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Séptima Edición Noviembre-Diciembre 2009

ABUSO SEXUAL INFANTIL:


EVALUACIÓN E INTERVENCIÓN
CLÍNICO-FORENSE
NOEMÍ PEREDA BELTRAN Y MILA ARCH MARÍN
Universitat de Barcelona

ISSN 1989-3906
Contenido
DOCUMENTO BASE............................................................................................ 3
Abuso sexual infantil: evaluación e intervención clínico-forense
Noemí Pereda

FICHA 1............................................................................................................ 15
Evaluación psicológica forense de menores víctimas de abuso sexual infantil
Mila Arch Marín

FICHA 2............................................................................................................ 20
Intervención psicológica con menores víctimas de abuso sexual infantil
Noemí Pereda
Documento base.
ABUSO SEXUAL INFANTIL: EVALUACIÓN E
INTERVENCIÓN CLÍNICO-FORENSE
Noemí Pereda Beltran
El maltrato y el abuso sexual infantil no son problemas recientes, si bien actualmente son múltiples los casos que apa-
recen en los medios de comunicación y de los que tenemos conocimiento. En mayor o menor medida, los malos tra-
tos a la infancia son una constante histórica, que se produce en todas las culturas y sociedades y en cualquier estrato
social (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2001).
El abuso sexual infantil, no obstante, ha sido una de las tipologías de maltrato más tardíamente estudiada. La investi-
gación sobre maltrato infantil se inició focalizándose, casi exclusivamente, en el análisis de los malos tratos de tipo fí-
sico (Arrubarrena & De Paúl, 1999). Sin embargo, cuando se abusa sexualmente de un niño o niña no sólo hay un
daño físico, sino que generalmente existe también una secuela psicológica. Debido a la ausencia, en numerosas oca-
siones, de un daño físico visible, así como a la no existencia de un conjunto de síntomas psicológicos que permitan su
detección y diagnóstico unívoco, el abuso sexual infantil ha sido una tipología difícil de estudiar. Por otro lado, se
añaden las dificultades relacionadas con el tabú del sexo y, en especial, al relacionar éste con infancia, así como el
escándalo social que implica su reconocimiento (Díaz, Casado, García, Ruiz, & Esteban, 2000).
El descubrimiento del abuso sexual infantil como maltrato frecuente y con importantes y perdurables efectos psicoló-
gicos, tanto a corto como a largo plazo, ha dado lugar en la última década a un notable crecimiento de los estudios
sobre este tema, tanto a nivel nacional como internacional. Si bien en países como Estados Unidos el estudio de esta
problemática se inició hace ya algunos años (Kempe, 1978), en nuestro país, el aislamiento sociopolítico y el escaso
desarrollo de los sistemas de protección social durante el período de la dictadura, han producido un retraso en su es-
tudio y, sobre todo, en el conocimiento y la sensibilización social al respecto. No obstante, durante las últimas déca-
das han surgido importantes publicaciones que han favorecido el avance del conocimiento sobre este problema, así
como el establecimiento de datos nacionales que han permitido la comparación con el resto de países occidentales y
que muestran que, en España, el abuso sexual infantil es también una realidad (López, 1994).
Como veremos a lo largo de esta unidad, no nos encontramos ante hechos aislados, esporádicos o lejanos, sino ante un
problema universal y complejo, resultante de una interacción de factores individuales, familiares, sociales y culturales.
Debemos tener en cuenta que a nivel estatal, actualmente tanto la Constitución española como el Código Civil men-
cionan de forma explícita la protección a la infancia, así como la obligación de comunicar a la autoridad competente
aquellos casos de malos tratos de los que se tenga conocimiento. Se hace, por tanto, necesario conocer en profundi-
dad esta tipología de maltrato infantil, dado el efecto que la existencia de conocimientos erróneos, o la falta de cono-
cimientos, puede tener en la detección, notificación y tratamiento de estas víctimas y de sus agresores.

DEFINICIÓN Y TIPOLOGÍA
Definición del abuso sexual infantil
Una de las cuestiones más difíciles a la que se enfrentan los profesionales en el estudio del maltrato y, específicamen-
te, en el abuso sexual infantil, es su correcta detección, que deriva, en gran parte, de la imposibilidad de establecer
una definición unificada y reconocida de malos tratos por parte del colectivo de profesionales implicados (Palacios,
Moreno, & Jiménez, 1995).
Los profesionales discrepan en múltiples criterios como la edad límite del agresor, la edad de la víctima o las con-
ductas que pueden considerarse abuso sexual. Por otro lado, según el sector profesional desde el que se trate el caso
se establecerán definiciones más amplias (profesionales del ámbito social y de la salud) o más restrictivas (profesiona-
les del ámbito policial y de justicia). Las dificultades, en muchos casos, de demostrar a nivel penal la existencia de es-
te tipo de delitos sexuales a un menor hacen que, frecuentemente, no exista una correspondencia entre el concepto

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clínico y el jurídico de este problema. Además, desde el inicio de su estudio, la definición de abuso sexual ha ido va-
riando y, en muchos casos, ampliándose para añadir nuevas conductas anteriormente no incluidas. Cabe destacar el
efecto de la cultura en la definición de abuso sexual infantil, especialmente en países que no pertenecen a la corriente
de pensamiento occidental (Stainton Rogers, Stainton, & Musitu, 1994). Se añaden, por otro lado, las dificultades rela-
cionadas con el tabú del sexo y, en especial, al relacionar éste con infancia, así como el escándalo social que implica
su reconocimiento (Díaz et al., 2000).
No obstante, encontrar una definición adecuada de abuso sexual resulta trascendente, ya que de dicha definición
dependerán cuestiones de gran implicación clínica como la detección de los casos o las estimaciones estadísticas del
problema, entre otros (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000).
En nuestro país, la mayoría de profesionales siguen los criterios propuestos por Finkelhor y Hotaling (1984), y ratifi-
cados por López (1994) para definir el abuso sexual infantil. Los autores consideran que los abusos sexuales a meno-
res deben ser definidos a partir de dos grandes conceptos, como son la coerción y la asimetría de edad.
La coerción se refiere al contacto sexual mantenido con un menor mediante el uso de la fuerza física, la amenaza, la
presión, la autoridad o el engaño, y ha de ser considerada criterio suficiente para etiquetar una conducta de abuso se-
xual, independientemente de la edad del agresor. Es importante ser consciente que no siempre se encuentra presente
la violencia física para perpetrarlo, especialmente cuando al agresor es un adulto; siendo suficiente una relación de
autoridad y/o de confianza entre el agresor y la víctima para que el abuso sexual ocurra. Por su parte, la asimetría de
edad impide la verdadera libertad de decisión del menor e imposibilita una actividad sexual compartida, ya que los
participantes tienen experiencias, grado de madurez biológica y expectativas muy diferentes respecto a la relación se-
xual (Cantón & Cortés, 2000; Casado, Díaz, & Martínez, 1997; López, Carpintero, Hernández, Martín, & Fuertes,
1995). La adopción de estos criterios facilita la detección de los casos y tiene la ventaja de incluir las agresiones se-
xuales que cometen unos menores sobre otros y que, en los últimos años, parecen ser un problema que los profesio-
nales han de afrontar de forma frecuente (Sperry & Gilbert, 2005).
Si bien pueden aparecer dificultades al delimitar cuál es la diferencia de edad entre los participantes de una relación se-
xual para poder considerar que se está produciendo un abuso sexual, la mayoría de especialistas, siguiendo las recomen-
daciones de Finkelhor y Hotaling (1984) consideran una diferencia de edad de cinco años cuando el menor tiene menos
de 12, y de diez años si éste tiene entre 13 y 16 años (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000; López, 1994).
En línea con estas ideas, el National Center on Child Abuse and Neglect propuso, ya en 1978 la siguiente definición
(en Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000), considerando que se da abuso sexual: “en los contactos e interacciones
entre un niño o niña y un adulto, cuando el adulto (agresor) usa al niño o niña para estimularse sexualmente él mis-
mo, al niño o niña o a otras personas. El abuso sexual puede también ser cometido por una persona menor de 18
años, cuando ésta es significativamente mayor que el niño o niña (la víctima) o cuando está (el agresor) en una posi-
ción de poder o control sobre otro menor”. Esta definición es ampliamente utilizada ya que permite incluir dentro del
concepto de abuso sexual infantil, los criterios de coerción y asimetría de edad o desigualdad madurativa, así como
los contactos sexuales, las formas de explotación sexual (pornografía, prostitución infantil, entre otras) y la presencia
de conductas sin contacto físico (Casado et al., 1997).

Tipología del abuso sexual infantil


Existen múltiples conductas y situaciones que pueden incluirse dentro de lo que podríamos denominar el espectro del
abuso sexual. Los cambios sociales y tecnológicos dan lugar, a su vez, a nuevas tipologías que los profesionales deben
conocer para su correcta detección, diagnóstico y tratamiento.
Dentro de las tipologías del abuso sexual infantil se incluyen tanto las conductas que implican contacto físico (cari-
cias, masturbación, penetración oral, anal o vaginal), como aquellas que no implican directamente ese contacto (pro-
posiciones verbales explícitas, exhibir los órganos sexuales a un niño o niña con el propósito de obtener excitación o
gratificación sexual, realizar el acto sexual intencionadamente ante la presencia de un menor, masturbarse en presen-
cia de un niño o niña, utilización del menor para la creación de materiales pornográficos). La existencia de abusos
con contacto físico, destacando la penetración oral, anal o vaginal como una de las experiencias con un efecto más
traumático, ha sido constatada como una variable de riesgo para el desarrollo de psicopatología en la víctima (Ken-
dall-Tackett, Meyer, & Finkelhor, 1993; Mennen & Meadow, 1995).
Por otro lado, el abuso sexual puede ser intrafamiliar, también denominado incesto, y que se produce cuando “el
contacto físico sexual o el acto sexual es realizado por un pariente de consanguinidad (padre/madre, abuelo/abuela) o

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por un hermano/a, tío/a, sobrino/a. Se incluye también el contacto físico sexual con figuras adultas que estén cubrien-
do de manera estable el papel de figuras parentales”; o extrafamiliar, que se produce cuando hay contacto sexual entre
un adulto y un menor exceptuando los casos señalados para el incesto (Fischer & McDonald, 1998). Cabe tener en
cuenta que la existencia de una relación estrecha, de intimidad y confianza, entre agresor y víctima antes del abuso y,
especialmente, que el agresor sea intrafamiliar, destacando por su elevada frecuencia la figura paterna, es una de las
variables que implica un mayor riesgo de problemas psicológicos posteriores (Faust, Runyon, & Kenny, 1995).
Tendríamos también abusos agudos, que el menor sufre en una única ocasión, habitualmente llevados a cabo por
agresores desconocidos, o crónicos, aquellos que se producen en más de una ocasión, pueden perdurar largos perío-
dos de tiempo y suelen ser cometidos por personas del entorno cercano del menor (Echeburúa & Guerricaechevarría,
2000). La frecuencia y duración del abuso, especialmente relevantes en casos de abusos sexuales crónicos, también
influyen sobre el desarrollo de psicopatología en la víctima (Friedrich, 1993; Kendall-Tackett et al., 1993).
Estudios recientes incluyen una nueva categoría, dentro del abuso sexual sin contacto físico, como es la exposición
involuntaria a material sexual en Internet (Mitchell, Finkelhor, & Wolak, 2001). En este caso no existiría un agresor di-
recto, sino que el menor, por sí solo, al utilizar Internet para chatear, buscar información o jugar, es expuesto de for-
ma involuntaria a un material con escenas sexuales explícitas. Sabina, Wolak y Finkelhor (2008) encontraron que un
93% de los chicos y un 62% de las chicas, según un estudio reciente, habían sido expuestos a pornografía en Internet,
generalmente antes de la mayoría de edad. Investigaciones realizadas por éstos y otros autores (ECPAT, 2001) confir-
man su frecuencia, así como el malestar psicológico que esta exposición provoca en los menores analizados.
Cabe destacar el denominado on-line sexual grooming o abuso sexual a través de Internet, referido a aquellos casos
en los que un adulto se conecta a Internet y establece relación con un menor, habitualmente haciéndose pasar por
otro menor, o por un personaje conocido del ámbito juvenil, manteniendo una relación de confianza con éste e ini-
ciando una relación sexual virtual, que empieza por conversaciones y puede acabar con fotografías, vídeos sexuales,
así como en los casos más graves, con una cita en el mundo real (Craven, Brown, & Gilchrist, 2006).
En esta línea, otros estudios, como el reciente trabajo de Leander, Granhag y Christianson (2005), han analizado las
características y efectos psicológicos de las llamadas telefónicas obscenas. Esta tipología de abuso sexual sin contacto
físico parece conllevar un importante malestar psicológico en los menores analizados, especialmente cuando se repite
en el tiempo y el menor obedece las órdenes del acosador, así como una tendencia a ocultar esta experiencia por sen-
timientos de incomodidad y vergüenza.
Es importante destacar, por sus características y efectos específicos en sus víctimas, la explotación sexual infantil
(UNICEF, Congreso Mundial Contra la Explotación Sexual Infantil, 1996), dentro de la que se incluyen la pornografía
infantil, la prostitución y trata de menores, la explotación sexual comercial infantil en los viajes o los matrimonios for-
zados. Se considerada una de las violaciones más severas de los derechos humanos de niños, niñas y adolescentes y
una forma de esclavitud contemporánea, basada en el abuso sexual del menor y en su remuneración económica o en
especie, ya sea para la propia víctima o para terceras personas. Si el abuso sexual infantil es una problemática que ha
permanecido invisible durante años, la explotación sexual de menores sigue siendo un problema desconocido por
gran parte de los profesionales, constituyéndose este maltrato sexual en una cuestión que afecta, en mayor o menor
medida, a todos los países (Chase & Statham, 2005).

EPIDEMIOLOGÍA: LA EXTENSIÓN DEL PROBLEMA


El abuso sexual infantil ha sido considerado uno de los problemas de salud pública más graves que tiene que afrontar
la sociedad y, especialmente, los niños y jóvenes (MacMillan, 1998). Los datos hallados en los trabajos realizados has-
ta el momento así lo demuestran. Sin embargo, los estudios de epidemiología sobre el tema siguen siendo escasos, po-
co rigurosos metodológicamente y, en su mayoría, presentan resultados discrepantes que imposibilitan una
unificación y la presentación de unas cifras claras que permitan ilustrar el problema.
Cabe añadir la escasez de estudios realizados con muestras con características específicas, como aquellas que pre-
sentan algún tipo de disminución física o psíquica. En España destaca el trabajo realizado por Verdugo, Gutiérrez,
Fuertes y Elices (1993) sobre este tema, si bien el abuso sexual infantil únicamente se incluye como una tipología más
de los malos tratos estudiados. Los trabajos constatan una mayor vulnerabilidad de este tipo de muestras ante el mal-
trato infantil, si bien los escasos estudios realizados impiden establecer la fiabilidad de los datos obtenidos.
En este apartado se abordará la epidemiología del abuso sexual infantil, analizando aquellos estudios de nuestro país
que han analizado la incidencia y prevalencia de este problema.

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La incidencia del abuso sexual infantil
Se entiende por incidencia el número de casos denunciados o detectados por autoridades oficiales (hospitales, servicios so-
ciales, justicia) en un periodo de tiempo determinado, que suele situarse, habitualmente, en un año (Runyan, 1998).
Es necesario subrayar la subestimación que este método de estudio representa en casos de abuso sexual infantil. En
función de estos estudios, el abuso sexual infantil sería un problema muy poco frecuente y atribuido, principalmente,
a familias con unas determinadas características socioeconómicas y estructurales. La incidencia no establece, en nin-
gún caso, la ocurrencia real del abuso sexual infantil (Leventhal, 1998), ni ofrece una descripción ajustada a la reali-
dad del fenómeno. Lo único que muestran los estudios e incidencia es la capacidad de los profesionales de una
determinada sociedad para detectar casos de abuso sexual infantil.
Para de Paúl (2004) si bien el sistema de protección infantil español ha avanzado en la detección y notificación del
maltrato, el abuso sexual infantil sigue infradetectándose.
Factores como el secretismo que caracteriza la situación de abuso, la vergüenza que experimenta la víctima al rela-
tar lo sucedido, las sanciones criminales que implica la denuncia de estos casos, así como la corta edad y la depen-
dencia del adulto que caracterizan a estas víctimas, provocan que únicamente un escaso número de menores relaten
lo sucedido en el momento en que ocurre, siendo muy probable que las estadísticas oficiales subestimen la dimensión
real del problema (Finkelhor, 1994).
En nuestro país, existen diversos estudios sobre maltrato infantil llevados a cabo a nivel nacional y en diferentes co-
munidades autónomas, principalmente con los datos provenientes de los Servicios Sociales (Moreno, 2002), que han
incluido el abuso sexual como categoría de maltrato.
Uno de los estudios más reciente, que ha establecido la incidencia del maltrato infantil intrafamiliar en España, es el
llevado a cabo por el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia (Sanmartín, 2002). Estos autores revisaron la
totalidad (32.741) de los expedientes de protección al menor, abiertos por los servicios de protección de la infancia de
las distintas administraciones autonómicas en los años 1997 y 1998. En este estudio, de un total de 16.189 casos de-
tectados de maltrato infantil (un 0,71% del total de la población española menor de 18 años), un 2,4% (396) habían
sufrido abuso sexual, definido como cualquier comportamiento en que el menor es utilizado como medio para obte-
ner estimulación o gratificación sexual.

La prevalencia del abuso sexual infantil


Los estudios sobre prevalencia del abuso sexual infantil aparecen a finales de los años setenta, principalmente por la
contribución de estudios norteamericanos.
Se entiende por prevalencia el número de individuos que han sido víctimas a lo largo de su infancia (habitualmente
considerada hasta los 18 años, si bien este criterio depende del estudio) y que son detectados mediante estudios re-
trospectivos (Runyan, 1998). Los investigadores, no obstante, varían en los procedimientos de selección de muestra, el
tipo de cuestionario o entrevista utilizados, así como, y especialmente, en la definición que permita determinar cuán-
do una conducta será etiquetada de abuso sexual infantil. Este hecho provoca que las cifras difieran enormemente en-
tre estudios, considerando que las diferencias entre cifras de prevalencia se deben a diferencias metodológicas, más
que a diferencias reales entre distintas poblaciones (Finkelhor, 1994). Otros autores también añaden que la facilidad o
dificultad con que los participantes a un estudio explican sus experiencias sexuales y, especialmente aquellas referidas
a abuso sexual, varía dramáticamente entre culturas (Runyan, 1998).
Pese a ello, todos los estudios realizados confirman que el abuso sexual infantil es un problema mucho más extendi-
do de lo previamente estimado e incluso hasta las tasas de prevalencia más bajas incluyen a un gran número de vícti-
mas que debe tenerse en cuenta.
Únicamente existe un estudio de metanálisis sobre la prevalencia del abuso sexual infantil a nivel mundial y es el lle-
vado a cabo desde España por Pereda, Guilera, Forns y Gómez-Benito (2009). Se entiende por metanálisis la revisión
sistemática de las publicaciones sobre un determinado problema, con la finalidad de obtener una medida de resultado
global y hacer un análisis de la heterogeneidad en función de diferentes variables (Botella & Gambara, 2002).
En este estudio se seleccionaron aquellos trabajos publicados en revistas científicas hasta el año 2007 incluido, en
español o en inglés, que tuvieran como objetivo principal o secundario establecer la prevalencia del abuso sexual in-
fantil en muestras no clínicas (es decir, en población general y estudiantes). La muestra final estuvo formada por 65 es-
tudios publicados desde 1965 y referidos a 22 países diferentes, como se puede observar en la Figura 1.
En el análisis de heterogeneidad se obtuvo que los porcentajes de abuso sexual infantil únicamente variaban de for-

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ma significativa en función de dos variables, el sexo de las víctimas y el continente donde se hubiera evaluado el abu-
so sexual. Teniendo en cuenta la influencia de estas dos variables, sexo y continente, y eliminando aquellas puntua-
ciones extremas, la prevalencia mundial del abuso sexual infantil puede establecerse en un 7,4% de varones (entre un
5,7-9,4% con un intervalo de confianza del 95%) y un 19,2% en mujeres (entre un 16,3-22,5% con un intervalo de
confianza del 95%). Es decir por cada hombre víctima habría más de dos mujeres sufriendo abuso sexual. La preva-
lencia más alta se encontraría en África, con un 34,4% de media global (entre un 21,1-50,7% con un intervalo de
confianza del 95%), y la más baja en Europa, con un 9,2% (entre un 6,8-12,3% con un intervalo de confianza del
95%). América, Asia y Oceanía muestran, como se observa en la Figura 1, prevalencias similares.
Estas cifras difieren mucho de los resultados encontrados en los denominados estudios de incidencia y muestran la realidad
de un problema universal, que no se circunscribe a determinados niveles socioeconómicos o a ciertos grupos culturales.

CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS DEL ABUSO SEXUAL


El abuso sexual infantil es un grave problema de salud pública que, en gran parte de los casos, interfiere en el adecua-
do desarrollo de la víctima que lo sufre y repercute negativamente en su estado físico y psicológico. La experiencia de
abuso sexual infantil puede considerarse una situación extrema que, tal y como exponen Lazarus y Folkman (1984),
suele resultar en un elevado nivel de estrés y malestar en la gran mayoría de individuos.
Las consecuencias psicológicas que suelen acompañar a la vivencia del abuso sexual infantil son frecuentes y diver-
sas, tanto aquellas que se producen en la infancia como las que, en muchas ocasiones, perduran hasta la edad adulta.
Los estudios constatan consecuencias que afectan a todas las áreas de la vida de la víctima, y que impiden hablar de
un síndrome del abuso sexual infantil (Browne & Finkelhor, 1986). Los trabajos publicados al respecto demuestran la
no existencia de un patrón único de síntomas, así como la presencia de una extensa variedad de síntomas en estas
víctimas, e incluso la ausencia total de síntomas en algunas de ellas, impidiendo establecer un síndrome que defina y
englobe los problemas emocionales, cognitivos y sociales que se relacionan con la experiencia de abuso sexual (Ken-
dall-Tackett et al., 1993).
Son diversos los autores que constatan la existencia de víctimas asintomáticas, estableciéndose que entre un 20 y un
30% de las víctimas de abuso sexual infantil permanecerían estables emocionalmente tras esta experiencia (López,

Figura 1

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1994). Sin embargo, estas víctimas podrían llegar a presentar problemas posteriormente, configurando los llamados
efectos latentes del abuso sexual infantil (Kendall-Tackett et al., 1993).

Consecuencias psicológicas iniciales


Los indicadores psicológicos del abuso sexual infantil o consecuencias iniciales, son aquellos efectos que suelen si-
tuarse en los dos años siguientes al abuso (Browne & Finkelhor, 1986) y que, por tanto, suelen encontrarse presen-
tes en la infancia y la adolescencia. Si bien muchos de los efectos iniciales del abuso sexual infantil pueden
perdurar a lo largo del ciclo evolutivo (Swanston, Tebutt, O’Toole, & Oates, 1997; Tebutt, Swanston, Oates, &
O’Toole, 1997), algunos de ellos se minimizan o desaparecen (Oates, O’Toole, Lynch, Stern, & Cooney, 1994), es-
pecialmente al llegar a la edad adulta, e incluso pueden desarrollarse exclusivamente en determinados periodos
evolutivos (Kendall-Tackett et al., 1993).
Como se obtiene de los estudios presentados seguidamente, el abuso sexual infantil se relaciona con sintomatología
que afecta a distintas área de la vida de la víctima.

Problemas emocionales
Dentro de este apartado se encuentran algunos de los problemas de tipo internalizante, siguiendo la categorización de
Achenbach (1991), más frecuentemente observados en víctimas de abuso sexual infantil. Destaca por su elevada fre-
cuencia en estos menores la sintomatología postraumática (véanse las revisiones de Green, 1993 o Rowan y Foy,
1993 al respecto), con una prevalencia situada cerca de la mitad de las víctimas (Ackerman, Newton, McPherson, Jo-
nes, & Dykman, 1998). También se observan síntomas de ansiedad y depresión (entre un 4 y un 44% en varones y en-
tre un 9 y un 41% en mujeres víctimas de abuso sexual infantil, Ackerman et al., 1998); así como baja autoestima,
sentimiento de culpa y de estigmatización (entre un 4% y un 41%, respectivamente para Mannarino & Cohen, 1986 o
Tebutt et al., 1997).
La ideación y/o la conducta suicida se da en un elevado número de casos como muestran los trabajos de Garneski y
Diekstra (1997) (un 37,4% de las mujeres y un 50% de los varones) y Martin, Bergen, Richardson, Roeger y Allison
(2004) (un 29% de las víctimas mujeres y un 50% de los varones).

Problemas cognitivos y de rendimiento académico


Entre estos problemas destaca la afectación de la capacidad de atención y concentración, con una frecuencia de sin-
tomatología hiperactiva de entre el 4% y el 40% de las víctimas (Mannarino & Cohen 1986; Ackerman et al., 1998;
respectivamente).

Problemas de relación
Una de las áreas que suele quedar más afectada en víctimas de abuso sexual infantil es la relación social con iguales y
adultos, ya sean pertenecientes a la familia o desconocidos, dada la ruptura que la experiencia de abuso sexual impli-
ca en la confianza de la víctima. Como ejemplo de esta afectación, destacar el estudio de Oates, Forrest y Peacock
(1985) en el que un 43% de las víctimas de abuso sexual manifestaron tener pocos amigos, en comparación con el
11% de los menores no víctimas.

Problemas funcionales
Dentro de este grupo se encuentran aquellas consecuencias del abuso sexual infantil que representan dificultades en
las funciones físicas de la víctima. Destacan los problemas de sueño (en un 56% de los casos, según Mannarino & Co-
hen, 1986), la pérdida del control de esfínteres (18% de los casos según Mannarino & Cohen, 1986), y los problemas
de alimentación (en un 49% de los casos según Swanston et al., 1997).

Problemas de conducta
Cabe añadir algunos comentarios a los problemas de conducta que presentan las víctimas de abuso sexual infantil, da-
da la elevada frecuencia con la que se observan.

Conducta sexualizada
La presencia de conductas sexualizadas, también denominadas comportamientos erotizados, es uno de los problemas

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más frecuentes en víctimas de abuso sexual infantil, siendo tomada habitualmente como un indicador de marcada fia-
bilidad para su detección. Como ejemplo, en la revisión de Bromberg y Johnson (2001), los autores indican que la
conducta sexualizada es 15 veces más probable en menores víctimas de abuso sexual que en no víctimas. Sin embar-
go, estas conductas no son exclusivas de las víctimas de abuso sexual y pueden producirse por otros motivos diferen-
tes a la experiencia de abuso como son la vivencia de otras experiencias de carácter violento (ser víctima de maltrato
físico o testigo de violencia familiar) o las actitudes familiares respecto al sexo, entre otras.
Por otro lado, algunos autores han confirmado que las conductas sexualizadas en la infancia parecen relacionarse
con conductas promiscuas y embarazos no deseados en la adolescencia (Fiscella, Kitzman, Cole, Sidora, & Olds,
1998), aumentando el riesgo de revictimización en etapas posteriores. La prostitución en víctimas de abuso sexual in-
fantil menores de edad es también uno de los problemas relacionado con el área de la sexualidad encontrado por al-
gunos autores, especialmente en determinados países asiáticos y latinoamericanos (Cusick, 2002).
En general destaca, como afirma Barudy (1993), el rápido y prematuro crecimiento con que las víctimas de abuso se-
xual infantil se desarrollan a nivel de su sexualidad, contrastando con las dificultades que presentan para crecer en el
plano psicoafectivo y relacional.

Conformidad compulsiva
Crittenden y DiLalla (1988) propusieron la existencia de un patrón de conducta específico, denominado de conformi-
dad compulsiva, utilizado por algunas víctimas de malos tratos, abuso sexual y negligencia para acomodarse a su si-
tuación y poder sobrevivir, física y psicológicamente a ésta. Los autores definen esta estrategia como la presencia de
un comportamiento conformista y vigilante en los niños y niñas víctimas de malos tratos, que reduce el riesgo de com-
portamientos hostiles y violentos por parte de sus agresores y aumenta la probabilidad de interacciones agradables
con ellos. En el estudio, las víctimas de abuso sexual fueron aquellas que presentaban un mayor nivel de conformidad
compulsiva. No obstante, si bien los autores inicialmente abogan por el efecto adaptativo de esta estrategia, también
alertan del riesgo que implica si se generaliza al resto de relaciones interpersonales de la víctima, como suele suceder
en casos de abuso sexual infantil.

Conducta disruptiva y disocial


En el extremo opuesto, algunos autores han obtenido una elevada frecuencia de conductas de carácter disruptivo y di-
social en víctimas de abuso sexual infantil, incluidas dentro de la denominada sintomatología externalizante según la
categorización de Achenbach (1991), especialmente en víctimas de sexo masculino (Romano & De Luca, 2001). Los
autores difieren en las frecuencias obtenidas para este tipo de conductas en víctimas de abuso sexual, oscilando entre
el 2% indicado en el estudio de Mannarino y Cohen (1986) para ambos sexos; y el 25,3% para mujeres y el 58,4%
para varones en el trabajo de Garnefski y Diekstra (1997).

Consecuencias psicológicas a largo plazo


Las consecuencias psicológicas que se han relacionado con la experiencia de abuso sexual infantil pueden perdurar a
lo largo del ciclo evolutivo y configurar, en la edad adulta, los llamados efectos a largo plazo del abuso sexual. Tam-
bién es posible que la víctima no desarrolle problemas aparentes durante la infancia y que éstos aparezcan como pro-
blemas nuevos en la edad adultez (Beitchman, Zucker, Hood, DaCosta, Akman, & Cassavia, 1992).
Se habla de efectos a largo plazo cuando éstos se encuentran a partir de los dos años siguientes a la experiencia de
abuso (Browne & Finkelhor, 1986), presentándose aproximadamente en un 20% de las víctimas de abuso sexual in-
fantil (López, 1994).
Los efectos a largo plazo son, comparativamente, menos frecuentes que las consecuencias iniciales, sin embargo el
abuso sexual infantil constituye un importante factor de riesgo para el desarrollo de una gran diversidad de trastornos
psicopatológicos en la edad adulta. La información actualmente disponible tampoco permite establecer en esta etapa
un único síndrome específico, o conjunto de síntomas diferenciados, asociado a la experiencia de abuso sexual, afec-
tando éste a diferentes áreas de la vida de la víctima; así como no permite confirmar la existencia de una relación de-
terminística entre la experiencia de abuso sexual infantil y la presencia de problemas psicológicos en la edad adulta,
existiendo múltiples variables que parecen incidir en esta relación (Browning & Laumann, 2001). Por otro lado, es im-
portante destacar la dificultad que entraña el estudio de estos efectos, principalmente por su interacción con otro tipo
de factores relacionados con el paso del tiempo (López, 1993), si bien la mayoría de estudios siguen constatando una

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relación directa entre la experiencia de abuso sexual y el posterior desarrollo de problemas psicológicos (véase por
ejemplo, Nelson, Heath, Madden, Cooper, Dinwiddie, Bucholz et al., 2002).
Algunos autores constatan una peor salud mental general en víctimas de abuso sexual infantil, con una mayor presencia
de síntomas y trastornos psiquiátricos (Peleikis, Mykletun, & Dahl, 2005). Otros estudios, realizados con víctimas de malos
tratos infantiles, incluyendo el abuso sexual, confirman una probabilidad cuatro veces mayor de desarrollar trastornos de
personalidad en estas víctimas que en población general (Johnson, Cohen, Brown, Smailes, & Bernstein, 1999).
Se han agrupado en los apartados siguientes las distintas problemáticas a largo plazo que la bibliografía ha encontra-
do presentes con mayor frecuencia en víctimas de abuso sexual infantil.

Problemas emocionales
Dentro de este apartado destacan, por su presencia en gran parte de las víctimas de abuso sexual infantil, los trastor-
nos depresivos y bipolares (véase por ejemplo, Cukor & McGinn, 2006); los síntomas y trastornos de ansiedad, desta-
cando por su elevada frecuencia el trastorno por estrés postraumático (por ejemplo, Filipas & Ullman, 2007); el
trastorno límite de la personalidad (Murray, 1993); así como las conductas autodestructivas (negligencia en las obliga-
ciones, conductas de riesgo, ausencia de autoprotección, entre otras) (Rodriguez-Srednicki, 2001); la baja autoestima
(por ejemplo, Whealin & Jackson, 2002), las ideas suicidas e intentos de suicidio (véase, Oates, 2004) y las conductas
autolesivas (Klonsky & Moyer, 2008).

Problemas de relación
El área de las relaciones interpersonales es una de las que suele quedar más afectada, tanto inicialmente como a largo
plazo, en víctimas de abuso sexual infantil. Destaca la presencia de un mayor aislamiento y ansiedad social, menor
cantidad de amigos y de interacciones sociales, así como bajos niveles de participación en actividades comunitarias
(por ejemplo, Abdulrehman & De Luca, 2001). También aparecen dificultades en la crianza de los hijos, con estilos
parentales más permisivos en víctimas de abuso sexual al ser comparados con grupos control, así como un más fre-
cuente uso del castigo físico ante conflictos con los hijos y una depreciación general del rol maternal (Roberts, O’Con-
nor, Dunn, Golding, & ALSPAC, 2004).

Problemas de adaptación social


Kaufman y Widom (1999) constataron, mediante un estudio longitudinal (1989-1995), el mayor riesgo de huida del
hogar que presentaban las víctimas de maltrato infantil, entre ellas, de abuso sexual infantil, en comparación con un
grupo control. A su vez, la conducta de huida del hogar, así como el haber sufrido abuso sexual infantil, incrementa-
ban el riesgo de delinquir y de ser arrestado por delitos diversos.

Problemas funcionales
Son diversos los estudios que demuestran la frecuente presencia de trastornos de la conducta alimentaria en víctimas
de abuso sexual infantil, especialmente de bulimia nerviosa (Polivy & Herman, 2002); así como síntomas y trastornos
disociativos (Startup, 1999), referidos a aquellas situaciones en las que existe una alteración de las funciones integra-
doras de la conciencia, la identidad, la memoria y la percepción del entorno (APA, 2000).

Problemas sexuales
Browning y Laumann (2001) defienden que la sexualidad desadaptativa es la consecuencia más extendida del abuso se-
xual infantil, no obstante, destacan la no existencia de una relación causal entre la experiencia de abuso sexual infantil y el
desarrollo de este problema, si bien el abuso sexual infantil actuaría como un importante factor de riesgo a tener en cuenta.
Otros estudios también han confirmado la frecuente presencia de problemas de tipo sexual en víctimas de abuso sexual in-
fantil, como una sexualidad insatisfactoria y disfuncional, una mayor tendencia al mantenimiento de relaciones sexuales
sin protección, a presentar conductas sexuales promiscuas, un precoz inicio de la sexualidad y un mayor número de pare-
jas sexuales y de riesgo de VIH (Senn, Carey, & Vanable, 2008).

Revictimización
La revictimización, implica la experiencia posterior de violencia física y/o sexual en víctimas de abuso sexual infantil
por agresores distintos al causante del abuso en la infancia (Maker, Kemmelmeier, & Peterson, 2001). Si bien son di-

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10 Formación Continuada a Distancia
versos los estudios que han mostrado el riesgo de revictimización que presentan las víctimas de abuso sexual infantil,
las revisiones realizadas destacan las enormes diferencias existentes entre los porcentajes de revictimización obteni-
dos por los diversos estudios, oscilando entre un 16% y un 72%, según las definiciones y las muestras utilizadas
(Messman-Moore & Long, 2003; Roodman & Clum, 2001).

Transmisión intergeneracional
Las revisiones realizadas sobre la hipótesis de la transmisión intergeneracional del maltrato, es decir, la hipótesis de la
reproducción del maltrato de padres a hijos, confirman su posible existencia (Green, 1998), aunque los autores cons-
tatan la enorme variabilidad en los porcentajes entre diversos estudios. Centrado en el tema del abuso sexual infantil,
se han obtenido cifras de la posible transmisión intergeneracional situadas entre el 20% y el 30% de los casos (Glas-
ser, Kolvin, Campbell, Glasser, Leitch, & Farrelly, 2001; Oates, Tebutt, Swanston, Lynch, & O’Toole, 1998), si bien la
controversia sobre esta posible consecuencia del abuso sexual sigue existiendo y los resultados de las diversas investi-
gaciones no pueden considerarse definitivos.

RESILIENCIA: VARIABLES MEDIADORAS EN VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL


Los conceptos de resiliencia y protección, desarrollados durante décadas, han sido puestos de manifiesto en los últimos
años por un nuevo enfoque dentro de las ciencias humanas, denominado Psicología Positiva. Esta nueva perspectiva de es-
tudio se centra en el bienestar del individuo y en la felicidad como objetivos a desarrollar, considerando que la persona es
activa y fuerte, con una capacidad natural de resistir y rehacerse a pesar de las adversidades (Seligman, 2002).
Basándose en esta nueva línea de trabajo, estudios recientes han centrado sus esfuerzos en conocer el porcentaje de
víctimas de abuso sexual infantil que parecen no presentar secuelas o superarlas en un menor período de tiempo para
tratar de determinar las características que pueden o no favorecer la resiliencia ante este acontecimiento, o capacidad
del individuo de no verse influido por la experiencia adversa, consiguiendo una buena adaptación y no presentando
conductas desviadas o psicopatológicas.
Esta línea de estudio se encuentra relacionada con los conceptos de resistencia, vulnerabilidad, protección y riesgo, desa-
rrollados principalmente por Compas (1987) y Rutter (1990, 2007). Se habla de mecanismos de riesgo o vulnerabilidad y
mecanismos de protección, compensación o resiliencia, refiriéndose a la interacción entre las características del individuo
y de su entorno con la situación y dando lugar a un efecto de riesgo o a un efecto protector (Luthar, Cicchetti, & Becker,
2000). Es el proceso o mecanismo de interacción entre el individuo y la situación, no la variable en sí, aquello que conlle-
va un riesgo o una protección, constituyéndose en un punto de inflexión o turning point en la vida de éste (Rutter, 1990).
Es en estas situaciones extremas cuando el ser humano tiene la oportunidad de volver a construir su forma de entender la
realidad y su sistema de valores, tiene la oportunidad de replantear su concepción del mundo y de modificar sus creencias,
de manera que en esta reconstrucción puede darse un aprendizaje y un crecimiento personal que ha venido a llamarse por
algunos autores crecimiento postraumático (Calhoun & Tedeschi, 1999).
Estas variables mediadoras que parecen incidir en la relación entre abuso sexual infantil y psicopatología, han sido
agrupadas en características psicobiológicas (e.g., edad, sexo, genotipo, funcionamiento cerebral de respuesta al es-
trés), diferencias individuales (autoestima, culpa, estrategias de afrontamiento), así como características del entorno
(apoyo familiar) y del contexto social de la víctima (credibilidad percibida, denuncia y juicio), abriendo un nuevo
campo de estudio que muestra la importancia de regir la intervención psicológica con estas víctimas en función de es-
tas variables (Spaccarelli & Kim,1995).

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14 Formación Continuada a Distancia
Ficha 1.
EVALUACIÓN PSICOLÓGICA FORENSE DE MENORES
VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL INFANTIL
Mila Arch Marín
La valoración pericial relacionada con la evaluación de los abusos sexuales a menores es una de las tareas más enco-
mendadas a los psicólogos forenses desde el ámbito judicial (Echeburúa & Subijana, 2008). El peritaje psicológico
surge de las necesidades de los jueces que precisan contar con los aportes y conocimientos que son especificidad de
otras ciencias o actividades especializadas y que, por tanto, resultan ajenas a su propio conocimiento. El dictamen
pericial emitido recogerá, por tanto, la opinión objetiva e imparcial de un técnico o especialista, con unos específicos
conocimientos científicos, artísticos o prácticos, acerca de la existencia de un hecho y la naturaleza del mismo (Mau-
león, 1984, cfr. Ibáñez & Avila, 1990, pag. 294).
Tanto desde la disciplina de la psicología (Aguilera & Zaldivar, 2003; Arch, 2008; Grisso, 1986) como desde el ám-
bito jurídico (Montero, 2001; Muñoz, 1996), se ha alertado de la enorme responsabilidad que ostentan los psicólogos
cuando realizan estas intervenciones, especialmente, ante la evidencia de que el dictamen pericial emitido tendrá un
peso decisivo en la toma de decisión de los jueces o magistrados respecto al objeto de litigio. Por ello, el trabajo del
psicólogo forense debe comportar una gran exigencia científica y ética. De hecho, en las Directrices Especializadas
para psicólogos forenses (Sociedad legal americana y división 41 APA, 1994), se especifica, entre otras, la obligación
del psicólogo forense de seguir los estándares éticos más elevados de su profesión y la de mantener actualizados los
conocimientos del desarrollo científico, profesional y legal dentro de su área de competencia.
La valoración que se solicita en casos de supuestos abusos sexuales a menores, entraña mayor responsabilidad para
el técnico que la realiza dado que, en numerosas ocasiones, el relato del menor es la única evidencia de la que se dis-
pone para valorar la ocurrencia del acto abusivo (Garrido & Masip, 2001), pudiendo tener enormes repercusiones tan-
to para el niño o niña como para los adultos implicados en la denuncia (Berliner & Conte, 1993).
El abuso sexual infantil no suele entrañar violencia, por tanto, no suelen existir pruebas físicas que lo corroboren
(Undeutsch, 1989); la agresión suele producirse sin posibles testigos que puedan confirmar su ocurrencia; el acusado
no suele confesar su acción (Dejong, 1992); y, finalmente, la gran variabilidad apreciada en los indicadores conduc-
tuales (e.g. conducta sexualizada, reacciones emocionales, entre otros), conlleva la imposibilidad de determinar en
base a éstos la posible ocurrencia del abuso (Berliner & Conte, 1993; Lamb, Sternberg & Esplin, 1994).

VALORACIÓN PSICOLÓGICA DE LA CREDIBILIDAD DEL TESTIMONIO


DEL MENOR EN CASOS DE ABUSO SEXUAL
Aunque se han realizado abordajes con otras técnicas y procedimientos, como por ejemplo, el estudio de las altera-
ciones fisiológicas (Martínez Selva & Riquelme,1999); actualmente, se mantienen tres enfoques básicos para la eva-
luación de la credibilidad del testimonio en casos de abuso sexual infantil: a) protocolos de entrevista y presencia de
indicadores físicos, psicológicos y sexuales, b) análisis de la veracidad de la declaración y c) técnicas basadas en el
juego con muñecos anatómicos y/o dibujos (Echeburrua & Guerricaechevarría, 2000). No obstante, cabe señalar, que
para la realización de la peritación, es necesario contemplar un sistema que permita la evaluación multiárea y multi-
método, comprendiendo, tanto la propia valoración de la credibilidad, como la exploración psicológica del menor y
la información sobre aspectos físicos y sociales que pueda tener interés para la evaluación; con ello, se pretende dotar
de mayores garantías al dictamen resultante de la evaluación (Jiménez & Martín, 2006). En relación a la solidez de las
valoraciones realizadas a través de la exploración con muñecos anatómicos y/o dibujos, cabe señalar las alertas ofre-
cidas por los investigadores (e.g.: Boat & Everson, 1994), tanto por la posibilidad de que la conducta del menor se en-
cuentre influida por el propio material, como por la consideración de escasa utilidad de los resultados obtenidos si
son considerados de forma exclusiva para el diagnóstico (Garb, Wood, & Nezworski, 2000). Existe una alta probabili-

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
15
dad de que las conductas que muestra el niño en su juego con los muñecos anatómicos se encuentren mediatizadas
por diversas variables que deberían ser controladas para poder ofrecer solidez a los resultados (Elliot, O’Donohue, &
Nickerson, 1993).
Un tema controvertido, al que frecuentemente se alude en relación a estas intervenciones profesionales, se encuentra
en la posibilidad de que la acusación del menor resulte falsa. Sin embargo, las investigaciones sobre esta cuestión nos
muestran un bajo porcentaje de falsas acusaciones, que oscilarían entre un 2 y un 8% (Everson & Boat, 1989; Jones &
McGraw, 1987; Trocmé & Bala, 2005), además, cuando éstas se producen, suelen ser o ideadas por adultos o inter-
pretaciones erróneas del relato del menor, más que una invención deliberada de éste (Berliner & Conte, 1993; Brown,
Frederico, Hewitt, & Sheehan, 2001). Por tanto, la consideración general es que cuando un menor revela una situa-
ción de presunto abuso sexual, existe una altísima probabilidad de que haya ocurrido (Dammeyer, 1998), siendo el
riesgo de falsos negativos lo que supone un importante problema en la estimación del abuso sexual infantil (Berliner &
Conte, 1995; Oates, Jones, Denson, Sirotnak, Gary, & Krugman, 2000).

EL ANÁLISIS DE LA CREDIBILIDAD DE LA DECLARACIÓN DEL MENOR


ABUSADO SEXUALMENTE
Como indicábamos anteriormente, el análisis de la credibilidad es un procedimiento enormemente complejo que
requiere que el técnico que lo realiza disponga de adecuados conocimientos y experiencia en la materia (Pereda
& Arch, en prensa). Teniendo en cuenta esta premisa, se describirá brevemente el procedimiento recomendado
para la realización de este análisis, tomando como referencia las recomendaciones aportadas por los expertos en
la técnica (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000; Cantón, 2004; Raskin & Esplin, 1991; Raskin & Yuille, 1989;
Steller & Koehnken, 1989; Steller & Boychuck, 1992): A) Revisión documental: aunque, como en otras explora-
ciones forenses, se ha planteado la conveniencia de usar un procedimiento “ciego” para evitar una hipotética
“contaminación” del técnico (e.g. Underwager, Wakefield, Legrand & Erikson, 1986), los expertos en la materia
(e.g. Grisso, 1986) han señalado repetidamente la inconveniencia de su uso en la práctica forense, avalando la
bondad de la revisión documental como herramienta que permita una adecuada contextualización del caso a
evaluar. B) Entrevista al menor: esta técnica resulta especialmente importante en el proceso de evaluación dado
que resulta el medio fundamental en el que se basará el análisis de credibilidad. Sin duda, la forma en que se rea-
lice la entrevista tendrá una enorme influencia en el tipo de información que se obtendrá (Walker, 1993). Es nece-
sario que se efectúe en un espacio adecuado, evitando presiones y preguntas sugestivas y utilizando un formato
semiestructurado, con preferencia por las preguntas abiertas, que favorezca el discurso libre del menor (Lamb,
Sternberg, & Esplin, 1994); posteriormente, se utilizarán preguntas más cerradas a fin de clarificar algunos aspec-
tos del relato y obtener mayor detalle de lo referido por el niño o niña. Es muy importante asegurarse que este ti-
po de preguntas no resulten sugestivas, es decir, no faciliten una determinada respuesta del menor a
consecuencia de su formulación. Finalmente, la entrevista debe ser registrada, bien de forma audio-visual o sólo
en audio, ya que es la transcripción de esta entrevista la base sobre la que se realizará el posterior análisis de cre-
dibilidad. Este sistema, puede también evitar que el menor tenga que ser nuevamente explorado por otros profe-
sionales, con el riesgo de revictimización que ello conlleva. C) Exploración psicológica del menor: tanto por su
función contextualizadora (Cantón, 2004) como por la necesidad de determinar el estado clínico del menor y las
posibles secuelas a fin de recomendar la pertinente intervención, es conveniente realizar una exploración psicoló-
gica exhaustiva del menor. Esta fase seguirá la forma y estructura al uso en la evaluación psicológica, recogiendo
datos sobre las características de los actos abusivos, del contexto psicosocial del menor y de su estado emocional,
siendo altamente recomendable el uso de medidas psicométricas que doten de mayor solidez el posible diagnosti-
co (véase Pereda & Arch, en prensa, para una revisión detallada, a nivel internacional, de los instrumentos de
evaluación psicológica usados en los casos de abuso sexual a menores). D) Evaluación del contenido de la decla-
ración: el análisis de la declaración del menor se realiza a través de la aplicación del Análisis del Contenido Ba-
sado en Criterios (Criterion Based Content Analysis, CBCA) (Horowitz, 1991; Raskin & Esplin, 1991; Steller &
Koehnken, 1989; Steller & Wolf, 1992) a la transcripción verbal de la entrevista. En síntesis, el sistema valora la
presencia o ausencia de 19 criterios estructurados en cinco categorías (véase Tabla 1). La técnica permite valorar
cualitativamente si el menor informó sobre un suceso experimentado. Es necesario tener en cuenta que el peso de
cada criterio depende de múltiples factores que van desde la edad del menor, al paso del tiempo, o al número de
veces que la víctima ha relatado el acontecimiento, aspectos que deben ser considerados por el técnico en su va-

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16 Formación Continuada a Distancia
loración. Asimismo, también es necesario puntualizar que la presencia de criterios fortalece la credibilidad del re-
lato pero la ausencia no sugiere la falsedad del mismo (Cantón, 2004). Es altamente recomendable que la valora-
ción de los criterios sea realizada por dos técnicos independientes a fin de poder realizar una estimación basada
en la concordancia entre jueces y dotar de mayor solidez y garantía el resultado. E) Comprobación de la lista de
validez: una vez realizada la valoración de los criterios, se aplican los denominados criterios de validez (véase
Tabla 2) cuyo objetivo estriba en constatar que la entrevista de la que surge el relato se ha realizado de forma co-
rrecta, se evalúan ciertas características del menor que resultan especialmente significativas para la entrevista, la
posibilidad de que exista una motivación para
mentir y la consistencia que mantiene el relato Tabla 1
respecto a otros anteriores y/o otras pruebas dis- Criterios del CBCA (Steller & Koehnken, 1989, adaptado)
ponibles. Características Generales 1. Estructura lógica
De la valoración global de los criterios y de la lista 2. Elaboración no estructurada
de validez se extrae la calificación final que los técni- 3. Cantidad de detalles
cos otorgan al relato en función de cinco estratos posi- Contenidos específicos 4. Incardinación en contexto o
bles -creíble, probablemente creíble, indeterminado, adecuación contextual
probablemente increíble y increíble- (Steller, 1989). 5. Descripción de interacciones
6. Reproducción de conversaciones
En conclusión, la valoración pericial referida a la 7. Complicaciones inesperadas durante el
credibilidad del relato en casos de supuesto abuso incidente
sexual infantil requiere de una perspectiva global
Peculiaridades del contenido 8. Detalles inusuales
que considere todos los medios disponibles y el 9. Detalles superfluos
máximo de factores influyentes, a fin de poder rea- 10. Detalles descritos con precisión e
lizar un dictamen sólido que ayude al sistema judi- inadecuadamente interpretados por el
menor
cial en su toma de decisiones. 11. Asociaciones externas relacionadas
Como toda intervención forense, la participación 12. Alusiones al estado mental subjetivo del
en la evaluación pericial del abuso sexual infantil menor
13. Atribuciones al estado mental del
requiere una alta especialización del técnico que supuesto agresor
debe disponer de conocimientos y experiencia ade-
cuados que le permitan efectuar una valoración so- Contenidos referentes a la 14. Correcciones espontáneas
motivación 15. Admisión de falta de memoria
lida y fundamentada.
16. Plantear dudas sobre el propio
testimonio
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Motivación para informar en 6. Motivos para declarar
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falso
dren. Child Abuse & Neglect, 19 (3), 371-384. 8. Presiones para informar en falso
Boat, B. W., & Everson, M. D. (1994). Exploration
Cuestiones de la 9. Cuestiones de la investigación
of anatomical dolls by nonreferred preschool- Consistencia con las leyes de la
investigación
aged children: comparisons by age, gender, race, naturaleza
and socioeconomic status. Child Abuse & Ne- 10. Consistencia con otras declaraciones
11. Consistencia con otras evidencias
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Formación Continuada a Distancia
19
Ficha 2.
INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA CON MENORES
VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL INFANTIL
Noemí Pereda Beltran
Existen diversas modalidades de tratamiento psicológico que han demostrado su eficacia en víctimas de abuso se-
xual, si bien son escasas las publicaciones al respecto.
Pueden encontrarse múltiples tipos de intervención que varían en función de las diferentes variables implicadas, co-
mo son la edad de la víctima, las características del abuso sexual, la modalidad de tratamiento o a quién se dirige és-
te. En relación a la modalidad de tratamiento, la terapia de grupo parece ser un formato muy efectivo puesto que
contrarresta el aislamiento de la víctima y destruye su creencia que sufre un estigma (Habigzang, Hatzenberger, Dala
Corte, Stroeher, & Koller, 2006). De todos modos, tal y como se ha constatado en diferentes trabajos, cuando el trata-
miento se focaliza en la experiencia de abuso sexual, se estructura en una serie de módulos y se centra en los sínto-
mas específicos que presenta la víctima, puede contribuir a una reducción significativa de la sintomatología a corto y
largo plazo, en cualquiera de sus modalidades (para una revisión de este tema léase Skowron & Reinemann, 2005).
El modelo de intervención en el que se centrará este apartado está basado en una orientación cognitivo-conductual,
puesto que, de acuerdo con las escasas investigaciones realizadas, ésta es la que ofrece unos pronósticos más positi-
vos en la consecución de los objetivos fijados (Hetzel-Riggin, Brausch, & Montgomery, 2007; Ramchandani & Jones,
2003).
El tratamiento, desde esta perspectiva, debe consistir en la elaboración previa de un programa de intervención indivi-
dualizado, teniendo en cuenta la evaluación inicial y los problemas que manifiesta ese menor en concreto (Friedrich,
1996). Ahora bien, existen algunas normas generales a seguir en este tipo de intervenciones. El tratamiento actúa so-
bre las distorsiones cognitivas que la víctima ha desarrollado durante el abuso y sobre los síntomas que presenta. Ha-
blar sobre el abuso, por tanto, supone el primer paso para romper el silencio y el sentimiento de aislamiento que
acompaña a la víctima. Recordar y describir lo que se ha vivido sirve para reducir la tendencia a la disociación y a la
negación que presentan muchas víctimas de abuso sexual (Macfie, Cicchetti, & Toth, 2001). El hecho de volver a ex-
perimentar los sentimientos asociados al abuso es una pieza clave dentro de la terapia, siendo un objetivo prioritario
de la intervención en los casos en los que la víctima presenta trastorno por estrés postraumático.
Por otro lado, existen dos criterios previos a considerar sea cual sea la modalidad de tratamiento que se va a seguir y
que deben regir la intervención con víctimas de abuso sexual infantil. El primer criterio a tener en cuenta es que la
víctima no va a olvidar el abuso, si no que debemos ayudarla a elaborarlo e integrarlo en su vida. En segundo lugar, la
intervención con víctimas de abuso sexual debe basarse en la idea que el abuso sexual es una experiencia, no una
condición clínica ni una patología. Teniendo estos criterios en mente, deberemos decidir si el tratamiento psicológico
es realmente necesario. No es adecuado someter a una víctima de abuso sexual a tratamiento psicológico per se,
puesto que el abuso sexual es una experiencia negativa no un trastorno psicológico (Kendall-Tackett, Meyer, & Finkel-
hor, 1993). De este modo, la intervención psicológica no siempre será necesaria. O quizás no sea necesaria en ese
momento. Las investigaciones indican que muchas de las víctimas de abuso sexual se muestran asintomáticas a pesar
de su experiencia (entre un 20 y un 30% de las víctimas de abuso sexual infantil permanecerían estables emocional-
mente tras esta experiencia según el estudio de López, 1994).
La intensidad del impacto dependerá de las variables mediadoras que incidan en ese caso particular y que se rela-
cionan con el tipo de abuso, con el agresor, con la víctima, o con la respuesta del entorno de la víctima, entre otras
(Spaccarelli & Kim, 1995). Tomando la perspectiva de la resiliencia, en aquellos casos que la víctima no presenta sin-
tomatología que refuerce la necesidad de tratamiento psicológico, intervenir podría representar someterla a una se-
gunda victimización. Son aún muy necesarios modelos de intervención que expliquen los efectos de la violencia bajo
un enfoque no psicopatológico, que integre la perspectiva de la resiliencia y la psicología positiva.

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20 Formación Continuada a Distancia
PROGRAMA DE INTERVENCIÓN
El tratamiento psicológico con menores víctimas de abuso sexual desde la terapia cognitivo-conductual que se propo-
ne supone dos fases (a) una fase educativa-preventiva y (b) una fase terapéutica.
La fase educativa-preventiva es de gran importancia dado que proporciona a la víctima autonomía, reduce el senti-
miento de indefensión derivado de la experiencia abusiva, facilita la percepción de una mayor sensación de control y
reduce el riesgo de posibles futuras victimizaciones. Engloba, a su vez, diferentes apartados: (a) Información sobre la
sexualidad y sobre el abuso sexual, en la que se debe ayudar al menor a comprender su propia sexualidad de una for-
ma objetiva y adaptada a su edad. Se deberán confrontar las experiencias sexuales vividas con una sexualidad sana a
través del desarrollo de diversos temas, entre los que destacan, los mitos falsos respeto al sexo y la sexualidad. Tendre-
mos que hablar de la sexualidad de forma positiva, advirtiendo al menor que algunas personas pueden utilizarla de
forma equivocada. Es muy importante que los niños y niñas vivan la sexualidad sin relacionarla con el abuso sexual;
(b) Detectar un abuso sexual y quiénes pueden cometerlo. Suele ser frecuente educar a los niños y niñas para que no
confíen en los desconocidos. Si bien éste es un importante concepto a tener en cuenta, no es efectivo por sí solo en la
prevención del abuso sexual puesto que, en la mayoría de casos, los menores son victimizados por personas conoci-
das y en las que confían. Debemos enseñar también a los menores cómo saber cuando el comportamiento de un co-
nocido es inadecuado, reconociendo la propiedad del cuerpo, fomentando la privacidad y el respeto de las partes
íntimas, así como ayudando a reconocer tocamientos inadecuados. Estos conocimientos incluyen enseñar a los niños
y niñas a conocer los nombres correctos de las partes del cuerpo y su equivalente en el lenguaje coloquial, ayudándo-
les a que puedan revelar una situación de posible abuso sexual y a ser comprendidos; (c) Aprender estrategias de
afrontamiento adecuadas para evitar un abuso sexual, incidiendo en la falta de responsabilidad del menor ante el abu-
so pero, a su vez, en su capacidad para evitar nuevas situaciones abusivas. Esto se consigue enseñando al menor a
conocer los derechos humanos y, específicamente, los derechos de los niños y niñas, saber que puede decir “no”, o
saber a quién dirigirse en una situación de riesgo.
La fase terapéutica, propiamente, se compone a su vez de diferentes módulos: (a) Describir el abuso y los sentimien-
tos asociados, ayudando al menor a identificar las propias emociones y a facilitar el desahogo emocional. Hemos de
ayudar a la víctima a reconocer y expresar sus emociones, como sentimientos humanos que son, de forma positiva,
sin que la dañen ni a ella ni a otras personas, con procedimientos constructivos, así como eliminar estrategias de
afrontamiento inadecuadas (como la disociación o la negación) (Daigneault, Hébert, & Tourigny, 2006); (b) Evaluar la
presencia de ideas disfuncionales y distorsiones cognitivas, destacando, por su elevada frecuencia, la culpa. Nuestro
rol como profesionales es ayudar a la víctima a entender cognitivamente y a aceptar emocionalmente que él o ella no
ha sido responsable del abuso. La víctima debe comprender los motivos que la obligaron a permanecer en silencio, e
insistir en que la responsabilidad es únicamente del agresor. En esta línea, Cohen y Mannarino (2000) observaron que
las atribuciones internas para el abuso sexual se relacionaban de forma significativa con el sentimiento de culpa y con
el desarrollo de sintomatología psicopatológica, influyendo de forma negativa en el pronóstico del tratamiento psico-
lógico aplicado a estas víctimas. En esta línea, también es necesario trabajar la estigmatización que sufren los menores
víctimas de esta experiencia, siendo habitual que se sientan diferentes, incomprendidos, dada la experiencia que han
vivido y la visión social que existe de este tipo de maltrato. La desconfianza generalizada es otra de las variables en
las que se deberá intervenir. Debemos ser conscientes que cuando el abuso sexual es intrafamiliar o cometido por una
persona del entorno cercano del menor, el impacto de éste en la confianza de la víctima puede ser devastador, puesto
que ha sido un cuidador, que debía ser protector, quien se ha aprovechado de él o ella y ha violado su confianza. La
víctima ha de aprender a discriminar en quién puede confiar, sin llegar a establecer generalizaciones erróneas. Nues-
tro reto como profesionales es reducir el daño que la víctima ha sufrido en su capacidad de confiar. El autoconcepto
negativo o baja autoestima es otra de las variables a desarrollar, siendo nuestra tarea como terapeutas favorecer la
consecución de una imagen personal positiva y no estigmatizada en la víctima. Estudios como el de Cicchetti, Ro-
gosch, Lynch y Holt (1993) indican que aquellos menores que mantienen un elevado nivel de autoestima pese a la ex-
periencia de maltrato infantil, son también aquellos que suelen presentar una mayor resistencia al estrés,
conceptualizándose la autoestima como un factor que promueve la resiliencia. Aquellas intervenciones que ayudan a
los menores que han sufrido abuso sexual a verse como algo más que simples víctimas suelen ser las más eficaces.
Normalizar la situación del menor y favorecer actividades en las que pueda demostrar sus cualidades, como la escue-
la, participar en algún deporte o realizar actividades gratificantes con familia y amigos, pueden ser muy importantes
en la recuperación de la víctima; (c) Manejar las consecuencias del abuso sexual, entre las que destacan los síntomas

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
21
afectivos como los miedos y la ansiedad. La víctima puede mostrar reacciones fóbicas ante las conductas afectivas, las
personas del mismo sexo que el agresor u otros aspectos relacionados. Debemos fomentar que la víctima narre el epi-
sodio de abuso y exprese sus sentimientos asociados, reduciendo de este modo su nivel de malestar. El uso de estrate-
gias de relajación también puede ayudar a reducir la ansiedad de la víctima así como la exposición gradual a las
situaciones que teme. Aparecen también con frecuencia síntomas postraumáticos como las pesadillas, la irritabilidad,
la ira o la tristeza que deben tratarse mediante programas de intervención específicos para este trastorno. Entre las al-
teraciones sexuales destaca la conducta sexualizada ya que es una de las consecuencias más frecuente en víctimas de
abuso sexual al producirse una interferencia en el desarrollo sexual normal del menor. La masturbación compulsiva,
el exhibicionismo o el uso de un vocabulario sexual inadecuado para la edad, aparecen en muchas de estas víctimas
(Friedrich, Grambsch, Damon, Hewitt, Koverola, Lang et al., 1992). Debemos enseñar al menor a autocontrolarse y
educarlo sobre la inadecuación de realizar algunas de estas conductas en público o sin el consentimiento del otro par-
ticipante. También es de gran utilidad distraer la atención del menor hacia actividades alternativas más apropiadas pa-
ra su edad. También suele aparecer confusión respecto a la orientación sexual, vinculada, principalmente con el sexo
masculino. Los varones víctimas de abuso sexual suelen presentar el temor de que el haber sido abusados por un agre-
sor de su mismo sexo implique una orientación homosexual permanente, sin tener posibilidad de elegir libremente
una u otra opción sexual (Myers, 1989). La conducta sexual promiscua es una de las consecuencias más frecuente en
víctimas de abusos sexuales crónicos e intrafamiliares cuando llegan a la adolescencia, puesto que se produce una in-
terferencia en el desarrollo sexual normal y la víctima aprende a no dar importancia al sexo, a desvincularlo de la par-
te afectiva y a relacionarse con los demás a través de éste (Fiscella, Kitzman, Cole, Sidora, & Olds, 1998). Deberemos
enseñar a la víctima a autocontrolarse y a vincular el sexo con la parte emocional que lo acompaña, rompiendo pro-
cesos de disociación que, muchas veces se encuentran en la base de estos comportamientos. Otros problemas deriva-
dos o incrementados por el abuso sexual son la agresividad, las autolesiones (especialmente cortes y quemaduras), la
ideación y la conducta suicida, las alteraciones del sueño, o los trastornos de la alimentación (para una revisión de es-
ta sintomatología véase Pereda, 2009). Son muy eficaces las intervenciones cortas que consideran estas dificultades
como reacciones comunes ante el elevado nivel de estrés al que la víctima ha sido sometida y que la ayudan a identi-
ficar las emociones y cogniciones distorsionadas asociadas. La terapia grupal ha demostrado ser muy eficaz para tratar
estas dificultades puesto que desestigmatiza a la víctima y normaliza los síntomas que presenta dada su situación
(Habigzang et al., 2006).
Cabe añadir que un tratamiento eficaz requiere de la participación activa de la familia del menor o de aquellos adul-
tos que lo tengan a su cargo. La familia, debe incluirse en la medida en que tenga un papel directo en la etiología y
mantenimiento del problema. Los familiares no agresores, especialmente la madre de la víctima, deben ser parte inte-
gral del proceso terapéutico ya que son las principales fuentes de apoyo del niño o niña (Sinclair & Martínez, 2006).
Para Cyrulnik (2002) “la resiliencia del niño se construye en la relación con el otro… un niño herido y solo no tiene
ninguna oportunidad de convertirse en resiliente”. De este modo, la intervención con el profesional puede ayudar a
que la madre de la víctima sea un importante tutor de resiliencia, figura del adulto guía que favorecerá el desarrollo y
el refuerzo de las capacidades del niño o niña víctima de un acontecimiento potencialmente traumático como el abu-
so sexual infantil.

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