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México
¡OXIMORON!
(LA DERECHA INTELECTUAL Y EL FASCISMO LIBERAL)
En la bisagra del calendario, el dos mil se balancea aún entre los siglos XX y
XXI, y entre el segundo y tercer milenio. No sé qué tan importante sea esta
cuenta del tiempo, pero me parece que es, también, un momento adecuado
para que por todos lados surja OXIMORON. Para no ir muy lejos, se puede
decir que esta época es el principio del fin o el fin del principio de "algo". "Algo",
irresponsable forma de eludir un problema. Pero ya se sabe que nuestra
especialidad no es la solución de problemas, sino su creación. ¿"Su creación"?
No, es muy presuntuoso, mejor su proposición. Sí, nuestra especialidad es
proponer problemas.
Allá arriba todo parece haber ocurrido ya antes, como si una vieja película se
repitiera con otras imágenes, otros recursos cinematográficos, incluso actores
diferentes, pero el mismo argumento. Como si la "modernidad" (o "post
modernidad", dejo la precisión para quien se tome la molestia) de la
globalización se vistiera con su OXIMORON y se nos presentara como una
modernidad arcaica, rancia, antigua.
Si esto que digo les parece una mera apreciación subjetiva, póngalo a cargo de
nuestro estar en la montaña, resistiendo y en rebeldía, pero concédanos el
privilegio de la lectura y vea si se trata en efecto de un síntoma más del "mal
de montaña", o usted comparte esta sensación de dejà vu que fluye por el
hipercinema que es el mundo globalizado.
El mundo no es cuadrado, cuando menos esto es lo que se enseña en la
escuela.
Pero, en el filo cortante de la unión de dos milenios, el mundo tampoco es
redondo. Ignoro cuál sea la figura geométrica adecuada para representar la
forma actual del mundo, pero, puesto que estamos en la época de la
comunicación digital audiovisual, podríamos intentar definirla como una
gigantesca pantalla.
Usted puede agregar "una pantalla de televisión", aunque yo optaría por "una
pantalla de cine". No sólo porque prefiero al cinematógrafo, también (y sobre
todo) porque me parece que hay frente a nosotros una película, una vieja
película, modernamente vieja (para seguir con oximoron).
Es, además, una de esas pantallas donde se puede programar la presentación
simultánea de varias imágenes (picture in picture la llaman). En el caso del
mundo globalizado, de imágenes que se suceden en cualquier rincón del
planeta.
No son todas las imágenes. Y no se debe a que falte espacio en la pantalla,
sino a que "alguien" ha seleccionado esas imágenes y no otras. Es decir,
estamos viendo una pantalla con diversos recuadros que presentan imágenes
simultáneas de diferentes partes del mundo, es cierto, pero no todo el mundo
está ahí.
Al llegar a este punto, uno se pregunta, inevitablemente, ¿quién tiene el
control remoto de esta pantalla audiovisual? y ¿quién hace la programación?
Buenas preguntas, pero aquí no encontrará usted las respuestas. Y no sólo
porque no las sabemos a ciencia cierta, sino también porque no son el tema de
este escrito.
Puesto que no podemos cambiar de canal o de cinema, veamos algunos de los
diferentes recuadros que nos ofrece la mega pantalla de la globalización.
Vayamos al continente americano. Ahí tiene usted, en aquel rincón, la imagen
de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ocupada por un
grupo paramilitar del gobierno: la llamada Policía Federal Preventiva. No
parece que estén estudiando esos hombres uniformados de gris. Más allá,
enmarcada por las montañas del sureste mexicano, una columna de grises
tanquetas blindadas cruza una comunidad indígena chiapaneca. En el otro
lado, la imagen gris presenta a un policía norteamericano que detiene, con lujo
de violencia, a un joven en un lugar que puede ser Seattle o Washington.
En el recuadro europeo proliferan también los grises. En Austria es Joer Heider
y su fervor pro-nazi. En Italia, con la ayuda desinteresada de D´Alema, Silvio
Berlusconi se arregla la corbata. En el Estado Español, Felipe González le
maquilla la cara a José María Aznar. En Francia es Le Pen quien nos sonríe.
Asia, África y Oceanía presentan el mismo color repitiéndose en sus
respectivos rincones.
Mmh... Tantos grises... Mmh... Podemos protestar... Después de todo, nos
prometieron un programa a todo color... Cuando menos subamos el volumen y
tratemos de entender así de qué se trata...
Al igual que la globalización fragmentada, los intelectuales están ahí, son una
realidad de la sociedad moderna. Y su "estar ahí" no se limita a la época
actual, se remonta a los primeros pasos de la sociedad humana. Pero la
arqueología de los intelectuales escapa a nuestros conocimientos y
posibilidades, así que partimos del hecho de que "están ahí". En todo caso, lo
que tratamos de descubrir es la forma que adquiere ahora su "estar ahí".
Los intelectuales como categoría son algo muy vago, ya se sabe. Diferente es,
en cambio, definir la "función intelectual". La función intelectual consiste en
determinar críticamente lo que se considera una aproximación satisfactoria al
propio concepto de verdad; y puede desarrollarla quien sea, incluso un
marginado que reflexione sobre su propia condición y de alguna manera la
exprese, mientras que puede traicionarla un escritor que reaccione ante los
acontecimientos con apasionamiento, sin imponerse la criba de la reflexión.
(Umberto Eco. Cinco escritos morales. Ed. Lumen. Traducción Helena Lozano
Miralles, pp. 14-15). Si esto es así, entonces el quehacer intelectual es,
fundamentalmente, analítico y crítico. Frente a un hecho social (por limitarnos a
un universo), el intelectual analiza lo evidente, lo afirmativo y lo negativo,
buscando lo ambiguo, lo que no es ni una cosa ni otra (aunque así se
presente), y exhibe (comunica, devela, denuncia) lo que no sólo no es lo
evidente, sino incluso contradice a lo evidente.
Es de suponer que las sociedades humanas tengan personas que se dediquen
profesionalmente a este análisis crítico y a comunicar su resultado (en palabras
de Norberto Bobbio: Los intelectuales son todos aquellos para los cuales
transmitir mensajes es la ocupación habitual y conciente [...] y para decirlo en
un modo que puede parecer brutal, casi siempre representa también el modo
de ganarse el pan). Quedémonos con esta aproximación al intelectual, al
profesional del análisis crítico y la comunicación.
Ya hemos sido advertidos de que el intelectual no siempre ejerce la función
intelectual. La función intelectual se ejerce siempre con adelanto (sobre lo que
podría suceder) o con retraso (sobre lo que ha sucedido); raramente sobre lo
que está sucediendo, por razones de ritmo, porque los acontecimientos son
siempre más rápidos y acuciantes que la reflexión sobre los acontecimientos
(Umberto Eco, op cit, p. 29).
Por su función intelectual, este profesional del análisis crítico y su
comunicación sería una especie de conciencia incómoda e impertinente de la
sociedad (en esta época, de la sociedad globalizada) en su conjunto y de sus
partes. Un inconforme con todo, con las fuerzas políticas y sociales, con el
Estado, con el gobierno, con los medios de comunicación, con la cultura, con
las artes, con la religión, con el etcétera que el lector agregue. Si el actor social
dice "¡ya está!", el intelectual murmura con escepticismo: "le falta, le sobra".
Tendríamos entonces que el intelectual en su papel es un crítico de la
inmovilidad, un promotor del cambio, un progresista. Sin embargo, este
comunicador de ideas críticas está inserto en una sociedad polarizada,
enfrentada entre sí de muchas formas y con variados argumentos, pero dividida
en lo fundamental entre quienes usan el poder para que las cosas no cambien
y entre quienes luchan por el cambio. El intelectual debe, por un elemental
sentido del ridículo, comprender que no se le otorga un papel de brujo del
espíritu en torno al cual va a girar el ser o no ser de lo histórico, pero que
evidentemente él tiene saberes [...] que lo pueden alinear en un sentido o en
otro de lo histórico. Lo pueden alinear en la búsqueda de la clarificación de las
injusticias presentes en el mundo actual o en la complicidad con la paralización
e instalación en el Limbo. (Manuel Vázquez Montalbán. Panfleto desde el
planeta de los simios. Ed. Drakontos. Barcelona, 1995, p. 48)
Y es aquí donde el intelectual opta, elige, escoge entre su función intelectual
y la función que le proponen los actores sociales. Aparece así la división (y la
lucha) entre intelectuales progresistas y reaccionarios. Unos y otros siguen
trabajando con la comunicación de análisis críticos pero, mientras los
progresistas siguen en la crítica a la inmovilidad, a la permanencia, a la
hegemonía y a lo homogéneo; los reaccionarios enarbolan la crítica al cambio,
al movimiento, a la rebelión y a la diversidad. El intelectual reaccionario "olvida"
su función intelectual, renuncia a la reflexión crítica, y su memoria se recorta de
modo que no hay pasado ni futuro, el presente y lo inmediato es lo único asible
y, por ende, incuestionable.
Al decir "intelectuales progresistas y reaccionarios", nos referimos a los
intelectuales "de izquierda y de derecha". Aquí conviene agregar que el
intelectual de izquierda ejerce su función intelectual, es decir, su análisis crítico,
también frente a la izquierda (social, partidaria, ideológica), pero en la época
actual su crítica es fundamentalmente frente al poder hegemónico: el de los
señores del dinero y quienes los representan en el campo de la política y de las
ideas.
Dejemos ahora a los intelectuales progresistas y de izquierda, y vayamos a los
intelectuales reaccionarios, la derecha intelectual.
Parafraseando a Régis Debray (Croire, Voir, Faire. Ed. Odile Jacob. París,
1999), el problema aquí no es por qué o cómo la globalización es irremediable,
sino por qué o cómo todo el mundo, o casi, está de acuerdo en que es
irremediable. Una posible respuesta: La tecnología del hacer-creer [...]. El
poder de la información... Inf-formar: dar forma, formatear. Con-formar: dar
conformidad. Trans-formar: modificar una situación (ibid, p. 193).
Con la globalización de la economía se globaliza también la cultura. Y la
información. De ahí que las grandes empresas de la comunicación "tiendan"
sobre el mundo entero su red electrónica sin que nada ni nadie se los impida.
Ni Ted Turner, de la cnn; ni Rupert Murdoch, de News Corporation Limited; ni
Bill Gates, de Microsoft; ni Jeffrey Vinik, de Fidelity Investments; ni Larry Rong,
de China Trust and International Investment; ni Robert Allen, de att, al igual
que George Soros o decenas de otros nuevos amos del mundo, han sometido
jamás sus proyectos al sufragio universal (Ignacio Ramonet, op cit, p. 109).
En la globalización fragmentada, las sociedades son fundamentalmente
sociedades mediáticas. Los media son el gran espejo, no de lo que una
sociedad es, sino de lo que debe aparentar ser. Plena de tautologías y
evidencias, la sociedad mediática es avara en razones y argumentos. Aquí,
repetir es demostrar.
Y lo que se repite son las imágenes, como ésas grises que ahora nos presenta
la pantalla globalizada. Debray nos dice: La ecuación de la era visual es algo
así como: lo visible = lo real = lo verdadero. He aquí la idolatría revistada (y sin
duda redefinida) (Régis Debray, op cit, p. 200). Y los intelectuales de derecha
han aprendido bien la lección. Y más, es uno de los dogmas de su teología.
¿Dónde se dio el salto que iguala lo visible con lo verdadero? Trucos de la
pantalla globalizada.
El mundo entero, mejor aún, el conocimiento entero está ahora a la mano de
cualquiera con una televisión o una computadora portátil. Sí, pero no cualquier
mundo y no cualquier conocimiento. Debray explica que el centro de gravedad
de las informaciones se ha desplazado de lo escrito a lo visual, de lo diferido a
lo directo, del signo a la imagen. Las ventajas para los intelectuales de derecha
(y las desventajas para los progresistas) son obvias.
Analizando el comportamiento de la información en Francia durante la Guerra
del Golfo Pérsico, se devela el poder de los media: al inicio del conflicto el 70%
de los franceses se mostraban hostiles a la guerra, al final el mismo porcentaje
la apoyaba. Bajo el golpeteo de los media, la opinión pública francesa se
"volteó" y el gobierno obtuvo el beneplácito por su participación bélica.
Estamos en la "era visual". Así las informaciones se nos presentan en la
evidencia de su inmediatez, por tanto es real lo que se nos muestra, por tanto
es verdadero lo que vemos. No hay lugar para la reflexión intelectual crítica, a
lo más hay espacio para comentaristas que "completen" la lectura de la
imagen.
Lo visual no está hecho, en esta era, para ser visto, sino para dar
"conocimiento". El mundo ha devenido en una mera representación multimedia,
que suprime al mundo exterior, capaz de ser conocida en la misma medida en
que es vista. Sí, inicios del tercer milenio, siglo XXI, y la filosofía boyante en
nuestro mundo "moderno" es el idealismo absoluto.
Se pueden sacar ya algunas conclusiones: el nuevo intelectual de derecha
tiene que desempeñar su función legitimadora en la era visual; optar por lo
directo e inmediato; pasar del signo a la imagen y de la reflexión al comentario
televisivo. Ni siquiera tiene que esforzarse por legitimar un sistema totalitario,
brutal, genocida, racista, intolerante y excluyente. El mundo que es el objeto de
su "función intelectual" es el que ofrecen los media: una representación virtual.
Si en el hipermercado de la globalización el Estado-Nación se redefine como
una empresa más, los gobernantes como gerentes de ventas y los ejércitos y
policías como cuerpos de vigilancia, entonces a la derecha intelectual le toca el
área de Relaciones Públicas.
En otras palabras, en la globalización, los intelectuales de derecha son
"multiusos": sepultureros del análisis crítico y la reflexión, malabaristas con las
ruedas de molino de la teología neoliberal, apuntadores de gobiernos que
olvidan el "script", comentaristas de lo evidente, porristas de soldados y
policías, jueces gnoseológicos que reparten etiquetas de "verdadero" o "falso"
a conveniencia, guardaespaldas teóricos del Príncipe, y locutores de la "nueva
historia".
V. El futuro pasado
Espero que todos los que se encuentran ahí reunidos me permitan dirigirme a
ellos a través tuyo. Como es evidente, he pasado al tuteo sin tramite alguno.
No porque haya entrado en confianza (la sola perspectiva de que, me dicen, en
el Uruguay "entrar en confianza" implica poner en medio palabra y mate, me
aterra), sino porque alguien me ha dicho que en el Uruguay la gente buena es
informal y no se anda con ceremonias y caravanas. No sé si la gente buena
sea, necesariamente, informal. Pero sí sé que son buenos todos los que hoy se
reúnen en la patria de mi general Artigas para tender el puente necesario y
posible para venirse hasta la rebelde dignidad de los indígenas mexicanos. Así
las cosas, disculpa el tuteo y manda de retache un manual de buenas
costumbres uruguayas para irme adaptando a mi futura nacionalidad. Ojo:
puedes prescindir de mandar el mate.
Bien. Según leo en algún cable noticioso, hay ahí por ahí músicos, poetas,
actores, conductores de tv, sacerdotes defensores de los derechos humanos y
futbolistas. La agencia de noticias no habla de que vayan a tomar mate. Esto
me alivia un poco y por eso me atrevo a escribirte y, a través tuyo, escribirles a
todos los que ahí están. Que yo sepa, no es posible (todavía) obligar a nadie a
tomar mate por correo. Por lo demás, el cable de noticias no da ninguna pista.
De hecho, para mí todos los uruguayos son músicos, poetas, actores,
conductores, defensores de los derechos humanos y futbolistas
simultáneamente. Entonces tal vez estás ahí tú solo. Tal vez es cierto eso de
que para hacer una reunión, un mitin o un acto de masas, sólo se necesita un
persona y un mate bien caliente. Pero no creo que estés solo. Estoy seguro de
que no son pocos los uruguayos que han abierto cabeza y corazón a la palabra
de los indígenas zapatistas. En todo caso, es claro que hay suficientes para
que nosotros, desde acá, sintamos el caminar de ustedes hasta nosotros.
Quisiera decirle todo lo que todos acá sentimos cuando nos enteramos que
tendrían esta reunión que pone del mismo lado a dos cielos y dos suelos
igualmente dignos y dolientes. No puedo decirles todo. Ya Benedetti nos
explicó antes que "uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede.
Pero tiene derecho a no hacer lo que no quiere". Y lo que no quiero es
limitarme a un "saludo fraternal y revolucionario" y los etcéteras que tanto
alargan distancias y desinterés. Así que tengo derecho a no hacerlo. En cambio
si puedo hablarles un poco de...
El Olivio es un niño tojolabal. Tiene menos de 5 años y todavía está dentro del
límite mortal que aniquila a miles de infantes indígenas en estas tierras. Las
probabilidades de que el Olivio muera por enfermedades curables antes de los
5 años es la más alta de este país que se llama México. Pero el Olivio esta vivo
todavía. El Olivio se presume de ser amigo del "Zup" y de jugar fútbol con el
Mayor Moisés. Bueno, eso de jugar fútbol es arrogante. En realidad, el Mayor
se limita a patear el balón lo suficientemente lejos como para librarse de un
Olivio que considera, como cualquier niño lo haría, que el trabajo más
importante de los oficiales zapatistas es jugar con los niños. Yo observo de
lejos. El Olivio patea el balón con una decisión que da escalofríos, sobre todo si
te imaginas que esa patada podría tener tu tobillo como destino. Pero no, el
destino de la patada del Olivio es un pequeño balón de plástico. Bueno, esto
también es un decir. En realidad la mitad de la patada y de la fuerza se queda
en el lodo de la realidad chiapaneca y sólo una parte proyecta el balón por un
rumbo errático y cercano. El Mayor da un patadón y la pelota pasa a mi lado y
se va muy lejos. El Olivio corre decididamente detrás del esférico (léase esto, y
lo que sigue, con voz de comentarista de fútbol por televisión o radio). Esquiva
ágilmente un tronco tirado y una raíz ya no tan oculta, gambetea y dribla dos
chuchitos ("perritos" para los chiapanecos) que de por sí ya huían aterrados
ante el avance implacable, decidido y relampagueante del Olivio. La defensa ha
quedado atrás (bueno, en realidad la "Yeniperr" y el Jorge están sentados y
jugando con el lodo, pero lo que quiero decir es que no hay enemigo al frente) y
el arco contrario está inerme ante un Olivio que aprieta los pocos dientes que
tiene y enfila al balón como locomotora desvielada. El respetable, en el
graderío, cuelga en la tarde un silencio expectante (Bueno, la verdad es que
sólo yo estoy atento al desenlace, el Mayor ya se fue, y es difícil hablar de
silencio con tanto grillo entonando la tardecita que se hace mate en el Uruguay
y pozol azucarado en las montañas del Sureste Mexicano). El Olivio llega, ¡por
fin!, frente al balón y, cuando toda la galaxia espera un patadón que rompa las
redes (bueno, la verdad es que, detrás del supuesto marco enemigo, sólo hay
un acahual con ramas, espinas y bejucos, pero sirven como redes), y ya
empieza a subir, de los riñones a la garganta, el grito de "¡gooool!", cuando
todo está listo para que el mundo demuestre que se merece a sí mismo, justo
entonces es cuando el Olivio decide que ya estuvo bueno de correr detrás de la
pelota y que ése pajarraco negro que revolotea no lo puede hacer
impunemente y, súbito, el Olivio cambia de dirección y de profesión y va por su
tiradora para matar, dice, al pájaro negro y llevar algo a la cocina y a la panza.
Fue algo, ¿cómo decirte?... algo anticlimático ("muy zapatista", diría mi
hermano), muy tan incompleto, muy tan inacabado, como si un beso se hubiera
quedado colgado en los labios y nadie nos hiciera el favor de recogerlo.
Yo soy un aficionado discreto, serio y analítico, de ésos que revisan los
porcentajes y los historiales de equipos y jugadores y pueden explicar
perfectamente la lógica de un empate, un triunfo o una derrota, sin importar
cuál se dé. En fin, un aficionado de ésos que después se explican a sí mismos
que no hay que ponerse triste por la derrota del preferido, que era de esperar,
que en la que sigue habrá un repunte, que otros etcéteras que engañen al
corazón con la inútil tarea de la cabeza. Pero en ese momento perdí los
estribos y, como hincha que ve traicionados los valores supremos del género
humano (es decir, los que con el fútbol tienen que ver), salté de las gradas (en
realidad estaba sentado en una banquita de troncos) y me enfilé, furioso, a
reclamarle al Olivio su falta de pundonor, de profesionalismo, de espíritu
deportivo, de ignorante de la ley sagrada que manda que el futbolista se debe a
la afición por entero. El Olivio me ve venir y se sonríe. Yo me detengo, me paro
en seco, me quedo helado, petrificado, inmóvil. Pero no te creas, Eduardo, que
es por ternura que me detengo. No es la tierna sonrisa del Olivio lo que
paraliza. Es la tiradora que tiene en las manos...
Pues sí, Eduardo. Ya sé que es muy evidente que trato de hacerles un símil de
la tierna furia que nos hace hoy soldados para que, mañana, los uniformes
militares sólo sirvan para los bailes de disfraces y para que, si uno debe
ponerse uniforme, sea el que se usa para jugar, por ejemplo, fútbol.
Salud a esa inquietud creadora que los reúne y los hace voltear hacia nosotros.
Salud a los todos que ahí se juntan y nos hablan y escuchan. Espero,
esperamos, que todo les salga bien y que, pronto, los podamos saludar acá, en
el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo.
Vale. Salud y un balón que, como los sueños, llegue bien alto.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.