenerse y demasiado
ebrio para pensar con claridad. Se distrajo un momento. De
repente dos cuerpos se abalanzaron sobre su parabrisas. Pudo
ver una sola imagen en el momento del atropello; la cabeza de
un hombre impactando en el cristal y la mirada acusadora de la
mujer a la que atropelló. El alcohol en sangre hizo aumentar
considerablemente el tiempo de reacción y el volantazo llegó
tarde. Los cuerpos de esa pareja saltaron despedidos por los
aires y el coche después de dar varios trompos chocó en la valla
quitamiedos del carril contrario. Sin bajar de su Jeep vio los dos
cuerpos inertes tirados en el suelo y un charco de sangre
fluyendo en el asfalto.
Ese instante duró una eternidad, seguidamente el chirrido de
un brusco acelerón rompió el silencio de la noche dando pie al
inicio de la fuga.

61
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

El corazón del hombre de gris iba a cinco mil revoluciones


por minuto, las mismas que el motor de su vehículo, que por
cierto, había sufrido considerables desperfectos. Estaba
temblando, no daba crédito a lo que acababa de ocurrir, se
culpabilizaba por haber conducir bebido a la vez que se
exculpaba pensando que esa pareja se le había tirado encima. A
medida que iba llegando a su destino, se le iba rebajando su
ritmo cardíaco y pudo disimular la confusión que nublaba su
vista.
Llegó al centro de operaciones. Eran alrededor de las once
de la noche y le contó a Miser íntegramente la buena noticia y
parcialmente la mala.
―¿Qué ha pasado con el coche?―dijo Miser arrugando las
cejas y con cara de pocos amigos.
―Nada grave, que se me ha descontrolado en una curva con
gravilla y he chocado contra el quitamiedos― se excusó el
hombre de gris
―Pues menudo golpe. Ten cuidado, que un día tendrás un
susto―dijo Miser mientras se acercaba al aliento de Sed
corroborando su sospecha.
―Y encima has bebido.― Dijo cuando comprobó el grado
de su alcoholemia.― En serio Sed, ten más cautela.
―No me reprocharás nada cuando te explique cómo ha ido
mi reunión.― dijo cerrando los ojos y mostrándole una sutil
sonrisa astuta.
―A ver, cuenta, Sed.
―El Sr. Apetti nos ha encargado la distribución en la zona
alta.
―¡Fabuloso!.―exclamó Miser
―Y me ha dado un listado de referencias de los contactos
clave. Nombres, direcciones, teléfonos, etcétera.
―Perfecto Sed, buen trabajo. ¿Donde tienes esas referencias?

62
LA HISTORIA DE SED

―El Sr. Apetti me ha dejado claro un mensaje y no quiero


que te lo tomes como algo personal, pero esas referencias son
intransferibles.
―¿Que? Sed, ¡somos uno en esto! Yo te saqué de un pozo
para llevarte a lo más alto. ¡Fui yo!―exclamó
―Tranquilo Miser, seguiremos igual, todo a medias. Da igual
quien tenga esa lista, lo que importa es que la tenemos.
La tensión se calmó e hicieron un cigarrillo mientras se
servían una copita de whisky. Se sentaron en un banco del
jardín de Miser, en frente del garaje, donde solían amenizar sus
conversaciones y se hicieron unas fotografías con la cámara
nueva del hombre de gris, antes de que le enseñase las increíbles
fotos que le había hecho a la lujosa mansión del señor Apetti.
El hombre de gris no se quitaba de la cabeza el accidente. Se
obsesionó de tal manera con la muerte de esa pareja en la
carretera, que no podía dejar de culpabilizarse por ello. A
menudo se despertaba por las noches y tenía espantosas
pesadillas. A medida que pasaron los meses se fue
acostumbrando a ese malestar general que poco a poco fue
asumido por su desesperación.
Los negocios iban avanzando a ritmo constante y sin darse
cuenta se estaban apoderando de la mayor parte del mercado
negro de la ciudad. Tenían a toda la policía controlada y tenían a
sus enemigos bien localizados. Todo andaba bien y el tiempo
iba poniendo a cada cual en su lugar. Miser y el hombre de gris
hacían bien su trabajo y por eso se mantenían en una buena
posición.
La sociedad tenía ya cerca de cuatro años de vida y su
crecimiento tuvo un comportamiento similar a la espuma.
Tenían locales distribuidos por la ciudad y el Sr. Apetti les
blanqueaba gran parte de su negro dinero. El centro de
operaciones del hombre de gris y de Miser se situaba en las
afueras. Una nave industrial era el lugar donde se reunían para
idear estrategias y donde tenían el centro logístico de la

63
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

sociedad. Mapas, rutas, puntos de venta, vehículos, etcétera. Se


situaba en un polígono industrial remoto, cercano a una fábrica
de cemento y a un garaje de maquinaria pesada de alquiler. Un
lugar apartado de todo y cerca de la nada.
De repente al salir de la nave, una mujer con los ojos tristes
abordó al hombre de gris con acusaciones de todo tipo. Esa
mujer tenía una mirada capaz de vencer al ejército más
poderoso y temible de la tierra. Al acusado le resultaba muy
familiar su cara pero no conseguía recordar quien era.

―¿Que tal Sed? Veo que te van bien las cosas.―dijo la chica
con un tono amenazador.
―Mmm ¿Passi? ―cuestionó el hombre de gris al reconocer
la mirada de esa mujer.
―Hombre, es un honor que el Gran Sed se acuerde de una
antigua amiga…del que seguro que no te acuerdas es de tu hijo
Agon. Claro. Ni tan siquiera lo conociste.
―¡Yo no tengo hijos!― renegó el hombre de gris.
―Ya, ya. Niega lo evidente, Sed, como de costumbre. Pues
que sepas, que tiene dos años y medio y que tiene el peor padre
que haya podido tener. Tú.
―¿Como me has encontrado?―preguntó el hombre de gris
―¿Que cómo te he encontrado? Sed, medio barrio habla de
ti. De tu arrogancia, de tus crímenes y de tus habladurías. Tu
discreción nunca ha sido destacada de entre tus sucias
habilidades. Lo que me extraña es que aún no estés en prisión.
Solo hay que indagar un poco para encontrarte. Y por mucho
que hayas sobornado a la policía del barrio tarde o temprano
vas a caer. Y te recomiendo que te busques un buen abogado o
que amistosamente arreglemos el tema económico que nos
incumbe, ya sabes, la manutención de un niño causa muchos
gastos. Solo te pido la pensión maternal que me corresponde.
¿Me entiendes?

64
LA HISTORIA DE SED

―Perdona: para empezar ese niño no es mío y para que te


calles de una vez y me dejes en paz el resto de tus días voy a
proponerte a una solución amistosa de este pequeño
malentendido que hay entre tú y yo.
Le ofreció el doble de lo que le pedía con la condición de no
volver a verla, de no volver a oír ese tema puntualizando la
condición que el hijo nunca debiera saber nada de su supuesto
padre. Ella lo aceptó y se largó. Nunca más supo de Passi.
Horas más tarde el hombre de gris se dirigía a su casa
recapacitando sobre aquel inesperado encuentro. Lo que más le
incomodó de esa conversación fue el asunto de la discreción y
pensó que debía tomar medidas para salvaguardar su negocio y
su libertad. Esa noche no pudo dormir, el techo de su
habitación se le venía encima y estuvo seriamente preocupado
por la facilidad con la que Passi le localizó. A la semana
siguiente trasladaron su centro de operaciones y Miser y el
hombre de gris se cambiaron de domicilios y se mudaron a un
lugar desconocido. Para no levantar sospechas extremaron la
prudencia y trataron de no gastar excesivo dinero en lujo y
derroches. Estuvo cercano a varias mujeres y no solía durar con
ellas ni una semana entera, pero hubo una que fue la excepción.
Era una mujer con la que duró cerca de seis meses, toda una
hazaña para el hombre de gris ya que no duraba tanto con una
chica desde el instituto. Tenía una mirada capaz de derrotar al
ejército más numeroso de la tierra. Además, seguían haciendo
rigurosamente los pagos anónimos a las comisarías cercanas.
Ahora estaban en paradero desconocido y el negocio rodaba
mejor que nunca.
La ciudad despertaba a las seis menos cuarto de la mañana y
se acostaba cerca de las tres y media pero ellos seguían siendo
invisibles a los ojos de las autoridades de ese lugar sin ley. El
progreso del hombre de gris fue en aumento constante. Gozaba
de una tranquilidad estable y tenía las espaldas bien cubiertas.

65
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Quince años después el hombre de gris era el único dueño


de la ciudad. Se había ganado el respeto a base de trabajo y de
saber tratar tanto a su personal como a sus clientes y era una
responsabilidad mantener esa buena reputación. Todo el
mundo le rendía el máximo respeto. Lo cierto es que poco a
poco, su carácter se había ido endureciendo y se quizás a esas
alturas se le había esfumado cualquier resquicio bondadoso que
le pudiera quedar. Quizás tantos excesos le habían echo olvidar
la humildad que disponía el hombre honesto y trabajador que
una vez fue. Aún no se había dado cuenta que el ostentoso
mundo en el que vivía ofrecía demasiados colegas y pocos
amigos, demasiados socios y pocos compañeros y demasiadas
chicas y pocos amores. Pero ya era demasiado tarde para
cambiar aquello, la presión social a la que estaba sometido le
arrastraba hasta la más profunda de las miserias humanas pero
él no se percataba y su sed seguía creciendo más y más.
Su ansia de poder parecía ser imprescindible para mantener
su estatus y su desarrollo y día a día su propia codicia le
condenaba a soportar el lastre de un alma castigada.
Se ganó también muchos enemigos en ese tiempo incluso
Miser ya no estaba de su lado. Había cometido varios errores
comerciales e inoportunos comentarios ante gente de
renombre. Por ende el hombre de gris se vio obligado a
despedirle ante tan desafortunados comportamientos y fue
reemplazarlo ipso facto.
Miser fue su instructor y eso el hombre de gris no lo
olvidaba, pero después de que su adicción le causara numerosos
problemas con sus allegados, el hombre de gris rescindió su
acuerdo de sociedad. Ahora cada cual iba por su cuenta ya que
Sed no podía admitir las pérdidas de clientes por el constante
mal estado emocional de su mano derecha y no podía ver como
iban desapareciendo sus clientes y se iban descontentando sus
trabajadores. Le dio varias oportunidades antes de dar el paso

66
LA HISTORIA DE SED

de la separación pero la adicción al alcohol y a la droga banca de


Miser no parecía tener remedio cercano.
La traición de Miser tuvo lugar posteriormente, al cabo de
poco tiempo de su separación.
Miser, conocía de primera mano la privilegiada información
de su antigua sociedad y aprovechándose de aquello, fue a
visitar al Sr. Apetti y le mejoró los precios y las condiciones de
todos los productos y servicios que anteriormente le prestaba el
hombre de gris.
Se encargó también de echar calumnias e intentó hundir su
antiguo amigo, aunque su antiguo socio ya gozaba una
consistente estabilidad, y se mantenía bien aposentado en su
alto trono. Se podía decir que a esas alturas ya no dependía
económicamente del Sr. Apetti ni precisaba de sus favores e
influencias.
Hacía ya un tiempo que el hombre de gris tomaba las
decisiones determinantes sólo, pero a su disposición tenía
delegados, ayudantes y consejeros. Su confianza en ciertos
asuntos residía en un chico muy competente formado en su
cantera y al que sacó de la miseria hacía ya un tiempo. Era su
ayudante y el componente más leal de su equipo. Ese chaval
estaba especializado en espionaje, hurtos y mensajería veloz.
Tenía un ciclomotor y destacada habilidad en la conducción.
También poseía amplia experiencia en la infiltración de sistemas
informáticos y en pinchazos telefónicos. Todos le llamaban
Trist y estaba a punto de cumplir la mayoría de edad. Su madre
era una alcohólica adicta a los medicamentos y sus depresiones
y las frecuentes crisis de ansiedad que sufría, fueron la principal
causa de la completa desatención que padecía su hijo. No
obstante aún se querían y él solía visitarla al menos una vez al
año.
Desde la edad de doce años, aquel muchacho se tuvo que
buscar la vida entre estafas y pequeños atracos. Pero ahora el
chico era autosuficiente y tenía bastante dinero para vivir

67
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

cómodamente. También realizaba sus trabajos paralelos


mientras demostraba absoluta lealtad al hombre de gris.
El hombre de gris tenía entonces unos 45 años de edad y fue
curioso el día que conoció a la señorita Argucia.
Cuando las cosas marchaban bien el hombre de gris solía dar
un paseo reflexivo por un parque lejano a su casa y a su zona de
trabajo. Se sentía libre cuando por un momento gozaba de unos
instantes de tranquilidad; sin enemigos cercanos ni individuos
que le quisieran adular. Fue entonces cuando ignoró la
presencia de una mujer que se le acercó por la espalda y le dijo.
―Señor.
Él se giró y observó una ligera cojera en el andar de la mujer.
Le resultó atractiva de todos modos. Su voz le había hecho
recordar el sabor de la dulzura, y la deliciosa melosidad de la
alegría.
―Dígame usted señorita―contestó ansioso de escuchar de
nuevo la adorable voz que interrumpió sus pensamientos.
―Se le ha caído la cartera―dijo ella.
En la cartera no sólo llevaba gran cantidad de billetes
grandes, sino que también escondía documentos identificativos
de todo tipo. La pérdida de dicha documentación hubiese
supuesto sin duda, un sinfín de contratiempos problemáticos.
―Gracias
―De nada y tenga cuidado. Adiós.
La mujer se despidió justo antes que el hombre de gris
interrumpiera su camino sin saber que decir.
―Perdona, pero es que…―tomó unos segundos salvadores
para una urgente y necesaria improvisación
―…me he perdido―continuó.
―¿A donde iba usted?―dijo ella.
―Me dirigía a una exposición de arte contemporáneo en el
Museo Cult.
―Uy, eso está muy lejos de aquí. ¿Está seguro?

68
LA HISTORIA DE SED

―Si, si. Me haría un gran favor si me indicara por donde ir.


Y claro está que sería un honor gozar de su compañía en el
museo. ¿Le gusta el arte? Invito yo.
―Me encantaría pero llego tarde a una entrevista de trabajo
justo ahí enfrente, de verdad otra vez será.
―No tengo prisa, la puedo esperar aquí.
―¿De verdad?― dijo con franca ilusión.―No sé cuanto
tardaré, calculo que entre media hora y una hora como mucho.
―¿Cual es tu nombre?
―Me llamo Argucia
―Encantado señorita Argucia yo me llamo Sed.
Ella era una hermosa mujer tenía el pelo largo, castaño, con
multitud de tirabuzones perfectos y una mirada de color verde
turquesa que intimidaba al amor. Esa mujer era dueña de una
encantadora sonrisa que encandiló al hombre de gris desde el
primer momento. Era muy atractiva y tenía las piernas más
bonitas y más largas del mundo. La obra más valiosa del museo
que fueron a visitar esa tarde era sin lugar a dudas la mujer que
estaba en los brazos del hombre de gris.
La cita tuvo lugar y la avenencia estuvo presente en todo
momento. El hombre de gris olvidó por un momento todos los
turbios asuntos que tenía entre manos. La sinceridad de la
mirada de esa mujer transmitía una pizca de tristeza, la
suficiente para cautivar el recóndito corazón del hombre de
gris.
Después de la visita cenaron y luego se amaron.
Aquel intenso sentimiento fue recíproco y mantuvo la
complicidad de la pareja durante varias horas. La
compenetración y la comunicación corporal fue íntegra. Hubo
un solo ser en ese dormitorio, y una ventana de cristales
empañados, unas sábanas arrugadas y una almohada
desatendida. Los dos cuerpos empapados de sudor, exhaustos
del placer, culminaron su gesta con un apoteósico final de
alabanzas y de agradecimientos.

69
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Las velas mantuvieron una luz tenue durante la noche hasta


que el sigiloso amanecer les sorprendió besándose. Aquel día la
pasión fue la encargada de fundir las dos mitades de una pieza
única e indivisible.
El hombre de gris estaba entusiasmado y la fascinación
parecía ser mutua.
Obviamente él le ocultó su profesión y su vida delictiva
porque no quería de ningún modo perder a esa deliciosa mujer.
De todos modos sabía que el engaño no podría ser eterno pero
no obstante no le costó mucho esquivar ciertos temas de
conversación durante varios días. Los dos parecían una pareja
de estudiantes en primavera.
Convivieron durante algunas semanas en casa de ella pero
pronto fue la segunda residencia del hombre de gris la que les
acogió. Él delegaba cada vez más faenas y mediante el teléfono
se mantenía informado de sus negocios, pero la verdad es que la
mayor parte de su tiempo se lo dedicaba a ella.
El hombre de gris se preguntaba acerca de algunos asuntos
del pasado de su pareja, pero hasta entonces no había tenido
suficiente confianza con ella para abordar tales asuntos. Le
frenaba también la posibilidad que ella tratase algunos temas
conflictivos sobre la vida profesional del hombre de gris. No
obstante en el desayuno de un día soleado se aventuró a realizar
unas preguntas un tanto embarazosas:
―Perdona, Argucia y sin ningún ánimo de ofender ¿te puedo
preguntar algo?
―Claro, Sed no lo dudes. Dispara. ―Dijo ella tan calmada.
―¿Te puedo preguntar como te hiciste lo de
pierna?―Refiriéndose a la cojera que ella presentaba.
―Ah ¿es eso? Digamos que es un tema del que no me gusta
hablar. ¿Te importa si hablamos de ello en otro momento?
Hace un día estupendo no quiero estropearlo.
―Vale vale ningún problema. ¿Quieres un poco más de
zumo?

70
LA HISTORIA DE SED

―Claro.
Fue entonces cuando más le inquietó la curiosidad.
Esa misma tarde llamó a un gestor suyo para que averiguara
datos de Argucia. Al hombre de gris nadie le oculta información
por insignificante que pareciese.
El hombre de gris estaba sentado en un sillón de su
asombroso despacho junto a un nuevo proveedor fumando,
mientras hacía la cata de una exótica mercancía colombiana
supuestamente dotada de una excelente calidad. Estaba delante
del proveedor cuando en un solo gesto apagó su cigarro
estrujándolo contra el cenicero y dio un puñetazo en la mesa.
Apresuradamente agarró al proveedor de la camisa y arrastró su
cabeza hasta llegar a la mercancía que le había traído.
―¿Esto te parece excelente? ¡Esta mierda no sabe a nada!.
Llévate esta basura antes de que te vuele la tapa de los sesos y
déjale clara una cosa a tu jefe. Quien intenta timar a Sed tiene
solo dos opciones: arrepentirse o morir.
En ese momento sonó el teléfono y antes de responder les
dijo a los guardias de seguridad:
―¡Llévense a este desgraciado de aquí!
La llamada era de su gestor y decía que había encontrado la
información solicitada. Halló un informe médico de unos 15
años atrás.
―Si, dígame―respondió
―Jefe, soy yo.
―Cuéntame ―exigió el hombre de gris
―Vamos a ver, ya tenemos el perfil de Argucia Toler mujer
caucásica, metro setenta y dos, 46 años, nacida en Dolortown.
La hospitalizaron de urgencia en la unidad de traumatología con
heridas graves causadas por un accidente de tráfico. Pudieron
salvarle la vida pero estuvo treinta y cinco días en coma, el día
treinta y seis despertó. Perdió un 60 por ciento de visión en el
ojo derecho y se fracturo el fémur y la cadera además de
padecer múltiples traumatismos. Ingresó en el hospital junto

71
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

con su compañero sentimental. Era un hombre blanco, 1,84,


también nacido en Dolortown y viajaba en el mismo vehículo.
Este hombre no tuvo tanta suerte, falleció el mismo día del
accidente. Informes forenses dijeron que su vehículo no
mostraba golpes ni abolladuras por lo que concluyeron que
había sido de un atropello. Más tarde, las declaraciones de
Argucia corroboraron la hipótesis de la policía, añadiendo
además, que se trataba de un turismo rojo de grandes
dimensiones tipo cuatro por cuatro y que el conductor era un
hombre blanco de pelo negro. El dueño de este vehículo nunca
apareció. De momento es todo lo que tengo. ¿Quiere que
profundice más en la investigación?
―No hace falta. Buen trabajo―dijo justo antes de colgar el
teléfono sin despedirse.
En ese momento la penúltima lágrima del hombre de gris
resbaló por su mejilla y pudo sentir el amargor de su corrosivo
pasado. Aquel trágico suceso que su memoria había intentado
borrar con el paso de los años, permanecía intacto, perenne
imborrable y duradero. La rabia y el arrepentimiento fueron la
causa del puñetazo que el hombre de gris propinó a la puerta de
madera maciza de su despacho. No sintió dolor en la mano
pero sí en su corazón. Se limpio con un pañuelo la sangre que le
brotaba de los nudillos y vio que el mal ya estaba hecho. Se dio
cuenta que él le había destrozado la vida a la única persona que
había amado y que si en algún momento se enterase de aquello,
ella no lo perdonaría. Argucia era la única persona en el mundo
que apreciaba al hombre de gris por cómo era y no por quien
era.
La anterior lágrima que resbaló por su mejilla la había
causado el hundimiento económico de su negocio, pero esa
lágrima ya estaba seca y olvidada entonces. Su familia había
desaparecido y ya le había olvidado. Anteriormente tenía una
floristería y el hombre de gris fue un chico honrado y trabajador
en su momento. Quiso levantar el negocio que cuando después

72
LA HISTORIA DE SED

de la muerte de su padre empezó a caer el negocio. Poco


quedaba ya de aquel honesto chaval.
En esa noche de mil y una estrellas el hombre de gris
terminó el plan para el robo. Su joven compinche Trist había
hecho una buenísima labor de espionaje. Se había infiltrado en
conversaciones telefónicas de Miser y descubrió que en breve
tendría lugar un intercambio de algún tipo de mercancía
africana. Toda la conversación estaba codificada con palabras
clave, pero Trist sospechaba que tal mercancía serían
numerosos diamantes procedentes de Angola. En efecto no se
equivocó. El intercambio fue en un lugar público y Trist pudo
tomar fotografías de todo el proceso de la transacción. A
continuación Trist siguió a Miser hasta su guarida para localizar
el futuro escondite de ese maletín e invisible como un camaleón
llegó hasta el interior del jardín, propiedad de Miser, sorteando
todas las medidas de seguridad. Se escabulló de cualquier
mirada hasta localizar a lo lejos la habitación de la finca donde
entró Miser. De la pared de esa habitación colgaba un cuadro
que ocultaba una pequeña caja fuerte empotrada. Ahí fue donde
guardó el preciado botín.
Trist regresó a casa del hombre de gris, era de las pocas
personas que conocía la ubicación de su domicilio particular. Al
llegar a su gran casa le informó de todo y elaboraron el plan
para el robo perfecto.
En realidad la codicia del hombre de gris fue la que lo
impulsó a emprender ese robo. La envidia alimentaba el rencor
que sentía hacia Miser y la sed de poder enajenaba al
desdichado hombre de gris.
Siguieron escuchando todas las conversaciones telefónicas
de Miser durante semanas, pero no hubo indicios que
apuntaran a una compraventa inminente del susodicho tesoro.
La opción de entrar en casa de Miser por la fuerza y reventar
las paredes y llevarse la caja fuerte no la contemplaba. Aunque
nada le impedía hacerlo, no era el estilo del hombre de gris

73
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

hacer tal cosa, prefería la larga espera y la investigación mientras


saboreaba el procedimiento del plan de sustracción.
En efecto llegó el día en que una palabra hizo saltar la
alarma en las atentas escuchas:
―Angola.
Identificaron las palabras clave de la conversación que Miser
mantenía con el supuesto comprador y Trist localizó el lugar y
la hora del intercambio, ese día el equipo del hombre de gris le
prepararía una emboscada. El hombre de gris se comunicó con
todo su equipo cogiendo el walkie talkie con la mano izquierda,
ya que hacía poco que se había hecho un profundo corte en el
brazo derecho y lo tenía inmovilizado. El único que sabía la
causa de ese corte era Trist y parecía no querer hablar de eso
con su jefe. Hacia 3 días que a penas hablaba con nadie y esa
herida en el brazo le provocaba un profundo dolor constante.
Trist, encargado de espiar y de informar al equipo de cada
movimiento de Miser y de sus diamantes, ya estaba en posición.
Los prismáticos alcanzaban a Miser desde lo alto de un monte
adyacente a la finca y vio que entraba en la habitación de la caja
fuerte empotrada. Abrió el maletín y sacó una bolsa azul de tela
que se guardó en el bolsillo interior de la chaqueta que
posteriormente se la abrochó.
Salió de su casa rodeado de guardaespaldas y se metió en un
coche de lujo de grandes dimensiones de color negro. Trist le
siguió con la motocicleta a una distancia prudencial y tomando
ciertos atajos, puesto que era conocedor del lugar del
intercambio. Trist llegó el primero y su equipo esperaba atentos
sus indicaciones.
Eran las dos de la tarde y el sol imperaba en el paisaje de una
plaza transitada por gente corriente. Una plaza cercana al puerto
y cuyo perímetro lo adornaban edificios majestuosos de
arquitectura barroca. Una fuente coronaba el centro de esa
espaciosa plaza mientras que Miser y sus armados
guardaespaldas bajaron del coche y rodeando la fuente central

74
LA HISTORIA DE SED

se dirigieron al restaurante propiedad del supuesto comprador,


al lado opuesto de la plaza.
En ese momento a un grupo de adolescentes que estaban
jugando al fútbol se les escapó un balón de cuero que se cruzó
en la trayectoria de aquellos peligrosos hombres, incluso un
chaval ya crecidito iba tan despistado en busca de ese fugitivo
balón que chocó de espaldas con Miser.
―Perdone señor― dijo levantándose y sin esperar respuesta
siguió corriendo en busca de esa pelota perdida.
Ese chico desapareció entre la multitud.
Un minuto y treinta segundos después llegaron a la puerta
del restaurante y les vino a recibir el comprador. Se saludaron
cordialmente con una ligera sonrisa y con ganas de cerrar el
trato rápidamente, sin complicaciones. Era un día cálido y el
color rojizo del rostro de Miser lo demostraba. De repente la
sonrisa de Miser en ese saludo desapareció en un solo gesto
facial. Su cara se volvió de repente de color blanca como un
fantasma y su sangre se congeló. Fue como una inyección de
miedo en la arteria principal. Su corazón empezó a latir de
forma vertiginosa golpeando contundentemente su tórax. De
inmediato se puso las dos manos en el pecho palpando su
chaqueta mientras su nerviosismo le hizo señalar hacia un lado
de la plaza y gritó.
―¡¡Coged a ese chico!!
En efecto Trist, el chaval despistado del balón perdido,
empezó a correr exaltado y confiado en la ventaja que les había
tomado, aunque no era tanta como creía. Los hombre armados
lo perseguían furiosos y Miser iba en primera línea. Se desvió
hacia el coche, lo arrancó y se dirigió veloz hacia Trist. Por
suerte para el chico, después de cien metros, una barrera
iniciaba una calle peatonal, y eso fue lo que impidió el paso del
vehículo, así que Miser bajó del coche de un salto y siguió
corriendo tras él. Las palomas echaron a volar, los perros que
paseaban por ahí se unieron a la persecución durante un tramo,

75
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

los demás perros atados ladraban insistentemente. Se oyó un


disparo al aire pero Trist no se detuvo, siguió apresurado e
incluso aumentó el ritmo, sacando la fuerza de donde no la
había. Trist se conocía todas y cada una de esas calles y se metió
por un mercado de mucho transito peatonal. Los hombres
armados siguieron tras él, pero su torpeza les hizo derribar
varias paradas comerciales de frutas. Las naranjas y los tomates
rodaban por el suelo mientras el dueño de la parada se
lamentaba sin cesar. La gente se quejaba mientras iba pisando
toda esa fruta desperdiciada. Todos esos cestos, maderas y
tenderetes caídos en el suelo obstaculizaron los pasos de los
siguientes perseguidores. Los vecinos protestaban y censuraban
aquellas apresuradas carreras mientras Trist y esos hombres
pasaban velozmente a lo largo de todo el mercado. Después de
varias vueltas por las mismas callejuelas el chico cruzó la Gran
Avenida a ciegas y un autobús estuvo a punto de arroyarlo, pero
después de aquel susto los otros siete carriles los cruzó sin
dificultad. El temerario Trist arrancó a la primera el ciclomotor
que tenía aparcado su justo en la siguiente esquina y a partir de
entonces se dio a la fuga con tranquilidad. Conocía el barrio
como la palma de su mano y desapareció zigzagueando entre
los vehículos.
Media hora más tarde Trist ya estaba en su casa cuando su
teléfono sonó.
―¿Que has hecho? ¿Donde demonios estas? Infórmame
inmediatamente de la situación. –dijo exaltado el hombre de
gris
―Eh, tranquilo jefe, cálmese.― dijo con una voz relajada.
―¿Como que tranquilo? hace casi una hora que no sé nada
de ti. ¿Donde está Miser?
―Miser está medio perdido por la ciudad con sus patosos
compinches desubicados.
―Cuéntame la verdad, mocoso o acabaremos mal.

76
LA HISTORIA DE SED

―Primero, a mí no me llames mocoso, que ya no soy tan


mocoso y segundo ya puedes ir pensando una buena oferta.
―¿Una buena oferta? pero de qué estas hablando. ¡Maldito
niñato! Todo el plan hecho añicos. Esto me pasa por confiarle a
un niño el trabajo de un hombre. Me vas a tener que dar una
buena explicación de todo esto sino la próxima vez que te vea
por aquí te va a caer una buena paliza, ¡imbécil!
―¿Ah, sí? tú y cuantos más, abuelo.
―¿Como has dicho?
―Escúchame abuelo. Ya sabes que yo sé cosas que te
incumben y que nadie puede saber, no sé si me explico, asuntos
turbios de tu pasado y que recientemente, digamos, que has
tenido ciertos desacuerdos conyugales…cobarde…que eres un
cobarde…. así que ahora calla y escucha. Sed, ves pensando tu
oferta por los diamantes porque los tengo aquí conmigo y… la
verdad es que… son tan bonitos. No sé si voy a querer
desprenderme de ellos, ya sabes, tan brillantes, tan… hermosos.
No quisiera verme obligado a mal venderlos al primero que
pase. ¿O que te pensabas, pardillo que te iba a chupar el culo
hasta que te murieses? …cobarde… ¡A tomar por culo!― dijo
Trist antes de colgar.
El hombre de gris nunca se había sentido tan traicionado y
humillado, digamos que el chico tenía la sartén por el mango ya
que anteriormente había sido testigo de un turbio asunto que
implicaba al hombre de gris.
Tres días antes el hombre de gris tuvo una cita con Argucia.
Habían quedado para ir al museo a visitar otra exposición de
arte contemporáneo que tanto les motivaba. Después
mantendrían una extensa conversación constructiva acerca de
todas esas obras abstractas que habían visto. Quedaron en casa
del hombre de gris para partir desde ahí. No obstante él no
sabía como actuar después de haberse enterado de la noticia.
Pensar en el atropello le causaba molestos dolores de cabeza
que nublaban su vista produciéndole mareos, náuseas y

77
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

vómitos. Él tomaba un café que apuró de un sorbo y ella estaba


tomando un té rojo sin azúcar y con una rodaja de limón. De
repente la taza se le resbaló de las manos y se le vertió todo el
líquido en la camisa que llevaba. Se levantó rápidamente y se
secó con un trapo, pero la mancha ya había penetrado en el
tejido de esa blanca camisa. El hombre se estaba duchando y
Argucia fue a cambiarse y buscó en el primer cajón de la
cómoda del dormitorio una camiseta. Al abrir el cajón, cogió
una camiseta del hombre de gris y debajo encontró una carpeta
que curioseó y vio tres fotos del hombre de gris de joven.
Sonrió al ver la primera; el hombre de gris cuando era un niño
de unos 7 años. Estaba en lo que parecía una floristería,
jugando con una pelota hinchable se le veía francamente feliz, la
segunda foto le sorprendió; era una foto de hacía unos 15 años
y salían él y un compañero suyo de pesca, mostrando a la
cámara el enorme pescado que habían capturado, sus ojos ya no
presentaban tanta alegría. La tercera foto fue reveladora, a
Argucia se le cayó toda la carpeta al suelo y rápidamente la
recogió y la puso en su lugar de origen.
De pronto apareció el hombre de gris por la puerta del
dormitorio.
―¿Qué haces? ―dijo el hombre de gris
―Me he manchado y te he cogido una camiseta―dijo
levantando el brazo con el que agarraba la camiseta.
―Ah, vale. No te queda mal.―sonrió
―¿Qué, nos vamos ya, Sed?
―Me visto y salimos ¿vale?
―Te espero en el salón
―OK
La foto que había visto le había impactado muchísimo.
Parecía ser la misma época que en la foto del enorme pescado,
pero en ese caso, se veía el hombre de gris en un banco de un
jardín con un garaje justo detrás. En ese garaje se veía en

78
LA HISTORIA DE SED

pequeño un coche rojo, un Jeep cuatro por cuatro y parecía


presentar abolladuras en la parte delantera y lateral.
Argucia pensó que debía ser casualidad. Que era una
obsesión que aún arrastraba desde hacía 15 años. Pero no daba
crédito a tal coincidencia. Había cosas que podía olvidar,
detalles sin importancia, pero había un dato que ella tenía
grabado con martillo y cincel en su memoria petrificada. Ese
dato era la fecha del accidente que situaba su infortunio en una
fecha muy concreta.

El hombre de gris salió perfectamente vestido del


dormitorio y los dos se dirigieron al museo, en uno de sus
vehículos. La visita fue extraordinaria, a los dos les encantaba el
arte contemporáneo y disfrutaban observando minuciosamente
cada detalle de cada cuadro del museo. Sin embargo ella no se
sintió a gusto, intentaba disimular su malestar, pero su
desilusión en esa visita fue evidente, y el hombre de gris estaba
tan entusiasmado que nada tuvo que decir al respecto.
Argucia no pudo dormir esa noche, le inquietaba la obsesión
de la sospecha. Quería averiguar la verdad. Había desenterrado
un caso casi olvidado, pero sobre todo, quería ver de nuevo esa
foto lo antes posible.
A la mañana siguiente esperó de nuevo la cuotidiana ducha
del hombre de gris para volver a hurgar en su cajón.
Volvió abrir la carpeta y hojeo las dos primeras fotos, pero
fue al grano y seleccionó la tercera. Observó una y otra vez el
coche rojo que figuraba detrás del hombre de gris, en esa
fotografía el vehículo se veía en un tamaño muy pequeño y pese
a la falta de visión parcial de Argucia, aquellas rascadas y
abolladuras fueron apreciadas sutilmente y sin ninguna duda. El
hombre de gris en esa fotografía mostraba una mirada
tristemente apenada, pero de repente vio un detalle que se le
había pasado por alto la primera vez. Ese detalle hizo que la

79
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

coincidencia en todos esos hechos fuera concluyente y


reveladora.
Al ver ese dato toda la carpeta se cayó al suelo y se quedó
inmóvil mirando al infinito sin importarle nada de lo que
sucediese entonces. Ese dato era un código muy pequeño en el
margen inferior derecho de la fotografía. Eran simplemente 8
dígitos que hicieron brotar la primera lágrima de Argucia. Las
cifras estaban escritas en rojo y eran 25031995. El día 25 de
marzo del 1995 fue el día en el que murió su entonces
compañero sentimental. Fue el día de su desafortunado
accidente.
Recogió la carpeta del suelo y la guardó.

La pareja del hombre de gris y Argucia hasta entonces era


perfecta, llevaban siete meses unidos y gozaban de una
complicidad y una amistad inmejorable. Habían rozado la unión
espiritual y sus vidas saboreaban una común felicidad amparada
por la estimación que sentía el uno por el otro. El afecto, el
respeto y la admiración eran las virtudes más destacadas de esa
unión amorosa.
Él insistía, dando pocos detalles, que se dedicaba a la
compraventa de naves industriales, pero ella veía algunas cosas
que no cuadraban en su cabeza. Por supuesto, ella no sabía
nada de su drogodependencia y de su necesidad de tomar a
menudo unos blancos y excitantes extractos alcaloides en
polvo.
De todos modos Argucia durante todo ese tiempo ya sabía
que el hombre de gris le mentía acerca de su trabajo, pero ella
evitaba pensar en ese tema e intentaba quitarle importancia al
asunto, ya que el amor que sentía por él estaba por encima de
esas mentiras protocolarias.
No obstante, durante las últimas semanas la relación
sentimental del hombre de gris con la señorita Argucia iba de
capa caída. El distanciamiento que iba en aumento se pronunció

80
LA HISTORIA DE SED

notablemente en los últimos dos días. Él tenía muchísimo


trabajo en esa época del año y la atención que le prestaba
últimamente a Argucia era mínima. Cuando por la noche se
encontraban en casa intentaba compensarlo con dosis de
ternura pero la tensión a la que se sometía el hombre de gris le
impedía tener tanta paciencia.
Incluso en esos días había tenido lugar la primera, la segunda
y la tercera discusión seria de la pareja.
Siempre eran por motivos sin importancia que
desencadenaban un sinfín de acusaciones tontas y orgullosas.
Afortunadamente para los dos todos esos malentendidos se
solucionaban de manera pacífica y amistosa.
Él veía que el distanciamiento provocado por su falta de
tiempo iba acompañado también de una actitud de ella un tanto
sospechosa. Malos presentimientos se empezaron a instalar en
la gran casa del hombre de gris perfumando las habitaciones de
una fragancia de desconfianza.
El hombre de gris veía que Argucia realizaba algunas
llamadas de teléfono sospechosas, encuentros repentinos con su
madre, excusas y pretextos contradictorios y todo un cúmulo de
situaciones de difícil deducción.
Dos días después del hallazgo de esas comprometedoras
fotos el hombre de gris hizo un hueco en su apretada agenda
para establecer una cita con su pareja. Quedaron a las puertas
de un restaurante muy reconocido, cercano al puerto donde el
hombre de gris era conocido y tratado con especial atención.
Aquel restaurante era exquisito en todos los aspectos.
Sonaba una agradable canción de jazz. El tema era Black
Orpheus y estaba siendo interpretado con suma delicadeza por
un excelente cuarteto compuesto por; un pianista, un
contrabajista, un guitarrista y una cantante femenina de voz
angelical. Las mesas eran redondas de firme madera de roble
blanco y las sillas eran de confortable comodidad. Los cubiertos
eran de plata, estilizados, alargados y puntiagudos y la carta

81
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

parecía escrita por un poeta, no por un cocinero. Interrumpió la


incómoda velada una llamada al teléfono del hombre de Gris:
―Dígame― se levantó de la silla y aprovechó para ir al
lavabo.
―Jefe, soy Trist
―Cuéntame rápido que no puedo hablar, estoy en una
cita.―iba diciendo mientras, en el lavabo preparaba su mono
dosis.
―No puedo explicárselo por teléfono. Es acerca de los
“cristales”―remarcó entre comillas― que tiene “un antiguo
amigo suyo”―refiriéndose a Miser.
―Ya hablaremos mañana, Trist― esnifó
―No, tiene que se ahora. Es importante.
―De acuerdo, de acuerdo joder. Ven a verme donde siempre
a las 23.00h―se refería a su casa pero ocultaba informaciones
como medida preventiva.
―De acuerdo jefe. Allí estaré.― Trist entendió el mensaje.
El hombre de gris volvió a la mesa cuando el camarero ya
estaba a la espera del pedido a punto de tomar nota.
Ella se pidió dos platos y postre. De primero:―Ensalada
tibia con hilos de queso mahonés y setas salteadas con vinagreta
de miel.
De segundo Tofu de pimiento rojo con salsa de berenjenas y
huevo escalfado y de postre―Nube de limón rellena de gelatina
de ginebra con prealineé de piñones.
Él en cambio se pidió Carpaccio de buey y mango
caramelizados al jerez de primero. Codornices rellenas de foie
con salsa pimentada de sobrasada de segundo y de postre
―Brownie de chocolate con frutos secos y biscuit de fresa.
Esa cena fue silenciosa y tensa. Él intentaba establecer
ciertas conversaciones encaminadas a esclarecer algunos cabos
sueltos que había en su mente desconfiada. Ella esquivaba las
preguntas con respuestas elegantes y astutas.

82
LA HISTORIA DE SED

Después del postre, del café, del puro y de unas cuantas


copas de más volvieron a casa. En el coche ella encendió la
radio para poner música sin preguntar, él apagó la radio sin
responder.
Era de noche cuando llegaron a casa y él con un tono
contundente le dijo.
―Bueno, ya está bien de disimulos. ¡¡Cuéntamelo
todo!!―dijo él.
―¿Pero que dices?―se extrañó mientas se dirigía a la cocina
a por un vaso de agua.
―¡Ahora!―gritó desde la puerta de la cocina cortando la
salida con un brazo.
―¿Que te pasa Sed? te veo atacado.
―Mira nena, ¿te piensas que soy tonto, que se me puede
mentir tan fácilmente? No no no no no, estas MUY
equivocada, pero que MUUY equivocada.
―Oye no me hables así― exigió ella
―Mira Argucia te hablo como me da la gana, como no me
cuentes ahora mismo quien es ‘el otro’ te juro que…
―¿Qué otro?¿Pero qué dices?
―¿Otra vez? Pero vamos a ver, maldita sea…. Pues qué
demonios son todas esas curiosas llamaditas…. Si, si. Ayer
cuatro, hoy siete, ¿qué será lo próximo que tu amante duerma
en mi cama? ¿Y qué me dices de esas visitas repentinas a tu
madre? Pues resulta que le pregunte a tu madre. ¿Sabes que me
dijo?. Que no te veía desde hacía dos semanas. Qué me dices a
todo esto. No, no, si quizás soy yo el malpensado― dijo con un
tono irónico a un palmo de su cara.
―Sed no.
―¡Calla!
Una bofetada inicio un consecutivo instante de silencio.
Ella empezó a llorar
―Eso llora, llora, arrepiéntete ¿Sabes por que? porque nadie
le hace eso a Sed.

83
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Ese llanto fue convirtiéndose de manera progresiva en una


fuerte carcajada que rebotaba en la cabeza del hombre de gris
que en ese preciso momento no entendía lo que estaba
pasando.
―¿Lo quieres saber? ¿Lo de las llamaditas y mis
gestiones….? tenía que asegurarme de que eras quien creía que
eras… Todo esto lo hice porque tenía fe en ti y no me podía
creer lo que había descubierto. Sed, antes de ayer me enteré de
todo, ¿me entiendes?, de todo. Sé que fuiste tú Sed. Mira por
donde, las casualidades de la vida, ¿verdad? El destino me trajo
hacia ti en el momento en el que desistí de buscarte. Se abrió la
herida cuando ya la tenía cicatrizada.
―¿Puedes decir qué es lo que descubriste? ―dijo con voz
temblorosa.
―Todo Sed, todo. No disimules. ¿Donde está ahora tu viejo
Jeep? Si hombre, el que usaste aquel 25 de mayo. ¿Sabes? el mes
de junio del 95 no existió para mi me desperté 36 días después
de ese accidente. ¿Y tú qué hiciste ese día eh Sed? Después que
de darte a la fuga, eh, cobarde.
Al acabar esa frase la chica se abalanzó sobre él mientras
sacaba un cuchillo que encontró en lugar muy accesible de la
cocina, tan accesible que en un solo gesto consiguió rajarle
profundamente el brazo derecho. Brazo con el que el hombre
de gris se protegía el cuello, lugar a donde iba dirigida la
agresión. El hombre de gris iba de rojo ensangrentado,
esquivaba la navaja de ella con movimientos ágiles. Tiró al suelo
la mitad de la vajilla mientras se defendía de ella. Con el suelo
lleno de cristales rotos, él logró golpearla y el cuchillo le cayó al
suelo.
La segunda lágrima de Sed llegó en ese preciso instante a las
23 en punto. Agarró a Argucia por el cuello, ella tenía la pared a
su espalda y el silencio en el aire se arropaba con un sonido
ambiental del tráfico y de alguna motocicleta que destacaba.

84
LA HISTORIA DE SED

―¿Sabes qué es lo que más me duele Sed? Que realmente, un


día te quise de verdad. Y ahora me das pena y creo que eres un
desgraciado y miserable cobarde―dijo ella
―Yo no quise hacerlo –dijo Sed llorando y sin dejar de
agarrar su cuello.
―Cobarde―repitió sonriendo satisfecha de haber
encontrado al hombre que toda su vida había buscado.
―Fue un accidente te lo juro― confesó sin soltar la presión y
ejerciendo mayor fuerza mientras se lamentaba.
―Cobarde –repitió sonriendo ella cada vez con una voz
menos audible.
―Era muy joven, no sabía lo que hacía―admitió mientras
estrujaba su cuello con su máxima potencia.
―Cobarde –terminó cerrando los ojos.
―¡Noooooooo! Me arrepiento de lo que hice.―grito el
hombre de gris mientras ella cerraba los ojos y el
estrangulamiento había finalizado.
El hombre de gris recordó perfectamente la mirada de esos
ojos. Recordó que en el momento del atropello pudo ver la
misma imagen: la mirada acusadora de una mujer; era realmente
ese el motivo de sus pesadillas.
El hombre de gris estaba ensangrentado y llorando y de
repente se giró y aún con las manos en el cuello de argucia vio a
Trist en el otro lado de la ventana. Trist le saludó y picó
sutilmente en el cristal por el lado del jardín e hizo unas señales
para que le abriera la puerta de la entrada en la casa.
―Hola Trist.
―Hola jefe.
―Lamento que hayas visto esto. Son cosas de los negocio mi
joven amigo―dijo secándose las lágrimas.
―Jefe, no es la primera vez que veo algo así, no se preocupe
por mí.―Por dentro Trist estaba conmocionado por lo que
acababa de ver pero por fuera parecía una roca de hielo. Sintió

85
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

rabia contra su admirado jefe y de inmediato cerró los puños y


trago saliva.
―Eres fuerte Trist y valiente algún día serás como yo.
―Ojalá así fuera, Sed. Aquí le dejo los documentos que he
venido a traerle.―dijo después de dejar una carpeta en la mesa
del recibidor―En esa carpeta está todo lo que necesita saber
sobre el tesoro de Miser. Datos concretos y precisos de la zona
de sustracción, número de piezas, peso, procedencia, valor en el
mercado, la identidad del último vendedor. Todo. Sed, si se
hace con ese botín podría ser el más rico del mundo.
Sed sonrió mientras corregía a Trist
―Del mundo no sé Trist, pero quizás de la ciudad. Juntos
conseguiremos esos diamantes

Cuando Trist se marchó sonó otra vez una motocicleta que


se alejaba entre un monótono sonido ambiental del tráfico.
El hombre de gris se deshizo del cadáver de Argucia
mientras de nuevo la tristeza invadía su interior. Se dio cuenta
de que había matado a la única persona a la que había amado en
mucho tiempo y en ese momento la tenía en brazos, después de
haber disfrutado de su compañía durante los últimos 7 meses.
Se vendó con firmemente el brazo después de limpiar la
profunda herida que Argucia le había causado. Esa noche el
hombre de gris no durmió ni un solo minuto.
Días más tarde Miser recibió una llamada anónima. Alguien
con un enemigo en común quería proponerle una estratagema
vengativa. El personaje anónimo que realizó la llamada le dijo a
Miser que sabía quien le había robado sus diamantes y como
hacer para recuperarlos. Extensa conversación tuvo lugar
entonces.
Mientras tanto Trist sin poder disimular el nerviosismo que
tenía en el cuerpo desde el día que robó tales diamantes, llamó
al hombre de gris para ofrecerle un trato. Le propuso un
repartimiento equitativo con una condición. Le dijo que se

86
LA HISTORIA DE SED

repartirían a medias el botín en cuando el hombre de gris


encontrara un comprador. Cuando lo encontrara él le daría su
parte y todos contentos. El hombre de gris aceptó el trato.

Al día siguiente quedaron para hablar de las condiciones en


una zona muy apartada de la ciudad, en un polígono industrial,
era un gigantesco local abandonado que parecía que en
cualquier momento se iba a derrumbar. Ese lugar parecía ser
una antigua fábrica de cemento y la verdad que a Sed no le hizo
mucha gracia aparecer solo en ese paradero.
El hombre de gris llegó puntual a la cita entró en el local
pero no parecía haber nadie.
Vio la silueta de un hombre a contraluz que iba avanzando a
cortos y lentos pasos, pero no parecía ser Trist.
―Hombre, el gran Sed.
―¿Quien eres?― dijo mientras la luz iba desvelando el rostro
de tal hombre.
―¿Como va todo, mi gran amigo?
Esa voz le resultaba muy familiar pero en ese momento
estaba desubicado y no lo reconoció hasta que la luz lo enfocó
directamente.
―Miser.
Le estaba apuntando con una pistola mientras lentamente
seguía avanzando hacia el hombre de gris.
―Y ahora dime, Sed ¿donde están mis diamantes?
―Yo no los tengo –dijo el hombre de gris completamente
desorientado
―¿A no, y quien los tiene?
―Los tiene el chico
―Ya. Tengo entendido que ese chico trabaja para ti. Por
cierto, muy hábil ¿de quién habrá aprendido?
―Trabajaba para mí hasta el día que me traicionó y creo que
hoy lo ha vuelto a hacer. ¿Quien te ha traído hasta aquí Miser?
―Digamos que tenemos un amigo invisible común Sed.

87
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

―Salgamos de aquí Miser el chico nos ha tendido una


trampa.
De repente los dos vieron un destello de una luz azul.
―¡¡POLICÍA ALTO!! Tire el arma.
Era una sola patrulla pero a lo lejos se acercaban más.
Miser disparó al policía que estaba protegido por la puerta de
su vehículo. Sed aprovechó para meterse en una habitación
extraña que había detrás de él. El policía disparó a Miser y el
disparo le acertó en la pierna. Miser se escondió pero un rastro
de sangre le delataba. Aparecieron los refuerzos de la policía y
detuvieron a Miser no sin que él hiriera de gravedad a uno de
los policías. Sed encontró un escondite perfecto y se escondió
allí. Estuvo allí durante 30 horas era un suelo falso que había en
el almacén de ese lugar. Sed salió cuando la zona estaba
tranquila y segura.
Al día siguiente Sed se dirigió a casa de Trist y sin pensárselo
dos veces, echo la puerta abajo nada más llegar. Estaba
realmente cabreado con Trist y no pensaba en otra cosa que
estrangularle allí mismo. Pero no había nadie y revolvió toda la
casa en busca de esos malditos diamantes, pero no encontró
nada. Cuando Trist llegó a su casa Sed le estaba esperando.
Abrió dos dedos la inestable puerta y ya vio que alguien le
apuntaba con un arma a la cabeza.
―Adelante, pasa, Trist te estaba esperando.
El chico no tenía palabras.
―Dame los diamantes ahora y tendrás una posibilidad de
salir vivo de esta, enano.
Trist se dirigió al escondite de los diamantes sin demora en
busca de los diamantes.
―Las manos donde pueda verlas mocoso.
El escondite de tales diamantes era el falso fondo de un
armario empotrado en el dormitorio.
En ese escondite había dos bolsas idénticas y Trist en un
gesto malabar se puso las dos en el bolsillo.

88
LA HISTORIA DE SED

―¡Eh tú! ¿qué has hecho?― desconfió el hombre de gris


―Nada, coger tu bolsa,… de diamantes.― Dijo mientras se
la mostraba
Trist sacó la mano del bolsillo con una de las bolsas, en
efecto, llena de diamantes y se la dio a Sed.
Sed observó que el niño decía la verdad. Desató la bolsa que
contenía dicho tesoro y vio la belleza de los diamantes. Cerró la
bolsa y se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta.
En ese momento Trist miró por la ventana que daba a la
calle y vio el vehículo con el que Sed había llegado. También vio
que en la vacía mesa central del comedor solo había unas llaves
que no eran suyas.
―¿Ya me puedo ir? ―preguntó el chico.
Espera un momento chaval que tú y yo tenemos que
hablar.―Dijo asegurando la mercancía del bolsillo
―porque me traicionaste Trist
―Sé que fue una tontería jefe
―Qué querías conseguir?
―Nada, no sé estaba confuso
Trist al cabo de un momento hizo ver que se caía y
chocándose con el hombre de gris intentando alguna astuta
jugarreta. El hombre de gris se lo apartó de encima
empujándole y se aseguró que todo estaba en orden. Sacó otra
vez la bolsa con los diamantes para asegurarse de que Trist no
se la había robado. En efecto la bolsa llena continuaba en el
bolsillo interior.
De repente llamó un vecino a la inestable puerta y el hombre
de gris prestó atención a las palabras de ese señor mayor.
―Que ha pasado con esa puerta, maldita sea, Trist me debes
dos meses de alquiler!!―dijo el casero realmente cabreado.
Cuando el hombre de gris se quiso dar cuenta, el chico había
saltado por encima de la mesa central del comedor, había salido
por la ventana y ya estaba bajando por las escaleras de
emergencia del edificio con las llaves en su mano. Entró en el

89
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

coche del hombre de gris con las llaves que había cogido de
encima de la mesa y se dio a la fuga después de saludarle con
una sonrisa.
Sed sonrió mientras pensaba en voz alta.
―Ese chico es bueno. Se nota quien lo ha instruido. Pero al
menos he conseguido lo que venía a buscar. No ha sido tan
difícil como me esperaba y no he tenido que matar a nadie.
Trist era un perfecto conductor.
Huyó sin un lugar de destino claro, solo quería ir lejos.
Decidió ir a casa de su madre a visitarla como hacía mínimo una
vez al año, en su cumpleaños que coincidía con el de Trist. En
efecto, ese día era el del doble cumpleaños de esa reducida
familia de dos miembros no muy bien avenidos. Bajó del coche
y fue directamente a la puerta de la casa de su madre. Llamó
pero no había nadie. Desafortunadamente ella no estaba pero él
le dejó una felicitación con sorpresa dentro de un sobre en el
buzón. Después de dejar la correspondencia volvió a subir el
coche de Sed. Se disponía a volver a su casa cuando de repente
oyó una sirena y un megáfono diciendo:
―Alto policía!
Ese coche estaba en busca y captura desde el día de la
captura de Miser. Al parecer ese traidor les había facilitado las
matrículas de todos los vehículos del hombre de gris. Pensaban
que el conductor era el propietario del vehículo, pero Trist no
quería dar tantas explicaciones. Sed estaba en busca y captura
desde el día de la emboscada.
―Le habla la policía, detenga el vehículo ahora!
Empezó la persecución con un trompo de 180 grados que
maniobró Trist, esa maniobra le dio dos o tres segundos de
ventaja respecto de la policía. Los dos coches iban a gran
velocidad por la Gran Avenida y luego Trist se desvió por un
calle pequeña dirección al puerto. Tiró en esa curva varios
cubos de basura que sonaron a lata rodando por el suelo
desordenadamente, el coche patrulla embistió esos cubos y

90
LA HISTORIA DE SED

salieron despedidos por los aires. Llegaron hasta una zona


portuaria de mercancías y Trist les intentó despistar con varios
movimientos confusos, pero el conductor del coche de la
policía también era hábil al volante y seguramente más
experimentado que el chico. Se habían unido a la persecución
dos coches patrulla más, pero Trist no se daba por vencido. Ese
niño pegó un volantazo para no chocar con un camión que
venía de boca y su coche después de derrapar durante ocho
metros se precipito al mar. La policía lo rodeó pero del agua no
salió nadie. Pasaron varios minutos pero no salió nadie. Trist se
perdió junto con los diamantes en las profundidades del mar
dentro del aquel lujoso coche. Al cabo de unas horas la policía
sacó el cuerpo sin vida del chico.
Minutos antes Sed después de salir de casa de Trist cogió un
taxi y se fue al hotel donde estaba alojado esos días de conflicto.
Llegó a su habitación de hotel con el ansia de ver de nuevo su
hermoso tesoro. Fue entonces cuando cogió la bolsa de tela
azul del bolsillo interior de su chaqueta. Era una bolsa pequeña,
cabía en un puño, le quito la cinta negra que ataba fuertemente
su abertura. Su sonrisa estaba saboreando ese momento, ese
deslumbrante momento apoteósico que se iba a dar. El
momento final, la exaltación suprema, el frenesís, la pura
satisfacción en estado esencial. Fue entonces cuando vio
aquello.
Con todas sus fuerzas lanzó aquella bolsa rellena contra la
pared cuando su contenido es esparció por toda esa habitación.
Era un despreciable montón de piedras de de playa. Fue
entonces cuando la imagen de la cara del niño en su alegre
despedida desde su coche vino a su memoria.
Sed maldijo al niño con dos palabras que retumbaron por
todo el hotel.
―¡Maldito Niñato!
El entierro de Trist tuvo lugar al día siguiente de la tragedia.
No había poca gente como cabía esperar. Ese chico solitario

91
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

también tenía amigos y todos ellos le consideraban un leal


compañero.
Las palabras del pagano sacerdote en el entierro fueron las
siguientes:
“Ayer cumplió 18 años. Por nada de lo que hizo lo
culpamos, porque él era inocente. De todo ello tuvo la
responsabilidad un sistema que impera en el mundo actual, la
codicia de los hombres que contagian crueldad cuando
encuentran una víctima bondadosa. Ayer, Trist se unió a
nuestros antepasados. Él defendía el amor de su familia y de sus
amigos como un vigoroso caballero defensor del honor. Él era
un buen chico, confiaba en la gente y no pudo evitar caer por el
precipicio. Tranquilo chico, allí donde estés, escucha nuestra
súplica y redirige tu luz hacia los rayos de Apolo. Únete a
nosotros, únete a la luz que te aguarda buenaventura. Reposa en
armonía.”
Hubo incontinencia de lágrimas en el funeral. El hombre de
gris apareció vestido de negro a lo lejos a mitad de la ceremonia.
Cuando la aglomeración de dispersó se acercó a la tumba de
Trist y le colocó tres rosas encima del ataúd. Realmente estaba
apenado, sentía como si alguna parte en su interior hubiera
muerto con ese chico. En el fondo apreciaba a ese mocoso. Fue
entonces cuando la madre del difunto se levantó del suelo con
disposición a marchar. El hombre de gris se fijó en los ojos
tristes de la señora. Esa mujer tenía una mirada capaz de vencer
al ejército más poderoso y temible de la tierra. Ella le reconoció
primero.
―Sed, es un detalle que hayas venido.
―¿Passi, qué haces aquí?
―Cuantos años hacía que no te veía. Como has cambiado.
Me alegro de verte.
―Passi ¿de qué conocías a Trist?
―Trist era un mote. En realidad se llamaba Agon.

92
LA HISTORIA DE SED

Los ojos de Sed se dilataron y una profunda respiración


apareció de repente. La última lágrima del hombre de gris cayó
por su mejilla mientras él se desplomaba de rodillas en el
húmedo suelo de tierra, ante la tumba de Trist.
Passi miró al hombre de gris por última vez antes de
desaparecer y le dijo:
―Era tu hijo Sed.
Passi se llegó a casa y miró abrió el buzón aún
conmocionada dentro del buzón había una carta de su hijo que
ponía:

“Felicidades mamá. Te quiero.”


Se puso a llorar y vio que en el sobre había
aproximadamente una docena de los hermosos diamantes de
Miser. El resto del tesoro cayó en el mar junto al Triste Trist.

93
SOBRE LA NECESIDAD

OMA―Cuéntame, Marconcio, que entiendes tú por


necesidad y dime si crees que ésta es buena o mala.
MAR―Ya lo sabes bien tú, Omariedo, ¿por qué me haces
esa pregunta?, ya sabes que da mucho juego a nuestro diálogo y
prolonga demasiado nuestro camino hacia la verdad, sabiendo
encima, que yo tengo el deber de visitar a mi familia esta noche
para informarles que estoy sano y salvo, ya que recientemente
he vuelto de un largo viaje.
OMA―O sea, que tienes el tiempo limitado por tu deber?
MAR―Eso es.
OMA―¿Y no es el deber, una obligación por ley moral o por
necesidad lógica?
MAR―Pues, parece buena tu definición.
OMA―Entonces, invirtiendo la definición anterior,
¿podríamos decir que la necesidad es la causa de que uno tenga
el deber de hacer ciertas cosas?
MAR―Bueno, creo que en este caso, el hecho de tener que
hacer una visita esta noche, no es una necesidad, ya que podría
visitarles otro día y no me moriría, ni me sucedería nada grave
que impidiese que mi cuerpo funcionara de forma correcta.
OMA―Entonces, ¿cómo podríamos definir necesidad?
MAR―Mira que le hemos dado vueltas a éste asunto en
otras ocasiones, y si no recuerdo mal, la definición más precisa
que encontramos de necesidad fue ‘carencia indispensable’.
SOBRE LA NECESIDAD

OMA―Me alegro que tu memoria retenga las cosas


importantes.
MAR―No sólo de eso me acuerdo, también de algún tipo de
clasificación que hicimos hace un tiempo.
OMA―¿No era aquella clasificación que decía que sólo hay
un gran grupo de necesidades al que denominamos Necesidad
de Supervivencia y dentro de éste habían dos grupos, el primero
era el de Supervivencia del Individuo que contenía las
necesidades de la Alimentación y de la Protección y el segundo
era el de la Supervivencia de la Especie que contenía las
necesidades de Reproducción y de Comunicación?
MAR―Si no recuerdo mal así era, decíamos en fin, que hay
cuatro necesidades, Reproducción, Comunicación,
Alimentación y Protección, y cada una de ellas tiene asociado
un instinto.
OMA―Esa memoria tuya no te falla, y me sorprende,
porque la mía a veces me esconde cosas y me cuesta
encontrarlas sin ayuda de algún concepto que desencadene una
secuencia de encuentros imparable dirigidos hacia vete tú a
saber dónde.
MAR―Eso es causa de la edad.
OMA―Bueno, ahora que hablamos de las necesidades y de
sus instintos asociados, cuéntame por qué crees que estas cuatro
necesidades vienen siempre acompañadas de estos instintos.
MAR―Estos instintos que acompañan a la necesidad,
facilitan las cosas a los individuos que padecen necesidad, ya
que sin ellos, ignorarían esa carencia indispensable y de ser así
morirían sin saber por qué.
OMA― Entonces podríamos definir esos instintos como
impulsos dirigidos a la satisfacción de las necesidades.
MAR― De hecho, así sería como los definiría yo mismo.
OMA― Y si no tuviéramos un cuerpo que necesita de esto,
de aquello y de lo otro para moverse y seguir funcionando
correctamente, ¿serían indispensables dichas necesidades?

95
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

MAR― Ya sé por donde vas. Es cierto que para los mortales


existen todas estas necesidades, sin embargo, no creo que los
seres inmortales precisen de ellas en absoluto.
OMA―Y ¿no son los seres inmortales los que, de alguna
manera, nos han traído aquí, no sólo a ti y a mí, sino también al
resto de especies del planeta, al propio planeta y a todo el
universo?
MAR― Así es.
OMA― ¿Y crees que lo han hecho en vano y al azar, o crees
que algo les ha movido ha crear todo aquello que existe?
MAR― Estoy seguro de que no lo han hecho de esa manera.
Es decir, no es ésta una cuestión del azar.
OMA― Entonces, si no han creado lo que existe en vano y
al azar, ¿puede ser que una necesidad les haya impulsado a
hacerlo?
MAR―Pues seguramente eso sea cierto.
OMA―¿Y no crees que también es cierto que lo inmortal
atiende a esas cuatro necesidades?
MAR― Bueno, pues no creo que los seres inmortales
coman, beban, defequen, hablen ni que se reproduzcan y
mucho menos que se protejan de los depredadores como lo
hacemos nosotros.
OMA― Quizás no lo hagan como nosotros conocemos,
pero ¿no es cierto que los dioses transforman una cosa en otra,
y ésta a su vez en otra cosa distinta?
MAR― Eso sí.
OMA―Y ¿no es ese proceso sospechosamente parecido al
proceso de la alimentación de los seres vivos? Y a un tiempo,
¿no es también cierto que en ese proceso, ingieren alimento
para transformarlo en energía y luego expulsan los residuos? Y
ya por último, ¿Acaso estos residuos no posibilitan la vida de
otros seres?

96
SOBRE LA NECESIDAD

MAR―De acuerdo, podríamos decir que lo inmortal necesita


alimentarse a su manera pero las otras necesidades que hemos
nombrado antes, no creo que las precisen.
OMA―Crees que no se reproducen, que no se comunican y
que no se protegen?
MAR―Creo que no.
OMA―Y la creación de virtudes, verdades, conceptos, seres,
almas, materia y muchas otras cosas, ¿no es un proceso muy
parecido a la procreación de los hijos por parte de sus padres?
MAR―Quizás tengas razón en esto, y sí que se reproducen
en cierto modo, pero creo que no se protegen ni se
comunican.¿De quién se van a protegen y con quién van a
hablar?
OMA―Vamos a ver, la protección no es la misma que usas
tú cuando te ataca una fiera, que necesitas una lanza y bastante
fuerza física para matarla, pero es muy parecida.
¿No tienes tú y tengo yo y tenemos todos los humanos la
habilidad, no sólo para coger una herramienta y usarla, sino
también para fabricarla? ¿No tienen los toros cuernos para
protegerse de posibles depredadores? ¿No tienen los pájaros
alas para huir? Los recursos de cada especie para protegerse de
sus enemigos naturales los han creado los dioses para cuidar la
integridad de sus hijos. ¿No están los dioses en cierto modo,
protegiendo la vida de los mortales para que, con su mejora y
con la búsqueda de la virtud, lleguen algún día a formar parte de
lo inmortal?
MAR―Pues va a ser que sí que necesitan protección, pero,
¿qué me dices de la comunicación?
OMA―Marconcio, parece mentira que me hagas esta
pregunta cuando tú eres músico y la inspiración te viene de
repente y te aparecen las musas a cualquier hora, en cualquier
lugar y situación. ¿No es ésta una forma de comunicación entre
lo divino y lo mortal?

97
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

Y esa búsqueda de la virtud a la que tanto atendemos, ¿no es


una imagen de los dioses y de lo divino a la cual nos intentamos
acercar, con el fin de parecernos y asemejarnos a ella en todo lo
posible? ¿No es esta otra forma de comunicación entre lo
divino y lo mortal?
MAR―Así es, entonces te voy a tener que dar otra vez la
razón.
OMA―Estamos de acuerdo, entonces, que tanto los
mortales como los inmortales tienen unas necesidades que les
impulsan hacia un camino determinado. Ahora mismo nos
estamos comunicando y nos dirigimos hacia el largo camino del
aprendizaje y del saber que, quién sabe si llegaremos a nuestro
destino antes de que nuestras necesidades acaben con nosotros.
MAR―Que paradójica es la labor de la necesidad: por un
lado nos dirige hacia el buen camino y por otro lado te priva de
seguir dicho camino obligándote a satisfacerla constantemente.
OMA―Ya lo creo, y además, la necesidad no sólo viene
acompañada de un instinto que te ayuda a conocerla, sino que
viene acompañada también, de un suculento atractivo para que
no sólo te veas obligado a obedecerla, sino que encima, anheles
satisfacerla y goces al hacerlo e incluso desees saturarla
sintiendo placer.
MAR―Creo que has usado sinónimos para definir cosas
diferentes, por un lado anhelo y deseo, y por otro lado gozo y
placer.
OMA―Pues realmente tienen significados parecidos pero en
ningún caso son sinónimos perfectos. Fíjate que el gozo no es
más que la agradable sensación que aparece mientras se
satisface una necesidad, mientras que el placer se siente sólo
cuando desaparece el deseo y me temo que nada tiene que ver
con la necesidad. Por otro lado, el anhelo lo podríamos
asemejar a una aspiración y a un afán, mientras que el deseo es
más parecido al ansia y a la obsesión por obtener placer y poco
tiene que ver con la necesidad.

98
SOBRE LA NECESIDAD

MAR― O sea que la necesidad es una carencia


indispensable; el instinto el impulso dirigido hacia la necesidad;
el anhelo es aspiración y afán; el deseo es la búsqueda del
placer; el gozo, la satisfacción de la necesidad, y el placer, la
desaparición del deseo.
OMA― Qué gran capacidad de síntesis que tienes, no
dejarás nunca de sorprenderme. En todo eso tienes razón.
MAR―Desafortunada frase la que acabas de decir, ahora
tenemos para un buen rato debatir sobre la siguiente cuestión
que tú mismo, sin quererlo, has planteado: ¿que yo tenga la
razón quiere decir que la poseo, que nadie más la tiene? ¿o aun
teniéndola yo ahora, también la puedes tener tú y a la vez
muchos otros?
OMA―Que astuto eres Marconcio cuando se trata de rizar
el rizo. Como me río contigo.
Y es cierto que quizás la expresión de ‘tienes razón’ se
tendría que sustituir por la de ‘usas la razón’ o con la de ‘dices la
verdad’. ¿No crees?
MAR―Yo lo que creo es que ni tú ni yo sabemos lo que es la
razón.
OMA―Pues a lo mejor tienes razón, quiero decir, a lo mejor
has usado la razón para decir eso. No obstante, en otras
ocasiones ya habíamos filosofado sobre esos temas y habíamos
llegado a conclusiones que creo que se acercaban notablemente
a la verdad.
MAR―¿Ah sí? Pues no recuerdo esas ocasiones de las que
me hablas.
OMA― Entonces retiro lo dicho anteriormente cuando he
asegurado que nunca te falla la memoria, amigo Marconcio,
porque recuerdo que no hace más de unas semanas estuvimos
cenando en mi casa hablando precisamente de la razón y de
otras cuestiones.
MAR―Ahora que lo dices, me suena muchísimo.

99
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

OMA―Pues si amigo, y además fui yo el que te preguntó


cual era el significado más exacto que encontrabas para la razón
y tú, sin más, me respondiste con una sentencia
sorprendentemente acertada.
MAR―Es verdad, ya me acuerdo de ese día, menudo manjar
que me serviste en la mesa, estaba tan bueno que eclipsó todo
aquello de lo que hablamos.
OMA― Pues la próxima vez que vengas a cenar procuraré
no hacer un manjar tan delicioso para que estés más atento de
las cosas importantes, aunque quizás fue eso lo que te inspiro a
pronunciar esa sentencia tan sorprendentemente acertada?
MAR― Qué dije aquel día acerca de la razón, mi queridísimo
amigo Omariedo?
OMA― Pues ni más ni menos pronunciaste las siguientes
palabras que se me quedaron grabadas perennemente. Dijiste
que la razón es la facultad de comprender la realidad y de
representarla mediante la verdad.
MAR―Sabias palabras pronuncié, seguro que como dices tú,
estaba inspirado por el delicioso manjar.
OMA― Y de esa sentencia dedujimos que la realidad es
aquello que existe, mientras que la verdad es la representación
de aquello que existe.
MAR― Podríamos hacer un símil de los tres conceptos con
el siguiente planteamiento.
La realidad es una historia real, la verdad es el texto de un
libro que narra esa historia tal y como sucedió y por último la
razón la capacidad para comprender cada letra, cada palabra y
cada frase en su contexto parcial y global de esa historia.
OMA― Pues no esta nada mal ese símil.

100
LA SENSATEZ

En una aldea lejana cuyo nombre no consigo recordar, se


juntaron una vez dos maestros de la palabra que, sin tener un
diploma que lo acreditase, demostraron su talento mediante
sencillos argumentos.
LÚC.―¿Qué te parece esta manzana, mi gran amigo Helio?
HEL.―Exquisita, sin lugar a dudas. La mejor manzana que
haya probado jamás. No he probado ninguna igual, apreciado
Lúcido.
LÚC.―Sin embargo, la que me estoy comiendo yo, cayó del
mismo árbol y tiene un tamaño y un aspecto similar.
¿Reconocerías sin haberla probado, que tiene un sabor idéntico?
HEL.―Otro podría aventurarse a decir tal cosa, no sin
riesgo, pero yo no afirmaré eso. Porque, ¿no es verdad que
procedemos todos los hombres de un mismo padre y tenemos
un tamaño y un aspecto similar?
LÚC― En efecto.
HEL.―¿Y no es igualmente cierto, que la virtud no está
presente en todos los hombres de igual manera?
LÚC.―También acertaste esta vez.
HEL.―Pues, ¿cómo podría aventurarme a decir, sin haberla
probado, que esa manzana tiene el mismo sabor que la mía?
LÚC. ―Pues pruébala, toma.
Lúcido sacó una navaja y cortó un pedazo de su manzana. Se
la dio a Helio y de inmediato saboreó con todos sus sentidos
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

ese trocito de fruta. Le dedicó varios minutos de atención antes


de hablar.
HEL.―Excelente, también, sin duda.
LÚC. ―Lo ves, ya te lo decía yo.
HEL.― Pero nunca serán iguales, ésta es ligeramente más
ácida, ya que, al estar en el otro lado del manzano, no se expuso
tantas horas al sol. No obstante, tenía una textura más crujiente
e incluso estaba un poco más jugosa, seguramente por el mismo
motivo.
LÚC.―Qué aguda apreciación. Yo hubiera jurado que no
había diferencia entre una y la otra.
HEL. ―¿Como no va haber diferencia, si para empezar, son
dos manzanas distintas? Una la tienes tú y la otra yo.
LÚC.―Pero, me refiero al sabor…
HEL.―El sabor es una apreciación y las apreciaciones son
variables según muchos factores relativos a cada persona y las
circunstancias del momento. Incluso una misma manzana
tendría un sabor muy distinto dependiendo de las
circunstancias.
LÚC .―Eso si que no lo entiendo, a ver…
HEL.―Si esta fuese la sexta manzana que comes en un
mismo día no será tan agradable como si fuese el primer
bocado después de diez días de ayuno. En este último caso
seguramente, sería el mejor de los manjares.
LÚC.― Ya sé por donde vas. Las apreciaciones son relativas.
Tienes razón.
HEL.―En cuanto a sabores es muy sencillo, incluso muy
similar a la apreciación de los colores, que dependen de la luz
del entorno en el que las ves. No aprecias el mismo color de la
manzana a las dos de la tarde en un día soleado, que en un día
de lluvia a las siete de la noche, no obstante el color, por si
mismo, sigue siendo exacto e invariable.
LÚC.―Claro, es relativo, igual que cuando te despiertas y
corres las cortinas, que parece que haya muchísima luz y quedas

102
LA SENSATEZ

ciego durante unos segundos porque tus ojos aún no se han


acostumbrado.
HEL.―Exacto.
LÚC.―Y de la misma manera, cuando entras en un sótano
oscuro o mal iluminado. En el primer momento, no ves
absolutamente nada y poco a poco tus ojos se acostumbran y
van reconociendo objetos hasta poder identificarlos claramente.
HEL.―Sin duda. Y lo mismo pasa con el frío y el calor. El
invierno pasado, salí a buscar leña y como tenía que hacer un
enorme esfuerzo con el hacha, iba muy poco abrigado y las
demás personas iban abrigadas con mantas, lanas y
chaquetones. Sin embargo, no tenía tanto frío como ellos, ya
que en ese momento, yo generaba más calor del que perdía y
ellos al contrario.
LÚC.―Ostras Helio, gracias por mostrarme tan claramente
la relatividad de los sentidos. Hemos hablado de la del gusto, de
la vista y del tacto. Entonces, ¿qué me dices de los que faltan?
por ejemplo, el olfato.
HEL.― De la misma manera que el resto de los sentidos. El
olfato se comporta de forma distinta dependiendo de su
entorno. Cuando uno se encuentra en un lugar de olor
desagradable, se acostumbra a tal hedor y al cabo de unos
minutos ya no nota nada. En cambio, cuando acaba de llegar
alguien ajeno a ese ambiente, le parece un olor insoportable y
no entiende como alguien puede estar en ese hábitat como si
nada.
LÚC.― Si, esta claro, pero ¿qué me dices del oído?
HEL.― Vamos a ver ¿Qué oyes si yo palmeo suavemente
mis manos?
LUC.―Un ligero sonido que ni molesta ni agrada.
HEL.―De acuerdo, ahora estamos en plena calle, pero dime,
qué es lo que pasaría si entrara en tu habitación mientras
duermes e hiciera lo mismo.
LÚC.― Me despertaría sobrecogido. Es verdad.

103
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

HEL.― Eh ahí la relatividad de los sentidos.


LÚC.― ¿Y qué me dices del más elevado de los sentidos?, el
sexto sentido. El intelecto.
HEL .―Ahí has dado con la clave. La diferencia entre el
sexto sentido y el resto de los sentidos es la función que
desempeña.
LÚC.―Te escucho
HEL.―Los demás sentidos sirven para conocer objetos
físicos ya sean sólidos, líquidos o gaseosos. Ya sea para conocer
su textura y forma, su sabor, su olor, su color o su sonido.
LÚC.―Entonces, ¿el intelecto para qué sirve?
HEL.― El intelecto en cambio, sirve para comprender
aquello que se toca, se saborea, se huele, se ve y se oye.
LÚC.―Bueno también sirve para otras cosas…¿verdad?
HEL.― Si, realmente es una herramienta que también sirve
para reconocer entes inmateriales, ideas, conceptos y criterios.
Ya sea para conocer sus virtudes, sus defectos, sus excesos, sus
aplicaciones. Pero el intelecto es un arma de doble filo ya que
puede servir para hacer el mal. Y hay que tener cuidado a quien
alabamos, tener muy desarrollado este sentido no garantiza ser
una persona buena.
LÚC.―Pero si el intelecto es bueno, porque se puede usar
para hacer el mal. Es incoherente.
HEL.―Tenemos que diferenciar siempre intelecto de la
sensatez. La sensatez seria el buen uso de la herramienta del
intelecto. Es decir tú puedes tener un martillo muy bueno pero
no hacer un buen uso de él.
LÚC.― Tienes toda la razón
HEL.―En resumen el intelecto junto con la sensatez sirven
para discernir de manera correcta. La sensatez precisa del
intelecto para lograr ser pura e inquebrantable y el intelecto
precisa de la sensatez para obrar y pensar bien.
LÚC.―Y entonces ¿los demás sentidos no sirven
absolutamente de nada?

104
LA SENSATEZ

HEL.―Todos los demás sentidos sirven, de alguna manera,


para enriquecer al intelecto, sin embargo no significa que un
ciego lo tenga menos desarrollado.
LÚC.―No te contradigas, mi amigo Helio, porque me
acabas de decir que los sentidos como la vista, el tacto, etcétera,
sirven para alimentar al intelecto. Por lo que deduzco que
piensas que una persona que carezca de uno de esos 5 sentidos
tendrá el intelecto menos desarrollado y sabemos que no es así.
HEL.―No, ¡por todos los cielos! Los demás sentidos son
herramientas que ayudan a discernir, pero verdaderamente el
intelecto y la sensatez se desarrollan durante toda la existencia
de un ser. El buen uso del intelecto dependerá de la atención
que un individuo le preste a distinguir la virtud del defecto, y
vuelvo a repetir el buen uso del intelecto depende de la
sensatez.
LÚC.―¿Y de qué depende desarrollar o hacer uso de la
sensatez?
HEL.― Pues, eso está arraigado en lo más profundo de cada
ser, en el alma, en el genio, en el carácter de cada uno, en el
espíritu, como quieras llamarle. Es como sentir amor hacia al
discernimiento.
LÚC.―¿Y a qué se debe?
HEL.―Eso es mucho más difícil de explicar amigo Lúcido,
pero lo intentaré. ¿Verdad que tú suponías que la manzana tuya
y la mía eran de idéntico sabor, y, aunque eran distintas,
realmente se parecían, e incluso las dos eran excelentes?
LÚC.―Si, eso creía.
HEL.― ¿Pero, no es cierto que esas dos manzanas eran
manzanas distintas?
LÚC.― Obviamente.
HEL.―Y que no provenían de la misma rama, y mucho
menos del mismo tallo.
LÚC.―Cierto. Incluso provenían de lados opuestos del
árbol, como bien has puntualizado antes.

105
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

HEL.―Exacto. Pero, ¿qué característica común tenían las


dos?
LÚC.― A ver, proceden del mismo árbol….
HEL.― De acuerdo, pues identifiquemos tu manzana como
tu ser.
LÚC.―Vale, yo seré mi manzana. Distinta a ti pero muy
parecida.
HEL.―Exactamente y el sabor de tu manzana será tu
intelecto y el de la mía mi intelecto.
LÚC.― De acuerdo.
HEL. ¿A qué se debe que tu manzana tenga ese excelente
sabor?
LÚC.―A que las condiciones para su formación han sido las
óptimas.
HEL.―Exacto y ¿de qué condiciones hablamos?
LÚC. La luz y el agua que le alimentan.
HEL. ¿Y la tierra y las raíces no tienen nada que ver?
LÚC.―Claro, claro
HEL.―Y la semilla de la que afloró ese árbol.
LÚC.―Obviamente y supongo que la más importante de
todas las que me has dicho.
HEL.― Pues tu intelecto, que es envidiable, se formó
también en óptimas condiciones como esa manzana. El agua, la
luz y la tierra son tus alimentos que fueron asimilados por las
raíces, el tronco, las ramas, los tallos y las hojas que son tus
sentidos.
LÚC.―Increíble
HEL.―.La sensatez, por último, es esa esencia presente en
cada uno de los tallos y hojas de ese árbol es decir en cada uno
de nuestros actos y nuestros pensamientos. Con todo, haciendo
un símil con la manzana, si el sabor de ella fuese el intelecto, la
sensatez sería lo saludable que resulte ese fruto.

106
LA SENSATEZ

LÚC.―Gracias, pero ¿qué me dices del manzano que hay en


el otro lado del río? que recibía la misma luz y se nutria de la
misma agua.
HEL.―Probablemente no era fruto de la misma semilla. Hay
semillas que ni en las mejores condiciones sacarían una buena
manzana ya que durante generaciones no han sido afortunadas.
LÚC.―Pero hay personas que han nacido en inmejorables
condiciones, en buenas familias y tienen una naturaleza
envidiable y a mi parecer no gozan de sensatez ni tan siquiera
de intelecto.
HEL.―También hay otras manzanas apariencia inmejorable
pero un sabor deficiente.
LÚC.―Y qué me dices de las personas que tienen mucho
intelecto pero solo lo usan para sus negocios y asuntos de baja
categoría.
HEL.―También hay frutos de muy buen sabor y de muy
mala digestión.

107
ENTRE DOS MUNDOS

La Prisa y la Alegría

Fue en ese preciso momento. Me quedé atónito ante el


descubrimiento. Mi asombro fue tal, que mis pupilas sufrieron
una profunda dilatación mientras mi pulso se apresuró de un
modo repentino. Una imprevista aspiración detuvo por un
instante el flujo de aire en mis pulmones y no se reanudó hasta
que mi consciencia asimiló la magnitud de la evidencia.
Me bastaron tres palabras coloreadas por la voz de la
inocencia de un niño. Tantos años de minuciosa introspección y
de prolongados periodos de observación de conducta fueron
insuficientes para asimilar la sencillez de esa lección. Con tres
palabras esa criatura me advirtió de la irresponsabilidad que
suponía someterse a la precipitación y del peligro que
comportaba ignorar tal exceso.
La sabiduría se desarrolla ante el interés y la atención de las
personas, y es compartida por todo aquel que la reconoce. Por
ende, no me resultó dificultoso acercarme a ese chico y, después
de darle las gracias con mi más rotunda sinceridad, le otorgué la
razón. Él asintió cerrando los ojos como si de un maestro se
tratase, y es que a fin de cuentas, así lo era para mí.
Sus tres palabras eran de uso común pero su mensaje
ocultaba una gran riqueza esencial.
ENTRE DOS MUNDOS

La frase que el chaval pronunció fue suscitada por una


persona apresurada, una persona que corre sin demora mirando
al infinito con algún objetivo efímero que cumplir.
Yo pertenecía, quizás, de ese tipo de personas, era
inconsciente, una persona deseosa de alcanzar el destino sin
gozar del camino y sedienta de visualizar el Después sin deleitar
el Ahora.
Al escuchar esa simple oración, más bien dicho, esa enorme
lección, me di cuenta de la importancia que tiene saborear la
serena compañía del tiempo.
Desde entonces, el tiempo es mi fiel compañero. Él y yo
actualmente compartimos un mismo espacio y juntos
degustamos pacientemente las delicias del mundo en
convivencia. Valoro su presencia y reconozco su sabiduría
milenaria y la cortesía que me impulsa a alabarlo surge de una
consciente decisión propia.
No es que desee dedicarle la mayor parte de ‘mi tiempo’ a
mis cosas, no!, dado que el tiempo no es mió. Ahora le dedico
la mayor parte de mí, al tiempo.
Si hoy le presto atención mañana me concederá
buenaventura. El tiempo me acompaña y le agradezco las
experiencias brindadas en el pasado, así como sus enseñanzas
presentes.
Además no arriesgo si de antemano le agradezco también el
devenir de mi insospechado futuro. En un arrebato de
entusiasmo el Tiempo me invitó a sentarme con él en un banco
cercano.
Me contó la historia de un aldeano conocido. Una historia
basada en el contradictorio anhelo de un aldeano corriente. Por
un lado quería trabajar mucho para conseguir el dinero
suficiente para mantener dignamente a su familia y por otro
lado quería permanecer junto a su mujer y sus hijos el máximo
tiempo posible.

109
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

‘Tenía un huerto de considerable extensión y un


conocimiento abrumador de la agricultura autóctona. Conocía
las mejores técnicas agronómicas y producía mediante azarosos
procedimientos las mejores hortalizas de la comarca. Elaboraba
sabrosos frutos altamente nutritivos, dotados de un aspecto y
de una exquisitez inimaginable. Vendía algunos excedentes a sus
vecinos pero la gran mayoría los conservaba en la despensa en
forma de mermeladas y conservas de todo tipo. Tenía todo lo
que podía pedirle al cielo. Incluso con sus ahorros había podido
comprar una cría de buey que él mismo vio crecer. El buey era
enorme, tiraba del arado y le ayudaba en sus tareas más
laboriosas así el aldeano tenía más tiempo libre para dedicárselo
a su mujer y sus hijos.
Un día se encontró una pequeña moneda de oro y quedó
asombrado ante el amarillento esplendor del metal dorado. Vio
que con esa moneda podía comprar gran cantidad de objetos
preciosos y su hogar se empezó a perfumar con una fragancia
codiciosa. Empezó a vender más excedentes hasta dejar de
hacer conservas e incluso llegó a tal punto que vendió su propia
producción y se alimentó del cultivo de los vecinos por resultar
más rentable. Ya que el suyo era de una calidad superior mas
preciada. Poco a poco comenzó a comprar más tierras y a hacer
gran cantidad de viajes comerciales. Ganaba muchísimas
monedas de oro. Compró otra casa más grande y entonces tenía
ya cincuenta trabajadores a su cargo. Tardó casi una década en
conseguir todo ese patrimonio. Por fin tuvo todo el oro que
podía imaginar pero había perdido otras cosas quizás más
valiosas. Había perdido diez años de su vida para conseguir
unos cuantos sacos de monedas de oro y lo más triste fue que
había perdido la compañía de su familia durante todo ese
tiempo. Él ya se había hecho mayor casi no podía trabajar y
cuando estaba en el lecho de muerte le aconsejó a su hijo que
no siguiera sus pasos, que creara una familia y que fuera
humildemente feliz y virtuoso como había sido él años atrás. Le

110
ENTRE DOS MUNDOS

recomendó que no cometiera el mismo error que él. Por fin se


había dado cuenta que el tesoro más preciado que había tenido
jamás era el tiempo que había malgastado. Murió después de
susurrar al oído de su hijo las siguientes palabras ‘El tiempo es
oro, pero el oro no es tiempo.’
Saqué algunas conclusiones de esa historia y en el aire
quedaron suspendidas muchas otras preguntas de respuesta
eludida.
¿Qué misterioso parentesco mantenían el oro y la prisa?
¿Quizás la moneda era una falsa unidad de tiempo que se
puede almacenar de manera acumulativa? Si lo que quería era el
tiempo, ¿para que lo canjearía por monedas y no lo
aprovechaba directamente saltándote todo el arriesgado
procedimiento? ¿Quizás todos esos sacos de oro no
significaban otra cosa que un montón de horas perdidas?
De todos modos me vi reflejado en ese aldeano. Por un
motivo u otro yo había tenido una etapa parecida y por fortuna
la pude esquivar.
Anteriormente a esa reflexión, caí ciego por el porvenir
alejándome involuntariamente de mi gran amigo Tiempo.
Deslumbrado por el brillante reflejo de un futuro incierto, caí
en las fauces de su peor enemiga. Ella trabaja vestida de paisano
y actuaba con premeditación y alevosía y su único cometido era
captar adeptos para a su ilícita asociación clandestina. Su
nombre de pila es Prisa y embaucó a tantísimos hombres que
en muy poco tiempo formó el mayor imperio jamás conocido.
Yo fui durante un periodo de inconciencia uno de los soldado
de su ejército.
Usando todo tipo de artimañas me logró cautivar
inyectándome su veneno, un veneno útil para aliviar el dolor y
el sufrimiento que conlleva ser víctima de su secuestro atroz.
El sistema económico y social vigente estaba de su lado.
Imperante y demoledor, como una apisonadora avanzaba
aplastando cualquier individuo que obstaculizara la celeridad de

111
EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES

su engranaje. La prisa presidía la capital y parecía obligatorio


rendir culto a sus urgentes imposiciones. ¿Qué hacer ante tan
poderoso enemigo?
Escapé de la tortura casi por casualidad. Era una época
donde mi arrepentida ignorancia rehuía del amparo de la
veracidad y mi completa ceguera me mantuvo invalidado para
hacer frente a esa actitud indiscutiblemente dañina, pero gracias
al afortunado encuentro accidentado con ese niño regresó la
lucidez de mi cordura.
Aquella mañana, dispuesto a alimentar el pernicioso sistema,
salí a la calle sin dejar de mirar al suelo. Iba resolviendo un
rompecabezas imposible padeciendo extrañas sensaciones de
vacío vital. Llevaba días con esa sensación, quizás meses,
parecía estar inmerso en un desierto de sequedad ideológica.
Como siempre, llegaba tarde a ningún lugar.
Apresurado, corría con fogosidad, atravesando las calles de
un cementerio de almas donde divisé, a lo lejos, mi tumba con
una fecha cercana. Desatendí el espejismo persiguiendo la voz
de la prisa y continué mi inalterable camino hacia la nada hasta
que tropecé. Tropecé con el chico que me sacó de un espiral
infinito de perdición, aquel que tenía el antídoto para poner fin
al hechizo originado por una bruja hechicera llamada Prisa.
Topé de frente con él, dañé mi pierna, caí en la acera. Tres
segundos después, pedí un perdón protocolario y reanudé mi
marcha sin ver siquiera la apariencia del chico en cuestión. Fue
entonces cuando escuché su voz por primera vez:
―¿Te han dicho alguna vez que ¡La Prisa Mata!?
El silencio imperó entonces. Un silencio roto por el eco
imaginario de sus tres últimas palabras rebotando en mi cabeza
con una reiterada perseverancia. (…La prisa mata, la prisa mata,
prisa mata, mata, mata, ata,….)
―¿Perdona?―pregunté acercándome prudentemente,
aunque ya había entendido perfectamente sus palabras.

112
ENTRE DOS MUNDOS

―No corras, disfruta de tu tiempo― me dijo de otra manera,


con una voz más relajada.
Durante la asimilación del mensaje quedé absorto. Después
de concederle la razón y de agradecer su sabio consejo no tuve
nada más que decir. Luego sentí alivio, volví a sonreír, volví a
sentir el sabor del bienestar.
Dejé a un lado los absurdos menesteres del día y hojeé mi
agenda en busca de una sola fecha con una actividad
enriquecedora. Al no encontrar ninguna, arrojé a la papelera esa
molesta libreta que me esclavizaba. Me deshice también del
reloj y de la chaqueta y encontré un lugar cercano donde
tumbarme y disfrutar del maravilloso día soleado que emergía.
La resurrección fue reconfortante. Retomé las riendas de mi
conducta y volví a asociarme con mi gran amigo Tiempo. Me
preguntó acerca de mi reciente paradero y confesé haber estado
abducido por un ente de innoble procedencia. Extensa
conversación tuvo lugar entonces.

113
El libro de los breves instantes

1―EL OBJETO MÁGICO 9

2―LA FLOR DEL CACTUS ROJO 15

3―A TODA VELA 24

4―HUBO UNA VEZ UN HOMBRE 33

5―TAXI 39

6―LOS REEMPLAZADOS 49

7―LA HISTORIA DE SED 56

8― SOBRE LA NECESIDAD 94

9― LA SENSATEZ 101

10― ENTRE DOS MUNDOS 108

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