El aula es uno de los contextos en el que el maestro se desempeña y en la misma se dan
diversidad de situaciones a las que debe dar respuesta. El rol del maestro como eslabón fundamental del proceso pedagógico requiere un re- análisis a la luz de nuevas exigencias y en aras de un proceso de calidad. La escuela como institución y el docente como agente socializador enfrentan el reto de introducir cambios en su quehacer. La necesidad de que el maestro en la interacción con el estudiante sea capaz de convertirse en un orientador desde lo instructivo y lo formativo debe ya añadirse a la práctica pues se ha de educar para la vida. En esto la educación institucionalizada y el maestro desde su rol, ejercen una notable influencia sin desdeñar el valor de otros contextos. El profesor en los diferentes niveles de enseñanza afronta la compromiso social de forjar a las nuevas generaciones pues no ha de obviarse el cómo se forman las unidades psicológicas primarias y complejas propias de la estructura de la personalidad. Esto es responder a las exigencias de la sociedad en cuanto a valores y a la demanda real de formar a personas capaces de revolver cuestiones pertinentes a sus roles. Individuos con valores humanos, creativos, empáticos y responsables de su actuación y del impacto de su quehacer en las diferentes esferas de la vida social. Hay que destacar la labor meritoria que realizan muchos educadores. Sin embargo, existen casos en que la cotidianidad muestra que la práctica no siempre acompaña los presupuestos teóricos: es necesario analizar cuánto se aleja lo que se pretende hacer de lo que realmente se hace. Verbalizaciones de los maestros dicen del énfasis en lograr la formación integral del estudiante, sin embargo, el aula continúa, en ocasiones, apartada de estos fines, si no se estimula el papel protagónico del estudiante en la búsqueda y construcción del conocimiento. Estudios actuales refieren que el maestro debe promover el desarrollo de personas íntegras, poseedoras de conceptos que se aplican a diversas situaciones y que resultan válidos para reparar situaciones de la vida cotidiana. El estimular el proceso discente remite a las cualidades que ostenta el docente en su interacción con los estudiantes. Por eso, para el cumplimiento de metas, el profesor debe poseer algunos valores que sean modelos en la regulación del comportamiento. No se trata de introducir nuevos métodos o tareas creativas en la impartición de una o varias asignaturas, se trata de convertir cualitativamente los eslabones del proceso educativo. Y es que los posibles efectos positivos que tendría la introducción de un nuevo método de aprendizaje, por ejemplo, puede ser neutralizado por un sistema de evaluación reproductivo o por una relación de comunicación no creativa entre profesor y alumno. Una de las razones por la que el docente debería poseer ciertas habilidades emocionales tiene un marcado cariz altruista y una finalidad educativa. Para que el alumno aprenda y desarrolle las habilidades emocionales y afectivas relacionadas con el uso inteligente de sus emociones necesita de un “educador emocional”. El alumno pasa en las aulas gran parte de su infancia y adolescencia, periodos en los que se produce el desarrollo emocional, de forma que el entorno escolar es un espacio privilegiado de socialización emocional y el docente, su referente primordial en cuanto a actitudes, comportamientos, emociones y sentimientos. El docente es un agente activo de progreso afectivo y debería hacer un uso consciente de estas habilidades en su trabajo. Entre las peculiaridades que debe poseer el profesor: autenticidad, madurez emocional, buen carácter, comprensión de sí mismo, capacidad empática, estabilidad emocional, amplios intereses, adecuada actitud hacia los alumnos.